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La hazaña

Tomar un barco inglés a caballo

Martín Miguel partió en 1805 a Buenos Aires para integrarse al Regimiento Fijo y completar sus cursos militares. Además, tenía la misión de acompañar a cuatro músicos salteños que iban a estudiar a la ciudad porteña. Los jóvenes se alojaron en el cuartel del Regimiento de Dragones, en momentos en que el virrey Rafael de Sobremonte y miembros del gobierno comenzaban a percibir el temor de una ofensiva inglesa en el Río de la Plata. Los rumores y noticias que venían del viejo al nuevo mundo animaban sus conjeturas.

En aquel tiempo, Martín Miguel tuvo que realizar diversas tareas, como controlar el contrabando en la zona del delta del Paraná, en las inmediaciones del puerto de Las Conchas, hoy Tigre. Su labor fue exitosa y resultó condecorado por el rey Carlos III. Por esos días, circuló en Buenos Aires y en diferentes zonas del Virreinato del Río de la Plata un escrito fechado en Salta y firmado con el seudónimo “El Hombre”, que afirmaba que parte del pueblo y el consejo de España habían asesinado al rey. Consideraba que dichas razones le impedían a España esclavizar a América y proponía, entre otras cosas, solicitar la protección y amparo de Inglaterra ofreciéndole el comercio con el Río de la Plata y la designación de diputados por parte de todos los Cabildos del Virreinato, los que deberían reunirse en una “ciudad que sea como el centro”. Planteaba que mientras se buscaba a alguien cercano a los incas para rey hereditario, en falta de sucesión, los Cabildos gobernarían sin modificar ninguna ley.5 Es decir, que existía un clima que entre realidad y paranoia podría alterar la institucionalidad. Ese iba a ser el escenario para las acciones del joven soldado.

Estima la historiadora Sara Mata de López que el anónimo en cuestión es un documento que permite analizar las formas de algunas ideas políticas y su divulgación en sectores populares o menos letrados. Indica también el rol de los rumores y la circulación de información distorsionada e intencional con expresiones anticoloniales respecto de España. No cabía duda de que existía una realidad en el estado de cosas que vivía España, unido a la intención inglesa de extender su “libre comercio” a la región del Plata.

¡Ahí vienen los ingleses!

El salteño llevaba siete años en la milicia cuando estalló la Primera Invasión Inglesa al Río de la Plata. Los soldados invasores, al mando de William Carr Beresford, brigadier del Regimiento 71, desembarcaron en las costas de Quilmes el 25 de junio de 1806. Los soldados estaban inquietos ante lo desconocido y algunos creían que su fuerza organizada iba a ganar posiciones con cierta comodidad debido a la desorganización reinante y a la falta de una fuerza armada en condiciones de enfrentarlos.

Tras el triunfo en la batalla de Trafalgar frente a la flota francoespañola, los ingleses habían redoblado su orgullo que pretendían imponer en todo el mundo. Por ello, eligieron el Río de la Plata, porque el derrumbe de la Corona española les daba la oportunidad de ser recibidos por el pueblo como aquellos que podían imponer la libertad y, en especial, la llamada “libertad de comercio”. El comodoro sir Home Riggs Popham, de la Royal Navy, fue quien planificó la operación. Había sido educado en Westminster School de donde pasó a la Armada después de un año en Cambridge y, desde el eurocentrismo excluyente, transitaba la soberbia y el sentimiento de exclusión. Lo diferente era para él lo bárbaro y lo desconocido, aquello con lo que se debía acabar.

El historiador británico H. S. Ferns reconocería que la operación de ocupación de Buenos Aires se realizó tan a la ligera que fue “quizá la primera ocasión registrada en la historia en la que una operación tan amplia como la con-quista de medio continente se decidió en tiempo tan breve como un día y una noche”. Popham creía en la debilidad de las fuerzas españolas del Virreinato y, por lo tanto, entendía que no iba a existir resistencia naval y no estaba equivocado, dado que el fuerte de Montevideo estaba desamparado. Pero erró al imaginar que las fuerzas de tierra carecían de pertrechos y espíritu para enfrentarlos. Un dejo de soberbia debió consumir la ansiedad de los súbditos británicos a la hora de tomar su decisión.

Mientras los ingleses llegaban a las costas de Quilmes, el teniente coronel Juan Antonio Olondriz le ordenó a Güemes que partiera hacia Córdoba con los jóvenes músicos para resguardarlos de la invasión. En tanto, el 27 de junio los ingleses se apoderaron del Fuerte y el virrey Rafael de Sobremonte, que había intentado una tibia defensa, abandonó la ciudad. La decisión del virrey estaba fundada en normas y disposiciones de emergencia previstas por la Corona española en caso de un ataque exterior. Ese plan de evacuación había sido establecido durante el gobierno del virrey Juan José de Vértiz, y, siguiendo esas directivas, el Tesoro también partió custodiado hacia Córdoba dos días antes de la partida del virrey. Sin embargo, los fondos jamás alcanzarían Córdoba, ya que los ingleses persiguieron y capturaron a los encargados de la misión en la zona de Luján. El 2 de julio, Beresford estableció las condiciones para la rendición de Buenos Aires. Días más tarde, con los caudales en su poder, envió en la fragata Narcissus, rumbo a Londres, la suma de 1 086 208 pesos plata, mientras el Cabildo pedía en vano justicia por el hecho.

Como lo hacían en sus colonias, cuando los británicos ocupaban una ciudad, eliminaban las insignias de los invadidos. Así, fueron retiradas la bandera del Imperio español e Hispanoamérica, las Aspas de Borgoña y la del Regimiento de los Patricios. En su lugar colocaron su pabellón. Los ingleses eran soldados crueles, que sin contemplaciones saqueaban y eliminaban a quienes les resistían. Juan Manuel Beruti describiría así la acción que emprendían en días de la invasión. “Saquearon y mataron sin distinguir edad. Al delito común, robo, incendio, asesinatos, agregaron las profanaciones a los lugares sagrados, templos, conventos, aun de clausura como el famoso pillaje de las catalinas […] no perdonando en su fervor ni perdonando lo más sagrado de los templos… y finalmente, violaban a las mujeres a la fuerza siendo muy pocas las casas por donde pasaban que se libraron de su codicia e infernal furia”.6

Un intenso dolor recorrió Buenos Aires y se refugió en el silencio de los que imaginaron de inmediato la rebelión y la resistencia popular. Muchos soldados, como Güemes, se juramentaron luchar para la reconquista de lo saqueado. Entretanto, Beresford se apoyaba en Buenos Aires en los entreguistas, entre los cuales se encontraba el primer José Martínez de Hoz arribado a estas tierras, a quien nombró Director de la Aduana, en virtud de su declaración pública de lealtad a su majestad británica.7

El 1° de agosto de aquel año, las cosas estaban difíciles para Santiago de Liniers. Beresford había derrotado a Juan Martín de Pueyrredón en el combate de Perdriel, en las afueras de la ciudad, y le tomó la artillería, aunque los soldados y gauchos lograron dispersarse en diferentes direcciones. Eran pura incomodidad para los ingleses pues volvían a atacar sobre sus caballos y cortaban las rutas de suministro mientras golpeaban por sorpresa. Además, los gauchos disponían de varios caballos livianos, a diferencia de los europeos que los sobrecargaban en una formación que no carecía de rasgos burocráticos. Eso de resolver sobre la cabalgadura no era cualidad británica, en todo caso, ellos se sorprendían por la velocidad y la capacidad de sorpresa de los criollos. Los españoles tenían un impedimento cultural para comprender a América, así como no alcanzaban a conocer a Asia o África. Y le temían. Según señala Fermín Chávez: “Al estupor del primer momento siguió la conspiración contra los ocupantes españoles y criollos, y también algunos afrancesados, se entregaron activamente a trabajos clandestinos para preparar la reconquista. Puede decirse que a fines de julio de 1806, todo el Virreinato, a excepción de la minoría pro británica, estaba decidido a luchar contra los ingleses. Estos cometieron algunos errores irreparables. Al dejar en pie a las autoridades españolas desprestigiadas, los argentinos que estaban en la independencia se sintieron desengañados, ya que en última instancia ‘querían al amo viejo o a ninguno’. La libertad de comercio concedida por Beresford el 4 de agosto, amenazaba a los españoles del monopolio, con fuerte influencia en el Cabildo”.8

El asalto al buque Justina

Güemes se encontraba en Córdoba cuando Sobremonte lo instruyó para regresar a Buenos Aires y ponerse a las órdenes de Liniers, a quien debía entregarle un despacho. Llevaba puesto su poncho y recorrería de un día para el otro 79 leguas, casi 400 kilómetros, por el camino de postas de La Candelaria, en tierras de Characato, que pertenecieron a la Estancia Jesuítica, en Córdoba. Partió el 11 de agosto y anduvo sin pausa 295 kilómetros ese día y 135 el segundo para alcanzar la ciudad del Plata, donde se unió a las fuerzas patriotas.

Liniers había emplazado una batería de dos piezas de 18 libras en la costa del río y puesto fuera de combate a un pequeño barco inglés y a la sumaca9 La Belén de los españoles, que el almirante Popham había capturado en el Riachuelo. El Justina era un buque mercante tripulado con más de cien soldados, oficiales y marineros, que disparó en la tarde sobre las fuerzas criollas. Desconociendo los secretos de la navegación en el río, quedó varado por una súbita bajante a unos 400 metros de las barrancas de la Plaza de Toros en el Retiro —hoy Plaza San Martín—, lo que fue advertido por los centinelas.10

Liniers llamó al cadete Güemes y le ordenó ir adonde se encontraba Pueyrredón, que acampaba en la batería Abascal, y le encomendó la misión de unirse de inmediato a los soldados de caballería, además de aproximarse al buque Justina a través de la playa. El soldado cumplió la orden y fue hacia el barro poroso del río color leonado, como lo describiría años después Leopoldo Marechal.

Pastor S. Obligado narró así el combate: “Pueyrredón, al recibir el despacho, puso inmediatamente bajo el mando de Güemes la única tropa montada de que disponía: no más de treinta gauchos armados con lanzas, boleadoras, facones, sables y algunas tercerolas. Los milicianos descendieron la empinada barranca y se zambulleron en el brumoso río. Con sus caballos metidos en el agua hasta los ijares, se lanzaron tacuara en mano en una carga asombrosa, pocas veces registrada en la historia militar: el abordaje a caballo de un buque de guerra de la marina más poderosa del mundo de aquel entonces”.11 Los paisanos abordaron la nave enemiga y rindieron a su tripulación en reñido combate. Güemes incluso capturó la bandera del Justina y Santiago de Liniers dispuso que fuera colocada a los pies de Nuestra Señora del Rosario, Patrona de la Reconquista.

La humildad de Güemes lo hizo cauteloso en el comentario de su logro. Cuentan que, en un oficio respecto de los honores recibidos al titular interino del Directorio, Ignacio Álvarez Thomas, el 11 de septiembre de 1815, Güemes le expuso: “Me avergüenza porque nunca he deseado ser vano, sino bueno, un soldado de la Patria y un ciudadano honrado”. Eran tiempos de fragores intensos en búsqueda de armonizar un destino y años en los que su rol iba a ser decisivo en un capítulo principal para la independencia de las tierras.

El hecho fue anticipo y anuncio del triunfo de la Reconquista. Pueyrredón les había arrebatado el estandarte a los invasores para colgarlo en la basílica de Santo Domingo. Sin embargo, el 12 de agosto, Día de la Reconquista, no figura en los calendarios patrios. Incluso, regimientos, como el de Patricios, jamás fueron homenajeados en su carácter de puntales en la defensa. Era un principio que daría marco al tratamiento del salteño en la historia oficial.12

5 Archivo General de la Nación, Sala 9 - Intendencia de Salta. Carta del Virrey Sobremonte al Gobernador Intendente de Salta D. Rafael de la Luz. Reservada. Citado en Sara Mata de López: “La Guerra de la Independencia en Salta y la emergencia de nuevas relaciones de poder”, Conicet-Cepiha, Universidad Nacional de Salta. Disponible en bit.ly/sara_mata

6 Juan Manuel Beruti: Biblioteca de Mayo, tomo IV, Edición Histórica del Congreso de la Nación, Sesquicentenario de la Revolución de Mayo, 1960.

7 El apellido Martínez de Hoz regresó en 1976, a partir de la asunción de José Martínez de Hoz en el Ministerio de Economía, el 2 de abril de ese año.

8 Fermín Chávez: Historia del país de los argentinos, Buenos Aires, Peña Lillo Editor, 1972, p. 82.

9 Sumaca es una embarcación de vela de dos palos, de bordas poco elevadas. Se usó antiguamente en América del Sur para navegar aguas de escasa profundidad.

10 Juan Agustín García advertía sobre los intentos frustrados de tomar Buenos Aires por el Río de la Plata. “La silueta de alguna urca pirata flamenca o inglesa solía dibujarse en las afueras del río y les dejaba su impresión siniestra. […] Se vive bajo la presión del enemigo exterior. En 1582, un corsario inglés llegó hasta Martín García y no tomó Buenos Aires por ignorar que allí estuviesen poblados los castellanos; en 1587, el pirata Cavendish inspiró tanto miedo que ‘se retiró cuando podía encender la codicia de los ingleses, o servir de embarazo para la defensa’ […]. En 1628, los holandeses, en 1658, una escuadrilla francesa. […] en 1699, los dinamarqueses […]” (Juan Agustín García: La ciudad indiana, Eudeba, Buenos Aires, 1964, p. 44).

11 Pastor S. Obligado: “Güemes en Buenos Aires”, La Razón, 12 de agosto de 1920.

12 La colonización británica se inició con las Invasiones Inglesas, se afirmó jurídicamente con el “Tratado de Amistad, Comercio y Navegación del 2 de febrero de 1825” y hay que agregar, en nuestros días, con el “Pacto de Madrid”, de 1991, que firmó el presidente Carlos Menem, llamado “el Versalles argentino”, que cayó con la salida de Inglaterra de la Unión Europea el 1° de enero de 2021. De ahí que el papel de Güemes sea histórico, ya que defendió en el sur y proyectó en el norte.

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