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Triunfador en Suipacha, negado en la historia

Aquí estamos, de pie sobre tu sombra,

cruzamos el paisaje hacia tus ojos,

agujeros de cielo vigilante;

mientras tú, en la sustancia de los héroes,

reconoces las sendas y lugares

que asombraron tu sangre sin defensa.

Jaime Dávalos

La Revolución de Mayo de 1810 lo sitúa a Güemes prestando servicios en la provincia de Salta. Allí revistaba como teniente de Granaderos de Fernando VII, destacado al frente de la Partida de Observación que él mismo había organizado en la Quebrada de Humahuaca. Su misión era observar los pasos del enemigo e impedir los contactos con los realistas que operaban en Córdoba. Se trataba de cortar sus comunicaciones. Para ello, creó un servicio de vigilancia de frontera para divisar las líneas de invasión desde el Alto Perú y aislar las vías que llevaban a Córdoba. Su labor de inteligencia era vital para luego diseñar la acción contra las fuerzas realistas de la región.

Fue así que Martín Miguel de Güemes lideró el triunfo en la batalla de Suipacha, el 7 de noviembre de 1810, aunque la historia de raíz mitrista, centralista y porteña, lo niega aún en la actualidad. Esa victoria fue decisiva para que los patriotas recuperaran el Alto Perú y así detuvieran el avance de los realistas, triunfo que permitió también la llegada de las tropas revolucionarias sobre la zona minera del Potosí.13 Miguel Otero, en sus Memorias de Güemes a Rosas, lo expresó así: “En el presente caso [se refería a Suipacha] no fue la vanguardia del ejército de Buenos Aires, fue la división de Salta, compuesta con tropas de allí y de un batallón de milicias de Tarija. No fue Balcarce, fue Güemes quien encabezó ese combate”. Corresponde analizar cómo se llegó a ese triunfo.

Cotagaita: el primer combate por la Independencia

La Partida de Observación que conducía el joven teniente Martín Güemes, había comenzado a operar desde de agosto de 1810 y se dedicó a las acciones de inteligencia previas al enfrentamiento en Cotagaita.14 La partida instaló su campamento en Humahuaca y, desde allí, tenía que averiguar cuál era la capacidad de combate de los realistas en el Alto Perú e impedir que tomaran contacto con los realistas de Córdoba.

Como capitán, designado por el gobernador de Salta Feliciano Antonio Chiclana, a raíz de su intenso trabajo de reclutamiento y formación de soldados, Güemes partió a Tarija para sumar milicianos con lo que constituiría la vanguardia de los efectivos de Salta y de Tarija. Así, el mariscal Domingo Nieto y Márquez, jefe de los realistas, había retrocedido desde Tupiza acechado por las guerrillas de Diego Pueyrredón15 y los salteños de Güemes que los obligaron a replegarse hacia Cotagaita.

El combate de Cotagaita, del 27 de octubre de 1810, es el primero registrado entre la vanguardia del Ejército Auxiliar del Perú de la Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata y la vanguardia del Ejército Real del Perú del Virreinato del Perú. Se lo considera el combate inaugural de las guerras de Independencia hispanoamericanas en América del Sur. Woodbine Parish,16 observador británico de la época, en su libro Buenos Aires y las provincias del Río de la Plata, se expresó sobre los hechos con suma precisión: “[…] aprestóse en consecuencia una columna de 800 a 1000 hombres de las provincias de Salta, Jujuy y Tarija, que al mando del comandante don Martín Güemes, salió al encuentro de Nieto, que se había atrincherado y fortificado en Santiago de Cotagaita de una manera inexpugnable. Güemes, sin embargo, de la superioridad del enemigo, que era más del doble en número, disciplina y armamento y que estaba a cubierto de una trinchera y foso por donde pasaba toda el agua del río, lo atacó el 27 de octubre del mismo año de 1810 y fue rechazado como debía serlo. En seguida, Nieto destacó una columna como de 800 hombres al mando del mayor general José de Córdoba, al frente de la cual se fue retirando Güemes en orden y dejando el terreno palmo a palmo por la ruta de Tupiza”.

En Cotagaita, el río San Juan del Oro separa el camino a Suipacha y allí el general realista José de Córdoba contaba con un conjunto de fortificaciones, con armamento y soldados para impedir que los patriotas pudieran cruzar a Potosí. Güemes ordenó el ataque para probar a su caballería tarijeña en su bautismo de fuego. Tenía absoluta confianza en sus hombres. Cuando comprobó que era imposible pasar debido a las fuerzas desplegadas en el lugar, ordenó una retirada de modo muy ordenado para no perder hombres ni pertrechos. Podría estimarse que se preparó para una batalla cuyo desenvolvimiento iba a ser en el campo y en el tiempo, y su episodio final, sería Suipacha. Esas tácticas que creó sobre los hechos son estudiadas hoy en detalle en el campo militar.

Por su parte, Antonio González Balcarce, enviado por Buenos Aires para liderar las luchas en el Alto Perú, a la par que Juan José Castelli, hizo una interpretación personal de los hechos, ya que se adjudicó el triunfo y evitó mencionar a Güemes y a los salteños. Güemes podía ser utilizado, pero luego había que arrancarlo de la historia, porque en esa diferencia existía un asunto inconfesable: la definición del territorio nacional y el proyecto político. Los porteños no estaban dispuestos a dejar espacios para que líderes locales, caso Güemes que era un conductor no un mero jefe de milicias, dispusieran de poder. Lo cierto es que Cotagaita fue controversial a la hora de los diferentes relatos y algunos, incluso, ubicaban a Güemes luchando con los porteños cuando en realidad lo hizo al frente de las milicias de Tarija.

Triunfo en Suipacha

En la previa a la batalla de Suipacha, el general Balcarce dijo que no se debía abandonar al pueblo porque el enemigo tenía los ojos puestos en ese punto cercano a la frontera. En el atardecer del 6 de noviembre de 1810, Castelli en tanto escribió a Chiclana, en Salta, el mismo día: “Seré inoportuno hasta el extremo mientras no vea volar las tropas, mulas, mulas, mulas, víveres, víveres, dinero, artillería y cuanto hace falta para hacer tronar al Perú en este mes o tronar yo el primero”.

Por su parte, ese mismo día las milicias de Güemes fueron de Suipacha a Nazareno, distante poco más de media legua uno de otro, mientras el general Córdoba ocupaba Suipacha. Los realistas reunieron unos 200 veteranos de Chuquisaca, porque suponían que los patriotas estaban desmoralizados. Tenía información de que en sus mandos había opiniones antagónicas. Córdoba entonces apeló al terror y, al mismo tiempo, en las filas de Güemes se implementó una maniobra que consistía en hacer creer al enemigo que sus hombres no estaban en condiciones de enfrentarlo. Ficción y realidad se unieron en una rara amalgama que determinó un juego en el límite ya que, si bien existían diferencias, había conducción y Güemes era clave en ese orden. El jefe español amenazó a los pobladores de Suipacha y se dispuso a enfrentar a los patriotas. El historiador Vicente Sierra17 detalló que “para engañar al enemigo envió a Tupiza a un indio bien aleccionado, con la misión de difundir falsas informaciones sobre la moral de la tropa a su cargo. Llamado por Córdoba, el indio hizo a éste creer que los patriotas marchaban descontentos y mal armados”. Luego, Sierra continúa la descripción: “A orillas del río Suipacha […], el 7 de noviembre apareció la vanguardia de Córdoba […] González Balcarce había ocultado gran parte de su infantería y artillería entre los cerros y quebradas vecinas. Ambas fuerzas se dieron a la espera sin decidirse a entrar en acción, lo que determinó a Antonio González Balcarce a adelantar doscientos hombres con dos cañones, para provocar la lucha. El enemigo adelantó algunas guerrillas, ante las cuales los patriotas iniciaron una retirada en aparente desorden, al punto que hizo creer a Córdoba que huían sin presentar lucha. Imprudentemente dio orden de perseguirlos, avanzando con toda su fuerza hasta las proximidades de la quebrada de Choroya”. Había actuado allí la vanguardia salteña de Güemes, a la que se sumaron 275 soldados del ejército de Buenos Aires. Balcarce aportó 75 y Castelli 200 y fue la caballería la que puso en fuga a los españoles. La caballería eran Güemes y los salteños. No rehuían el combate ni consideraban a los porteños por fuera de su mapa de lucha.

Hay un detalle histórico que define el conocimiento del terreno que tenía el comandante salteño. El lado derecho del río San Juan del Oro era fangoso y por momentos impenetrable para quien quisiera deslizarse en el terreno. Las milicias tarijeñas de Güemes no fueron a ese espacio y se lo dejaron a los españoles para que se enterraran en el fango con su armamento. La batalla de Suipacha duró así unos pocos minutos, algo semejante a lo que sucedería dos años después en el combate de San Lorenzo con San Martín, que dejó llegar a los realistas para rodearlos y ganar el combate en escaso tiempo.

Varios historiadores remarcaron la importancia de la participación de Güemes. En su libro Suipacha, primer triunfo argentino es obra salteña, Figueroa Güemes coincide con Sierra: “La batalla de Suipacha fue librada por la vanguardia salteña reforzada con doscientos setenta y cinco soldados del ejército de Buenos Aires: setenta y cinco de Balcarce y doscientos de Castelli. La infantería porteña jugó su mosquetería, obró la artillería y cargó la caballería poniendo en fuga vergonzosa al enemigo. La gloria del triunfo corresponde a los salteños sin excluir a los porteños, pese a las omisiones, contradicciones, reticencias y ampulosidad de Castelli quien se preocupó solamente de poner flores en su altar”.

A su vez, Atilio Cornejo da otros detalles de la contienda y expresa que Zacarías Yanci,18 veterano de la Independencia, sostuvo: “El valor y habilidad de Güemes se habían hecho notorios en la jornada de Suipacha, donde al servicio del general Balcarce y al frente de sus tarijeños y jujeños no solo contuvo, sino que rechazó las fuerzas españolas acuchillándolas sobre ambas riberas del famoso río”. Por su parte, el historiador boliviano Bernardo Trigo, subrayó la presencia del salteño en Suipacha: “Cuando la derrota de Cotagaita, retrocedieron los patriotas hasta Tarija esperando en esa ciudad los cien soldados de Buenos Aires, los que incorporados a la unidad tarijeña presentaron combate en Nazareno o Suipacha. El que conducía el convoy de Tarija era el comandante Martín Güemes, que hacía su aparición en la escena histórica”.

La manipulación histórica

Castelli envió a la Junta de Buenos Aires, juntamente con González Balcarce, un parte en el que Güemes no figuraba presente el 7 de noviembre en Suipacha. No revelaba que el porteño, que se adjudicaba el triunfo sin ruborizarse, no participó de la batalla pues se encontraba en Yavi, a unos cien kilómetros de donde se realizó. Explicaban que luego de la victoria: “Siguen los nuestros la derrota hasta alcanzar los montados, y entre ellos el general Córdoba; y es probable que reforzado Balcarce siga hasta Cotagaita a atacar, y tomar los de la reserva, y franquear el paso para Potosí. Luego que tenga más circunstanciadas noticias reiteraré mi parte para satisfacción de vuestra excelencia bastando decirle que tengo en mi poder parte de los despojos del atolondrado ejército de los rebeldes, que sus banderas están en presa, que no contamos más que un oficial y seis heridos nuestros, y que no se sabe de nuestra tropa entrando las de Tarija, cual es la que mejor se ha portado”.19

En el parte que construyó Castelli, se dice que el ataque se realizó “con tanto esfuerzo, valor, firmeza y gallardía” y precisión que hizo estragos en los realistas y permitió vencerlos sin atenuantes en solo media hora de lucha. Huyeron por cerros y caminos secundarios, dejando a su paso banderas, armas y municiones. En cambio, Sierra reconoce que “El triunfo de Suipacha encontró a Castelli en Yavi, desde donde [8 de noviembre] despachó la primera información para la Junta, que amplió dos días más tarde desde Tupiza, mediante un parte completo de la batalla que fue conducido a Buenos Aires por el mayor de Patricios Roque Tollo”.

Era la comunicación que negaba por omisión la presencia de Martín Güemes. El diario La Gazeta20 daba cuenta del parte de Castelli que alardeaba al expresar “que el americano nacido para vegetar y vivir en la oscuridad” superaba a los realistas, y apuntaba que “se ha enseñado la táctica de fugar, manchando la memoria de nuestros abuelos y héroes de la milicia que ahora nosotros queremos renacer”. Calificaba la huida del enemigo de “vergonzosa y precipitada”, y especificaba que se habían capturado dos banderas, una fue enviada a Buenos Aires, y 150 prisioneros. En la bandera que recibiría Buenos Aires, Castelli adjuntó una nota que decía: “A fin de que V. E. la destine a la sala del rey D. Fernando VII, con las que adornan su retrato”.

Bartolomé Mitre, que encumbró a Castelli varias décadas después en la construcción de su historia liberal de ficción, explicó la actuación del salteño en la batalla de Suipacha: “Los ejércitos regulares no eran su teatro de acción, Güemes, enemigo de la disciplina, huía de ellos, así es que, salvo la batalla de Suipacha, a que concurrió por un acaso, no se ha hallado en ninguna de las grandes batallas de nuestra Independencia. Acompañó tan solo al ejército patriota hasta Potosí; y desde allí regresó a Buenos Aires, donde permaneció hasta 1813, mientras la revolución combatía en Huaqui, Cochabamba, Nazareno, Las Piedras, Tucumán, Salta, Ayohuma y Vilcapugio”. Mitre lo negó como hombre político de la historia, pero da un detalle que Castelli omite: Güemes participó de la batalla.

Se intentó construir luego que Güemes se había quejado ante Castelli por no haber sido incluido en el parte al gobierno de Buenos Aires y se insistió en que ese hecho fue lo que llevó al abogado de la Junta a separarlo del ejército y a disolver su división. Sin embargo, este argumento suena bastante antojadizo y carece de los fundamentos y la documentación que lo avale.

Güemes al parecer no reclamó jamás a Castelli el haberlo negado en su parte a la Junta. Sí le señaló que se avanzaba con lentitud en el movimiento de los soldados, lo que iba a permitir a los españoles reorganizarse. El capitán salteño sabía lo que desconocía Castelli, las leyes de la guerra. La respuesta centralista de Castelli consistió en retirar a Güemes del mando militar que había ganado en las batallas, y echarlo un 8 de enero. Lo confinó en Salta y enseguida, para proseguir con el desguazamiento que era un eje de la política porteña, disolvió la División de Salta, que conducía dispersando a sus soldados a otras divisiones. Una táctica clásica cuando se trata de destruir una construcción sólida y se precisa a sus soldados, aunque esos desatinos traen aparejadas derrotas.

En Tarija, también hubo reacciones respecto del trato que recibió Güemes de uno de los jefes militares que pro-venía de esa provincia, José Antonio de Larrea. “Cabe insistir que el lado oscuro de la victoria de Suipacha, fue la injusta posición del Delegado de la Junta Provincial Gubernativa, Dr. Juan José Castelli, que en los partes enviados a Buenos Aires sobre la batalla, adrede no hizo mención alguna del heroico comportamiento de Martín Miguel de Güemes y de José Antonio Larrea, quienes afectados por este soberbio proceder, decidieron retornar a Salta y a Tarija”.21

Figueroa Güemes obtuvo un documento que explica mucho mejor la capacidad del salteño quien, sin pelos en la lengua, transmitió a Buenos Aires un informe de situación que Castelli bien pudo tomar como una afrenta y explique su decisión de retirarlo del ejército. Bernardo Frías presentó un documento que Martín Güemes envió en 1815 al director supremo Gervasio Antonio Posadas, en el que volvió sobre el tema de la batalla de Suipacha y expuso sus razones inapelables: “La Paz, Cochabamba, Charcas, Potosí y Salta tienen que clamar y lamentarse ante el tribunal de la razón de la demora criminalísima de más de sesenta días en Chuquisaca del representante de Castelli, con que dio lugar a [José Manuel de] Goyeneche, que no tuvo más fuerzas que las de cinco compañías, reforzara su ejército con más de siete mil combatientes”.22 El resultado de las dilaciones que manifestaba el salteño, fueron las derrotas de Huaqui, Vilcapugio y Ayohuma, para las cuales él estaba separado, expulsados sus gauchos y así, las inexplicables esperas, en lugar de atacar al ejército vencido, dieron tiempo a los realistas a reponerse.

La división de las tropas de Salta y Tarija fue disuelta de inmediato, sus integrantes pasaron al Ejército de línea, y Güemes fue separado del ejército por Castelli y enviado de regreso a Salta como civil, negándose su rol militar.

El ejército al mando de Castelli siguió su rumbo y el 20 de junio de 1811 fue derrotado sin atenuantes en Huaqui,23 donde, además, perdió todo el armamento. La falta de conocimiento, como no haber medido lo que significaba eliminar a los soldados de Güemes y al propio caudillo, lo condujo a la derrota.

Güemes sabía que a los hechos a veces hay que producirlos y en otras ocasiones, hay que dejar que se acerquen a uno, aunque demanden caminar sobre lo inestable. El filósofo Soren Kierkegaard aleccionaba que “arriesgarse es perder el equilibrio, momentáneamente”. Y el salteño era un hombre de no asustarse ante la presencia de esos abismos que llegan y se van, si quien asiste a su riesgo, sabe que tienen la dimensión de un susurro.

Cabeza de Tigre

La Primera Expedición Auxiliadora al Alto Perú había sido el producto de la rebelión contrarrevolucionaria que encabezó Santiago de Liniers en Córdoba, ya que su primera misión fue aplastar el levantamiento. El que había sido el héroe de la Resistencia frente a las Invasiones Inglesas contaba con el reconocimiento popular y se opuso a la Primera Junta. Su beligerancia ponía en riesgo a un gobierno débil, que era también una respuesta a la Reconquista, ya que la Junta en su mayoría, expresaba un sentimiento probritánico.

Esta expedición tenía como responsable al primer comandante, coronel Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, nacido en La Rioja, Jefe del Cuerpo de Arribeños, con actuación sobresaliente en las Invasiones Inglesas. El teniente coronel Antonio González Balcarce era su segundo, y había sido reconocido por Liniers por su acción en Montevideo en 1807. Hipólito Vieytes, cuyo secretario era Vicente López, fue el comisionado de la Junta y Feliciano Chiclana, auditor. Mientras la rebelión se extendía, la Junta dispuso, el 28 de julio de 1810, detener y fusilar a sus responsables. El temor de Buenos Aires era la posible adhesión de zonas del Alto Perú a esa lucha que, además, era una reacción al puerto, que se percibía en ciertas zonas de la cultura política.

Cuando la Junta reiteró su intención de no dejar vivos a los jefes de la rebelión, Manuel Moreno, hermano de Mariano, refiere que éste le expresó al designar a Castelli para disponer la muerte de Liniers y los complotados: “[…] espero que no incurrirá en la misma debilidad que nuestro General [Ortiz de Ocampo]; si todavía no se cumpliese la determinación tomada, irá el vocal Larrea, a quien pienso no faltará resolución; y por último iré yo mismo si fuese necesario”.

Por fin, con deserciones y otras fugas, Liniers y los complotados fueron detenidos en Santiago del Estero. “En breve advirtieron estos hombres ilusos que luchaban contra una tempestad inaudita y en mares desconocidos”, diría el Deán Funes. Ortiz de Ocampo hizo de inmediato un pedido de clemencia ante los inminentes fusilamientos, al que acompañaron Vieytes, el Deán Funes y otros. El 10 de agosto de 1811, se comunicó a la Junta que el pueblo se cubriría de luto si había ejecución. Buenos Aires decidió hacer cumplir la orden y envió a Castelli,24 junto a Nicolás Rodríguez Peña, como secretario, y Domingo French, como jefe de la escolta, al mando de 50 hombres.

Se llevó a los detenidos a Cabeza de Tigre, en Córdoba, y se preparó la ejecución para el 26 de agosto. Fueron inútiles los ruegos del Deán Funes que sabía que había una intención oculta detrás del castigo. En verdad, el fusilamiento iba a acabar con los responsables de la Reconquista. No en vano, Nicolás Rodríguez Peña era hermano de Saturnino, que espiaba para los británicos y acabaría huyendo del país. Y debido a que muchos soldados nativos se negaron a participar en el pelotón, según Federico Ibarguren, se llamó a 50 fusileros ingleses radicados en el país desde las invasiones, al servicio del ejército. En Buenos Aires, los Patricios (héroes en las invasiones) fueron desarmados en público, encarcelados y llevados a Potosí a perderse en los socavones y en las panaderías. En esa consideración entraban los hermanos Martín y Diego Pueyrredón, héroes de la Reconquista, que colaborarían con el jefe salteño en la lucha por la Independencia.

Y dicho conflicto de alineamiento fue un “de ese no se habla” en esa etapa histórica, aunque estaba presente como un fantasma en la política nacional. Güemes era héroe ante los ingleses, tanto que el 7 de abril de 1808, Liniers lo había nombrado teniente de Granaderos del rey Fernando VII, título de honor. Su relación con los hombres de Buenos Aires, que desconfiaban de sus compatriotas de las provincias, iba a ser difícil. Fusilado Liniers, Ortiz de Ocampo fue desplazado por su negativa a condenar al héroe de la Resistencia y Castelli y González Balcarce quedaron a cargo de las fuerzas porteñas para liderar las luchas en el Alto Perú. A partir del 15 de noviembre de 1810, Castelli sería el jefe político de González Balcarce que acabaría sometido a su mando militar como subordinado a un general de dudosas condiciones que consiguió su título rumbo al norte.

Güemes tuvo que navegar en un clima político signado por la tensión social entre algunos ámbitos del poder político y la burocracia administrativa de mentalidad colonial hispánica. Por un lado, el centralismo estaba formado por una amalgama de criollos funcionarios de la burocracia virreinal heredada y militares. Era un enemigo difícil que no pretendía siquiera sostener la colonia, ya que su norte no era el Perú sino la construcción de una factoría,25 aunque no fuese explícito. Para ello, había que transformar a la provincia de Buenos Aires en una republiqueta, como lo imaginó luego Mitre. Los renovadores criollos, por otra parte, querían una suerte de autogobierno que generara las interdependencias en libertad. Y, en particular, resistían pasar del tutelaje hispánico al británico.

13 En 1810 la intendencia de Potosí se sumó a Buenos Aires y a la Revolución. En 1811 se establecieron las Provincias Unidas del Río de la Plata y el Ejército Auxiliar del Perú enviado al Alto Perú quebró la rebelión de Córdoba y fue legitimado por Salta del Tucumán. Este ejército inició la guerra de la Independencia en Potosí, que fue ocupado por los rioplatenses desde el 25 de noviembre de 1810 hasta el 25 de agosto de 1811; del 17 de mayo al 21 de diciembre de 1813, y del 5 de mayo a julio de 1815, cuando se perdió. Potosí estaba integrado por los partidos de Atacama, Chayanta o Charcas, Chichas con cabecera en Tupiza, Lípez, Porco y Tarija.

14 Cotagaita es hoy la capital de la provincia de Nor Chichas, emplazada en la ruta que va por Villazón, Tupiza, Cotagaita, Vitichi y llega al Potosí, en Bolivia. En aquellos años formaba parte del Camino del Inca.

15 Diego José de Pueyrredón, militar, nació en Buenos Aires el 26 de junio de 1769. Estudió en el Colegio de San Carlos y durante las Invasiones Inglesas fue teniente del escuadrón de Húsares bajo el mando de su hermano, Juan Martín. Pasó por Córdoba y en Salta fundó San Ramón de la Nueva Orán. En Jujuy, se casó con Juana Francisca Zegada. Fue él quien informó a la Primera Junta la adhesión del Cabildo de Jujuy, que confirmó su cargo. Envió dos partidas tras los realistas al mando de Martín Güemes a la Quebrada de Humahuaca. Se sumó al Ejército del Norte en Jujuy, luchó en Suipacha y pasó a Córdoba a la orden de Juan Martín. Luego, fue intendente de Córdoba del Tucumán. El 11 de julio de 1812, el Triunvirato lo hizo gobernador de Salta del Tucumán. No llegó a enterarse pues falleció en Córdoba. Tuvo dos hijos en el Ejército del Norte. Diego José Andrés Pueyrredón murió en la batalla de Ayohuma, en 1813. El menor, Diego Domingo Fernando, prisionero en la batalla, murió encarcelado en el Callao en julio de 1820.

16 Sir Woodbine Parish nació en 1796 en Inglaterra y fue primer cónsul de su país en Buenos Aires. Era pariente de John y William Parish Robertson y de David Parish, de la Baring Brothers. Llegó a Buenos Aires en 1824, caídas las reservas del Banco de Inglaterra, siguiendo a George Canning, ministro inglés que en 1822 creó la doctrina de la independencia americana para su comercio exterior y fue amigo de Rivadavia. Ejerció el contrabando, trata de esclavos y trajo el empréstito de la Baring Brothers. En 1825, firmó el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con Buenos Aires para comercio agrícola y minero. En 1829, Parish robó documentos de las Islas Malvinas y fue denunciado por el cónsul norteamericano. Ciudadano honorario de Buenos Aires, volvió a su país en 1832. Murió en 1882 en Inglaterra.

17 Vicente Dionisio Sierra: Historia de la Argentina. Los primeros Gobiernos Patrios (1810-1813), Buenos Aires, Garriga Argentinas, 1973.

18 Zacarías Antonio Yanzi: Apuntes históricos acerca de la vida militar del general Güemes, Buenos Aires, Ediciones Buenos Aires, 1883, p. 5 y ss. Citado por Atilio Cornejo en Historia de Güemes.

19 Parte de Guerra firmado por Juan José Castelli, que llevó a Buenos Aires el mayor de Patricios, Roque Tollo. Biblioteca de Mayo, tomo XIV, Congreso de la Nación, Edición Sesquicentenario de la Revolución de Mayo, 1960, pp. 12 957-12 958.

20 Diario La Gazeta, 3 de diciembre de 1810.

21 Eduardo Trigo O’Connor D’Arlach: Tarija en la Independencia del Virreinato del Río de la Plata, La Paz, Plural, 2011, p. 71. Larrea fue regidor y comandante de armas de Tarija, y uno de los miembros del Cabildo local que el 10 de junio de 1810 votó el reconocimiento de la Revolución de Mayo.

22 Bernardo Frías: O. cit., tomo II, p. 210, en Martín Gabriel Figueroa Güemes: La gloria de Güemes, Buenos Aires, Eudeba, 1971, p. 88.

23 La derrota hizo que Cornelio Saavedra decidiera viajar al Alto Perú para alentar a los soldados. Ese mes hubo, como lo calificó Fermín Chávez, un golpe en Buenos Aires en la elección “a dedo” de diputados al Congreso. El golpe creó el Primer Triunvirato y Bernardino Rivadavia marcó la línea probritánica del gobierno. El gobierno, entonces, constituyó la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII. Eran días de alianza de España e Inglaterra.

24 Juan José Castelli habría formado parte del ala probritánica de los hombres de la Primera Junta. Lo reveló el historiador entrerriano Oscar Tavani Pérez Colman en su libro Martínez Fonte y la fuga del General Beresford (Buenos Aires, Dunken, 2005), al reconstruir un encuentro que surge de una carta del virrey del Perú, José Fernando de Abascal, a Cornelio Saavedra. Allí se indica que Castelli expresó a Beresford, en nombre del Consulado, su adhesión al monarca inglés, y pidió ayuda para independizar al Virreinato de España. Castelli llegó al británico a través del norteamericano William Pío White, agente de su majestad, esclavista y contrabandista. Pérez Colman estima la complicidad de Castelli con la fuga de Beresford, y revela que le obsequió un juego de mesa de El Cabo, que resguardó su bisnieto, Ernesto Tibdlon. En 1939, Carlos Roberts narra en su libro Las invasiones inglesas de Río de la Plata, que el 20 de septiembre de 1807 se conoce la proclama del rey de Inglaterra, en la que declara que “la ciudad y fortaleza de Buenos Aires, con sus dependencias, forma parte de los dominios de Su Majestad”. Hacía más de un mes Buenos Aires había sido reconquistada por Liniers, por ese motivo, es posible estimar la presencia de una quinta columna en el Plata.

25 En tiempos coloniales se llamó “factoría” a establecimientos de las colonias de nivel menor que comerciaban con la metrópoli.

Güemes

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