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Capítulo 19
Оглавление5 de julio
«Sigue muy mejorada y esta mejoría la debo a Amaury y a Antoñita. Amaury se ha portado como hombre capaz de todo sacrificio por la mujer a quien ama. Verdad es que él fue el causante del mal; pero justo es reconocer que no podía hacer más por llevar a la cima la empresa de repararlo. Ha dedicado a Magdalena todo el tiempo que le ha sido posible, consagrándose a cuidarla y reanimándola con su cariño y su tierna solicitud; y estoy seguro de que ella sola ha ocupado su pensamiento en todo instante.
»Mas yo advertía una cosa; cuando Amaury y Antoñita me acompañaban cerca de Magdalena, ésta parecía inquieta; miraba alternativamente al uno y al otro como si quisiera sorprender sus miradas y sus gestos, y como casi siempre tenía su mano en la mía, sin que ella se diese cuenta, yo sentía en su pulso latir los celos.
»Si se le aproximaba uno solo de los dos, volvía el pulso a su estado normal. Mas si los dos dejaban la habitación, ¡qué horrible debía ser el sufrimiento de mi pobre hija! ¡Cómo se recrudecía su estado febril hasta que alguno de ellos volvía a acompañarnos!
»Yo no podía hacer que Amaury se alejase, porque ella necesita como el aire su presencia. Ya veremos más adelante.
»Y tampoco era dueño de alejar de aquí a Antoñita. ¿Cómo podía decirle a esa pobre criatura, casta como la pura luz del cielo:—¡Vete!, Antoñita?
»Pero ella, que todo lo adivina, entró ayer en mi despacho y me dijo:
—Tío, creo que usted dijo un día que en cuanto volviera el buen tiempo y Magdalena estuviese algo mejor, la llevaría a su quinta de Ville-d'Avray. Pues bien, Magdalena se encuentra ya mejor, y estamos ya en primavera, y si hemos de ir allá, hay que visitar primeramente la quinta, que está deshabitada desde el año pasado, y sobre todo, tenemos que preparar con especial cuidado la habitación de mi prima. Deje a mi cargo esas cosas, que yo lo arreglaré todo.
»Adivinando yo su intención, en cuanto comenzó a hablar, la miré fijamente clavando mis ojos en los suyos, que acabaron por bajar su mirada, mientras su rostro se teñía de vivo carmín. Cuando volvió a alzar la vista, arrojose llorando en mis brazos y yo la estreché contra mi pecho.
»—¡Tío! ¡tío!—exclamó con voz ahogada por los sollozos.—No tengo yo la culpa, se lo juro. Amaury no ha puesto en mí sus ojos, ni siquiera le he llamado la atención, y desde que Magdalena está enferma se ha olvidado hasta de sí mismo para pensar sólo en ella; y a despecho de todo eso está celosa, y esos celos la matan. ¡Pobre Magdalena! Usted, tío, sabe lo que ocurre tan bien como yo; es un sentimiento que se revela en sus miradas ardientes, en su voz temblorosa, en sus movimientos bruscos. Ya ve usted que debo partir; lo comprende usted muy bien y si no fuera tan bueno, ya me lo habría indicado usted mismo.
»Por toda respuesta, imprimí un beso en su frente.
»Poco después entrábamos en el dormitorio de Magdalena, a la cual encontramos inquieta y visiblemente agitada.
»No nos costó mucho trabajo adivinar la causa; Amaury se había marchado hacía media hora y mi hija creía indudablemente que estaba con Antoñita.
»Me incliné hacia ella y le dije:
»—Hija mía, puesto que estás ya mucho mejor y de aquí a quince días podremos irnos al campo, tu prima se ha ofrecido a aposentarnos, yendo antes que nosotros para prepararlo todo en la quinta.
»—¿Qué dice usted, papá?—exclamó Magdalena.—¿Que Antoñita va a Ville d'Avray?
»—Sí, Magdalena—contestó su prima.—Ahora tú ya estás mejor, como acabas de oír de labios de tu padre, y tu doncella y la señora Braun y Amaury bastarán para cuidarte. Creo que no necesita más un convaleciente. Mientras tanto yo iré allí, prepararé tu cuarto, cuidaré tus flores, arreglaré tus invernaderos; en fin, pondré todo en orden y verás como cuando tú llegues lo encuentras a medida de tus deseos.
»—¿Y cuándo partes?—preguntó Magdalena con una emoción que no pudo ocultar.
»—Dentro de breves momentos. Ya hemos dado orden de que enganchen.
»Magdalena, impulsada por el remordimiento, por la gratitud, o quizás a la vez por ambas cosas, abrió entonces sus brazos a Antoñita y las dos primas se abrazaron con efusión. Hasta me pareció oír que mi hija deslizaba al oído de Antoñita esta palabra:—¡Perdón!
»Después, Magdalena pareció reunir sus fuerzas para preguntar:
»—¿No vas a aguardar a Amaury? ¿Vas a marcharte sin despedirte de él?
»—¿Despedirme? ¿Qué necesidad hay de eso, si hemos de volver a vernos de aquí a dos o tres semanas? Hazlo tú en mi nombre, que eso le gustará más.
»Y después de pronunciar estas palabras, salió de la habitación.
»Poco después, oímos rodar el coche que la llevaba, al mismo tiempo que José entraba a anunciarnos que acababa de partir.
»En aquel momento yo, que tomaba el pulso a Magdalena, noté un cambio muy sensible cuando ella oyó la noticia.
»De noventa pulsaciones, bajó setenta y cinco; luego fortalecida de aquellas emociones que a cualquier observador superficial habrían parecido bastante menos intensas, se durmió, tal vez con el sueño más tranquilo que había podido conciliar desde la noche fatal en que Amaury la llevó desde el salón al lecho en que aun estaba acostada.
»Como yo ya suponía que Amaury volvería pronto, adopté la precaución de abrir la puerta con cuidado para que no la despertase el rumor de su llegada.
»Esta no se hizo esperar. Cuando él entró, le indiqué con una seña que se sentase en el lado hacia el cual tenía vuelta la cara mi hija, para que pudiese verle así que abriera los ojos, ¡Ay de mí! Bien sabe Dios que ya no estoy celoso. ¡Quiera El que no se cierren sus ojos, sino después de gozar de dilatada existencia, y no importa que todas sus miradas las dedique a su novio!
»Desde este momento se afirma la mejoría.
9 de junio.
»Acentúase cada vez más la mejoría… ¡Gracias, gracias, Dios mío!
10 de junio.
»Su vida está ahora en manos de Amaury. Si consiente en lo que le pido, está salvada.»