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Capítulo 22
ОглавлениеAmaury a Antonia
«Mi partida se ha fijado para dentro de seis días y la misma Magdalena ha sido quien me harogado que parta. No me había, pues, engañado el doctor al prevenírmelo así.
»Ayer por la mañana estábamos reunidos en la misma sala en que ocurrió la escena aquella del piano (que afortunadamente no dio malos resultados, pues Magdalena cada día está mejor), cuando el señor de Avrigny, después de hablar mucho rato de usted con ella en términos que no repetiré por no herir su rara modestia, anunció que el lunes regresaría usted de Ville d'Avray.
»Al oírlo se estremeció Magdalena y palideció densamente. Miré al doctor, y viendo que tenía una mano de ella entre las suyas comprendí que aquella sensación no debía haber pasado para él inadvertida.
»Al otro día debía Magdalena bajar al jardín para disfrutar allí, entre las flores, el aire y los aromas que con tanto afán apetecía en los días, anteriores. Pero vea usted, Antoñita, cuán razonable era la comparación que su tío establecía entre los enfermos y los niños: ya no parecía causarle impresión alguna la promesa que le había hecho su padre; semejante a una nube, había pasado sobre su espíritu, y ya su pensamiento se hallaba exclusivamente ocupado por un solo objetivo.
»Proponíame yo aprovechar el primer momento en que estuviese a solas con ella para preguntarle qué era lo que causaba su ensimismamiento, cuando entró José trayéndome una carta que abrí en seguida. El ministro de Negocios Extranjeros me escribía rogándome que pasase a su despacho porque tenía que hablarme.
»Apenas leí la carta se la entregué a Magdalena. Mientras ella la leía a su vez sentía yo cierta inquietud. Comprendía la correlación que podía tener aquella carta con lo que el doctor me había dicho la víspera a propósito de mi viaje, y no podía menos de temblar, mirando a Magdalena. ¡Pero cuál no sería mi asombro cuando vi que se alegraba su semblante!
»Creí que en el mensaje no había, visto otra cosa que un suceso ordinario y no quise revelarle la verdad. Me despedí, diciendo que volvería en seguida, y salí dejándola a solas con su padre.
»No me engañaban mis presentimientos. El ministro, que se mostró conmigo tan amable y complaciente como siempre, me dijo que me llamaba porque había querido manifestarme personalmente que mi comisión, por virtud de imprevistos acontecimientos políticos, se había hecho muy urgente y yo debía disponerme para el viaje; pero, defiriendo a mis compromisos contraídos con la familia de Avrigny me concedía, fiando en mi discreción, el tiempo que necesitase para preparar a mi novia y a su padre.
»Le dí las gracias por sus atenciones y le prometí responderle el mismo día fijando la fecha de mi partida.
»Volví a casa muy preocupado, no sabiendo cómo darle a Magdalena tal noticia. Cierto es que confiaba en el doctor, porque me había prometido librarme de este apuro; pero casualmente acababa de salir hacía muy poco rato y Magdalena había dado orden de que cuando yo llegara me hiciesen entrar en su habitación.
»Yo escuchaba perplejo estas explicaciones que me daba la doncella, cuando sonó la campanilla de Magdalena, que preguntaba si había yo regresado.
»No había excusa posible; así, que me dirigí en el acto a su aposento. Ella debió conocerme por el rumor de mis pasos, porque al entrar yo la vi con los ojos fijos en la puerta, revelando en su»mirada la más profunda ansiedad. Al verme llegar, me dijo:
»—Ven, ven, Amaury. ¿Has visto ya al ministro?
»—Sí—le contesté, con cierta vacilación.
»—Ya sé para qué te ha llamado: para decirte lo mismo que le dijo ayer a papá a quien vio en palacio: que debías partir en seguida.
»—¡Magdalena! ¡amada mía!—exclamé.—¡Te juro que estoy dispuesto a renunciar a esta comisión y aun a mi propia carrera, si es preciso, antes que abandonarte!
»—¿Qué dices, Amaury?—replicó Magdalena, con viveza.—¡Eso es una locura! No, no, Amaury; hay que tener juicio y pensar con sensatez. Jamás me perdonarla yo el haber interrumpido tu carrera precisamente cuando ésta empieza a infundir las más lisonjeras esperanzas.
»Yo la miré asombrado, no atreviéndome a dar crédito a mis oídos. Ella entonces me dijo, sonriendo:
»—¿Verdad que no aciertas a explicarte cómo te habla de un modo tan razonable una mujer tan excéntrica y tan caprichosa como yo? Pues ahora te diré lo que acabamos de acordar papá y yo.
»Me acerqué a ella, me senté a sus pies como siempre, y mientras acariciaba sus demacradas manos entre las mías, prosiguió:
»—Aún no estoy bastante fuerte para soportar las fatigas del viaje, pero papá asegura que dentro de quince días podré ponerme en camino sin ningún inconveniente. Así, pues, tu marcharás y yo iré tras de ti; mientras tú cumples en Nápoles tu comisión, yo iré a aguardarte a Niza, adonde llegarás casi al mismo tiempo que yo, gracias al vapor. ¡Oh! ¡Qué hermosa invención es la del vapor! ¿verdad? Para mí, Fulton ha sido el hombre más grande de las edades modernas.
»—¿Y cuándo debo partir?—le pregunté.
»—El domingo por la mañana—respondió sin titubear Magdalena.
»Me acordé, Antoñita, de que usted llegaba el lunes de Ville d'Avray y pensé en que no la vería antes de mi marcha. Iba a decirle esto a Magdalena, cuando prosiguió diciendo:
»—Partes de aquí el domingo por la mañana; tomas la posta hasta Châlons (escúchame: todo esto me lo ha explicado papá); desde Châlons sigues tu viaje por el río hasta Marsella, y de aquí, en un buque del Estado que sale el día primero de cada mes, vas a Nápoles en seis días. Te concedo el plazo de diez días para desempeñar tu comisión. En diez días puede hacerse mucho ¿no te parece? Al expirar ese plazo emprendes el viaje de vuelta, y a fines de julio llegas a Niza, en donde estaremos aguardándote desde el 15 o el 20. Sólo se trata de seis semanas de ausencia, pasadas las cuales nos reuniremos bajo aquel hermoso cielo para no volver a separarnos ya más. Niza constituirá nuestra tierra de promisión, nuestro paraíso recobrado. Después que las suaves brisas de Italia me hayan acariciado dulcemente devolviéndome la salud del cuerpo y me haya restaurado tu amor el vigor del espíritu, nos casaremos; entonces papá volverá a París y nosotros seguiremos nuestro viaje. ¿Qué te parece? ¿Verdad que es un proyectó magnífico?
»—Si, Magdalena; solamente es de sentir que comience por una separación.
»—Ya te lo he dicho antes, Amaury: esa separación la exige tu carrera y yo acato esa exigencia con la abnegación debida.
»Yo estaba cada vez más sorprendido, sin acertar a explicarme en modo alguno una serenidad y una sensatez como aquéllas en una niña tan mimada y caprichosa como Magdalena; pero ni interrogándola ni pidiéndole toda suerte de explicaciones, pude lograr esclarecer el misterio. Ella me repitió sin cesar que por propia voluntad se sacrificaba para complacer al ministro, merced al cual lograría yo ascensos en mi carrera.
»¿No le causa a usted todo esto tanta extrañeza como a mí, querida Antoñita? A causa de ello he estado pensativo todo el día. ¡Yo no hubiera osado hablar a Magdalena de ese viaje y ella se me anticipa, salvando todo obstáculo y allanando toda dificultad!
»¡Oh! ¡Qué razón tienen los que dicen que el corazón de la mujer es un arcano!
»Ayer pasamos todo el día ideando proyectos y trazando planes. Magdalena recobra poco a poco el buen humor a medida que su salud y sus fuerzas se restablecen.
»Su padre se mira en ella. Ya he visto dibujarse en sus labios algunas sonrisas que han ensanchado mi corazón henchiéndole de gozo.»