Читать книгу Kichay - Alejandro Romera Guerrero - Страница 7

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La mirada de Amanda



Ya ve, padre, no le pido que disculpe lo que he hecho, solo le pido que al menos intente entenderlo. Madre no creo que pueda aunque en el fondo una parte de ella quizá llegue a estar orgullosa de mí. No lo sé en realidad, me duele la cabeza y no puedo pensar, desearía que todo esto hubiese terminado ya.

Amanda me contó todo, padre. Se lo explico ahora para que comprenda usted el porqué de mis actos ya que antes no tuve tiempo. Ya lo sabe usted, siempre he sido muy impulsivo, debí haberle explicado todo antes. Pero al menos lo hago ahora, mejor tarde que nunca, dicen.

Quizá tenga usted frío, padre, ¿quiere que le traiga una manta?

Quiero que sepa que usted siempre ha sido mi referencia. Miro hacia atrás y en todos los buenos momentos que observo en mi vida está usted presente, apoyando su mano sobre mi hombro.

Recuerdo aquel día, siendo yo un adolescente, en que resbalé junto a la orilla y mi cuerpo cayó al Miño con violencia. Aunque ya sabía nadar, mis brazos no eran tan fuertes para resistir aquella corriente y usted no vaciló ni un segundo en lanzarse tras de mí y poner en juego su propia vida. Recuerdo su abrazo salvador cuando ya estaba convencido de que moriría ahogado en aquellas aguas.

Salimos del río y yo no paraba de darle besos, ¿recuerda? Amanda mientras nos observaba a lo lejos. Ella no sonreía y yo pensé que eran los celos. Hoy sé con certeza que no se trataba de eso. En realidad, nunca me planteé el porqué del carácter tan serio de mi hermana. Supongo que lo achaqué a algo innato, probablemente a los genes de la abuela.

No entiendo cómo no me di cuenta. Me siento tan estúpido, padre, no se lo imagina, estúpido y culpable. ¿Cómo pude no percibirlo? Fue demasiado tiempo.

Ahora que ella misma me lo ha contado esta mañana, todo encaja a la perfección. Sus llantos en mitad de la noche, sus ojeras, los suaves ruidos de puertas que se abren y se cierran. Todas esas señales, que no fui capaz de interpretar, adquieren hoy todo su significado, como una revelación que jamás hubiese querido escuchar.

La mirada de Amanda fue siempre tan triste, ¿verdad, padre?

Es curioso que dos hermanos podamos ser tan diferentes, ¿usted y madre nunca lo han hablado? Yo siempre de broma, sin dar a nada la importancia que se merece, y ella tan seria, ajena a todo, solitaria.

Y yo culpaba a los genes de la abuela, ¿no lo entiende? Nunca me senté a escucharla. Bueno, hoy sí, y quizá no debí haberlo hecho. Me contó todo y yo me quedé sin habla, ¿qué podía decirle? Me dijo que jamás se lo contó a nadie, ni siquiera a madre, aunque imagino que ella notaría su ausencia en la cama por las noches. ¿De verdad jamás intentó impedírselo? No está bien todo esto que hizo usted, padre.

No nos queda mucho tiempo, por eso le cuento esto, para intentar que me comprenda. No quiero que me perdone, ya se lo he dicho, imagino que eso es imposible.

Shhh, calle un momento, ¿no lo oye? Creo que suena el ascensor allá fuera. Sí, parece que sube. Imagino que serán ellos. La vecina les habrá llamado al escuchar sus gritos.

Espero que cuando madre regrese, todo esté ya recogido. No me gustaría que nos viese así. Ya ve, padre, menuda la hemos liado entre los dos.

Escuche un momento. Sí, son pasos allá fuera, alguien se acerca. Dios, como odio el sonido de este timbre, nunca me gustó. No se lo dije por no ofenderlo ya que sé que usted lo escogió con cariño, pero imagino que ahora todo eso da igual.

Están a punto de entrar. Supongo que, cuando no abramos, terminarán por forzar la puerta. Iré a buscar una manta para cubrirlo antes de que entren, no quiero que lo vean así.

Lo siento, padre, pero no podía hacer otra cosa. Cuando Amanda me contó su calvario, salí de su casa y vine directo hasta aquí. Fue hace menos de una hora, aunque parezca ya una eternidad. Cuando me abrió usted la puerta, su habitual sonrisa de bienvenida me hizo estremecer. Usted no podía imaginarlo, claro, pero yo ya sabía que era la última.

¿De verdad no los oye? Estos últimos años se ha ido usted quedando sordo. Nos gritan que abramos o echaran la puerta abajo. Ya ve, padre, la que hemos liado. Madre se va a quedar de un plumazo sin hijo y sin marido, no se lo merece, uno entre rejas y otro bajo tierra.

Tengo que encontrar una manta antes de que entren, no soporto verlo así, padre, humillado, bañado en su propia sangre.Escuche, están forzando la puerta, nuestro tiempo se agota. Imagino que nos separarán para siempre. ¿Cómo pudo hacer usted todo eso? ¿Es que no era su hija acaso?

Lo hice por ella, aunque quizá esto le haga aún más daño, no sé cómo podrá sentirse Amanda después de todo.

¿Se acuerda usted del paseo que dimos la semana pasada por el parque de Rosalía? Fue la última vez que lo vi hasta hoy. Recuerdo el abrazo con el que me despidió aquel día. Aún puedo notar sus brazos rodeándome, la calidez de su cuerpo junto al mío.

Aún puedo notar sus manos agarrando mis hombros, suplicando que parase, que no le clavase más veces este maldito cuchillo. Sé que he hecho lo que debía, pero me duele tanto.

Aquí tiene su manta, padre. Espero que comprenda que no tenía otra salida, y si algún día volvemos a cruzarnos, podamos abrazarnos como aquel día en el parque de Rosalía, y olvidemos el pasado, padre e hijo, como si nada de esto hubiese ocurrido nunca.

Kichay

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