Читать книгу Más que sonidos - Alejandro Vainer - Страница 9
ОглавлениеPreludios
Como Mahler acostumbraba a decir,
la parte más importante de la música no está en las notas.
Theodor Reik, Variaciones psicoanalíticas sobre un tema de Mahler
Las hipótesis que desarrolla este libro me atraviesan desde hace años. Llevó un largo tiempo poder plasmarlas. El soporte conceptual es fruto de contacto con pares, maestros, amigos, parejas y siempre músicas. No es posible escribir por fuera de la propia historia de cada uno. Se filtra por el cuerpo, se plasma y conforma el estilo propio. Más que sonidos es el modo de desarrollar ideas que tenía sin saberlo. La música es mucho más que los meros sonidos. Son cuerpos, relaciones, pasiones, encuentros, lugares, tiempos.
(1974)
Mis compañeros de primaria me contagiaron el amor a los Beatles. A los 9 años ya había comprado varios vinilos. Una tarde de sábado me dediqué a revisar los discos de mis padres. Quería saber qué escuchaban. Con una sorpresa enorme descubrí un long play de los Beatles que no conocía. En la tapa, tres barbudos y un descalzo cruzaban una calle. ¿Serían los mismos Beatles? No eran los mismos de Help. Parecían más viejos. Bajé con cuidado la púa en el primer tema. No entendía nada, pero sentía que un mundo nuevo se abrió ¿Cómo hacían para hacer un tema donde casi faltaban las guitarras eléctricas y el sonido era tan cautivante como extraño? Cada nueva canción parecía un universo distinto. En la contratapa decía Beatles y Abbey Road. Nunca pensé que mis padres podían tener algo así. En los rincones ocultos de la historia siempre hay tesoros escondidos. Sólo hay que buscarlos.
(1975)
Mi madre había estudiado piano sin tener piano propio. Cuando pudo compró uno. Un sábado -siempre pasan cosas interesantes los sábados-, lo trajeron. Subieron por la escalera un nuevo piano vertical, Karl Schulz, un nombre alemán para un piano argentino. Con mi hermano mirábamos extasiados. Quedó en el living. A la tarde cerramos todas las puertas y empezamos a jugar a cantar y tocar sin saber. ¿Sin saber? Desde entonces la música se nos convirtió en un juego. Mi hermano quería ser músico desde chico y al día de hoy inventa mundos sonoros de los cuales sigo sorprendiéndome. Cuando me preguntaron si quería estudiar piano, contesté que sí y agregué que también me serviría para escribir mejor a máquina. Sigo tocando ambos teclados.
(1976)
Intercambiar discos es un antecedente de lo que hoy es cotidiano. Uno podía grabar cassettes y esperar alguna retribución que siempre llegaba. Los buenos amigos jamás comprábamos los mismos discos. El placer del “socialismo melómano” nos lo impedía. Un solidario cooperativismo hacía que cuanto más conseguíamos, más teníamos todos. Cada uno compraba algo para la pequeña comunidad de la que formábamos parte y ampliaba los horizontes de nuestras vidas. Canjear discos implicaba entregar una posesión por algo mejor.
En unas vacaciones hablé mucho de rock con el hijo de unos amigos de mis padres. Me recomendó varios grupos que no conocía, luego en Buenos Aires quedamos en encontrarnos. Allí arreglamos intercambiar algún disco: yo le di el pretencioso doble Tales from topographic oceans de Yes a cambio de El jardín de los presentes de Invisible. Era el disco del primer recital de mi vida y el último de Invisible. Había un bandoneonista invitado a una banda de rock. No entendía mucho, pero la poesía y las armonías exudaban una belleza insólita. Recuerdo y agradezco la audacia del padre de un amigo que llevó a varios chicos de 11 años al Luna Park. Ese padre se llama Joaquín, el hijo de Enrique Pichon-Rivière. Aún me faltaban muchos años para dimensionar la iniciación que había recibido a partir del hijo del padre del psicoanálisis en la Argentina.
(1980)
A finales de los ‘70, el rock de acá se llamaba “nacional”. Para algunos, los recitales eran ceremonias de encuentros y de vida ante tanta muerte. Para entonces la oscuridad de La grasa de las capitales de Serú Girán me ayudaba a soportar mi melancolía adolescente y la sordidez de la última dictadura cívico-militar con canciones que rápidamente reflejaban la propia vida. Entonces, aparecieron los raros carteles diseñados por Renata Schussheim. Serú Girán presentaba Bicicleta. Las campañas de marketing no habían inundado todo aún, primero era el recital y luego el disco. Pocas veces salí tarareando la melodía o recordando una frase con una sola escucha. Una catarata de canciones con una escenografía con conejos, bicicletas y los cuatro vestidos con camisa blanca, pantalón y chaleco negro. Por suerte había llevado un grabador y el sábado, -siempre sábado-, me dediqué a sacar en el viejo piano un tema nuevo: Inconsciente colectivo. No lo incluyeron en el disco. Tuve que esperar dos años para poder volver a escuchar el mejor tema de esa noche.
(1981)
Expreso Imaginario fue mucho más que una revista. A quienes atravesamos la adolescencia durante la dictadura, nos dio burbujas de oxígeno mes a mes para resistir. Y también nos guío gran parte de los viajes musicales, que empezaron entonces y llegan hasta hoy. Compré muchos discos “a ciegas”, simplemente porque leía una nota apasionante. La revista era como tener un grupo de amigos mayores que te recomendaban tesoros escondidos. Mi confianza era tal que compré muchos discos sin escuchar. Aún sigo agradeciendo, porque así llegué a Jaime Roos, a Dino Saluzzi y a Egberto Gismonti. Pero los más arriesgados fueron un doble y un triple del pianista Keith Jarrett. El doble resultó ser un camino sin retorno. Al día de hoy no puedo creer que The Köln Concert haya surgido como una improvisación. Una vuelta al mundo en poco más de una hora. Al regresar todo estaba en su lugar, pero yo no era el mismo.
(1997)
La apertura de Tower Records en Buenos Aires fue el canto del cisne del CD. Una noche organizamos ir con mi hermano a mirar discos a la nueva sucursal del mejor templo de nuestra religión. Una vieja tradición compartida. Buscar en distintas bateas y mostrarle al otro los descubrimientos. El mismo juego, en otro tiempo. Elegí un par de discos de jazz, Sketches of Spain de Miles Davis y The best of Bill Evans Live. No recuerdo qué eligió él. A la medianoche tomaba un micro para asistir a un Congreso en Mar del Plata. El de Davis me gustó mucho, pero encontré con Bill Evans un nuevo mundo. Lo escuché una y otra vez toda la noche. Cambié una tarde intrascendente del Congreso por esa compañía mirando el mar. Ese fue el día que conocí a Bill Evans.
(2013)
Yellow submarine era el disco de los Beatles que menos había escuchado. El vinilo tenía un lado de temas que no eran del todo originales y un lado de la banda sonora orquestal compuesta por George Martin. Hasta que nacieron mis hijos. Nunca termino de entender cómo vieron infinitas veces una película hablada en inglés desde los 2 años -las versiones disponibles sólo contienen subtítulos-. Llevó a que pidieran una y otra vez escuchar el disco; aquí, allá y en todas partes. Finalmente se convirtió en el disco de los Beatles que más veces escuché. Cada vez que vuelvo al inicio de la antes indiferente orquesta, en cualquier situación, la emoción me inunda los ojos.
Estas pequeñas historias muestran como convergen cuerpos, relaciones, pasiones, sociedades y culturas. Cada cual tiene sus propias experiencias, donde la música siempre desborda lo sonoro.
De esto trata el libro, que ya ha comenzado.