Читать книгу Avances en psicología del deporte - Alejo García-Naveira Vaamonde - Страница 10
ОглавлениеCAPÍTULO 1
Evaluación conductual e intervención psicológica en el deporte
Milagros Ezquerro García-Noblejas
Introducción
El objeto de la evaluación psicológica es el estudio científico del comportamiento de una persona o de un grupo de personas con diferentes propósitos (Fernández-Ballesteros, 2004). Cuando el proceso de evaluación está orientado a la intervención psicológica, ambos elementos han de plantearse de forma interdependiente, tanto en el contexto deportivo como en los restantes ámbitos de aplicación en la conducta humana. Esto es, la información que proporcionan los procedimientos para evaluar las variables implicadas en el problema, debidamente integradas en el análisis funcional, permite plantear las hipótesis explicativas respecto al problema en cuestión y, de acuerdo con estas, se formulan los objetivos de la intervención. A su vez, estos objetivos condicionarán la selección y secuenciación de las técnicas y estrategias psicológicas pertinentes al caso, cuya puesta en práctica requerirá evaluaciones sucesivas que aporten información sobre el grado de eficacia del proceso, o sobre cambios imprevistos que requieran modificar el planteamiento inicial de la intervención (figura 1-1).
Desde una perspectiva metodológica, el esquema básico que debe guiar todo el proceso es el mismo que el que subyace en el método científico. Como señala Fernández-Ballesteros (2004), el proceso de evaluación conductual se lleva a cabo a través de una serie de fases, regladas y propias del método científico-positivo, lo que permite su replicación, como en toda investigación científica.
Limitar la evaluación a unas medidas previas o posteriores es un planteamiento excesivamente simplista en muchos casos, aunque pueda ser válido en alguno. Consideremos, por ejemplo, lo que supone evaluar los estados de ánimo al inicio de un programa de ejercicio aeróbico y compararlos con los datos obtenidos tres o cuatro meses después. Dado que los estados de ánimo son muy lábiles, pueden haber influido múltiples variables en los valores aportados el día 1, el día 9 o el día 97 del programa, y no necesariamente podrían atribuirse al ejercicio físico. Lo mismo cabría especular respecto al estado motivacional, que implica una considerable influencia afectiva, cognitiva, del estado del organismo, etc.
Figura 1-1 Esquema de las fases del proceso de evaluación-intervención conductual.
Adaptada de Ezquerro, 2008.
En algunos casos, la evaluación no va seguida de la intervención, como puede ocurrir en la detección de talentos deportivos o en estudios de carácter descriptivo. Sin embargo, aunque estos objetivos pueden ser relevantes, este capítulo se centra en el binomio evaluación-intervención psicológica aplicado al deporte desde la perspectiva cognitivo-conductual.
Evaluación psicológica en el deporte
En general, el propósito principal de la evaluación psicológica consiste en identificar la conducta objeto de estudio y las variables personales y ambientales implicadas en dicha conducta, asignando valores numéricos a tales variables de acuerdo con ciertos criterios previamente establecidos. Pero este no es su único cometido, ya que la evaluación precede y acompaña a todo el proceso de intervención, incluyendo en muchos casos el período de seguimiento para valorar la estabilidad de los cambios alcanzados (Ezquerro, 2002; Fernández-Ballesteros, 1996; Muñoz, 2008). Por tanto, aunque habitualmente se presentan como entidades separadas, evaluación e intervención deben plantearse interrelacionadas, máxime cuando en el ámbito deportivo la sucesión de eventos potencialmente influyentes en el funcionamiento psicológico puede alterar de forma notable el funcionamiento del proceso de cambio.
La conducta no se produce en un vacío, sino que se manifiesta en presencia de ciertas características situacionales. Por tanto, la interacción entre las características personales del deportista y las peculiaridades situacionales constituye un aspecto crucial de la evaluación, es decir, de la conducta (abierta o encubierta) y de los estímulos externos en presencia de los cuales se produce. Esta perspectiva, que se remonta a las propuestas de Skinner (1957) y coincide con los planteamientos interaccionistas en el estudio de la personalidad (Mischel, 1968), se ha ido consolidando progresivamente, y en la actualidad la interacción entre las características personales y ambientales constituye el eje nuclear de la evaluación conductual.
Por otra parte, con frecuencia en la psicología del deporte las variables de interés suelen hacer referencia a abstracciones de constructos teóricos que no son directamente observables, por lo que los datos se obtienen de la introspección del deportista, en general con carácter retrospectivo, lo que implica un posible sesgo (Duda, 1998). Puesto que los datos de autoinformes son meros indicadores de la actividad o magnitud de cierto constructo, habrán de contrastarse por otras vías (registros psicofisiológicos, observación conductual, etc.) y nunca deberán interpretarse como verdades apodícticas. Así, por ejemplo, si un deportista obtiene una puntuación elevada en sus respuestas a un cuestionario de autoeficacia, motivación, etc., no puede afirmarse que «tiene una fuerte percepción de autoeficacia» o que «está muy motivado», pues tan solo disponemos de unas pistas que sugieren tal condición. Aun suponiendo que el instrumento cuente con todas las garantías psicométricas, el deportista ha podido tener dificultades para comprender algún ítem, puede presentar un sesgo de deseabilidad social, podría haber falseado las respuestas, etc.
Además, como señalan García-Mas, Estrany y Cruz (2004), la evaluación psicológica en el deporte debería contemplar la competición como un proceso en el que la conducta de los deportistas fluye de forma continua, como resultado de los cambios situacionales y el impacto de estos sobre el funcionamiento cognitivo, emocional y conductual de los deportistas. Por tanto, la evaluación psicológica en el contexto del rendimiento deportivo no puede reducirse al mero establecimiento de relaciones entre ciertas variables psicológicas y el resultado de la competición. Por una parte, porque los procesos psicológicos a lo largo de un evento deportivo sufren variaciones a tenor de los acontecimientos; y por otra, porque, como señalan García-Mas et al. (2004), más que relacionar los aspectos psicológicos con el resultado habría que hacerlo con las conductas de afrontamiento que el deportista ejecuta continuamente durante el evento. En este sentido, Tkachuk, Leslie-Toogoog y Martin (2003) y García-Mas et al. (2004) enfatizan la importancia de evaluar este proceso mediante el análisis continuo de indicadores cognitivos, conductuales y fisiológicos de la conducta deportiva, lo que supondría un importante avance para la psicología del deporte.
En suma, la evaluación psicológica y la medición de constructos en psicología del deporte es un capítulo abierto que demanda mayor refinamiento conceptual y metodológico y una comprensión conductual del desempeño deportivo en el contexto del rendimiento.
Objetivos
Como se ha señalado anteriormente, la evaluación psicológica de un deportista, como la de cualquier persona, tiene como objetivo fundamental recabar información relevante y precisa no solo de lo que ocurre en el interior de su mente o de las manifestaciones conductuales, sino en qué circunstancias ocurre o deja de ocurrir y cómo afecta al rendimiento deportivo, el bienestar o la salud. Por tanto, la evaluación puede orientarse en la dirección de los propósitos que se pretenden alcanzar.
En este sentido, Gardner y Moore (2006) proponen cuatro áreas que, en el contexto de la evaluación psicológica en el deporte, habría que tener en cuenta (tabla 1-1).
Por otra parte (Ezquerro, 2008), se exponen dos categorías básicas que acogen las dimensiones personales y las ambientales, que incluyen recursos motrices y condiciones orgánicas (estado de salud, condición física, descanso, etc.). En la tabla 1-2 se ofrece una versión actualizada de la propuesta inicial.
Tabla 1-1 Áreas de evaluación psicológica en el contexto deportivo
Competencias instrumentales | Repertorio de habilidades motrices del deportista |
Estímulos ambientales y demandas de rendimiento | Estímulos ambientales y demandas de rendimiento: circunstancias competitivas, interpersonales, situacionales, organizacionales, datos y cambios en las conductas abiertas del deportista en esos escenarios |
Características disposicionales del deportista | Tendencias de respuesta: afectivas, cognitivas o conductuales, relativamente estables y generalmente ligadas al temperamento |
Capacidad de autorregulación del deportista | Capacidad de autorregulación conductual de procesos cognitivos, afectivos, fisiológicos y conductuales |
Adaptada de Gardner y Moore, 2006.
Tabla 1-2 Dimensiones implicadas en la evaluación psicológica en el deporte
Personales | Psicológicas | Conductas abiertas: motrices, verbales y paraverbales |
Conductas encubiertas: procesos cognitivos, afectivos y motivacionales | ||
Tendencias disposicionales: reactividad emocional, estilo de procesamiento de la información, optimismo / pesimismo. Creencias | ||
Deportivas | Recursos técnicos y tácticos, condición física, etc., tanto desde el punto de vista objetivo como desde la perspectiva subjetiva del deportista. Historia deportiva, entorno y «clima» del entrenamiento, desplazamientos | |
Orgánicas | Estado de salud, nutrición, descanso, historia de lesiones, etc. | |
Ambientales | Materiales | Clima, horarios de entrenamiento, tipo de pista, condiciones del material, situación económica, etc. |
Sociales | Relaciones interpersonales relevantes, tanto deportivas como extradeportivas, trabajo, estudios, medios de comunicación. Eventos estresantes |
Adaptada de Ezquerro, 2008.
Recursos para la evaluación psicológica
Tradicionalmente, en psicología los diferentes recursos instrumentales diseñados para medir las dimensiones psicológicas se agrupan en cuatro grandes categorías: entrevistas, autoinformes, observaciones conductuales y medidas psicofisiológicas, cuyas aportaciones se complementan entre sí (Fernández-Ballesteros y Carrobles, 1981). Recientemente, Muñoz (2008) ha propuesto cinco conjuntos en los que reunir las diferentes técnicas de evaluación (tabla 1-3).
Cada uno de estos recursos tiene ventajas e inconvenientes, pero supone disponer de un amplio abanico de instrumentos, entre los cuales habrán de seleccionarse los más pertinentes. De forma sintética, en los apartados siguientes se comentarán estas alternativas para la evaluación psicológica.
Entrevista
La entrevista es un procedimiento de evaluación interactivo que permite obtener no solo información valiosa (verbal y paraverbal), sino también contrastar o precisar cuestiones sobre datos obtenidos a través de autoinformes, observación conductual, etc. (Gimeno y Buceta, 2010). Además, la entrevista constituye el marco idóneo para establecer el vínculo de colaboración recíproca entre el deportista y el psicólogo. Esta técnica presenta variantes tanto en lo referente al grado de estructuración como a su duración, y está sometida a los objetivos que se persiguen y a las características que concurren en cada momento. Pensemos en una entrevista inicial, más o menos estructurada, en la que se dispone de una hora y de un entorno privado para celebrarla; o en una que tiene lugar tras la actuación de un esgrimidor entre un asalto y otro, por lo que necesariamente tiene que ser muy breve y producirse en el mismo pabellón donde se celebra el torneo; o en otra que se lleva a cabo en un autobús al regresar de un campeonato. Obviamente, todas estas modalidades de entrevista tienen en común la recolección de información relevante a través de la interacción personal entre el deportista y el psicólogo, pero ni las circunstancias, ni el tiempo disponible, ni el entorno ni las demandas deportivas inmediatas son las mismas.
Tabla 1-3 Principales técnicas de evaluación psicológica
Técnicas | Descripción y ejemplos |
Entrevistas | Estructuradas, semiestructuradas o sin estructura: pueden aplicarse a los deportistas, a sus entrenadores o a otras personas relevantes para el deportista. Ejemplos: entrevista inicial, entrevista de devolución de la información, entrevistas de intervención y seguimiento |
Autoinformes | Estandarizados: cuestionarios relacionados con las variables psicológicas más relevantes en el deporte, inventarios, etc. |
Personalizados: instrumentos diseñados para cada deportista y aplicación: autorregistros, técnicas subjetivas, escalas de metas, escalas analógicas (termómetros) | |
Observación | Directa: de situaciones deportivas o extradeportivas relevantes (entrenamientos, competiciones, viajes, etc.) |
Medidas psicofisiológicas | Medidas de la actividad fisiológica vinculadas con aspectos situacionales o psicológicos (actividad cardíaca, electrodermal, electromiográfica, etc.) |
Otras técnicas | Test conductuales diseñados ad hoc para observar cómo responde el deportista en determinadas situaciones. Por ejemplo, situaciones creadas ex profeso en los entrenamientos para observar las conductas de esfuerzo, la reacción ante la frustración, etc. |
Adaptada de Muñoz, 2008.
Lamentablemente, en la literatura específica de psicología del deporte existen pocas publicaciones que se hayan ocupado de este recurso crucial. No obstante, contamos con algunas propuestas interesantes, como la de Gardner y Moore (2004, 2006). Estos autores han desarrollado un protocolo de entrevista semiestructurada que permite ubicar las respuestas del deportista en una de las cuatro categorías principales en función de las necesidades o problemas detectados: a) desarrollo del rendimiento; b) disfunción del rendimiento; c) deterioro del rendimiento, y d) finalización del rendimiento, que, a su vez, acogen subcategorías más precisas (tabla 1-4).
Tabla 1-4 Guía de evaluación del MCS-SP
Adaptada de Gardner y Moore, 2004.
Estos autores han elaborado un sistema de clasificacion multinivel para la psicologia del deporte denominado «The Multi-Level Classification System for Sport Psychology» (MCS-SP) (Gardner y Moore, 2004). Su propuesta trata de cubrir la ausencia de un sistema taxonómico para la evaluación estructurada, la conceptualización y la intervención de los atletas. El MCS.SP es un modelo para la evaluación integral de las necesidades del deportista, junto a las estrategias para analizar cada caso en profundidad y facilitar la formulación sistemática del tipo y nivel del servicio profesional psicológico necesario.
Tabla 1-5 Clasificación del deportista y guía de objetivos y del enfoque de intervención a partir de los datos de la entrevista del MCS-SP
Adaptada de Gadner y Moore, 2004, 2006.
Este sistema de clasificación se basa en la exploración de los principales problemas, necesidades y circunstancias de la vida del deportista, y su evaluación sugiere el enfoque de la intervención, combinando datos ambientales, inter- e intrapersonales, conductuales e historia del impacto de las demandas de rendimiento del deportista. Dentro de la taxonomía, las categorías abarcan la mera optimización del rendimiento, el abordaje de disfunciones transitorias de rendimiento deportivo, el deterioro del rendimiento debido a la presencia de un trastorno clínico y la finalización de la carrera deportiva. Por su parte, la entrevista desarrollada en el MCS-SP va guiando la evaluación de forma que, si se detecta un problema (clínico o no) específico que afecta al rendimiento, el psicólogo profundizará en esas cuestiones con ayuda de otros instrumentos de evaluación complementarios, lo que le facilita la planificación de la intervención (Gardner y Moore, 2004, 2006) (tabla 1-5).
En España, contamos con alguna entrevista específicamente diseñada para el ámbito deportivo, como la de Jaenes y Caracuel (2006) para deportistas jóvenes, que se presenta sintéticamente en la tabla 1-6.
Por su parte, Gimeno y Buceta (2010) plantean una entrevista de devolución de la información que desempeña, además, un papel relevante desde el punto de vista de la evaluación. El psicólogo parte de los resultados obtenidos en la aplicación del Cuestionario de Características Psicológicas Relacionadas con el Rendimiento Deportivo (CPRD) y los utiliza como hilo conductor de la entrevista, lo que le permite explorar, precisar y contrastar la información proporcionada por el cuestionario mediante la interacción verbal con el deportista. Asimismo, tras esa entrevista, se propone al deportista la posibilidad de celebrar otra en la que esté presente su entrenador. En este caso, el objetivo es que el deportista comunique a su entrenador la información psicológica que considere pertinente, soslayando el conflicto de confidencialidad que recaería sobre el psicólogo. A su vez, este ayuda al deportista a exponer la información y esclarece las dudas del técnico y, adicionalmente, puede recabar información sobre las preocupaciones, creencias o reacciones del entrenador.
Tabla 1-6 Síntesis de la propuesta de entrevista para la evaluación psicológica de deportistas jóvenes
Adaptada de Jaenes y Caracuel, 2006.
Este tipo de entrevista está encaminado a obtener la información inicial y a establecer la relación adecuada entre el deportista y el psicólogo. Esta segunda función es crucial para el buen funcionamiento de la intervención. Por tanto, además de su estructura y contenidos, la entrevista tiene el cometido de establecer una relación de confianza y colaboración recíprocas entre las personas implicadas.
Las entrevistas de devolución de la información han recibido una atención mínima por parte de la psicología del deporte a pesar de la relevancia que entraña esta tarea. En este contexto, la cantidad de información que ofrece al psicólogo, las explicaciones que aporta sobre los datos obtenidos, ante quién presenta esa información y la forma en que lo hace son aspectos de gran relevancia que, en psicología del deporte, habrán de desarrollarse.
Por otra parte, las entrevistas de seguimiento constituyen un buen ejemplo de la interacción entre evaluación e intervención. En estas entrevistas, el psicólogo recoge la información necesaria para conocer la marcha del proceso de cambio, indagando sobre los progresos, estancamientos o retrocesos, lo que le permite anticiparse a posibles dificultades. Además, constituyen una magnífica oportunidad para reforzar las acciones correctas del deportista relacionadas con la intervención, su compromiso, su esfuerzo, etc. Asimismo, en el marco de estas entrevistas en ocasiones se inserta la propuesta de una nueva técnica o la retirada de otra cuya aplicación no está dando los resultados esperados. Y, finalmente, las entrevistas de seguimiento permiten constatar la estabilidad de los cambios obtenidos una vez finalizada la intervención.
Un aspecto clave en la evaluación de una intervención psicológica en el deporte es conocer si los cambios en la variable dependiente se deben a la influencia de la variable independiente, es decir, si las mejoras en el funcionamiento psicológico y en el rendimiento deportivo pueden atribuirse a las técnicas y estrategias propuestas en la intervención.
Autoinformes
La característica común a los diferentes recursos de evaluación que se acogen bajo esta categoría consiste en que la información obtenida proviene de las manifestaciones verbales o escritas del individuo que es evaluado (Fernández-Ballesteros, 1996). Para obtener esa información, el psicólogo del deporte puede recurrir, básicamente, a cuestionarios, entrevistas, autorregistros o escalas.
Cuestionarios
Las técnicas psicométricas constituyen el conjunto de recursos y procedimientos psicológicos más utilizados por los psicólogos del deporte, pero no por ello deben considerarse las más idóneas ni unos instrumentos exclusivos. Como señalan García-Mas et al. (2004), solo un 33% de los cuestionarios que se utilizan en psicología del deporte está asentado sobre una base conceptual bien definida; menos del 25% presenta datos sobre su correspondiente análisis factorial, y menos del 10% aporta evidencias de poseer un extenso aval de referencias previas a su elaboración. Más desalentadores son los datos que ofrecen Guillén y Márquez (2005): de 322 autoinformes identificados como específicos para su aplicación en psicología del deporte y actividad física, solo 12 de ellos aportan datos sobre su adaptación a la población española, lo que supone un 3,7% del total. Así pues, aunque en los últimos años parece haber mejorado este panorama, la mayor parte de los cuestionarios no cuenta con las debidas garantías teóricas ni psicométricas.
A esto hay que sumar el hecho de que las respuestas a los reactivos son susceptibles de ser falseadas, por lo que los datos obtenidos exigen un acto de fe por parte del psicólogo y dependen de la sinceridad del deportista o su competencia en comprensión escrita (García-Mas et al., 2004). Además, a los deportistas les resulta tediosa la tarea de cumplimentar cuestionarios, por lo que su potencial falta de motivación por este cometido podría agravar aún más la frágil evidencia que aportan. En la tabla 1-7 se presentan las sugerencias de Gimeno y Buceta (2010) respecto al uso de cuestionarios en la evaluación psicológica con deportistas.
Con todo, los cuestionarios pueden resultar útiles siempre que la información obtenida se considere un indicador y se constate, o se desestime, a la luz de la información obtenida por otras vías, como se ha comentado con anterioridad.
Tabla 1-7 Recomendaciones para la evaluación psicológica mediante cuestionarios
1 | Asegurar la confidencialidad de los datos |
2 | Conceder importancia secundaria a las puntuaciones globales de las distintas escalas, centrándose fundamentalmente en ítems concretos, así como en la relación entre las puntuaciones de ciertos ítems que pueden tener relación ente sí |
3 | Utilizar la información del cuestionario como punto de partida para seguir explorando a través de otros procedimientos |
4 | No llegar a conclusiones definitivas sobre el funcionamiento psicológico de los deportistas basándose exclusivamente en las puntuaciones obtenidas en los cuestionarios |
Adaptada de Gimeno y Buceta, 2010.
Técnicas de autoobservación y autorregistro
Una de las contribuciones más relevantes de la modificación de conducta a la evaluación e intervención psicológicas es el énfasis en la recogida de datos en ambientes naturales (Fernández-Ballesteros y Carrobles, 1981). En este contexto, la autoobservación y la observación sistemáticas constituyen dos herramientas cruciales para la evaluación en el ámbito deportivo, ya que la información más relevante suele corresponderse con los fenómenos que ocurren durante los entrenamientos y las competiciones.
Tabla 1-8 Síntesis de los pasos del procedimiento de autoobservación y autorregistro
Paso | Contenido | |
1 | Definir la conducta-objetivo | Formular la conducta-objetivo en términos operativos |
2 | Seleccionar el método de medición | Frecuencia, intensidad, duración |
3 | Elaborar la hoja de autorregistro | Lo más sencilla posible, fácil de transportar y estructurada en función de los objetivos. Procurar que resulte eficiente en términos coste-beneficio de tiempo y esfuerzo requeridos |
4 | Entrenar al deportista en autoobservación y autorregistro | Enfatizar al deportista sobre la importancia de la autoobservación. Evidenciar los fallos de memoria al evocar experiencias. Subrayar la necesidad de registrar los eventos lo más pronto posible a su ocurrencia. Y entrenar al deportista en cada una de las fases del proceso mediante ejercicios prácticos |
5 | Comprobar la aplicación que hace el deportista | Supervisar periódicamente los datos registrados, subsanando los errores que se hayan cometido y reforzando los logros |
6 | Representar gráficamente | A pesar de que este paso no es imprescindible, reviste gran utilidad por tres motivos: • La representación gráfica ofrece una perspectiva intuitiva y precisa de la conducta del deportista • Aporta información sobre la tendencia de conducta, como el grado de progreso alcanzado, o de las relaciones entre cierta variable y otras • Facilita un feedback fácilmente comprensible tanto para el deportista como para otras personas relevantes de su entorno |
7 | Retroalimentar al deportista | Subrayar el valor de los datos aportados, relacionándolos con el objetivo de la intervención |
8 | Interpretar los datos | Haciendo la mínima inferencia y relacionándolos con la hipótesis derivada del análisis funcional |
Adaptada de Ezquerro, 1996, y Muñoz, 2008.
La autoobservación y el autorregistro son dos procedimientos que consisten en observar y registrar ciertos aspectos de la propia conducta (Fernández-Ballesteros, 1996), y se caracterizan por propiciar la implicación activa del deportista por dos vías: le inducen a prestar atención de forma deliberada a su propia conducta y a registrarla en algún tipo de soporte (p. ej., lápiz y papel, contadores, etc.), con el formato que se haya establecido previamente en el trabajo conjunto del deportista y el psicólogo (Ezquerro, 1996; Muñoz, 2008).
Los autorregistros constituyen una modalidad de autoinforme extraordinariamente útil en el ámbito deportivo. En primer lugar, porque la flexibilidad de su formato permite adaptarlos a las características del deportista, lo cual facilita su uso. En segundo término, porque posibilitan la recolección de información precisa y relevante a lo largo de todo el proceso de intervención. Y en tercer lugar, porque su empleo puede ejercer un papel modificador, facilitando el proceso de cambio del deportista (Ezquerro, 1996).
El diseño de autorregistros muy específicos y el entrenamiento del deportista para su aplicación suele constituir un aspecto muy relevante de la intervención psicológica en este contexto (Ezquerro, 1996, 2002), ya que los instrumentos de evaluación psicológica estandarizados suelen carecer de la sensibilidad necesaria para medir los cambios y dar cuenta de aspectos peculiares en cada caso.
En este sentido, el hecho de que el deportista se convierta en su propio observador plantea algunos problemas metodológicos, especialmente de fiabilidad y validez sobre la información recogida (Merrell, 2008). No obstante, estos problemas pueden minimizarse aplicando procedimientos específicos, tal y como se refleja en la secuencia de pasos de la tabla 1-8.
A título ilustrativo, en la tabla 1-9 se ofrece un formato de autorregistro cumplimentado por una tiradora de sable. En este caso, se ha estructurado bajo el esquema básico del análisis funcional: antecedente, conducta, consecuencia. En las celdillas en blanco puede observarse que la esgrimidora ha incorporado una valoración numérica para precisar la intensidad de su ansiedad en ese momento. Estos datos no estaban reflejados inicialmente, pero al revisar el autorregistro con el psicólogo, este le insta a valorar esta variable en una escala del 0 al 10, y así aprovechar la ocasión para mejorar la calidad de su autoobservación.
Escalas
Dentro de la categoría de las escalas pueden ubicarse diversos tipos, cuyo denominador común es que requieren una valoración cuantitativa de los enunciados de la variable objeto de evaluación. Pueden presentar un único ítem o varios, utilizando una escala Likert para precisar la magnitud de la respuesta.
Así, por ejemplo, la escala de Borg (1962, 1982) está destinada a evaluar la percepción del esfuerzo, estimándolo en una escala de 6 a 20 cuyos extremos representan, respectivamente, mínimo y máximo esfuerzo. Las puntuaciones en esta escala, ampliamente utilizada en el contexto del ejercicio físico, presentan elevadas correlaciones y medidas fisiológicas, como la tasa cardíaca, los niveles de ácido láctico, el consumo de oxígeno, etc. (Morgan y Pollock, 1977).
Tabla 1-9 Ejemplo de un formato de autorregistro
Situación | Conducta (qué hago, qué siento, qué pienso) | Consecuencia |
Calentamiento antes de la poule inicial | Caliento mal porque no encuentro compañera | No me siento preparada |
Antes de empezar la poule | Sensación de estar fuera de la situación; no me afecta ni perder ni ganar | No me apetece nada |
Primer asalto | Estoy como un flan (7,5). Los nervios que tengo son de miedo, de los malos. Otras veces tengo nervios buenos. Desconozco cómo es mi rival | Sensación de cansancio y ahogo. Pierdo y, lo que es peor, no sé valorar el resultado porque desconozco si mi rival es buena o mala |
Pausa entre asaltos | Observar el asalto. Comerme el coco | Me pongo muy nerviosa (7) |
Segundo asalto | Presionada porque no puedo volver a perder | Intento concentrarme y hacerlo mejor. Pierdo contra una rival buena. Pero consigo 5 tocados. Me enfado, pero estoy animada |
Pausa | Me siento e intento relajarme. Procuro no hablar con nadie y concentrarme en estudiar a mi rival | No me centro en lo que veo porque estoy pensando en que tengo que ganar como sea |
Adaptada de Ezquerro, 1996.
En la misma línea suelen utilizarse escalas de dolor, ansiedad, dificultad percibida, miedo, etc. Algunos ejemplos de formato de este tipo de escala son las denominadas «escalas visuales analógicas» (EVA), conocidas popularmente como «termómetros», de las cuales se presentan algunos ejemplos en la figura 1-2.
De los cuatro ejemplos de la figura 1-2, los dos centrales, denominados «escalas ciegas», carecen de referencia numérica y su evaluación supone superponer una plantilla con una escala numérica y anotar el valor que se corresponda con la marca hecha por el deportista.
Un instrumento muy interesante es el desarrollado por García-Mas et al. (2004) para evaluar la actividad, el descanso y el sueño de los deportistas, el Cuestionario de Actividad, Descanso y Sueño de los Deportistas (CAS-D), en el que se combinan reactivos semánticos y analógicos de fácil comprensión y utilización por parte del deportista.
Figura 1-2 Algunos ejemplos de formato de escalas visuales analógicas.
Observación conductual
Este recurso de evaluación es crucial en el contexto deportivo y se considera imprescindible (Anguera, 2009), pues posee una serie de ventajas (tabla 1-10). La entrevista y la observación conductual son los procedimientos nucleares de la evaluación en psicología del deporte, a pesar de su baja presencia en la literatura especializada, mucho más proclive a publicar trabajos cuyos datos proceden de cuestionarios, aunque estos tengan múltiples deficiencias.
En este sentido, el sistema de observación de la conducta del entrenador, más conocido por sus siglas en inglés CBAS (Coaching Behavior Assessment System), elaborado por Smith, Smoll y Hunt (1977), es el más conocido de los registros de observación conductual en el deporte. Montero, Ezquerro y Buceta (2004) introdujeron algunas variantes e incorporaron a la propuesta original de Smith et al. (1977) algunas circunstancias antecedentes, relevantes en baloncesto, como la fase del partido o la situación del marcador en las que el entrenador emitía la conducta. Ezquerro y Buceta (2001) diseñaron un sistema de observación para registrar y analizar conductas de decisión en tenis, contemplando diversas situaciones antecedentes, la ocurrencia o no de la conducta decisional y las consecuencias de esta, en términos de éxito o fracaso. En líneas similares, Ortín, Olmedilla y Lozano (2003) utilizaron un sistema de registro que también contemplaba 14 situaciones antecedentes a la conducta-objetivo, que, en este caso, se trataba de un rechazo en fútbol, registrando el jugador que la emitía y el equipo al cual pertenecía.
En líneas generales, nuestra propuesta para elaborar un sistema de observación conductual, además de regirse por los criterios propuestos por Anguera (1999) respecto a la construcción de categorías, debería incluir los elementos que constituyen la base de la conducta: estímulos antecedentes, conducta y consecuencia. Por ejemplo, puede resultar interesante conocer cómo reaccionan los deportistas (con conductas de inhibición, superación o desorganizadas) en situaciones relevantes (p. ej., tras cometer un error, o después de haber metido un gol, en los últimos minutos de juego con marcador desfavorable, etc.) y qué consecuencias tienen dichas reacciones sobre el rendimiento.
Tabla 1-10 Ventajas de la observación conductual en la evaluación psicológica en el deporte
1 | Permite recoger información en el contexto natural en que se emite la conducta |
2 | Facilita el seguimiento temporal de la conducta proporcionando datos sobre su dinámica: frecuencia, duración e intensidad |
3 | Propicia el registro de las interacciones entre deportistas del mismo equipo y / o rival |
4 | Supone una fuente de información crucial en relación con la intervención, propiciando observar in situ si esta está produciendo los cambios esperados o no |
5 | Permite contrastar la información obtenida mediante autoinformes |
6 | No requiere que el deportista invierta tiempo ni esfuerzo adicional para su evaluación |
7 | Aporta datos que no pueden se falseados por parte del evaluado |
8 | Posibilita la obtención de indicadores objetivos de conductas encubiertas |
9 | Contribuye a la evaluación del rendimiento, aportando evidencias constatables con las que confrontar la percepción subjetiva del deportista |
Adaptada de Muñoz, 2008.
Por otra parte, la tarea de sistematizar la obtención de indicadores conductuales constituye un procedimiento de evaluación poco utilizado a pesar de su utilidad, pues permite obtener información sin necesidad de recurrir a los habituales autoinformes. Además, los entrenadores y profesores estiman la motivación de sus deportistas a través de la observación de sus conductas, aunque no utilicen un procedimiento sistemático. Algunos ejemplos de estos indicadores, que vienen siendo utilizados tradicionalmente en investigación experimental, sobre todo con animales y actualmente con niños en el contexto académico, son los de Berhenke, Miller, Brown, Seifer y Dickstein (2011), Deci, Koestner y Ryan (1999), y Lai (2011). En la tabla 1-11 se presentan los indicadores básicos de motivación y en la tabla 1-12, los correspondientes al constructor «falsa confianza» en un deportista.
Estos indicadores suelen utilizarse cuando es inviable recurrir a autoinformes, como ocurre con niños o en investigación animal. Aplicados al ámbito deportivo, permiten obtener información sobre ciertas variables encubiertas, sin demandar tiempo ni esfuerzo al deportista y sin interferir en su actividad.
Tabla 1-11 Adaptación al contexto deportivo de los indicadores conductuales de motivación utilizados tradicionalmente en psicología
Latencia | Tiempo que transcurre hasta que se inicia la actividad (tardanza en salir del vestuario, inicio del ejercicio tras la indicación del entrenador); tiempo destinado a charlar y jugar antes de involucrarse en el entrenamiento, etc. |
Frecuencia | Número de veces que se realiza cierta conducta en relación con el número de oportunidades (p. ej., conductas de esfuerzo, ejercicios de estiramiento, etc.) |
Persistencia | Perseverancia frente a las dificultades |
Elección | Frecuencia con que se opta libremente a realizar una tarea frente a otras alternativas |
Expresión | Expresiones faciales, verbales y corporales respecto a la tarea que se va a realizar o que se está llevando a cabo |
Adaptada de Ezquerro, 2013.
En la misma línea podrían elaborarse otros conjuntos de indicadores conductuales, teniendo en cuenta que la información que aportan procede de una inferencia y, por tanto, no constituyen una verdad apodíctica, sino una pista que puede orientar al psicólogo a contrastarla. Pero hay que tener presente que los datos procedentes de cuestionarios también son meros indicadores autoinformados.
Tabla 1-12 Indicadores conductuales de falsa confianza
• Múltiples manifestaciones verbales de «sólida confianza»
• Planteamientos rígidos, sin dar opción a otras alternativas
• Búsqueda de objetivos muy altos, sin analizar las dificultades
• Optimismo infundado
• Rechazo de objetivos o tareas de «menor relevancia»
• Tendencia a sobrevalorar los propios recursos ante los demás
• Referencias constantes a éxitos pasados
• Evitación de situaciones comprometidas
• Excusas para justificar el bajo rendimiento
• Negación de los propios errores y debilidades
• Negación de toda evidencia que no gusta
• Mínima tolerancia a la frustración
• Tendencias a la evitación / escape
• Búsqueda permanente de reforzamiento externo
• Resistencia a analizar los problemas
Adaptada de Buceta, 1998.
Medidas psicofisiológicas
En el contexto deportivo se recurre a indicadores fisiológicos para determinar el estado de forma del deportista o para predecir su rendimiento; la composición corporal, el V˙O2 máx, la potencia anaeróbica aláctica y láctica, la tasa cardíaca, etc. ofrecen información relevante en relación con la carga correspondiente a una determinada tarea.
Desde el punto de vista del funcionamiento psicológico, también se pueden considerar algunos indicadores de carácter fisiológico vinculados a la actividad psicológica.
En situaciones de laboratorio, el polígrafo facilita datos sobre la actividad cognitiva, por ejemplo mediante el registro y el análisis de potenciales evocados, y la actividad electroencefalográfica en general. Asimismo, la respuesta eléctrica de la piel (conductancia y resistencia), la actividad cardíaca (tasa y variabilidad) o la actividad miográfica aportan información relacionada con los estados emocionales. Y los cambios en los marcadores hormonales (catecolaminas, cociente de testosterona / cortisol) manifiestan la actividad simpático-adrenal (Suay, Sanchís y Salvador, 1997).
Integración de los datos: análisis funcional de la conducta
El análisis funcional de la conducta es un procedimiento que permite organizar las relaciones que se producen entre las variables implicadas en la conducta y su interacción con el contexto en que se manifiesta. Desde las primeras propuestas de Skinner (1957), el acento del análisis conductual se puso en el papel que desempeñaba el entorno sobre la conducta del individuo. Skinner no estaba interesado en los trastornos clínicos, sino en la prevención de estos y en la optimización del funcionamiento humano. Y en este contexto surge el análisis conductual, que continuará desarrollándose progresivamente para incorporar procesos encubiertos a las conductas directamente observables.
En definitiva, las relaciones entre las características de la persona y las de la situación en la que esta se encuentra, en tanto que claves de la conducta, constituyen el foco del análisis funcional de la conducta. A partir del establecimiento de estas interacciones, se formulan las hipótesis explicativas correspondientes a la conducta observada. Y la comprobación de dichas hipótesis constituye el hilo conductor de la intervención.
Recordemos que dichas variables pueden ser directamente observables o inferidas a partir de ciertos indicadores. Para facilitar la compresión del análisis funcional, se ha propuesto un esquema en el que todas las variables están organizadas en tres estratos (figura 1-3).
Por ejemplo, los rectángulos ubicados sobre la primera línea horizontal hacen referencia a los datos directamente observables, externos (en gris), tanto antecedentes (A) como consecuentes (C), hasta la conducta manifiesta (B); bajo la primera línea horizontal se ubican los procesos encubiertos que se han activado en respuesta a los estímulos antecedentes (D y E) y que, a su vez, influyen en la conducta manifiesta (B). El rectángulo F supone la valoración e interpretación subjetiva de las consecuencias. Finalmente, bajo la segunda línea horizontal (G) se ubicarían las variables internas de carácter más estable, como la historia de aprendizaje del deportista, los rasgos de temperamento, las creencias, los valores y la experiencia, cuya modificación es más dificultosa que la de los procesos reflejados en D, E y F.
Figura 1-3 Esquema para organizar las relaciones entre variables en un análisis funcional de la conducta.
Conviene tener presente que la forma de presentar el análisis funcional de la figura 1-3 solo obedece a criterios didácticos y, por tanto, dicho análisis puede realizarse de otras maneras. Sin embargo, puesto que el propósito del análisis funcional es formular las hipótesis explicativas sobre la conducta con objeto de determinar los objetivos de la intervención, la forma de organizar las variables que se propone es más intuitiva y facilita la tarea.
Intervención psicológica en el ámbito del deporte
El procedimiento y las técnicas de modificación de conducta están especialmente indicados para la intervención psicológica en el ámbito deportivo, ya que el objetivo es el diseño y la aplicación de recursos de intervención psicológica que permitan el control de la conducta para aumentar el bienestar y la satisfacción del deportista, potenciando así su competencia personal (Cruzado, Labrador y Muñoz, 1996). Por tanto, esta perspectiva abarca desde la optimización de los recursos personales para mejorar el funcionamiento laboral, deportivo, académico o interpersonal, hasta el tratamiento de trastornos clínicos, incluidas las tareas preventivas.
El fundamento científico de la modificación de conducta afecta tanto al proceso de evaluación-intervención como a las técnicas correspondientes, excluyendo las procedentes del «folklore psicológico», es decir, la utilización de estrategias o técnicas popularizadas por su uso pero carentes de una base científica que las avale. Por otra parte, cabe recordar (Ezquerro, 2002, 2010) que la mayor parte de las técnicas de psicología del deporte proviene de la modificación de conducta: técnicas de relajación y solución de problemas, detención del pensamiento, práctica en imaginación, autoinstrucciones, etc. Pero precisamente la flexibilidad de la modificación de conducta permite adecuar las técnicas a las características de la persona, de sus objetivos personales, laborales, deportivos, etc. y del entorno en el que ha de desenvolverse. Y, puesto que su propósito es propiciar el desarrollo personal aprovechando al máximo las oportunidades que brinda el medio en que se desenvuelve la persona, la modificación de conducta constituye el marco idóneo para ser aplicada en el deporte.
Desde un punto de vista práctico, la modificación de conducta permite abordar desde el entrenamiento en habilidades psicológicas, el tratamiento de disfunciones leves que afectan al rendimiento deportivo, hasta trastornos clínicos, incluida la acción preventiva, incorporando las técnicas más adecuadas en cada caso.
Además, el principio de intervención mínima resulta especialmente indicado en el contexto deportivo, pues permite dotar al deportista de los recursos psicológicos imprescindibles para resolver el problema que se le plantea en ese momento, sin sobrecargarlo innecesariamente y con la ventaja adicional de que podrá utilizar tales habilidades en otras situaciones. Finalmente, la modificación de conducta implica la participación activa del individuo en su propio proceso de cambio, lo que favorece la autonomía y la percepción de control del deportista.
Estas consideraciones serán fácilmente asumibles por los psicólogos del deporte con formación clínica, pero tal vez planteen alguna dificultad a quienes provienen de otras especialidades psicológicas. Pero, puesto que la psicología del deporte ha incorporado técnicas de procedencia clínica, tal y como se ha mencionado con anterioridad, habrá que contemplar también el proceso de intervención adecuado a la implementación de dichas técnicas, con la correspondiente adaptación al contexto deportivo. Obviamente, quien carezca de formación clínica habrá de abstenerse de realizar cierto tipo de intervenciones y de aplicar algunas técnicas que requieren una cualificación específica (p. ej., técnicas de modificación cognitiva, tratamiento de trastornos de conducta alimentaria, fobias, ataques de pánico y otros trastornos de ansiedad, etc.), pero siempre podrá mejorar la eficacia de su trabajo con deportistas si incorpora un esquema de actuación para sus intervenciones con un fundamento científico sólido.
Cada caso, cada deportista, puede requerir un trabajo psicológico diferente en distintos momentos de su carrera deportiva, y por ello puede resultar útil contar con una guía que oriente al psicólogo en su desempeño. En este sentido, la propuesta de Gardner y Moore (2004, 2006) puede facilitar el enfoque de la intervención en función de los datos obtenidos en la evaluación y de la ubicación de cada deportista en la taxonomía del MCS-SP (tabla 1-13).
Tabla 1-13 Clasificación del deportista y guía de objetivos y del enfoque de intervención a partir de los datos de la entrevista del MCS-SP
Adaptada de Gadner y Moore, 2004, 2006.
Características de la intervención psicológica en el deporte
Conviene tener presente en todo momento que los deportistas no pueden conformarse con un funcionamiento psicológico normal, sino que precisan alcanzar la excelencia psicológica en cuestiones muy concretas para poder rendir al máximo. En este sentido, a continuación se comentan algunas de las características específicas de la intervención psicológica con deportistas.
Necesidad constante de optimizar el funcionamiento psicológico
El hecho de que la inmensa mayoría de los deportistas esté libre de trastornos psicológicos de carácter clínico no es suficiente para rendir al máximo. De la misma forma que su salud física no basta para obtener un buen rendimiento deportivo, y es necesario poner a punto su condición física y mejorar su competencia técnica y táctica, en el plano psicológico tampoco es suficiente con que el deportista alcance un funcionamiento «normal», es decir, exento de patologías, sino que es preciso disponer de un manejo de la atención, el control emocional, etc. más eficaz que el que presentan otras personas que no pretenden rendir deportivamente al máximo, lo cual demanda un entrenamiento psicológico de habilidades básicas para optimizar el rendimiento. Además, en el ámbito deportivo el psicólogo puede tener que actuar ante una gran variedad de demandas, entre las cuales estarían las siguientes (Ezquerro, 2002; Gardner y Moore, 2006):
■ Ajustar individualmente el funcionamiento psicológico de un deportista que no presenta ningún problema para una competición determinada, previniendo las dificultades que puedan surgir y estableciendo las posibles alternativas para afrontarlas satisfactoriamente.
■ Detectar e intervenir en pequeñas alteraciones (cognitivas, emocionales, motivacionales, etc.) que en otros entornos no supondrían un problema digno de consideración, pero cuya repercusión sobre el rendimiento deportivo puede resultar crucial.
■ Diseñar intervenciones «de urgencia» para resolver o minimizar trastornos psicológicos que, con relativa frecuencia, se presentan en las proximidades de una competición y constituyen una seria amenaza tanto para el rendimiento como para el bienestar del deportista.
■ Identificar y tomar decisiones ante trastornos clínicos en función de su naturaleza, la competencia del psicólogo en dichos trastornos y las ventajas o inconvenientes de remitir, o no, al deportista a otro profesional.
La doble evaluación del trabajo psicológico: cambio psicológico y efectos sobre el rendimiento deportivo
El objetivo del psicólogo es contribuir a que el deportista logre sus metas de rendimiento gracias a las mejoras introducidas en su funcionamiento psicológico. Por tanto, gran parte de las intervenciones psicológicas en el deporte debe ser evaluada en dos dimensiones: a) ¿en qué medida ha mejorado el deportista en control atencional y emocional, en la focalización de la atención, etc.?, y b) ¿cómo ha influido este cambio sobre su rendimiento? (Ezquerro, 2002). En lo que concierne a la evaluación del efecto de la intervención, los procedimientos son similares a los que se emplean en cualquier programa de modificación de conducta, tarea para la cual el psicólogo puede utilizar una hoja de registro similar a la que se muestra en la tabla 1-14.
Aunque puede parecer obvio que un deportista emplee sus habilidades psicológicas, no es infrecuente que en ocasiones «se olvide de aplicarlas», o lo haga de forma incorrecta o incompleta. Bien porque no confía demasiado en la utilidad de cierta técnica, bien porque el psicólogo lo ha sobrecargado de tareas, o porque aún no ha logrado el dominio adecuado, algunas técnicas no cumplen la función para la que están destinadas, y es imprescindible conocer en qué punto está fallando la intervención con el fin de solucionar el problema. Como ya se ha señalado (Ezquerro, 2006, 2008), la evaluación de estos aspectos reviste una importancia crucial, tanto para el psicólogo como para el deportista. El psicólogo puede disponer así de una información relevante, con arreglo a la cual mantendrá el programa tal como estaba planteado inicialmente o introducirá los cambios oportunos. En lo que concierne al deportista, estos datos le inducen a mantenerse implicado, aunque al principio no logre los resultados deseados; además, solo estando atento a dónde y cómo se producen las dificultades podrá colaborar con el psicólogo para buscar la mejor solución.
Tabla 1-14 Propuesta de hoja de registro para que el psicólogo evalúe el progreso de la intervención en un deportista
Adaptada de Ezquerro, 2006, 2008.
Por otra parte, la evaluación de los cambios en el rendimiento deportivo no debe limitarse a una valoración global en términos de resultado deportivo (Buceta, 1991). Un sujeto puede haber mejorado notablemente su desempeño psicológico y ello no traducirse necesariamente en un éxito constante en todas las pruebas en las que compita; y al revés, puede perder una competición porque el rival es superior, porque los jueces han actuado de cierta forma o por otras causas, y, sin embargo, haber mostrado un rendimiento satisfactorio. En esta tarea, los entrenadores pueden ser de gran utilidad al colaborar con el psicólogo en el establecimiento de criterios de rendimiento adecuados, como por ejemplo: disminución del número de errores no forzados en tenis, decisiones tácticas idóneas en una regata de vela, acciones de ataque oportunas, aunque sean neutralizadas por el rival, etc.
Solo si estas conductas deportivas están relacionadas directamente con el contenido específico de la intervención pueden considerarse medidas de la variable dependiente de dicha intervención: el rendimiento deportivo. En este sentido, es preciso considerar que, durante la intervención, los deportistas suelen continuar con sus entrenamientos, y, por tanto, es de esperar que progresen en sus habilidades deportivas. En consecuencia, para poder atribuir las mejoras observadas en el rendimiento al trabajo psicológico, se precisa controlar cuidadosamente las variables implicadas en la performance deportiva. Es decir, si tras la aplicación de una determinada técnica un jugador logra más canastas que antes, habrá que analizar si la dificultad de los rivales es similar, si no ha habido otros cambios en el entrenamiento, si ha jugado más o menos minutos, etc., ya que estas y otras variables pueden haber influido (junto al cambio psicológico) en la mejora del rendimiento.
Momento, lugar y forma de la intervención psicológica en el deporte
El psicólogo deportivo es un profesional que puede ejercer sus funciones en muy diversas circunstancias. La preferencia por una u otra solo puede basarse en criterios de eficacia y respeto a la confidencialidad y confianza del deportista. Los demás argumentos (trabajar en la pista, en el campo, en una sala o despacho, dentro o fuera del entorno donde entrena el deportista...) son muy secundarios.
Elegir el momento y el lugar más conveniente constituye en sí mismo un elemento clave del trabajo psicológico y, por tanto, es una decisión que el psicólogo tiene que tomar en función de las circunstancias, tal y como muestran Gimeno (2003), en una intervención ejemplar; Eraña (2004), en un caso complicado, pero relativamente frecuente en tenis; Vallejo (2004), en una intervención psicológica, netamente orientada al rendimiento deportivo; Olmedilla, Lozano y Andreu (2001), en un novedoso e interesante trabajo para reducir el número de sanciones, etc. En este último trabajo citado, Olmedilla et al. (2001) partieron de un registro del número de sanciones recibidas por los jugadores, los motivos que suscitaron dichas sanciones y la percepción subjetiva del jugador y el entrenador del motivo de la sanción.
La intervención propiamente dicha se organizó en tres etapas: en la primera, el objetivo era facilitar la toma de conciencia del jugador de los motivos reales de las sanciones mediante reestructuración cognitiva, identificando las conductas del jugador, por tanto, controlables, que acarreaban tales sanciones; en una segunda fase se llevó a cabo un trabajo grupal en el que se realizaron diversas acciones: charlas informativas, entrenamiento de técnicas de control de la activación, detención del pensamiento, etc.; y finalmente, se pusieron en práctica los recursos aprendidos en situaciones reales de entrenamiento y competición. Otros ejemplos de intervención psicológica en el deporte pueden encontrarse en Gimeno y Ezquerro (2006), en un caso de trastorno fóbico, o en el trabajo de Gimeno, Saenz, Ariño y Aznar (2007), referente a la prevención de la violencia en el fútbol.
Cuando el psicólogo forma parte del equipo técnico, puede estar de servicio de forma casi permanente, unas veces asesorando al entrenador o a otros técnicos, y otras trabajando directamente con el deportista; o puede estar presente en algunos entrenamientos y competiciones, y desempeñar su cometido solo en estos contextos, eligiendo el momento más adecuado para ello y procurando siempre de no interferir con las funciones del entrenador. Pero también, cuando el contenido de la intervención o el propio deportista lo requiere, el psicólogo puede necesitar un espacio físico aislado que proporcione intimidad y tranquilidad al deportista para poder centrarse en el trabajo psicológico.
Ninguna de estas alternativas es preferible a las restantes per se, y en muchos casos habrá que recurrir alternativamente a cada una de ellas. En general, parece aconsejable que las intervenciones vinculadas directamente con las habilidades técnicas o tácticas tengan lugar durante los entrenamientos, siempre intentando no interferir en las tareas del entrenador.
Cuando se trata de implementar en el deportista alguna habilidad psicológica como la identificación del nivel óptimo de activación, la detección del pensamiento, el seguimiento de un itinerario atencional o el aprendizaje de alguna técnica para bajar o subir la activación fisiológica, la primera fase conviene realizarla en un lugar tranquilo y aislado de posibles interferencias, pero una vez que el deportista domina la técnica en cuestión habrá de aplicarla en situaciones reales, comenzando por los entrenamientos y continuando por competiciones de menor relevancia, hasta llegar a las de máximo nivel. Algunas cuestiones de índole más personal, como son los conflictos con otros miembros del equipo o algún técnico, los trastornos del estado de ánimo o las respuestas de estrés originadas por la necesidad de tomar decisiones importantes, requieren un entorno que garantice la confidencialidad del deportista y la ausencia de interferencias con el trabajo psicológico.
Tipos de intervención psicológica en el deporte
La intervención en psicología del deporte puede adoptar diferentes modalidades en función de los objetivos que se persigan.
Tradicionalmente se suelen proponer dos alternativas (Buceta, 1995):
■ Intervención directa: cuando el psicólogo trabaja con el deportista o los jugadores de un equipo implementando determinadas técnicas o recurriendo a algunas estrategias para producir los cambios en la dirección deseada.
■ Intervención indirecta: cuando dichos cambios se inducen a través de otras personas, especialmente del entrenador. En este caso, el psicólogo asesora o modifica la conducta del entrenador respecto al deportista en cuestión con objeto de que en su interacción se generen los beneficios deseados.
En realidad, lo que se suele denominar «intervención indirecta» se corresponde con lo que en modificación de conducta se conoce como «modificación ambiental», que consiste en introducir cambios en los estímulos antecedentes o en las consecuencias de la conducta del jugador. Y estos cambios pueden referirse al entorno físico (lugar, horario de entrenamiento, tarea, etc.) o al entorno social (conducta del entrenador, de los padres, etc.). Ejemplos: simular una situación de competición incrementando el estrés ambiental, generar un ambiente de trabajo estresante o relajante, variar la forma de dar las instrucciones, incrementar la frecuencia del reforzamiento, administrar un castigo contingente a la emisión de ciertas conductas, permitir, o no, una mayor participación en las decisiones del equipo, etc.
Algunos autores (Gardner y Moore, 2006) establecen una distinción entre intervención multicomponente y monocomponente. Como puede inferirse, en el primer caso se trata de un programa en el que se abordan diversos objetivos, con sus correspondientes técnicas (p. ej., entrenamiento en habilidades psicológicas que suele integrar, técnicas para el control de la activación y la atención, establecimiento de objetivos, autoinstrucciones, etc.). Y entre las intervenciones monocomponentes se encontrarían aquellas que se limitan a la aplicación de una única técnica (p. ej., práctica en imaginación, relajación, etc.). En la revisión de Gardner y Moore (2006) sobre la eficacia de ambos tipos de intervención, los autores concluyen que los programas multicomponentes son más eficaces que los que presentan una única técnica. No obstante, cabe plantearse algunas cuestiones.
Si un deportista solo necesita poder dormir la víspera de una competición, ¿sería correcto entrenarle en habilidades sociales, de autoconfianza, establecimiento de objetivos, motivación o concentración? o ¿sería más adecuado enseñarle solo a relajarse para poder conciliar el sueño, o al menos para descansar?
¿Todos los deportistas necesitan entrenar «todas» las habilidades psicológicas?, ¿cuál es la relación coste / beneficio de este planteamiento?, ¿podríamos estar sobrecargando a los deportistas con técnicas sin asegurarnos de que las necesitan, saben aplicarlas, las emplean en los momentos oportunos y obtienen un beneficio en su rendimiento?
El principio de «intervención mínima» exige analizar profundamente cada caso y planificar la intervención más sencilla posible, siempre que cumpla con los objetivos que se pretenden alcanzar.
Personas relevantes para el deportista que pueden colaborar con el psicólogo deportivo
Desde la perspectiva de la modificación de conducta, cualquier intervención tiene presente cómo interactúan las variables ambientales con las variables psicológicas y del organismo del sujeto, con el fin de esclarecer los elementos implicados en el problema y la forma en que influyen en este, bien como desencadenantes, bien como elementos que refuerzan y consolidan su presencia, e incluso por las dos vías simultáneamente.
La modificación de estas variables ambientales, entre las que pueden incluirse las conductas de personas relevantes, suele suponer un aspecto clave en el proceso de intervención en el ámbito deportivo.
En este sentido, el entrenador, los padres (cuando se trata de un deportista joven), los amigos, los compañeros de equipo, etc., son una pieza fundamental por su influencia (tanto beneficiosa, como perjudicial) sobre el deportista, y también porque pueden prestar una ayuda inestimable al psicólogo.
En general, todos ellos suelen tener en común el interés por contribuir en el éxito del deportista, aunque sus buenas intenciones no se vean reflejadas en las consecuencias reales. Por este motivo, una vez analizada la forma y el grado de influencia de estas personas, es aconsejable que el psicólogo defina cuál sería la conducta más apropiada para favorecer al deportista y lleve a cabo las acciones necesarias para aumentar la probabilidad de que los interesados asuman el papel que se les indica y lo ejecuten adecuadamente.
Confidencialidad y otros aspectos éticos
El psicólogo del deporte, como cualquier profesional de la psicología, ha de actuar de forma responsable y dentro de los criterios éticos que atañen a su ámbito profesional (Ojea y Calo, 2005). De forma muy breve, en este apartado se comentarán algunas cuestiones relevantes, como la confidencialidad, la aplicación de técnicas de evaluación o intervención con escaso respaldo científico o la actuación yatrogénica.
Mantener la confidencialidad de la información que el deportista facilita al psicólogo no es solo un requisito ético, sino que, además, constituye un elemento crucial para que los deportistas confíen en el psicólogo. Si estos perciben que sus manifestaciones son comentadas a otros compañeros o miembros del equipo técnico, es muy probable que su sinceridad se vea altamente reducida, e incluso que se aparten definitivamente del psicólogo. Sin embargo, el incumplimiento de este requisito resulta fácil en el entorno deportivo, sobre todo cuando la relación psicólogo-entrenador es muy fluida.
No obstante, pueden existir algunas cuestiones que convenga poner en conocimiento del entrenador, médico o padres del deportista. En estos casos, el psicólogo puede explicar al deportista la necesidad de poner en conocimiento ciertos aspectos a quien sea oportuno. Si el deportista da su consentimiento, es preferible que sea él mismo, acompañado del psicólogo, quien exponga la información a la persona seleccionada. De esta forma, el psicólogo no transgrede la confidencialidad y puede ayudar al deportista en su exposición, dejándole siempre a este el protagonismo. En última instancia, si se tratase de un problema grave (anorexia nerviosa, depresión aguda, consumo de drogas, etc.) y el deportista se negase a plantearlo a las personas que debieran conocerlo, el psicólogo deberá advertirle de que se ve en la necesidad de hablar con quien proceda, invitando al deportista a estar presente en tal reunión.
Pero dentro de los problemas éticos también hay que enfatizar sobre la existencia y aplicación de técnicas de dudosa eficacia. Así, por ejemplo, en psicología del deporte se proponen algunas y, lo que es peor, se aceptan de manera incondicional, como el uso de la «rejilla» para favorecer la concentración. Si bien es cierto que para realizar esta tarea el deportista ha de estar concentrado en ella, no se puede asumir que la atención tenga un carácter estático y que, una vez «lograda», el deportista se concentrará igualmente durante un partido en los estímulos relevantes para su rendimiento. Así pues, en ocasiones los psicólogos aplicados tenemos que actualizar nuestros conocimientos de psicología básica.
En otros casos, se selecciona una técnica de eficacia contrastada pero que no es adecuada al problema que se plantea. Por ejemplo, recurrir a una técnica de relajación muscular antes de un partido de tenis puede dejar al jugador en un estado de activación excesivamente bajo para el desempeño que tiene que realizar, mientras que esa misma técnica sería muy adecuada para que la utilizase a la hora de dormir en el caso de que padeciese problemas para conciliar el sueño.
Más graves son los casos en los que, tanto por acción incorrecta como por omisión, se incurre en yatrogenia. La yatrogenia es un término que hace referencia a una alteración generada por el diagnóstico o la intervención incorrecta, incluyendo la minimización de la gravedad del problema. Un ejemplo especialmente grave es el de los trastornos en la conducta alimentaria, en los que minimizar su relevancia o considerar que el «asesoramiento» sobre conductas alimentarias saludables es suficiente para resolver un trastorno de conducta alimentaria no solo es un importante error, sino que puede comportar un agravamiento del problema, como han mostrado, entre otros, Villena y Castillo (2000).
Consideraciones adicionales en la intervención psicológica con deportistas
Una clave de la intervención psicológica con un deportista es maximizar los beneficios con el mínimo coste. Esto requiere que el psicólogo tome múltiples decisiones relevantes para seleccionar las técnicas y estrategias más eficaces con el fin de resolver el problema, en lugar de implicar al deportista en el aprendizaje y aplicación de un nutrido repertorio de habilidades psicológicas quizás innecesarias en ese caso concreto. En este sentido, se pueden utilizar algunos criterios de decisión como los que se presentan en la figura 1-4.
Una segunda cuestión hace referencia a la eficiencia de la intervención, que en el ámbito del deporte cobra especial importancia. En líneas generales, los deportistas suelen estar dispuestos a trabajar con un psicólogo siempre que el beneficio percibido sea superior al coste. Y precisamente dentro de los costes suelen incluir el tiempo que han de destinar a las tareas psicológicas. Si estas se ubican en los momentos dedicados a su descanso personal o si tienen que abandonar otras actividades para realizarlas, el coste percibido aumenta, por lo que es muy importante que el psicólogo considere el valor de lo que tienen que dejar y se asegure de escoger el momento menos inoportuno y reduzca el trabajo psicológico al imprescindible. Esto implica la necesidad de jerarquizar las tareas que van a desarrollarse en ese período, seleccionándolas con arreglo a diferentes criterios. Con este propósito, el psicólogo puede ayudarse de algún instrumento que le facilite la toma de decisiones oportuna. En la tabla 1-15 se propone un ejemplo de hoja de registro.
Figura 1-4 Diagrama de decisión respecto a la intervención psicológica en el deporte.
Adaptada de Ezquerro, 2006.
Tabla 1-15 Ejemplo de instrumento que puede utilizar el psicólogo deportivo para tomar una decisión sobre la prioridad de los objetivos de la intervención
Objetivos de la intervención | |
Técnicas / estrategias | |
Importancia / urgencia | |
Estimación de tiempo requerido | |
¿Facilita o interfiere con otros objetivos? | |
Coste estimado (tiempo-esfuerzo) | |
Probabilidad de lograr el objetivo en el tiempo disponible |
Adaptada de Ezquerro, 2002.
Con los datos que el psicólogo anote en esta hoja puede tomar decisiones y jerarquizar la prioridad de unas técnicas sobre otras. Así, por ejemplo, abordar inicialmente la reducción de la ansiedad somática y la detención de pensamientos intrusivos, cuyo coste es relativamente bajo, puede suponer un beneficio importante para el deportista a corto plazo. Si la detección del pensamiento va acompañada de autoinstrucciones dirigidas a la tarea, focalizando la atención sobre la ejecución, es muy probable que el rendimiento mejore. En cambio, plantearse una modificación cognitiva sobre creencias rígidamente arraigadas requiere un tiempo de intervención considerablemente mayor, por lo que sus beneficios sobre el rendimiento se verán postergados, pudiendo ocasionar el desánimo del deportista y la pérdida de confianza en las técnicas psicológicas. Además, la modificación de creencias y la modificación cognitiva en general requieren una cualificación específica del psicólogo, y no todos los psicólogos del deporte cuentan con la formación adecuada en este ámbito.
Finalmente, conviene señalar que, en numerosas situaciones, entrenadores y deportistas plantean al psicólogo problemas que surgen precisamente en momentos próximos a una competición importante. Así pues, el psicólogo se ve conminado a actuar como un servicio de urgencias, a pesar de ser consciente de que la probabilidad de éxito es reducida. En estos casos, tras llevar a cabo un imprescindible ajuste de expectativas, siempre puede utilizar alguna estrategia o técnica para minimizar el impacto de alguno de los componentes del problema y aumentar la percepción de control del deportista, tal como plantea Ezquerro (2002) en el desarrollo de un estudio de caso. Así, por ejemplo, con una gimnasta que se marea en los entrenamientos y que en los 17 días siguientes a la entrevista con el psicólogo tiene que afrontar un campeonato autonómico, las pruebas de selectividad y el campeonato nacional, sería fundamental no sobrecargarla con «sesiones para entrenar técnicas tradicionales en psicología del deporte»; en cambio, sería útil aprovechar algunas habilidades psicológicas que tenga la deportista y adaptarlas al problema actual en la medida de lo posible, e implementar solo una o dos técnicas directamente orientadas al problema principal, esto es, los mareos. En este caso en concreto, se aplicó la técnica de tensión aplicada de Öst (Öst, Sterner y Fellenius, 1989) para contrarrestar el síndrome vasovagal y la reasignación de dos habilidades psicológicas de la gimnasta (relajación y práctica en imaginación) a dos momentos concretos: la relajación para facilitar el sueño por la noche y la práctica en imaginación para «suplir» la reducción de horas de entrenamiento, que la gimnasta aplicaba durante los traslados en autobús desde su casa al pabellón deportivo. Paralelamente, se procedió a una modificación ambiental con el objetivo de disminuir (dentro de lo posible) la sobrecarga de estudios, entrenamientos y tareas domésticas.
Conviene subrayar lo importante que resulta: a) favorecer que el deportista tenga una percepción de disponer de recursos para afrontar su problema (en el ejemplo anterior, saber utilizar la práctica en imaginación y la relajación), pues ello propicia que el propio deportista sea consciente de que no está indefenso frente al problema; b) implementar una o dos técnicas, realmente relevantes, de efecto rápido y focalizadas en el problema principal (p. ej., la reducción de los mareos), y c) proceder a la modificación ambiental de las variables implicadas en la respuesta del estrés.
Consideraciones finales
Muchas personas no psicólogas pueden saber aplicar ciertas técnicas psicológicas, bien porque han asistido a un curso, bien porque las han estudiado en algún manual. Cualquiera puede aprender, mejor o peor, un conjunto de métodos para favorecer el desempeño de los deportistas: establecer metas, modificar autoinstrucciones, recurrir al ensayo en imaginación, etc.; cualquiera puede «perseguir a los deportistas» y pasarles un cuestionario para obtener «perfiles» de estado de ánimo, de personalidad o de ansiedad somática o cognitiva; y cualquiera puede dar consejos, más o menos acertados, basándose en el sentido común o en su propia experiencia. Pero realizar una evaluación correcta, hacer un análisis funcional de la conducta y diseñar una intervención solo puede hacerlo un psicólogo. Un psicólogo sabe discriminar entre un déficit de motivación, un estado depresivo o una depresión clínica; un psicólogo puede determinar si un problema de déficit de atención está generado, fundamentalmente, por ansiedad, fatiga, hambre, indefinición de objetivos atencionales, pensamientos intrusivos, interferencias estimulares, etc.; y un psicólogo sabe seleccionar y secuenciar las técnicas de intervención más adecuadas en cada caso. Y es muy consciente de que un trastorno de conducta alimentaria en un deportista no se resuelve conversando o con un conjunto de buenos consejos, aunque estos se encubran bajo el término de asesoramiento psicológico o coaching.
REFERENCIAS
■ Anguera, M. T. (1999). Observación en deporte y conducta cinético-motriz: Aplicaciones. Barcelona: Edicions de la Universitat de Barcelona.
■ Anguera M.T. (2009). Methodological observation in sport: current situation and challenges for the next future. Motricidade, 5 (3), 15-25.
■ Berhenke, A., Miller, A., Brown, E., Seifer, R. y Dickstein, S. (2011). Motivation-related school readiness constructs: student-teacher relationships, learning behaviors and academic competence. Early Childhood Research Quarterly, 26(4), 430-441.
■ Borg, G. (1962). Physical performance and Perceived Exertion. Lund, Suecia: Gleerup.
■ Borg, G. (1982). Psychophysiological bases of perceived exertion. Medicine and Science in Sports and Exercise, 14(5), 337-381.
■ Buceta, J. M. (1991). Intervención conductual en el deporte de competición. En G. Buela-Casal, V. E. Caballo y J. C. Sierra (Comps.), Manual de psicología clínica aplicada (pp. 134-142). Madrid: Siglo XXI.
■ Buceta, J. M. (1995). Intervención psicológica en deportes de equipo. Revista de Psicología General y Aplicada, 48(1), 95-110.
■ Buceta, J. M. (1998). Psicología del entrenamiento deportivo. Madrid: Dykinson.
■ Cruzado, J. A., Labrador, F. J. y Muñoz, M. (1996). Manual de técnicas de modificación y terapia de conducta. Madrid: Ediciones Pirámide.
■ Deci, E. L., Koestner, R. y Ryan, R. M. (1999). A meta-analitic review of experiments examining the effects of extrinsic rewards on intrinsic motivation. Psychological Bulletin, 125(6), 627-668.
■ Duda, J. L. (1998). Advances in Sport and Exercise Psychology Measurement. Morgantown, WV: Fitness Information Technology.
■ Eraña, I. (2004). Entrenamiento psicológico con jóvenes tenistas. Revista de Psicología del Deporte, 13(2), 263-271.
■ Ezquerro, M. (1996). Técnicas de autoobservación y autorregistro. Aplicaciones en el deporte. Evaluación Psicológica en el Deporte. Madrid: UNED. Apuntes del máster de Psicología de la Actividad Física y del Deporte.
■ Ezquerro, M. (2002). Psicología clínica del deporte. En J. Dosil (Ed.), El psicólogo del deporte: Asesoramiento e intervención (pp. 69-100). Madrid: Editorial Síntesis.
■ Ezquerro, M. (2006). Trastornos psicológicos en deportistas. En E. Garcés de los Fayos, A. Olmedilla y P. Zafra (Eds.), Psicología y deporte (pp. 461-481). Murcia: Diego Martin.
■ Ezquerro, M. (2008). Intervención psicológica en el deporte: revisión crítica y nuevas perspectivas. V Congreso de la Asociación Española de Ciencias del Deporte. León.
■ Ezquerro, M. (2010). Psicología clínica del deporte. En J. M. Buceta y E. Larumbe (Eds.), Experiencias en psicología del deporte (pp. 164-172). Madrid: Dykinson.
■ Ezquerro, M. (2013). Trastornos de ansiedad en deportistas. En F. Arbinaga y E. Canton (Eds.), Psicología del Deporte y Salud: una relación compleja (pp. 245-284). Madrid: EOS. ISABN 978-84-9727-506-4.
■ Ezquerro, M. y Buceta, J. M. (2001). Estilo de procesamiento de la información y toma de decisiones en competiciones deportivas: las dimensiones rapidez y exactitud cognitivas. Análise Psicológica, 1, 37-50.
■ Fernández-Ballesteros, R. (1996). Evaluación conductual hoy. Madrid: Ediciones Pirámide.
■ Fernández Ballesteros, R. (Dir.) (2004). Evaluación Psicológica. Conceptos, métodos y estudios de caso. Madrid: Pirámide.
■ Fernández-Ballesteros, R. y Carrobles, J. A. (1981). Evaluación conductual. Madrid: Ediciones Pirámide.
■ García-Mas, A. (2004). Aplicación de la actigrafía en el estudio de la actividad física. Archivos de Medicina del Deporte, 21, 11-14.
■ García-Mas, A., Estrany, B. y Cruz, J. (2004). Cómo recoger la información en psicología de la actividad física y el deporte: tres ejemplos y algunas consideraciones. Cuadernos de Psicología del Deporte, 4(1-2), 129-151.
■ Gardner, F. y Moore, Z. (2004). The Multi-Level Classification System for Sport Psychology (MCS-SP). The Sport Psychologist, 18, 89-109.
■ Gardner, F. y Moore, Z. (2006). Clinical Sport Psychology. Champaign, IL: Human Kinetics.
■ Gimeno, F. (2003). Evaluación y tratamiento interdisciplinar de trastornos fóbicos en el contexto de la actividad física y el deporte: presentación de un caso de fobia al estrés físico. Apunts, 74, 4, 6-12.
■ Gimeno, F. y Buceta, J. M. (2010). Evaluación psicológica en el deporte. El cuestionario CPRD. Madrid: Dykinson.
■ Gimeno, F. y Ezquerro, M. (2006). Intervención psicológica en un caso de evitación interoceptiva en el deporte. Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, 11(2), 99-106.
■ Gimeno, F., Saenz, A., Ariño, J. V. y Aznar, M. (2007). Deportividad y violencia en el fútbol de base: un programa de evaluación y prevención en partidos de riesgo. Revista de Psicología del Deporte, 16(1),103-119.
■ Guillén, F. y Márquez, S. (2005). Directorio de psicología de la actividad física y del Deporte. Sevilla: Editorial Wanceulen.
■ Jaenes, J. C. y Caracuel, J. C. (2006). Propuesta de evaluación e intervención en jóvenes deportistas individuales. Revista Iberoamericana de Psicología del Ejercicio y el Deporte, 1(1), 127-134.
■ Lai, E. R. (2011). Motivation: a literature review. Consultado el 20 de junio de 2014. Disponible en http://images.pearsonassessments.com/images/tmrs/motivation_review_final.pdf
■ Merrell, K. W. (2008). Behavioral social, and emotional assessment of children and adolescents (3ª ed.). Mahawah: Erlbaum.
■ Mischel, W. (1968). Personality and Assessment. Nueva York: John Wiley & Sons.
■ Montero, A., Ezquerro, M. y Buceta, J. M. (2004). Evaluación de las conductas del entrenador de baloncesto infantil. (Tesis doctoral). Departamento de Educación Física y Deportiva, Universidad de A Coruña.
■ Morgan, W. P. y Pollock, M. C. (1977). Psychological characterization of the elite distance runner. Annals of the New York Academy of Sciences, 301, 382-403.
■ Muñoz, M. (2008). Proceso de evaluación psicológico congnitivo-conductual: una guía de actuación. En F. J. Labador (Ed.), Técnicas de modificación de conducta (pp. 69-102). Madrid: Ediciones Pirámide.
■ Nieto, G. y Olmedilla, A. (2001). Planificación y entrenamiento psicológico en atletas de élite. Un caso de marcha atlética. Revista de Psicología del Deporte, 10(1), 127-142.
■ Olmedilla, A., Lozano F. J. y Andreu, M. D, (2001). Intervención psicológica para la eliminación o disminución de sanciones. Revista de Psicología del Deporte, 10(2), 157-177.
■ Ojea, G. y Calo, G. (2005). Práctica profesional del psicólogo del deporte. Apuntes para una reflexión ético-deontológica. Revista de Psicología del Deporte, 14(1), 143-150.
■ Ortín, F. J., Olmedilla, A. y Lozano, F. J. (2003). La utilización de registros para la mejora del comportamiento táctico en deportes de equipo. Revista de Psicología del Deporte, 12(1), 95-105.
■ Öst, L. G., Sterner, U. y Fellenius, J. (1989). Applied tension, applied relaxation, and the combination in the treatment of blood phobia. Behaviour Research and Therapy, 27, 109-121.
■ Skinner, B. F. (1957). Verbal Behavior. México: Trillas.
■ Smith, R., Smoll, F. y Hunt, E. (1977). A system for the behavioral assessment of athletic coaches. Research Quarterly, 48, 401-407.
■ Suay, F., Sanchís, C. y Salvador, A. (1997). Marcadores hormonales del síndrome de sobreentrenamiento. Revista de Psicología del Deporte, 11, 21-39.
■ Tkachuk, G., Leslie-Toogoog, A. y Martin, G. L. (2003). Behavioral assessment in sport psychology. Sport Psychologist, 17(1), 104-117.
■ Vallejo, M. (2004). Intervención psicológica en saltos de trampolín. Revista de Psicología del Deporte, 13(1), 95-115.
■ Villena, J. y Castillo, M. (2000). ¿Es posible la prevención primaria de los trastornos de conducta alimentaria en el medio escolar? En M. Lameiras y J. M. Frailde (Eds.), La psicología clínica y de la salud en el siglo xxi. Posibilidades y retos (pp. 169-190). Madrid: Dykinson.