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ОглавлениеCAPÍTULO 3
Aplicaciones de musicoterapia en psicología del deporte
Miriam Lucas Arranz
Introducción
Si bien es innegable el poder que la música ha tenido, y tiene, en todas las culturas, épocas y situaciones, el hecho de afirmar que la música es universal puede resultar exagerado en un primer momento (Shehan, 1997). Se desconoce el origen de la música, pues la voz o la percusión rítmica no dejan huella en los registros arqueológicos, por lo que es complejo afirmar con certeza si ya en la prehistoria se producían sonidos musicales. No obstante, en las culturas clásicas la presencia de la música es indiscutible.
Así pues, si se analiza cuidadosamente cada cultura y momento histórico, la presencia e influencia musical en la sociedad es muy clara.
Hoy en día, la música forma parte de nuestras vidas, y muchas veces está asociada a emociones, situaciones o personas, de manera consciente o inconsciente. Tanto la música que acompaña la publicidad como las canciones que suenan incansablemente en nuestra radio terminan por generar algún efecto, físico o emocional, en nosotros. ¿Quién no ha sentido cómo una evocadora canción genera sentimientos de nostalgia? o ¿cómo una música alegre y positiva infunde repentinamente una sensación de bienestar?, lo cual pone de manifiesto la capacidad de la música para movilizar emociones en nuestro interior y provocar variaciones motivacionales o en el estado de ánimo.
La música, como forma de arte, permite comunicar emociones, ideas y pensamientos, impregnándose de cada cultura y reflejando desde cambios sociales hasta experiencias interpersonales. En consecuencia, algunas músicas denuncian situaciones sociales (canciones sobre desigualdad económica y de poder en un país, sobre violencia de género, sobre eventos deportivos, como un mundial de fútbol...) y otras describen sentimientos personales del autor (amor y desamor, amistad, desengaños, alegrías...).
En cuanto a la música relacionada con la psicología del deporte, se pueden diferenciar varias áreas de estudio, desde la influencia a nivel fisiológico en el rendimiento deportivo, hasta la importancia motivacional de la música para el deporte. Además, a nivel cultural, música y deporte se relacionan en varios puntos de la identidad y formación sociocultural (Tekman y Hortaçsu, 2002).
Desde la antigua Grecia hasta la actualidad, la relación entre música y deporte ha ido en aumento, sobre todo a partir del siglo xviii (McLeod, 2011). Así pues, se puede observar el carácter de la música en distintos ámbitos deportivos, desde vídeos de aeróbic hasta momentos competitivos deportivos en películas como Rocky, que subraya el poder que esta tiene.
En consecuencia, si se posee un instrumento tan poderoso que abarca cualquier cultura o civilización, parece inevitable plantearse su uso para optimizar resultados y logros personales en cualquier área.
En este capítulo se pretende poner de manifiesto el efecto de la música sobre distintos aspectos del rendimiento deportivo, analizando su utilidad para una intervención con musicoterapia, así como sugerir nuevas posibilidades de trabajo en este ámbito.
Música y movimiento
Música y movimiento mantienen una estrecha relación que se manifiesta de diferentes formas, siendo la danza la expresión más clara de la combinación de ambos aspectos.
La respuesta rítmica hace referencia a una predisposición humana innata al movimiento sincronizado con ritmos musicales, que empezó a estudiarse en el siglo xx (Macdougall, 1903) y sobre la que se ha encontrado una explicación científicamente aceptable.
En consecuencia, de existir factores internos que generen una respuesta a estímulos musicales, aprovechar su potencial para aumentar el rendimiento deportivo sería no menos que interesante.
Así pues, Schneider, Askew, Abel y Strüder (2010) investigaron sobre ello y reportaron coincidencias entre la frecuencia de movimiento durante el ejercicio y el tiempo de la música que se reflejaron en el encefalograma realizado. Para investigar sobre la relación, ya puesta de manifiesto en otros estudios, entre el tiempo musical, el rendimiento deportivo y el estado anímico, estos autores diseñaron un experimento en el que pedían a 18 corredores habituales, con buen estado de salud, que corrieran tres carreras usando música con diferentes intensidades. Se midió la actividad electrocortical antes y después del ejercicio, con un rango de frecuencia delta (2-4 Hz), además de analizar el espectro de frecuencias de las piezas musicales. Durante la aceleración en la carrera se obtuvo una oscilación de 2,7 a 2,8 Hz. Patrones de oscilación similares se lograron en las piezas musicales, por lo que se puede establecer una correlación entre ambos puntos.
Algunos investigadores también se han preguntado acerca del uso de la música, cuyo ritmo es sincrónico con los movimientos, en el ejercicio como reductor del coste metabólico de la actividad (Roerdink, 2008) al promover mayor eficiencia neuromuscular o metabólica.
Large (2000) va más allá y afirma que existen una serie de patrones internos que emergen al escuchar el ritmo musical, lo que facilita dicha sincronización. Snyder y Krumhansl (2001) corroboran esta sincronización mental del ritmo. Además, mediante un experimento en que se medían algunas variables fisiológicas y se exponía a los participantes a una música cambiante a nivel de intensidad y ritmo, se observó que muchas respuestas autonómicas del organismo están sincronizadas con la música. Cuando la música iba in crescendo, es decir, crecía en intensidad, y el ritmo también, se registraron mayores tasas de frecuencia respiratoria, vasoconstricción de la piel y presión sanguínea (Bernardi et al., 2009).
Así pues, partiendo de la base de que a nivel fisiológico ya contamos con un patrón cinético, es decir, con una respuesta innata que genera automáticamente una sincronización entre la música y algunas respuestas fisiológicas, se puede afirmar que el uso de música rítmicamente estable que permita esta sincronización requiere menor energía en la respuesta. Esto es atribuible no solo a la sincronización ya mencionada, sino a la predictibilidad de los movimientos posteriores, pues, al ser la música rítmicamente homogénea, repetitiva, se genera una expectativa precisa del movimiento que vendrá después, reduciendo la energía que se necesita movilizar para la respuesta (Smoll y Schultz, 1982).
En consecuencia, la música sincronizada mejora la actuación en aspectos motores, por lo que se recomienda su uso en deportes que requieren movimientos repetitivos, como correr, pedalear o esquiar (Simpson y Karageorghis, 2006; Terry, Karageorghis, Mecozzi Saha y D’Auria, 2012). Por ejemplo, un estudio ha demostrado que, al sincronizar la música con ejercicios repetitivos, los deportistas usan un 7% menos de oxígeno para desarrollar la misma actividad que otros deportistas que no están expuestos a dicha música (Bacon, Myers y Karageorghis, 2012).
Otras investigaciones también han probado que la música rítmica y el pulso de percusión favorecen la coordinación y el control propioceptivo (Rudenberg, 1982; Staum, 1983).
Por lo tanto, existe una clara preferencia, atendiendo solo al patrón fisiológico existente de base, por las estructuras temporales (los patrones musicales se estructuran en el tiempo de forma predecible) y la música sincronizada al movimiento (Jones y Pfordresher, 1997; Van Noorden y Moelants, 1999). Un estudio ha demostrado más efectos positivos al escuchar música sincronizada respecto a la música asincronizada (tipo de música que no permite desarrollar los movimientos al tiempo de la misma porque no tiene un patrón rítmico constante que pueda compaginarse con el ejercicio en cuestión, o porque el ejercicio consta de movimientos repetitivos que pueden realizarse de manera rítmica) y ausencia de música (Hayakawa, Miki, Takada y Tanaka, 2000).
A nivel neurológico existe un punto de encuentro entre el área musical y el movimiento rítmico que se denomina «área motora suplementaria», el cual juega un papel fundamental tanto en la percepción del ritmo musical como en las órdenes motoras rítmicas (Zatorre, Halpern, Perry, Meyer y Evans, 1996).
Por consiguiente, si música y movimiento mantienen una relación incluso desde un punto de vista fisiológico, cabe esperar que en el desarrollo motor de los niños la música juegue un papel importante. Beisman (1967) realizó un estudio con 600 niños y halló que el aprendizaje de habilidades motoras básicas mejoraba al introducir música en las clases.
Un trabajo similar corrobora estos resultados con menores de 4 a 6 años, que aprenden mejor las habilidades motoras al introducir música (Zachopoulou, Tsapakidou y Derri, 2004). Desde un punto de vista estético, también se han hallado mejores resultados al introducir música en deportes que requieren movimientos estilísticos (Chen, 1985; Spilthoorn, 1986).
Música y emoción
Música y emoción mantienen una estrecha relación, hasta el punto de que se emplea el término emoción musical (Krumhansl, 2002), aunque existe un debate al buscar posibles explicaciones al hecho de que a través de la música se puedan generar emociones.
La funcionalidad de las emociones es de adaptación biológica. Por ejemplo, el miedo es una reacción ante el peligro y prepara el cuerpo para atacar o huir; el enfado, por su parte, es una reacción defensiva ante algo que se considera amenazante. Así pues, cada emoción cumple una función para la supervivencia y para mejorar la adaptación al medio ambiente. Sin embargo, en un principio la música no cumple esa función de adaptación.
Existen algunas teorías relevantes al respecto que tratan de explicar este fenómeno, como por ejemplo la de Sloboda (1991), que analiza la relación entre algunas partes estructurales de la música y las reacciones corporales, y encuentra que estas son determinantes en la reacción fisiológica, es decir, que las estructuras musicales empleadas son las que suscitan esos efectos corporales. Por su lado, Juslin y Laukka (2004) sugieren que escuchar música conecta directamente con una emoción, pues las personas eligen la música según el contexto vital y la necesidad emocional. Y Sloboda y O’Neill (2001) analizan 44 eventos en los que aparece la música y encuentran que solo en dos de ellos la escucha era la actividad fundamental, lo que pone de manifiesto la importancia de separar los materiales musicales de las experiencias subjetivas asociadas con el fin de poder analizar el rol emocional de la música.
En realidad, estudiar los motivos de la emoción a través de la música es algo muy complejo. Otra teoría al respecto la introdujo Meyer (1956), quien afirmó que el hecho de que se generen expectativas respecto al desarrollo musical futuro, permitiendo anticipar o esperar ciertos sonidos, genera unas reacciones emocionales posteriores, dependiendo de si se cumplen dichas expectativas o no. Así, se puede generar tensión mediante la música, o por el contrario, tranquilidad.
También Pfordresher (2003) destaca la importancia de la predictibilidad de la música, el hecho de ser predecible, dado que esta se estructura en escalas temporales, es decir, sigue unos patrones ordenados en el tiempo.
Asimismo, se intentan explicar las preferencias musicales desde otros enfoques. Por ejemplo, Berlyne (1971) afirma que cada música genera un estado de activación y que la música preferida es equivalente al estado de activación preferido en ese momento. Esta hipótesis se refuerza con un estudio de Fischer (1981), que comprobó que las personas bajo efectos de drogas estimulantes eligen música que genera un estado de mayor activación.
En cualquier caso, aunque hablar de emoción musical plantee serias dificultades conceptuales, es innegable la estrecha relación existente entre música y emoción, lo cual abre un amplio campo de estudio que engloba diferentes disciplinas.
Música y psicología del deporte: revisión bibliográfica
La música en el ámbito deportivo desde un punto de vista psicofisiológico
El impacto y el poder que la música tiene en las personas ha atraído la atención de numerosos investigadores, que han centrado sus esfuerzos en determinar qué efecto tiene la escucha musical a nivel neurológico o fisiológico y en el sistema nervioso (Ellis y Thayer, 2010).
Así, se ha comprobado la influencia de la música atendiendo únicamente a la actividad cerebral que esta provoca, y se han encontrado cambios en la actividad electroencefalográfica, el riego cerebral y la tomografía de emisión de positrones (Nakamura, Sadato, Oohashi, Nishina, Fuwamoto y Yonekura, 1999).
Una de las variables que más interés ha suscitado, y que es relevante en el ámbito psicológico deportivo, ha sido el nivel de activación del organismo, es decir, el arousal.
La capacidad de la música para generar estados de relajación ha sido muy estudiada y es tradicionalmente conocida por casi todo el mundo. Hepler y Kapke (1996), entre muchos otros, encontraron, acorde a esta hipótesis, que la música denominada «relajante», es decir, en la que el ritmo es más lento y la intensidad del volumen moderada, reduce el arousal. La música ha demostrado ser útil para reducir la ansiedad, el estrés y las concentraciones de betaendorfinas en pacientes de la unidad de trastornos coronarios pertenecientes a un grupo de entrenamiento cardiovascular (Vollert, Störk, Rose y Möckel, 2003).
A la vista de estos resultados, en el ámbito de la psicología deportiva se planteó usar la música en situaciones en las que convenía reducir la ansiedad, como puede ser el estrés precompetición. Al introducir la estimulación musical con música relajante, John, Verma y Khanna (2010) observaron que se reducían los niveles de adrenalina pituitaria hipotalámica. Otras intervenciones dirigidas a disminuir dicho estrés también han obtenido buenos resultados. En un estudio en deportes de tiro con 165 tiradores, se recogieron datos de puntuaciones antes y después de la aplicación de un programa de intervención de cuatro semanas. Se compararon tres grupos: uno en el que se aplicaba un programa de musicoterapia basado en la escucha de música relajante, otro en que se aplicaba una terapia de conciencia plena y un grupo control. Las mejores puntuaciones se registraron tras la aplicación del programa de musicoterapia (Kachanathu, Verma y Khanna, 2012).
Knight y Rickard (2001) también corroboran esta hipótesis, pues hallaron que la música relajante antes del ejercicio reduce la ansiedad subjetiva y previene el estrés, además de generar ciertos cambios a nivel fisiológico.
Así pues, si a través de la música resulta posible generar cambios en el nivel de activación y provocar un estado de relajación, cabe la posibilidad de que también se pueda inducir o regular el organismo hacia el lado contrario y conseguir un estado de activación óptimo. Diversos investigadores en el ámbito de la psicología del deporte se han interesado por este punto.
Puesto que el propósito es acondicionar el cuerpo para el ejercicio, lo ideal sería exponer a los deportistas a estímulos musicales antes del entrenamiento. Y para ello se han diseñado diferentes estudios, como por ejemplo el de Yamamoto et al. (2003), en el que se seleccionaron músicas lentas y rápidas y se hallaron diferentes concentraciones de lactato, amoníaco y catecolaminas en sangre en función del ritmo, lo que indica una mayor o menor activación del organismo según la música.
El tempo, es decir, la velocidad de la música utilizada, sería un condicionante resaltado que determinaría el efecto. La velocidad de la música influye en la velocidad con que se realiza la tarea, como pone de manifiesto el estudio de Kampfe, Sedlmeier y Renkewitz (2011), que analiza para qué tareas resulta útil el acompañamiento musical y para cuáles no. Este análisis concluye que la música actúa como distracción en procesos como la lectura y muestra un pequeño efecto de disminución en procesos mnémicos, pero mejora el rendimiento deportivo por la correlación entre música y movimiento.
Por otro lado, hay trabajos que subrayan que existen más altos niveles de cortisol (hormona que facilita la liberación de grandes cantidades de glucosa al torrente sanguíneo, para que los músculos cuenten con toda la energía posible con el fin de poder realizar los esfuerzos necesarios) en deportistas que entrenan con música rápida respecto a los que entrenan sin música o con música lenta (Kimberly, Brownley, McMurray y Hackney, 1995). Dainow (1977), en cambio, encontró que la frecuencia cardíaca aumenta con la música rápida y disminuye con la lenta. Además de la frecuencia cardíaca, otra investigación demostró mejores tasas de presión sistólica con música relajante (Knight y Rickard, 2001). Finalmente, de una situación experimental en que se proponía una rutina de intensidad moderada corriendo en la cinta con o sin música se extraen conclusiones similares (Szmedra y Bacharach, 1998).
Fuera del ámbito deportivo también se ha constatado esta relación entre la música relajante y una menor frecuencia cardíaca, como, por ejemplo, en el tratamiento de personas que padecen enfermedades cardiotorácicas (Short, Gibb, Fildes y Holmes, 2012) o en pacientes de cuidados intensivos (Han et al., 2010).
En consecuencia, los cambios del tiempo musical, es decir, de la velocidad del ritmo de la música, pueden generar variaciones a nivel fisiológico, interviniendo también en la motivación y el rendimiento, especialmente cuando el nivel de trabajo alcanza una meseta, esto es, el deportista se acomoda en un nivel estable sin aumentar ni disminuir la intensidad del ejercicio, o durante los últimos momentos de la sesión deportiva (Lucaccini y Kreit, 1972).
Yamamoto et al. (2003) y Eliakim, Meckel, Nemet y Eliakim (2007) evaluaron el impacto de una música estimulante durante un entrenamiento en bicicleta estática y, aunque no hallaron diferencias en el rendimiento deportivo entre los deportistas con o sin música, esta generó diferencias en la tasa cardíaca y la concentración de noradrenalina en sangre. Birnbaum, Boone y Huschle (2009) también afirman que la música más rápida adecua el nivel de arousal para el ejercicio. Y Bernardi, Porta y Sleight (2006) encontraron cambios cardiovasculares, cerebrovasculares y respiratorios inducidos por distintos tipos de música y relacionados con el nivel de arousal que también apoyan estos resultados.
La mayoría de los estudios sobre este tema se centran en ejercicios aeróbicos, en los que la frecuencia cardíaca juega un papel muy importante. Pero también se ha analizado la influencia de la música en los niveles de cortisol en ejercicios anaeróbicos y, aunque no se han hallado diferencias significativas, sí se ha observado una reducción de los niveles de cortisol entre 5 y 30 minutos después del ejercicio en aquellos deportistas que habían escuchado música relajante, a diferencia de los que habían sido expuestos a música rápida o a ningún tipo de música (Ghaderi y Azarbayjani, 2010). Además, la música relajante ha mostrado una disminución en la fuerza de los deportistas respecto a otras músicas más estimulantes o ausencia de la misma (Pearce, 1981).
Siguiendo el hilo de las investigaciones expuestas, aunque la música más rápida es en principio la que genera mejores resultados, siempre hay que analizar su efecto en cada actividad, dependiendo de las características de la misma. Por ejemplo, en actividades como yoga o pilates, las preferencias musicales giran en torno a una música más moderada y no tan vigorosa como puede ser en aeróbic (North y Hargreaves, 1996); y para actividades que requieren tensión muscular, la música relajante puede hacer decrecer la fuerza (Sears, 1957). Así pues, la selección musical dependerá de las condiciones específicas y requerimientos de cada actividad.
La velocidad de la música, como ya se ha comentado, es una de las variables más destacables, pero también se han investigado otras, como por ejemplo, el volumen de la misma. Edworthy y Waring (2006) estudiaron los efectos del tempo musical (lento o rápido) y la intensidad de la música (baja o alta) en corredores. La música rápida, junto con la variable «volumen alto», es la que produjo un mayor aumento de la velocidad del ejercicio, es decir, los atletas corrían más rápido en esas condiciones.
A la vista de estos resultados, cabe preguntarse si los efectos de la música son igual de beneficiosos para deportistas entrenados que para los que no lo están. Un estudio ha detectado mayores concentraciones de cortisol durante la escucha de música rápida y, tras analizar un grupo de corredores entrenados y otros que no lo estaban, concluye que escuchar música rápida durante el entrenamiento beneficia a los corredores no entrenados, pero puede ser contraproducente para los que ya están en buena forma física. Esto es debido a que el aumento de cortisol genera una activación del cuerpo y los músculos que beneficia a los no deportistas, pero puede suponer una sobreactivación para los deportistas que ya tienen por sí mismos una regulación óptima para el ejercicio (Kimberly et al., 1995).
Por otro lado, cabe mencionar otros aspectos emocionales en los que la música puede influir. Teniendo en cuenta que escuchar música tras un acontecimiento estresante reduce su impacto negativo (Labbé, Schmidt, Babin y Pharr, 2007), e incluso se han hallado mejoras en el sistema inmune, las respuestas neuroendocrinas y los estados emocionales (Hirokawa y Ohira, 2003), algunos investigadores se han preguntado acerca de la recuperación tras un entrenamiento deportivo, y han encontrado una menor frecuencia cardíaca y menor concentración proteica en la orina cuando se expone a los deportistas a una pieza musical relajante (Jing y Xudong, 2008). Price y Moss (1998) obtienen resultados similares al comparar la concentración de norepinefrina y los niveles de lactato en sangre, con lo que estos resultados sugieren que la recuperación física es más rápida cuando se acompaña de música relajante.
La música motivacional ha demostrado ser efectiva para recuperarse de un ejercicio intenso; sin embargo, en ocasiones no se puede disponer de ella o no se puede utilizar porque se trabaja de forma grupal, sin tener en cuenta las diferencias individuales, o porque existen barreras culturales. Por ello, un estudio trató de aislar el efecto del ritmo del resto de factores analizando únicamente el tipo de ritmo, y no la música en su conjunto (aspectos melódicos, armónicos…), y halló resultados positivos, es decir, que el ritmo por sí mismo puede ser utilizado con éxito para provocar cambios a nivel fisiológico (Eliakim, Bodner, Meckel, Nemet y Eliakim, 2012).
En resumen, los efectos de la música a nivel fisiológico son evidentes, y también los beneficios de la misma en relación a la práctica deportiva. Hasta ahora solo se han descrito componentes fisiológicos, como la frecuencia cardíaca, respiración, respuesta galvánica de la piel, etc., pero también conviene subrayar el proceso que a nivel neurológico tiene lugar durante la escucha musical. Algunas de las regiones cerebrales implicadas son el estrato ventral, el cerebro medio, el córtex ventromedial y orbitofrontal y la amígdala, las cuales también entran en juego en la motivación, emoción y arousal (Blood y Zatorre, 2001).
Tras una exhaustiva revisión bibliográfica, Karageorghis y Priest (2012) concluyen que la música tiene un efecto mensurable y consistente en el estado psicológico y el comportamiento de los deportistas, pues influye en la percepción de esfuerzo (punto que se abordará a continuación), posee ventajas ergogénicas independientemente de la intensidad del ejercicio, aunque esto es más visible en ejercicios moderados o intensos, y existe correlación entre la tasa cardíaca en el deporte y el tiempo musical preferido.
Música y deporte desde un punto de vista psicológico
Influencia de la música en las cogniciones y sensaciones referentes al deporte
A continuación, dejaremos a un lado los cambios fisiológicos tangibles, ya comentados, y nos centraremos en analizar la influencia de la música en las cogniciones y percepciones relativas al deporte, incorporándola como un elemento sensorial más dentro de la experiencia deportiva.
En primer lugar, conviene apuntar que la percepción e interpretación de la música depende de variables absolutamente subjetivas, por lo que cabe esperar que los efectos de la escucha cambien dependiendo del receptor de la misma.
En toda música podemos diferenciar cuatro factores: respuesta rítmica (el ritmo de cada composición), musicalidad (aspectos melódicos y armónicos), impacto cultural (si la canción o composición musical tiene un significado a nivel cultural o social) y asociaciones (vinculaciones de la música con algún recuerdo, persona o situación), que generan que cada persona interprete la música de un modo muy personal (Karageorghis, Terry y Lane, 1999).
Preferencias musicales personales
Estudios realizados con músicas seleccionadas personalmente muestran beneficios ergogénicos, esto es, que causan o aumentan la potencia muscular, y psicológicos durante la realización de ejercicios de alta intensidad (Priest y Karageorghis, 2008). A pesar de que aumentan los niveles somáticos de ansiedad (respiración, frecuencia cardíaca, preparación del cuerpo para el ejercicio), no existe ansiedad cognitiva percibida. Por tanto, estos cambios somáticos son indicadores de que el cuerpo se prepara para el ejercicio y no padece ansiedad, por lo que se pueden interpretar positivamente.
Así pues, la música cuidadosamente seleccionada para cada persona puede producir un gran impacto en la motivación para el ejercicio. Lanzillo, Burke, Joyner y Hardy (2001) encontraron que la música escogida personalmente aumenta la sensación de autoconfianza y promueve un estado óptimo de activación.
Por otro lado, Crust (2004) y Crust y Clough (2006) comprobaron los efectos de la música motivacional, en este caso música de ritmo rápido que aludía a éxitos deportivos, en el rendimiento de un entrenamiento de levantamiento de pesas en un grupo de 58 atletas. Los deportistas debían sostener una pesa en alto en tres condiciones: a) con la música motivacional seleccionada; b) oyendo simplemente un ritmo, sin elementos armónicos ni melódicos, aunque con el mismo tiempo musical y condiciones que la música motivacional, y c) sin música. El grupo que obtuvo mejores resultados, pues aguantó más tiempo, fue el primero, es decir, el que había escuchado música motivacional, seguido del grupo expuesto solo a ritmo y, por último, el grupo sin estimulación musical.
Pero no solo elegir la música tiene estos efectos, sino que la creencia de que la música ha sido personalmente elegida genera los mismos resultados. En un experimento con 34 mujeres que acudían a clase de aeróbic, a las participantes del grupo experimental se les preguntó sobre sus gustos personales de una lista de canciones típicamente utilizadas en aeróbic, mientras que al grupo control no se le realizó tal consulta. Tras el entrenamiento de ambos grupos con la misma música, se observó que las mujeres que creían haber seleccionado las canciones habían realizado un entrenamiento más duro, además de terminar con mejor humor y más pensamientos positivos (Dwyer, 1995).
En consecuencia, a nivel neurológico también se evidencian las preferencias musicales, pues se produce mejor actividad en los sectores premotores y cerebelosos con un tiempo preferido que con uno no preferido (Kornysheva, Von Cramon, Jacobsen y Schubotz, 2010).
Variaciones en la percepción de la tarea deportiva
En un estudio de Karageorghis et al., (2009) se afirma que, si bien la música no puede moderar lo que uno siente durante el ejercicio de alta intensidad, sí puede incidir y provocar cambios en cómo se siente. Estos autores encontraron que los deportistas que realizaban una actividad deportiva intensa con acompañamiento musical percibían haber hecho un menor esfuerzo que los que habían practicado la misma actividad sin estimulación musical. Es decir, que los primeros no tenían la sensación subjetiva de haber trabajado tan duro.
En una situación experimental, Miller, Swank, Manire, Robertson y Wheeler (2010) llegaron a la conclusión de que las personas que habían escuchado música durante el ejercicio referían haber disfrutado más y reportaban menor sensación de cansancio que las que habían entrenado sin música, a pesar de que las variables fisiológicas registradas (tasa cardíaca, frecuencia respiratoria...) indicaban mayor esfuerzo. A la misma conclusión llegan los estudios de Szmedra y Bacharach (1998), Tenenbaum et al. (2004) y Macone, Baldari, Zelli y Guidetti (2006).
Aumento de afectos positivos
La intervención musicoterapéutica en el ámbito deportivo puede dirigirse a maximizar el entrenamiento o a reducir las sensaciones negativas, como el cansancio, y aumentar las positivas.
Hay que señalar que el hecho de introducir música no solo aumenta las emociones positivas, sino que minimiza las sensaciones negativas como la tensión, depresión o enfado (Bishop, Karageorghis y Loizou, 2007).
Una posible explicación para ello es que la música permite que la atención se concentre en otros aspectos distintos del cansancio u otros sentimientos internos negativos, lo que facilita el ejercicio (Boutcher y Trenske, 1990). Hutchinson y Tenenbaum (2007) destacan la importancia de estas cogniciones en la percepción del esfuerzo percibido.
Anteriormente, esta se había explicado únicamente tomando como base la forma física del deportista y su nivel de entrenamiento, pero estos autores señalan que, si bien es cierto que la forma física puede determinar dos tercios de la percepción de esfuerzo, el tercio restante responde a las estrategias psicológicas individuales.
Teniendo en cuenta este aspecto atencional, algunos estudios han puesto de manifiesto la obtención de mejores resultados al realizar escuchas individuales que grupales, pues de esta forma la atención está más vinculada a la música, mientras que en el trabajo en grupo esta se reparte en aspectos sociales o relacionales (Egermann et al., 2011).
Eficacia autopercibida
Cuando hay música, aumenta la percepción de haber realizado correctamente la tarea (Schwartz, Fernhall y Plowman, 1990) y se percibe la experiencia de forma más positiva (Denora, 2000). Al aumentar las emociones positivas, incrementa la sensación de disfrute, y esto hace más probable que se repita la conducta, es decir, que la persona vuelva a realizar la actividad deportiva. Al respecto, existen estudios de tipo cualitativo que muestran un aumento de la adherencia al ejercicio cuando se introduce música como elemento motivador (Annesi, 2001; Priest y Karageorghis, 2008).
Y el estudio de Tenenbaum et al. (2004) examina el efecto de la música en los pensamientos de un grupo de corredores. Los deportistas afirmaron que la música les motivaba a continuar, aunque no se apreciaron diferencias reseñables en los resultados deportivos.
Experiencia de flujo
Un estudio realizado por Pates, Karageorghis, Fryer y Maynard (2003) mostró que, tras aplicar la Escala de Experiencia de Flujo (Flow State Scale [FSS]) de Jackson y Marsh (1996), la sensación de flujo fue mayor al introducir la música.
Otra investigación, diseñada para atletas suecos, demostró que los que corrían con música tenían más afectos positivos, motivación y experiencia de flujo (Laukka y Quick, 2011). La experiencia de flujo percibida en el deporte ha mostrado ser similar a la que experimentan, por ejemplo, los músicos al interpretar una pieza musical (Sinnamon, Moran y O’Connell, 2012).
Otros factores que pueden afectar a la motivación
Dada la importancia de la variabilidad individual en la motivación, se ha contemplado una serie de factores que podría tener repercusión en el efecto de la música.
El género ha mostrado ser influyente a la hora de observar efectos de la estimulación musical. En un estudio se comparó una música motivacional, una puramente rítmica acorde a la regulación de los movimientos y un momento de ausencia de música, y se llegó a la conclusión de que las mujeres respondían mejor ante cualquier música que ante la ausencia de la misma, mientras que los hombres lo hacían mejor ante la música más estrictamente rítmica. Así pues, el ritmo es un elemento importante a tener en cuenta a la hora de seleccionar la música en un equipo masculino, pues existe una clara preferencia por la música con ritmos fuertemente definidos (Karageorghis et al., 2010).
Crust y Clough (2006), por su parte, estudiaron la importancia de la personalidad en el experimento anteriormente mencionado, en el que exploraban la influencia de los componentes musicales, y llegaron a la conclusión de que las personas emocionalmente más sensibles responden más a estímulos melódicos y armónicos que a ritmos idénticos sin estos elementos musicales.
Instrumentos de medida
Ante tal situación, se planteó la necesidad de diseñar algún instrumento que pudiera predecir la calidad motivacional de la música en el entorno deportivo analizando las respuestas fisiológicas. Y fue así como se creó el Brunel Music Rating Inventory (BMRI), dirigido a estos fines (Karageorghis et al., 1999).
Para diseñarlo, se usó como muestra un grupo de 334 instructores de aeróbic, por considerarlos expertos a la hora de seleccionar música para el ejercicio físico, y un test de 13 ítems y 4 factores ya descritos en este trabajo (respuesta rítmica, musicalidad, impacto cultural y asociaciones).
Tras observar algunas limitaciones de dicho instrumento, se revisó y se creó el Brunel Music Rating Inventory-2, en el que el cuestionario está reducido a tan solo seis ítems (Karageorghis, Priest, Terry, Chatzisarantis y Lane, 2006).
Mientras que el BMRI iba dirigido únicamente a expertos, este último también es aplicable a sujetos no especializados en la materia. Esto es, para diseñar el primero únicamente se tuvieron en cuenta instructores de aeróbic, mientras que en la revisión se incluyeron meros deportistas, sin conocimientos sobre selección musical.
Otro cambio importante que se produjo en este último instrumento fue el vocabulario empleado en el BMRI, pues se utilizaban algunos conceptos técnicos musicales que no eran comprendidos por los sujetos que realizaban el test.
Por otro lado, el concepto de música motivacional se amplía y, además de incitar a comenzar el ejercicio físico, como se consideraba en el BMRI, prolonga o intensifica el entrenamiento.
Visualización y música
Al usar la técnica de visualización entran en juego aspectos mentales internos, además de las emociones, por lo que la opción de establecer una interacción entre música e imaginería suscita cierto interés.
En relación con esto, Blumenstein, Bar-Eli y Tenenbaum (1995) diseñaron un experimento con 39 estudiantes entrenados en correr los 100 metros lisos. Los autores compararon tres procedimientos de relajación y excitación combinados, donde analizaron con biofeedback su influencia en variables de la activación atlética: el primero era un entrenamiento autógeno y centrado en la visualización; el segundo consistía en música y entrenamiento en visualización, y en el tercero, se combinó un entrenamiento autógeno con visualización y el uso de música relajante. Además, también se introdujeron un grupo control y otro placebo. Se realizaron un total de 13 sesiones, de 20 minutos cada una, de los cuales los 10 primeros se basaban en la relajación y los 10 últimos, en la activación para preparar la carrera. Los mejores resultados en cuanto a frecuencia cardíaca, respuesta galvánica de la piel, EMG y frecuencia respiratoria se obtuvieron en el grupo que combinó las tres técnicas. Por tanto, la introducción de la música demostró ser ventajosa.
Weinberg (2008) analizó los factores más destacados que afectan a la efectividad de la visualización, es decir, el tipo de tarea, si la visualización es positiva o negativa y el tiempo dedicado a este ejercicio mental, y encontró que la visualización es más efectiva cuando incorpora todas las modalidades sensoriales. En consecuencia, la idea de introducir la música junto a la visualización parece indicar que aumentará la eficacia. Karageorghis y Lee (2001) también obtuvieron mejores resultados al introducir la música que usando únicamente la visualización, aunque este es un campo aún en investigación.
Respecto a este tema, cabe mencionar una técnica utilizada en musicoterapia clínica denominada «método GIM» (Guided Imagery and Music) y diseñada por Bonny (1980). Esta técnica incorpora música e imaginería mental con el fin de trabajar los miedos, ansiedades o pensamientos negativos limitantes, aunque su orientación es más junguiana, es decir, más puramente psicoanalista.
Introducción a la musicoterapia
Puesto que la música abarca aspectos culturales, personales y emocionales, la idea de utilizarla con otros fines no exclusivamente recreacionales resulta, como mínimo, interesante. Y es así como surge una nueva disciplina, la musicoterapia.
A pesar de que su nombre hace alusión al ámbito clínico, la musicoterapia presenta múltiples facetas, pues se usa tanto dentro del ámbito educativo como médico, e incluso pastoral, para favorecer la reflexión y meditación. Por tanto, resulta complejo aportar una única definición para todas las áreas de trabajo.
No obstante, si se toma como referencia la definición de Bruscia (1997), se considera que la musicoterapia es un «proceso sistemático de intervención en donde el terapeuta ayuda al cliente a conseguir llegar a la salud, utilizando experiencias musicales y las relaciones que evolucionan por medio de ellas como fuerzas dinámicas de cambio».
En esta definición se ponen de manifiesto varios elementos. En primer lugar, es importante resaltar la importancia del concepto proceso sistemático, que hace referencia a su carácter estructurado, organizado y con unos objetivos definidos. Por ejemplo, escuchar música de forma individual en casa, aunque esta tenga un efecto emocional o físico sobre la persona, no se puede considerar musicoterapia.
En segundo lugar, la música se utiliza a conciencia como elemento relacional entre cliente y terapeuta para conseguir unos fines previamente establecidos. Así pues, no se crea una relación casual con la música, sino que esta está totalmente definida.
Y por último, es destacable el hecho de que el cambio se genera a partir del uso que hace el terapeuta de esta herramienta, es decir, de la música.
En cuanto a la aplicación de la música en psicología del deporte, se debe entender la expresión conseguir alcanzar la salud desde un punto de vista de autocrecimiento y superación personal, no únicamente desde la patología o disfunción.
En musicoterapia se puede hablar de dos grandes tipos de técnicas ampliamente diferenciadas: unas más activas, entre las que se encuentra, por ejemplo, la libre improvisación, muy utilizada en clínica, y otras más pasivas, como la escucha de música, a la que se hará referencia más adelante.
Aplicaciones de la musicoterapia en psicología del deporte
Generalidades
Si bien la música ha mostrado ser una herramienta poderosa en el ámbito emocional y, por consiguiente, en aspectos relativos a la psicología, entre los que se halla la psicología del deporte, es importante resaltar las diferencias individuales en los efectos de la misma.
Aunque el proceso de escucha se puede describir de forma objetiva (se expone a una persona a un estímulo musical de determinadas características provocando una reacción), dicho proceso está cargado de subjetividad. Los filtros perceptivos que existen entre el estímulo musical y el procesamiento del mismo son tan variados como personales, y pueden cambiar dependiendo del momento (Prince, 1972). Así pues, una misma música puede provocar emociones positivas en una persona, mientras que en otra, que asocia dicha música a situaciones negativas, no genera dicho bienestar, sino justamente lo contrario.
Lo mismo puede suceder con la música relajante, la cual, dependiendo del caso, puede incluso llegar a provocar nerviosismo en algunas personas.
No obstante, existen unas características generales que hacen referencia sobre todo a aspectos rítmicos, en cuanto al tiempo musical, si es rápido o lento, y que provocan efectos similares en las personas expuestas a los mismos. Esto sucede porque, tal y como ya se ha apuntado a lo largo de la revisión bibliográfica, estas características se relacionan más con aspectos puramente fisiológicos.
Sin embargo, otras muchas características de la música dependen del receptor: aspectos melódicos y armónicos, intensidad, letra (si es que tiene)…
Y es en este punto cuando entran en juego las variables relacionadas con la cultura (el sonido característico de la música china, por ejemplo, es muy diferente del de la música latina) y la identidad personal y social (p. ej., el ritmo de rock o ska, que puede señalar la pertenencia a determinados grupos sociales). Estas variables intervendrán de manera directa en el efecto que la música vaya a tener en el receptor.
Con todo esto se quiere subrayar la importancia de realizar un buen análisis de la situación y necesidades antes de aplicar cualquier procedimiento, pues su efectividad será nula si el análisis realizado no es adecuado.
Aprendizaje
Introducir música acorde con los gustos personales para el aprendizaje de habilidades motoras ha mostrado ser muy efectivo (Beisman, 1967). Así pues, en caso de requerir dicho aprendizaje para enseñar a pedalear, correr, saltar u otro tipo de actividades de movimiento, bien en niños o en cualquier otro colectivo, el uso de la música puede facilitar la tarea.
Motivación
La música es un importante motivador, tanto a nivel personal como social. A la hora de plantear una intervención de musicoterapia en la que se considera necesario trabajar la motivación, uno de los puntos más importantes es seleccionar la música adecuada. Introducir música acorde con los gustos personales de cada deportista en el entrenamiento puede aumentar sus emociones positivas durante el mismo. Así, los deportistas ya entrenados pueden experimentar mayor disfrute reduciendo las sensaciones de cansancio y los principiantes pueden aumentar su adherencia a la práctica deportiva. El mero hecho de producirse un cambio atencional hacia otro estímulo diferente a las sensaciones propias puede mejorar el rendimiento.
Siguiendo a Karageorghis et al. (2006), a la hora de seleccionar una determinada música deben tenerse en cuenta los siguientes aspectos:
■ La música con claras asociaciones deportivas suele motivar al ejercicio físico, aunque también algunas músicas de series televisivas o canciones relativas a fuerza y determinación.
■ El idioma, artista y tipo de música debe ir acorde a la edad y nivel sociocultural del oyente.
■ Al seleccionar música para un evento de una intensidad predeterminada, el tiempo musical, es decir, la velocidad del ritmo de las canciones, debe ir en correlación con la frecuencia cardíaca, especialmente si la intensidad es alta.
■ Si se trabaja con deportistas ya entrenados que realizan actividades intensas, hay que ser cautos a la hora de presentar la música, pues el efecto puede ser contraproducente, alterando su activación y respuestas fisiológicas (frecuencia cardíaca, respiración…) por encima de lo necesario para el ejercicio realizado.
■ Entrenar individualmente permite indagar más en las asociaciones personales que cada uno hace con la música, de forma que la selección puede ser más personalizada.
A continuación, se ofrece un ejemplo de registro* de la música personalmente seleccionada:
1. ¿Qué tipo de música prefiere escuchar? Si son diferentes estilos, detállelos. ¿Hay alguna canción en concreto que le guste más?
2. ¿Qué siente cuando escucha esta música?
3. ¿En qué momentos del día le gusta escuchar música?
4. De 0 a 10, ¿cuánta influencia considera que tiene en usted la música que escucha habitualmente?
5. Si tuviera que elegir varias canciones con las que sentirse animado, ¿cuáles escogería?
6. Si tuviera que seleccionar varias canciones con las que sentirse eufórico, ¿cuáles seleccionaría?
7. Si tuviera que elegir varias canciones con las que sentirse relajado, ¿cuáles elegiría?
Por otro lado, hay actividades deportivas en las que la música tiene un rol central, como en aeróbic, step, spinning y otros ejercicios similares que se desarrollan en centros deportivos. En estos casos, puede resultar especialmente útil realizar un análisis de los gustos musicales de la clase en general, dado que suelen ser sesiones colectivas, con el fin de poder aumentar la motivación de todos los integrantes.
En ocasiones, puede resultar complejo determinar los gustos de cada persona, bien porque se trata de un grupo cambiante o numeroso, bien por la existencia de barreras idiomáticas. Cuando esto sucede, lo más recomendable es centrar la atención en los aspectos rítmicos de la música seleccionada; así pues, se elegirán ritmos rápidos si el objetivo es que la tarea se realice con rapidez y ritmos más lentos si buscamos relajación.
Arousal: conseguir un estado de activación óptimo
Música pre-y posentrenamiento
Como ya se ha señalado con anterioridad, la música ha mostrado ser eficaz para preparar fisiológicamente el cuerpo antes de comenzar el ejercicio, o mantener o aumentar la intensidad del mismo. Por ello, exponer a los deportistas a música antes de entrenar puede ser beneficioso para su rendimiento posterior, así como escucharla durante el entrenamiento.
Seleccionar una música adecuada, en base a los gustos personales o rítmicamente acorde con los objetivos que se quieren lograr, y hacer que los participantes la escuchen antes de la actividad deportiva generará que el cuerpo se active para el ejercicio, aumentando la frecuencia cardíaca y variando algunas concentraciones hormonales en sangre.
Antes de una competición, cuando el estado de ansiedad es alto, lo cual constituye un handicap, también puede emplearse música más lenta que rebaje el estado de activación del organismo. En algunas actividades una activación alta puede ser positivo, pero en otras, por ejemplo en las que el movimiento requiere más precisión, no es recomendable sobrepasar determinada activación.
En caso de que el grupo de personas que realiza la actividad deportiva sea estable, o de constituir varias sesiones de entrenamiento, se puede utilizar siempre una misma música – que reúna las características necesarias para servir de estimulante y activador promoviendo un estado de activación óptimo – con el preentrenamiento, estableciendo así una asociación. En consecuencia, obtenemos un doble efecto: por el carácter de la música en sí y por la posibilidad de anticipar el entrenamiento al realizar una asociación clásica.
Esto mismo puede aplicarse momentos antes de concluir el entrenamiento para conseguir una recuperación más rápida. En este caso, es recomendable elegir una música lenta y relajante que disminuya las variables fisiológicas involucradas en el ejercicio y predisponga emocionalmente a un estado de relajación. De la misma manera, se puede condicionar la respuesta de relajación y recuperación con una música concreta o un tipo de música expuesta al final del entrenamiento.
Música durante el entrenamiento
La selección de la música depende siempre del tipo de actividad deportiva y las necesidades de cada momento. En actividades como yoga o pilates, por ejemplo, es preferible emplear una música más lenta; mientras que con ejercicios aeróbicos es mejor usar músicas más vigorosas. La música relajante también hacer disminuir la fuerza, por lo que es preferible no usarla antes o durante ejercicios de levantamiento de pesas o similares.
Por otro lado, los entrenamientos caracterizados por cambios de ritmo pueden apoyarse en la música utilizándola como presentación de esos cambios y como generadora de energía cuando se requiera aumentar el esfuerzo. El incremento de la intensidad y velocidad de la música anticipará la necesidad de aumentar el esfuerzo físico, motivando a la persona a llevarlo a cabo y potenciando en el cuerpo un estado de activación óptimo.
En caso de tener que realizar actividades deportivas repetitivas, la música sincrónica es muy eficaz, por lo que se recomienda introducirla para ejercicios como correr, pedalear, patinar, etc.
Visualización
La visualización e imaginería mental, técnicas muy usadas en psicología del deporte, han mostrado ser más eficaces cuando van acompañadas de música, siempre y cuando esta vaya acorde con las necesidades de la persona que está realizando la actividad.
Lesiones deportivas
Otra funcionalidad de la musicoterapia es contribuir en la recuperación de una lesión, ya sea de forma activa o pasiva: utilizar música motivadora relacionada con experiencias de éxito en la curación puede fomentar las emociones positivas y otros sentimientos internos, y si lo que se pretende es que la persona entrene determinado movimiento, pueden emplearse técnicas de musicoterapia más activas, como el uso de instrumentos, bien mediante la libre improvisación o con actividades semiestructuradas o estructuradas. Los instrumentos de percusión, por ejemplo, pueden motivar a la persona a la movilidad, a la vez que incorporan componentes emocionales.
En el caso de que existieran experiencias traumáticas relativas a la lesión, se trabajaría desde un plano más clínico.
Objetivos dirigidos al ámbito grupal
Si bien las técnicas de musicoterapia más utilizadas son las pasivas, es decir, las referentes a la escucha, también la libre improvisación puede emplearse para trabajar elementos que incidan indirectamente en la práctica deportiva. En deportes de equipo, por ejemplo, pueden realizarse dinámicas grupales con el objetivo de mejorar la cohesión grupal y la relación entre los diferentes miembros del equipo, además de mejorar el manejo emocional (objetivo que también puede abordarse en sesiones individuales).
Describir esta técnica de libre improvisación resulta complejo, pues requiere conocimientos técnicos musicales, pero, a modo de resumen, podemos decir que consiste en crear música con instrumentos, estableciendo como premisa base que la música y las conductas que acompañan el proceso reflejarán aspectos del mundo emocional y comportamental de la persona. En este caso, la comunicación no se produce a nivel verbal, sino a un nivel más primario, esto es, a nivel musical (Wigram, 2004).
Para utilizar esta técnica es fundamental que el terapeuta tenga conocimientos musicales y de improvisación con el instrumento en cuestión, con el fin de poder dirigir adecuadamente la actividad mediante el uso de la música. No obstante, también pueden realizarse otro tipo de actividades a un nivel más superficial, emocionalmente hablando, y utilizando instrumentos musicales, como se sugiere a continuación*:
Dinámica I
■ Objetivo: mejorar la cohesión grupal y el autoconocimiento personal en el grupo.
■ Descripción de la actividad: cada participante elige un instrumento. El líder, que irá rotando en el grupo, tendrá el instrumento más potente para establecer el ritmo, como un bombo, timbal o tambor. Así pues, este marca un ritmo que los demás deben seguir, aunque también pueden introducir pequeñas variaciones (contratiempos, duplicar o triplicar las percusiones en un tiempo…), pero sin variar la base, que solo será modificada cuando el líder lo decida, obligando al resto al cambio.
■ Desarrollo de la actividad: dependiendo del tipo de relación existente en el grupo y de los objetivos establecidos, puede proponerse, por ejemplo, una reflexión individual acerca de cómo se han sentido siendo líderes (hay personas que disfrutan más y otras que rechazan por completo esta función), cómo se han encontrado siguiendo a cada participante (por ejemplo, si la relación entre ellos no es buena, podría ocurrir que alguien se sintiera incómodo al tener que prestar tanta atención al otro), etc.
También puede realizarse a modo de comentario grupal si se considera oportuno.
Dinámica II
■ Objetivo: mejorar la interacción entre miembros del equipo y la cooperación grupal.
■ Descripción de la actividad: componer una canción en la que todos participen, cada uno con un instrumento diferente, por lo que todos los miembros del grupo tienen un lugar específico en la composición resultante. Esta es la clásica actividad de cooperación grupal.
■ Desarrollo de la actividad: deben cuidarse las formas mientras se desarrolla la tarea; el psicólogo ejercerá de moderador y hará que todas las propuestas se escuchen por igual, a la vez que procurará que se dirijan unos a otros con el debido respeto, etc.
Las actividades en las que se deba compartir un instrumento o se establezca una interacción entre personas mediante la música son recomendables para mejorar las relaciones interpersonales y aumentar los sentimientos positivos hacia el otro y disminuir los negativos.
Dinámica III
■ Objetivo: aumentar la empatía entre los participantes.
■ Descripción de la actividad: de uno en uno, los diferentes miembros del grupo deben dirigirse al lugar donde están colocados los instrumentos y tocar uno el tiempo que ellos quieran. El resto se limita a escuchar.
Cuando todos hayan finalizado, deberán referir al grupo cómo se han sentido (nerviosos, inseguros, dubitativos…).
■ Desarrollo de la actividad: la forma en que cada uno aprovecha su turno constituye ya una expresión de uno mismo. Realizar esta acción aporta mucha información personal: los que lo hacen muy rápido porque se sienten observados, los que disfrutan y se toman su momento para explorar cada instrumento y sonido, los que, al tocar, lo hacen tan suave que apenas son audibles o los que tocan de forma ruidosa y estrepitosa).
Es importante cuidar los comentarios que el resto hace sobre la intervención individual, fomentando un clima de respeto y sin permitir los juicios o conclusiones sobre los demás.
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* Este cuestionario es solo una sugerencia de cómo indagar al principio sobre los gustos musicales, y siempre deberá modificarse teniendo en cuenta los objetivos e intereses.
* Las actividades descritas únicamente pretenden ser sencillos ejemplos de una posible aplicación de técnicas activas de musicoterapia en psicología del deporte, las cuales deberán ajustarse a criterios más específicos relacionados con los objetivos y las características grupales, sin constituir un programa ni una guía establecida.