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CAPÍTULO 1

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“El viento puede arrasar, arrastrar, llevar. Si no

te plantas firme en el suelo y te enfrentas a los problemas,

te puede llevar. Cuidado con el conformismo.

Lucha por lo que anhelas”.

San Francisco, California.

6 de Septiembre 2017.

El despertador taladra mis oídos a las siete y media de la mañana, y yo ni corta ni perezosa lo pongo debajo de la almohada y acallo su timbre voraz mientras trato de seguir durmiendo un poco más. Lanzo un suspiro de pereza mientras frunzo la nariz tratando de volver a conciliar el sueño.

—¡Roselyn es hora de despertar!

Oigo a mi madre gritar desde el salón y suelto un gruñido muy poco femenino de exasperación. Hoy quiero dormir más de lo normal. Anoche no dormí bien emocionada con lo que podía pasar hoy.

¡Hoy es 6 de Septiembre!

Abro los ojos enseguida y me levanto de la cama buscando desesperadamente el despertador. ¡Ya son casi las ocho menos cuarto! Oh, no.

—¿Tu entrevista no era hoy, querida? —me pregunta mi madre, dándole dos golpecitos a la puerta.

—¡Ya voy!

Agarro rápidamente mi ropa que por suerte dejé preparada la noche anterior encima de una de las sillas en la habitación y me cuelo en el cuarto de baño con rapidez. Me doy una ducha rápida, y tras higienizarme bien, me pongo delante del espejo y me recojo el cabello oscuro en un moño alto. Después me maquillo discretamente, ocultando las ojeras y los pequeñitos granitos de estrés que tengo repartidos por el rostro. Mis ojos negros contemplan con objetivismo el resultado final y me quedo satisfecha al verme bien arreglada.

—Te dejo el desayuno preparado en la mesa, cariño —me dice mi madre asomando su cabeza por la puerta del baño.

Giro la vista a través del espejo y guardo una sonrisa al ver sus rizos caer por su rostro al inclinarse para avisarme del tema del desayuno.

—¿Te vas ya a trabajar, mamá?

—Sí, hoy tengo tareas de plancha y de limpieza —me dice tranquila—. Van a ser las ocho, querida. Mucha suerte en tu entrevista.

Se lo agradezco lanzándole un beso y me pongo enseguida la falda negra de tubo, la blusa y la chaqueta americana encima. Me perfumo por todo el cuerpo y tras volver a mirarme en el espejo y ver que estoy bien, salgo pitando hacia la cocina para beberme el zumo y comerme alguna de las tostadas que seguramente mi madre me ha preparado de desayuno.

A las ocho y media me encuentro en plena carretera pitando y blasfemando contra conductores que van pisando huevos. Normalmente desde la casa de mi madre hasta la Editorial hacia dónde me dirijo para solicitar un puesto de trabajo se tarda menos de veinte minutos. Casualmente hoy que tengo más prisa de la habitual, el tráfico parece haber aumentado y estamos a rebosar por los dos carriles del asfalto.

Tengo la música puesta a todo volumen para relajarme y tarareo las canciones que más me gustan como método relajante, pero ni aún consigo quedarme tranquila. Ya llego tarde, y todo porque se me han pegado las sábanas.

Maldigo mi mala suerte pensando en mi anterior empleo en la librería del pueblo donde antes vivía en Illinois. Me habían contratado como becaria y suplente del dependiente experimentado para ayudar a vender libros y a tratar con proveedores para adquirir nuevos productos. Y la verdad que el trabajo me gustaba y mucho, pero yo sabía que no era algo definitivo. Por eso cuando vi la oferta que publicaba la gran Editorial Ross Reserve Edition S.L, no dudé dos veces y me postulé como candidata. Quise intentarlo y para gran alegría mía, a los pocos días, la secretaria de Recursos Humanos me contactó y me citó para hoy.

¿Y qué hago yo?

Quedarme despierta hasta las tantas de la madrugada, imaginando todas las formas posibles para encandilar al jefe de personal para demostrarle mis méritos y que me encuentre apta para el puesto de empleo. Y así ha pasado. Tanto soñar con la entrevista y terminé quedándome dormida como una marmota.

¡Genial!

Le doy al claxon repetidamente tratando de que un conductor con un Ferrari rojo – hermoso vehículo, por cierto—, se aparte de mi camino para que me deje adelantarle y resoplo frustrada al ver que no me hace ni caso.

Miro nerviosa el reloj del salpicadero y suelto un par de improperios al ver que ya son las nueve menos veinte. Maldita sea. Observo ahora la velocidad a la que vamos y al ver que estamos a cincuenta en un tramo de ochenta millas por hora.

—¡Podrías dejarme adelantar! —le grito desde mi coche sin dejar de pitar.

El coche que está detrás de mí hace lo mismo conmigo, con lo que logra ponerme más nerviosa. Pienso en la Editorial y la emoción regresa a mí. Me han llamado para convertirme en la asistente de la Jefe del Departamento de Publicidad y Marketing. Me encargaría de ayudarla a organizar eventos, promocionar los nuevos libros y textos que se publican, y a tratar con los autores para darles la bienvenida a la editorial una vez han firmado el contrato y para resolver cualquier duda o incidencia que tengan.

¡Justo lo que yo estoy preparada para hacer!

En la librería de Illinois casi hacía precisamente ese trabajo, y en la Universidad cuando comencé a realizar las prácticas también, por eso ayer no tenía nervios. Ahora en cambio ya es otro cantar.

—¡Aprieta el acelerador!

Golpeo varias veces el volante frustrada al ver que el tiempo va pasando y yo aún estoy muy lejos de la editorial. Maldigo haberme quedado dormida y haberme encontrado con un tipo al que el concepto “darse prisa” no vale de nada.

Casi no lo puedo creer cuando minutos después consigo ver a lo lejos cómo se abren los carriles y de dos pasamos a tener tres tras la intersección. Pongo el intermitente a la derecha y aunque sé que no se debe adelantar por ahí, es precisamente lo que hago y con mala leche.

—¡Aprende a conducir! —le grito al conductor del Ferrari cuando paso por su lado.

Durante un segundo me quedo embobada al ver a un hombre con gafas de sol devolverme una mirada sorprendida ante mi actitud. Es guapo, pienso. Aún así mi enfado gana más y a pesar de que sé que no es para nada señal de buena educación, le saco el dedo corazón y aprieto lo máximo que puedo el pedal del acelerador.

Tengo que intentar llegar a la editorial lo más pronto posible.

Ross Reserve Edition S.L se alza ante mí majestuoso. La editorial tiene varias plantas, y todas y cada una de ellas está dedicada a la cultura y a hacer realidad los sueños de los escritores.

Aparco mi Mustang en la zona habilitada para las visitas y tras ver en el espejo retrovisor que más o menos estoy decentemente bien, salgo decidida a conseguir una oportunidad. Hago caso omiso al reloj en mi muñeca que me dice que ya casi son las nueve de la mañana. Me repito mentalmente que soy una buena candidata para el puesto y que tengo que pelear por conseguir una oportunidad.

Roselyn Harper tienes que coger la vida por los cuernos, me digo repitiendo lo que mi padre siempre decía en los momentos de tensión.

—Buenas tardes, tenía una cita concertada con el señor Alan Payne —murmuro con una sonrisa plantada en el rostro al llegar a recepción.

La mujer rubia teñida que me mira lo hace con el ceño fruncido. Entiendo que está observando con desprecio apenas disimulado mi falda ya arrugada por el viaje en coche, y los mechones de mi cabello que se han desparramado por la cara por culpa del atasco. Trato de llamarme a mí misma a la calma para no contestarle de forma inapropiada.

—¿Usted es…?

—La señorita Roselyn Harper —le digo mostrando una sonrisa.

Ella mira el listado que tiene enfrente y arruga su perfecta nariz al observar un tachón a la hora de mi cita.

—Llega tarde, señorita Harper.

—Un atasco grande —murmuro y es verdad.

—El señor Payne es un hombre muy ocupado —me dice casi con sorna—. Tendrá que llamar para volver a concertar una cita. Me temo que ahora está ocupado con otra reunión.

Mi cara demuestra mi desaliento, porque la mujer parece cambiar la expresión desafiante de su rostro por una más comprensiva. Vaya, al menos la dragona tiene corazón.

—Por favor, ¿podría preguntarle si puede atenderme? —pregunto dibujando en mi rasgo facial una carita de mujer inocente que pocas veces puedo usar—. He venido de muy lejos y no sé si podré tener otro hueco para tener la entrevista. Me urge hablar con el señor Payne, es muy importante para mí.

Cruzo los deditos de los pies tratando de hacer que mi mentira no sonase tan falsa. ¡Si vivo a menos de veinte minutos de ese lugar!

—Señorita, eso no es el protocolo, yo…

—Por favor —le ruego acercándome al mostrador con ansiedad—. Me interesa mucho trabajar aquí. No quiero perder esta oportunidad.

Supongo que mi voz transmite la ilusión que tengo por trabajar allí, porque la muchacha suspira un momento y a continuación marca una extensión en su centralita para hablar con alguien. Mi yo interior comienza a cantar y a dar saltos de alegría por haber logrado pasar el primer obstáculo. Si esto fuera uno de los libros de aventura que tanto me gustan, esta sería la primera pantalla del juego superado, pienso traviesa.

—Alyssa, tengo aquí a Roselyn Harper, tenía una cita programada con el señor Payne hace media hora —comenta en cuanto alguien contesta al otro lado de la línea telefónica—. Sí, sé que ha llegado tarde —añade girándose hacia un lado para tratar de que yo no escuche lo que habla—. Sí, también sé que no es el protocolo, pero por favor, ¿puedes ver si la pueden atender?

Entiendo que la tal Alyssa trata de mandarme a paseo y yo no puedo permitirlo. Me planteo la posibilidad de arrebatarle el teléfono a Grace –al menos es el nombre que pone en su plaquita–, cuando veo que suelta un suspiro y me mira con la satisfacción reflejada en su rostro.

—Sube a la quinta planta. Y ve a la izquierda. Te recibirá allí Alyssa De Luca, la secretaria del señor Payne.

Se lo agradezco con una sonrisa alegre y me dirijo hacia el largo pasillo donde veo de lejos al ascensor. Pulso el botón de llamada e intento quitarme los nervios que me acosan. Quiero aparentar ser una mujer profesional y serena. Tengo que tratar de mantener la calma y venderme de la mejor forma posible.

Observo fascinada cómo el ascensor por dentro tiene los cristales a la vista y al ir subiendo por las plantas, puedo ver salas y despachos del personal que trabaja allí. No disimulo lo mucho que me gusta contemplar pilas y pilas de libros encima de varias mesas, siendo catalogados por los expertos de cada sector.

¡Yo quiero trabajar aquí!

Salgo del ascensor con el pie derecho y cuando veo al fondo la mesa de escritorio de una mujer que me espera con el ceño fruncido y mirada inquisidora, entiendo que ella es la secretaria del encargado de Recursos Humanos. Oculto una sonrisa en mi rostro al entender que si me ha recibido no ha sido por propia voluntad. Imagino que no le gusta las personas que llegan tarde.

—Siento mucho el retraso —me disculpo en cuanto llego a su lado, ofreciéndole la mano—. Ha habido un accidente de tráfico y no he podido hacer nada.

Ella me mira a través de sus gafas de cristal con suspicacia y yo aún mantengo mi mentira. Algo tengo que hacer si quiero que me den una oportunidad, ¿no?

—Puede pasar. El señor Payne está reunido con el Director ahora mismo, pero podrá atenderla enseguida.

Me acompaña a una sala circular, dónde hay al fondo una máquina de café y de bebidas y una gran pila de folios y de bolígrafos.

—Puede rellenar sus datos en la solicitud mientras espera.

—Gracias Alyssa, muy amable.

Ella parece complacida al ver que recuerdo su nombre y yo oculto una nueva sonrisa para mí. La verdad es que soy buena memorizando nombres. Tengo buena retentiva.

Empiezo a rellenar mis datos en la hoja y cuando termino, comienzo a jugar con el bolígrafo en mi mano. Miro mi reloj y lanzo un suspiro al ver que son las nueve y cuarto. Gimo interiormente esperando no haber echado a perder la oportunidad de mi vida por haber preferido dormir un poco más.

Casi a las nueve y media aparece en la sala el señor Alan Payne. Me levanto rápidamente para estrechar su mano y descubro sorprendida que me saca casi una cabeza. Es alto –y eso lo dice una mujer que mide uno setenta y ocho–. Rubio, con ojos color miel. Usa gafas de ver, que resaltan lo inteligente de sus facciones.

Lástima que sea gay, pienso en cuanto comienza a hablar. Lo sé por la forma que tiene de expresarse y por lo preocupado que está por no arrugar su traje de sea en cuanto se sienta a mi lado en la mesa circular.

—Lamento mucho el retraso —le murmuro acercándole mi hoja con mi currículum y la hoja que acabo de rellenar—. Le agradezco enormemente que haya accedido a entrevistarme.

—El puesto para el que venía ya está cogido —comienza a decirme leyendo con atención mi experiencia profesional.

Mi corazón se encoge de puro pesar y las esperanzas que tenía se esfuman como bolitas de humo de un cigarro. Me quedo mirándole con tristeza. ¿Qué puedo decir ahora?

—Si le parece bien, dejaré sus datos personales en el archivo y cuando tengamos una nueva vacante, nos pondremos en contacto con usted.

Sigue sin mirarme.

Imagino que él quiere que yo le dé las gracias y me vaya de la empresa sin armar jaleo y una parte de mí, quiere hacerlo. Recuerdo a Blake cuando me decía que yo no valía para trabajar en oficinas y en lugares dónde los que dominan son los hombres y consigo la fuerza necesaria para protestar.

Me han llamado para entrevistarme porque creían que yo era adecuada para el puesto, ¿no? Pues voy a demostrarles que no se equivocaban.

—Creo que ya que estoy aquí, podría usted dedicarme unos minutos y entrevistarme, señor Payne —murmuro tras aclarar mi voz—. Estaría bien si me mira y me presta algo de atención.

Él alza su mirada sorprendida y hace exactamente lo que le pido.

Mis mejillas se sonrojan y lamento no haberme puesto colorete con el maquillaje en la mañana al pintarme. Se deben notar dos manchurrones rojos ahora en mi rostro.

—¿Disculpe?

Deja a un lado los documentos y me mira fijamente.

—Sé que he llegado tarde y lo lamento profundamente, pero creo que puedo ser una buena asistente para su Departamento de Marketing y Publicidad. Tengo experiencia como puede ver en los documentos, y no sólo sé tratar con proveedores y con autores, sino también tengo autonomía para poder realizar cualquier tipo de trabajo, sin que me tengan que ordenar. Sé cuál es mi lugar y qué hacer para lograr optimizar el mejor rendimiento en mis labores.

—¿De verdad?

—Sí —le digo con seguridad y no estoy mintiendo—. Soy capaz de ser una buena asistente para este empresa, y quiero tener la oportunidad de demostrarlo.

—La principal función de una asistente es ser puntual —me contradice él, quitándose las gafas para masajear su tabique nasal—. Y usted ha llegado tarde, señorita Harper.

Le digo que ha sido por causa ajena a mi voluntad y me quedo unos segundos contemplando los ojos de color miel del señor Alan Payne con torpeza. ¡Vaya! Sí que es atractivo. Me obligo a recuperar de nuevo el habla y la capacidad de reacción.

—Entiendo que sea un problema que no haya llegado a la hora acordada, pero le prometo que si me contrata, eso cambiará. Seré una buena asistente. Puntual, dedicada y eficiente.

Él suspira, mirando de reojo una vez más mi experiencia.

—¿Sabe idiomas?

—Inglés, Español y algo de Alemán —murmuro con una sonrisa. Parece sorprenderle mi respuesta porque la expresión de su rostro cambia para bien—. También sé algo de textos antiguos. Me especialicé en la época actual, pero tengo varios cursos de transcripción de textos antiguos. Así que también podría defenderme en ese aspecto si fuese necesario.

Él silba ante la seguridad con la que hablo y ya no me sonrojo. Estoy diciendo la verdad. Recuerdo el libro que recibí tres meses atrás, que aún sigue guardado en uno de los cajones de mi antigua casa en Illinois y la tristeza me sobreviene.

Blake sigue viviendo allí y yo sigo alejada de esa casa y de mis pertenencias en consecuencia.

—Sólo quiero una oportunidad —insisto con voz clara y alta—. Sé que valgo para el puesto y es mi ilusión.

—¿Tres cualidades que hagan de usted una perfecta asistente?

—Responsable, metódica y proactiva —contesto enseguida.

Él sonríe mientras se vuelve a colocar las gafas en su sitio. Enseguida me pide disculpas al ver que su móvil comienza a vibrar en su bolsillo.

—Conteste —le digo aceptando la interrupción.

Me levanto con educación de la silla y le dejo hablar con tranquilidad. Camino hacia la máquina de cafés y miro más allá del ventanal con atención. Desde la planta en la que estamos, se puede ver muy bien los coches entrar y salir del edificio. Mi cuerpo tiembla de expectación de poder venir aquí todos los días para trabajar. Las manos me hormiguean de ganas de firmar algún contrato vinculante que me haga estar unida a Ross Reserve Edition S.L.

Vuelvo a recordar el manuscrito que aún no he podido leer y cierro un instante los ojos de pesar. La ruptura de mi relación con Blake no ha sido todo lo civilizada que debería. Mi error fue haber salido de la casa que compartíamos. Desde que me fui de allí, él se ha atrincherado allí, alegando que fui yo quién abandonó el hogar y que quién que quedarse en consecuencia allí es él mismo.

Eso pasa por haber puesto la casa a nombre de los dos, pienso cabizbaja.

—¿Señorita Harper?

Me doy la vuelta rápidamente al oír impaciencia en la voz del Director de Recursos Humanos. Vuelve a pedirme perdón por la interrupción y yo le digo enseguida que no hay problema.

—Mire señor Payne… —murmuro volviendo al lugar dónde yo estuve antes—. No quiero hacerle perder el tiempo. Yo sueño con trabajar aquí. Desde que supe que había una vacante, no he hecho otra cosa más que investigar su línea de negocio, sus propuestas de Marketing, y la forma de tratar de mejorar la rentabilidad de las ventas de libros.

—¿En serio?

—Claro. Me encantaría trabajar aquí y yo cuando me propongo algo suelo conseguirlo —le digo y ahora sí lo creo—. Por eso tal vez tenga que reconocer que estaba tan emocionada de venir aquí hoy, que creo que anoche soñé demasiado y se me pegaron las sábanas.

Él alza una ceja sorprendida por mi impulso de decir la verdad y no me arrepiento.

—Sí, pude llegar a tiempo y el destino me hizo acudir tarde y lo siento, pero una cosa sí le aseguro, señor Payne. Si usted me da una oportunidad yo le aseguro que no se arrepentirá. Me dedicaré cien por cien a realizar mis tareas diarias y lograré cumplir los objetivos que sean necesarios.

Digo el discurso con tanta pasión que hasta yo misma me emociono al escucharme. Aunque parece que sólo me pasa a mí, porque el señor Alan Payne me está mirando con una expresión rara.

Maldición.

—Está bien, al menos lo he intentado —susurro recogiendo mi bolso—. Gracias por su tiempo. Esperaré una llamada si surge alguna otra vacante.

Camino hacia la puerta decepcionada y cuando pongo la mano en el pomo, la voz profunda del jefe de RRHH, llama mi atención.

—Señorita Harper, ¿su coche es un Mustang negro?

—Sí —le respondo sorprendida.

Me giro para preguntarle porqué me lo pregunta y no me da tiempo a abrir la boca. Se levanta del asiento y cogiendo todos los papeles, me muestra una sonrisa que me crea mariposas en el estomaguito de lo hermosa que me parece. ¡Guau, con el señor serio!

—Como le decía la vacante para la que venía usted ya está cogida, pero aún así tenemos otro puesto para usted —me dice sorprendiéndome de lleno—. Si desea trabajar con nosotros, mañana esperamos que se presente a mi primera hora para firmar el contrato.

—¿En serio?

Él afirma y yo actúo con impulso.

Dejo caer al suelo mi bolso y la carpeta con mis documentos y me echo a sus brazos para darle un abrazo de oso. Él carraspea en mi oído incómodo con mi gesto y yo me alejo de su fuerte pecho, dando aún saltitos de alegría. ¡Me contrata!

—Prometo que no le decepcionaré —le digo agachándome enseguida para coger mis cosas del sueño—. Llegaré pronto mañana. A las ocho en punto estaré aquí.

—Mejor a las nueve —me corrige él ocultando una sonrisa de compromiso—. Mi secretaria Alyssa se lo agradecerá. Ella le enseñará el lugar. Cuando llegue pregunte por ella.

Yo afirmo feliz y queriendo no liar más las cosas, salgo del despacho, agradeciéndole de nuevo la oportunidad.

A partir del día siguiente, voy a trabajar para la Editorial Ross Reserve Edition S.L. ¡Viva!

¡No te enamores del jefe!

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