Читать книгу ¡No te enamores del jefe! - Alexandra Granados - Страница 7
CAPÍTULO 4
Оглавление“La belleza a veces te puede dar acceso
a lugares que ni en sueños hubieras imaginado.
Cuídate bien de las esfinges que envidien la luz que hay en ti.
Harán lo que sea para arrancarte los ojos si creen que
te apoderarás de algo que creen que es suyo”.
El reloj señalan las tres de la tarde y mi estómago ya está empezando a exigirme alimento si quiero seguir trabajando más. Le acaricio con suavidad tratando de llamarle a la calma. Te alimentaré con una carne suculenta con patatas fritas y una coca cola de bebida, le tiento con picardía. Sé que es uno de mis platos favoritos así que no me pondrá problema.
Miro las cuatro pilas que he llegado a organizar de papeles, diferenciándolos entre nuevas propuestas, consultas de autores y solicitud de asistencia a eventos a la Dirección y suelto un poco de aire resoplando ante la ardua tarea de la mañana. Y eso que no he leído en profundidad cada consulta. Lo peor llegará cuando tenga que leer todo con calma y tiento y empiece a dar respuestas.
Pero ya será más tarde.
Miro mi despacho ahora y el olor a desinfectante, a pino del parquet y a limpia cristales inunda mis fosas nasales y me calma. Es una maravilla estar allí ahora. Tomo un post—it del escritorio y anoto en la primera hoja que encuentro “comprar ambientador” para darle buen olor a la estancia.
Giro a la derecha para mirar el ordenador y me quito el pelo del flequillo que se ha escapado de mi recogido con el trajín del día. Supongo que necesito un descanso para la comida y después ya me pondré a revisar qué cosas hay en el ordenador. Imagino que las consultas de los autores no sólo serán físicas, sino digitales.
—Y eso me encargaré de averiguarlo después —digo en voz alta cogiendo mi bolso.
Cierro la puerta, apagando la luz antes y me dirijo hacia el ascensor. Mi vista inevitablemente se escapa a mirar hacia el lugar dónde debería estar Logan Ross y siento la tentación de ir allí para saludarle. Tal vez es mi ego el que habla ahora, no lo sé, pero me gustaría que viera con sus propios ojos el trabajo tan arduo que he realizado en la mañana.
—Como eres Roselyn.
Pulso el botón de llamada del ascensor y saco esas ideas de mi cabeza. Cuanto menos me cruce con Logan Ross mejor.
Salgo a la recepción y voy directa hacia dónde está sentada Grace. Ella me saluda efusivamente cuando me ve llegar.
—Hola, novata —susurra contenta—. Ya pensé que iba a tener que subir a buscarte para secuestrarte para la comida.
—¿Sí?
—¡Claro! Imaginé que no sabrías a dónde ir para comer, y supuse que te vendría un poco de compañía —añade desconectando la centralita y cogiendo su bolso y su chaqueta—. Alyssa ha ido a por el coche. Vamos a comer a un lugar espectacular.
—¿Alyssa?
—Sí, es mi prima, ¿no se nota que ambas somos italianas?
Hace una mueca con el rostro de coquetería y no entiendo esa referencia al asunto de ser italiana, pero me río por compromiso. Su forma de expresarse es auténtica la verdad, eso me gusta.
Salimos juntas de la editorial y caminamos hacia un coche azul que espera con las luces puestas. Saludo a Alyssa con la mano y entro en la parte de atrás del coche.
—¿Qué tal tu primer día?
—Atareado —contesto poniéndome el cinturón de seguridad—. Mucha pila de papeles.
—No me extraña, sobre todo porque la planta en la que estás recién se ocupó ayer con las cosas.
Me quedo mirándola sin comprender.
—¿Cómo que se ocupó ayer?
—Esa planta estaba dedicada a las visitas ocasionales, y sólo uno de los despachos que hay. Por eso está el gran acuario que viste en el nuevo despacho del señor Ross. El servicio de limpieza tuvo que hacerse cargo durante el día de ayer para adecentarlo todo para que se pudiese utilizar. Sólo quedó por arreglar tu despacho.
Ah.
Pienso en el señor Titán y ahora entiendo la razón de qué dijera eso del olor de la sala. Así que esa planta antes estaba inutilizada, qué curioso.
—¿Y Meg Davis? —pregunto mirando hacia un coche que está cruzando con nosotras ahora la autopista. Me hace gracia el bebé que balbucea en el asiento de atrás, moviendo alegremente sus regordetas manos—. Estoy sustituyendo su trabajo mientras está de excedencia, ¿no?
—No hay ninguna Meg Davis en la plantilla, Roselyn —me dice Alyssa sorprendida—. Te han contratado como ayudante del director de la editorial. Antes era él quién daba por válidos los manuscritos que llegaban a su despacho, ahora tú vas a ayudarle con esa función. ¿No lo sabías?
Niego con un gesto, mirando las manos apoyadas en mi regazo.
—Supongo que lo entendiste mal —me vuelve a decir ella casi con tono borde—. No pasa nada, es tu primer día, es normal que no te quedes con todo. Irás aprendiendo las cosas poco a poco. Paciencia, querida.
Llegamos a un restaurante que está localizado en plenas afueras de la localidad, algo más lejano de dónde está la urbanización donde vivo con mi madre. Mi mente no hace más que recordar la plaquita que estaba colocada en mi despacho con el nombre de Meg Davis. Recuerdo perfectamente cómo Logan me habló de ella. Incluso si me dijo que estaba de excedencia laboral. No logro a entender entonces a qué ha sido debido la mentira.
Y más con una tontería como esa.
Me siento entre las dos primas y miro el menú. Se me encoje un poco el corazón al ver lo caro que sale comer allí. Mi estómago me ruega porque pida algo de patatas fritas tal como le prometí minutos antes, y para mi desgracia en ese restaurante no haya de “fritos”. Todo son guisos, o platos finos que nunca he tenido el placer de probar en mi vida.
—Todo está divino —dice Grace.
—¿Cuánto puedo gastarme por comida al día? —pregunto mirando con duda los precios.
—Normalmente al día puedes gastar unos quince dólares en la comida, incluyendo desayuno, almuerzo y merienda —me informa Alyssa pidiéndole al camarero uno de los menús más caros de la carta—. Luego tú ya puedes organizarte los días cómo quieras. Si un día gastas más, al día siguiente menos.
Afirmo, eligiendo una pasta italiana con postre.
—Y para celebrar tu nuevo empleo, un vinito —dice Grace.
—Yo no bebo alcohol —me disculpo pidiéndole al camarero una coca cola.
—¡Por un sorbo no pasa nada, mujer!
Me disculpo con una sonrisa avergonzada pero sigo insistiendo en la bebida sana. Nunca bebo y menos cuando tengo que trabajar. ¿Cómo voy a concentrarme con las cosas si llego piripi de la comida?
—Eres una chica responsable, entonces —murmura Alyssa frunciendo el ceño.
—Simplemente sana.
Entrecruzo miradas entre las dos primas, en silencio. Sé que ambas quieren decirme algo, pero no sé de qué pueda tratarse. Parecen recelosas por algo. Sus sonrisas secretas lo dicen todo.
—¿Pasa algo? —pregunto directamente. No suelen gustarme las evasivas, ni los juegos.
—Sólo queríamos saber cómo lo has hecho… —comienza a decir Grace, bebiendo un generoso trago de vino de su copa.
—¿Cómo he hecho… qué?
—Encandilar al jefe para que te nombre su ayudante personal —termina la frase su prima por ella.
Veo cómo Grace le pega una patada por debajo de la mesa a Alyssa. Yo me pongo roja y no entiendo a santo de qué. Si realmente no he hecho nada.
—Presenté mi candidatura y me contrataron —respondo agradeciendo al camarero el primer plato que me trae—. No he hecho nada fuera de lugar.
Comienzo a comer pensando que debería de haber rechazado su invitación para comer con ellas.
—¿No? Pues es raro que te hayan contratado a ti cuando el puesto de asistente para el departamento de publicidad y marketing ya fue ocupado —dice Alyssa sonriendo fríamente—. Es curioso que hayas sido capaz de encandilar a mi jefe. Normalmente nunca se deja convencer por una cara bonita.
Trago fuerte el trozo de pasta que logro hacer pasar por mi garganta y alzo una ceja sorprendida. ¿Piensan que he obtenido el trabajo ligando con Alan Payne? No me atraganto con la comida de puro milagro.
—Creo que no tengo mucha hambre —consigo decir con mucha dignidad levantándome de la mesa tras limpiar mis labios con la servilleta.
—¡Pero Roselyn! —exclama escandalizada Grace—. No te tomes a mal la pregunta de mi prima. Suele ser muy directa—. Me dice la recepcionista pretendiendo llamar mi atención.
—Sólo era una pregunta mujer, no hace falta que te muestres tan ofendida.
¿No?
¿Insinúan que he tenido algún tipo de lío con Alan Payne y quieren que no me tome a mal su comentario?
—Si he conseguido el trabajo ha sido por mi experiencia laboral.
—Acabas de salir de la universidad —murmura Alyssa bebiendo ella también un generoso trago de la copa de vino—. Y tu experiencia laboral ha sido como ayudante en una librería. No tienes suficiente conocimiento para el puesto que ahora ostentas.
Su mirada pasa de ser dulce a ser punzante y noto que me mira la ropa con altanería. Recuerdo su propia mirada del día anterior cuando miraba con desprecio mi ropa arrugada y entiendo que no le he caído bien nunca. Ni ayer, ni hoy. ¿Tal vez por celos? ¿Estará enamorada de su jefe y por eso me trata así?
No lo sé, y tampoco me importa.
—Regreso a la oficina. Como dije no me siento bien para comer —miento tratando de calmar a mi estómago. Gruñe porque me quede y termine de comer el menú—. Gracias por enseñarme este lugar.
Me giro todo lo digna que puedo y casi me choco de frente con el camarero. Casi provoco que nos caigamos los dos. ¡Joder!
—Lo siento.
—Patosa y maleducada —oigo que Alyssa susurra en voz baja—. Eres un lujo, chica.
Grace le susurra algo al oído, enfadada al parecer con ella.
—Igual aunque hayas logrado embelesar a Alan, él está comprometido con otra persona mucho más brillante que tú, querida —continúa increpando Alyssa—. Tu vergonzante coqueteo con él no te servirá de nada. No va a dejar a su pareja por ti.
No me quedo a escuchar nada más. Voy a la entrada y pagando la cuenta de mi menú —me sabe muy mal gastar veinte dólares a lo tonto de la tarjeta de crédito de empresa, y encima sin comer nada—, y salgo al exterior cabreada.
Miro a ambos lados de la calle y no me queda más remedio que levantar la mano y pedir el alto a un taxi que pasa por allí con el cartel que está disponible. Le doy la dirección de la editorial y malhumorada paso todo el trayecto de regreso murmurando varios insultos hacia secretarias idiotas y celosas.
—Son diez dólares, señorita.
Gruño para mis adentros y sin más remedio, ofrezco también la tarjeta de empresa para pagar la cuenta. No llevo dinero en efectivo. Y el crédito de mi tarjeta personal ya lo excedí ayer con la compra de la ropa.
—Tome el recibo.
Agradezco que haya aceptado el cobro la maquinita, y entro en la recepción con mi estómago gruñendo a mil. Miro la hora en el reloj que hay en la entrada del hall y al ver que son ya las cuatro menos veinte, entiendo que es tarde para salir a otro lado a pedir algo de comida.
Tendré que seguir con mi trabajo y cuando salga a las cinco y media ir a merendar algo contundente. Ya llevo treinta dólares de la tarjeta de comida gastados a lo tonto.
Mi primer día no está transcurriendo todo lo bien que yo hubiera esperado, por desgracia.
Las cinco y media de la tarde llegan enseguida y me pilla justo terminando de configurar el ordenador. Estoy tan enfadada y tan irritada con las primas italianas que he sido muy poco productiva. Entre que he tenido que llamar al departamento de informática para que me diera la clave de acceso, y lo que han tardado en atenderme, sólo me ha dado tiempo configurar mis propias claves y a ver la cola de mensajes en bandeja de entrada que tengo pendientes de lectura y todos con el asunto de “envío propuesta manuscrito”.
La verdad es que sí que hay trabajo. Y mucho. Sea verdad o no lo que Alyssa dijo con respecto a Meg Davis, la verdad del asunto ha sido que yo cuando entre en ese despacho, el nombre de esa mujer estaba puesto en la entrada. El hecho de que ahora haya desparecido esa placa de allí no quiere decir nada.
No estoy loca. Bueno, al menos no del todo.
Apago el ordenador y guardo las claves en un cajón bajo llave. Por si las moscas. Tengo la impresión de no ser muy bien recibida en la empresa muy a mi pesar.
—¿Interrumpo?
Alzo la vista hacia el sonido de la voz y mi corazón comienza a latir con fuerza al ver ante mí al todopoderoso Titán. Prefiero pensar en él así y no como Logan Ross si no quiero alucinar a colores por ser yo su ayudante personal. Y sí, oficialmente eso es lo que soy, según el contrato que tengo en mi poder.
Ayudante de Dirección.
—¿Necesita algo, señor?
Opto por comportarme de forma profesional.
—Vengo a traerle unos mensajes urgentes que necesitan contestación inmediata —dice dejándome un paquete de cartas encima de la mesa—. La mayoría son cartas de rechazo. Escanéalas y mañana pide un mensajero para que las envíen. Urgente, como siempre.
—¿Y las otras?
—Son confirmaciones para eventos a los que tenemos que acudir en la semana. Tienen que salir hoy.
¿Hoy?
Miro la hora y recuerdo que mi hora de salida es a las cinco y media de la tarde. Imagino que él está esperando que yo proteste por tenerme que quedar más tiempo en la empresa, pero no le doy ese gusto.
—Enseguida mando las confirmaciones, señor.
Echo un vistazo a las cartas y rápidamente me pongo a ordenarlas con un clip. Son siete cartas de confirmación, el resto del taco son los rechazos a los manuscritos. No puedo evitar sentir algo de lástima al pensar en los autores que esperan con ilusión respuesta a su obra y reciben una fría negativa.
—Espero que tenga ropa adecuada para el evento de mañana por la noche, señorita Harper. Usted nos acompañará al señor Payne y a mí al lugar.
—¿Qué?
Se caen las cartas de mi mano al suelo al repetir en mi mente lo que me dice. ¿Cómo que si tengo ropa para el evento? Recuerdo el comentario de Alan en la firma del contrato con respecto al talonario mágico que me darían una vez superado el periodo de prueba para comprar ropa para esa clase de actos y trago hondo.
No tengo ropa adecuada, para mi desgracia.
—¿No hablo correctamente? —pregunta él alzando una de sus perfectas cejas—. Quiero saber si tiene ropa adecuada para la presentación de libro que está programada para mañana.
Afirmo con la cabeza, más por vergüenza que por ser verdad.
—¿Es necesario que yo vaya? —quiero saber—. Quiero decir, aún no he superado el periodo de prueba, no sé si…
—¿Acaso cree usted que no será capaz de superarlo, señorita Harper?
—¡Por supuesto que no es eso!
—Bien, porque de lo contrario me decepcionaría y mucho— susurra rodeando el escritorio hasta ponerse a mi espalda.
Acomoda las manos en la silla donde estoy sentada, y acerca su boca y su aliento a mi oído para continuar hablando. Si antes he sentido que mi corazón latía muy deprisa, ahora noto que cabalga desbocado. ¡Está demasiado cerca! ¡Necesito más espacio personal entre él y yo! ¡Socorro!
—Ayer vi en usted mientras conducía su Mustang una pasión a la hora de actuar por impulso que llamó poderosamente mi atención —susurra. Lucho contra el impulso que tengo por reclinarme más hacia atrás hasta tocarle. Me contengo a duras penas—. Por eso decidí contratarla. Necesito una ayudante a mi lado con carácter y fuerza de voluntad.
—Yo…yo…
—Quiero que en todo momento actúes como desees y sigas todos tus impulsos. Tanto a la hora de revisar los manuscritos como a la hora de tratar conmigo. No quiero que te contengas, Roselyn.
Cierro los ojos. Está tan cerca que la tentación de tocarle se está convirtiendo casi en necesidad.
—Muéstreme esa pasión que tiene en su interior, señorita Harper —me pide con su cálido aliento ya en mi oído. Noto que me roza los pelillos de su barba en mi mejilla al inclinarse tanto hacia mí, que me eriza toda la piel.
¡Siento que se estremece todo mi cuerpo con sólo su roce y casi ni siquiera ha llegado a acariciarme del todo! Increíble.
—Mañana saldremos directamente desde la oficina hacia el evento. Puede traerse la ropa aquí y cambiarse en esta misma planta. Más allá de mi despacho, al final del pasillo hay un cuarto de baño y una habitación cerrada con llave. Normalmente sólo lo uso yo, pero puedo prestárselo si quiere. Así no tendrá que venir vestida de gala desde casa.
Quiero decirle que no es necesario que me otorgue esa clase de beneficios y la presencia de una nueva persona en mi despacho me impide tener que hablar.
—Logan, es hora de irnos.
Observo a Alan Payne ante nosotros y me inclino hacia delante en la silla para alejarme de la cercanía del jefe.
—Estaba dándole unas indicaciones a la señorita Harper.
Aprieta con firmeza pero suavemente con sus manos mis hombros y camina hacia al entrada con paso ligero. No parece para nada afectado de la conversación que acabamos de mantener, y me da envidia. ¡Yo estoy temblando aún como un flan!
—Espero que su día haya sido bueno, Roselyn —me dice Alan con voz de enfadado—. Nos vemos mañana.
—Ha sido bueno —miento y de qué forma.
Grace Amato y su prima, Alyssa De Luca son un claro ejemplo de lo mal que ha ido el día.
—Deseo que tengas una buena tarde, señorita Harper —me dice Logan—. Nos vemos mañana.
Bajo la vista y sin mirar a nadie en particular, les deseo también que disfruten de la tarde. En cuanto se van de mi vista y no puedo verlos ni oírlos, me levanto de la silla y doy un par de pasos por el despacho para hacer que la sangre vuelva a correr por mi cuerpo.
No puedo hacer otra cosa para quitarme el temblor en mis músculos tras el suave y cálido contacto que he sentido del cuerpo de Logan Ross en mí.
A las seis y media apago todo en mi despacho y salgo de allí con un manuscrito entre mis brazos. Quiero tratar de mejorar el día regresando a casa y leyendo allí tranquilamente el inicio de un libro que ha llamado mi atención. Se llama “La Flor de la Esperanza” y el nombre del autor es desconocido para mí.
Por eso lo he elegido para ser el primero que revisar.
Pulso en el ascensor el botón del sótano y aprieto con fuerza el manuscrito en mi pecho. No lo suelto hasta que no llego a mi Mustang y lo dejo bien acomodado en el asiento del copiloto. Pongo la música a todo volumen y conecto el manos libres al coche. Llamo a mi madre para ver si necesita algo antes de que llegue a casa.
—¿Sí?
—Hola mamá —murmuro preocupada al oírla contestar agitada la llamada—. ¿Estás bien?
—Sí, cariño, estuve pasando el aspirador y me agité un poco —me dice—. ¿Qué tal tu primer día?
—Bien. Muchas emociones —le digo y es verdad—. Ahora te cuento en casa tranquilamente, sólo quiero saber si necesitas algo para que lleve.
—No, hija, conduce tranquila.
Me manda una bendición para que regrese a casa bien y yo le lanzo un beso enorme. Adoro mucho a esa mujer y ella lo sabe. Para mí Anne Harper, a parte de ser la persona que me dio la vida, lo es todo. Tanto que sé que cuando ella no esté voy a pasarlo mal. Muy mal.
Pongo las luces en el coche al pasar por una zona para nada iluminada y paso por delante de varias tiendas de ropa. Sé que no debería estar allí para comprar nada, y menos después del gasto estratosférico que hice el día anterior, pero si debo ir al evento de la presentación, necesito ropa elegante.
Y no tengo nada de fiesta.
Recuerdo los vestidos tan hermosos que tanto Grace como Alyssa tenían puestos en las fotografías que vi el día anterior de los reportajes, y sé que necesito ropa de gala de forma urgente. Y más si ahora resulta que me tienen envidia.
No quiero darles un arma que usar contra mí si voy mal vestida a la presentación.
—¿En qué puedo ayudarla? —me pregunta una dependienta con una sonrisa enorme al verme entrar en la tienda.
Le digo lo que necesito y enseguida ella me saca un par de modelos que me dejan sin respiración. Y son sólo por lo carisisísimos que son, sino por los escotes de infarto que tienen. Guau. Con eso puedo ser capaz de seducir a cualquier hombre que aparezca ante mí.
Escondo una sonrisa seductora al pensar en Logan justo en ese momento, y tomo entre las manos dos vestidos diferentes que llaman mi atención.
—Me los llevo —murmuro sin mirar el precio.
—¿No se los prueba?
Miro el reloj y niego con un gesto.
—No —le digo segura de mí—. Son mi talla. Me irán bien. Gracias.
La mujer asiente. Me hace ir al mostrador y me entrega el ticket de compra. Siento verdadero dolor en el corazón al ver que la cuenta asciende a trescientos dólares con veintidós centavos. ¡Madre del amor hermoso!
Pienso durante un segundo si es bueno salir de allí sin comprar nada, pero al recordar el desprecio en la cara de Alyssa en el maldito restaurante de la mañana, sé que en el trabajo que tengo ahora las apariencias lo son todo. No puedo ir mal vestida.
—Aquí tiene —le digo sacando mi tarjeta de crédito del bolso.
Pienso que en tres meses tendré el talón ese de la empresa que me darán cuando pase el periodo de prueba y que con eso podré retribuir el gasto.
—Sale denegado, señorita.
Resoplo frustrada. Tal como temía, con las compras de ayer superé el límite. Recojo la tarjeta con manos temblorosas y al meterla en el bolso, saco la tarjeta de comida. Cruzo dedos al dársela.
—Pruebe con esta, por favor.
La mujer se queda mirando el plástico con una ceja levantada, pero no pone problema alguno. Pasa por la máquina la tarjeta y segundos después me da el papel para que firme el conforme del pago.
—Gracias.
Recojo los vestidos y tras despedirme de la dependienta, salgo de allí con vergüenza. Acabo de hacer un gasto de trescientos dólares con una tarjeta que se supone que está destinada sólo a comida. Y en mi primer día de trabajo. ¡Qué bien!.
Camino al coche para meterme en él para ir directa a casa y no sé si gritar de frustración o llorar de tristeza al ver apostado en el capó de mi Mustang a la última persona que deseé ver justo hoy.
Blake Cox.
Joder con mi primer día en Ross Reserve Edition S.L. Y yo que me lo quería perder.