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A MANERA DE prólogo

“La tierra es de quien la trabaja”, decía Emiliano Zapata. Al leer estas páginas escritas por Alfonso Amezcua, mi querido suegro, yo las cambio y digo: “La tierra es quien la trabaja, y quien la trabaja se vuelve la tierra misma”.

Como deja ver este texto, Don Alfonso es la propia tierra, es el campo personificado. En él cohabitan el amor por trabajarla; las dichas y desventuras de vivir con, para y de ella; el conocimiento de sus necesidades, sus gustos e incluso sus caprichos, como si de una pareja se tratara.

La tinta vertida sobre estas páginas da cuenta de una verdadera historia de amor: la de Alfonso con la tierra. Una historia de amor fértil, frondosa y plena de esos frutos que conforman su familia.

Gerardo Kleinburg

* * *

El sueño de un niño se hizo realidad al salir de su pequeño pueblo para iniciar una aventura. Sin temer a lo desconocido, inocente, sin imaginarse a qué se iba a enfrentar, con la poca ropa, el poco alimento y dinero se lanza al camino para encontrar nuevos horizontes.

¿Qué le hizo escapar de su tierra natal? Quiso ser diferente a los campesinos pobres que se conformaban con su suerte; él estaba decidido a estudiar, conocer otros horizontes, salir de la miseria… Veía un arcoíris de posibilidades y como todo ser humano, soñaba; pero también actuaba para tener un mundo más amigable, tanto para él, como para su familia y el entorno.

Teresa Baños

La Tierra y el Campesino

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