Читать книгу Infierno - Divina comedia de Dante Alighieri - Alfonso López Quintás - Страница 14

UNA VIDA NUEVA

Оглавление

En mi opinión, no se puede leer la Divina comedia sin considerar primero la Vida Nueva, porque la Comedia solo se comprende de forma adecuada a la luz de la historia del amor de Dante por Beatriz y del drama de su muerte. La muerte de Beatriz provoca en Dante una rebelión natural y muy humana, un sentimiento de injusticia. De ahí que quiera comprender si la vida es un fraude, un engaño inmenso o si, en cambio, aunque de forma misteriosa, se cumple en ella la promesa de bien que parece contener.

Por eso, cuando Beatriz muere, para tratar de responder a esta pregunta, Dante relee su historia: reúne las poesías que había escrito, las comenta, las ordena al hilo de su experiencia y trabaja en ellas. Así nace su obra Vida Nueva. Vamos a leer juntos algún fragmento para entender mejor la misteriosa e increíble profecía con la que concluye. La obra empieza así:

En aquella parte del libro de mi memoria, antes de la cual poco se podría leer, se encuentra una rúbrica que dice: Incipit vita nova. Bajo esa rúbrica están escritas las palabras que es mi intención reunir en este librito; y si no todas, al menos, su sentido.1

[En aquella parte del libro de mi memoria, ante de la cual recuerdo muy poco, hay un breve título que dice: «Empieza una vida nueva». Tras ese título, encuentro allí grabados los poemas que pretendo transcribir en este librito; y si no todas, al menos el sentido que tienen en mi experiencia]

Dante empieza afirmando, decididamente, el valor de la memoria. ¿Por qué? Porque el encuentro con Beatriz es el evento clave de su vida, por lo que, cuando intenta reunir sus recuerdos, empieza con esta afirmación, como si nos dijera: «La relación con Beatriz ha sido tan bonita que no puede terminar en nada, no puede morir, no puede perderse». ¿Y cuál es la extraordinaria función de nuestra memoria?

Para responder a esta pregunta hay que empezar de lejos, partiendo de otra pregunta de la que esta depende. ¿Cuál es el problema que tenemos todos? Todos esperamos cosas grandes en la vida, esperamos que nos pasen cosas buenas y bellas, capaces de satisfacer de algún modo el deseo de felicidad que nos constituye. Y aunque muchas veces esto sucede, luego todo se acaba. Termina. Todo pasa. Entonces, ¿cuál es nuestro problema? Que nos gustaría que permanecieran, que no se pasaran. O que pudiesen volver a acontecer, a hacerse de nuevo presentes. Y es aquí donde entra en juego el valor de la memoria.

En este momento, si cada uno de nosotros tuviera que definirse a sí mismo, ¿qué diría? ¿Qué palabras usaría? Yo digo que bastan las palabras «memoria» y «libertad» o, lo que es lo mismo, «historia» y «libertad». Porque cada uno de nosotros está constituido por su historia y por la libertad, que siempre se ejerce en el presente.

En clase les decía a mis alumnos: «Imaginad que uno de nosotros, al salir de aquí, se cayese y se diera un golpe en la cabeza que le provocase amnesia, acabando con todos sus recuerdos, ¿cuál sería el resultado? No quedaría nada de él, no tendría nada que decir sobre sí mismo». Todo lo que sé de mí mismo, todo lo que soy, coincide con lo que llamamos «memoria».

Para ayudarles a entenderlo les mostraba una película antigua, Excalibur, que cuenta las leyendas del rey Arturo y de los caballeros de la Mesa Redonda, y que tiene una escena espectacular sobre este tema. Arturo y sus caballeros han conseguido derrotar a todos sus adversarios y se reúnen en círculo para celebrar las batallas y las victorias. En un momento dado, aparece Merlín exclamando: «¡Deteneos! Fijaos bien en este momento… saboreadlo, regocijaos con gran alegría, […] recordadlo para siempre. Porque esto es lo que os une, sois un solo cuerpo bajo las estrellas. Así que recordad bien esta noche, esta gran victoria, para poder decir en los años venideros: “¡Yo estaba allí esa noche, con el rey Arturo!”. Porque la maldición de los hombres es que olvidan».

Ahí entendí qué es la memoria. La memoria es procurar que la grandeza que se ha vivido, la belleza que se ha visto y el bien que se ha encontrado puedan permanecer para siempre y, de algún modo, repetirse. Es un deseo que tenemos todos. Tanto es así que Arturo, respondiendo al envite de Merlín, dice: «De ahora en adelante, para rememorar nuestro vínculo, nos reuniremos siempre en un círculo, para contar y oír las hazañas buenas y valientes… Haré construir una mesa redonda alrededor de la que nos reuniremos, con una bóveda por encima y un castillo sobre la bóveda». Y así surgirá Camelot, el castillo de los caballeros de la Mesa Redonda, que se reúnen para que el bien conquistado no se pierda, para que se pueda repetir su conquista. Esto es la memoria.

Por eso digo que la mayor riqueza que tenemos es nuestra historia. Cuanto mayor es nuestra memoria, más rica y fuerte es nuestra personalidad. De hecho, la memoria es la facultad que nos ayuda a vivir el presente, porque acude al gran almacén que la constituye y saca de él ese encuentro, esa frase, esa palabra, ese acontecimiento, esa música… en resumen, lo que necesitamos. Así, paso a paso, día a día, nuestra experiencia se enriquece y nos hacemos mayores.

Recapitulemos. Dante se ha enamorado, por lo que no quiere olvidar, quiere que ese amor dure para siempre. Por eso, la primera palabra que pronuncia, la palabra de la que parte, es la palabra memoria. Y dice: «Si voy con la memoria atrás en el tiempo, antes de ella [«antes de la cual», que obviamente se refiere a Beatriz], no recuerdo prácticamente nada [«poco se podría leer»]». Porque en la vida —que es esta espera de bien, de verdad, de belleza, de amor— es como si custodiásemos algo decisivo con el rabillo del ojo, como si esperásemos la evidencia clamorosa de algo grande, ¡como si un milagro estuviera siempre a punto de ocurrir! Ese es el punto que atrae nuestro afecto, el punto que responde a nuestra vocación, lo que nos atrae en la relación con la mujer y en la relación con los demás. Se podría sintetizar diciendo que la vida empieza realmente cuando sale a la luz ese punto.

Tras una brevísima introducción, Dante empieza con el primer capítulo, donde cuenta cómo afloró en él ese punto, en el momento del primer encuentro con Beatriz.

Nueve veces ya desde mi nacimiento había vuelto el cielo de la luz casi a un mismo punto, cuando a mis ojos apareció por vez primera la gloriosa señora de mis pensamientos, la cual fue llamada Beatriz por muchos que no sabían cómo se llamaba. Llevaba ya en esta vida tanto, que durante aquel tiempo el cielo estrellado se había movido hacia oriente una de las doce partes de un grado, así que casi al principio de su año noveno apareció y yo la vi casi al final de mi noveno año. Apareció vestida de nobilísimo color, humilde y honesto, purpúreo, ceñida y adornada del modo que a su edad juvenil convenía. En aquel punto digo en verdad que el espíritu de la vida que mora en la cámara secretísima del corazón comenzó a temblar con tal fuerza, que repercutía en los últimos pulsos terriblemente, y temblando dijo estas palabras: Ecce deus fortior me, qui veniens dominabitur mihi. Entonces, el espíritu animal que mora en la alta cámara, a la cual todos los espíritus sensitivos llevan sus percepciones, empezó a maravillarse vivamente y, hablando de un modo singular a los espíritus del rostro, dijo estas palabras: Apparuit iam beatitudo vestra. En aquel momento, el espíritu natural que mora en aquella parte por donde se nos suministra el sustento, comenzó a llorar, y llorando dijo: Heu miser, quia frequenter impeditus ero deinceps. Desde entonces digo que el Amor señoreó mi alma, la cual tan pronto estuvo desposada con él, empezó a tomar sobre mí tanto dominio y tanto señorío por la virtud que mi imaginación le prestaba, que me agradaba hacer en todo su gusto.2

[Tenía unos nueve años cuando vi por vez primera la señora de mis pensamientos, que ahora vive en la gloria de Dios, y que muchos llamaban Beatriz sin conocer el verdadero significado de este nombre. Tenía poco más que ocho años, así que la vi al principio de su año noveno, estando yo al final del noveno. Apareció vestida de nobilísimo color, el rojo, pero oscuro y decoroso, ceñida y adornada del modo que a su edad juvenil convenía. En ese momento digo en verdad que el espíritu de la vida que mora en la cámara secretísima del corazón comenzó a temblar con tal fuerza que repercutía en los últimos pulsos, y temblando dijo: «He aquí un dios más fuerte que yo, que viene para dominarme». Entonces, el alma sensitiva que mora en el cerebro, donde confluyen todas las percepciones corpóreas, empezó a maravillarse vivamente y, dirigiéndose de un modo singular a los órganos de la vista, dijo: «Por fin apareció vuestra felicidad». En aquel momento, también el alma vegetativa que reside en el hígado, rompió a llorar, y dijo: «¡Ay, pobre de mí, que de ahora en adelante seré puesto a prueba!». Desde entonces digo que el Amor señoreó mi alma y, desde que me sometí a él, el pensar en Beatriz le concedió sobre mí tanto dominio y señorío que me agradaba hacer en todo su gusto]

Parafraseando y sintetizándolo mucho, Dante dice: «Si retrocedo con la memoria, mi primer recuerdo es que tenía nueve años, la vi y sentí que ahí, antes o después, sucedería algo grande. Desde entonces he vivido toda mi vida en la memoria de ese momento». «Desde entonces digo que el Amor señoreó mi alma».

Porque el acontecimiento del amor, cuando sucede, cambia nuestra vida de forma radical. Nada se queda ajeno a la experiencia de un gran amor, como observa Romano Guardini: «En la experiencia de un gran amor […], todo cuanto acontece se convierte en un acontecimiento dentro de su ámbito».3 Se entiende que es una experiencia de amor verdadera porque tiene este efecto, arrastra todo consigo, cambia la forma de mirar las cosas, las personas y los hechos.

Pero ¿en qué cambia radicalmente la vida? ¿En qué se demuestra que es una vida nueva? En dos aspectos que señalo brevemente.

Dante describe así los primeros efectos del amor: «El espíritu de la vida que mora en la cámara secretísima del corazón [es decir, el corazón como lo entiende la Biblia, sede de la razón y del afecto] comenzó a temblar con tal fuerza, que repercutía en los últimos pulsos terriblemente, y temblando dijo estas palabras: Ecce deus fortior me, qui veniens dominabitur mihi», ha llegado aquel que dominará mi vida. El alma, el corazón, ese deseo del que estamos hechos, reconoce que pasará la vida en esa relación, que vale la pena entregarse a ese acontecimiento, a esa presencia, porque es lo que siempre había esperado de forma más o menos consciente.

Pero, después, Dante añade otra observación espectacular que se articula en dos momentos.

El primero: «El espíritu animal que mora en la alta cámara, a la cual todos los espíritus sensitivos llevan sus percepciones [es decir, el cerebro, la razón], empezó a maravillarse vivamente y, hablando de un modo singular a los espíritus del rostro, dijo estas palabras: Apparuit iam beatitudo vestra [ha aparecido tu felicidad]».

El segundo. «El espíritu del instinto que mora en aquella parte por donde se nos suministra el sustento [según la concepción de la época el «espíritu del instinto» está ubicado en el hígado, pero se refiere en sentido amplio al vientre, al cuerpo, o también al aspecto instintivo de la atracción del hombre por la mujer], comenzó a llorar, y llorando dijo: Heu miser, quia frequenter impeditus ero deinceps». «¡Ay de mí!, que de ahora en adelante seré derrotado a menudo!». El aspecto más instintivo de la persona llora porque, de ahora en adelante, se verá sometido a la razón y el corazón, dominado por el sentimiento del Destino.

Por si no hubiese quedado claro del todo, Dante añade:

Me mandaba muchas veces que tratase de ver a aquel ángel tan joven, por lo cual en mi niñez con frecuencia la anduve buscando, y me parecía de tan noble y laudable porte, que ciertamente podían decirse de ella las palabras del poeta Homero: «No parecía hija del hombre mortal, sino de un dios». Y ocurría que aunque su imagen, que continuamente estaba conmigo, por osadía de Amor me señoreaba, era de tan nobilísima virtud, que nunca sufrió que Amor me rigiese sin el fiel consejo de la razón en todo aquello en que aquel consejo fuera provechoso de oír.4

[Me empujaba a que buscase a aquel ángel tan joven, por lo cual en mi niñez la vi con frecuencia y pude ver en ella acciones tan buenas y nobles que ciertamente, con Homero, podría decir: «No parecía hija de un mortal, sino de un dios». Y aunque su imagen, que yo guardaba en mi mente, hacía que el Amor me señoreara, ejercía un poder tan noble sobre mí, que nunca el Amor me rigió sin el fiel consejo de la razón, en todas las situaciones en las que su consejo es provechoso]

«Nunca sufrió que Amor me rigiese sin el fiel consejo de la razón». Una vez reconocido el valor de ese encuentro, la correspondencia entre la espera y la llegada de ella, se recompone en unidad su persona, amor y razón van a la par, el pensamiento alcanza una certeza consciente, la experiencia se convierte en principio de conocimiento y de acción.

Además, os anticipo que encuentra aquí su raíz la famosa definición que Dante dará de los lujuriosos: aquellos que «someten la razón a la pasión».5 No están condenados porque han amado, sino porque lo han hecho dejando que el instinto, el capricho del momento, dominase la razón. En cambio, en el hombre es la razón la que debe gobernar al instinto, y el pecado es su derrota.

¡Nada de oponer el amor a la razón, como se suele hacer! El amor en Dante, como es propio del hombre medieval, está cargado de razón y da forma a toda la vida. Amar es un impulso del corazón y un juicio de la razón, no el simple resultado del instinto. Para el poeta, de ahora en adelante, será este amor cargado de razón lo que guíe su vida.

Segundo capítulo, segundo encuentro con dieciocho años.

Después de que transcurrieron tantos días que precisamente se cumplían nueve años de la aparición de la gentilísima antes narrada, en el último de aquellos días aconteció que aquella admirable señora se me apareció vestida de color blanquísimo, en medio de dos gentiles damas que eran de mayor edad, y pasando por una calle volvió los ojos hacia la parte donde yo me hallaba lleno de temor, y por aquella su inefable cortesía, hoy recompensada ya en el gran siglo, me saludó muy recatadamente, de modo que me pareció entonces ver allí los extremos de la bienaventuranza. La hora en que me llegó su dulcísimo saludo era exactamente la de nona de aquel día, y como aquella fue la primera vez que sus palabras se dirigían a mis oídos, me sentí de tal modo inundado de dulzura que, como embriagado, me aparté de la gente y corrí a la soledad de mi aposento, donde me puse a pensar en aquella dama tan cortés.6

[A los nueve años del encuentro con aquella niña, volví a ver a esa nobilísima mujer vestida de blanco, en medio de damas de mayor edad; al pasar, volvió sus ojos hacia el lugar donde yo estaba con cierto temor, y por su inefable liberalidad, hoy recompensada ya en el paraíso, me saludó de tal manera que me pareció tocar el cielo. Su dulcísimo saludo me llegó exactamente a las 3 de la tarde; y como era la primera vez que me dirigía la palabra, me sentí de tal modo inundado de dulzura que, como embriagado, me aparté de la gente y corrí a la soledad de mi aposento pensando en ella]

Una parte de la crítica, sobre todo en el pasado, consideraba este encuentro una invención poética. Sin embargo, yo pienso que el encuentro fue real y que, básicamente, Beatriz se declaró con ese gesto.

Para entenderlo, debemos comprender la mentalidad de la época. Beatriz es una chica de buena familia —los Portinari son una de las estirpes más conocidas de la ciudad—, está prometida con otro hombre, nunca sale sola, siempre va acompañada por dos damas de compañía, dos especies de guardaespaldas que controlan que no haga nada indigno de su rango. Y una chica de buena familia que sale por Florencia ha de llevar los ojos bajos, mirar al suelo, jamás se arriesgaría a alzarlos, menos aún para mirar a un hombre, para sonreírle y saludarle. Al mirar a Dante, sonreírle y dirigirle un saludo, Beatriz está llevando a cabo un gesto claramente transgresor.

El caso es que Dante lo entiende perfectamente. Porque con esa mirada es como si Beatriz le dijera: «Yo te conozco, te reconozco. Has hecho bien al esperarme. Soy la que Dios había pensado para ti, para tu felicidad. Soy Beatriz, la que de veras te trae beatitud. Soy yo».

Dante se queda pasmado ante el consentimiento que le regala Beatriz. Corre a su casa, compone poesía, tiene visiones, sueña, escribe a sus amigos… comienza para él una vida nueva.

Lo primero que hace —es el primer impulso que te viene cuando te sucede algo bello, quieres compartirlo— es contar lo que le ha sucedido. Y, como buen poeta, lo hace escribiendo poemas. Este es el primero.

A ciascun’alma presa e gentil core

nel cui cospetto ven lo dir presente,

in ciò che mi rescriva ’n suo parvente,

salute in lor segnor, cioè Amore.

Già eran quasi che aterzate l’ore

del tempo che onne stella n’è lucente,

quando m’apparve Amor subitamente,

cui essenza membrar mi dà orrore.

Allegro mi sembrava Amor tenendo

meo core in mano, e nelle braccia avea

madonna involta in un drappo dormendo.

Poi la svegliava, e d’esto core ardendo

lei paventosa umilmente pascea.

Apresso gir lo ne vedea piangendo.

A toda alma cautiva y corazón gentil / a la que estas palabras se presentan / para que me descubran su opinión, / salud en nombre de su dueño Amor. / Ya eran casi terciadas las horas / del tiempo en que toda estrella resplandece, / cuando me apareció el Amor súbitamente / y me estremece recordar su esencia. /Alegre me parecía el Amor teniendo / mi corazón en la mano, y en los brazos / a mi dama con su túnica, dormida; / después la despertaba y del corazón ardiendo / ella, temerosa, pacía humildemente. / Luego lo vi marchar llorando.7

Aquí Dante cuenta la historia recurriendo a una serie de imágenes del lenguaje poético del tiempo: se le aparece el Amor, que tiene entre los brazos a Beatriz («a mi dama», mi mujer) y en una mano su corazón (el de Dante), hasta que ella se despierta y empieza a alimentarse de ese corazón. La metáfora evidentemente señala un mimetismo total (un poco como cuando una madre le dice a su hijo pequeño «te voy a comer»).

Así que Dante escribe y alguien le responde.

Este soneto fue contestado por muchos y en diverso sentido. Entre ellos me contestó aquel a quien yo llamo el primero de mis amigos, que escribió entonces un soneto que empieza Viste, a mi parecer, todo el valor. Y este fue casi el principio de la amistad entre él y yo, cuando él supo que yo era quien le había enviado aquel.8

Los amigos le responden escribiendo otras poesías. Y, entre ellas, está la réplica extraordinaria, preciosa, de Guido Cavalcanti: Viste, a mi parecer, todo el valor. Como si dijera: «Dante, creo que has dado en el clavo, por lo que dices, por lo que cuentas, te ha pasado lo más importante de la vida. ¡No lo dejes!». Y Dante dice que, a partir de ahí, empezó la amistad entre ellos.

Me paro un momento en esta palabra, «amistad», porque creo que, hoy en día, para entender qué era entonces la amistad tenemos que hacer otro gran esfuerzo de imaginación. En mi experiencia como profesor, si llamase hoy a un grupo de jóvenes para que me dijeran qué es la amistad, me temo que las respuestas serían muy inciertas, llegando incluso a poner en duda su existencia y posibilidad. Cuando intentan definirla, lo hacen de forma insegura, confusa, como si la amistad fuera un vago sentimiento, que va y viene, dependiendo de la consonancia momentánea o de los temperamentos: «Estoy de acuerdo, no estoy de acuerdo; piensa como yo, tiene la misma idea sobre…».

Pensar así no tiene nada que ver con la amistad que tenían Dante y sus amigos, y, por tanto, con la confianza que se tenían recíprocamente. Tenéis que imaginar a un grupo de jóvenes, de amigos, para los que era habitual levantarse por la mañana tomándose en serio la vida, razonando sobre el deseo que la mueve y sobre lo que responde en concreto a ese deseo. Tenían claro que, si la naturaleza de la vida humana es este deseo incesante, compartirla es el contenido de toda amistad auténtica, como dice Dante en un famoso soneto.

Guido, yo quisiera que tú y Lapo y yo / fuéramos sorprendidos por un encantamiento / y metidos en una barca que, obedeciendo a todo viento, / corriese por el mar conforme a vuestra voluntad y mía, / de tal suerte que ninguna tempestad o mal tiempo / lograse ponernos en mal trance, / antes, por el contrario, / viviendo todos en un mismo querer, / creciese siempre más el anhelo de estar juntos. / Y D.ª Vana y D.ª Lagia después, / con aquella que está por encima de los treinta, / pusiese entre nosotros al buen encantador, / y así siempre hablaríamos del amor / y todas ellas estarían contentas, / como creo que estaríamos todos.9

Guido —escribe Dante— me gustaría que tú, Lapo y yo fuéramos sorprendidos por un encantamiento y metidos en una embarcación, sin que nada se pusiera por delante, y viviendo siempre «en un mismo querer», en una sola voluntad, «creciese siempre más el anhelo de estar juntos», el deseo. El cumplimiento de la amistad, el cumplimiento de la vida, es que se acreciente el deseo. No hay otra definición verdadera de la amistad. ¿Quién me es amigo? ¿Quién es el amigo de verdad? Aquel que sostiene mi deseo y siempre lo relanza. Aquel que, cuando estoy metido en algo grande, lo reconoce, también lo mira y me ayuda a mirarlo mejor, a entenderlo mejor.

Algo te ha herido, te ha impresionado —algo bueno, doloroso o fatigoso— al igual que a mí, hemos compartido algo grande; cuanto más grande es lo que hemos compartido, más fuerte y tenaz es el sentimiento que nos une. La amistad nace de ahí, de la experiencia humana que se comparte con el otro y no de un vago sentimiento. Nace de la fuerza que tiene lo que miramos juntos, lo que deseamos juntos, lo que nos ha sucedido y que es más grande que nosotros.

A veces también imprevisible. Hasta el punto de que es verdad que se puede decir que tengo grandes amigos, pero que no los he elegido. No es que haya ido por ahí y, como uno me gustó más que otro, le dije: «Venga, seamos amigos». No los he elegido, los he encontrado. En la vida muchas veces he estado ante cosas grandes y, en ese momento, he tenido a alguien al lado. No elegido, no buscado, pero nos hemos mirado y hemos dicho: «Pero, si tú y yo estamos ante algo tan grande juntos, somos amigos». El amigo es aquel que reconoces por la grandeza que tiene él en los ojos y que tú tienes en los ojos. Dante y sus compañeros entendieron que el objeto de la amistad es alimentar el deseo, que, estando juntos, «creciese siempre más el anhelo de estar juntos».

Es una afirmación que se puede aplicar también a la experiencia del amor. Así que alguien que está realmente enamorado, después de pasar un día con su novia, ¿qué hace cuando la deja? ¿Cómo os despedís de un amigo con el que habéis pasado un gran día? «¿Cuándo nos vemos?». Te preguntas cuándo os volveréis a ver. Haber estado juntos ha alimentado el deseo de volver a verse. A nosotros nos cuesta conquistar este dinamismo como el modo normal de vivir una relación. Sin embargo, para Dante y sus compañeros era normal.

Y aquí la experiencia de la amistad se encuentra con la de la memoria. Porque, cuando nos sucede algo grande, todos necesitamos a un amigo con quien compartirlo. Después, necesitamos también que esa experiencia se pueda repetir siempre. Y para ello necesitamos un lugar concreto, una compañía humana. «La casa es el lugar de la memoria», reza una fórmula de una asociación de laicos consagrados que conozco; todos ellos tienen esa frase en sus casas. Porque todos necesitamos la memoria; y lo que custodia esa memoria, lo que te la devuelve incluso cuando la extravías es tu casa, la compañía que te rodea, los amigos, los hermanos, la gente que guarda en su corazón lo acontecido, los que recuerdan contigo lo que habéis vivido y por lo que vale la pena vivir.

Desde este punto de vista, por ejemplo, se comprende —se trata de un inciso, pero siempre me conmueve— lo que es la misa dominical para los católicos, cuando en el corazón de la semana, en el corazón de la vida, está esa hora en la que vuelve a acontecer lo que pasó hace dos mil años, que Jesús se hace realmente presente cuando el sacerdote dice: «Haced esto en conmemoración mía». Esa es una casa, una morada; esos son los hermanos, porque entre ellos todo se plantea como ayuda para vivir esta memoria, para no olvidar.

Después, sigue la trama amorosa. Y, en cierto sentido, sigue mal. Mal porque, frente a lo que le ha sucedido, Dante se comporta torpemente, de modo inadecuado. ¿Qué hace nuestro poeta enamorado? Lo que haríamos cualquiera de nosotros en semejantes circunstancias: hacer de todo por volver a ver a su Beatriz. «¿Qué tiene eso de malo?», os preguntaréis. Os respondo con las palabras de una canción de Claudio Chieffo: «Este extraño amor ha nacido como un hijo que nadie esperaba, ¿y por qué ahora queremos ser los dueños de un amor donado?».10 Esta es la tentación que surge enseguida: adueñarnos de lo que no es nuestro, ponerle las manos encima, querer decidir nosotros cómo tiene que ser, cómo tiene que continuar, olvidándonos de que, si es un milagro que nazca el amor, como milagro debe continuar. Sin embargo, Dante intenta adueñarse de ese amor, y entonces empiezan los problemas.

Un día sucedió que aquella gentilísima estaba en un sitio donde se oían palabras acerca de la reina de la gloria y yo me hallaba en lugar desde el que veía mi dicha, y entre ella y yo, en línea recta, se sentaba una noble dama de muy agradable aspecto, la cual me miraba frecuentemente, maravillándose de que mis miradas pareciesen terminar en ella. De aquí que muchos se dieron cuenta, y al salir de aquel lugar oí decir cerca de mí: «Ved como aquella dama ha destruido la persona de este»; y, como la nombraran, oí que lo que decían de la que estaba en medio de la línea recta que, arrancando de la gentilísima Beatriz, terminaba en mis ojos. Entonces me recobré mucho, seguro que mi secreto no se había descubierto el día aquel por mis miradas. Y en el acto pensé en hacer de aquella noble señora abrigo de la verdad, y tantas demostraciones le hice en poco tiempo, que las más de las personas que hablaban de mí creyeron conocer lo que yo ocultaba. Con esta dama me celé meses y años, y, para que más lo creyeran los otros, le dediqué algunas cosillas rimadas, las cuales no quiero trasladar aquí, sino las que en algo tratan de aquella gentilísima Beatriz, por lo cual las dejaré todas a un lado salvo alguna que parezca ser en alabanza suya.11

¿Qué es lo que pasa? Pasa que Dante, en cuanto puede, entra en la iglesia para admirar a Beatriz, hasta que un día entre él y ella se interpone otra mujer, por lo que puede parecer que la mirada de Dante se dirige a esta última. Entonces Dante aprovecha la ocasión para esconder su amor por Beatriz —que no puede mostrarse públicamente porque, como hemos visto, ella está prometida con otro— tras la pantalla de esta otra dama, y alimenta el equívoco escribiendo poesías para ella. Después, la «mujer-pantalla» (así se la llama habitualmente) se va a otra ciudad y Dante vuelve a hacer lo mismo con otra. Pero acaba por exagerarlo y la cosa llega a oídos de Beatriz, que cumple su deber: le retira el saludo.

Después de mi regreso púseme a buscar a la dama cuyo nombre me había dado mi señor en el camino de los suspiros; y a fin de que mi relato sea más breve, digo que en poco tiempo hice de ella mi defensa, hasta tal punto que demasiada gente hablaba del caso sobrepasando los límites de la cortesía; de lo cual a menudo me pesaba mucho. Y por este motivo, es decir, por estas exageradas voces que injustamente me difamaban, aquella gentilísima, que fue destructora de todo vicio y reina de las virtudes, pasando por cierto lugar, me negó su dulcísimo saludo, en que toda mi felicidad residía.12

En ese momento, cuando, por torpeza corre el riesgo de perder a la persona amada, Dante se ve empujado a reflexionar sobre por qué ella es tan importante para él. Y así llega a identificar el efecto decisivo del amor, la novedad absoluta por la que realmente se puede decir «ha comenzado una vida nueva». Sigamos leyendo.

Digo que cuando ella aparecía dondequiera que fuese, ante la esperanza del admirable saludo, no me quedaba ya enemigo alguno; antes bien, nacíame una llama de caridad que me hacía perdonar a quien me hubiese ofendido; y si alguien entonces me hubiera preguntado cosa alguna, mi respuesta habría sido solamente: «Amor», con el rostro lleno de humildad.13

Dante dice que, cuando la veía por algún sitio, albergando la esperanza «del admirable saludo» —es decir, de que su vida se salvase milagrosamente y pudiera llegar a ser algo bueno y grande— «no me quedaba ya enemigo alguno», nada ni nadie sentía como enemigo, ninguna circunstancia y persona como adversarios; es más, sentía nacer en mí una «llama de caridad», un ímpetu afectivo que me empujaba a perdonar a quien me hubiese ofendido. He aquí la segunda consecuencia que demuestra que alguien está experimentando lo que es el amor, podríamos decir la consecuencia ética de la experiencia del amor: la capacidad de perdón. Porque, si se te quiere de verdad, de una forma gratuita, con una gratuidad infinita, que no alcanzas comprender porque sabes que no lo mereces, entonces esa gratuidad entra en todas tus relaciones; es más, promueve las relaciones, hace que todo el mundo te resulte cercano. Te surge el deseo de que el tiempo no pase en balde, de que tu vida contribuya a mejorar el mundo… Te viene el deseo de contribuir al bien del mundo, los problemas y el sufrimiento que ves a tu alrededor ya no te son ajenos.

Cuántas veces me habrán preguntado los chicos, y me siguen preguntando: «Pero ¿cómo sé si es amor verdadero o solo un capricho, una atracción pasajera?». Yo siempre les indico un criterio simple para que puedan juzgar por sí mismos: «Os daréis cuenta de que un amor es verdadero porque no os cierra entre los dos, sino que os abre de par en par a todo». Sin embargo, muchas veces siguiendo lo que sientes te metes en un agujero, creyendo que cuanto más piensas en la otra persona, más te apegas a ellas y cortas otras relaciones, eliminas vínculos, hasta que te sientas ajeno a los demás y enemigo de todo, de la familia, los compañeros de clase… todo se te convierte en hostil. Eso no es amor, es la tumba del amor. Tanto es así que, después, con el tiempo, acabas rompiendo con esa persona, sintiendo rencor porque esa relación te ha robado la vida. Te la ha matado en vez de hacerla florecer. «Estad atentos», les digo siempre a los chicos, «se sabe que es amor verdadero porque llena todas nuestras relaciones de perdón, de benevolencia, de caridad, de un querer bien; y, por tanto, nos abre, nos lanza, nos hace estar más atentos, con ganas de aprender, capaces de detectar la necesidad de los demás a la primera, y nos anima a acercarnos a ellos, con el deseo de compartir el bien que hemos recibido».

Es verdad que, desde un cierto punto de vista, la tentación de cerrarse es comprensible, porque, hoy en día, cuesta hacerse mayores en medio de la confusión en la que vivimos y, por eso, inevitablemente los chicos están tentados de percibir esa relación como un ancla, el único punto de seguridad frente al mundo. Pero, al poco, ese mínimo de seguridad, comprensible, se torna una complicidad culpable al aislarse, haciéndose daño mutuamente. Además, son ellos mismos los que me lo dicen. «Profesor, fulanito era mi amigo y está desaparecido. Se ha echado novia». Ha desaparecido del mapa, de la vida social, como si hubiera muerto. Desde este punto de vista, el anuncio que hace Dante en Vida Nueva es decisivo: «En el “sí” de Beatriz he experimentado el amor verdadero porque, en vez de cerrarme, me ha abierto, tanto que ahora puedo perdonar y “no me queda ya enemigo alguno”».

Con el paso del tiempo, Dante va comprendiendo mejor lo que está viviendo, y empieza a intuir lo que después se verá más extensamente en la Comedia: Beatriz no es solo una chica. Es una mujer de verdad, de carne y hueso, pero a la vez es signo, le remite a algo más grande. Leamos.

Después de tratar de Amor en la mencionada rima, entráronme deseos de decir también, en alabanza de la gentilísima, palabras por las cuales yo mostrara cómo por ella se despierta este Amor, y cómo no solamente se despierta donde duerme, sino que allí donde no está en potencia, ella, obrando milagrosamente, le hace nacer.14

¿De qué forma despierta ella la capacidad de amar no solo en los corazones en los que estaba latente, como dormida, sino también «allí donde no está en potencia», donde no hay rastro de ella? ¿Cómo consigue no solo desarrollar, expresar y acrecentar lo que ya está, sino también donar lo que faltaba, lo que no había? «Obrando milagrosamente».

Tenemos que fijarnos en esta expresión. «Milagrosamente» no solo quiere decir «de forma admirable, encomiable, sorprendente», sino que introduce un término clave en todo el recorrido de Dante, desde aquí hasta la Comedia. ¿Qué es un milagro? Es algo que no se puede dejar de mirar, de observar con estupor; algo que supera tanto las percepciones humanas que uno no puede dejar de fijar su mirada en ello. Y Beatriz obra «milagrosamente», es decir, haciendo una especie de milagro, como explicita Dante en este soneto.

Negli occhi porta la mia donna Amore,

per che si fa gentil ciò ch’ella mira;

ov’ella passa, ogn’om ver’ lei si gira,

e cui saluta fa tremar lo core,

sì che, bassando il viso, tutto smore

e d’ogni suo difetto allor sospira:

fugge dinanzi a·llei Superbia e Ira.

Aiutatemi, donne, farle onore.

Ogne dolcezza, ogne pensero umìle

nasce nel core a chi parlar la sente,

ond’è laudato chi prima la vide.

Quel ch’ella par quando un poco sorride,

non si può dicer né tenere a mente,

sì è novo miracolo e gentile.

Lleva en los ojos mi señor Amor, / que ennoblece cuanto ella mira; / por ella se vuelven, y / a quien saluda hace temblar el corazón, / así que, al bajar sus ojos, todo desmaya / y por cada defecto entonces suspira; / huyen delante de ella la ira y el orgullo. / ¡Oh damas!, ayudadme a darle honor. /Toda dulzura, todo humilde pensamiento, / nace en el alma de quien la oye hablar, / por lo que es alabado quien primero la vio. /Lo que ella parece si sonríe, / no es posible decir ni recordarlo, / tan nuevo y delicado es el portentoso.15

Mirad —dice Dante— lo que sucede por donde ella pasa: «ennoblece cuanto mira»; todos los hombres se giran hacia ella y, cuando ella los mira, sienten una gran pena por sus defectos y suspiran, se avergüenzan de sus errores, se arrepienten de sus pecados. Quieren estar a la altura de esa mirada: por eso, ante ella huyen «la ira y el orgullo» y en los corazones nace «todo humilde pensamiento». Más adelante, veremos que esta conciencia del propio mal, del propio límite, de la incapacidad para responder por sí mismo al deseo que llevamos dentro es el punto de partida de toda aventura humana verdadera, y, por tanto, también del camino de Dante.

Todo esto se puede definir solo con la palabra «milagro» y los milagros solo los puede hacer Dios, porque van más allá de la capacidad humana. Así pues, Dante percibe enseguida el encuentro con Beatriz como un milagro, como signo de esa gran Presencia que corresponde al corazón del hombre. La gran Presencia, nuestro Destino, Dios. En resumen, Dante empieza a intuir aquí lo que después, de forma progresiva, será el gran descubrimiento de la Comedia: Beatriz es signo de la gran Presencia, porta consigo la misma presencia de Dios. Y queriéndola, abrazándola y siendo perdonado por ella, Dante marcha con seguridad hacia su destino.

Mas ella muere. De repente, Beatriz muere y, entonces, surge la pregunta: «Pero, si la cosa es así, ¿qué pasa cuando ella muere?».

Por otra parte, para afrontar el tema de la muerte no hace falta esperar a que Beatriz muera de verdad. Porque la muerte se asoma todos los días en nuestra vida, porque alguien que conocemos muere, porque peligra la vida de un ser querido, porque otro enferma… que es lo que un día le sucede a Dante, se pone enfermo. Y, como toda persona enferma, obligada repentinamente a guardar la cama, sin poder moverse, empieza a pensar en la brevedad de la vida y le sorprende una idea en la que nunca había reparado: también ella, Beatriz, morirá. El seguir viviendo sin ella, sin el gran bien que representa, le espanta. Pero veamos cómo lo cuenta.

Pocos días después de esto sucedió que, sobreviniéndome dolorosa enfermedad en alguna parte de mi cuerpo, durante nueve días padecía amargo sufrimiento; y a tanta debilidad me redujo, que me obligaba a estar como los que no pueden moverse. Digo, pues, que al noveno día, sintiendo dolores casi intolerables, vínome un pensamiento, el cual era de mi señora.

Y una vez que hube pensado en ella, como volviese a pensar en mi debilitada vida, y viendo de cuán leve duración era, aun siendo sana, empecé a llorar conmigo mismo tanta miseria. De aquí que, suspirando fuertemente, decía para mí: «Necesariamente sucederá que Beatriz se muera alguna vez».16

Antes o después, Beatriz morirá, no hay nada que hacer. Después, Dante tiene una especie de sueño, visión o uno de esos pensamientos confusos que a menudo tienen los enfermos, y ve a unas mujeres que le dicen: «También tú morirás».

Y por esto me tomó con gran desfallecimiento, que cerré los ojos y comencé a sufrir como una persona frenética y a imaginar de esa manera: en un principio apareciéronme unos rostros de mujeres desmelenadas que me decían: «También tú morirás». Y después de estas mujeres apareciéronme unos rostros de horrible aspecto, los cuales me decían: «Tú estás muerto».17

También tú morirás. Son reflexiones obvias, muy obvias, pero que a menudo rechazamos cuando se nos pasan por la cabeza, diciendo: «no pienses estas cosas, qué cosas tienes…». Sin embargo, si uno se las toma en serio, la perspectiva sobre la vida cambia.

Entonces la visión prosigue y las mujeres ya no le dicen a Dante: «morirás», sino «Tú estás muerto». Ya estás muerto, ahora. Y aquí me tomo la libertad de sugerir una reflexión que puede que no sea demasiado correcta desde el punto de vista filológico, pero que a mí siempre me impresiona: «estás muerto» no se refiere al final físico de Dante, ya que sigue vivo, sino al apagarse, al desvanecerse de aquello que da sentido a la vida. Porque se puede estar vivo biológicamente y estar muerto por dentro. Como dirá él mismo en el tercer canto del Infierno, en la categoría de los pusilánimes: «Aquellos desventurados, que nunca vivieron de verdad».18 Porque es posible atravesar la vida sin haber vivido nunca de verdad, es decir, sin haber dicho nunca «yo» de verdad, sin haber tomado nunca conciencia de uno mismo, de la propia aventura humana, de la relación con el Destino. Así que en este sueño es como si Dante dijera: «Si muere Beatriz, estoy acabado. Seguiré con vida, pero estaré muerto por dentro; porque, si muere lo que da sentido a mi vida, estoy muerto».

Comenzando así, pues, a divagar mi fantasía, llegué a no saber dónde me hallaba, y me parecía ver a unas mujeres que iban desmelenadas llorando por una calle maravillosamente triste; y parecíame ver que el sol se oscurecía y que las estrellas mostraban un color que me hacía creer que lloraban; y parecíanme que los pájaros que volaban por el aire caían muertos y que nos espantaban grandísimos terremotos. Muy maravillado de semejante fantasía y con mucho espanto, se me ocurrió que un amigo veníame a decir: «Qué, ¿no lo sabes? Tu admirable dama ya ha salido de este mundo». Entonces empecé a llorar lastimeramente; y no lloraba solamente en mi imaginación, sino que lloraba por los ojos, bañándolos en lágrimas verdaderas.19

Pasa luego a la imagen de la muerte de Beatriz y dice que el sol se había oscurecido, las estrellas lloraban, los pájaros caían muertos al suelo, se producían terremotos… Evidentemente se hace eco del relato de la muerte de Jesús a las tres de la tarde del Viernes Santo (cfr. Mt 27,35; Mc 15,33; Lc 23,44). Lo que nos sale espontáneo es decir: «¡Qué exagerado! Está bien que quieras a tu amada, pero tampoco se va a parar el mundo entero si falta». En cambio, si Beatriz muere, para Dante el mundo se para. Se para porque con su muerte falta el signo, la palabra, la mirada que da sentido a todo. Si Beatriz muere, todo muere para Dante.

Y aquí Dante rompe a llorar. Acto seguido, ve unos ángeles volando hacia el cielo.

Yo imaginaba que miraba al cielo, y me parecía ver multitud de ángeles, los cuales volvían allá arriba y tenían ante ellos una nubecilla blanquísima. Me parecía que estos ángeles cantaban gloriosamente y me parecía oír que las palabras de su cántico eran estas: Hosanna in excelsis; y no me parecía oír nada más. Entonces me parecía como si el corazón, donde había tanto amor, me dijese: «Es verdad que muerta yace tu señora».20

Está uniendo la muerte y su derrota, está uniendo la muerte de ella y la Resurrección. Está mirando la muerte de Beatriz, como cristiano, con dolor y llanto, con terror incluso, pero vislumbrando la última victoria, la última palabra, la victoria de un bien.

Y así, parecíame que iba a ver el cuerpo en que estuvo aquella dama noble y bienaventurada; y tan fuerte fue la engañosa divagación, que me mostró a mi señora muerta; y me parecía que unas damas la tapaban, esto es, le tapaban la cabeza con un velo blanco; y parecíame que su rostro mostraba tal aspecto de humildad, que parecía como si dijese: «Estoy viendo el principio de toda paz». En esta imaginación, tanta humildad me sobrevino al verla a ella, que llamaba a la Muerte diciendo: «¡Dulcísima Muerte, ven a mí y no seas villana, que tú debes de ser noble según el lugar donde has estado! Ven, pues, a mí, que mucho te deseo, pues ya ves que tengo tu color». Y una vez que había visto cumplidas todas las dolorosas ceremonias que se acostumbraban con los cuerpos de los muertos, me pareció como si volviese a mi aposento y, una vez allí, mirase hacia el cielo; y tan fuerte era mi visión, que, llorando, comencé a decir con verdadera voz: «¡Ay, mi alma bellísima; cuán bienaventurado es el que te ve!».21

Así que, en su visión, Dante va hacia ella, ve su rostro cubierto por un velo blanco, y escribe: «Tanta humildad me sobrevino al verla a ella, que llamaba a la Muerte». Ante el cadáver, le invade un sentimiento de humildad. La palabra «humildad» viene de humus, «tierra». «Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás», dice la antigua fórmula del rito de imposición de la ceniza al comienzo de la Cuaresma. Ser humildes quiere decir acordarse de que venimos de la tierra y a la tierra volveremos, que por nosotros mismos no somos nada. Si somos, si existimos, es solo por obra de Otro que nos ha creado y nos mantiene en el ser.

Sin embargo, no es fácil contar con este dato; y, de hecho, a Dante le invade este sentimiento de humildad solo por el hecho de que ella, muerta, «mostraba humildad tan verdadera, que decir parecía: —Estoy en paz—».22 Es como si ella, con su rostro sin vida, dijese: «Estate tranquilo, ya he llegado, estoy en casa, estoy ahí donde siempre he deseado estar». Entonces Dante a su vez desea lo mismo y el pasaje se cierra con esta invocación estupenda: «¡Beato, oh alma bella, quien te ve!».

En mi opinión, Dante aquí ha puesto esa semilla de la que germinará todo el árbol de la Comedia. Porque en estas palabras, en este sueño, germina la esperanza de recorrer todo el camino hasta la meta. ¿Para llegar a ver el qué? Me sale responder con el catecismo: ¡para ir al paraíso, para ir a ver a Dios! Pero Dante no respondería así. Es como si Dante nos dijera: «Si existe un paraíso, este debe contar con mi Beatriz espléndida de gloria, con toda su belleza, con toda su verdad. Si existe un paraíso y si deseo alcanzarlo, es para verla revestida de la gloria de Dios, es decir, para verla a ella en toda su verdad; y al fin poder mirarla con los mismos ojos de Aquel que la ha creado, de Aquel que me la ha dado».

Después vuelve a tejer las alabanzas de Beatriz, vuelve de forma más consciente a los temas de la humildad y el milagro, y compone el soneto posiblemente más famoso de toda la Vida Nueva, «Se muestra tan gentil». Leamos también cómo lo presenta.

Esta nobilísima señora de quien se ha tratado en las precedentes palabras llegó a gozar de tanto favor de las gentes, que cuando pasaba por la calle corrían a verla, y esto dábame dulcísimo placer. Y cuando a alguien se acercaba, tanta honestidad entraba en el corazón de este, que no se atrevía ni aun a levantar los ojos ni responder a su saludo, lo cual muchos que lo han experimentado podrían atestiguarlo ante quien no lo creyese. Coronada y vestida la humildad, seguía andando, sin que la envaneciera cuando veía y oía. Muchos decían después que había pasado: «Esta no es mujer; antes bien, es uno de los más hermosos ángeles del cielo». Y otros decían: «Es una maravilla; y bendito sea el Señor, que obras tan admirables hace». Digo, pues, que se mostraba tan noble y llena de todas las gracias, que cuantos la miraban sentían dentro de sí una dulzura tan honesta y suave, que no sabían significarla, como tampoco había nadie de cuantos la miraban que al punto no se viese obligado a suspirar. Estas cosas y otras más admirables procedían de su virtud; de aquí que yo, pensando en ello y queriendo recobrar el estilo de su alabanza, me propuse decir unas palabras con las cuales dar a entender sus admirables y excelentes obras, a fin de que no solo quienes las puedan ver sensiblemente, sino los demás, sepan de ella cuanto puedan dar a entender las palabras. Entonces dije el soneto que comienza: Se muestra tan gentil.

Se muestra tan gentil y recatada / mi señora cuando saluda a alguien, / que toda lengua, temblando, queda muda / y los ojos no se atreven a mirar. / Ella se va oyéndose alabada, / benignamente vestida de humildad; / y así parece ser cosa venida / del cielo a la tierra milagrosamente. / Se muestra tan cortés con quien la mira, / que por ojos da al alma una dulzura / que no puede entender quien no la prueba: / y parece que de sus labios sale / un espíritu suave lleno de Amor / que al alma va diciéndole: Suspira.23

«Es uno de los más hermosos ángeles del cielo», decía la gente. Pero siempre es así. El problema es cómo miramos, es qué vemos cuando miramos. Porque ¿cuántos ángeles del cielo se cruzan en nuestra vida y nuestro día, pero no los reconocemos? Y son ángeles del cielo, enviados que nos hablan de Dios, es el Misterio que hace todas las cosas que nos sale al encuentro. Por cómo lo viví yo siendo pequeño, el ángel de la guarda es esto, es una mirada buena que te acompaña en la vida. Por eso, veía a mi profesora, a mis padres y al compañero de pupitre como «ángeles» que me guardaban.

Frente a esta presencia extraordinaria, a este milagro —retorna el nexo verbal que hemos apuntado anteriormente entre «admirablemente» y «milagro»—, Dante empieza a sentirse llamado a una tarea : «de aquí que yo, pensando en ello […] me propuse decir unas palabras con las cuales dar a entender sus admirables y excelentes obras, a fin de que no solo quienes las puedan ver sensiblemente, sino los demás, sepan de ella cuanto puedan dar a entender las palabras». Es como decir: no puedo ver algo tan grande, tan bonito y extraordinario, y quedármelo para mí. Tengo una tarea, una responsabilidad, debo decirlo, contárselo a mis hermanos los hombres, porque puede que se le escape, que no vean nada, que no lo entiendan. Les sucede lo mismo, se encuentran con una misma persona, están ante la misma realidad, pero no miran y no ven. Dante se siente llamado a asumir la responsabilidad de contarlo para que también los demás puedan ver.

Después, como ya habíamos anticipado, Beatriz muere de verdad. Y entonces sucede algo extraño. Dante describe con todo lujo de detalles la muerte imaginaria, pero, cuando ella muere de verdad, liquida el asunto con pocas palabras.

Quomodo sedet sola civitas plena populo! facta est quasi vidua domina gentium. Aún estaba yo empeñado en escribir esta canción y había concluido la antedicha estancia, cuando el señor de la justicia llamó a la gentilísima a vivir en gloria bajo la enseña de la reina bendita virgen María, cuyo nombre fue siempre reverenciado en las palabras de la bienaventurada Beatriz.24

Vamos a detenernos un momento en la cita bíblica con la que abre la narración: «¡Cuán sola está la ciudad un día lleno de gente! Se ha hecho viuda la que era señora de naciones». Son las palabras del profeta Jeremías al principio de su lamentación sobre Jerusalén.25 Está claro que Dante no establece esta comparación al azar. Para él la historia de su encuentro con Beatriz y la historia de la revelación bíblica —es decir, de la presencia del Misterio de Dios en la vida ordinaria de los hombres— se compenetran, se identifican. O mejor aún, aquí intuye que de alguna manera se identifican, pero que tiene que aprender qué quiere decir esto realmente. Y lo aprenderá en el viaje de la Comedia.

Por tanto, da la noticia de la muerte de Beatriz a secas: Dios la ha llamado a «vivir en gloria», a participar de Su gloria junto a la Virgen María, a la que Beatriz era tan devota y de quien a menudo tuvo ocasión de hablar. Justo después, Dante explica la razón por la que es tan conciso al respecto.

Y aunque tal vez agradaría ahora que yo dijese algo de su partida de entre nosotros, no es mi intención hablar de ello aquí por tres razones: es la primera que no hace al caso, si consideramos el proemio que precede a este librito; es la segunda que, aunque hiciese al caso, no bastaría mi lengua para hablar de ello como conviene, pues que al hablar me vería obligado a alabarme yo mismo, cosa, después de todo, reprobable en quien tal hace; así pues dejo el argumento a otro glosador.26

Dice: no quiero detenerme más en la muerte de Beatriz por tres razones. Primero, porque no tiene que ver con el objeto de este texto (que, añado yo, quiere hablar de la vida, de la vida de Beatriz y de la que ella hace florecer a su alrededor). Segundo, porque si tuviera que ver, seguramente no sería capaz de hablar de ello como se debe (es verdad que no se puede hablar de un evento tan importante de la forma habitual, merece otra cosa; aparece aquí el tema que, como veremos, concluirá la Vida Nueva: para alabar de forma adecuada a Beatriz hace falta una obra excepcional, que vaya más allá de lo que se ha hecho jamás). Tercero, porque incluso si intentara hablar de ello, podría parecer que quiero elogiarme a mí mismo y esto no está bien (también veremos en la lectura de la Comedia que Dante cuidará siempre de mostrar su pecado, su límite, su inadecuación y que, si ha podido hacer todo lo que ha hecho, el mérito es suyo, se lo debe todo a ella).

Antes de continuar, Dante decide abordar la cuestión del número nueve.

Con todo, como el número nueve ha aparecido muchas veces en cuanto hasta aquí se ha dicho, lo que no se ha hecho sin razón, y en su partida parece que ha tenido mucha parte tal número, conviene decir algo por tanto, pues que parecer hacer al caso. Por lo cual diré la parte que tomó en su partida y luego señalaré alguna razón de por qué le fue tan amigo este número.

Digo pues que, según la usanza de Arabia, su alma nobilísima se partió en la primera hora del noveno día del mes; y, según la usanza de Siria, ella se partió en el noveno mes del año, porque allí el primer mes es thisirin primero, que para nosotros es octubre; y según nuestra usanza, se partió en el año de nuestra indicción, esto es, de los años del Señor, en que el número perfecto habíase cumplido nueve veces en la centena en que ella vivió en este mundo, y ella perteneció a los cristianos en el decimotercero centenario. […] Pero, pensando con más sutileza y según la infalible verdad, el tal número fue ella misma. Hablando por similitud, lo entiendo así: el número tres es raíz de nueve, porque, sin ningún otro número, por sí mismo hace nueve, pues que claramente vemos que tres por tres son nueve. Por tanto, si el tres es por sí mismo factor del nueve, y el factor de todo milagro por sí mismo es tres, es decir, Padre, Hijo y Espíritu Santo, los cuales son tres y uno, esta dama vivió acompañada del número nueve para dar a entender que ella era un nueve, esto es, un milagro, cuya raíz, es decir, la del milagro es solamente la admirable Trinidad. Tal vez una persona más sutil vería en ello alguna razón más sutil aún; más esta es la que yo veo y la que más me place.27

Alguien con más agudeza podría encontrar mejores razones para esta coincidencia, escribe, pero a mí me basta esta: la raíz del nueve es tres, tres es la Santísima Trinidad, nueve es el número de mi Beatriz, por lo que ella es el milagro que mi vida esperaba. Esto explica el retorno de este número a lo largo de toda su trama amorosa.

Aprovecho para aclarar una cosa. Este simbolismo ha hecho que muchos críticos piensen que Dante sencillamente se ha inventado una bonita historia para jactarse de sus conocimientos numerológicos. Yo objeto: antes de nada, ¿quién puede negar que las cosas fueron así de verdad?, ¿que de verdad el primer encuentro tuviera lugar cuando los dos tenían nueve años y el segundo con dieciocho, a esa hora, y la muerte del noveno día del noveno mes, etc.? Pero demos por buena la hipótesis de que Dante jugó un poco con los números, que ajustó las fechas para que cuadraran con la simbología del tiempo, ¿es una razón válida para decir que se lo ha inventado todo? Evidentemente no. La Vida Nueva cuenta la historia de amor real de un hombre y una mujer reales. Que luego sea una historia tan distinta de los cánones a los que estamos acostumbrados quiere decir que tenemos que ampliar nuestros cánones, no que no sea cierta. «Hay más cosas en el Cielo y en la Tierra de las que pueda soñar tu filosofía»,28 diría Shakespeare…

Luego Dante continúa con el dolor de la ciudad viuda: «Después que se partió de este siglo quedó toda la ciudad mencionada como viuda, despojada de toda dignidad».29 ¿ Por qué debe sentirse toda la ciudad como viuda? Pensaréis: «A ver, muere mucha gente allí. Se sentirán como viudos los que la conocieron, los que la vieron…». Pero no, es una percepción que va más allá, que es más profunda y poderosa. Porque, si Dante, que vive en esa ciudad, en esa bendita Florencia, está como viudo de lo que le da significado, para él la ciudad entera queda viuda.

Por otro lado, en mi opinión, esto sucede siempre, porque cada uno de nosotros está ligado de alguna manera a todo el universo, y el bien que te sucede es para todos, y el mal que te cometes repercute sobre todos. Una vez, Pablo VI dijo que «por designio arcano de la divina providencia» el mal que hago se vierte sobre el mundo entero, y así también se vierte sobre el mundo entero el bien que hago. Por lo que tú nunca lo sabrás, pero una obra buena, un acto de caridad que puede parecerte poca cosa, que no sirve de mucho, sin embargo, repercute sobre todos los demás. Como me dijo un sacerdote santo una vez: «¿Cómo sabes tú si por ese bien que vives hoy —por ese sacrificio que haces, por el ofrecimiento de esta hora, de este esfuerzo, de este dolor, de esta tristeza— no saca provecho una viuda en China que jamás conocerás?». O incluso, como escribía un disidente ruso, Mikhail Nazarov: «Si Rusia es lo que es, es porque yo soy lo que soy».30 El mal que cometes repercute en todo, así como el bien que haces puede llegar a cualquier parte.

Después, Dante se dirige a un grupo de peregrinos que ve pasar por la calle camino de Roma y hace esta reflexión.

Después de esta tribulación ocurrió en aquel tiempo en que mucha gente va a ver la bendita imagen que Jesucristo nos dejó como ejemplo de su hermosísimo rostro, el cual contempla mi dama gloriosamente, que unos peregrinos pasaban por cierta calle que está casi en el centro de la ciudad donde nació, vivió y murió la gentilísima señora. Los cuales peregrinos iban, a lo que me pareció, muy pensativos; de aquí que yo, pensando en ellos, dijera entre mí: «Estos peregrinos me parecen venir de muy lejos, y no creo que hayan oído hablar de mi señora ni sepan nada de ella; antes bien, sus pensamientos están en otras cosas, pues tal vez piensan en sus amigos lejanos, que nosotros no conocemos». Luego proseguía: «Yo sé que, si fuesen de un lugar cercano, parecerían, en algún aspecto, turbados al pasar por medio de la dolorosa ciudad».31

Si fueran conscientes de lo que pasa aquí, también ellos participarían de mi dolor y del dolor del mundo. ¡Puede que haya que decírselo! Cuántas veces me viene a la mente este fragmento cuando voy por la calle. Cuando vas por la calle o en tren, te conviertes en compañero de viaje, aunque sea momentáneo u ocasional, de muchísimas personas; y sin rastro de presunción te viene el pensamiento: «¿En qué piensan? ¿Qué saben de mi dolor? ¿Qué saben de lo huérfana que se ha quedado esta ciudad?». ¿Qué sabe la gente del sacrificio de Cristo y de su presencia y de su ser rechazado, descartado, olvidado otra vez? ¡Qué bonito sería que todos supieran!

Luego proseguía: «Si yo los pudiera detener un momento, los haría llorar antes de que saliesen de esta ciudad, porque les hablaría con palabras que harían llorar a quien las oyese». De aquí que después que se hubieran alejado de mi vista, me propuse escribir un soneto, […] que comienza: ¡Oh peregrinos que pensando vais!

¡Oh peregrinos!, que pensando vais / tal vez en cosas que están presentes. / ¿Es que venís de tan lejana tierra / como mostráis en vuestro aspecto, / pues no se os ve llorar cuando pasáis /por medio de la doliente ciudad / como personas que no se diesen cuenta / de la gravedad de sus actos? / Si os detuvierais a escuchar, / el corazón con suspiros me dice / que os veríamos marchar llorando. / La ciudad ha perdido a su beatriz, / y las palabras que de ella pueden decirse / atesoran la virtud de hacer llorar a quien las oye.32

Florencia «ha perdido a su beatriz».33 Sí, beatriz escrito así, con minúscula, para que el significado sea más explícito; ha perdido la fuente de su alegría, de su dicha y felicidad. Si os pararais a escuchar esta noticia, también vosotros lloraríais. Es como si dijera: «Oh, hombres [porque todos los hombres son peregrinos en esta tierra], escuchadme, os puedo decir por qué estáis vagando desesperadamente por esta tierra, porque habéis perdido la fuente de la alegría, es decir, la relación con el Misterio, con la fuente del ser, con el Amor que da significado a la vida, que se ha hecho compañero de camino de esta peregrinación que es la vida humana, para sostenernos y acompañarnos hacia su meta, el Destino para el que estamos hechos».

Cuántos hombres y mujeres, hoy más aún que en los tiempos de Dante, vagan por la vida insatisfechos, sin llegar a captar la razón de su insatisfacción. Entonces, ¿cómo no sentir —como Dante y con Dante— la urgencia, el impulso de decirles: «¡Abrid los ojos, mirad! He aquí la razón de vuestro descontento»; para que puedan llorar su extravío, la pérdida del significado que hace buena la vida, y se dispongan a caminar para encontrarlo? Y esta es exactamente la razón por la que Dante escribirá la Comedia.

Porque con la muerte de Beatriz, Dante se encuentra ante una encrucijada: o la vida es una enorme estafa, vence la muerte y todo está destinado a morir; o hay otro camino. Es exactamente la misma contradicción que hace gritar a Leopardi ante la muerte de Silvia: «¡Oh natura, oh natura! / ¿por qué no cumples luego / lo que ayer prometías?, ¿por qué tanto / a tus hijos engañas?».34 ¿Por qué de joven me haces esperar un bien infinito para luego traicionarme? Ante la misma encrucijada, una respuesta distinta. Leopardi se pasará la vida ante esta pregunta de forma heroica y genial, sin retroceder un paso, con una fuerza que nos deja pasmados. Lo que siempre me preguntan los chicos en clase es: «¿Por qué no se pegó un tiro?». «Porque siempre estuvo convencido», les respondo, «de que la mayor dignidad del hombre reside en plantearse esa pregunta». Puede que sin respuesta. Pero mantenerse con esta pregunta es la grandeza del hombre, como dice en ese pensamiento que ya hemos citado: «y padecer necesidades y vacío, y aún así, aburrimiento, me parece el mayor signo de grandeza y de nobleza que se pueda ver en el alma humana».35 Sin embargo, Dante, un cristiano medieval, dice: «No, no es posible, Jesús no puede haber muerto para dejarlo todo igual, esto no puede ser. Debe haber un camino. No sé cuál es, no sé cómo es, no sé dónde encontrarlo, pero tiene que haber otro camino, no es posible que la vida sea tan absurda, debe haber una salida».

Y así llegamos a la conclusión, al fragmento decisivo, a la afirmación extraordinaria, que cierra la Vida Nueva y que, en mi opinión, custodia el gran secreto de Dante.

Después de este soneto se me apareció una maravillosa visión, en la cual vi cosas que me indujeron a no hablar más de aquella bendita mujer hasta tanto que pudiese tratar de ella más dignamente. Y en conseguirlo me esfuerzo cuanto puedo, como ella en verdad sabe. Así, pues, si le place a aquel por quien toda cosa vive que mi vida dure algunos años, espero decir de ella lo que nunca de nadie se ha dicho.36

Aquí Dante tiene otra visión. Y yo aprovecho la ocasión para hacer un paréntesis muy personal. En mi opinión, Dante era un místico, alguien que realmente tenía el don de ver lo que va más allá del conocimiento humano. Las visiones de las que habla no son la consecuencia de una copa de más o, como querrían algunos críticos, de un género literario que entonces estaba en boga y al que él se adaptó. No. Yo creo que Dante veía, ¡vaya si veía!

¿Y qué es lo que vio? No lo sabemos, él no lo dice, pero podemos tratar de ponernos en su lugar. Lleva dentro de sí este grito, el mismo de Leopardi, el mismo de los antiguos: «De ninguna manera, no sería justo, no puede terminar así». Pero, a diferencia de los antiguos, para los que inevitablemente todo terminaba en la muerte, Dante se revuelve, es como si dijera: «Hay algo que no entiendo, pero no puede terminar así. ¿Por qué ha pasado esto? ¿Por qué se ha muerto? Hay algo en esta mujer, en este encuentro luminoso que se me escapa. Tengo que entenderlo, tengo que descubrirlo cueste lo que cueste. Entonces dice: «Juro que no escribiré nada más, que no diré una palabra más sobre esta mujer hasta que no entienda lo que hoy no entiendo». «Espero decir de ella lo que nunca de nadie se ha dicho».

Diez años antes de escribir la Comedia, Dante tiene una visión y se atreve a profetizar: «Si las cosas son como creo que son, si el Padre Eterno me deja vivir lo suficiente, espero poder decir de Beatriz lo que nunca —ni en religión, ni en literatura, ni en filosofía…— se ha dicho de ninguna mujer».

Por eso me pregunto cómo es posible empezar a leer la Comedia sin tener esta afirmación de Dante en los ojos y el corazón. Porque solo así se entiende que haga todo el recorrido con Beatriz. Al principio de la Comedia, el Dante autor finge que el Dante personaje no lo sabe; pero cuando Virgilio le va a rescatar —como veremos leyendo el primer canto— es enviado por Beatriz; y, después, Beatriz está ahí esperándole para acompañarle en el último tramo de camino, entonces el mensaje se vuelve palmario: el objetivo de la vida, el sentido y la meta de su travesía humana es la de ver a su Beatriz en la gloria de Dios, es contemplarla en su plena verdad.

Es cierto que también hay que trabajar, hay que esforzarse con paciencia a lo largo del tiempo, porque no se crece sin esfuerzo; se crece mediante un camino fatigoso, haciendo todo un recorrido personal. Por eso mismo pasarán diez años antes de que Dante empuñe su pluma para contar lo que ha descubierto.

«Espero decir de ella lo que nunca de nadie se ha dicho». Dante entiende que ha recibido tal gracia que puede esperar decir de esa mujer lo que nunca se ha dicho de ninguna en toda la historia universal, ni tampoco se dirá en el mundo entero. O mejor, se dirá siempre allá donde haya un cristiano. En la experiencia cristiana una mujer —o un hombre, un amigo, una compañía de amigos— es signo del Misterio, de esa presencia que nos acompaña en la vida incluso cuando el signo cambia o desaparece. Esta es la grandeza de la vida cristiana, la salvación que se anticipa en el tiempo.

Salvación: la vida está salvada porque la muerte no es la última palabra. Pero hace falta recorrer todo el camino, sin atajos, como veremos en el maravilloso primer canto.

Pensad en la definición que da del paraíso: cuando por fin haya dicho de ella «lo que nunca de nadie se ha dicho», cuando haya escrito la Divina comedia,

[…] quiera aquel que es señor de toda cortesía que mi alma pueda irse a ver la gloria de su señora, esto es, de la bienaventurada Beatriz, la cual gloriosamente contempla el rostro de aquel qui est per omnia saecula benedictus.

¿Qué será el paraíso? ¿Mirar a Dios sin ver la cara de los que hemos amado en la tierra? No, no me interesaría un paraíso donde no estuviera mi amada. Si existe un paraíso, tienen que estar allí también mi mujer, mi padre, mi madre, mis hijos, mis amigos y las cosas que he amado en esta tierra, hoy, ayer, mañana, y la estima que tengo por determinadas cosas, incluso la poesía. Hasta la hierba, diría san Francisco, y las nubes y la lluvia y el agua y la tierra y el cielo, y «un farol pintado de un típico verde amarillento, y un buzón rojo»,37diría Chesterton. Todo esto tiene que estar en el paraíso porque, si no, ¿qué clase de paraíso sería?

Esta es la promesa que hace Dante ante la muerte de Beatriz: si Dios me asiste, quiero comprobar cómo son las cosas de verdad, qué significa que nuestra vida está redimida, quiero ver mi vida salvada, quiero ver el rostro de Beatriz resplandeciente de la gloria de Dios, es decir, en toda su plenitud, en todo el esplendor de su verdad.

Recapitulemos sintetizando el camino de Dante en la Vida Nueva, la que nace para él en el encuentro con Beatriz.

Preguntémonos: ¿qué es lo más increíble que le puede pasar a un hombre de carne y hueso, a uno de nosotros? Si fuéramos realmente conscientes del deseo de verdad, bien y belleza que nos constituye; si entendiéramos que ese bien, verdad y belleza coinciden con algo infinito que llamamos Dios; y al mismo tiempo viviésemos el atractivo por una mujer de modo tan natural, tan verdadero, tenaz y fuerte, ¿qué tendría mayor capacidad de sorprendernos y dar un vuelco a nuestra vida? Descubrir o intuir repentinamente que podemos mirar a esa mujer a la luz de la encarnación —utilizo esta palabra porque no hay otra que sea adecuada— de Dios. Es decir, descubrir que amar a esa chica es amar al misterio del Dios que la crea; que hablar con Dios, estar con Dios, sentir a Dios como compañero de la vida, podría coincidir con el verdadero afecto a esa chica, con la relación que vives con ella. Entonces esa chica podría ser beatriz, es decir, portadora de la beatitud, de la verdad y del bien tan esperados y que parecían imposibles de encontrar en la historia.

Dante cuenta que vio por primera vez a esta chica con nueve años; y, desde entonces, es como si todo el atractivo del mundo —el sol, el mar, el cielo, comer, beber, dormir, el estudio, la política, las amistades…— se iluminara a la luz de ese acontecimiento. Porque estamos hechos así. Cuando venimos al mundo, experimentamos un atractivo infinito, que nos desborda el corazón, advertimos que estamos destinados a Dios, lo infinito y lo eterno; además, hay un asunto —la atracción por la mujer o por el hombre— que se percibe como determinante respecto a todo lo demás.

Toda la aventura de Dante y la razón de la Divina comedia arrancan de ahí, de un acontecimiento que se percibe como decisivo. Porque, al ir creciendo, es como si Dante con el rabillo del ojo custodiase ese acontecimiento, ese encuentro, que aún no sabe descifrar, pero que está, que es un hecho y en cuanto tal permanece para siempre. Hasta que, justo en su dieciocho cumpleaños, Dante ve otra vez a Beatriz; entonces tiene lugar el acontecimiento definitivo; según el relato de Dante, ella no le dirige una sola palabra, pero sí una mirada, un gesto de saludo, una sonrisa. Pero Dante se toma esa sonrisa totalmente en serio, la siente y la vive como una declaración, como si Beatriz le dijera: «Sí, tenías razón. Desde que viniste al mundo, tenías el presentimiento de que una mujer podría ser el cauce en el que se cumple la promesa de bien que es la vida. Muy bien, lo has adivinado, hiciste bien al esperarme; ahora puedes vivir todo el alcance de tu deseo».

Pero esa chica que le ha prometido la felicidad muere. Y aquí empieza a nacer la Divina comedia. En mi opinión, si no se entiende esta dinámica, no se entiende nada de la poesía de Dante: la Divina comedia brota de esta herida, de la ira de Dante ante semejante injusticia.

Esa ira que en nuestra literatura probablemente tenga su ápice en Leopardi. Leopardi tiene el mismo problema, el mismo que tenemos todos: ¿es posible que la vida sea un fraude, un engaño escandaloso por el que vengo al mundo deseando, sintiendo lo infinito y lo eterno, casi saboreando con antelación un encuentro decisivo que me cambia la vida, y que luego todo acabe en nada? «¡Oh natura, oh natura! / ¿por qué no cumples luego / lo que ayer prometías?, ¿por qué tanto / a tus hijos engañas?», grita Leopardi.38 No es cuestión de ser creyente o no, bautizado o no, es el reto que tienen que afrontar todos los hombres. La Divina comedia es la respuesta de Dante a este desafío.

1 Vida Nueva I, p. 537.

2 Vida Nueva II, p. 537.

3 Cfr. Romano Guardini, La esencia del cristianismo, Ediciones Cristiandad, Madrid, 2006, p. 17.

4 Vida Nueva II, p. 537.

5 Infierno V, v. 39.

6 Vida Nueva III, pp. 537-538.

7 Vida Nueva III, p. 538.

8 Ibidem, p. 532.

9 Rimas IX, p. 842.

10 Liberazione n. 2, letra y música de Claudio Chieffo, en Cancionero de Comunión y Liberación, Madrid, 2004, p. 342.

11 Vida Nueva V, p. 539.

12 Vida Nueva X, pp. 541-542.

13 Vida Nueva XI, p. 542.

14 Vida Nueva XXI, p. 549.

15 Ibidem.

16 Vida Nueva XXIII, p. 551.

17 Ibid.

18 Infierno III v. 64.

19 Vida Nueva XXIII, pp. 551-552.

20 Ibid.

21 Ibid.

22 Ibid.

23 Vida Nueva XXVI, p. 556.

24 Vida Nueva XXVIII, p. 557.

25 Lam 1,1.

26 Vida Nueva XXVIII, p. 557.

27 Vida Nueva XXVIII-XXIX, pp. 557-558.

28 William Shakespeare, Hamlet, acto I, escena V.

29 Vida Nueva XXX, p. 558.

30 Citado en Romano Scalfi, «Passione ecumenica e missionaria», en L’altra Europa, 3/2003, ahora disponible en italiano en la página web http://www.russiacristiana.org/ne3_2003/scalfi309.htm; traducción nuestra.

31 Vida Nueva XL, p. 564.

32 Ibid.

33 Nota del traductor: en el original «beatriz» está escrito en minúscula.

34 G. Leopardi, «A Silvia», vv. 36-39; en op. cit., p. 327.

35 G. Leopardi, «Pensamientos» LXVIII; en op. cit., pp. 465-466.

36 Vida Nueva XLII, p. 564.

37 G. K. Chesterton, El hombre vivo, Valdemar, Madrid, 2010, pp. 201-231.

38 Ver aquí nota XXXIV.

Infierno - Divina comedia de Dante Alighieri

Подняться наверх