Читать книгу Infierno - Divina comedia de Dante Alighieri - Alfonso López Quintás - Страница 16

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Dante se encuentra perdido en una «selva oscura» (vv. 1-12) y busca salir de ella subiendo por la ladera de una colina (vv. 13-30), pero le salen al encuentro tres fieras que le empujan de nuevo hacia dentro (vv. 31-60). En ese momento, se encuentra con Virgilio que, después de presentarse y escuchar su petición de auxilio (vv. 61-90), le propone salir de la selva por otro camino, atravesando todo el más allá (vv. 91-136).

El primer canto sirve como introducción a toda la obra. Como es sabido, la Divina comedia está compuesta por cien cantos: 33 en Paraíso y Purgatorio respectivamente, y 34 en el Infierno. El canto de más del Infierno es el primero y tiene un objetivo muy preciso: ayudar al lector a entender cuáles son las condiciones previas para emprender el viaje. De hecho, con los primeros versos Dante declara directa y abiertamente el origen y el propósito de la obra (vv. 1-3).

A la mitad del camino de nuestra vida me encontré en una selva oscura, porque había perdido la buena senda.

«A la mitad del camino de nuestra vida me encontré». Con esta aparente falta de concordancia, este aparente error gramatical, es como si Dante dijera: «Estoy hablando de mí, pero hablo también de la vida de todos. Las cosas que he visto son una respuesta al deseo de mi corazón; pero mi corazón es igual que el de cualquier otro hombre, por lo que esas cosas pueden ser de interés para todos, describen de alguna manera la experiencia que tenemos todos». Así que, ante este nuestra vida imperioso y potente, cada cual debe tomar una decisión. Porque, si el lector no elige, si no decide aceptar la invitación a reconocer que lo que se cuenta en la Divina comedia también es para él, es inútil que la lea, ya que no le sacaría ningún provecho. Es una verdadera responsabilidad que el lector tiene que asumir. Dante la definirá con el precioso término «piedad» (Inf. II v. 5),1 una tierna devoción hacia sí mismo: «Tened piedad de vosotros mismos, tened un momento de ternura verdadera hacia vosotros mismos, una estima sincera por vosotros mismos. Hace falta quererse bien, hace falta tener algo de estima por la propia humanidad para poder comenzar a caminar en la vida. Este es el punto de partida».

La expresión «a la mitad del camino de nuestra vida» conlleva otros significados.

Dante sitúa su viaje en la Semana Santa de 1300, año del primer jubileo de la historia cristiana, convocado por el papa Bonifacio VIII. Dante, que había nacido en 1256, tiene 35 años. Esta decisión tiene un valor simbólico evidente, dado que, como el salmo dice que «aunque uno viva setenta años, y el más robusto hasta ochenta…» (Sal 90,10), 35 años serían la mitad de la vida de un hombre, según la Biblia.

Pero hay más. En 1300, Dante es elegido uno de los priores de Florencia, momento en el que alcanza el culmen del éxito y se encuentra en la cumbre de su carrera política; y, sin embargo, es justo entonces cuando se extravía en la «selva oscura». Viene a decir que, aunque a primera vista todo va bien y podría hacer un balance positivo de su vida, se da cuenta de que, en cambio, todo lo que ha conseguido (éxito, fortuna, satisfacciones) no es nada. Como me dijo un alumno hace unos años: «Profesor, todo me va bien. No me puedo quejar de nada, todo va bien. ¡El problema es que no sucede nada!». Es decir, no hay nada verdaderamente nuevo. Y no hay vida de verdad sin novedad, sin asombro ni conmoción.

Podríamos decir lo mismo desde otro punto de vista. Toda la Divina comedia se juega en el binomio luz/tiniebla. La Comedia es el poema de la luz porque la experiencia humana —y el canto I del Infierno la describe de forma despiadada— es una inevitable experiencia de tiniebla, de ceguera. El comienzo es la selva oscura, es decir, cuando el hombre no ve las cosas a causa de la oscuridad. Y no ver las cosas quiere decir que no puede conocerlas y, por lo tanto, no puede amarlas por lo que son. Y esto es un infierno, la experiencia de una muerte. Es como si Dante nos dijera: «El punto de partida es que estamos todos ciegos, por lo que nuestro problema es la luz. El problema es que llegue algo que ilumine la existencia y, por consiguiente, nos capacite para conocer de verdad».

Conocer de verdad significa comprender el significado que tienen los amigos, los hijos, la mujer, el marido, el trabajo, la fatiga, el dolor, la carne y la sangre de la vida. Por paradójico que pueda parecer, el tema de la Divina comedia no es el más allá o el problema de Dios. El problema inicial de Dante no es una pregunta sobre qué hay después de la muerte, sino cuál es la verdad de la vida.

Porque cuando el hombre llega al mundo no se plantea el problema de Dios. Desde que sale del vientre de su madre, el hombre se encuentra con las cosas, la realidad le atrae y de ahí nace el problema de cómo tratar las cosas adecuadamente. Más tarde, emerge el problema de que las cosas terminan, se desvanecen, mueren. El problema de Dante —y de cada uno de nosotros— es querer bien a su amada, saber qué quiere decir tener amigos y ser fiel a ellos; saber el porqué del comer y del beber, de la verdad y la mentira, del bien y del mal; saber por qué morimos y por qué hay tanto dolor. De ahí que surge la pregunta: «¿Habrá algo que resista al embate del tiempo? ¿Algo que sea capaz de salvar toda la realidad aparentemente abocada a la muerte? ¿Habrá Alguien?». Y así nace el problema religioso como búsqueda de una posible respuesta al interrogante que plantea inexorablemente la vida. El problema de Dante y de cada uno de nosotros es, ante todo, cómo vivir en esta tierra.

La problemática de la Divina comedia es si existe una luz que pueda iluminar la vida y que, por tanto, le permita al hombre conocer lo verdadero, practicar el bien y construir con esperanza. El paraíso resplandece, pero la cuestión de la luz ya se plantea desde estos primeros versos. Si el hombre es leal consigo mismo, debe decir: «Necesito la luz, necesito algo que ilumine la vida; necesito que las cosas tengan un sentido, un sentido que no sé encontrar yo solo». Ese es el camino que nos propone la Divina comedia.

En este sentido, no es casual que los términos más recurrentes en la obra sean los relacionados con la acción de ver. Ver, poder ver es la salvación. La vida depende de lo que miramos, hacia dónde dirigimos la mirada, porque muchas veces la luz está, pero nosotros vivimos con los ojos cerrados. La condición necesaria para empezar a leer el texto, así como para empezar a vivir de verdad, es abrir los ojos, alzar la mirada. La condición humana es como la de un ciego, un ciego apoyado en una pared, como el del Evangelio (Lc 18,35-34). Siendo leales y sinceros, ¿qué es lo que podemos decir de nosotros mismos? Solo que tenemos una necesidad extrema de ver y que somos incapaces de ello (vv. 7-9).

Pavor tan amargo, que dista poco de la muerte; mas, para tratar del bien que encontré en ella, contaré otras cosas de las que en ella vi.

Vivir así, a oscuras, sin una luz que aclare el camino, hace que la vida se amargue; la oscuridad nos entristece y la tristeza nos hace malos. Entonces domina la muerte, todo termina en la nada. Vivir así es como estar muerto, porque ¿qué clase de vida es la que no goza de ninguna esperanza?

Pero enseguida cambia de tercio: «mas, para tratar del bien que encontré en ella, contaré otras cosas de las que en ella vi». Esta ceguera vivida en serio puede dar lugar al descubrimiento de un bien. El papa Francisco lo dice con una expresión impresionante: «El receptáculo de la Misericordia es nuestro pecado».2 Si reconocemos nuestro pecado, empieza el camino hacia el rescate, porque entonces la exigencia de salvación emerge sola. Nuestra debilidad, nuestra fragilidad y pobreza pueden ser nuestra fuerza.

Como veremos en algunos versos, nuestra dificultad debe convertirse en petición, en oración, en invocación, pero la conciencia de nuestro límite es justamente lo que nos impulsa a buscar la salvación. Dichosos los pobres, dichosos los humildes, porque los que parten de ahí, los que solo han podido decir: «Soy una prostituta, soy un ladrón, soy un desgraciado, pero entiendo que la vida contiene una promesa grande y misteriosa» han reconocido a Jesús; podríamos decir que han hecho todo el recorrido que se describe en la Comedia. El primer paso de la gran aventura que es la vida, el primer paso hacia la salvación es reconocer con humildad y rectitud la propia ceguera y la propia necesidad. Con una aclaración importante (vv. 10-12).

No sabría explicar ahora cómo entré. De tal modo me dominaba el sueño cuando abandoné el buen camino.

Dante dice: no recuerdo cómo acabé en esta selva oscura, no hubo un desencadenante, un hecho grave o llamativo. No es necesario que nos pase algo sorprendente para darnos cuenta de la necesidad que tenemos, ya que todos venimos al mundo con esta debilidad, con la fragilidad debida al pecado original.

Después, Dante consigue llegar al margen de la selva, a los pies de una colina, levanta la cabeza y ve el sol (vv. 13-18). La dignidad humana se refleja en este gesto de levantar la mirada. Todos estamos ciegos, presos de un mal que parece invencible, pero quien levanta la cabeza y busca con la mirada intuye que hay un bien posible. El problema es levantar la cabeza.

Levantar la mirada es un desafío. De hecho, ¿qué es lo que nos sugiere el mundo? «Quédate quieto, con la cabeza agachada, no levantes los ojos al cielo porque, a lo mejor, mirando las estrellas, te vienen extraños deseos de lo eterno y lo infinito, mejor déjalo estar…». Pero, aunque estemos en un mundo en el que todo nos dice «vuela bajo», debemos tener la valentía de vivir a la altura de nuestros deseos, porque nuestros deseos están hechos de tal forma que no podemos contentarnos (Dante también nos enseñará la diferencia entre contentarse y estar contento) con menos que con el cielo, con menos que con el infinito y lo eterno.

Levantar la cabeza significa usar la razón. ¿Qué es lo que me lleva a decir «la razón»? O, lo que es lo mismo, ¿qué me hace decir el corazón? Porque el corazón de la persona no es la sede de la emoción, sino el nudo esencial, el núcleo duro, el conjunto de las exigencias de bien, verdad, belleza, amor y justicia que el Padre Eterno pone en cada hijo de hombre. Pues bien, ¿qué dice el corazón? Dice que el sol existe, que está en alguna parte, aunque yo no lo vea todavía. Puesto que yo existo y tengo deseos infinitos, aquello hacia lo que tiendo tiene que estar en alguna parte; porque, de lo contrario, ¿cómo se explicaría la tensión que experimento? Como escribe Cesare Pavese: «¿Acaso alguien nos ha prometido algo? Y entonces, ¿por qué esperamos?».3 Si todos esperamos algo, si de algún modo esperamos siempre, es porque en el origen hay una promesa. Entonces, al reflexionar sobre mi experiencia, me doy cuenta de que el objeto que suscita este deseo infinito también tiene que existir, el sol tiene que estar en alguna parte.

En todas las culturas y tradiciones, en toda la historia de la humanidad, el sol es imagen de Dios, del Ser, del Misterio que hace todas las cosas. Y el corazón del hombre, la razón del hombre llega a decir esto: «No lo conozco, no sé quién es, pero tiene que haber un dios en alguna parte, un sol a cuya luz podamos caminar todos y sería precioso alcanzarlo». De ahí nacen las religiones. Y entonces hay quien esculpe un trozo de madera, quien adora al sol… todos intentan alcanzarlo. La clave de la vida es descubrir ese sol capaz de salvarlo todo.

Así que Dante, cuando ve el sol, recobra el aliento y empieza a subir a buen ritmo, y todo parece fácil (vv. 19-30). Sin embargo, esa misma colina, que parecía el lugar de la salvación, le vuelve a echar encima el mal, el Mal con mayúscula: una tras otra, se le plantan delante tres fieras —una pantera (un leopardo o puede que un lince), un león y, por último, una loba (vv. 31-54)—, ante las cuales Dante se hunde: «perdí la esperanza de alcanzar la cima».

Ha habido diferentes interpretaciones de las figuras de la pantera, el león y la loba. A mí me encantan los términos que utiliza el gran poeta inglés Thomas Stearns Eliot: «la usura, la lujuria y el poder».4 Es verdad que sexo, dinero y poder —puede que el poder por encima de los otros dos— son los aspectos de la vida que más fácilmente se convierten en tentaciones que impiden a los hombres ascender hacia Dios. Independientemente de cómo se interpreten, con las tres fieras Dante quiere sintetizar todo el mal, todos los pecados del hombre; y, por tanto, reflejar de alguna manera las consecuencias del pecado original, la debilidad originaria que marca la historia humana y la vida de cada uno.

En este trance, es como si uno dijera: puedo creerme que Dios existe, también puedo creerme que la vida sería bonita si Dios existiera, pero el problema es que es inalcanzable. Puede que exista la salvación, pero no sé cómo alcanzarla, no puedo. Según la genial observación de Kafka, cuando escribe: «Existe una meta, pero ningún camino».5 No me salvo por mí mismo. Una debilidad estructural, original, me impide acceder a la salvación y fracaso míseramente en mis intentos.

Lo muestra a todas luces uno de los mitos griegos más célebres, el mito de Ícaro, la imagen potentemente sintética de la mentalidad del mundo antiguo, la vida es una parábola que intenta alcanzar lo alto, pero que después fracasa y acaba precipitándose míseramente al suelo.

Como todos saben, a Ícaro le encierran junto a su padre Dédalo en el laberinto construido en la isla de Creta. El laberinto es una imagen de la vida; la vida es un laberinto, un enredo sin salida. En el fondo, una locura porque una vida que se contradice así, que te hace sentir lo eterno, te hace desear un «para siempre» y después te lo niega, es de locos. Hace falta encontrar una salida, para que la vida pueda ser salvada. Y esa salvación se identifica con el punto más luminoso que tenemos en nuestra experiencia, el sol.

Así que los griegos imaginaron este intento supremo, heroico y nobilísimo de esta manera: si la vida es un laberinto, ¡hay que salir de él! Dédalo e Ícaro, que eran hombres ingeniosos, se construyen alas con plumas de pájaro pegadas con cera e intentan salir del laberinto levantando el vuelo. Al principio, parece que lo consiguen, pero el sueño se convierte en tragedia, ya que precisamente ese sol que debía ser la salvación es la causa de su tragedia. Cuanto más se acerca Ícaro al sol, más se va derritiendo la cera por el calor, hasta que las alas se deshacen y él se precipita al vacío. No es casualidad que la literatura griega haya dado lo mejor de sí en la tragedia, ya que los griegos sentían agudamente el drama de la vida, un deseo de bien que está destinado a estrellarse contra un destino inexorable. Y Dante recorre los mismos pasos: el laberinto de la vida, un bien encontrado y experimentado, y al final la muerte. La selva oscura, la colina iluminada por el sol y las fieras. La misma parábola que Ícaro.

Entonces, como alguien que reúne una gran fortuna y, de repente, la pierde (vv. 55-60), Dante siente toda la tristeza de su miseria y se hunde de nuevo en la selva. Pero, en ese momento, sucede algo del todo imprevisto (vv. 61-55).

Mientras me deslizaba hacia el fondo oscuro, se me ofreció a los ojos alguien que, por el largo silencio que guardaba, parecía sin voz. Cuando lo vi en el vasto desierto, le grité: «¡Ten piedad de mí, quienquiera que seas, hombre o sombra!».

De repente, aparece una sombra misteriosa, una presencia evanescente pero real. Y, frente a esa presencia imprevista, Dante grita toda su necesidad. La primera palabra de Dante como personaje de la Comedia —hasta ahora solo ha hecho de narrador, pero ahora habla como personaje— es «Miserere», ten piedad. Que alguien tenga piedad de mi miseria, porque yo solo no puedo. «Ten piedad de mí», seas quien seas. No sé quién eres, no sé ni siquiera si eres un hombre o un fantasma, pero no me importa, ¡ten piedad de mí!

Dante puede lanzar un grito de ayuda porque se encuentra ante alguien. Alguien que «se me ofreció a los ojos», siempre es un problema de ojos, de poder ver, de mirada. Con el término «ofreció» quiere decir que es un encuentro imprevisible, que no se puede programar, gratuito. ¿Quién podía imaginarse que ahí, en lo profundo de la selva oscura, cuando se estaba jugando el pellejo, se iba a topar con una presencia repentina a la que, por fin, podía gritarle «ten piedad de mí»? Un encuentro inesperado, inmerecido, que, por fin, permite expresar toda la necesidad, todo el deseo.

La cosa es que, entre Ícaro y Dante, aconteció el cristianismo. Vino a nuestra tierra un hombre que se identificó a sí mismo con el sol, con esa meta deseada e imposible, con el Misterio que hace todas las cosas; y este Hombre nos dijo: «Seguidme. Si me seguís, podéis llegar al lugar del que provengo». Es decir, de alguna manera, podréis experimentar la felicidad, podréis tocar a Dios en la tierra. Análogamente, en el camino de Dante aparece una figura inesperada que, como veremos en el canto II, es una forma de la Gracia que sale a su encuentro.

En ese momento (vv. 67-75), la figura se presenta como Virgilio, el célebre poeta latino, el autor de la Eneida, el escritor preferido de Dante. Y Virgilio le hace una pregunta a Dante que de primeras parece superflua (vv. 76-78).

Pero tú ¿por qué vuelves a tanta pena? ¿Por qué no subes al deleitoso monte que es causa y principio de toda alegría?

¿Por qué superflua? Porque Virgilio sabe perfectamente por qué Dante se encuentra en esa situación. Como veremos en el canto II, no pasaba por allí por casualidad. Por otro lado, el apuro de Dante es evidente. ¿Y entonces por qué le pregunta lo que ya sabe?

Porque así empieza la gran pedagogía de Virgilio, maestro y guía. Como todo maestro y guía sabe que «nada hay tan poco creíble como la respuesta a una pregunta que no se ha planteado».6 Los que dan clase y los que educan lo saben: no se dan respuestas a preguntas que no se plantean. Sería inútil. La ayuda que puedes darle a tus alumnos, a alguien a quien quieres ayudar, no es ofrecer respuestas de antemano, sino ayudarle a aclarar su pregunta para que, cuando aparezca, pueda reconocer la respuesta que buscaba. De esta manera, preguntándole a Dante por qué no sube al «deleitoso monte», Virgilio le obliga a comunicarse con alguien y, en consecuencia, a aclararse, a aclarar la pregunta y la necesidad que tiene.

Por otra parte, también Jesús hacía eso. Volvamos al episodio del ciego del Evangelio. Cuando este empieza a llamarle a voces, Jesús, en primer lugar, le pregunta: «¿Qué quieres?». Y el ciego responde: «¡Recuperar la vista!» (Lc 18, 35-43). Jesús sabe perfectamente qué es lo que necesita el ciego, pero le llama a decirlo de forma explícita.

Cuántos encuentros en la vida suscitan un presentimiento de bien, de grandeza, no tanto por la respuesta que ofrecen, sino porque aclaran la pregunta que tenemos, porque nos ayudan a aclarar lo que antes estábamos buscando de una forma confusa y, en consecuencia, nos preparan para descifrar la respuesta. Eso también lo hace Virgilio.

Pues bien, Dante, después de homenajear al gran poeta, le pide ayuda (vv. 79-90). Y Virgilio le explica que salir de la selva oscura solo con la fuerza humana es imposible, pero que existe una alternativa (vv. 91-93).

«Te conviene seguir otro viaje», respondió al ver mi llanto, «si pretendes salir con vida de esta áspera selva».

«Otro viaje», es decir, el camino para alcanzar lo que deseas es otro. La intención es buena, la meta es justa, pero el camino es erróneo. Dante pensaba que podía apañárselas solo y solucionarlo rápido, pero resulta que no funciona así. La vida no conoce atajos. En la vida hay que tener la valentía de hacer todo el recorrido, todo el viaje necesario para conocer el mal y el bien del mundo, un viaje hasta la hondura de nosotros mismos. Virgilio lo anuncia a partir del verso 112: tendrás que mirar a la cara todo tu mal, es decir, atravesar el infierno; tendrás que ir escalón a escalón, venciendo a este mal, perdonándolo, perdonándote a ti mismo y perdonando a los hombres, haciendo el camino del purgatorio; y, entonces, tendrás acceso a la vida buena, al paraíso. Pero hay que hacer todo el recorrido.

Ante esto, Dante responde (vv. 130-136): si hace falta recorrer todo camino, si el verdadero viaje es el que tú dices, estoy listo para seguirte.

El verso que cierra el primer canto, «Echó a andar y yo seguí tras él» (v. 136), revela de forma lapidaria la ley de la Comedia y de la vida: solos no podemos crecer. Todo empieza al aceptar un maestro. En cierto sentido, cada uno podría definirse respondiendo a la pregunta: «¿Pero tú a quién sigues?». Porque en la vida no se crece de forma espontánea; en la vida se crece siguiendo. Todos seguimos a algo, ya sea a una persona, a la familia, a la sociedad o la moda. Es inevitable, seamos conscientes o no, nos guste o no. Crecer mirando, imitando y obedeciendo es propio del dinamismo humano. Darse cuenta de ello y elegir conscientemente a los maestros y a los amigos es la gran virtud de la vida. Acabamos siendo lo que seguimos, es decir, lo que amamos y lo que estimamos, por lo que elegir a quién seguir es la clave de la vida.

Y aquí empieza el viaje de Dante en el más allá y nuestro camino con él para descubrir la verdad del más allá.

1 Dante Alighieri, Comedia (prólogo, comentarios y traducción de José María Micó), Acantilado, Barcelona, 2018, p. 53.

2 Papa Francisco, Retiro espiritual con ocasión del jubileo de los sacerdotes. Segunda meditación, Basílica de Santa María la Mayor, 2 de junio de 2016.

3 Cesare Pavese, El oficio de vivir, Seix Barral, Barcelona, 1992, p. 310.

4 «Cuando a la Iglesia ni se la considera ya, ni se oponen siquiera a ella, y los hombres han olvidado a todos los dioses excepto la Usura, la Lujuria y el Poder», Thomas Stearns Eliot, «Coros de la “Roca” VII», en Thomas Stearns Eliot, Poesías Reunidas 1909/1962, Alianza, Madrid, 1978, p. 181.

5 Franz Kafka, Confessioni e diari, Mondadori, Milán, 1972, p. 716; traducción nuestra.

6 Reinhold Niebuhr, Il destino e la storia, BUR, Milán, 1999, p. 66; traducción nuestra.

Nel mezzo del cammin di nostra vita mi ritrovai per una selva oscura, ché la diritta via era smarrita.A la mitad del camino de nuestra vida1 me encontré en una selva oscura, porque había perdido la buena senda.
Ahi quanto a dir qual era è cosa dura esta selva selvaggia e aspra e forte che nel pensier rinova la paura!Y ¡qué penoso es decir cómo era aquella selva tupida, áspera y salvaje, cuyo recuerdo renueva el pavor!
Tant’ è amara che poco è più morte; ma per trattar del ben ch’i’ vi trovai, dirò de l’altre cose ch’i’ v’ho scorte.Pavor tan amargo, que dista poco de la muerte; mas, para tratar del bien que encontré en ella, contaré otras cosas de las que en ella vi.
Io non so ben ridir com’ i’ v’intrai, tant’ era pien di sonno a quel punto che la verace via abbandonai.No sabría explicar ahora cómo entré. De tal modo me dominaba el sueño cuando abandoné el buen camino.
Ma poi ch’i’ fui al piè d’un colle giunto, là dove terminava quella valle che m’avea di paura il cor compunto,guardai in alto e vidi le sue spalle vestite già de’ raggi del pianeta che mena dritto altrui per ogne calle.Pero a poco de llegar al pie de una colina donde terminaba aquel valle que así me había llenado de espanto el corazón, miré a lo alto y vi la cumbre, aureolada ya por los rayos del planeta2 que es guía fiel por todos los senderos.
Allor fu la paura un poco queta, che nel lago del cor m’era durata la notte ch’i’ passai con tanta pieta.Entonces se calmó un poco el miedo que había agitado el lago de mi corazón durante aquella noche tan penosa.
E come quei che con lena affannata, uscito fuor del pelago a la riva, si volge a l’acqua perigliosa e guata,così l’animo mio, ch’ancor fuggiva, si volse a retro a rimirar lo passo che non lasciò già mai persona viva.Y lo mismo que aquel que ha logrado salir, tras afanosa lucha, del piélago a la orilla, se vuelve a mirar el agua llena de peligros, así mi espíritu, fugitivo aún, se volvió hacia atrás y contempló el paraje del que nadie salió vivo nunca.
Poi ch’èi posato un poco il corpo lasso, ripresi via per la piaggia diserta, sì che ’l piè fermo sempre era ’l più basso.Cuando di algún reposo a mi cuerpo fatigado, continué mi camino por la desierta playa, donde el pie firme se hundía.
Ed ecco, quasi al cominciar de l’erta, una lonza leggera e presta molto, che di pel macolato era coverta;e non mi si partia dinanzi al volto, anzi ’mpediva tanto il mio cammino, ch’i’ fui per ritornar più volte vòlto.De pronto, casi al empezar la salida, una agilísima y veloz pantera,3 cubierta de pintada piel, se me puso delante, impidiéndome avanzar, de tal modo que muchas veces hui para volver otras tantas.
Temp’ era dal principio del mattino, e ’l sol montava ’n sù con quelle stelle ch’eran con lui quando l’amor divinomosse di prima quelle cose belle; sì ch’a bene sperar m’era cagione di quella fiera a la gaetta pellel’ora del tempo e la dolce stagione; ma non sì che paura non mi desse la vista che m’apparve d’un leone.Empezaba entonces a amanecer, y el sol se levantaba rodeado de las mismas estrellas que le acompañaron cuando el amor divino creó tan bellas cosas, como invitándome a esperar, ante aquella fiera de piel manchada, la llegada del día y la dulce sazón; mas no sin que me diese pavor también un león que se apareció a mi vista.4
Questi parea che contra me venisse con la test’ alta e con rabbiosa fame, sì che parea che l’aere ne tremesse.Este parecía venir contra mí, alta la cabeza, rugiendo de hambre, tal que pensé que el aire se estremecía.
Ed una lupa, che di tutte brame sembiava carca ne la sua magrezza, e molte genti fé già viver grame,questa mi porse tanto di gravezza con la paura ch’uscia di sua vista, ch’io perdei la speranza de l’altezza.Y una loba5 que en su delgadez parecía llena de todos los apetitos y había causado ya la desgracia de mucha gente, me dio tanta pesadumbre con el espanto que su vista provocaba, que perdí la esperanza de alcanzar la cima.
E qual è quei che volontieri acquista, e giugne ’l tempo che perder lo face, che ’n tutti suoi pensier piange e s’attrista;tal mi fece la bestia sanza pace, che, venendomi ’ncontro, a poco a poco mi ripigneva là dove ’l sol tace.Y como aquel que se enriquece con alegría, al llegar la hora de perderlo todo, llora y se entristece con toda el alma, así me hizo sentirme aquella bestia implacable, que, viniendo contra mí, poco a poco me empujaba hacia donde el sol no luce.6
Mentre ch’i’ rovinava in basso loco, dinanzi a li occhi mi si fu offerto chi per lungo silenzio parea fioco.Mientras me deslizaba hacia el fondo oscuro, se me ofreció a los ojos alguien7 que, por el largo silencio que guardaba, parecía sin voz.
Quando vidi costui nel gran diserto, «Miserere di me», gridai a lui, «qual che tu sii, od ombra od omo certo!».Cuando lo vi en el vasto desierto, le grité: «¡Ten piedad de mí, quienquiera que seas, hombre o sombra!».
Rispuosemi: «Non omo, omo già fui, e li parenti miei furon lombardi, mantoani per patrïa ambedui.Me respondió: «No soy hombre. Lo fui. Mis padres fueron lombardos, mantuanos los dos de nacimiento.
Nacqui sub Iulio, ancor che fosse tardi, e vissi a Roma sotto ’l buono Augusto nel tempo de li dèi falsi e bugiardi.Nací bajo Julio,8 aunque tarde, y viví en Roma bajo el buen Augusto, en el tiempo de los dioses falsos y engañosos.
Poeta fui, e cantai di quel giusto figliuol d’Anchise che venne di Troia, poi che ’l superbo Ilïón fu combusto.Fui poeta y canté a aquel justo, hijo de Anquises,9 que vino de Troya después de que ardió la soberbia Ilión.
Ma tu perché ritorni a tanta noia? perché non sali il dilettoso monte ch’è principio e cagion di tutta gioia?».Pero tú, ¿por qué vuelves a tanta pena? ¿Por qué no subes al deleitoso monte que es causa y principio de toda alegría?».
«Or se’ tu quel Virgilio e quella fonte che spandi di parlar sì largo fiume?», rispuos’ io lui con vergognosa fronte.«Entonces, ¿eres tú aquel Virgilio, aquella fuente de la que nace tan caudaloso río de elocuencia? —le respondí con rubor en la frente.
«O de li altri poeti onore e lume, vagliami ’l lungo studio e ’l grande amore che m’ha fatto cercar lo tuo volume.¡Oh, tú, honra y luz de los poetas! ¡Válganme el largo estudio y el profundo amor que me hicieron disfrutar de tu obra!
Tu se’ lo mio maestro e ’l mio autore, tu se’ solo colui da cu’ io tolsi lo bello stilo che m’ha fatto onore.Tú eres mi maestro y mi autor; de ti solo aprendí el bello estilo que me ha dado gloria.
Vedi la bestia per cu’ io mi volsi; aiutami da lei, famoso saggio, ch’ella mi fa tremar le vene e i polsi».Mira la bestia que me ha obligado a huir. ¡Ayúdame contra ella, sabio glorioso, porque ella me hace palpitar las venas y el pulso!».
«A te convien tenere altro vïaggio», rispuose, poi che lagrimar mi vide, «se vuo’ campar d’esto loco selvaggio;ché questa bestia, per la qual tu gride, non lascia altrui passar per la sua via, ma tanto lo ’mpedisce che l’uccide;e ha natura sì malvagia e ria, che mai non empie la bramosa voglia, e dopo ’l pasto ha più fame che pria.«Te conviene seguir otro camino si quieres huir de este lugar salvaje —replicó al verme llorar—. La bestia de la cual te quejas no permite a nadie pasar por su camino, y para impedirlo lo mata. Tiene una naturaleza tan malvada y ruin, que nunca satisface su hambre voraz y siente más apetito después de comer que antes.
Molti son li animali a cui s’ammoglia, e più saranno ancora, infin che ’l veltro verrà, che la farà morir con doglia.Muchos son los animales con los que se une, y serán más todavía, hasta que venga el mastín que le dé dolorosa muerte.
Questi non ciberà terra né peltro, ma sapïenza, amore e virtute, e sua nazion sarà tra feltro e feltro.Él no se alimentará ni de bienes de la tierra ni de metales, sino de sabiduría, amor y virtud, y su patria estará en la pobreza.10
Di quella umile Italia fia salute per cui morì la vergine Cammilla, Eurialo e Turno e Niso di ferute.Será salud de aquella Italia humilde por la que murió la virgen Camila,11 y heridos Eurialo, Turno y Niso.12
Questi la caccerà per ogne villa, fin che l’avrà rimessa ne lo ’nferno, là onde ’nvidia prima dipartilla.Echará a la bestia de un lugar a otro hasta que la arroje al infierno, de donde la sacó la envidia.
Ond’ io per lo tuo me’ penso e discerno che tu mi segui, e io sarò tua guida, e trarrotti di qui per loco etterno;ove udirai le disperate strida, vedrai li antichi spiriti dolenti, ch’a la seconda morte ciascun grida;e vederai color che son contenti nel foco, perché speran di venire quando che sia a le beate genti.Por eso he pensado y decidido, por tu bien, que me sigas. Seré tu guía y te llevaré desde aquí al lugar eterno donde oirás gritos de desesperación, verás a los antiguos espíritus dolientes llorando su segunda muerte cada uno, y verás a los que están contentos entre las llamas porque esperan llegar, cuando sea, a reunirse con las almas venturosas.
A le quai poi se tu vorrai salire, anima fia a ciò più di me degna: con lei ti lascerò nel mio partire;ché quello imperador che là sù regna, perch’ i’ fu’ ribellante a la sua legge, non vuol che ’n sua città per me si vegna.Si tú quieres ir después hasta ellas, alma encontrarás que te guíe,13 más digna que yo, y con ella te dejaré al partirme, pues el emperador que reina en lo alto, por haber sido yo rebelde a su ley, no quiere que a su ciudad se llegue por mí.
In tutte parti impera e quivi regge; quivi è la sua città e l’alto seggio: oh felice colui cu’ ivi elegge!».En todas partes impera y desde allí rige. Allí están su ciudad y su excelso trono. ¡Feliz aquel a quien llama!».
E io a lui: «Poeta, io ti richeggio per quello Dio che tu non conoscesti, acciò ch’io fugga questo male e peggio,che tu mi meni là dov’or dicesti, sì ch’io veggia la porta di san Pietro e color cui tu fai cotanto mesti».Yo le dije: «Poeta, te suplico por aquel Dios que tú no conociste, que pueda huir de este mal y de otros peores; que me conduzcas donde has dicho y vea yo la puerta de San Pedro14 y a aquellos que están tan afligidos».
Allor si mosse, e io li tenni dietro.Echó a andar y yo seguí tras él.

1 A los treinta y cinco años. Como Dante había nacido en 1265, nos hallamos en el 1300.

2 El Sol, considerado como un planeta en tiempos de Dante.

3 Simboliza la lujuria, como antes el sueño era la somnolencia del vicio; la colina sobre la que brilla el sol es la virtud, y el paraje del que nadie sale vivo, el pecado mortal.

4 Este león es la soberbia.

5 La avaricia.

6 Es decir, otra vez hacia la selva oscura.

7 Virgilio.

8 Julio César.

9 Eneas.

10 «Tra feltro e feltro» es pasaje oscurísimo. La interpretación más aceptada es «in fasce de feltro», esto es, pobre.

11 Guerrera, hija de Metabo, rey de los volscos.

12 Eurialo y Niso, troyanos, Turno, hijo de Datino, rey de los rútulos.

13 Beatriz.

14 La del purgatorio.

Infierno - Divina comedia de Dante Alighieri

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