Читать книгу El secreto del anillo mágico - Alfredo Gaete Briseño - Страница 10

Capítulo 4 Delia El sol estaba en su punto más alto. La variedad y nitidez de verdes que pintaban las plantas y el profundo colorido de las flores eran asombrosos. También el tamaño de Sara, quien sentía haber vuelto a su estado normal. Apenas pestañeaba. De pronto, percibió su cuerpo muy liviano y los pies como si hubieran desaparecido. Los miró y, aunque ahí estaban, se habían despegado unos centímetros del suelo, igual que los de su nueva amiga. Recordó que hacía poco, cuando tenía apariencia de muchacha, habían pasado por lo mismo. Acudió a su mente la idea de poder volar en posición casi vertical e imaginó a Mary Poppins colgada de su paraguas descendiendo frente a la casa de los niños Banks; de inmediato evocó el árbol de Sofía viniéndosele encima, el pequeño hoyo redondeado casi a la perfección por el que entraron… Sonrió. Deslumbrada, al mismo tiempo se sentía cómoda, y durante algunos momentos todas aquellas escenas le parecieron tan naturales como caminar por una calle empedrada y entrar por una puerta de roble.

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Sofía la sacó de sus reflexiones.

―Veo que vas mejorando… ¡Sígueme!

―¿Tú crees…? Bueno, si te refieres a que me estoy acostumbrando, no sé, aunque parece que lo estoy haciendo desde hace mucho rato… Ya sé, me dirás que hace mucho rato no existe para nosotras porque aquí no pasa el tiempo.

―No, yo no he dicho exactamente eso. Aquí sí existe el paso del tiempo, pero no como en tu mundo. Por supuesto que transcurre, de lo contrario no podríamos ir a ninguna parte, pero lo hace de forma diferente. En tu mundo hay pasado y futuro, y una especie rara de presente que pareciera no existir más que como una intersección; aquí, en cambio, es mucho más entretenido, pues solo hay presente. Y ese presente sí transcurre, y en él pasan cosas, pero no hay anclas que sujeten a situaciones que ocurrieron ni otras que podrían suceder, en parte por eso las personas no nos andamos decepcionando a cada rato. Por eso, en gran medida, vez a la gente feliz.

―¿Sabes?, no entiendo bien lo que me estás diciendo. ¿Cómo una niña como tú puede hablar de cosas tan raras? ―Recordó a la viejecita y a la joven. Eran mayores y podían saber más, pero su amiga, muy por Sofía que se llamara, no tenía por qué andar diciendo cosas tan extrañas, aunque si al mismo tiempo era niña, mayor y anciana… Sacudió la cabeza y esbozó algo parecido a una sonrisa; sus pensamientos revoloteaban tratando de ordenarse, pero por el contrario su confusión aumentó.

―Solo quiero decir que en parte por eso aquí la gente anda feliz, y no importa que no entiendas bien lo que digo, porque en la práctica sí lo entiendes…

Sara la miró con curiosidad, pero no interrumpió.

―Digo que en la práctica lo entiendes, porque en varias ocasiones te vi pasear junto a tu papá y observé la expresión de abatimiento que mostraba tu cara al mirar a los niños pobres trabajando. Seguro que al mismo tiempo pensabas en tu vida y tantas cosas que te ponían contenta.

―Sí, es que parece que están obligados a hacerlo y se ven tan tristes.

―Exacto, en cambio aquí eso no ocurre.

―¿No trabajan algunos niños?

―No, y nadie lo hace, o sea no para ganar su sustento. No necesitan hacerlo.

―¿Y hay quiénes lo hacen por gusto?

―Por supuesto, aquí también hay artistas, por ejemplo. Y personas a las que les encanta ocuparse de alguna actividad y ayudar a la gente en diversos ámbitos de la vida… pero no para recibir un pago por ello… ¡Aquí es! ¡Llegamos!

―¿Tan pronto?

―¿Tan pronto para qué?

―Es que llegamos muy rápido.

―Pero ¿cómo puedes saber que es pronto si no sabías a dónde veníamos? Además, ese tipo de pensamientos envuelven la consciencia con un grueso velo y el tiempo pasa más rápido de lo que debe.

―El tiempo… ¿Cómo es eso?

―Sí, el tiempo. Cuando piensas como lo acabas de hacer, se esfuma el presente; como ocurre cuando el agua se convierte en vapor, el presente se transforma en lo que tu mundo llama futuro.

―¿Y qué tiene que ver el agua y el vapor con lo del tiempo?

―Porque el agua al evaporarse es como que se desintegrara, lo que ocurre con la vida cuando el tiempo pasa de ser presente constante a futuropresentepasado, como sucede en tu mundo…

Se encontraban paradas frente a una puerta cubierta de brillantes hojas verdes, en un muro repleto de un millar de flores amarillas, rojas, azules, naranjas, rosadas…

Mientras Sara pensaba en que allí no era necesario trabajar y todos los niños podían ser felices, Sofía alargó el brazo hacia un hermoso botón blanco de camelia y lo apretó. Escucharon que en el interior sonaba un timbre.

Sara lamentó no continuar conversando sobre el trabajo y los niños, mientras las escenas en la feria se representaban vívidas en su mente.

La puerta no demoró en ser abierta.

―¡Hola!

Frente a las dos niñas, una tercera sonreía. Tenía el cabello oscuro y grandes ojos cafés.

Sofía se adelantó un paso para ponerse entre ellas.

―Hola, Delia, he traído a una amiga para que la conozcas, se llama Sara.

―¿Sara? Lindo nombre. ―Hizo una reverencia.

―Ah, sí, soy Sara... Perdona, Hola… ―Sintiéndose algo torpe, se inclinó para devolver el gesto.

―Hola, qué bueno conocerte.

Sofía miró a la dueña de casa.

―Viene del otro mundo.

―¡Ah!

Sara se preguntó qué querría decir con “¡Ah!”; de inmediato, aquel pensamiento fue suplantado por otro: ¿Qué significaría Delia? Para su sorpresa, Sofía acudió ante aquella inquietud.

―Veo que te gusta la idea de que los nombres tengan un significado.

―No sé por qué se me ocurrió pensar en eso, pero sí, es verdad, me gusta que cómo se llama uno implique algo más que puras letras. Cada vez que uno conoce a alguien, debiera saber cómo se llama y qué significa.

―Bueno, ya ves que aquí en nuestro mundo es así. ―Agrandó los ojos―. Y puedo decirte que su nombre es notable. ―Hizo una pausa para destacar lo que continuaría diciendo―. Significa Natural de Delos.

―¿Notable?

―Sí, quiero decir que es importante.

A Sara no le pareció tan “notable” como podrían ser el suyo o Sofía.

―¿Y por qué es importante?

Sofía abrió la boca, pero Delia se adelantó.

―Mi nombre es natural de la isla de Delos, la isla de Dios. Dicho de otra forma, es el de una mujer proveniente de Dios. Era una de las formas con que llamaban a la diosa griega Artemisa, quien nació en esa isla, en el archipiélago de las Cícladas. Era la diosa de la caza, los animales salvajes, los nacimientos, la virginidad y las doncellas… ―su cara redonda adquirió una expresión que a Sara le pareció encantadora, conquistando de inmediato su simpatía.

―Me gusta tu nombre. Y veo que en realidad es muy importante.

―Gracias, pero no es gran cosa; todos los nombres son hermosos e importantes, basta con llamarse. ―Dejó salir una espontánea risa.

Sara y Sofía la acompañaron con las suyas.

―¿Quieren entrar?

En Sara surgió una curiosidad enorme por ver el interior de aquella casa; pensó que después de haber conocido la de Sofía, podía encontrar también algo que la impresionara tanto o más si tenía suerte.

Pero Sofía restó posibilidades a dicha atractiva invitación, vulnerando la curiosidad de Sara.

―No, por ahora no. Es muy amable de tu parte, pero ya tendremos tiempo de tomar un rico té en tu casa…

―O chocolate… ¿Seguras de no querer entrar un ratito?

Sara se entusiasmó de inmediato con aquella doble tentación.

―Me encanta el chocolate, así que por mí está bien. ―Dirigió su mirada hacia Sofía―. Ya que por aquí no transcurre el tiempo de mi mundo, entonces, ¿qué tanto apuro tenemos por irnos?

Sofía sonrió.

―No el de tu tiempo, pero recuerda que, como te he dicho, aquí sí transcurre… En fin, está bien, si es lo que quieres, entremos un rato.

Delia se hizo a un lado para que sus amigas pasaran.

―Vengan, con este magnífico cielo azul, mi casa siempre está exquisita.

Sara, apenas puso un pie adentro, se dio cuenta de que continuaba afuera; también notó que era un afuera extraño, similar al que hasta ese momento las había acogido, diferente al que conocía… Una nueva razón para impresionarse: en ese raro mundo, el sol, a pesar de ser esplendoroso, no quemaba; pensó que tal vez hubiese algo así como triple capa de ozono. Miró sus brazos, convencida de que ahí su piel estaba segura. Más allá había una hermosa laguna rodeada por una tentadora playa; lamentó no tener puesto su traje de baño.

―Debes pensar en lo que quieres, no en lo que te incomoda…

Sara miró a Sofía con una evidente expresión de curiosidad reflejada en su rostro, pero no la interrumpió.

―Podrías tener puesto un traje de baño si lo quisieras, pero si piensas que no lo tienes, seguirás tan vestida como estás. En todo caso, este no es momento para ir a bañarnos, tenemos cosas mucho más importantes que hacer… Por ahora, ya que estaremos un rato aquí, mejor agradezcamos a Delia por su cariñosa hospitalidad. ―Una vez más sonreía.

A Sara le gustaba aquel gesto en su cara, que a cada rato afloraba de una manera que le parecía tan natural.

Siguieron a Delia, quien se encaminaba hacia las aguas. Sobre su superficie caía un brillo magnífico que atravesaba de una orilla a la otra, pero a diferencia de lo que ocurría en el mundo de Sara, no enceguecía. Era un delicado resplandor que le produjo una atractiva sensación de paz y alegría. Sus ojos buscaron alrededor algo que se pareciera a una casa, pero no vio más que arena. Muy clara y fina, estaba rodeada por gran cantidad de vegetación. No pudo seguir reteniendo la curiosidad.

―¿Dónde vives?

―Me gusta la naturaleza.

―Sí, es un jardín fascinante, pero ¿dónde duermes?

―Me gusta hacerlo bajo la protección de las estrellas… y la luna, por cierto, sobre todo cuando está grande y redonda como un gran sol blanco.

―Sí, claro, pero aquí no tienes un techo que te proteja.

―¿Y para qué lo querría? ¿Para protegerme de qué?

―¿Y si llueve? ¿Y si hace frío? ¿Y si se levanta una ventolera?

―Aquí nunca llueve. A veces está nublado, pero la temperatura no desciende, y el viento, cuando corre, es una suave brisa, muy agradable, por cierto. Además ―indicó con su mirada―, el bosque está lleno de animalitos que son una gran compañía. Mantenemos una relación muy cercana. Tengo amigos conejos, zorros, perros, uno que otro gato, algunas tortugas, infinidad de pajarillos… También de vez en cuando se dejan ver otras especies como felinos grandes o lobos…

El rostro de Sara adquirió expresión de miedo.

―No te asustes, aquí son mansos, hacen su vida y no molestan a nadie… Como puedes ver, vivir al aire libre resulta encantador; ¿para qué querría hacerlo encerrada entre paredes?

Sara no supo qué responder y vio agradada que sobre la mesa que recién había aparecido, tal como ocurriera en el interior del troncocasa de Sofía, tres humeantes caldos oscuros ofrecían un aroma delicioso. Había también igual cantidad de sillas. Se sentó en una y cogió la taza que tenía enfrente, con delicadeza, concentrada en su contenido. Lo probó y quedó extasiada.

―¡Está riquísimo! ―Continuó bebiendo mientras sus ojos saltaban de un lugar a otro, hasta que se dio cuenta de que Sofía y su nueva amiga reían. Le pareció evidente que era a costa de ella, pero no alcanzó a hablar, pues Delia se adelantó.

―Disculpa, pero para nosotras resulta gracioso que algo trivial como tomar chocolate y encontrarse rodeada de tantos animalitos, para ti sea novedoso.

―En mi casa no son muchas las oportunidades que tengo de tomar chocolate pues mi mamá dice que es malo porque engorda y ensucia los dientes. Y para ver tanta variedad de animales como aquí, hay que ir a un zoológico.

―Eso es en tu mundo, donde la gente se muere. ―Delia dirigió los ojos hacia Sofía.

―Sí, así es. Aquí la gente no engorda ni adelgaza, tampoco tiene caries ni se le caen los dientes. En este lugar las personas somos como somos. Hay una estrecha relación entre los diferentes órganos del cuerpo y no hace cada uno lo que le da la gana. Por eso la cabeza, por ejemplo, actúa en conjunto con el estómago. Cuando estás acostumbrada a consumir alimentos que te gustan, no tiene sentido comer demás, y eso el cuerpo lo entiende muy bien… Y en cuanto a los animalitos, aquí nadie intenta domesticarlos, menos encerrarlos como si hubieran cometido algún delito. ―De improviso se puso de pie―. Bueno, creo que ya está bien de tomar chocolate. Es hora de salir.

Delia también se paró.

―De acuerdo. ―Miró a Sara, quien permanecía sentada―. ¿Vamos?

―¿A dónde iremos?

―Ya verás, con Delia queremos mostrarte algo muy entretenido.

―Está bien, si ustedes lo dicen… ―Siguió a las niñas, quienes habían comenzado a desplazarse, sorprendida porque la dirección era contraria a la puerta por la cual habían entrado.

―¿A dónde vamos? Si es a otra parte, ¿no tenemos que salir por donde entramos?

Ambas rieron. Sofía giró la cabeza.

―Anda, síguenos. Aquí las normas que rigen la realidad son diferentes a las que imperan en tu mundo, porque… aquí no hay normas. Puedes entrar para salir y salir para entrar; mantenerte adentro para estar afuera o permanecer afuera para entrar… Es muy divertido.

―Aunque algo confuso, ¿no?

―Para nada, por el contrario, basta con desearlo. Siempre hay diversas alternativas para entrar, también para salir.

―¿Solo con desearlo?

―Claro, pero por supuesto debes creer que lo que deseas es posible.

―¡Ya, dale con lo mismo!

―Bueno, así son las cosas aquí; cuando te acostumbras, las que rigen el mundo del que vienes se hacen muy ingratas; sin duda, son una verdadera pesadilla.

Caminaron un rato bordeando la laguna, hasta que comenzó a estrecharse, convirtiéndose en un ancho río. La playa, también más angosta, continuaba paralela al bosque; junto a los relucientes arbustos, árboles, palmeras y plantas se perdía a la distancia, manteniendo las claras arenas su suavidad. Sara, acostumbrada a que las de los ríos fueran negras, interrumpió su caminata y se quedó mirando en lontananza con mayor detención. De pronto, al recoger la mirada, cerca del agua enfocó un bote amarrado con una gruesa cuerda a un tronco. Tenía la idea de no haberlo visto antes, pero no lo comentó.

Delia la observó y, sin hablar, corrió haciéndole señas para que la siguiera. Apenas llegó junto a la pequeña embarcación, saltó con agilidad adentro, desde donde continuó gesticulando con sus manos.

―¡Vamos, suban!

Sofía obedeció con un salto, apoyada en el borde.

Sara se detuvo.

―¿A dónde iremos?

Sofía, entusiasmada, también manoteaba.

―¡Ya verás, sube!

―¿Y tenemos que ir en bote? ¿No puede ser volando sobre las aguas? Sería divertidísimo. Dio un pequeño salto y otro; al tercero, percibió que sus pies no volvían a pisar la arena.

Sus amigas la vieron elevarse unos pocos centímetros y rieron.

De pronto, se dio cuenta de que había avanzado y estaba a punto de chocar con las relucientes tablas amarillas que conformaban el casco. Asustada, sin saber cómo, se dejó caer en la arena y rodando casi un metro, quedó pegada a la embarcación.

Sofía la miró desde arriba.

―Veo que te has entusiasmado con la idea de volar… Podríamos ir volando, pero será mucho más entretenido hacerlo en este bote.

―Pero está sobre la arena. ¿Esperan que se mueva solo?

Las voces de las niñas que estaban en el interior sonaron al unísono.

―¡Anda, ven, sube de una vez por todas! Deja de ver un problema en cada cosa que debes resolver. Verás cómo creer que algo es posible, lo hace posible.

Cuando las tres estuvieron en el interior, Sara continuaba pensando que el bote se encontraba enterrado varios centímetros en la arena, amarrado por una soga a un grueso palo. Supuso que jugarían a ir navegando, lo que le pareció mucho menos atractivo que volar, cuyo encanto aumentaba sobremanera al hacerlo en posición vertical, y en especial porque había logrado cierto dominio.

―Pero esto es una fomedad. Mucho más entretenido es volar. ¿Acaso pretenden hacer como si nos moviéramos? ¿Eso es lo entretenido? ¿Es un chiste?

Sofía alzó los brazos al cielo como si implorara.

―No, no es un chiste, porque de gracioso no tiene nada. Ya está bueno que te vayas acostumbrando a que aquí las cosas son diferentes.

Sara se giró para observarlas y de inmediato regresó la mirada hacia la playa. Atónita, vio que las blancas arenas se alejaban. Volvió los ojos hacia el otro lado y comprobó lo que sus confundidos sentidos le decían: esa orilla se acercaba a medida que el bote aumentaba su velocidad sobre las aguas.

¡Pero estábamos sobre la arena…!

Una vez más sus amigas se largaron a reír. Sofía indicó hacia la playa.

―¿Te parece que aún estamos ahí? ¡Por supuesto que no! Como puedes darte cuenta, estamos navegando.

Sara vio en el dedo de Sofía el brillo de un anillo, pero estaba demasiado encantada con todo lo que sucedía alrededor como para detenerse en ello.

―No, si me doy cuenta, realmente aquí todo lo que sucede es increíblemente raro.

―Nada de raro, aquí todo está ordenado como corresponde; donde está disperso es en el mundo en que vives.

―¿A dónde me llevan?

Esta vez dirigió la mirada hacia Delia.

―Nosotras no te llevamos, eres tú la que vas con nosotras.

―Pero son ustedes las de la magia.

―¿Te parece? Nadie te ha obligado, eres tú quien con tu curiosidad nos sigue. Deja de responsabilizarnos por tus acciones.

―Está bien, Sofía me dijo lo mismo, así que no les discutiré, pero ¿a dónde vamos? ―Notó que el viento movía con gracia el cabello de sus amigas y tomó con las manos el suyo. Entonces, dejó salir una prolongada carcajada―. Aunque en realidad, ¿qué importa? ¡Esto es magnífico!

El bote se internó río abajo. Sorprendió a Sara que, en ese lugar, donde todo respondía con rebeldía ante lo que para ella era la lógica y lo esperado, no fuera río arriba, y sonrió.

Aquel pensamiento no pasó desapercibido para Sofía.

―Por supuesto que podríamos ir en contra de la corriente si quisiéramos ―indicó con su dedo índice hacia el lago que se alejaba con rapidez―, pero ninguna de las tres lo desea.

Sara se dijo que no tenía idea de lo que deseaba en ese momento, pero le daba lo mismo. La aventura que estaba viviendo en esa embarcación que parecía tener cerebro propio, era fascinante.

El bote se acercó a la ladera de un cerro que se perdía hacia arriba, avanzó otro poco y de pronto apareció una pequeña playa que conducía hacia un inmenso roquedal. Desembarcaron y ascendieron entre las rocas, muchas recubiertas con una tupida vegetación. Más allá, apareció una gran caverna. Sara se detuvo a la entrada, algo temerosa; aunque no se veía oscura, dudó de cuán segura sería, incrustada en el cerro. Sofía lo hizo un par de metros más adelante, ya en el interior.

―¡Ven, síguenos!

Sara comprendió que no le quedaba más remedio que obedecer. Entró con precaución. Al fondo, vio que había varias cuevas bastante más oscuras.

―No temas, son seguras.

Se internaron por la primera. A pesar de haber dejado atrás la luz del día y caminar por un sendero con varios recovecos, la oscuridad no era total. Pronto Sara supo por qué: llegaron a un amplio claro. Llevó los ojos hacia arriba. Estaban rodeadas por un enorme muro muy irregular que parecía incrustado en el cielo.

Delia continuó y entró por otra caverna, seguida por Sofía que movía su mano en señal de continuar.

―¡Ven, Sara, síguenos!

―Pero esto es impresionante, jamás hubiera pensado que en alguna parte del mundo existiera un lugar como este.

―Sí, pero sigamos. Ya verás qué entretenido es a donde vamos.

Luego de andar durante quince minutos, llegaron a otro claro.

Ante los ojos de Sara, que una vez más se abrieron como platos, apareció un enorme parque de diversiones, similar al que la había recibido luego de cruzar el portal con la viejecita. Más bien era igual.

Sofía corrió.

―¡Vamos al tren fantasma! ―Se acercó a una pared pintarrajeada con figuras de alegres colores, entró riendo por un vano oval y desapareció en la oscuridad.

Delia y Sara la siguieron y abordaron un carro montado sobre dos rieles, en el que Sofía esperaba. Apenas se sentaron y abrocharon los cinturones, partió con un gran impulso que las hizo sentirlo en sus estómagos. Con rapidez tomó una velocidad sorprendente y arremetió contra un muro de piedras. A punto de chocar, giró con violencia en noventa grados y una calavera gigante bajó ante ellas con la boca abierta y las tragó sin misericordia. Los gritos de las niñas retumbaban en las paredes mientras el carro avanzaba por los rieles como si se hubiese desbocado envuelto en una oscuridad absoluta. Sin previo aviso tomó una cerrada curva y de inmediato otra similar en sentido contrario; del cielo se descolgó una telaraña enorme y aterradas la sintieron pegarse a sus caras, acompañada de un rugido atronador.

Sara percibía los fuertes latidos de su corazón que parecía a punto de escapar por la boca.

No alcanzaron a reponerse del último susto y ante ellas se descolgó un esqueleto que lanzaba rayos verdes por las cuencas de sus ojos. El carro se zamarreó, las manos de las niñas apretaron con mayor fuerza un fierro que les permitía aferrarse y otro brusco giro hizo que casi volaran por los aires mientras los gritos se entremezclaban con sus histéricas risas. Así, enfrentadas a diversas escenas terroríficas, continuaron durante un rato, hasta que salieron a la luz. Delia fue la primera en abandonar el carro.

―¡Vengan, vamos ahora a buscar otra entretención!...

Luego de entrar a una serie de juegos, Sofía se detuvo.

―Tengo sed, vamos por un refresco. ―Ante sus ojos apareció una choza rodeada de mesitas con sillas, donde departían diversas familias.

―Están todas ocupadas. ―La voz de Sara sonaba a frustración.

―¿Olvidas dónde estamos?

―Observó divertida que Sofía se encontraba sentada ante una mesa en cuya cubierta había tres gaseosas y dos sillas más. Cada niña cogió una botella.

Aunque el sol se había ocultado, la agradable claridad no disminuía; a pesar de eso, Sara se sintió intranquila.

―Creo que es hora de volver a mi casa.

Sofía dejó de beber su refresco.

―Si lo deseas con tanto fervor, no puedo hacer nada. ―Mientras se ponía de pie, indicó con su dedo índice.

Sara apenas creyó lo que sus ojos veían. El tiovivo había desaparecido, en su lugar estaba el portal. Caminó hacia este y antes de cruzarlo llevó los ojos hacia sus amigas. Sofía avanzaba en sentido contrario, seguida por Delia. No demoraron en desaparecer entre un gentío que surgió de repente.

El secreto del anillo mágico

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