Читать книгу El secreto del anillo mágico - Alfredo Gaete Briseño - Страница 9

Capítulo 3 Sofía El golpe nunca llegó; sin embargo, percibió extraño su cuerpo, aunque no supo evaluar aquella sensación pues nunca la había tenido. Lo sentía flotando, como si descansara sobre una enorme nube. No sabía qué creer. Abrió los ojos con lentitud y vio que se encontraba rodeada de una espesa neblina.

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Algo más compuesta, percibió en su estómago que descendía con extrema suavidad. Apenas creyendo lo que ocurría, percibió que la nube se disipaba para dar paso a una claridad que en segundos se hizo absoluta. Incapaz de precisar dónde estaba, los acontecimientos recientes le indicaban, aunque le parecía imposible, que había ingresado al árbol, a su tronco que estaba hueco, y a diferencia del aspecto exterior, era enorme. Mientras su sentido común también se negaba a aceptar la realidad que enfrentaba, sintió que sus pies se posaban con delicadeza sobre terreno firme. Con los ojos muy abiertos recorrió su alrededor, aún más desconcertada por esa amplitud que estaba curiosamente vacía. Se detuvo al enfocar, en un rincón, a una niña que parecía de su misma edad. Se preguntó dónde estaría la muchacha ex vieja.

―Lo que ves no tiene nada de particular. En este mundo, las dimensiones varían según las necesidades.

Sara se mantuvo en silencio, aunque no porque quisiera, sino por la impresión que la embargaba.

―Ven, acércate. Imagino que te caerá bien algo de beber. Ven, siéntate.

―¿Esta mesa estaba aquí? Porque no la había visto.

Aquello hizo mucha gracia a la niña que venía conociendo y le sonreía con simpatía.

―¡Por supuesto que no! Acá todo sucede según las necesidades. ¿Para qué querríamos una mesa cuando no la fuéramos a ocupar?

―Bueno, por eso muchas las hacen plegables…

―¡Qué pérdida de tiempo! Si no la vas a ocupar, mejor que no exista, ¿no te parece?

―Y eso, ¿es posible?

―Lo has visto con tus propios ojos, y por si no les crees, pronto lo verás de nuevo. Por ahora, siéntate.

―Esas dos sillas tampoco estaban.

―Porque nadie las necesitaba, y ya que eres tan observadora… ―El gesto que apareció en su rostro, esta vez tenía una evidente expresión de ironía―. Ya que eres tan observadora, digo, podrás tomar una rica taza repleta del mejor té que, por supuesto, tampoco estaba. ―Hizo otra pausa para entretenerse con la expresión que mostraba el rostro de Sara. ―También sería absurdo tener enormes muebles para guardar cosas que solo se utilizan a ratos.

El colorido contenido de la taza humeaba, sin duda estaba caliente. Las preguntas se arremolinaban en la cabeza de Sara: ¿Dónde está el hervidor?, ¿en qué momento sirvió el té…?

―No te rompas la cabeza buscando lo que no existe.

―¿Lees el pensamiento?

―Tal vez, pero ¿qué importa?

―No me gustaría que alguien leyera mis pensamientos.

―¿Por qué? ¿Tienes algo importante que ocultar?

―No, en realidad no, menos en estos momentos en que no sé ni qué pensar.

―Ven, siéntate de una vez y prueba qué exquisito es este té que te espera.

Aunque no estaba entre sus costumbres y jamás la había entusiasmado su sabor, obedeció. Con cautela tomó la taza por su oreja. La sintió muy liviana, como si estuviera vacía, aunque el aroma que provenía del líquido en su interior era exquisito. La tentó para acercar los labios e ingerir un corto trago.

―Mmm, en realidad está delicioso. ¿Estás segura de que es té?

―Te lo dije, es el mejor té que podrías probar.

Bebió otro trago, y uno más. De pronto, se le hizo consciente la idea de que conversaba con una desconocida.

―Y tú, ¿quién eres?

La niña se largó a reír otra vez.

―Soy yo.

―Sí, ya sé que eres tú, pero ¿quién eres? ―Vio que sonreía con picardía, y era muy parecida a la muchacha ex vieja. Tal vez fuera su hija, aunque se veía bastante joven como para ser mamá de alguien de alrededor de once años. Su curiosidad la venció.

―¿Eres hija de…? ―Cayó en la cuenta de que nunca le había dicho su nombre. Sus ojos buscaron desorbitados alrededor―. ¿Dónde está ella? No me dijo que tuviera una hija ni que tuviera mi edad―. Su cerebro se negaba a aceptar lo que sus ojos le venían diciendo desde hacía rato.

―Soy yo, Sara. Entre todo lo que pensaste quisiste que yo fuera un poco más como tú. Me estabas sintiendo tu amiga y en tu mundo se piensa que los amigos deben tener edades similares; ¿qué haría allá una señorita mayor, como me veías, siendo amiga de una niñita como tú? Se supondría que yo debiera cuidar de ti y, por ejemplo, llevarte lo más pronto posible donde tu mamá.

Sara debió dejar que pasaran algunos instantes para recomponerse de aquella impresión. No encontraba una respuesta que dar y permaneció en silencio. La otra niña lo respetó y estuvieron así por largo rato, hasta que movió su mano ante los ojos de Sara, para sacarla de su letargo.

―¿Aún te cuesta aceptar que soy yo? ―Su voz, aunque sonaba más delgada que la de la joven con quien había volado, era muy parecida.

A Sara le parecía imposible que la anciana, la joven, la muchacha y esta niña fueran la misma persona. Era tan loco como haber entrado por un agujero minúsculo, estar en el interior de un árbol y encontrarse en la enorme amplitud que la rodeaba. De pronto, un pensamiento ingresó a su cabeza.

―No tengo idea en dónde estamos, pero me encantaría saber cómo haré para volver a mi casa… Mi mamá debe estar buscándome como loca.

―No te preocupes. Te dije que el tiempo aquí no pasa. Nadie notará que has salido.

―Aquí no pasará, pero en mi casa, sí…

―Sé que es difícil de aceptar, pero es así. Mientras estés aquí, allá no pasará el tiempo.

―Y si es cierto lo que dices, igual pasó tiempo entre que salí de mi casa y llegué a tu negocio en la feria. ―Apenas podía creer estar teniendo aquella irrisoria conversación.

―Mmm, eso es cierto, tienes razón. Pero igual, fue muy poco rato el que demoraste desde tu casa hasta mi puesto, y tal como te acabo de decir, desde que cruzaste el portal, el tiempo de tu mundo se congeló.

―¿Se congeló? ¿Para mí? ¿Y dices que también para ellos?

―Exactamente, también para ellos en la medida que son parte de ti. Cuando regreses, todo seguirá igual que cuando saliste; claro, con la salvedad de los pocos minutos que utilizaste para llegar a la feria y luego para volver a casa.

Mientras Sara lidiaba con su confusión, que le impedía replicar, otra inquietud se posó en su mente, pero dudó de que fuera conveniente dejarla salir, aunque por fin, su curiosidad pudo más que la cordura.

―¿Eso significa que estando aquí uno puede vivir para siempre?

―Es que aquí no se vive para… Simplemente ¡se vive!

Sara, sin saber cómo interpretar aquella respuesta, se mantuvo en silencio, reflexionando durante algunos segundos. Luego lanzó la otra pregunta que bailaba en la punta de su lengua.

―¿Por eso al otro lado del portal te veías tan vieja? ¿Porque tienes muchos años? ―Se sorprendió por la tonta conclusión que acababa de elaborar.

―¡Exacto! Veo que eres una niña muy despierta.

―¿Y para qué quisiste traerme aquí? ¿Y cómo voy a volver?

―A ver, aclaremos algunas cosas: en primer lugar, no te traje, viniste por tu propia voluntad. En segundo lugar, para regresar a tu mundo deberás hacer lo mismo que hiciste para llegar aquí.

―Pero la puerta no está.

―Exacto, no está. Pero no fue la que te trajo. Tú pasaste por ahí. Fue tu decisión.

―¿Y qué hice, entonces, según tú, para llegar hasta aquí?

―No es según yo…

―De acuerdo, está bien, fue mi decisión, pero no sé a qué te refieres con que algo me trajo… Si lo tienes tan claro, ¿puedes decirme qué fue?

―¡Fácil!

Sara levantó una ceja en señal de aumento de su curiosidad y desconcierto.

La otra niña sonreía.

―No veo qué hay de divertido. Estoy parada en medio de la nada y tú te ríes.

―¿De la nada? ―Hizo un giro desbordante de gracia apuntando con el brazo extendido―. Yo veo que alrededor hay bastante más que nada; desde luego, estoy yo―. Volvió a reír.

―Sí, está bien, no tienes para qué ofenderte. ―Intentó sonreír, aunque no logró más que exhibir un penoso esbozo―. Pero no has respondido a lo que te pregunté. ¿Puedes decirme qué me trajo, ya que te parece tan fácil?

―La curiosidad te trajo, mi querida niña.

―¿La curiosidad?

―Sí, tal como lo escuchas. Primero la que te produjo mi local bien cuidado y los hermosos productos exhibidos, luego la viejecita con que te encontraste. Después, no pudiste resistirte ante la curiosidad que te ocasionó la extensión del local que te había parecido tan pequeñito, tampoco a la curiosidad que te produjo la puerta y saber qué habría al otro lado… ¿Sigo? Porque me parece que encontrar un parque de entretenciones donde supuestamente habría cualquier cosa menos eso, también te provocó una enorme curiosidad, así como volar de pie, estar dentro de un árbol y las dimensiones de este lugar, y creo que no estarías conforme con volver a tu mundo y perderte lo que aquí pueda ocurrir.

―¿A mi mundo?

―Sí, a tu mundo, ¿o me vas a decir que aún no te das cuenta de que este lugar es del todo diferente?

Sara meditó por un breve momento motivada por aquellas palabras.

―Es verdad, tienes razón, es como si estuviéramos en otra dimensión.

―Y lo estamos.

―Y respondiendo a lo otro, también tienes razón: fue la curiosidad la que me trajo.

―Entonces, para regresar, bastaría con que sintieras curiosidad por volver.

―¿Curiosidad por volver? ¿Y cómo logro eso?

―Como puedes ver, es algo difícil. ¿Qué podría despertar tu curiosidad hacia un mundo tan plano y fácil de adivinar? Puedes tener un golpe de intranquilidad al haberlo dejado, algo de miedo también sería razonable, y ansiedad, pero ¿curiosidad? Por supuesto que no, imposible que despierte en ti una curiosidad como la que genera este lugar y lo que aquí seguirá pasando, ¿qué curiosidad podrías sentir por lo que pueda suceder allá, en tu mundo? Quieras o no, mientras más busques encontrar qué te produce curiosidad, mayor sentirás su lejanía.

Sara intentó sentir curiosidad por lo que pudiera ocurrir en su casa, su calle o con sus padres, pero no dio resultado. Sabía muy bien qué sucedería con su mamá y su papá cuando se enteraran de su desaparición, eso, en caso de que lo hicieran, pues como había dicho la ex vieja, si en efecto el tiempo se había detenido, no tendría por qué temer. De repente la atención de su mente cambió de dirección. La estaba cansando pensar en la ex vieja como ex vieja.

―¿Me puedes decir cómo te llamas? Porque me está aburriendo pensar en ti como ex vieja… o como la joven del parque, o la muchacha con quien volamos.

La niña sonrió.

―Está bien, pero no tienes por qué enojarte. Aquí nadie hace ni dice cosas sin importancia, porque ¡todo es importante! Me alegra saber que te interesa mi nombre. Es Sofía… y así como el tuyo tiene un hermoso significado, el mío también.

―Es un bonito nombre, pero no sé qué significa.

―Sofía significa estar dotada de buen juicio, y es de origen divino. Proviene de la diosa griega de la sabiduría.

―Entonces, cuando veníamos, ¿las reverencias de la gente estaban dedicadas a ti?

―Y a ti, mi querida niña; como puedes ver, tenían un hermoso doble motivo.

―¿Dices que sus reverencias iban dedicadas a las dos?

―Y también a las demás personas que pasaban, todas las merecían… Pero estabas tan ocupada en tu situación particular que de seguro no te fijaste de que no éramos las únicas.

―Yo no hice ninguna reverencia.

―No importa que creas no haberlas hecho. Lo importante es que ellas te vieron hacerlas. Sintieron una gran cantidad de respeto provenir de ti, porque era lo que querían sentir. En este mundo, la gente ama y respeta a los demás, es una de las razones de por qué no envejecen. Basta con llamarte de alguna manera para que tu valor sea infinito.

―¿Hay muchas más razones para no envejecer?

―Así es, pero si quieres acceder a las maravillas de esta fascinante dimensión, deberás descubrirlas tú, cada una a su tiempo… ―Observó la expresión que se formaba en el rostro de Sara―. Y no insistas en saberlas antes ―una vez más ofreció su tierna sonrisa―. Nada ganarías con que las enumerara; por el contrario, eso, en lugar de ayudar, perjudicaría tu proceso.

―¿Proceso?

―Claro, lo olvidaba, nunca has mirado la vida como un proceso.

―Pero no tengo mucho tiempo, por no decir que muy poco; sabes que pronto debo irme, antes de que me echen de menos.

―Eso, ya sabes que no es un problema; recuerda que mientras estés aquí el tiempo no pasará, para ti ni para los tuyos, es justo de lo que hemos estado hablando, ¿no te parece?

Sara, aunque nada de convencida y aún más desconcertada, afirmó con algunos movimientos lentos de su cabeza.

―Y ahora, ¿qué hacemos… señorita Sabiduría? No pensarás que nos quedemos adentro de este tronco para siempre, por muy exquisito que sea tu té. ―Dio un último sorbo.

―¿Quieres más?

―Está bien, pero también quiero que respondas a mi pregunta. ―Había llevado los ojos hacia su nueva amiga y los devolvió a la mesa, en espera de una respuesta. Sorprendida, observó que otra aromática taza humeaba ante sí.

―¿Cómo lo haces… y tan rápido?

―No soy yo quien lo hace. Aquí las cosas se presentan tan simples como son en realidad… ¿Quieres una taza de buen té? Pues bien, ahí está para ti; ¿deseas unos panecillos? Pues bien, basta con creer que pueden aparecer.

―Pero jamás creí que el té pudiera aparecer así, de esta manera tan peculiar, increíble; no, más bien mágica.

―Tú no, Sara, y por mucho que lo desearas, no creo que hoy lo consiguieras, pero yo sí. Porque no solo creo que es posible, sino que estoy segura.

Se produjo un silencio que permitió a Sara preguntarse si acaso en aquellas palabras habría otra señal con respecto a eso de no envejecer… Su reflexión se interrumpió con otro pensamiento: le quedaba demasiado grande aquello de no envejecer. Sonrió ante las imágenes que se presentaron en su cabeza.

―Sería fantástico que mi mamá y mi papá no envejecieran y continuaran conmigo para siempre… Tú, ¿tienes mamá? ―Se sonrojó.

―No tienes por qué avergonzarte, es una pregunta justa. ¡Por supuesto que la tengo! ¿O de dónde crees que vengo? Y por supuesto, también papá. Pero aquí no es necesario que me anden cuidando con obsesión como ocurre en tu mundo.

Dejó de mirarla durante algunos segundos para una vez más echar una ojeada al lugar. Al regresar los ojos hacia ella, enmudeció. Pasó largo rato hasta que Sofía interrumpió su silencio.

―¡Ven, sígueme!

Sara caminó tras ella sintiendo torpes los pies. Le costaba entender que adentro de un tronco, por muy pequeñas que fueran ―lo que por mucho que intentaba tampoco lograba comprender―, se pudieran desplazar a sus anchas; más bien, a las anchas de Sofía.

―Ven, saldremos de mi casa, quiero presentarte a alguien.

―¿Salir? ―Observó una vez más alrededor, esta vez en busca de una puerta, pero solo había blancos muros curvos, decorados con diversas imágenes pintadas directo en la superficie, muy coloridas―. ¿Me puedes decir cómo?

―No seas incrédula, así no avanzarás mucho.

―¿Me quieres presentar a alguien?

―Sí, es una amiga muy linda, te gustará mucho.

―¿Y por dónde saldremos? ¿Volaremos de nuevo? ―Apenas creía en haber dicho aquellas palabras cargadas de confianza.

Sofía la miró de soslayo, esbozó una sonrisa e indicó con su dedo.

―Ven por aquí.

Sara observó que ante ellas había una puerta del mismo color del muro, abierta de par en par. Llamó su atención no haberla visto antes. Era pequeña, pero calculó que agachándose pasarían sin dificultad. El vano permitía que entrara la luz natural del otro lado.

―Pero…

―¿Otra vez me dirás, “¡oh, no estaba! ?”. ―Dejó salir una carcajada que sobresaltó a Sara, quien con los pómulos enrojecidos guardó silencio.

Sofía caminó decidida hacia la luminosidad.

―¡Ven, sígueme!

El secreto del anillo mágico

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