Читать книгу Su seductor amigo - Alison Kelly - Страница 5
Capítulo 1
ОглавлениеLA PUERTA del despacho de Jye se abrió con tanta violencia que éste creyó que en la estancia iba a irrumpir un equipo de bomberos; pero quien entró fue una rubia platino de un metro sesenta de altura enfundada en un traje amarillo canario.
–Buenos días, Steff –saludó, dejando el informe que había estado leyendo–. Duncan me dijo que habías vuelto.
–¡Él lo sabía! –respondió a modo de saludo.
«Oh, oh», pensó Jye, que habría preferido a los bomberos. Stephanie Worthington furiosa no era algo a lo que un hombre debiera enfrentarse sin al menos un whisky en el estómago y otro en la mano. El modo en que podía oscilar de la volatilidad a la vulnerabilidad era capaz de dejar a una persona en un desequilibrio emocional.
–¿Puedes creerlo? –demandó ella–. ¡Sabía en todo momento que estaba casado! ¡Quiero decir, lo sabía y no dijo ni una sola palabra! ¡Oh, Dios! ¡Estoy tan enfadada que podría arrancarle el corazón! No estaba preparada para que me lo soltara de esa manera. Incluso ahora me cuesta creer lo sucedido, y…
–Stephanie –interrumpió, sabiendo que si no la cortaba en ese momento podría divagar durante una hora sin que él se enterara de nada–. ¿De qué estás hablando? ¿Quién lo sabía?
–El padrino, por supuesto –fue de un lado a otro sin dejar de pasarse la mano por su corto pelo–. ¡Ha sabido en todo momento que estaba casado y yo ni siquiera me enteré hasta ayer por la noche! Así… –chasqueó los dedos–. ¡Se levanta y se casa sin decir una palabra!
Cualquiera que no conociera a Duncan Porter habría pensado que la evidente irritación de su ahijada al descubrir que ella era la última en enterarse de su matrimonio era comprensible. Pero Jye conocía a Duncan Porter. También era su tutor y lo había criado desde los diez años. Lo cual habría sido reto más que suficiente para cualquier soltero, sin los quebraderos de cabeza adicionales de educar a la airada y gesticulante rubia que no paraba de moverse en el despacho de Jye.
–Quiero decir, ¿puedes creértelo? –repitió.
Jye no podía. La idea de que Duncan, de setenta y dos años, se hubiera casado sin mencionárselo a ninguno de los dos resultaba incomprensible. No, imposible; incomprensible era Stephanie.
–¡Maldita sea, Jye! –bufó–. ¿Es que no vas a decir nada? No me vendría mal un poco de simpatía.
–Lo siento –murmuró, luchando por contener una sonrisa–. Te prometo que te brindaré toda mi simpatía si te calmas y me cuentas de qué demonios estás hablando.
–¡Hablo de Brad Carey! –su tono y su mirada impaciente indicaron que el nombre debería significar algo para él.
–Carey… Carey… –el nombre resultaba vagamente familiar, pero…– ¡Ah! ¿Te refieres al tipo que Duncan ascendió a Director de Diseño hace más o menos una semana?
Un suspiro sonoro y un gesto de ella confirmaron que había identificado al hombre. Jye apenas iba por el departamento de diseño, y en las raras ocasiones en que tenía que tratar con él lo hacía a través del director, pero Carey y él aún no habían necesitado ponerse en contacto.
–¿Y? –instó cuando Steff no añadió nada más–. ¿Qué pasa con él?
–Te lo acabo de decir –espetó–. Se casó.
–Entonces es él quien necesita mi simpatía, no tú –ese comentario por lo general habría provocado uno de los discursos a favor del matrimonio de Steff; pero lo único que consiguió fue que frunciera los labios y parpadeara con vehemencia–. ¿Steff? ¿Qué pasa?
–¡Se casó con Karrie Dent!
–Hmmm… ¿su secretaria? –Jye tuvo que volver a esforzarse por darle una cara al nombre.
–¡Sí! –exclamó antes de menear otra vez la cabeza–. Todo es una locura. Quiero decir, ¿puedes creerte que de verdad se casara con ella?
–Bueno, ella siempre me dio la impresión de ser más el tipo de persona orientada hacia su carrera que la amante de un ejecutivo –ofreció, ya que estaba claro que Stephanie quería su opinión–. Pero es atractiva, así…
–¡Jye! –le lanzó una mirada de «¿eres un completo imbécil?»– ¡Sólo se casaron para que Brad pudiera conseguir el ascenso! –el tono rebosaba desaprobación e indignación–. Es lo que se conoce como matrimonio de conveniencia.
–Un matrimonio de conveniencia… –Jye rió–. Esa sí que es una tontería.
–¡El único tonto eres tú! –replicó, antes de musitar lo que podría haber sido una disculpa y respirar hondo para calmarse–. Por si no te has dado cuenta, este asunto no me parece gracioso.
–Es evidente. Pero desde donde estoy yo, siempre y cuando no sea mi boda, pequeña, no me parece el fin del mundo.
–¡No lo entiendes! –en esa ocasión se pasó las dos manos por el pelo, revolviéndolo por completo–. ¡Jye, no se aman! ¡Toda la situación es un desastre!
Stephanie era una romántica incurable y, por ende, sus emociones y reacciones siempre resultaban más extremas que razonables, aunque a Jye le sorprendió la pasión con la que reaccionaba ante el matrimonio de dos empleados de la empresa.
–No sabía que tú y esa tal Karrie fuerais tan amigas.
–Bueno, lo éramos. Lo somos. ¡Oh, no lo sé! –respiró hondo y suspiró–. Sólo llegamos a conocernos cuando quise que alguien trazara algunos planos para mejorar mi cocina…
Hizo falta toda la voluntad de Jye para que no estallara en una carcajada. La única mejora útil que Steff podía hacer en su cocina era forrarla con plomo y donarla al gobierno como contenedor para residuos nucleares. El sólo hecho de recordar su reciente intento de hacerle una tarta de cumpleaños a Duncan bastaba para que se le encogiera el estómago.
–Descubrimos que teníamos mucho en común, y por ello a veces al salir del trabajo salíamos. Nada especial, ir al cine, a cenar o a dar un paseo por la playa, ya sabes. Pero una noche regresamos a mi casa y… bueno, nos sorprendió descubrir que nos atraíamos mutuamente, pero una cosa llevó a la otra y terminamos besándonos y…
–¿Qué? ¡Stephanie! –ella se sobresaltó al oír el tono de su voz. Jye no había pretendido gritar, pero… Demonios, no era un puritano, aunque…
–¡No me mires así! Besarse es algo perfectamente normal. Tengo veintiséis años y estoy enamorada de él.
–¿De él? ¿Te refieres a Carey?
–Sí –lo miró con expresión cansada–. Brad Carey, del departamento de diseño. Bueno, como iba diciendo…
Jye sintió un profundo alivio. Había mezclado a Karrie con Carey y durante unos segundos su actitud abierta de vivir y dejar vivir se había visto sacudida.
–Oh, Jye… me siento tan confusa.
–Cuéntamelo –musitó; una elección desgraciada de palabras, ya que Stephanie las tomó al pie de la letra y comenzó una exhaustiva narración de lo que sentía por Carey. En una crisis de negocios Steff podía ser el Peñón de Gibraltar, pero cuando se trataba de su vida personal se venía abajo en seguida, al menos delante de él. Con Duncan siempre lograba mantener un aire de estoicismo en deferencia al credo de reserva del hombre mayor.
–No sé si me siento más desgraciada o furiosa –dijo con suavidad–. Fue tal sorpresa. El padrino me lo dijo en el momento en que bajé del avión y… y…
Así como Steff rara vez lloraba, el frágil temblor de los labios pintados y el rápido parpadeo le indicaron a Jye que era hora de intervenir y distraerla.
–Cariño, estoy seguro de que todo esto te parece devastador en este momento, pero a riesgo de sonar poco sensible y cínico… bueno, te enamoras más veces que las que yo me duermo.
–¡No es verdad! –la expresión de indignación herida la tenía muy dominada. Él la había visto usarla innumerables veces en su juventud para convencer a Duncan de que era inocente de cualquier travesura en que la hubieran descubierto; pero Jye era menos ingenuo. La miró fijamente hasta que ella no pudo dejar de esbozar una sonrisa tímida–. De acuerdo –musitó–. Corrige eso a «más veces que las que duermes en tu propia cama», y lo aceptaré. Pero esta vez es diferente.
–Hmm.
–Hablo en serio, Jye –afirmó con convicción–. Lo que siento por Brad era… es –corrigió– realmente especial. Él es… bueno… es único.
–Único, ¿eh? Me lo imagino –dijo con asombro–. ¿Quién habría pensado que Brad tendría tanto en común con todos los chicos de los que te enamoraste en los últimos diez años?
–¡Pero de eso trata! Brad no es como los chicos de los que me enamoré antes –una sonrisa extasiada apareció en su cara–. Es inteligente, considerado, compasivo, divertido y… y… –agitó los brazos–. Y maravilloso.
–¡Y está casado! –le recordó–. Palabra que no sólo hace sonar campanillas, sino que incluso evoca imágenes de anillos y campanillas –el rostro de ella quedó consumido por una expresión de absoluta desolación, haciendo que Jye deseara no haber sido tan directo. Demonios, quizá ese Carey era especial de verdad. Rodeó el escritorio y le pasó un brazo por los hombros abatidos–. Lo siento, cariño. No ha sido justo. Lo último que necesitas es que yo te lo recuerde. Pero puedes conseguir algo mejor que un tipo que es lo bastante estúpido como para dejarte. En este caso el perdedor es él.
–Gracias, Jye. Pero, por desgracia, en esta ocasión eso no hace que me sienta mejor.
–Funcionó cuando te separaste de Tom –adoptó una expresión cómicamente asombrada–. Y con Dick y con Harry. Por no mencionar a Risueño, Gruñón, Dormilón y todos sus predecesores.
–Sí –ante su intento de humor ella hizo una mueca–, supongo que después de mil repeticiones todo pierde impacto.
–Muy bien, pero no deja de ser menos cierto. Entonces, qué te parece si dejas de ir de víctima y empiezas a mirar el lado bueno, ¿eh?
–Cielos, Jye, tu simpatía y compasión resultan abrumadoras –hizo un mohín.
–Tal como yo lo veo, Steff, tú ya sientes bastante pena por ti misma. Alimentar tu desgracia con una falsa compasión sólo te animará a pensar más en ese idiota –tiró de un rizo plateado–. Y pienso que eres más divertida cuando estás dispuesta a comerte el mundo, Stephanie Worthington –sonrió, le abrazó fugazmente y le dio un beso en la cabeza.
La suavidad sedosa de su pelo era familiar, pero la leve fragancia de su champú no. Se centró en el aroma, pero lo distrajo el modo en que sus dedos jugaron con el puño de su camisa y el cosquilleo en su muñeca.
–Jye…
–Hmm –¿qué perfume era ese? No era el de siempre. Resultaba más almizcleño y empalagoso.
–¡Jye! –su mano dejó de ser gentil al tirar de la muñeca–. ¿Me estás escuchando?
–¿Eh? Lo siento, ¿qué has dicho?
–Que tenías razón…
–¿Me lo puedes dar por escrito?
Ella sacó la lengua y le golpeó el hombro.
–He decidido que estar abatida no le hace ningún bien a mi situación, razón por la que estoy aquí. Necesito tu ayuda, Jye.
–¿Mi ayuda?
–Sí, porque en esta ocasión no pienso arrastrarme como una criatura patética y rechazada para desperdiciar meses curándome las heridas en un exilio social autoimpuesto.
La idea de que alguna vez perdiera una semana en un exilio social autoimpuesto, por no mencionar meses, resultaba fantástica en extremo. Durante los últimos diez años de su vida Stephanie había saltado de «un amor de su vida» a otro con apenas un día o dos para recuperarse.
–Vas a luchar, ¿eh? Es un buen síntoma. Deja que adivine. Piensas quitarle la alfombra de los pies al oportunista Carey diciéndole a Duncan que su matrimonio es un ardid para ser ascendido en…
–¡No seas ridículo! –exclamó perpleja–. El padrino lo despediría en el acto si lo supiera.
–¿Y? ¿Qué mejor manera de vengarte de él?
–Pero yo no quiero vengarme, Jye; sólo quiero recuperarlo.
–¿Estás loca? El tipo se ha casado.
–En realidad, no –sacudió la cabeza–. No es un matrimonio de verdad. No se casaron en una iglesia y no duermen juntos.
–¿Te lo contó Carey? –la expresión de ella hizo que la pregunta fuera retórica–. ¿Y tú le creíste?
–Por supuesto. Brad no me mentiría.
–Claro. ¿Se te ha ocurrido que el sincero y viejo Brad podría estar intentando conseguir la tarta y comérsela también?
–No –dijo–. No conoces a Brad como yo.
–Te conozco a ti, Steff, y no estás hecha para el papel de amante. Por el amor del cielo, siempre has comparado la infidelidad con el asesinato; recuerdo que cuando salí con dos chicas al mismo tiempo lo llamaste «violación emocional». ¡Y eso que no me acostaba con ninguna! ¿De verdad crees que eres capaz de tener una aventura con un hombre casado y vivir contigo misma?
–Te lo repito, Jye, no está casado de verdad.
–Escucha, puede que no haya pasado por el altar, pero, pequeña, ¡casarse es casarse! Créeme, ¡a su esposa no le va a gustar tu intento de arrebatárselo! Sin importar los motivos calculadores que haya podido tener Carey para casarse con esa pobre mujer, te apuesto dinero contra donuts que el único motivo por el que ella se casó es porque se imagina enamorada de él.
–¡Oh, Jye, eres tan ingenuo! –lo absurdo de esa acusación lo dejó mudo, pero, por desgracia, Stephanie no sufrió ese problema–. Fue Karrie Dent quien en primer lugar le sugirió a Brad lo del matrimonio fingido –explicó–. Dio por hecho que él querría conseguir la dirección del departamento cuando éste quedó vacante y le pidió que la recomendara para ocupar su puesto. Cuando él le informó de que ni siquiera lo considerarían para el ascenso porque al padrino le gustaba que sus ejecutivos estuvieran casados, a Karrie se le ocurrió la idea de un matrimonio de conveniencia. Tenías razón con la evaluación que hiciste de ella, Jye –continuó–. Karrie es una mujer que sólo piensa en su carrera. El interés que tiene por Brad es sólo profesional, nada más.
–¡Tonterías! –replicó él–. Puede que tenga planes para su futuro profesional, pero también los tiene sobre Carey. Piensa en ello, Steff. Si sólo persiguiera el anterior puesto de él, le habría bastado con convencerlo de que se casara con alguien… –calló para dejar que las palabras surtieran su impacto–. Por lo que tú has dicho, se ofreció voluntaria al papel.
La duda nubló los ojos de Stephanie mientras se mordía el labio.
–¡Te equivocas! –exclamó con énfasis–. Karrie le dijo a Brad que no ponía objeción alguna a que tuviera relaciones durante su falso matrimonio, siempre y cuando fuera discreto.
–Imagino que eso también te lo contó Brad, ¿no es cierto? –gimió Jye.
–Sí, y le creo.
–Entonces se reduce a un cara o cruz entre proponerte a ti para el premio a la Señorita Ingenua del año o a él para un Oscar.
–Basta, Jye –imploró–. ¿No puedes ver que lo que tienen Karrie y él es sólo… un acuerdo de negocios? Un acuerdo temporal. Lo que yo siento por él es… –enderezó los hombros–. Bueno, de verdad creo que lo amo.
–¡Pues tu proceso mental apesta! –rugió, incapaz de contener la frustración–. Dios mío, Stephanie, ¿te oyes a ti misma? Estás ahí tratando de justificar tu participación en un asunto sórdido con un hombre casado. Bueno, cariño, si esperas que te dé mi bendición, tendrás que esperar mucho. ¡Puede que a mí no me interese el matrimonio, pero considero sagrado el de los demás!
–¡Deja de ser tan santurrón, Jye! ¡Te repito que no es un matrimonio de verdad!
–¡Si es legal… es real!
–¡No es espiritualmente real!
–Dame fuerzas –Jye alzó la vista al cielo en busca de una pista sobre cómo tratar a una mujer decidida a sabotear su cordura–. De acuerdo –decidió cambiar de táctica–. De acuerdo, finjamos que debido a tus estrechos conceptos de cómo debe ser un matrimonio de verdad, Brad Carey esté «técnicamente» libre. ¿Por qué, entonces, armas tanto revuelo por el asunto? Quiero decir, dado que lo quieres y él te quiere a ti, si no lo consideras «casado de verdad», ¿dónde demonios radica tu problema?
–El problema –repuso– es que todo el mundo sabe que Karrie no sale mucho, y Brad es tan agradable que siente que no está bien colocarla en una posición en la que, si alguien averiguara que él y yo nos veíamos, quedaría como una tonta.
–¡Pero si el tipo es un santo!
–Pero para mí no tiene sentido esperar hasta que Karrie empiece a salir con alguien –hizo caso omiso de su sarcasmo–. Santo cielo, Jye, ¡lo único que hace es trabajar! Está tan entregada a su carrera que los hombres a los que es probable que conozca son otros ejecutivos que, gracias al pensamiento medieval del padrino, estarán todos casados.
–Bueno, quizá tengas suerte y el chico que se encarga del mantenimiento de las fotocopiadoras se encapriche de ella –sugirió con tono seco.
–Imposible –repuso como si lo hubiera considerado–. Scott es gay. Lo sé porque el año pasado perdí casi todo un mes tratando de conquistarlo.
–¿Quisiste seducir al mecánico de las fotocopiadoras?
–Está muy bueno –se encogió de hombros–. ¡Cielos! Qué sentido del humor tan retorcido tiene… –antes de que él pudiera digerir ese comentario fascinante, ella continuó–: Mira, Jye, sé que no te gusta mucho la idea de que vea a Brad…
–¿Qué te hace pensar eso?
–¡Por favor, Jye! Necesito tu ayuda. ¿Al menos puedes escucharme? –unos enormes ojos azules grisáceos le suplicaron hasta que hicieron que pensara que era él quien se equivocaba.
«¡Maldita sea! ¿Cómo lo conseguía?», se preguntó, y se resignó al hecho de que probablemente estaría muerto antes de ser inmune a ello. Y a pesar de que le encantaría echarla de su despacho y olvidar que alguna vez habían mantenido esa absurda conversación, no podía, no cuando se la veía tan vulnerable; Steff y Duncan eran lo más próximo a una familia que jamás iba a tener. Si no podía darle su simpatía, al menos le debía dejarla hablar para descargar su problema.
–De acuerdo –dijo con voz cansada–. Te escucho. Pero en diez minutos tengo una reunión con Duncan y los chicos del departamento financiero, así que dispones de ocho para decir lo que quieras decir. Y no se te ocurra pedirme que te cubra el trasero –alzó la voz ante el gesto de ella de querer interrumpirlo– si el jefe llega a averiguar que te acuestas con un hombre casado.
–¡No me acuesto con él!
–¿No?
–¡Sólo he salido con él una media docena de veces!
–¡Demonios! Stephanie, prácticamente me dijiste…
–Cielos, Jye –quedó boquiabierta, con una expresión entre asombrada y dolida–. ¿Cómo puedes decir algo semejante? ¿Cómo puedes pensar siquiera que me metería en la cama con un chico que apenas conozco? ¿Cómo…?
–Quizá –cortó su insinuación de que él era el villano ahí– se debe a que acabas de contarme que tu objetivo inmediato en la vida es ser la amante de ese tipo.
–¡Jamás dije eso! –negó con pasión, desterrado ya su aspecto vulnerable.
–Pues es la impresión que recibí.
–Para tu información, el amor tiene algo más que sexo. En contra de tu experiencia personal, no todas las relaciones entre un hombre y una mujer son físicas.
–Es cierto, no todas –coincidió–. Algunas son simplemente exasperantes –se enfrentó a su mirada indignada, sin saber si la emoción que predominaba en él era el enfado o el alivio. Se sintió aliviado al saber que no era amante de Carey, pero, maldita sea, quiso estrangularla por dejar que pensara lo peor y por su renuencia a no cortar dicha relación.
La estudió, preguntándose cómo una mujer tan atractiva, inteligente y culta como Stephanie podía ser tan estúpida cuando se trataba de su vida personal. A pesar de que su pelo revuelto, su graciosa boca y su falda demasiado corta en las reuniones con clientes varones hacían sospechar que sólo era una decoración, Stephanie era un miembro valioso de Porter Resort Corporation. Aunque su objetivo en la vida era el matrimonio, una casita con valla blanca en un suburbio, un montón de hijos y un perro labrador, durante las horas de negocios se centraba absolutamente en su trabajo.
–¿Y bien? –preguntó, con los brazos cruzados como una institutriz que recibe a su díscolo pupilo.
–¿Y bien, qué?
–Estoy esperando que te disculpes por sacar conclusiones precipitadas.
Jye no pudo dejar de esbozar una leve sonrisa ante su tono de voz. Intentó ocultar la facilidad con que podía aprovecharse de él. Fue un sentimiento sincero de culpabilidad lo que lo impulsó a romper su duelo de silencio.
–Más que sacar conclusiones, me empujaron a ellas –dijo, y alzó una mano cuando ella amagó con debatir esa cuestión–. Sin embargo, lamento haber dicho lo que dije.
–Entonces, ¿me ayudarás? –su rostro expresó felicidad.
–¿Ayudarte cómo? –frunció el ceño.
–Seduciendo a Karrie.
–¿Qué?
–Oh, Jye, por favor –suplicó–. Si consigues que Karrie salga contigo, entonces Brad no se sentirá culpable por salir conmigo –incapaz de hablar por la audacia de su petición, Jye sólo pudo menear la cabeza, pero Stephanie dominó incluso su pequeño logro al enmarcarle la cara en sus manos–. ¿No lo ves, Jye? –habló con voz ligera y amable, sin duda en deferencia a su estado de estupefacción–. Es la solución perfecta. De hecho, es la única. Y será fácil. ¡Karrie no se te resistirá! Después de todo, eres inteligente, rico, atractivo, sexy… –casi ronroneó la palabra–. Y, mejor aún, el siguiente en la línea para ser presidente de Porter Resort Corporation. Reconócelo –añadió con sonrisa confiada–, por ser una mujer dedicada a su carrera, aunque Karrie te considere el idiota más grande de la historia, no salir contigo sería la peor decisión profesional que podría tomar.
Sintió una cierta dosis de satisfacción al asirle las muñecas y apartar sus brazos. Se inclinó y pegó la nariz a la suya.
–No.
–No, ¿qué? –ella parpadeó.
–No, no pienso caer ante una sonrisa dulce, una voz suave o alguno de los ardides femeninos con los que acabas de intentar machacarme. Y, no, no voy a pedirle a Karrie Carey que salga conmigo.
El intento de Stephanie de soltarse hizo que pegara su torso al de Jye; su furia era tan evidente como el subir y bajar de sus pechos contra su camisa y su rostro acalorado.
–Ella… se hace llamar… Karrie Dent.
–Puede hacerse llamar como mejor le plazca; no altera el hecho de que está casada con Brad Carey.
Ella trató de soltarse con más vehemencia, algo que él le negó durante unos segundos, tentado a meterle cierto sentido común en la cabeza. Pero cuando ese impulso benigno de pronto se vio dominado por uno más perturbador de hacerle perder el sentido con un beso, Jye la dejó libre; de inmediato lo lamentó al darse cuenta de que Steff empleaba todo su cuerpo para soltarse. Sus esfuerzo fueron en vano, y un segundo después ella terminó con el trasero en la alfombra. En el acto se puso en cuclillas a su lado.
–Demonios, Steff, ¿te encuentras bien? Cariño, lo siento –extendió una mano para ayudarla a incorporarse–. No esperaba…
–¿Cuánto lo sientes? –los ojos le brillaron con un placer y una expectación casi infantiles.
–No tanto…
–Lo cual demuestra que hablar es fácil –le apartó la mano–. Si de verdad lo lamentaras aceptarías invitar a Karrie. Es lo menos que puedes hacer por tirarme al suelo y lastimarme el trasero.
–No te tiré al suelo –Jye apretó los dientes–. Y si pensara que serviría para algo y le daría algo de cordura a tu tonta cabeza romántica, te azotaría el trasero.
–Y si yo pensara que serviría para algo –repitió con ardor, poniéndose de pie con una celeridad que le proporcionó a él una tentadora visión de su pierna–, apelaría a tu gentil corazón y te pediría que lo reconsideraras. ¡Pero es evidente que no tienes corazón, Jye Fox!
–¿Sí? Bueno, otra cosa que no tengo es tiempo para quedarme contigo y correr otra vez el riesgo de que me manipules –más enfadado que lo que justificaba la situación, recogió unas carpetas del escritorio–. Nos vemos; tengo una reunión a la que asistir.
–¡Jye, aguarda! –le agarró el brazo. Su cara era una mezcla de súplica y cálculo–. ¿Y si te prometiera cocinarte durante una semana por sólo invitar a Karrie a comer?
–Paso. Los dos sabemos que eres una paciente potencial de urgencias cada vez que entras en una cocina; lo mismo le sucede a cualquiera que coma tus platos.
–¿Y si te contara que hace dos semanas empecé a tomar clases de cocina?
El anuncio lo sorprendió, ya que siempre había dicho que en cuanto encontrara al Señor Perfecto dejaría de ser autodidacta en la cocina y asistiría a clases de cocina. Pero, a pesar de las ideas equivocadas que giraban en su cabeza, Carey, casado o no, no era su Señor Perfecto.
–Diría –respondió con los puños apretados para contener su creciente frustración–, que si supones que con eso me vas a convencer… te equivocas. Ahora mismo la única lección que necesitas, Stephanie, es no jugar con hombres casados. Un plato caliente no es lo único que puede quemarte los dedos.
–Jye, por favor.
–Lo siento, Steff, no. Si quieres fastidiar tu vida, adelante; depende de ti. Pero no esperes que te ayude.
La dejó sola en su despacho, sabiendo que no tenía más que dos opciones para tratar el asunto. O bien podía pasar por el departamento de diseño de camino a la reunión y darle un puñetazo a Brad Carey por tontear con Steff, o bien podía comportarse de una manera racional y mantenerse al margen hasta que ella recuperara el sentido común… ¡y luego darle un puñetazo a Carey por tontear con Steff!