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Capítulo 2

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A PESAR de que los sandwiches de queso se habían quemado sólo de un lado, ese éxito en la cocina no bastó para subir el ánimo de Stephanie. Suspiró, recogió la bandeja con los sandwiches distribuidos de forma artística, dos servilletas y los llevó al salón para reunirse con su amiga Ellee, que se negó a dejarla cancelar su habitual noche de Melrose Place.

Buenas amigas desde sus días en la exclusiva escuela secundaria de monjas, ambas habían estudiado Dirección de Hoteles en la universidad, para ponerse a trabajar en Porter Resort Corporation a las pocas semanas de graduarse. Ellee ya era ayudante de dirección del hotel de Sydney, mientras Stephanie trabajaba en administración, dirigiendo el departamento de promoción de la empresa. El hecho de que fuera la ahijada de Duncan Porter significaba que la gente tendía a pasar por alto su cualificación, pero hacía tiempo que había superado las acusaciones de nepotismo. Era buena en su trabajo, y si otras personas no percibían su dedicación o su agradecimiento por el puesto prestigioso que ostentaba, era su error. El hecho de considerar su actual carrera como algo temporal, aspirando a los papeles más duraderos de esposa y madre, no quería decir que no le gustara su trabajo; únicamente anhelaba un futuro distinto.

No hacía falta un psicólogo para descubrir que el ansia por formar parte de una unidad familiar compacta nacía de haber perdido a sus padres a la edad de seis años, y así como quería a Duncan Porter, y siempre le estaría agradecida por ocuparse de ella y tratarla como si fuera su propia hija, en realidad no era familia. Y tampoco Jye, a pesar de que prácticamente habían crecido como hermanos. Además, ¿quién querría estar genéticamente relacionada con un idiota de mente estrecha, egoísta y santurrón como él?

–Me encanta el sofá, Steff. Tienes un toque especial para la decoración –Steff dejó la bandeja en la mesita junto al vino y logró sonreírle a su amiga mientras se dejaba caer en el rincón del sofá en cuestión, tapizado de amarillo y blanco–. Las clases de cocina deben estar funcionando –comentó Ellee–. La mayor parte sólo se ha quemado por un lado.

–Experimenté con una mezcla de quesos gruyère y roquefort. Dime qué te parecen –alargó la mano para recoger la copa de vino.

–¿Tú no vas a tomar ninguno? –su amiga frunció el ceño.

–No podría. Estoy demasiado deprimida para comer.

–¿Deprimida? Antes me dijiste que querías cancelar nuestra reunión porque estabas demasiado enfadada para ver la tele.

–Y lo estaba. Ahora me siento deprimida.

–¿Porque Jye no te quiso ayudar con Brad?

–¡No! –espetó–. ¡Eso me pone furiosa!

–Cielos, no tienes que arrancarme la cabeza de un mordisco…

–Lo siento, Ellee –suspiró y se reclinó en el sofá–, no pretendía saltar contigo. Es que no he podido ponerme en contacto con Brad desde anteayer; no se lo espera de vuelta en la oficina hasta dentro de dos semanas.

–Ah, la luna de miel.

–¡Ellee! ¡Brad y Karrie no están juntos! Simplemente se tomaron las vacaciones al mismo tiempo por las apariencias. No se tiene una luna de miel con un matrimonio de conveniencia.

–¿Y eso?

–¡Porque no habría nada que hacer, desde luego!

–Por todos los santos, Steff, tú no eres tonta –Ellee se echó el largo cabello castaño hacia atrás–. Nada dice que el sexo no puede ser conveniente –sonrió–. En realidad, la idea de tener a un chico atractivo bajo contrato me parece excitante.

–¡Eres tan mala como Jye! ¿Por qué nadie puede aceptar que Brad y Karrie no están interesados en una relación física?

–Porque… –el tono que empleó su amiga por lo general lo reservaba para aclarar bien las cosas–… Brad Carey es arrebatador y Karrie podría trabajar como modelo si alguna vez necesitara dinero.

–Como de costumbre, exageras. Hay un montón de hombres más atractivos que Brad. Y Karrie Dent es demasiado dotada para ser modelo.

–Lo que quieres decir es que, a diferencia de ti, ella tiene busto.

–Yo tengo busto –se defendió Stephanie con toda la convicción que pudo–. Sólo está sutilmente poco resaltado, eso es todo. Además, no todos los hombres tienen obsesión por los globos y un aspecto voluptuoso, ¿sabes? Algunos, como Brad, prefieren la inteligencia y la personalidad en una mujer.

–Sí, pero no necesariamente en la cama –la respuesta de Stephanie fue el silencio y una mirada dura–. Vale, vale, lo siento –se disculpó su amiga–. Estoy segura de que todo lo que te dijo Brad sobre su matrimonio es verdad. Más allá de los límites de la credibilidad –no pudo evitar añadir–. Pero verdad al fin y al cabo. He de reconocer que en las pocas ocasiones que lo he visto, siempre me ha parecido directo y de confianza.

Stephanie asintió, aunque deseó haberse enterado de la boda antes de que tuviera lugar, y no después, una vez consumada.

Aunque sólo había regresado de Sydney hacía unos días, tras cinco semanas de ausencia, Brad y ella habían hablado varias veces en ese tiempo, y a pesar de que todas las llamadas se habían iniciado por cuestiones de trabajo, ninguna había terminado de esa manera. No había forma de que hubiera podido adivinar el interés de Brad, pero como la ley en Nueva Gales del Sur requería un periodo de «meditación» de cuatro semanas entre la solicitud de una licencia matrimonial y la celebración del enlace, Brad había estado «técnicamente» comprometido durante todas las conversaciones que mantuvieron, y eligió no mencionárselo.

No había resultado fácil ocultar su asombro cuando el padrino mencionó descuidadamente el ascenso de Brad durante la cena que tuvieron tres días atrás, después de que la recogiera en el aeropuerto. En el espacio de unos segundos había pasado de aturdida a incrédula, de tener el corazón roto a estar furiosa.

Nunca en la vida había estado tan encolerizada, ni siquiera con diecisiete años, cuando Jye, que era cuatro años mayor, le había contado al padrino que ella salía con un chico de veinticinco años. Lo que entonces le había indignado era que mientras Jye jugaba a ser un alguacil moral con su romance inocente, estaba inmerso en una aventura con una divorciada que le doblaba en edad. A pesar de que esa actitud rebosaba hipocresía, resultaba insignificante comparada con descubrir a un chico del que estaba un noventa y nueve punto noventa y nueve por ciento enamorada y que se había casado con otra.

De algún modo había logrado mantener un semblante de normalidad durante la cena con Duncan, pero en cuanto se marchó se puso a llamar a Brad. Al no localizarlo ni en su casa ni en el móvil, marcó el número de Jye, con la esperanza de tener un oído compasivo, pero respondió una mujer jadeante. De nuevo sus emociones habían pasado de la desesperación a la furia. Demasiado herida para dormir, pasó el resto de la noche alternando entre el llanto y tramar formas espantosas de asesinar tanto a Brad como a esa mujer sin aliento ni rostro.

Al ir a trabajar al día siguiente, se enteró por la secretaria del departamento de que Brad se hallaba de «vacaciones» y que sólo se lo podía localizar ante una emergencia. Por suerte, una de las ventajas de ser la ahijada del dueño de la empresa era que podías decir: «No intentaría hablar con él si no fuera una emergencia, ¿verdad?» y que nadie lo cuestionara.

No cabía duda de que Brad se había quedado perplejo al oír su voz cuando al fin pudo hablar con él, pero supuso que se lo podía perdonar, ya que su modo de saludarlo había sido: «Hola, miserable pozo de escoria de dos caras». O palabras por el estilo. Al final, sin embargo, se había mostrado sinceramente arrepentido por no contarle lo que pasaba; le explicó que no había querido que sintiera que la ponía en una posición en la que tendría que elegir entre la lealtad hacia su padrino y su empresa por encima de su amistad con él. Ese era el Brad que ella conocía, del que se había enamorado y, tal como le había prometido, existía una carta que le había enviado y que esperaba entre todas las que había recogido aquella misma tarde su vecina.

Fue después de leerla por enésima vez, y tras derramar el correspondiente número de lágrimas, cuando Stephanie tuvo la idea de encontrar una distracción para Karrie; con la ayuda de Jye, el matrimonio profesional de Brad no tenía por qué representar la muerte automática de su floreciente relación con él. Pero Jye se había negado a ayudarla.

–¡Cerdo egoísta de corazón frío!

–¿Perdón? –Ellee enarcó una ceja–. Pensé que Brad era el hombre más amable y maravilloso que Dios había creado.

–Lo es. ¡El cerdo es Jye!

–Jye es un encanto.

–Ser atractivo y sexy no tiene por qué serlo todo, Ellee.

–No, pero Jye Fox lo es –repuso con vehemencia–. Jamás te perdonaré por no arreglar que saliera con él.

–Mira, Ellee, lo intenté, ¿vale? Contigo, con Jill, con Kaitlin, con toda maldita mujer con la que cometí el error de presentarle –sacudió la cabeza y se adelantó para servirse más vino–. Sinceramente, a veces creo que el único motivo por el que hice tantas amigas en mi adolescencia era porque vivía en la misma casa que él.

–Steff…

–¿Hmm?

–Lo era –la expresión de su amiga tuvo éxito en conseguir que Stephanie riera–. ¡Bueno, al menos eso es algo! –aprobó Ellee–. ¿Soy yo quien mejora tu estado de ánimo o esa botella de vino cada vez más vacía?

–Las dos –le guiñó un ojo–. Aparte del hecho de que esta noche espero una llamada de Brad. Pásame un sandwich, ¿quieres?

–¿Estás segura? Ya me comí los que se podían comer.

–¡Todos! Creía que seguías una dieta.

–Steff… sólo había dos.

–Oh. Bueno, ¿cuál es el veredicto?

–Deja que lo exprese de esta manera… no te saltes más clases de cocina.

La llamada de Brad no se había producido cuando Ellee se marchó poco después de las diez. Tampoco a medianoche, cuando una abatida Stephanie se fue a la cama, ni a las tres y cuarto de la mañana, cuando yacía despierta, con el teléfono portátil en las manos. Y tampoco al ocupar su despacho a las ocho de la mañana siguiente.

–¡Stephanie! –se sobresaltó ante la inesperada aparición de su padrino–. Esperaba que llegaras pronto –explicó con evidente satisfacción.

–¿Sí? ¿Por qué? –preguntó, obligándose a centrarse en una actitud laboral. A pesar de la relación íntima que Jye y ella mantenían con el hombre mayor y alto, la rígida disciplina de Duncan al no permitir que ésta se reflejara en la oficina los había condicionado a ambos a comportarse de la misma manera.

–Porque necesito que hagas la maleta y vayas al aeropuerto para tomar un vuelo de las once.

–Duncan –gimió–. No me hagas esto. Acabo de regresar de un viaje de cinco semanas. ¿No puedes enviar a nadie más?

–Ya lo he hecho. Jye se marchó hace dos días –y ella que había estado pensando en el éxito que tenía en esquivarlo–. Al parecer tiene un problema…

–Más de uno, si quieres conocer mi opinión.

–¿Ha hablado sobre los planes de compra de Illusions contigo? –su padrino frunció el ceño–. ¡Bien! Me ahorrará tener que contártelo.

–No, no –Stephanie sacudió la cabeza–. No he hablado de nada con él desde mi vuelta –«al menos nada de negocios», pensó–. Ni siquiera sabía que se había marchado.

–Ha ido a negociar la compra del complejo Illusion Island de sir Frank Mulligan. Creo que será una adición valiosa a nuestro grupo, pero ha encontrado un obstáculo inesperado.

–¿Qué clase de obstáculo? –esperaba que hubiera chocado de cabeza contra él.

–La conexión telefónica no era muy buena –descartó el tema con un gesto de la mano–, así que habría sido imposible hablar de ello. Además, no necesito el estrés añadido de las negociaciones. Jye es jefe de Expansión y Desarrollo, cualquiera que sea el problema lo sabrá solucionar. Confío por completo en su juicio.

–Entonces, ¿para qué quieres que vaya?

–Porque Jye dice que es crucial para que cerremos el trato.

–No sé cómo puede serlo. Mi puesto no tiene nada que ver con la adquisición de propiedades. ¿De qué querría hablar sir Frank con la ejecutiva de promoción de Porter?

–Todo el mundo sabe que Mulligan es un poco excéntrico, así que, ¿quién sabe qué querrá para que aseguremos la venta? Tal vez desea que le garanticemos que estamos comprometidos a mantener el Illusions Hotel como uno de los mejores del país.

–Duncan –Stephanie le dirigió una mirada escéptica–, sólo tiene que analizar nuestro historial para saberlo. Además, ha gastado una fortuna en competir con nosotros en los últimos años –de nuevo volvió a ganarse su gesto habitual con la mano.

–Mira, sólo estoy especulando con el motivo por el que Jye puede decir que te necesita allí, pero en lo que a mí atañe, si él cree que es vital que participes en las negociaciones, a mí me basta.

Así como Stephanie consideraba admirable la fe absoluta que Duncan depositaba en todo su personal ejecutivo, en esa ocasión estaba ansiosa por socavarla. Bajo ningún concepto tenía ganas de ayudar a Jye Fox a salir de una situación difícil.

–Eso está muy bien, Duncan –concedió–. Pero, por desgracia, en este momento lo más que puedo acordar es enviar a mi ayudante, Lewis. Llevo fuera de mi despacho más de un mes, y me quedan semanas de trabajo aquí que…

–Que puede esperar –insistió su padrino–. Aprecio tu diligencia, Stephanie, pero este trato es importante para mí. No quiero que Mulligan le venda el hotel a otro y encontrarme compitiendo con algún desconocido o, Dios lo impida, con ese desgraciado de Kingston.

Cole Kingston era un millonario hecho a sí mismo que amasó su fortuna comprando hoteles australianos con mediano éxito para venderlos a intereses extranjeros. Aunque no iba contra la ley, automáticamente lo convertía en un desgraciado y en rival encarnizado de Duncan, quien creía en mantener los negocios australianos en manos australianas.

–Y ahora, Stephanie, quiero que delegues todo lo que consideres que no puede esperar, y te vayas a casa a hacer la maleta.

–Todavía no la he deshecho desde que regresé de mi viaje –musitó.

–Bien, bien. En ese caso, quizá pueda conseguir que te cambien el billete a un vuelo que salga antes –observó el reloj antes de mirarla fijamente con sus ojos azules–. No tienes aspecto de estar durmiendo lo suficiente –observó–. Tienes ojeras.

–Las cosas han estado un poco… agitadas desde que volví, Duncan –explicó. No quería que se preocupara, pero tampoco iba a entrar en los detalles del matrimonio de Brad.

–Estás demasiado centrada en el trabajo, Stephanie. ¿Por qué no te tomas unos días libres en cuanto se cierre el trato con Mulligan? De hecho, ¿por qué no te quedas allí? –sugirió–. Illusion es un lugar maravilloso para relajarse.

Sí, maravilloso. Illusion Island estaba a treinta minutos de helicóptero de Queensland, en el continente, y carecía de teléfonos, lo que significaba que no podría contactar con Brad y le sería imposible evitar a Jye. ¿Maravilloso? ¿Libre de estrés? ¡En sus sueños!

–¡Será mejor que tengas una buena excusa, Jye Fox! –soltó cuando fue a buscarla al aeropuerto de Cairns.

–¡Dame un abrazo! –demandó él, bloqueándole el paso hacia la cinta con las maletas.

–¿Qué…? –se vio cortada cuando Jye la abrazó.

–Rodéame el cuello con los brazos.

–Me gustaría ponerte una cuerda… ¡Jye!

Le costó describir la sensación de aturdimiento que la invadió al encontrarse envuelta en una abrazo de oso con la cabeza apoyada contra su musculoso pecho. El intento de liberarse se vio impedido por pura fuerza masculina.

–Actúa como si me hubieras echado mucho de menos –instó él en un susurro–. Nos están mirando.

–¡En tu caso sin duda te vigilan los loqueros! –musitó, insistiendo en querer soltarse–. ¡Jye, déjame! ¿Estás loco?

–Maldita sea, Steff –siseó, rozándole el cuello–. Sígueme. Actúa como si me hubieras echado de menos. ¡Pon algo de convicción!

–Lo único en lo que voy a poner convicción es en mi rodilla, cuando te golpee en la entrepierna. Ahora… –la mano que tenía en la nuca le echó la cabeza hacia atrás, dejando que al menos pudiera verle la cara–. ¿Te importaría decirme…? –ni siquiera tuvo tiempo de terminar antes de que la tapara la boca con la suya.

Así como no era nada halagador para el ego de Jye que una mujer se quedara petrificada en sus brazos, se consoló pensando que sólo se trataba de Stephanie, y que al menos había dejado de retorcerse. Lo único que le quedaba era esperar que estuviera demasiado aturdida por su conducta como para empujarlo y abofetearlo en cuanto la soltara, porque eso arruinaría su historia y cualquier posibilidad de asegurarse la transacción con Mulligan.

Y pensaba soltarla… en cualquier momento.

Sólo prolongaba el instante porque sabía que Frank y Tory Mulligan, en especial Tory, los estarían observando. El futuro inmediato de Porter Resort Corporation dependía de un beso… era su responsabilidad hacer que pareciera convincente. Se comportaba así para exclusivo beneficio de su audiencia, no se trataba de nada personal, se recordó mientras sus labios saboreaban el gusto asombrosamente placentero del lápiz de labios de Steff.

Su altruista dedicación a favor de los mejores intereses de la compañía se vieron frenados por una insistente presión en sus hombros, por lo que alzó la cabeza despacio y abrió los ojos para contemplar unos azules sorprendidos que lo miraban atónitos. En realidad, en ese momento eran más grises que azules; jamás había visto que los ojos de Steff adquirieran esa profundidad de tono.

–Jye… –calló para respirar hondo.

Él hizo lo mismo, irritado al descubrir que el estrés de enfrentarse a los siguientes minutos le perturbaba la respiración; por lo general se crecía con la presión. Miró por encima del hombro y descubrió que Frank Mulligan y su voluptuosa tercera esposa se acercaban a ellos.

–Stef –se apresuró a explicar, asiéndole la hermosa y desconcertada cara–. Necesito que sigas todo lo que diga. El futuro de la compañía depende de ello –al percibir una negativa en el modo en que iba a enarcar las cejas, agarró la esbelta mano izquierda de ella en la suya más grande y se volvió con una radiante sonrisa–. Sir Frank, Lady Mulligan –acercó aún más a Steff a su lado–. Me gustaría presentaros a mi esposa…

Su seductor amigo

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