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Nota a la edición

La presente antología no solo nos descubre la imaginación científica de Alphonse Allais sino que también nos ofrece un mundo de personajes con nombres propios. Algunos provienen de su risueño laboratorio de ficción, como el doctor Blagsmith, el joven ingeniero Brokenface, el coronel W. K. Slowly, el teniente de infantería Guy Surlaligne; otros pertenecen, en cambio, a personas que formaban parte del contexto político-cultural o del entorno del autor, hoy difíciles de reconocer para un lector de la obra en español.

Del fin de siglo xix francés, Allais menciona a la sazón algunas personalidades políticas como el político y diputado Joseph-Gaston Pourquery de Boisserin, el ministro de Marina Camille Pelletan, la reina consorte de Rumania Isabel de Wied, cuyo seudónimo literario era Carmen Sylva, o el coronel Georges Boulanger, que inflamaba a sus seguidores con su discurso antialemán poco tiempo después de la guerra franco-prusiana.

Asimismo, abundan en la antología las referencias a «Eminencias de la Ciencia», cuya posición acomodada en la Academia es tomada en solfa por nuestro autor. Algunas de estas personalidades son los botanistas Henri Ernest Baillon y Augustin Pyrame de Candolle, el cirujano Félix Guyon, el ingeniero Marcel Deprez o Max de Nansouty, el historiador y matemático Joseph Bertrand, el matemático Maurice Lévy, el astrónomo Maurice Lœwy, los médicos Valentin Magnan o Jean Baptiste Vicent Laborde, el historiador de medicina Charles Victor Daremberg o el psiquiatra Edgar Bérillon.

También hay menciones a inventores o descubridores, que poseían un espíritu más cercano al genio de Allais, como Charles Cros, creador del fonógrafo, Claude Chappe, inventor del telégrafo óptico, Étienne-Jules Marey, creador de la escopeta fotográfica, Henry Becquerel, descubridor de la radioactividad, y Gabriel Lippmann, inventor de un procedimiento para fotografiar en color.

Entre todas las ciencias destaca la farmacia. No olvidemos que el joven Allais se crió entre frascos medicinales en la farmacia familiar de Honfleur, ciudad que abandonó para ir a París a estudiar justamente esa disciplina en la universidad. Además de ser un motivo recurrente en su obra literaria, los boticarios aparecen a veces mostrando su lado más ominoso, como la referencia al farmacéutico Marin Fenayrou, asesino del amante de su mujer y cuya trama ocupó las páginas de policiales de la prensa de la época, o el más luminoso, con boticarios literarios como el Homais de Flaubert o el señor Fleurant de Molière.

Es posible que Allais colgara su bata de farmacia en un perchero del cabaret Le Chat noir cuando decidió dedicarse a escribir para periódicos como Le Sourire, Gil Blas o Le Journal y frecuentar los círculos literarios de los Zutistes, Fumistes, Hirsutes o Jemenfoutistes. De este ambiente recogió una ristra de compiches, amantes del humor como más fina expresión literaria, como Courteline, Jean Richepin, Jean de Bonnefon Octave Mirbeau, Georges d’Esparbès, Franc-Nohain, François Coppée, la poeta Marie Krysinska o incluso el periodista deportivo Pierre Giffard. Pero no todos eran amigos; Allais también tenía enemigos dilectos, o blancos contra quienes lanzar sus dardos, como el crítico teatral Francisque Sarcey, apodado el Tío, epítome del buen burgués, o el economista liberal-conservador Pierre Paul Leroy-Beaulieu.

También algunos pintores añaden color a sus páginas, como su amigo noruego Axelsen o los academicistas Paul Baudry y Charles Joshua Chaplin, este último conocido por sus agraciados retratos de niñas, si bien hoy nos resulte más curioso el parecido con el nombre del cineasta. Por último, no faltan algunas personajes de teatro como el clown inglés Little Tich, la diva Sarah Bernhardt o la bailarina y cortesana gallega Carolina Otero, quienes se movían entre dandis, a veces corteses y otras misóginos, que pululaban por los salones de la Belle Époque.

Dada la cantidad de nombres propios que aparecen en los textos de esta antología, hemos decidido explicar aquí las referencias en lugar de interrumpir la lectura con frecuentes notas, que no harían más que tornar eruditas o didácticas las ocurrencias de Allais.

Laura Fólica

La ciencia no respeta nada

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