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Los niños pueden ser tan crueles… Ya lo decía Mario Benedetti:

«Es curioso como a veces se puede llegar a ser tan inocentemente cruel».

Se crean grupos. Por un lado, están los populares y los no populares, que son excluidos de alguna forma por el primer grupo, alejándolos de las actividades que están realizando, no dejándolos participar en juegos y los llegan a discriminar, intelectual, emocionalmente, etcétera.

María siempre se sentía sola. Pasaba los recreos uniéndose a gente diferente cada día. Pero descubrió que de todo se podía aprender algo. La parte buena de no estar siempre con los mismos era que así conocía más gente. Pensaba para sí misma: «No saben los demás lo que se están perdiendo por tener ese círculo tan cerrado en el que siempre juegan los mismos». Pero… ¿para qué negarlo?, le hubiese gustado dejar de tener la incertidumbre en cada recreo, en cada pausa o actividad y que la dejaran formar parte de ese grupo.

El ser humano tiene la necesidad de pertenencia a un grupo. En la infancia es algo importante pertenecer a un grupo, saberse parte de él, sentirse útil, parte activa y fundamental de este. Somos seres sociales.

Los años de colegio fueron bastante desconcertantes para María. Desde preescolar ya vivía situaciones un tanto rocambolescas. Tenía una profesora que todos los días abusaba verbalmente de ella, la sacaba al encerado y resaltaba todo lo que hacía mal; tenía un nivel de obsesión increíble con la pequeña; llegó un punto que María no quería ir al colegio, tan solo tenía náuseas y se sentía muy triste. Tenía tan solo tres años y medio y era la más pequeña de su clase. Años más tarde todo saldría a la luz y la directora pedía perdón a la familia de María, ya que el centro desconocía totalmente esa situación.

Con nueve años, un día que María estaba en clase, el profesor comenzó a hablar de sexualidad y películas porno. Todos los chicos comenzaron a bromear y se armó un gran algarabío en la clase. De pronto, toca el timbre; eran las 17:00, hora de irse a casa. María recogió sus cosas y salió de clase. De pronto, por el pasillo tres niños la metieron a la fuerza en el baño y le dijeron: «¡Ahora vamos a follar!», mientras se reían. María se zafó de sus empujones hacia el baño y por suerte quedó en nada, o más bien, en un buen susto. Pero con tan solo nueve años no es agradable vivir este tipo de experiencias.

A veces los niños se envalentonan cuando están juntos, en pandilla; unos por otros se dejan llevar y no piensan en las consecuencias de los actos. Esta experiencia nunca fue contada a nadie. Tal vez si un día escribiera un libro la contaría… ¿Quién sabe?

Ninguna etapa es más intensa y maravillosa y vulnerable a la vez que nuestra infancia. Esas primeras experiencias marcan el rumbo de nuestra vida y la visión que tenemos de ella, por ello es tan importante tener una buena infancia. María había tenido algunas experiencias que marcarían parte de su edad adulta y su adolescencia.

La pequeña historia para amar(te)

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