Читать книгу La pequeña historia para amar(te) - Amanda Chic - Страница 24

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Desde pequeños crecemos viendo películas de amor, cuentos idílicos, etcétera…, donde el amor y la belleza les daban la felicidad a los protagonistas. Estas historias la mayoría de las veces acaban con ese clásico «…y vivieron felices para siempre». Tal vez por eso María aguantó tanto; aunque en cierto modo el divorcio de sus padres la había marcado y había hecho que a ese «felices para siempre» le añadiese un signo de interrogación.

Eran el día y la noche. Dicen que polos opuestos se atraen, pero más bien cuando una persona tiene su autoestima bajo tierra se aferra a un clavo ardiendo. Se conocieron al acabar el último año de instituto. María estaba enamorada de un chico que le había hecho el corazón pedacitos y de repente llegó Jaime.

Parecía un chico alegre, de buenos valores, un tanto vago para los estudios y una persona sin demasiadas metas en la vida. Pero… ¿sabes qué? Acabó enamorándose de él, acabó locamente enamorada de unas migajas de amor. Tenía la autoestima tan baja por el bullying, que sentía que él sí la valoraba, que tenía las palabras perfectas para hacerla sentir querida, bonita y aceptada. Todo lo contrario, a lo que decían de ella todos los días. Entonces, él se comenzó a convertir en su refugio. ¿Cómo iba a imaginarse ella que alguien como él se iba a fijar en una chica como ella?

Pasaron el verano juntos, vivieron un montón de experiencias y momentos, incluso tenían la sensación de que llevaban juntos toda la vida. Ella no se lo podía creer, por fin estaba viviendo su propia historia de amor, pero esa relación que ella creía perfecta estaba muy lejos de serlo, y la historia de amor rápidamente se transformó en una historia de muchísimo dolor.

Llegó el invierno y todo cambió. Estudiaban en centros diferentes y todo el mundo los veía como la pareja perfecta. Pero hasta la luna tiene un lado oculto, un lado oscuro. Comienza el cambio y llegan los celos patológicos.

Era la hora del descanso y María iba a reunirse, como siempre, con unas nuevas amigas que había conocido en su primer año de estudios superiores… cuando se encontró con una pantalla de teléfono que se había vuelto loca… Loca, o eso creía ella. Su pantalla reflejaba ochenta y cinco llamadas perdidas del teléfono de su chico.

Después de eso llegaron los «Ya le dije a mi amiga que te vigilase en la hora del descanso». Todo empieza medio en serio medio en broma, y va pudriendo el sentimiento de amor.

Son pequeñas pinceladas cada día, cada semana, cada mes. Un día María estaba en un probador de una tienda de moda probándose una falda vaquera por encima de la rodilla, nada especialmente escandaloso o corto, cuando Jaime empezó a llorar…

—¿Qué sucede Jaime?, ¿estás bien? —preguntó María.

—No quiero que lleves esa falda corta —gimoteó.

—¿Tan horrible me veo? ¿Tan feas son mis piernas?

—No, es que no quiero que otros chicos te vean así. —Y siguió llorando desconsoladamente.

El celoso se encuentra en una situación de desbordamiento emocional y no puede dominar una reacción catastrófica; los celos patológicos sacan cualquier cosa de contexto y dañan todas las relaciones.

Poco a poco comenzaron a surgir más problemas, y María, con total de evitarlos, se quedaba callada porque le daba miedo que él se enfadase y rompiese la relación, puesto que se había convertido en su seguridad y en su estabilidad.

Jaime dominaba todo y comenzó a jugar con sus sentimientos. Ella nunca le daba pretexto para discutir, pero él no lo necesitaba, de la nada surgían discusiones y todo explotaba. Él abusaba y ella consentía cada vez más. Había mentiras, mucho abuso psicológico y emocional. Para aquel entonces ella ya estaba metida en una relación tóxica y ni siquiera lo intuía, porque ella entendía que ese tipo de situaciones se daban solamente cuando había un abuso físico o sexual. Tal vez estos maltratos algunas personas los vean como algo normal, pero realmente no se pueden permitir ya sea en jóvenes o adultos; nada justifica estos comportamientos en una relación.

Después de esos sucesos vendrían estos: «Si me dejas, me suicido», «No quiero que vayas al gimnasio porque hay más chicos», «No subas a las redes esa foto en traje de baño», «No hables con ese chico», «No quiero que sigas realizando cursos»,…

Jaime controlaba su vida, revisaba su móvil y le decía con quién se podía llevar y con quién no. Además, le decía: «¡Ves! Mira cómo vas caminando, estás provocando», «Podías taparte un poco», «Ahora me dejas hablar a mí, que ya sé yo todo lo que tengo que decir», «No te arregles para ir ahí…».

Ella no salía a ninguna parte sin su aprobación… o más bien sin él… anulándola por completo como persona, haciéndola sentir pequeña e insignificante.

En la intimidad, María tocaba la piel de su chico, conectaba con él, se dejaba llevar, cerraba los ojos… pero a él nunca lo sentía de esa misma forma. Sus manos siempre brutas, torpes, sin sentimiento ni intento alguno de conexión. Eran formas diferentes de amar. Él la amaba de una forma vacía e indiferente. Y ella continuaba allí buscando una constante aprobación, en busca de amor, cariño y palabras bonitas que le dieran una seguridad que no tenía.

Dejó de ser ella, de tener el control sobre sí misma porque se lo había entregado completamente a él.

La falta de amor propio se evidencia, en gran medida, cuando tienes sentimientos de inseguridad, soledad, miedo, no sabes poner límites, permites el maltrato emocional y psicológico. María se había dejado dirigir por Jaime de tal forma que en un par de meses ya era una marioneta.

La pequeña historia para amar(te)

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