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CAPÍTULO 1

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Tres semanas después,

La campiña inglesa


Emma miraba por la ventana del carruaje, negándose a mirar a Lord Windham o a su tío Silas. Tenía que escapar antes de que llegaran a la finca de Windham en Hampshire, pero ¿cómo? Y lo más importante, ¿a dónde iría? Ya tenían tres días viajando desde que abandonaron Londres. Al anochecer, llegarían a Windham. Un escalofrío le recorrió la espalada. El barón le causaba repulsión.

Observaba a los dos hombres, sentados frente a ella y se sintió aliviada al notar que ninguno de ellos parecía prestarle atención. Sintió escalofríos al mirar a Windham. No había forma de que ella pudiera casarse con él. Escapar era su mayor prioridad, tuviera o no un lugar a donde ir. ¿Cómo pudo el tío Silas hacerle algo así? ¡Su propia carne y sangre!

Tal vez debería haber huido en la primera pausa de su viaje. Tuvo la oportunidad cuando el tío Silas y Lord Windham se fueron a la taberna y la dejaron sola en el cuarto de la posada. Los dos regresaron por la madrugada. Desafortunadamente, el miedo la paralizó… pero hoy, sabía que tenía tener valor y coraje para escapar de su infausto destino.

Ella tragó saliva fuerza. "¿Tío Silas?".

"Sí", dijo él subiendo la cabeza para verla.

Con una sonrisa ensayada Emma le dijo. "Tengo mucha hambre. ¿Cuándo podríamos parar?".

Tío Silas se volvió hacia Lord Windham. "Se acerca la hora del almuerzo. ¿Nos detenemos ahora?".

Emma luchó contra el impulso de desviar su mirada cuando Lord Windham posó sus fríos ojos marrones en ella. "Me complace que finalmente hayas decidido ser razonable, querida".

El primer impulso de Emma fue replicar de manera cortante, pero se contuvo. Quería decirle que su petición no tenía nada que ver con ser razonable, o que la inanición la había forzado a hacerlo, pero eso solo serviría para levantar sospechas. En cambio, ella simplemente dijo, "Es mi deber".

"Muy bien. Nos detendremos en la próxima posada", dijo Lord Windham, y luego golpeó la ventana con su bastón.

El cochero deslizó el cristal para abrirlo. "¿Si, mi Lord?".

"Détente en la próxima posada. Mientras comemos, deseo que cambies los caballos".

"Hay una justo al final del camino. Llegaremos en unos minutos".

Lord Windham descruzó sus cortas y fornidas piernas. "Muy bien, apresúrate", dijo posando sus lujuriosos ojos en Emma. "Mi muñeca necesita alimentarse".

Al escuchar esto, Emma se estremeció de asco. El cochero cerró la ventana y ella sintió que el carruaje ganaba velocidad. Se recostó en el lujoso asiento, con el corazón acelerado. Rezaba para sus adentros, pidiéndole a Dios que le permitiera escapar, y que le diera fuerza y paciencia para tolerar a Lord Windham mientras tanto.

Al poco tiempo, el carruaje se balanceó y luego se detuvo frente a una posada. Emma se sujetó con sus manos para evitar caerse de su asiento de cuero y terciopelo.

"Te ayudaré a salir del carruaje, muñeca", le dijo Lord Windham guiñándole un ojo.

Con una sonrisa forzada, ella le respondió: "Gracias".

El lacayo colocó el escalón antes de abrir la puerta del carruaje. Emma hizo lo posible por aparentar serenidad mientras los hombres salían del carruaje. Inhaló profundamente y exhaló lentamente antes de acercarse a la puerta del carruaje y aceptar el brazo de Lord Windham. La repugnancia la invadió cuando él posó su mano sobre su mano enguantada.

Quería gritarle y exigirle que dejara de tocarla. Se le revolvió el estómago y se sentía muy incómoda, pero logró contenerse y se obligó a sí misma a interpretar el papel de sumisa. Mientras pasaban por la entrada, el área de recepción, y el comedor, Emma exploraba con atención sus alrededores buscando una ruta de escape o quizás un lugar donde esconderse.

Había varios rincones oscuros y grandes ventanas cubiertas con cortinas en las que una persona podía ocultarse. También habían algunos muebles grandes bajo los cuales podría esconderse, e innumerables puertas que daban a las áreas comunes por las que podía salir corriendo.

Pero, el exterior de la posada parecía ofrecer las mejores vías de escape. Un espeso bosquecillo de árboles rodeaba el edificio en el que sin duda podría perderse, o podría encontrar un refugio en los establos, oculta bajo un pajar, o escondida en el desván. Además, había visto varios caballos y carruajes que pudiera usar para escapar.

Emma examinaba las posibilidades en su mente mientras Lord Windham la conducía a través del comedor hasta una pequeña mesa redonda.

Le pasó su mano carnosa por la espalda, inclinándose hacia ella. "Serás recompensada por tu cambio de actitud". Su aliento rozó su oreja haciéndola estremecer, pero al menos se abstuvo de acariciarla en esta ocasión.

Emma asintió, deseando sentarse pronto. Dejó escapar un suspiro que había estado conteniendo mientras aceptaba la silla que él le ofrecía. Su piel se rebeló ante el desagradable contacto de Lord Windham. Dudaba que hubiera suficiente agua caliente en toda Inglaterra que la ayudara a sentirse limpia de nuevo.

"Buen día". Una mujer mayor, con su pelo gris recogido en un nudo apretado en la base del cuello se acercó a su mesa. "¿Qué puedo ofrecerles?".

Tío Silas miró a Lord Windham y se sintió mal. No pudo evitar sentir lástima por su tío. Aunque el mismo era el culpable de sus problemas financieros, ella entendió como le dolía estar a merced del barón.

Si no hubiera sido tan tonto… Ella suspiró, desviando la mirada. Por mucho que quisiera salvar a su tío, no podía, pues no estaba dispuesta a sacrificar su propio bienestar.

"Un par de pintas de su mejor cerveza y té para la dama. Traiga un poco de estofado de carne, pan y mantequilla también," ordenó Lord Windham. "¿Deseas algo más, mi muñeca? ¿Quizás un postre?".

Emma se forzó a mirarlo a los ojos. "No, lo que ha ordenado es más que suficiente, mi señor"

Él dirigió su atención a la sirvienta. "Eso es todo".

"Enseguida, Señor mío". La mujer se dio la vuelta y se alejó.

Lord Windham acercó su silla a la de Emma, y posó su mano sobre el muslo de ella.

Ella no pudo luchar contra el impulso de reaccionar, saltando a la invasión antes de recomponerse. Incluso a través de sus faldas, el contacto de su mano le parecía repugnante. Tragó saliva con fuerza, concentrándose en su plan.

"Nos casaremos mañana a esta hora. Acabemos con las formalidades. Por favor, llámame Levítico", dijo Lord Windham dándole una palmadita en el muslo.

¿Será que alguno de los huéspedes se percató de las libertades que se tomaba con ella? Emma cerró los ojos, recordándose a sí misma que tenía que seguirle la corriente. "Como quieras, Le… Levítico". Decir su nombre le trajo un mal sabor de boca. "¿Me disculpan un momento?".

"Claro, pero no te demores, quiero que disfrutes de una buena comida caliente", dijo Lord Windham sonriendo. "Necesitarás mucha energía mañana". Le apretó el muslo y luego apartó su asquerosa mano.

Emma forzó una dolorosa sonrisa antes de levantarse de su silla. Hizo un gran esfuerzo para levantarse de la silla con gracia, y no salir corriendo como en realidad deseaba. Con su atención concentrada en la salida, se abrió camino a través del abarrotado comedor.

Al llegar a la puerta, atravesó, y luego cedió a la necesidad de mirar por encima del hombro. Lord Windham la miró desde el otro lado de la habitación.

Sonrió fugazmente y luego se dirigió hacia el salón como si fuera a usar el retrete. Después de tomar una pausa para recuperar el aliento, dio una vuelta y caminó rápidamente hacia la salida principal.

Al salir, el brillante sol del mediodía le encandiló la vista. Dando un vistazo general a su alrededor, decidió dirigirse a los establos. Se escondería allí hasta que decidiera qué hacer a continuación. Ignorando su palpitante corazón, caminó hacia la edificación.

Emma se detuvo en la entrada del establo. Varias voces provenían de la gran estructura de madera. ¡Rayos! Debió haber sospechado que habría gente dentro. Le sería imposible entrar a hurtadillas sin ser detectada, y ser vista arruinaría sus planes. Seguramente, alguien la delataría en el momento en que Lord Windham y el tío Silas comenzaran a buscarla.

Sus ojos se iluminaron al ver un carruaje cercano, atado a un poste y tirado por cuatro caballos grises. Emma no podía adivinar si el carruaje se preparaba para salir, ni sabía si alguien lo ocupaba, aunque quería averiguarlo. Mordisqueando su labio inferior, se acercó a la carroza. Emma miraba a su alrededor, sin estar segura de lo que debía hacer. Tal vez aventurarse en el bosque sería lo mejor para ella, aunque estaba segura de que estaría más segura en el maletero del carruaje. Una cosa era segura, no podía quedarse mucho tiempo donde estaba si quería alejarse de Lord Windham.

Se arrastró hasta la parte trasera del carruaje y abrió el maletero para prepararse para trepar por el costado. Se desanimó mucho al notar que el compartimiento estaba repleto y no podría esconderse ahí. Volvió a colocar la tapa hasta su lugar, con el pulso acelerado. ¿Qué iba a hacer ahora?

El pánico la inundó al escuchar la voz del tío Silas. "Emma. Emma, ¿dónde estás?".

Sin pensarlo, recogió sus faldas y abrió la puerta del carruaje. Se esforzó por cerrar la puerta silenciosamente, tomó un respiro y se puso una mano en el pecho, cubriendo su corazón acelerado.

Gracias a Dios que el carruaje estaba desocupado, pero ¿por cuánto tiempo? ¿Podría implorarle misericordia al dueño del carruaje? Sentada en el suelo, se apoyó en el asiento del banco y se llevó las rodillas al pecho. Escapar parecía imposible, tal vez debería aceptar su destino y regresar con el tío Silas y Lord Windham.

La sola idea le causaba repulsión. No, ella no se rendiría… no podría rendirse. Emma se levantó, mirando detrás de ella mientras su falda se enganchaba en el banco. Una gran sonrisa iluminó su cara cuando vio que el asiento podía levantarse. Gracias al cielo.

Levantó el asiento y observó que era un gran compartimento que solo contenía una pequeña caja y una manta doblada. Sin pensarlo dos veces, Emma entró y bajó el asiento del banco para ocultarse.

No sabía a donde se dirigiría el carruaje, ni cuándo partiría, pero al menos por ahora, estaba a salvo.

Encantada Por El Duque

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