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PRESENTACIÓN
ОглавлениеEduardo Escobar
La ejecución de la estatua es una novela singular primero que todo. Como corresponde al más singular de los escritores del nadaísmo que es su autor. Quizás sea necesario situarla dentro de las llamadas novelas colombianas de la violencia. Y quizás es necesario decir también que no se parece a ninguna de las conocidas dentro de ese subgénero.
Amílcar Osorio rehuyó lo sensiblero, lo obvio, lo fácilmente conjeturable. Y en consecuencia su libro, que en efecto habla y describe ese período deprimente de la historia del siglo veinte colombiano, pretende ser al mismo tiempo el admirable ejercicio de estilo de un muchacho que junto a gonzaloarango, como entonces se firmaba, inventó el nadaísmo en la ciudad más pacata de Colombia, enorme sepulcro blanqueado entonces y ahora.
El relato adopta una variante joyciana del tiempo que consiste en restringir, exprimir y comprimir un presente sin fondo, el presente, mejor dicho. Supongo que la novela transcurre en el Jericó de la Madre Laura y de Manuel Mejía Vallejo, y que cuenta un solo día, como el libro máximo de Joyce, o en todo caso el más famoso de sus poemas: un solo día atroz, como inventado por el diablo.
La novela también debe considerarse como una manera de ostentar la ambigüedad de una personalidad. Conocí bien a Amílcar, nos quisimos entrañablemente desde que éramos dos adolescentes descentrados en la ciudad de Medellín, sin destino y sin ganas de nada, al borde del comienzo de la década de los 60. Y porque lo conocí puedo afirmar, me siento autorizado, que le gustaba lo ambiguo, y sobre todo posar de ambiguo, porque a veces podía ser tierno y claro, y las cosas de doble fondo.
Debo decir antes de que el lector lo descubra por sí mismo que el título de la novela no alude a la creación de una estatua, no existe una ejecución de la estatua, sino más bien a su fusilamiento. Que otros se encarguen de indagar si el libro es una metáfora del complejo de Edipo de Rubén Amílcar Osorio, como creo que en realidad se llamaba. El hecho es que a lo largo del día de mercado de menjunjes de indios y de verduleros y carniceros, y farmacopistas y músicos y soldados, como era en esos pueblos de Antioquia de la segunda infancia del autor, el hecho es que a lo largo del día que cuenta el libro, se prepara la destrucción de la estatua, más bien. El destrozo de la estatua culmina, libera el agobio que es también un placer, el placer de la poesía.
Y juro que mi encomio no está comandado por el amor que siento por este nombre, uno de los muertos de mi predilección. Y que no estoy mintiendo si digo que Amílcar Osorio tenía algo de genio: en todo caso poseyó el genio de la tristeza que nos privó de una obra más vasta porque a veces asumía la forma de la indolencia y el pesimismo radical. Y el genio del amor: porque eso fue lo que más buscó este solitario que a veces escribía cosas como La ejecución de la estatua, para no reventar en el asco de la soledad, que refinó en sus lecturas de Heidegger y Sartre y Abagnano, un autor que trajinamos juntos en una adolescencia remota.
A pesar de los cuentos y de las colecciones de poemas inéditos casi todos todavía, a sus amigos nos hubiera gustado conocer más de su capacidad creadora. Por lo pronto solo queda agradecerle este libro extraño sobre la violencia que jamás llora ni cae en lo patético mientras al mismo tiempo explora el lenguaje popular y el lenguage refinado como por ejemplo al hacer el censo de los instrumentos musicales de ese día infeliz que nos cuenta.