Читать книгу En la boca del cocodrilo - Ana Goffin - Страница 11
ОглавлениеIV. NO HAY NINGUNA ESTACIÓN CÓMO EL VERANO
Basta ya de minutos de miedo,
de humillación, de dolor, de silencio.
tenemos derecho a que todos los minutos
sean de libertad, de felicidad, de amor, de vida.
#NiUnaMenos
Era verano. Mis abuelos paternos se ofrecieron de muy buena gana para cuidar de mí y de mi hermano durante un mes. Mis papás aprovecharon para hacer un viaje de pareja y descansar. Mi abuela Francisca era una mujer muy fuerte, de facciones y trato rudos. No era cariñosa conmigo. No lo puedo negar, me daba un poco de miedo quedarme con ella. Mi abuelo Miguel tenía un aspecto tranquilo y bonachón, también era poco afectuoso, no tenía mucho contacto con nosotros, de vez en cuando nos hacía alguna broma o comentario.
Por alguna razón que no recuerdo, ese verano me quedé un día en casa sola. Mi abuela y mi hermano salieron, mi abuelo también. Casi nunca estaba en casa, era dueño de una tienda de telas, ahí pasaba todo el día. Le iba muy bien en su negocio. Aproveché mi soledad para ver las telenovelas que tanto me gustaban, aunque no me permitían verlas. Me recosté en el sillón del pequeño cuarto de estar para disfrutar de ese momento tan anhelado por mí. Ver sola mis telenovelas.
Escuché el ruido de la puerta principal al abrirse. Era mi abuelo, había terminado de trabajar más temprano de lo usual. Me saludó y para mí fue un alivio que no preguntara qué estaba viendo en la televisión, rápidamente cambié de canal. Se sentó en el espacio vacío junto a mí, en el mismo sillón. No me pareció extraño, al contrario, tal vez quería platicar conmigo y conocerme más. Yo ya tenía once años en ese entonces y él sabía pocas cosas sobre mi vida en la capital. Era una buena oportunidad para conocernos mejor.
Ese día lo tengo grabado en mi memoria como si fuera una película, no de esas románticas, ¡me encantaban!, sino una película en cámara lenta, de mucho dolor, sentimientos encontrados y confusión.
Yo traía puesta una falda corta tableada y una blusa azul claro con botones en forma de corazón. Todavía usaba calcetas y traía unos tenis blancos. Bueno, ni tanto, a esas alturas del verano ya estaban medio grises.
Mi abuelo me hizo señas con las manos y dijo: “Ven y siéntáte en mis piernas”. Yo le respondí: “Ya no soy una niña pequeña”. Me contestó que quería recordar cuando me cargaba años atrás, añoraba tenerme en sus brazos. Accedí pues confiaba en él, ¡era mi abuelo! Me senté en sus piernas. Unos segundos después, tomó mi cara entre sus manos para besarme en la boca. Su lengua me dio mucho asco. Olía a cigarro mezclado con ajo y él era un viejo. Intenté zafarme, no pude. Era fuerte. Sin dejar de besarme, y sosteniendo mi cara con una de sus manos, metió la otra mano en mi ropa interior y empezó a manipular mis genitales. Yo estaba confundida. Eso estaba mal, no debería hacer eso, estaba segura, pero era mi abuelo, tal vez no era algo “tan malo”.
No sé exactamente cuánto tiempo pasó. Sus dedos estaban dentro de mi vagina. Se detuvo y me hizo a un lado. De su boca salieron estas palabras: “Tú eres mi nieta preferida, la favorita. Siempre vas a serlo. Con una condición… esto que hicimos es un secreto entre nosotros dos. Te voy a dar tu dinerito, podrás comprar lo que quieras”. Me quedé callada y corrí al cuarto donde dormíamos mi hermano y yo. Me desnudé, tiré mis calzones a la basura, abrí la llave del agua y me metí a la regadera. Me tallé con tal fuerza que mi piel quedó roja y seca. Me ardía. Ni una lágrima salió de mis ojos.
Me vestí y me presenté a cenar en la mesa por la noche, como si nada hubiera pasado. Lo más absurdo de la situación sucedió durante la cena. Me dediqué a presumirle a mi hermano y a mi abuela que yo era la “nieta favorita y por eso mi abuelo me había dado dinero”.
Mi abuela me escuchó atentamente, sin interrumpir. Yo notaba su ceño fruncido, parecía una pasa. En cuanto me callé, ella dijo un poco molesta: “No digas tonterias, ¿de dónde sacas ese cuento?”. Le platiqué lo sucedido. Mi abuelo regresó en su ausencia y me dijo que yo era su nieta preferida y me daría dinero si le permitía hacerme cariños. Nunca le di detalles. Después no se lo conté a nadie. Me lo guardé para mí.
Mi abuela esperó a que mi hermano y yo nos fuéramos a dormir. Escuchamos gritos. Mi hermano y yo salimos al pasillo, allí ellos peleaban sin cesar. Estaba aterrorizada. Cuando nos vieron, mi abuela me señaló con el dedo, me gritó muy enojada: “¡Todo esto es por tu culpa!”. Mi abuelo negó todo, aseguró que yo inventaba historias, eso no había sucedido más allá de mi mente. Algo estaba muy mal en mi cabeza.
Nunca me volvió a hablar, ni se volvió a acercar a mí. La vergüenza cayó sobre mi persona como un valde de agua fría. La familia me veía con malos ojos, como si fuera una loquita mentirosa. Me sentía sola, indefensa y culpable.
De regreso a casa, mis padres no volvieron a hablar del tema. Cuando íbamos de visita con los abuelos, mi abuelo y yo no cruzábamos palabra. Mi abuela me veía con cierto recelo.
Intenté enterrar en mi memoria todo lo sucedido. A veces lograba no pensar en eso y olvidarlo por un tiempo. Sin embargo, los recuerdos me asaltaban cuando veía una escena en la que hubiera un beso o algún acercamiento sexual.
Me aislé de cierta manera, para protegerme. No tuve ninguna relación amorosa o acercamiento físico con un hombre hasta los 24 años. Tenía miedo de amar.
Hoy, por primera vez cuento mi historia. Estoy segura de que escribirla fue sanador para mí y espero sea así también para las mujeres que la lean y hayan pasado por alguna situación de abuso sexual. Ustedes no son la únicas. Aunque este tema es muy doloroso para nosotras, es necesario aceptarlo y enfrentarlo. Si lo ignoramos, cada vez será un clavo más punzante en nuestra mente y nuestro corazón.
Cuando recibí el mail con las vivencias de Clara, me sentí muy conmovida, pues la conozco personalmente y desconocía esta parte de su vida. Ella es hoy una mujer fuerte e independiente. Tiene tres hijas. La admiro mucho. Es exitosa en su carrera profesional y está muy comprometida en su crecimiento personal y espiritual. Ha recorrido un largo camino para superar esta vivencia.
El compartir su historia con nosotros tiene mucho valor en su proceso de sanar. Gran parte del daño sufrido después de un abuso es el silencio y la ocultación del secreto en la familia. Escribir puede ayudar a definir nuestros sentimientos, pensamientos y necesidades. Todas las personas tenemos la posibilidad de usar la escritura como instrumento de curación. No importa si escribes bien o mal, escribe libremente y sin detenerte.
También es importante ser escuchadas, comunicar lo escrito. No me refiero a ser un libro abierto e ir contando nuestras vivencias a cualquier persona. Solamente podemos apoyarnos en alguien de toda nuestra confianza. Es necesario acudir a un psicólogo o psicoterapeuta calificado. Hay grupos de apoyo para mujeres abusadas sexualmente. Investiga cuáles están a tu alcance en la ciudad donde vives.
Abramos un canal de comunicación claro. Enseñemos a nuestros hijos las señales de alerta mencionadas en el capítulo anterior. Es vital aprender a escuchar nuestro cuerpo para huir y reaccionar. Si lo hacemos, existe la posibilidad de alejarlos de una persona cercana —amigo o familiar— que abusará de ellos. Se puede evitar si les enseñamos cómo reconocer su sensación de incomodidad. El peligro lo podemos oler cuando nos escuchamos.
Muchas veces no será posible. Suele suceder en los casos donde el agresor tiene más fuerza, la víctima queda atrapada en ese momento, por ejemplo, cuando es una violación acompañada de violencia física.
Dale a tus hijos la confianza de acudir a ti: denuncia ante una autoridad, apoya, acompaña y pide ayuda profesional. Es imposible sanar si no se trabaja en el trauma, las emociones y se atiende el estrés postraumático.
El silencio se convierte en nuestro peor enemigo, habla de estos temas. Los secretos nos enferman. Lee e infórmate. Desde casa tienes mucho que enseñar. En la bibliografía de este libro podrás encontrar algunos títulos que pueden ser de gran utilidad como lectura para ti y tu familia.
¡El abuso no se calla! La víctima no es responsable de los hechos.