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V. UN DÍA A LA VEZ

El primer paso nos prepara

para una nueva vida,

la cual podemos realizar

únicamente si soltamos

las riendas de lo que

no podemos controlar y

si decidimos vivir un solo

día a la vez, a fin de emprender

la tarea monumental

de ordenar nuestro mundo,

cambiando nuestra propia

manera de pensar.

Un día a la vez en Al-Anon

Soy Marina. Mis padres tuvieron 12 hijos, de 18 embarazos. Somos cinco mujeres y siete hombres. Estudié primaria y secundaria. Mi padre se dedicaba al campo. Teníamos recursos económicos limitados.

Actualmente tengo 52 años de edad. Mi papá era macho, alcohólico y golpeador. Nos contaba que él así había aprendido en la vida, gracias a los golpes de su padre. Su madre era sumisa y dependiente, igual que la mía.

Los recuerdos de mi niñez se amontonan en mi mente, tengo pesadillas hasta el día de hoy, sueño con los gritos de mi mamá cuando mi papá la violaba. Digo la palabra “violaba” porque así era, contra su voluntad, a fuerza y con golpes para que ella cediera y se callara. Desde mi cama podía escuchar todo.

Mi mamá dejó de sonreír, se volvió callada y taciturna. Dejó de bañarse, yo creo que tal vez pensaba que mi papá no se acercaría por el olor. Era un escudo para no ser tocada por él.

Cuando cumplí 13 años tuve mi primer novio. Con el permiso de mis papás me casé con él a los 15. En lugar de fiesta para celebrar mi cumpleaños, hubo boda.

Se repitió la misma historia: abuso físico, verbal y sexual. Acudí a mi madre en busca de ayuda, me dijo que eso era el matrimonio y él, siendo mi marido, era mi dueño. Tenía derecho de hacer lo que quisiera conmigo. Tuvimos una hija. Pasaron cinco años, con el apoyo de una tía me atreví a pedirle el divorcio. Renté un cuarto pequeño para mi hija y para mí.

En ese momento yo tenía 20 años. Empecé a hacer una nueva vida, a trabajar de mesera y me prometí que no habría más moretones, gritos, groserías y relaciones sexuales a fuerza. No quería volver a vivir eso nunca más. En una ocasión llegué a introducir una manguera en mi vagina para lavar las huellas de mi marido. Me daba asco cómo me tocaba.

Una tarde, fui a visitar a una amiga, conocí ahí a su primo. Tenía mi edad, era simpático y olía bien. Ese día me contó su vida, estaba separado, su mujer era una “loca” y estaban en el proceso final del divorcio.

Después de un tiempo se vino a vivir con nosotras y quedé embarazada de nuevo, un niño. Fui feliz por unos meses, pero él no trabajaba, era flojo. Yo mantenía la casa.

Tras cinco años de relación le pedí irse. Así lo hizo. Sin embargo, me llamaba todos los días para amenazarme, se iba a suicidar por mi culpa. Lo recibí otra vez, por “lástima”.

Me sentía muy mal conmigo misma, ante mis ojos yo era “débil y tonta”. Seis meses más tarde, busqué un lugar para vivir y me fui con mis dos hijos. No se suicidó, ni me buscó. Me sentí aliviada en ese momento.

Un año después, un cliente del restaurante me invitó a salir. Estaba separado y no podía divorciarse, su mujer lo amenazó con quitarle a su hijo. Ante mí se victimizaba y me contaba todo lo que sufría a lado de esa mujer, una auténtica “bruja de cuento”. Al poco tiempo se vino a vivir conmigo y con mis hijos. Pasaron cuatro años, tuvimos una hija, pero yo no me sentía feliz. A veces, se ausentaba por la noche con el pretexto de estar con su otro hijo. Yo deseaba que él fuera diferente e intenté cambiarlo. No pude.

Una tarde, regresaba a casa después de trabajar. Lo vi con otra mujer. Esa misma noche lo corrí y me quedé otra vez sola y con tres hijos. Algo andaba muy mal dentro de mí, yo misma me preguntaba, ¿qué me pasa?

Pasó el tiempo. Conocí a un muchacho más joven. Todo iba muy bien. Empecé a ver mi vida color de rosa. No duró gran cosa esa sensación tan agradable, lo descubrí drogándose. Quise terminar la relación, pero él se negó. Iba a cambiar. No fue así, me celaba, me gritaba, hasta que un buen día me fracturó la nariz. Lo dejé y me conseguí un departamento.

Hoy te escribo, Ana, a mis 52 años. Estoy en una relación con un hombre más joven que yo. No tengo el valor de dejarlo. Se droga, es mentiroso y manipulador. Me siento atrapada. No quiero seguir viviendo así, igual que cuando era niña. Me siento como un perrito esperando cariño. Sueño con que él cambie. Eso no va a suceder. Necesito tomar una decisión.

Hay un factor que es una constante en las relaciones de pareja como la de Marina: querer que el otro sea como yo deseo y necesito que sea. Nunca lo voy a lograr.

Esta historia muestra con claridad una adicción a las relaciones, en ella hay un impulso, no consciente, de recrear su historia infantil para poderla enfrentar con éxito en el presente. Es como si fuera una compulsión de jugar a lo mismo hasta poder ganar. Para ella su pasado es un trauma y no ha podido dejarlo atrás. No siempre contamos con los recursos internos o externos. Hacemos lo posible con las habilidades que tenemos en un momento dado.

Dije adicción, pues ella tiene las pruebas suficientes para ubicar su manera de relacionarse, las personas elegidas son dañinas para su persona. Ha experimentado en carne propia las consecuencias negativas de sus decisiones. A pesar de eso, no se ha podido detener.

Las relaciones sostenidas con diferentes hombres son una “conducta evitativa”, ella las usa sin darse cuenta, le permiten no desarrollar una relación con ella misma. No es extraño que no abrace su vida y la tome entre sus manos, toda su energía está puesta en los problemas de los hombres con quienes se ha relacionado. A esto se suma lo dicho por su madre: “Eres de su propiedad, puede hacer contigo lo que quiera”. Marina se resiste a esta creencia tratando de cambiar al otro, en lugar de cambiar esa creencia limitante e irracional.

Nos narra que se siente como un “perrito esperando cariño”. Esta frase me conmueve muchísimo, ¡es muy fuerte! Al mismo tiempo clarifica su necesidad de recibir afecto y tener un final feliz, aunque su situación sea desastrosa.

Hay infinidad de hombres violentos, muchos son, al mismo tiempo, alcohólicos o adictos. He podido observar, a lo largo de mi experiencia profesional, cómo muchas mujeres maltratadas provienen de una familia donde vivieron violencia, alcoholismo, abuso sexual o psicológico y adicción a alguna sustancia. También he comprobado cómo el alcohol y las drogas incrementan la conducta violenta y pueden actuar como un disparador de ésta, en especial en personas predispuestas, debido a problemas de violencia no resueltos de su pasado.

En el caso de Marina, cuando su reptil interno se pone en marcha, ella se va, se aleja de su pareja porque no logra cambiarla. Entra a una nueva relación y vuelve a recrear la misma situación. No cuida de ella misma, se concentra en el otro y espera que él la atienda emocionalmente. Es codependiente.

Sus relaciones están sostenidas por la ira, el enojo y la necesidad de cambiar a los hombres. Con esto comprobamos cómo este tipo de parejas se mantienen unidas por el conflicto, y el reto de hacer funcionar la relación. No es el amor quien las une, sino “el problema”.

Cuando una relación representa un reto o un desafío, la amígdala del cerebro produce noradrenalina y esa sustancia se vuelve adictiva para nosotros, en consecuencia, esas relaciones desafiantes también.

Estoy muy agradecida con Marina que nos compartió su historia, la historia de muchas mujeres. Me hubiera gustado poderlas compartir todas; sin embargo, los patrones de codependencia y adicción aparecieron en muchas de las cartas que recibí.

Una gran cantidad de mujeres no han tenido la oportunidad de sanar, de recuperarse de su adicción y de la codependencia a las relaciones, simplemente porque no se han dado cuenta de que son adictas a las relaciones o simplemente son codependientes.

Su recuperación lleva tiempo, paciencia, compasión con ellas mismas y un trabajo personal profundo.

Deseo desde el fondo de mi alma que ella tome una decisión, en su carta expresa su deseo de hacerlo y sanar es una decisión.

Las mujeres podemos rompernos, fracasar y sentirnos en un callejón sin salida. Mientras tengas vida, existe la posibilidad de recuperarla, restaurar tu salud mental, transformarte y volar.

Te invito a ocuparte de ti misma, acude a un grupo de apoyo. Al-Anon es gratuito. Existen otros grupos donde puedes recurrir. No permitas que la falta de recursos económicos sea la excusa para no recuperar tu vida. Es difícil, pero es posible.

La psicoterapia también será una herramienta fundamental en tu recuperación. Hay centros que ofrecen terapia a bajo costo.

Nunca lo olvides: ¡primero tú!

En la boca del cocodrilo

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