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PRÓLOGO

Desde el comienzo, este libro me sumergió en el recuerdo de una época en que fuimos condiscípulos con Ana María en la etapa fundacional de la carrera de psicología en Buenos Aires. Compartimos un clima de trabajo académico efervescente y tuvimos clases con profesores y terapeutas que nos siguen inspirando mucho respeto, quienes nos dieron el atrevimiento para convertirnos en exploradores de una “nueva” disciplina. Ese conocimiento de tantos años me habilita a escribir este prólogo con el corazón, pero no por ello sin recurrir al examen crítico que merece el análisis de un nuevo libro.

Tras una larga carrera de trabajo ayudando a mejorar la calidad de vida,Ana María nos entrega una obra exquisita que recoge su trayectoria (como terapeuta y como docente), en la que ha puesto el foco en la persona de los terapeutas: un tema que convoca un interés creciente en la psicoterapia, tanto en los ámbitos profesionales como en el campo de la investigación, como lo prueban los enjundiosos estudios de Gelso y sus colegas.

El libro comienza con un paneo histórico que sirve para mostrar que el énfasis estará puesto en la intersección dialéctica donde convergen los roles del terapeuta como persona y el terapeuta como profesional. El universo de lectores que busca es amplio y sin reservas, pero prioriza una audiencia: aquellos que se encuentran en un proceso de formación. Partidarios como somos de la formación continua, la obra interpela también a los psicólogos y otros profesionales desde sus estudios de grado hasta aquellos que se encuentran en etapas más avanzadas de su carrera profesional.

A medida que avanzamos en la lectura, se abren varias ventanas para reflexionar. La primera ayuda a pensar cómo se modula el ejercicio de esta profesión (¿imposible o posible?) en cada uno de los momentos de su evolución. Otra ventana, próxima a la anterior, nos permite asomarnos para observar los vectores que jalonan el desarrollo de un terapeuta, contando con los valiosos aportes de referencias teóricas y de programas de investigación cuidadosamente diseñados. Un pequeño paréntesis a este respecto: a medida que avanzamos constatamos que estamos frente a un texto en el que la autora tuvo la sagacidad de encontrar, en una obra de tinte muy personal, el espacio justo para intercalar los datos de la producción científica que le brindan un soporte conceptual sólido. Esta amalgama, que se expresa en otros aspectos de la vida y la actividad deAna María constituyen una de las características más ricas de su quehacer.

Progresamos en los capítulos y, de manera natural, el foco se va convirtiendo en un espejo en el que nos vamos reflejando. Recibimos una invitación para preguntarnos por qué elegimos esta labor, qué motivos sensibles y profundos son el aguijón que nos llevó a elegir una tarea muy gratificante pero que también nos enfrenta con situaciones dolorosas y dramáticas. Ejercer la psicoterapia es algo que puede ayudarnos a sentirnos realizados pero es, también, un trabajo que presenta una elevada toxicidad. Con frecuencia los terapeutas (especialmente los más jóvenes) están expuestos a un significativo burnout.Y la autora acentúa la necesidad de estar atentos a este hecho, de ser sensibles al registro de las situaciones que lo pueden provocar y actuar en consecuencia para obtener la ayuda adecuada.

El texto nos enseña que ese cuidado que debemos tener en nuestras prácticas estará favorecido si a lo largo de la carrera los aspirantes (y luego los profesionales) se ocupan de atender a su propia condición personal, y si cuentan con el apoyo de colegas y supervisores que les brinden orientación. Debiese ser un apoyo que sirva no solamente para recibir información e indicaciones sobre cómo actuar en cada caso, sino para impulsar su crecimiento personal. La terapia personal, la supervisión y los aspectos éticos están situados en el centro del libro y creo que eso no es una mera casualidad.

Esta etapa central del libro culmina con un sincero agradecimiento a los pacientes que ayudaron a la autora a sentirse realizada en su labor, pero que también estuvo acompañada de situaciones que le dejaron un sabor amargo. Leyendo las historias de pacientes del capítulo 10 no pude dejar de recordar el epígrafe de Winnicott en Realidad y Juego. La honestidad de Ana María para compartir con todos nosotros tanto los éxitos como las frustraciones es una prueba de coraje y una muestra de la sinceridad que inspiró la creación de este texto.

Pero allí no termina. Queda un final, con tres capítulos fundamentales, en los que tenemos acceso a un material muy valioso para la formación de los jóvenes. El ejercicio de las cartas a los futuros colegas es una creativa manera de ayudar a los nuevos terapeutas a proyectarse en el futuro para facilitar el contacto con sus ansiedades y sus sueños. Las biografías de algunas grandes figuras de la psicoterapia que leemos a continuación son un complemento estupendo, pues acercar a los jóvenes la vida de estos ídolos les permite humanizar las teorías y los modelos. Un guiño adicional que testimonia la agudeza de la autora: los terapeutas están presentados siguiendo un orden aleatorio: no es alfabético, ni tampoco cronológico.

El último capítulo presenta una extensa y detallada cantidad de herramientas que pueden servir a quienes entrenan terapeutas como un medio para ayudar a que sus entrenados puedan tallar su estilo personal, cumpliendo así con su rol del modo más íntegro posible.Todo el libro resalta, sin duda, la importancia de que cada terapeuta debe tratar de ser, ante todo, lo más fiel posible a sí mismo; debe procurar cumplir su labor del modo más auténtico posible, y ello implica conocer y adecuar su estilo personal para poder cuidar de los demás y de sí mismo.

Cuando llegamos a esta parte final nos damos cuenta que el libro ha recorrido una parábola perfecta. Se abrió con los primeros momentos en la carrera de la autora y culmina brindando instrumentos que pueden ser útiles para los nuevos candidatos, quienes hoy encontrarán desafíos y exigencias muy distintas que las que encontramos nosotros varias décadas atrás, pero que tendrán frente a sí la obligación de ser lo más genuinos posibles en su trayectoria.

La entrega de Ana María a lo largo del libro ha sido muy generosa. La vimos exponerse en muchos momentos y eso nos permitió tomar contacto con ella no solo como terapeuta,sino también como madre,como hija,como artista plástica. Y esta transparencia, que refleja la que comunica a sus pacientes es, seguramente, la fuente principal de que cerremos el libro con la sensación de haber recorrido un camino inspirador.

Héctor Fernández Álvarez

Buenos Aires

agosto 2016

La persona del terapeuta

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