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Amanda educadora


En 1993 se fundó el Liceo que lleva su nombre en la comuna de Vitacura.

Consecuente con su convencimiento de que solo el trabajo asociativo o comunitario rinde frutos, Amanda concebía la educación como un compromiso conjunto entre familia, profesorado y alumnos. En su artículo “Diez años de instituciones femeninas” (1925), afirma que “sueña con el momento en que vea reunidas a agnósticas y católicas, a patricias y humildes proletarias en un mismo templo de concordia, de amor a nuestra causa común”.

Su exitosa carrera, la que la ha inmortalizado como educadora, fue fruto de su especialización, pero también de su convencimiento de que la educación era el medio más preciso y fecundo para lograr el cambio social. De ahí su profunda vocación: de profesora en la Escuela Normal Nº 3, pasó al Liceo de Niñas Nº 2, y luego a directora del Liceo Nº 5 en 1916. Cuatro años más tarde ganó un concurso extraordinario en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, con lo que se convirtió en la primera mujer académica del país. Solo ella logró en esos años compartir el estrado con intelectuales que la doblaban en edad y experiencia, como cuando participó de una de las primeras Temporadas de Extensión Universitaria de la Universidad de Chile, que organizó el rector Valentín Letelier. Tenía apenas 20 años y ya lograba que la escucharan disertando sobre la novela hispanoamericana eminencias como el médico Juan Serapio Lois, el pintor Juan Francisco González y el profesor Enrique Nercaseaux.

Pero, como era de esperar, pagó su precio. Ya se sabe: los enemigos del cambio no descansan. Entonces, cuando fue designada Directora del Liceo de Niñas Nº 5, el Partido Conservador se opuso ¡por no considerarla idónea para tratar con adolescentes! Firme contra esta intervención, el presidente Juan Luis Sanfuentes tuvo que enfrentar una crisis de gabinete, pero logró derrotar a los conservadores.

Amanda era una mujer universal. Difícil verla en la sala de clases, junto a las niñas del futuro, sin que al mismo tiempo pensara en sus oportunidades y derechos. Pionera en lo que hoy se llamarían visiones de género, en 1932 impulsó la creación del Liceo Pedagógico Experimental Manuel de Salas, dependiente de la Universidad de Chile, y primera institución donde hombres y mujeres compartieron la educación secundaria. No en vano, Juvenal Hernández, rector de la Universidad de Chile, la llamó “una de las mujeres con más talento que ha producido el país”, y le encomendó en 1934 la dirección general de la Extensión Cultural Universitaria, la dirección de las Escuelas de Temporada y la contratación de intelectuales nacionales e internacionales para realizar los cursos.

Demás está remarcar lo revolucionario de sus iniciativas educacionales, para las cuales buscó cobijo político en el Partido Radical, influyendo en sus propuestas a favor de una educación inspirada en la cultura nacional y ajena a las tradiciones europeas, especialmente la alemana, que había sido escogida como modelo. Estas teorías, a su juicio, no sentarían base en la juventud chilena.

“La década del 80 al 90 –dijo respecto de lo que sucedió en política educacional a fines del siglo XIX– es la menos conservadora, la más radical que hayamos tenido en el campo didáctico. Se hizo tabla rasa de las tradiciones de don Manuel de Salas, se olvidó a Sarmiento, aun se dejaron sin continuar las iniciativas de los Amunáteguis. Un espasmódico afán de novedad sacudió a los maestros que, volviendo las espaldas al pasado y a la historia nacional, se dirigieron de nuevo a buscar, en otras tierras, forjadores y directores del alma colectiva”.

Sus argumentos, contrarios a la pedagogía alemana, tenían también un fuerte componente político. La educación, sostenía Labarca, debía contribuir al fortalecimiento de los valores democráticos en el país y no a perpetuar su “decidida inclinación aristocratizante” o lo que llamó una “seudo-democracia”. Junto a un grupo de profesores, entre ellos el mismo Pedro Aguirre Cerda, se proponían, en un país que contaba con aproximadamente 60% de analfabetismo, “proporcionar iguales facilidades educativas a todas las clases sociales, sin exclusiones, privilegios ni distinciones basadas en diferencias de fortuna, ideas políticas o creencias religiosas”[1]. Las batallas de este grupo, a ratos muy ingratas, tuvieron su coronación en la dictación de la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria para todos los niños de Chile en 1920.

Amanda Labarca

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