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Isora Candelaria González Herrera

Cuando llegamos a cas Eufracia, Isora se puso delante de la puerta y me miró y me dijo toca tú, y toqué yo, y me quité y salió Eufracia con un delantal de cocina todo manchurriado de sangre. Miniña, ya me llamó Carmitas. Pasen pa drento, que estaba escuartizando el conejo pa hacer un fisco cena, siéntese ay, miniña, siéntese, le dijo a Isora, y la puso en una silla plástica del patio, en medio de las matas verdes de helechos, verdes y grandes como las del Monte del Agua. Mientras Isora se acomodaba, yo cogí una silla y me senté en una esquinita, porque yo no era la famosa. Isora era la que tenía mal de ojo, solo ella tenía esas cosas, a mí no me pasaba nunca nada, mi abuela siempre decía que yo tenía el buche virado, pero nadie me llevaba a que me santiguaran.

Eufracia se presinó y yo no sabía qué hacer y me presiné también, pero pequeñito, como quien saluda a alguien que no saluda y se rasca los cachetes para disimular. Le hizo la señal de la cruz a Isora y empezó a decirle que en cruz padeció y en cruz murió y en cruz Cristo te santiguo yo, e Isora la miraba con los ojos abiertos como chernes, y la mujer movía la boca y se estregaba los dedos arrugados como troncos de viña seca, retorcidos, cuarteados de los años de lejía y tierra. Y señor mío Jesucristo, por el mundo anduvistes, muchos milagros hicistes, mucho a los pobres sanastes, a María Magdalena perdonastes, al santo árbol de la cruz, y los ojos de la mujer se iban poniendo más blancos que una carta, se estregaba las manos más rápido, más fuerte y yo miraba a Isora, yo la miraba y su cara era tranquila pero atenta, con la cadenita de la Virgen de Candelaria dentro de la boca, de alegría por estar siendo curada. Y yo pensaba se va a morir, se va a morir, la va a matar Lucifer cuando le salga por los ojos a Eufracia. Y Santa Ana parió a María, Santa Isabel a San Juan, lo fueron a bautizar en el río Jordán, le pregunta Juan al señor: yo, señor, que estoy bautizado de tus benditas manos, y se estregaba las manos y le daba un tembleque en las piernas y le vibraban los párpados como un perro espantando gatos en sueños, así como estas palabras, los ojos era como que le corrían dentro de las órbitas y le lloraban, son ciertas, los pelos se le pusieron engrinchados, y verdaderas, y empezó a tragar saliva, haga por bien de quitar fuego, aire, y eructó, mal aire, y eructó, mal de ojo, y eructó, que tenga en su cabeza y en su estómago, y eructó y escupió en el piso del patio, en su garganta y en sus ojos, y escupió, en su espalda y en sus cuyunturas, haga por bien de quitar y botar al fondo del mar, y escupió pal aire y me llegó a la cara, de donde a mí ni a otra criatura le haga mal, y vomitó un fisquito sopa del mediodía y empezó a botar espuma por la boca, un espumaraje como botaban los perros con rabia, como decía abuela, botaba espuma como los perros que si mordían a alguien había que sacrificarlos, e Isora la observaba, mordiendo la cadenita, que siempre le daba infecciones de garganta de tanto chupichupi la cadenita, que le había regalado la madre cuando ella era recién nacida que la abuela le había ido a cambiar la cadenita de oro al pueblo más de cien veces, porque el cuello de Isora crecía y crecía y la cadenita encogía encogía y la abuela le decía que si se la dejaba corta se iba a ajogar, pero a Isora le gustaba apretada contra la garganta porque así era más secsi. Isora llevaba la cadenita de la Virgen de Candelaria porque era la virgen que ella más quería, como quien tenía un pokémon favorito o una brat favorita, y llevaba el collar con un charmander chiquitito colgado del cuello, lo único es que para ella la cadenita era todavía más importante que para mí un pokémon porque se la regaló la madre a la que tanto quería porque casi no había estado con ella, a la que tanto adoraba porque no tuvo la oportunidad de escacharle la cabeza como sí había tenido la abuela, y sobre todo porque su nombre también era el de La Morenita, porque ella se llamaba Isora Candelaria, Isora Candelaria González Herrera.

Y entonces Isora le dijo Eufracia, Eufracia, que se ahoga! Y la mujer levantó la cara, con la boca toda babada como una babosa restregada por el piso del patio, con la cara hecha de caminos de baba de babosa y le dijo y si esto no le baste, que le baste la gracia de Dios, que es grande,

Amén!

Jesús!

Y Eufracia empezó a rezar el credo. Y yo también empecé a rezar. Y me puse nerviosa porque a mí nadie me había enseñado a rezar. Y solo moví la boca, bisebisebisebisé, hasta que Isora me dijo estoy curada, jarrapa, shit, vámolos pa la venta.

Salimos por la puerta de cas Eufracia y por fuera estaba Gaspacho limpiándose la cuca. Al vernos, nos ladró agugugú, un ladrido como cuando queríamos gritar debajo del agua. Caminamos y el perro nos siguió hasta por lo menos la mitad de la carretera, por a cas Melva, justo a la altura en la que estaba el estanque grande en el que habían aprendido a nadar mi madre y mi tío y la madre de Isora y la tía de Isora, que decía mi madre que abuelo la amarraba con una soga por la cintura y la botaba y aprendías a nadar por necesidad, que es como mejor se aprende a hacer las cosas, pero abuelo se había ido a vivir con otra mujer y ya no se hablaba más de él, ni tampoco del estanque ni de aprender a nadar y por eso nadie nos enseñaba a nosotras. Y el perro seguía caminando y le decíamos Gaspa, vete parriba, ssssht, y salió Eulalia de la casa y le dijo juuuuuite, Gaspachocabrón, vete pa casa el carajo! Y el perro se acostó en el centro la carretera y allí se quedó y nosotras seguimos bajando.

Panza de burro

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