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Esto es pa lluvia

La noche de San Juan mi abuela formó una fogalera gigante. La hizo en el medio de la güerta y tenía varios metros de altura. La noche de San Juan no se podía respirar, porque todo el mundo quemaba la yerba seca que había acumulado en el año. A la manta de nubes que normalmente estaba acechando sobre el barrio se le sumaba la humasera y ya todo era como una masa blanca y pesada que se pegaba a la piel. Del cielo llovían papeles y trozos de gomas de los coches. Estaban abuela, tío Ovidio, mi padre y mi madre. Desde la azotea de abuela se podía ver todo el barrio lleno de puntitos de fuego. Las aldoriñas estuvieron toda la tarde volando arrebatadas, chillando, mientras abuela y papi echaban los escombros que habían sobrado de construir cosas durante el año y toda la yerba que habían arrancado. Esto es pa lluvia, decía todo el tiempo tío Ovidio mirándolas volar descontroladas, esto es pa lluvia.

La fogalera que hicieron tenía un muñeco en el centro con los ojos pintados con rotulador y una gorra de la ferretería Los Dos Caminos. Papi cogió un palo viejo de fregona y le puso una ropa que antes era de abuelo: una camisa de rayas azules y blancas con un bolsillo grande, que a él le quedaba estrecha y que recuerdo que se le veía la barriga por fuera, redonda y grande como un bimbo, y unos pantalones de pinza negros que también eran de él. Cuando vi la ropa que le habían escogido me entró miedo, me entró miedo de si un día abuelo quería dejar a la alemana y volvía pa cas abuela y le daba por buscar la ropa esa.

Ya cuando el cuerpo del muñeco era pura ceniza, empezaron a caer las primeras gotas. La lluvia de verano me daba mucha agonía. Al principio fue el sereno, y después las barranqueras de agua bajando por la carretera, los charcos dentro de los surcos. Abuela tenía las papas al fuego. Nos fuimos corriendo de la güerta ya cuando el agua había apagado las últimas llamitas. Mientras corría sentí que, aunque Isora y yo nos habíamos prometido que íbamos a hacer lo posible por conseguir que nos llevaran a la playa, eso no iba a pasar. Ese verano todo el mundo estaba trabajando mucho. Mi padre decía que se estaban montando en el dólar y que por eso iba pal Sur hasta los domingos. Entramos en cas abuela. Había piñas asadas y mojo cilantro. Nos comimos las papas chineguas que habían cogido a principios de junio, cuando yo todavía estaba en el colegio. No me tocó cogerlas a mí porque el domingo que lo hicieron yo tenía que hacer un trabajo en una cartulina con Isora. No me gustaba nada coger papas. Había que levantarse temprano, ponerse los tenis y la ropa viejos. Pasábamos toda la mañana agachadas, abuela y yo y mi madre si no estaba limpiando casas rurales, cogiendo las papas detrás de mi padre y mis tíos, que las iban cavando. Abuela y yo teníamos que escogerlas a medida que avanzábamos y las poníamos en cubetas según si eran pequeñas o grandes. Papi siempre decía que yo tenía la sangre muerta, que tenía la sangre muerta porque me gastaba más pacencia que un ministro. Con las papas, a mí me dolía mucho la espalda y los mocos de las narices se me ponían negros que parecían piche. Lo único que me hacía sentir bien era sacármelos y darles forma de redondel con los dedos, estar sola con mis mocos negros, lejos de las papas y las cubetas.

Cuando terminamos de comer, fui al mueble de la cocina de abuela y cogí la tableta de chocolate La Candelaria. Partí un trozo con los dedos y me puse a raspar los dientes contra el chocolate como un ratonito entristecido. Pensé en Isora, en si estaría también comiendo piñas asadas con la abuela y la tía, en si estaría pensando en la playa con tanta agonía como yo lo estaba haciendo. Me acerqué al cuarto de la tele y levanté el teléfono. Marqué el número de Chela. Shit, qué estás haciendo?, dijo Isora. Estoy aburrida porque ya se acabó el fuego. Mañana voy temprano pa tu casa?, le pregunté. Vale, shit. Trae el bañador que a lo mejor alguien nos lleva pa la playa.

Me acosté temprano pa ponerme a pensar en la playa. La última vez que fui era porque mi padre quería ir a pescar y mi madre y yo lo acompañamos. Fuimos a la Punta de Teno, era Semana Santa y hacía mucha ventolera, pero me bañé igual. Mi madre se puso encima de un risco a vigilarme porque, como decía abuela, la mar es el demonio y la niña no se defiende nadando, mientras comía pipas y miraba revistas de decoración de casas estilo rústico y revistas de punto cruz. La marea estaba alta. Pegadito a la orilla, yo metía la cabeza pal fondo, agarraba puñados de piedritas y los intentaba sacar afuera. Cuando las sacaba a la superficie ya casi no me quedaba nada en las manos. Una de las veces dentro del puño me salió un burgado vacío que parecía una luna gastada brillando.

Panza de burro

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