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1. El principio

Confieso que cuando me enteré de esta historia, me costó creerla. Porque no se escucha todos los días que un chico encuentre en la calle un perro mudo, es decir, uno que abre el hocico y no puede ladrar ni guau. Pero esto no es tan increíble. Porque perros mudos, hay. No se encuentran todos los días, pero hay. Lo realmente increíble es que el chico decía que entendía lo que el perro le decía con la mirada, que era algo así como su traductor. Andaba por todo el pueblo con el perro, lo miraba a los ojos y decía “Mi perro dice que le pica una pata” o “Mi perro quiere una medialuna” y cosas por el estilo.

Y si hasta acá no les parece tan increíble, hay un par de cosas más que hacen que esta historia sea, digamos, particular. En el pueblo, al chico lo llamaban Pulga; por eso, hoy todavía la gente comenta que no fue el típico caso de un perro con pulgas, sino el de una Pulga con perro.

Y algo más: lo que les pasó a Pulga y a su perro mudo me dejó con la boca abierta. Y apenas pude cerrarla, decidí escribir. Porque una buena historia merece ser escrita. Así que empecemos por el principio, que es la mejor manera de empezar.

Pulga tiene un perro

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