Читать книгу Fábulas cósicas - Andrea Álvarez Sánchez - Страница 10
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Era una copa de bar. Llevaba toda su vida en aquel lugar donde había servido a la clientela cotidianamente por años. El fino borde de su cáliz había pasado por un sinnúmero de labios.
«Soy una copa de vino. Estoy hecha de cristal delgado. Soy transparente y frágil. Sirvo para contener el elixir. Soy como una copa debe ser: tengo un pie como base, mis curvas son ergonómicas, perfectas para una mano, mi fondo es redondo para ayudar a airear el vino y dejar que despida su aroma. Además, termino en forma cónica para que no se escape la esencia del líquido que albergo. Mi tallo es suficientemente largo para que no me tomen del cáliz, pues de lo contrario, se calienta el contenido. Claro que la mayor parte de los bebedores me sostienen así, porque no lo saben».
Después de tanto tiempo de servir, había escuchado cientos de conversaciones, lo que le despertó un anhelo por conocer el mundo más allá de esa taberna. Se había dado cuenta que estaba cansada de ser tan ordinaria, sin aspiraciones, sin metas en la vida.
«Aparte de embriagar a otros, me embriago yo misma. Estoy tan habituada a esto que lo considero parte de mí. Pero estoy harta, harta de ser lo que soy, harta de sentirme parte de una trampa y una mentira, porque cada día que pasa siento que desperdicio mi vida en este lugar absurdo que me inunda de soledad».
Temía que toda su vida transcurriese en ese bar, donde nadie la valoraba. Allí era una copa más, sin particularidad alguna; pero ella soñaba con ser especial. Cada vez que veía entrar a los clientes por aquella puerta gastada esperaba que le tocara quedar en manos de alguien especial, alguien que la pudiera apreciar. Fantaseaba con ser copa de un castillo o de un restaurante de moda en donde pudiera conocer gente distinta. En pláticas entre la cristalería del bar escuchó que alguna afortunada compañera había tenido la suerte de estar en manos de una persona célebre que se fotografió con ella y hasta había salido en una revista, así que Copa se ilusionaba con correr esa misma suerte algún día.
II
Transcurría un día más cuando llegó al bar un hombre con sombrero negro y un cuaderno bajo el brazo. Se sentó en una mesa. Solitario, observador, tenía un aire bohemio. La copa de inmediato se fijó en él y se planteó el objetivo de llegar a sus manos. Había algo más allá de la razón, ella percibía que ese personaje extraño era una oportunidad en su vida para llegar más lejos, para cambiar.
Empujando a sus compañeras se abrió paso y se colocó al frente de las demás. En el momento justo se aproximó al cantinero para que la tomara a ella.
El cantinero vertió el vino en Copa y la condujo a la mesa del bohemio, quien la observó, abrió su cuaderno y trazó una línea, pronto se reveló que era un retrato de ella.
Estaba pasando algo nuevo. El hombre delineó de la base al tallo, del tallo al cáliz, del cáliz al borde y finalmente ilustró sus grandes ojos. Entablaron una conversación única. Copa había tratado de hablar con muchos humanos, pero nadie la había escuchado antes. No todo mundo sabe escuchar a una copa. Era un artista, había plasmado su esencia en el papel, incluso marcó su sonrisa quebrada por su frustrada desdicha. Copa sintió que algo interesante estaba pasando en su vida. «Parezco una cantante famosa en tu dibujo… siempre he querido cantar», dijo Copa a su interlocutor.
El artista humedeció el índice en el vino y, con su yema, recorrió con una ligera presión el borde de Copa, que comenzó a vibrar. Él continuó el movimiento hasta que ella emitió un sonido agudo, extraordinario. Copa estaba en éxtasis, era la experiencia más inquietante y nueva que había vivido. Se convirtió en un destello musical azul, dorado, se integró sublimemente en el aire; su frecuencia se elevó, pasó a formar parte de la dimensión sonora, estaba viviendo una experiencia trascendente, fuera de sí, aunque sin dejar su cuerpo material.
De pronto, una mujer que caminaba tambaleante irrumpió el momento cuando tropezó y cayó sobre el artista, derramó su bebida sobre el dibujo y tiró a Copa hasta el piso.
Copa no lo podía creer, había pasado algo bello en su vida y tristemente terminaba tan pronto… Al mirar la catástrofe creyó que este accidente marcaría el final de sus días. Se imaginó siendo lanzada al basurero, destrozada en una montaña de desperdicios. Copa lloró, no por el dolor físico, sino por el terrible final que creía que le esperaba.
Milagrosamente no se rompió en más pedazos, sino solamente en dos, quedando de un lado él cáliz con el tallo y del otro la base.
«No es justo», pensó. Ella no quería terminar así.
¿Qué podía hacer?
Rota por la mitad, miró a su alrededor, vio al artista y el retrato manchado en el piso. Hizo su máximo esfuerzo para acercarse a su base, pero su base rodó por el piso sin voluntad. Copa se puso boca abajo, frente al artista. Éste abrió los ojos, entendió la idea.
El mesero llegó con trapo, escoba y recogedor. Limpió el piso. Al barrer, dio un paso hacia atrás y quebró la base de la copa con su duro zapato. Copa estaba a punto de irse al recogedor, pero le habló al bohemio: «¡Llévame contigo!». La mano del artista impidió que el mesero metiera a la copa rota en el recogedor y la tomó. «Me quedo con ella» explicó al mesero, quien dijo: «Pero señor… le puedo dar una nueva, no se vaya a cortar».
«Quiero ésta».
El destino de Copa estaba cambiando, su misión de vida cobraba forma. Había vivido una experiencia extraordinaria y no estaba dispuesta a perderla tan pronto. Quiso seguir siendo voz, gloria, murmullo, color, eco y luz. Entonces su deseo acomodó la realidad para que ese accidente, en vez de ser el final de su camino, fuera el principio. Aunque por otro lado, sus clásicos pensamientos catastróficos la perturbaban: ¿qué iba a ser de ella ahora, que ya ni era copa, ni era nada más? Había perdido su base, y una copa sin base es inútil. Su mente estaba agitada y comenzó a dar vueltas y vueltas sobre su futuro. Imaginó quedar inválida en algún cajón de triques viejos del artista. Sería una discapacitada por el resto de sus días. ¿Qué otra cosa mala podría pasarle? La invadió una ansiedad negra, vertiginosa, pero entonces el artista la sacó entre sus manos de la cantina.
III
La vieja copa de bar se ha transformado: ahora es una campana de cristal. Reposa boca abajo en una tela aterciopelada. Tiene un badajo de vidrio que cuelga de una delicada cadena dorada.
El artista la toma suavemente de lo que antes era su tallo, pero ahora es su asa y la hace producir un sonido agudo, evocando lo celestial, la mueve una y otra vez al ritmo sincopado que toca un grupo de músicos.
Copa terminó siendo un instrumento musical. Ella había realizado su sueño a través de aquel hombre sensible, aquel loco que la escuchó, aquel músico con un oído extraordinario.
El hombre y Copa trabajaron juntos para tal transformación. Ella pudo definir su tono en la escala de los sonidos dado su espesor y diámetro. Con ayuda de él, ella descubrió su valor y su capacidad encubierta. Trabajaron minuciosamente para convertirla en una campana. Dentro de la clasificación de instrumentos, ocupó su lugar entre los idiófonos, un subgrupo de las percusiones.
En su nueva familia se encontró con sus pares. Conoció múltiples colegas: cuerdas, vientos, percusiones. Sus voces se combinaron en mil ambientes musicales. Crearon nuevas historias asombrosas; tocaron lejanos paisajes deslumbrantes. Su delicada sonoridad llegó a miles de almas en forma de música. Su realización última se había cumplido; se sentía plena y asombrada de su potencial desplegado.
Ya era algo más que una copa de bar, ya era algo más que una cosa material: ahora era parte del sonido primordial del cosmos.