Читать книгу Fábulas cósicas - Andrea Álvarez Sánchez - Страница 12

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I

«Estoy en el cielo», gritó Piedra al ser lanzada al aire por un niño esclavo de la cantera. Su sueño se había hecho realidad, pero duró poco porque cayó al piso instantes después. Desde entonces, llegar al cielo se convirtió definitivamente en su máximo propósito.

Entusiasmada, fue a contar su experiencia a los suyos. Las demás piedras, sorprendidas por su aventura, la vitorearon. Sin embargo, su padre la miró severamente y dijo:

–El cielo no es lugar para nosotros. Las piedras pertenecemos al suelo, no al cielo.

–No me importa, yo quiero llegar a las nubes y las estrellas.

–Nuestro destino es otro –dijo el padre.

–Yo quiero encontrar mi propio destino, papá.

–Provenimos de las rocas, nos transformamos en grava, servimos al hombre para la construcción y esto es a lo que debes aspirar. Estar en el cielo es un disparate.

–¡No me importa!

–Hija, mírate, eres una piedra caliza, gris, pequeña, igual a tantas otras. ¡No quiero escuchar una palabra más del cielo!

Piedra, furiosa, se fue por ahí a lloriquear. Aunque la mayoría de las piedras eran muy parecidas, ella se sentía diferente a todas.

Piedra siguió soñando, pasaba los días mirando al cielo y tratando de subir a cualquier lugar elevado para acercarse a su aspiración.

Este montón de grava llevaba una eternidad esperando en la cantera de áridos el día de su partida. Cuando los trabajadores acarrearon el material con sus palas y cestos todas las piedras se emocionaron, menos Piedra, que se resistió, escapando varias veces de ser llevada al carro. Su padre la confrontó:

–¿Qué pasa contigo, hija? Si fueras un diamante, un rubí, una esmeralda o al menos un cuarzo, podrías aspirar a ser una joya u otra cosa, pero nosotros somos piedras de construcción. Desde generaciones atrás nuestro destino está en ser camino y tú debes esperar tu turno para formar parte de él.

–Pero no quiero ser camino.

–¡Pero nada! Gracias a los caminos la prosperidad ha llegado a nuestra tierra. Su construcción se ha considerado uno de los primeros signos de civilización avanzada.

–Sí, entiendo la importancia de los caminos, pero no creo que esté hecha para eso.

–Hay que guardar la tradición familiar, el abolengo. Tus tías son parte del camino del Oeste, tus primas llegaron al Sur y tu abuelo fue la primera piedra de la Via Apia, la reina de las grandes calzadas romanas. Debes estar orgullosa de tu destino. Tu deber es formar parte de los caminos.

A Piedra le aterraba la idea de quedar sepultada en el piso de un sendero por el resto de su vida. Se puso alerta cuando la metieron en el carro y la llevaron con las demás a la construcción. Iban diferentes tipos de piedras, ya que la cimentación de una vía implicaba un proceso de ingeniería que constaba de varias capas de distintos materiales pétreos.

En lo más profundo se ponían piedras planas, el statumen. En segundo lugar iba una capa formada por detritus de cantera, el rudus. En tercer lugar, una capa de hormigón a base de piedra triturada y cal grasa, el nucleus. Y en cuarto y último lugar, un enlosado de piedras grandes sellado con mortero de cal, el summum dorsum o pavimentum. Las piedras que viajaban hacia la obra conversaban sobre sus cualidades y trataban de adivinar en qué sección les correspondería estar.

Piedra supo que su lugar se encontraría bajo tierra, en el rudus o en el nucleus, es decir, ni siquiera le tocaría estar en la superficie del camino, lo cual la puso aún más inquieta. Así nunca más volvería a ver el cielo. Para ella, este cargo significaba el fin, aunque para otros fuera el inicio de su vida.

Llegando a la sede las bajaron del carro. Piedra aprovechó el momento y saltó con todas sus fuerzas a un lado. Para su suerte, cayó en una zanja en un extremo del camino: era el sistema de drenaje. Ninguno de los esclavos de la construcción se percató de dicha hazaña.

Entonces rodó sin volver atrás. Fue entonces cuando esta piedra común, que no era ni diamante ni esmeralda ni cuarzo ni rubí, sino una piedra gris igual a muchas otras, siguió el camino que su corazón le dictó para perseguir su anhelo de tocar el firmamento.

II

Pasaron muchos días de rodar y rodar hasta que Piedra llegó a una cantera de mármol blanco. Quedó asombrada por la belleza de esas rocas. Pronto supo que estos gigantes albos eran utilizados para la construcción de importantes monumentos, esculturas y objetos decorativos. Tímidamente se acercó a una laja de mármol y pronto forjó una amistad. La pálida y enorme roca era elegante y bella, noble y lisa, tranquila y suave. Le contó a Piedra sobre sus ancestros, quienes formaban parte de columnas y panteones; sobre cómo los llevaban por mar desde el puerto de Luni, por eso los llamaban mármol lunense. A otros mármoles se los apropiaban arquitectos y escultores que venían desde muy lejos a seleccionar personalmente sus piezas. De su conversación, Piedra siempre aprendía algo nuevo.

Mármol era fina, educada y trataba con alto respeto a quien hablara con ella. Pero sobre todo era maestra del arte de la escucha, pues prestaba plena atención sin juicio alguno a los delirantes monólogos de Piedra:

–Si fuera más pequeña, me podría llevar volando un pájaro... y si me crecieran alas de repente podría llegar alto, muy alto, y allá arriba podría saltar de nube en nube, de estrella en estrella, ¡llegar al Sol!

Mármol le fue mostrando a Piedra el proceso por el cual pasaban las lajas para ser pulidas. Conocer la vida de la cantera la inspiró para trabajar en sí misma.

Piedra comenzó a limarse ella sola. Se frotó contra el piso, fue haciendo este ejercicio todos los días, de una forma disciplinada y constante.

Un día se dio cuenta de que estaba cada vez más lisa y redonda; no sólo eso, notó que poseía cierto brillo, sus partículas de carbonato de calcio reflejaban destellos con el sol. Después de tanto pulirse, Piedra estaba cambiada; llegó a un grado de redondez perfecta que hasta su amiga quedó sorprendida.

Era la hora de partir para Mármol. Piedra sintió tal curiosidad y ganas de irse con ella que agarró valentía y se acercó a los carros de transporte. Afortunadamente los trabajadores la subieron a la carreta con otros pedazos de varios tamaños.

III

Piedra llegó a la construcción de un templo, junto con el mármol, para construir columnas labradas. Un grupo de artistas dirigidos por un maestro pintaba un gran cielo azul en la cúpula central de dicho recinto.

Cuando Piedra vio tal obra de arte quedó impresionada porque era como estar en el mismo cielo. Había llegado a un lugar especial; se sintió orgullosa, agradecida con el mundo de poder estar allí y admirar aquello.

Para su sorpresa, la vida le ofrecía mayores regalos. La recompensa por sus esfuerzos traía más: el famoso maestro Giotto la notó y le llamó la atención lo singular y redonda que era.

Miró el techo con cuidado y sin dudarlo la subió para colocarla al centro de una estrella de la capilla de los Scrovegni, en Padova.

Así Piedra quedó en el lugar que siempre soñó, en un espacio de intersección entre lo divino y lo terrenal. Sin dejar de ser piedra, ahora estaba en el cielo en un instante eterno.

Fábulas cósicas

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