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Yo aborté

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El sol me pegaba en la frente en medio del parquecito detrás de Generales, mientras Mary me escribía desde la Asocia preguntándome por qué no me había visto.

“¿Cómo siguió?”

“¿Dónde está?”

“¿Va a venir a clases?”

Tres SMS’s. Seguidos. Uno tras otro.

Se suponía que estaba prohibido fumar en las inmediaciones de la UCR, pero yo, igual que los dos tipos que pasaron junto a mí en el camino de salida del Edificio de Sociales, siempre llegaba con mis tenis y mis libros a prenderme un Malboro blanco afuera de la Asociación de Estudiantes de Estudios Generales y a hablar de los tipos guapos del Consejo Superior Estudiantil y de la fiesta que me iba a pegar el próximo fin de semana, con aquella energía que todavía contagia e intimida a la gente.

Pero que a esa fecha esas cosas todo el mundo las llevaba tres semanas sin ver.

Y ese viernes ni yo, ni mis tabacos habíamos aparecido.

Mi bolso no reposaba desacomodado sobre los estantes de madera de la asocia y no, no estaba contestando el teléfono.

Un rato después y Mary, de nuevo, diciéndome que tenía hambre, que ocupaba almorzar.

Pero yo sabía que era más que eso. Que lo que le preocupaba es a donde estaría yo, echa una bomba de tiempo que en ese momento se escondía detrás de un árbol que solo dejaba ver lo azul de mis Converse.

—¿Alguien ha visto a Sofía? –me contará que preguntó mientras entraba a la asocia después de la clase de Socio.

—No, vino en la mañana, pero se fue temprano –había contestado Nicole, mientras le ayudaba a Johnny a terminar el discurso con el que esa tarde defenderían el presupuesto de la asocia, ante una FEUCR que solo buscaba recortar y recortar.

—¡Qué raro…! –diría ella mientras se sentaba, ya más que preocupada, en el enorme sillón de cuerina negra que, además de costar dos millones de colones, la asocia anterior había comprado sin razón aparente solo porque estaba muy chuzo.

—Mae Johnny, ¿¿cómo vamos a defender este sillón?? ¡Los progres nos van a reventar por ese gasto! –exclamaría Diana, mientras entraba a la asocia con aquellas chancletas que sonaban por todo lado y se alborotaba el pelo para tratar de verse más hippie, a pesar de la camisa de más de 30 mil colones que andaba puesta.–Vamos a tener que convencer gente, Sofi… ¿Sofi?

—No está, Nana –contestaría Mary de manera algo sombría. Diana la volvería a ver pelando los ojos y se quedaría casi petrificada en medio de la asocia. Entendería.

Ninguna de las dos diría nada más, no sabrían qué.

Para bajarse el nerviosismo, Mary se sentaría frente a una de las compus de la asocia y la prendería para ver qué pasaba en Facebook y rápido se quedaría fría: se me olvidó cerrar mi última navegación y el “cómo abortar en Costa Rica” saltaría frente a sus ojos para contestarle la pregunta de dónde es que estaba metida esta güila tonta.

A mi amiga, Diana le apretaría el hombro como para darle apoyo moral. Ella también estaría nerviosa.

Diana era una de esas amigas que a Mary no le gustaba que yo tuviera. Muy vacía. No le había dado buena espina nunca, pero esta vez creía que sí estaba preocupada.

Y ¿cómo no? Si en esas tres semanas yo había andado como loca y, siendo realistas, desde que la prueba de sangre dio positivo, yo era otra persona.

Acepto que me había vuelto taciturna, que andaba preocupada todo el día, que salía corriendo de la nada en medio de las clases para vomitar mientras sudaba frío.

Acepto que yo esos días daba miedo.

Desde que la tipa de la Oficina de Salud de la U me dijo que empezara a tomar calcio para proteger a aquello que me crecía en el vientre –tantos años después, aún nos rehusamos a llamarle “bebé”–, yo había cambiado.

Aquel horrible martes de Semana U, en medio del bullicio molesto de los chivos de la tarima de Ingeniería, yo había salido de las instalaciones verdes de la Oficina de Salud y había avanzado con paso firme hasta el parquecito frente a la biblioteca Tinoco, donde hice un par de llamadas, ante la mirada de Diana y Mary que se preguntaban cómo demonios yo podía estar tan tranquila, cuando ni el pseudo padre aquel me contestaba el celular.

Roberto era el hermano del novio de una prima. Una estupidez de una noche en la que a los dos nos pareció gracioso no cuidarnos, en medio del ciclo de estupideces que yo había hecho con mi vida en las últimas dos vueltas al sol, luego de sentirme libre y en capacidad para hacer lo que me diera la gana, cuando entré a la U.

Hasta que ese mes de abril una prueba de sangre positiva me hizo chocar contra pared.

Y no es que no supiera que tenía que cuidarme. No es que no supiera de métodos anticonceptivos o de las consecuencias de lo que podría pasar si me acostaba con alguien que acababa de conocer; la educación de clase media alta en mi pueblito alajuelense saciaba ese conocimiento.

Pero en esos estúpidos dos años, yo me sentía invencible.

Esa es la única explicación que, aún hoy, puedo darme a mí misma, mientras me golpeo el pecho odiándome un poco por haberme dejado caer ahí.

—Ok, Roberto no contesta –les había susurrado yo a las chicas ese día, con una tranquilidad controlada que las hizo cuestionarse mi estado mental– Pero Paula sí apareció y está haciéndome la vuelta.

—¿Qué vuelta?– había preguntado Mary.

—¿Qué vuelta cree usted, Mar? –le había respondido Diana, antes de volverme a ver y hacer la pregunta que todas teníamos en la cabeza– ¿Está segura?

Sí. Lo estaba. No se los contesté con palabras pero dicen, que fueron mis ojos los que respondieron por mí.

Por eso no les extrañó cuando vieron la página web abierta y por eso lo único que les corrió por la espalda cuando lo hicieron, fue la inminencia de que estaba pasando.

La asocia se fue vaciando poco a poco y a las 2 de la tarde ya no quedaba nadie en el cubículo.

Diana, Johnny, Nicole y los demás se habían ido al Consejo Superior Estudiantil en Económicas y Mary se había comprado un almuerzo para llevar de los de la Soda de Generales y se lo comía con toda la paciencia del mundo, mientras me esperaba.

Y ahí, cuando ya estaba segura de que no había nadie, aparecí yo.

—Hola.

Eran cerca de las 2:30 cuando volví y me paré en la puerta.

Mary recuerda que andaba vestida con un jeans, unos zapatos negros y una camisa verde de un kiwi y un ratón que había comprado en Happy Hill la navidad anterior, cuando aún era una niña.

—¿Vio la boda de los duques de Cambridge? –pregunté con toda normalidad.

¡Claro que la había visto! El evento había acaparado la TV toda la mañana.

Mary no contestó porque no sabía cómo contestarle a mis ojos cafés que eran tan negros en ese momento.

Creo recordar que esperé su respuesta y que cuando vi que no pudo decirme nada, seguí:

—¿Me presta 10 rojos?

—¿Para qué los ocupa? –preguntó.

La ignoré. Sabía que me los prestaría.

—El tipo de las pastillas llega a las 3 al parqueo de Derecho, ¿me acompaña? Me da miedo ir sola…

Mary recordará que lo dije suavemente, que le quité la mirada porque no se la pude sostener más y que me prendí otro cigarro. Dirá que le dio un escalofrío.

Dirá que olía mi miedo. Que debajo de esa máscara, del olor a tabaco y de los kiwis, a mí se me olía el miedo.

Como a las 2:50 de la tarde, me entró la llamada.

Estábamos sentadas a la par en aquel sillón y Mary me escuchó contestar mientras se comía un rollo de canela. Yo me fumaba el filtro.

—Vamos –le dije cuando colgué.

Caminamos por el Pretil y por la 24 de Abril casi sin decirnos nada. Yo no recuerdo nada de esa tarde realmente, supongo que mi cabeza lo borró, pero Mary recordará verme tocándome el vientre y respirando hondo, supondrá que lo hice para darme valor. Yo no sé.

Ella no sabía ni qué hacer, como tampoco supo cuando le avisé que Paula me había conseguido las pastillas en la web.

En aquel tiempo la página se llama Cytotec en Costa Rica, uno mandaba un correo y el tipo lo llamaba en menos de media hora y le llevaba “el servicio” a domicilio.

Vendían las pastillas más comunes, esas que aún hoy, la Asociación Demográfica Costarricense sigue aconsejando como las menos invasoras y las más seguras: las misoprostol.

Se calcula, según los últimos datos de la Asociación, que son del 2007, que el número de mujeres que usaban ese servicio hace 10 años eran 8; 8 por 365 días, 2920 mujeres al año… hace 10 años.

Ahora, con la difusión de las denuncias en medios como La Nación, ni la Colectiva para el Derecho a Decidir ni la Demográfica saben a cuanto aumenta la cifra.

Pero eso no le parece importar a los partidos cristianos que desde el Congreso dicen que eso no pasa aquí.

Que eso no es real, que no a la ideología de género que nos mete abortos que no pasan y que a mis #AMisHijosLosEducoYo.

Al llegar a Derecho caminamos directo hacia la moto.

Eran dos tipos, una chica y un chico que nunca se quitaron el casco para no dejarnos ver sus rostros.

Mary dirá que yo estaba tan asustada que casi podía sentirme el pulso. Que la tipa también se percató.

—Tranquila, mi amor, no le va a pasar nada –dirá que me dijo, agarrándome el brazo con una mano decorada por unas largas uñas pintadas de verde.

Dirá que yo asentí. Que son 65 mil colones, me dijo el tipo. Que yo tenía 7 billetes de diez mil. Que Mary todavía recuerda las 7 caras de Emma Gamboa temblando entre mis manos.

Que si tiene cambio, preguntó mi amiga. Que no, contestó el tipo con normalidad, mientras buscaba entre los paquetitos varios que tenía debajo del asiento de la moto. Que vaya cambie a la soda, que yo la espero.

Que si el mío era el de 4 pastillas, verdad. Que sí, que contesté yo mientras pasábamos a su lado, camino a comprar una galleta de 250 colones, con tal de cambiar un billete de 10 mil.

Mary dirá que no podía verles los ojos, pero que sentía que la tipa nos los tenía clavados desde afuera, mientras el mae tamborileaba con los dedos sobre el volante, un poco impaciente.

Recordará que pensó que tal vez yo le daba lástima por la forma en la que me había tocado, pero que también se preguntó qué podía llevar a una mujer a llegar a vender ese tipo de “soluciones”.

Abortar en Costa Rica, o producir abortos, tiene una pena de 1 a 8 años de prisión, pero la Demográfica señaló en un reportaje a Elpaís.cr hace unos años, que ante la imposibilidad de demostrar que fue el Cytotec el que provocó la pérdida, la penalización es casi imposible. Solo queda el estigma social y eso se produce solo si te agarran…

Volvimos al parqueo y esta vez el Tucán se unió a la tembladera de Emma Gamboa. Mary dice que pagué, que el tipo me dio el paquete y que yo me di vuelta dispuesta a irnos. Que la chica nos detuvo.

—Mi amor, relájese. Revise que todo esté bien –contará que me dijo.

Mary dirá que la tomé de las manos y que le pedí que abriera el paquete. Que yo estaba fría y pálida.

Mi amiga asegurará que sacó las grapas del sobrecito café y que lo abrió. Que confirmó que adentro había un paquete con 4 pastillas.

—¿Cómo es el uso? –dirá que le pregunté a la chica.

—Está en internet –asegurará que me contestó ella.

El uso recomendado es tomarse dos pastillas e introducirse vía vaginal las otras dos. Para eso era mejor usar un poco de agua para mojarlas y que pasen más rápido. Luego la mujer debe quedarse una hora con las piernas levantadas para que las pastillas no se caigan y luego, como una hora o dos después, empezarán las contracciones que durarán, que duraron, como un mes hasta que todo “el producto” salió por completo.

No es una técnica recomendable para más de 12 semanas de gestación ni menos de 4; yo tenía 2 cuando me di cuenta de mi estado y las dos semanas que tuve que esperar para la intervención fueron las peores de mi vida.

—¿Estamos? –contará mi amiga que preguntó el tipo, subiéndose a la moto de nuevo.

—Estamos –dirá Mary que contesté yo con la voz seca– Pura vida.

—Suerte, mi amor –dirán que me dijo la tipa subiéndose al asiento del bimotor.

Aceleraron y se fueron.

Lo único que sabemos de ellos es que responden a un correo con el alias de mikeporras2010 y que aunque ya hay varias denuncias sobre el tema, ahora venden pastillas hasta en Facebook.

Nunca sabremos si son los que hacen fila frente a nosotros en el súper o en la parada del bus…

Mary dice que caminé despacio hasta Económicas. Que me escuchaba pedir perdón mientras me aferraba al vientre y aseguraba que la próxima vez, si es que la habría, sería la mejor madre del mundo.

Pero dirá que yo no lloraba. Que estaba completamente segura de lo que iba a hacer.

Y que aún lo estoy.

Entramos al Consejo Superior Estudiantil y Luisa y Chus estaban idos en discutir si la FEUCR había gastado bien o mal la plata de Semana U.

Mary dice que su discusión le pareció estúpida.

¿Cómo alguien podría cuestionarse nimiedades como las de un movimiento estudiantil, mientras había gente que pasaba por lo que estaba por hacer yo? Recuerdo vagamente que me lo comentó pero creo que yo me limité a asentir como por inercia porque estaba ida en mi cabeza. ¿Qué me iba a importar a mí…?

—Mae ¿está bien? –creo que me preguntó Johnny. Diana estaba sentada a la par de él y no podía ni volvernos a ver. Mary dice que se preguntó qué hubiera hecho ella si la que estaba pasando por eso no fuera su mejor amiga y que medio entendió esa reacción.

Yo ignoré la pregunta e hice otra.

—Mae ¿me regala su botella de agua? –John asintió, concentrado en el pleito federativo, y me la pasó.

Empiezo a recordar cuando me levanté y me fui a meter al baño de Económicas. Cuando antes de que me fuera, Mary me preguntó que si quería que me acompañara, cuando le dije que no. Que era algo que había que hacer sola.

Recuerdo que volví 15 minutos después con los ojos llorosos y un conato de sonrisa nerviosa en las comisuras de la boca. Que me pasé la siguiente media hora con las piernas arriba para que las pastillas no se cayeran de mi vulva y que como una hora después empecé a quejarme de los primeros dolores uterinos que me acompañarían las próximas 5 semanas.

Mary casi podía sentir la euforia en mi voz cuando le hablaba y que ¡joder! no podía controlar aunque fuera feo.

Era como si por fin se abriera una salida de ese hueco, a pesar de la mirada acusadora que Diana me tiraba en la nuca, como a lo largo de estos años caerían muchas otras cada vez que defendiera el tema en redes sociales, en aulas universitarias, en conversaciones con amigos y familiares, en foros políticos y en muchos otros espacios.

Pero si a ellos no les importan las 8 mujeres que hace 10 años arriesgaban su vida todos los días con abortos clandestinos, y las quién-sabe-cuántas que deben hacerlo aún hoy, a pesar de que Restauración Nacional las crucifique y de que Carlos Alvarado diga que el aborto “distrae de temas prioritarios”, a mí tampoco me importan ellos.

—El tiempo pasa, nada cambia y a Ana y a Aurora las siguen obligando a parir incumpliendo normativas ya establecidas que no se reglamentan “porque no son prioridad” mientras que las demandas ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) siguen apilándose y el mercado negro nos sigue dejando abortar solo un click y una búsqueda de Google de distancia, mientras esperamos que “haya un chancecito” para que nuestros cuerpos sean prioridad –, le aseguro hoy a Mary, mientras me pido un pie de limón en un café capitalino. Mañana vuelvo a Nueva York, al último semestre de la maestría.

Yo ya estoy bien. Puede que a la gente no le parezca que lo esté, pero Mary dice que ella sí porque ellos no estuvieron ahí, como ella.

Porque ellos no fueron los que pasaron por eso. Porque la que abortó fui yo.

Y por eso es por lo que, para mí, y para las 8 mujeres que están ahí afuera en este momento, el tema sí es prioritario, don Carlos.

Piel de mujer

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