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Introducción

It is a common error to think of diplomacy as primarily and chiefly connected with questions of peace and war, acquisitions of territory, negotiations of treaties, etc. These are exceptional to the ordinary routine of diplomatic life. A reference to the subject of the “dispatches” will show that a hundred other questions, not of minor importance, affecting the rights or interests of citizens, employ the time and ability of those who have been called “the eye and the ear of a State”. In the eager and active competition of nations, in the struggle for markets and wealth, much can be done by foreign representatives for the extension of trade and in aid of investors, merchants, shippers and manufacturers. What is done by those abroad, in watchful promotion of American interests, is not made prominent in the newspapers, does not inflame the public mind and forms no issue in local or general elections. What is quietly discussed and decided in an office sometimes modifies international usage, is sometimes incorporated into mercantile or commercial law and habit and very often contributes to prosperity and friendship1.

La guerra hispano-norteamericana de 1898 es quizá el episodio más célebre de las relaciones entre Madrid y Washington. Pero su recuerdo no es el mismo a ambos lados del Atlántico. Para muchos españoles, sigue siendo el Desastre: la pérdida de las últimas colonias y el comienzo de una profunda crisis de identidad. Para los norteamericanos, en cambio, hace referencia a la emergencia de los Estados Unidos de América como gran potencia mediante su entrada en la carrera colonial. Pero este libro no pretende añadirse a la larga lista de monografías sobre el conflicto hispano-norteamericano. Al contrario. Su objetivo es analizar las relaciones bilaterales durante las tres décadas que precedieron al estallido de la guerra. En contra de lo que pudiera parecer, ese lapso de tiempo sigue siendo terra incognita. Hasta ahora, todos los trabajos sobre la Guerra de 1898 daban por supuesto que la relación bilateral entre 1865 y 1898 o bien no existió, o bien fue irrelevante.

Pero ni una cosa ni la otra son ciertas. La renovación de la historia de las relaciones internacionales durante las últimas décadas ha permitido superar los corsés que limitaban el estudio de las relaciones exteriores al estudio de la política exterior, y el estudio de la política exterior al estudio de la política de seguridad y defensa. Hoy en día se concede un papel crucial a la ideología, a la cultura y a la economía en los nuevos estudios internacionales. Desde este punto de vista, podemos interpretar las relaciones hispano-norteamericanas entre 1865 y 1898 como el periodo de nacimiento de las interacciones modernas entre ambos países2. Aunque el nexo entre política colonial y política exterior durante la Restauración impidiese normalizar las relaciones diplomáticas, la expansión económica de los Estados Unidos en la Península y la multiplicación de intermediarios culturales pusieron los cimientos sobre los que se fue desarrollando la relación bilateral en el siglo XX.

La presente investigación tiene como objeto de estudio las relaciones entre España y los Estados Unidos de América entre el final de la Guerra Civil norteamericana en 1865 y el estallido de la guerra hispano-norteamericana en 1898. El centro del análisis lo ocuparán las acciones y reacciones de los gobiernos de ambos Estados debido a que fueron los actores que protagonizaron las interacciones bilaterales durante el periodo de estudio. Sin embargo, también forman parte del análisis otros actores relevantes en la relación bilateral: las empresas multinacionales y los intermediarios culturales. El tema, sin embargo, debe ser acotado. No se pretende analizar aquí todos los contactos que tuvieron lugar entre España y los Estados Unidos. Muchas cuestiones bilaterales que ocuparon la atención de los agentes diplomáticos y que han dejado un registro no tienen un verdadero interés histórico. Se ha hecho una selección de los episodios relevantes para la agenda bilateral durante el periodo de estudio. Por otro lado, este trabajo tampoco pretende estudiar la historia colonial de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. El factor colonial sólo ha formado parte del análisis cuando se ha detectado su influencia en las relaciones entre Madrid y Washington, pero no ha sido su objetivo principal. El conflicto colonial español no fue nunca el único asunto en la agenda bilateral durante el último tercio del ochocientos. De hecho, la cuestión de Cuba ni siquiera fue una prioridad para Washington antes de 1895.

La delimitación cronológica está justificada. El final de la Guerra Civil en los Estados Unidos inició un nuevo ciclo en las relaciones hispano-norteamericanas: la cuestión de Cuba siguió siendo la piedra de toque, pero la victoria de la Unión prolongó la amistad bilateral durante las décadas siguientes al cerrar la puerta a las tentaciones anexionistas en Washington. Sin embargo, aparecieron nuevos conflictos en el marco de la anomalía de la agenda bilateral debidos al desarrollo de los intereses políticos y económicos norteamericanos en las Antillas y en la Península. Tras el estallido de una nueva insurrección cubana en 1895, los desacuerdos intergubernamentales se acrecentaron dramáticamente hasta acabar con la amistad bilateral en la primavera de 1898. La guerra hispano-norteamericana es el límite temporal de esta investigación porque cerró ese ciclo e inició la normalización de las relaciones bilaterales.

No existe ninguna historia de las relaciones hispano-norteamericanas durante el periodo. Ni siquiera ha existido un diálogo entre los historiadores de ambos países al respecto. Ciertamente, la historiografía norteamericana no ha prestado mucha atención a lo que se ha escrito desde España3, pero a estas alturas todavía sigue siendo frecuente que muchos historiadores españoles hagan generalizaciones sobre la política exterior norteamericana sin tener un conocimiento aceptable de lo que se ha escrito en los Estados Unidos. Por suerte, la especulación y los clichés ya han empezado a ser arrinconados en los trabajos que han explorado la relación bilateral en el siglo XX4.

Algunos autores han analizado superficialmente ciertos capítulos de la agenda bilateral al final del ochocientos. Pocos años después de la Guerra de 1898 aparecieron las obras que han definido el estudio de las relaciones hispano-norteamericanas hasta la fecha. En los Estados Unidos, French E. Chadwick publicó una historia de las relaciones bilaterales desde sus orígenes hasta el estallido de la guerra basado en la documentación publicada por el gobierno norteamericano5. En España, Jerónimo Bécker dedicó a la relación bilateral varios capítulos de su voluminoso análisis de la política exterior española en el siglo XIX basándose en la documentación del Ministerio de Estado6.

La historiografía de la política exterior norteamericana no volvió a interesarse por las relaciones bilaterales anteriores a 1898 hasta la desclasificación de los archivos diplomáticos y la llegada de los historiadores revisionistas en los años sesenta 7. Pero la escuela revisionista tampoco estuvo muy interesada en las relaciones hispano-norteamericanas: su objeto de interés fueron las raíces domésticas de la política exterior norteamericana. Walter LaFeber estudió superficialmente los intereses económicos norteamericanos en Cuba en 1895-18988. James B. Chapin diseccionó la política norteamericana en Cuba durante la administración Grant9. Tom E. Terrill relacionó las negociaciones comerciales hispano-norteamericanas con los debates arancelarios en los Estados Unidos10. Tennant S. McWilliams analizó la misión de Hannis Taylor en España11. Richard H. Bradford dedicó una monografía a la crisis del Virginius12. Más recientemente, Louis A. Pérez ha aplicado la teoría de la dependencia al estudio de los intereses económicos norteamericanos en la Cuba colonial13.

Cerca —aunque no dentro— de la escuela revisionista por su especialización en la diplomacia económica, David M. Pletcher ha dedicado varios trabajos a las negociaciones comerciales hispano-norteamericanas14. Desde la historia política, Lewis L. Gould ha realizado el análisis más completo de la política de la administración McKinley durante los meses previos al estallido de la Guerra de 189815. Más recientemente, algunos autores han retomado el interés por cuestiones como la iniciativa multilateral de 187516. En todos los casos se ha excluido el ángulo español de la cuestión. La excepción la han constituido los trabajos de James W. Cortada y John L. Offner. Son los únicos autores norteamericanos que han utilizado fuentes de los dos países: Cortada se ciñó al estudio de la diplomacia bilateral entre 1855 y 186817; mientras que Offner ha escrito el análisis más completo de la diplomacia hispano-norteamericana entre 1895 y 189818.

En los últimos años, el dinamismo que caracteriza a la historiografía norteamericana ha dado lugar a trabajos innovadores sobre las relaciones hispano-norteamericanas que no centran su atención en la política exterior de ambos gobiernos. Richard Kagan e Iván Jaksic, por ejemplo, han estudiado las percepciones culturales sobre España y los españoles entre los primeros hispanistas norteamericanos 19. Por su parte, Ana María Varela-Lago ha analizado los problemas de integración cultural de la emigración española en los Estados Unidos entre las dos guerras civiles de ambos países20.

Por su parte, la historiografía española ha prolongado la metodología de las obras de Bécker y Chadwick, caracterizada por: la reducción del análisis a las coyunturas de conflicto; la primacía de la documentación publicada sobre las fuentes de archivo; y la selección exclusiva de fuentes domésticas. En 1962, José María Jover sugirió que el final de la Guerra Civil norteamericana era el comienzo de una nueva época en las relaciones hispano-norteamericanas21. Sin embargo, ese horizonte de investigación no fue explorado por la historiografía española. Julio Salom dedicó algunas páginas a la relación bilateral en su estudio sobre la política exterior canovista hasta 188122. Joaquín Oltra realizó un estudio pionero sobre la influencia norteamericana en la redacción de la Constitución española de 186923. Manuel Espadas y Luis Álvarez Gutiérrez analizaron brevemente la crisis del Virginius24. Pero su ejemplo no tuvo continuidad inmediata.

A partir de 1975, la historiografía internacionalista española se ha concentrado cada vez más en el siglo XX, y sólo en los últimos diez años ha prestado atención a la relación con los Estados Unidos durante la pasada centuria. En este vacío han florecido los trabajos de diplomáticos aficionados a la historia, como José Manuel Allendesalazar y Javier Rubio. Allendesalazar publicó una introducción sobre las relaciones bilaterales en los años noventa25, mientras que Rubio ha estudiado superficialmente algunos episodios de la relación bilateral en varias de sus obras: las negociaciones sobre la emancipación de Cuba de 1869-1870, la crisis del Virginius, la iniciativa multilateral de 1875, las negociaciones comerciales de 1883-1884 y las reclamaciones norteamericanas de los años noventa26. Pero se trata de trabajos muy limitados por sus abusos interpretativos y su escasa solvencia en el manejo de la historiografía y las fuentes norteamericanas. Como resultado, sus obras no han respondido a ninguna cuestión relevante de las relaciones bilaterales.

Mención aparte merece la voluminosa historiografía sobre los orígenes de la Guerra de 1898. El centenario del conflicto, en 1998, podía haber supuesto una buena ocasión para que la historiografía española empezase a tomar nota de las innovaciones que se habían producido al otro lado del Atlántico. No fue así27. En este sentido, el centenario sirvió, una vez más, para exhibir la predilección de la historiografía española por la reiteración de interpretaciones poco novedosas durante la conmemoración de efemérides. El resultado: la avalancha de publicaciones no añadió mucho al conocimiento sobre las relaciones bilaterales antes del estallido del conflicto28, con la excepción de algunos trabajos29.

Las principales monografías españolas sobre la diplomacia bilateral durante la crisis de 1898 se habían publicado antes del centenario: se trata de trabajos que manifiestan la persistencia de la especulación y los clichés —a menudo sonrojantes— de la peor historiografía española. Julián Companys hizo un uso testimonial de las fuentes norteamericanas para analizar la misión de Steward L. Woodford en España, pero su metodología, basada en la exposición de documentos sin contextualizar y la reiteración de juicios de valor, desvirtúa sus resultados30. Por su parte, Cristóbal Robles se ha dedicado a sintetizar la documentación española, agregando también los habituales juicios de valor, sin añadir nada significativo31. En los últimos tiempos, la historiografía internacionalista española ha oscilado entre los análisis sobre las relaciones interculturales bilaterales32 y los estudios diplomáticos tradicionales33.

Fuera de las relaciones internacionales, la historiografía americanista no ha prestado la atención suficiente a las relaciones con los Estados Unidos. No resulta satisfactorio apelar genéricamente, como se hace habitualmente, a los intereses norteamericanos en Cuba partiendo de la premisa de que la acción internacional de los Estados Unidos en el último tercio del ochocientos giraba en torno a esa isla; tampoco lo es que no se conozca el contexto doméstico en el que se elaboraba la política comercial norteamericana, que se citen libros de texto sobre los Estados Unidos como obras de referencia, que se confunda el bill McKinley con el Arancel McKinley, o el Arancel McKinley con el Arancel Wilson-Gorman34.

Por estas razones, son muy pocos los estudios americanistas que han aportado información útil sobre las relaciones hispano-norteamericanas en el periodo objeto de estudio. José Antonio Piqueras ha analizado el tratado de comercio de 1884 y el acuerdo comercial de 1891, pero su trabajo está limitado por la selección exclusiva de fuentes españolas y la ausencia de historiografía norteamericana35. Por su parte, Inés Roldán ha estudiado más detalladamente el contexto cubano de esos pactos internacionales. Su trabajo, basado en un amplio abanico de fuentes primarias, es muy convincente diseccionando los diferentes intereses políticos y económicos entre La Habana y Madrid, pero no lo es tanto relacionando esos intereses con las interacciones entre Madrid y Washington36. Fuera de la historiografía americanista, y a medio camino entre la historia colonial y la historia de las relaciones internacionales, Mª Dolores Elizalde ha analizado detalladamente los problemas entre España y los Estados Unidos causados por los misioneros norteamericanos establecidos en las Islas Carolinas37.

La historiografía económica también ha empezado a analizar la influencia económica de los Estados Unidos en la Península. Leandro Prados y José María Serrano Sanz fueron los primeros autores que llamaron la atención sobre la importancia del comercio norteamericano en la España del siglo XIX 38. Más recientemente, Jerònia Pons ha analizado el éxito de las compañías de seguros de vida norteamericanas en el mercado peninsular39.

Desde la historia intelectual se han explorado las transferencias culturales en el siglo XIX. Carmen de Zulueta y Carmen de la Guardia han ilustrado el establecimiento, durante la Restauración, de la primera institución cultural estadounidense en la Península, el Instituto Internacional, por parte de misioneros norteamericanos con la intención de mejorar la educación de las mujeres españolas 40. Isabel Pérez González ha detallado los primeros contactos entre intermediarios culturales de ambos países 41. Más recientemente, Gonzalo de Capellán ha rastreado el origen del interés de los krausistas españoles en el modelo estadounidense42. Desde la historia cultural también han empezado a aparecer trabajos sobre las percepciones entre ambos países: Kate Ferris, por ejemplo, ha estudiado el discurso público de las elites españolas sobre los Estados Unidos43.

Por su parte, la historiografía latinoamericana ha hecho escasas contribuciones al tema objeto de estudio. Víctor Manuel Pérez se sirvió de documentación española para denunciar la presión incesante del imperialismo norteamericano en Cuba en el periodo 1868-1898, pero la escasez de sus fuentes limita el valor de sus resultados44. Por su parte, Óscar Zanetti ha utilizado la teoría de la dependencia para analizar los acuerdos comerciales hispano-norteamericanos. A pesar de su amplitud, sin embargo, su trabajo es muy poco cuidadoso en la selección de las fuentes primarias, tanto españolas como norteamericanas, y no es capaz de integrar sus resultados dentro de los nuevos análisis dependentistas45.

Antes de seguir adelante, es necesario clarificar las hipótesis que articulan este volumen. Para ello será inevitable hacer referencia a los debates historiográficos relacionados con el objeto de estudio. La historia de las relaciones internacionales ha sufrido cambios dramáticos en las últimas décadas que han ampliado tanto su definición como sus límites46. Se ha roto el monopolio que poseían los Estados en los estudios internacionalistas y se ha multiplicado el número de actores objeto de estudio47. Más recientemente, el giro cultural de la historiografía ha concentrado los debates dentro de esta especialidad48.

Pero, ¿sigue teniendo sentido un estudio de relaciones bilaterales? La profunda renovación de la historia de las relaciones internacionales en las últimas décadas ha contribuido a desplazar el interés tradicional por la acción exterior del Estado hacia las actividades transnacionales de la sociedad civil. O, en palabras de Anders Stephanson, “Diplomatic historians […] seem less and less interested in the history of diplomacy”49. Es una buena noticia, porque las relaciones internacionales nunca se han reducido a la diplomacia, bilateral o multilateral. Sin embargo, no parece razonable dar por supuesto que el estudio de la política exterior se haya convertido en algo irrelevante. Primero, porque no todas las fuerzas transnacionales que operan en la actualidad existían en otras épocas históricas, como el siglo XIX. Segundo, porque ni siquiera en la actualidad ha perdido importancia la política internacional50.

Tradicionalmente, el estudio de la política exterior se había limitado a los problemas de seguridad y defensa. A veces, incluso, se ha reducido el trabajo a copiar y verter la documentación diplomática sobre el papel. Esta es una de las razones por las que el análisis de las relaciones hispano-norteamericanas se ha concentrado en episodios como la Guerra de 1898 y los Pactos de 1953. Algunos especialistas han concluido que ya no era posible descubrir nueva evidencia empírica y que la profesión debía dedicarse exclusivamente a reinterpretar las fuentes51. Sin embargo, hace ya mucho tiempo que se ha entendido (al menos, fuera de España) que la política exterior, la de ayer y la de hoy, no se reduce sólo a la política de seguridad y defensa. Tampoco lo más relevante es necesariamente lo que ocupa más papel52. El estudio de la política exterior ha generado numerosas teorías que han intentado explicar —a menudo, con pretensiones normativas— el comportamiento de las potencias en el sistema internacional53. Por su parte, los historiadores norteamericanos llevan décadas intentando explicar el comportamiento internacional de los Estados Unidos. En España todavía no se ha desarrollado una ambición interpretativa semejante54.

A pesar de su creciente poder, entre 1865 y 1898 los ejecutivos norteamericanos rechazaron habitualmente los compromisos internacionales, incluso en sus áreas de influencia tradicionales. Esa paradoja ha desconcertado a los historiadores desde entonces, hasta el punto de que durante décadas los teóricos realistas negaron la existencia de una política exterior norteamericana durante esos años55. La escuela revisionista propuso una interpretación alternativa innovadora: fueron “años de preparación” en los que la economía norteamericana se desarrolló incesantemente hasta que alcanzó tales niveles de superproducción en los años noventa que todos los intereses económicos exigieron la obtención inmediata de mercados exteriores para exportar sus mercancías, pacíficamente o —si era necesario— por la fuerza. Su argumento era que, a pesar de las apariencias, existía una profunda continuidad estructural en la política exterior de los Estados Unidos desde Appomattox a Vietnam56. Esta tesis gozó de gran aceptación debido a la politización del debate historiográfico durante la Guerra Fría57. Pero su éxito, en palabras de Paul S. Holbo, también se debía a que su sencillez ocultaba la complejidad de los problemas a analizar: “This thesis has the compelling appeal of simplicity. But its authors misread American political history and fail to note emotional and ideological ingredients that affected foreign policy”58. Lo cierto es que, a pesar de su materialismo, los autores revisionistas no habían prestado mucha atención a las evidencias económicas y sus tesis fueron duramente rebatidas por ello59.

Sin embargo, una de las consecuencias del fracaso revisionista ha sido desincentivar nuevas interpretaciones generales60. En su lugar, se ha preferido limitar los análisis a cuestiones más modestas61. Lo más cerca que se ha estado de un nuevo modelo general es la definición que David M. Pletcher dio de estas décadas como un periodo de transición: “What, then, was the significance of the period between 1865 and 1898? I suggest that this was simply a period of education, experimentation, and preparation but not of fulfillment”62.

Los trabajos más recientes sugieren ampliar el análisis. Fareed Zakaria y Robert Kagan han renovado las teorías realistas: Zakaria ha defendido que los gobiernos norteamericanos definieron su política exterior en función de una lógica autónoma y no sólo al servicio de intereses más o menos espurios63; Kagan ha insertado los principios ideológicos en la acción exterior de las administraciones norteamericanas decimonónicas64. Desde el análisis cultural, Frank Ninkovich y Anders Stephanson han defendido la persistencia de una ideología reticente a la política de poder y la intervención gubernamental en el exterior 65. Emily S. Rosenberg también ha afirmado la existencia de una ideología de “liberaldevelopmentalism” en la política exterior norteamericana con cinco características: “(1) belief that other nations could and should replicate America’s own developmental experience; (2) faith in private free enterprise; (3) support for free or open access for trade and investment; (4) promotion of free flow of information and culture; and (5) growing acceptance of governmental activity to protect private enterprise and to stimulate and regulate American participation in international economic and cultural exchange”66.

Michael H. Hunt también ha defendido el rol de la ideología en la política exterior de los Estados Unidos en el siglo XIX, aunque con un contenido diferente. Hunt identifica una potente ideología nacionalista como el motor de la expansión estadounidense, con tres puntos clave: la búsqueda de la grandeza nacional, el racismo y el miedo a las revoluciones67. Todas estas teorías se acercan a las tesis corporatistas —herederas del revisionismo—, aunque la estrecha cooperación entre el gobierno y el sector privado que defienden son difíciles de aplicar al ochocientos68. Sin embargo, a pesar de la renovación que suponen, el principal problema que plantean todos los análisis culturales sigue siendo su ambivalencia sobre el rol causal de la ideología, y en general del factor cultural, en la política exterior69. De hecho, los partidarios extremos del giro cultural se niegan a plantear el debate en términos de causalidad. En palabras de Volker Depkat: “There is a tendency among cultural studies scholars inspired by postmodernist theories to stop their work with deconstructing dominant discourses, with defining the limits of discursive formations and exposing their legitimatory function. As a result, they question the very possibility of intentional behavior; however, they do not really provide an answer for the question of why is it that people act the way they act”70.

A lo sumo, los mejores trabajos se conforman con establecer una correlación entre discurso y política exterior, como en el caso del papel de las ideologías de género en el estallido de la Guerra de 189871. Pero descubrir que el género está presente en todos los discursos no añade una herramienta analítica muy útil: “gender then hardly has any analytical meaning when it comes to explaining foreign relations. To claim that all aspects of past realities are culturally constructed is just as mundane as the somewhat traditional article of faith that men live in groups and that their behavior is therefore socially determined”72. A veces, los análisis culturales están peligrosamente cerca de caer en la tentación de confundir correlación con causalidad. En palabras de Frank Ninkovich, “cultural studies see discourses as fields of contestation. […] But this desire to highlight the openness and arbitrariness of culture coexists uneasily with a desire to attribute to it a powerful coercive force” 73. El principal problema analítico de este determinismo cultural es la incapacidad para explicar el cambio en la historia74:

For one thing, to what extent can domestic culture and ideologies, gender and sexuality, race and identity explain how or why the foreign policy of a given state evolved? Moreover, does a specific foreign policy evolve because of these cultural narratives? […]

If one wishes to argue that public narratives constitute a significant part of the decision-making processes, we need to know more about exactly which narratives influence decision making and how they function. Unless scholars can retrace the central role of cultural narratives in concrete situations of policy making, cultural approaches to foreign policy remain what they are: interesting but irrelevant75.

En otros casos, los análisis culturales han carecido de cualquier interés por la política exterior porque la han considerado irrelevante76. En estos trabajos, la ausencia, entre 1865 y 1898, de una política exterior definida ha facilitado la sustitución del análisis de la política exterior por enfoques culturales de las relaciones exteriores de los Estados Unidos. Exceptuando, claro, todo lo relacionado con el imperialismo. Con este concepto, sin embargo, ha sucedido algo similar al género: es omnipresente —e incluso omnisciente—, de tal manera que carece tanto de definición (es evidente en sí mismo) como de origen (no tiene principio ni fin)77. Pero, ¿cómo se puede entender cabalmente el rol del factor cultural en política exterior sin diseccionar, previa o simultáneamente, el entramado de la diplomacia? Por el contrario, parece más razonable no excluir ninguna dimensión —ni cultural, ni política— si se quiere avanzar intelectualmente: “Until culture and power are somehow integrated conceptually and practically, as they are in real life, there will remain two cultures in the history of foreign relations”78.

El objetivo de este trabajo no es tan ambicioso. La primera hipótesis que articula, por tanto, es que la política exterior de los Estados Unidos de América durante el último tercio del ochocientos estuvo determinada tanto por su poder e intereses crecientes como por la influencia de fuerzas no estatales (como empresas multinacionales o intermediarios culturales) e ideologías y percepciones colectivas. Pero se hace necesario acotar la cuestión. El centro del análisis lo ocuparán los problemas estructurales de las relaciones hispano-norteamericanas, tanto políticos como económicos. Por razones de espacio y tiempo, el análisis de la dimensión cultural de las relaciones bilaterales se limitará al papel de ambos Estados en la promoción de su imagen cultural durante las exposiciones internacionales celebradas en ambos países79.

El principal problema de la historia contemporánea no es la ausencia de fuentes, sino la selección de aquellas que puedan ser relevantes para el objeto de estudio. Las relaciones hispano-norteamericanas no son una excepción. En este caso, tampoco es viable un análisis de toda la diplomacia bilateral. Por eso, ha sido necesario priorizar los problemas bilaterales que pueden responder algunas de las preguntas que interesan hoy en día en la historia de las relaciones internacionales y que han sido peor tratadas historiográficamente. En cambio, se han excluido cuestiones que generaron un gran volumen de correspondencia diplomática, pero que resultan pequeñas en relación con los problemas estructurales de las relaciones hispano-norteamericanas.

El análisis, por tanto, no se limita a los problemas de seguridad y defensa que habían concentrado la atención de los historiadores hasta la fecha. Es lo que ha permitido extender el periodo de estudio desde 1865 hasta 1898: durante esas décadas, en ausencia de amenazas a su seguridad, la política exterior norteamericana se concentró en la diplomacia económica y la promoción cultural. De esta manera, la segunda hipótesis se podría formular así: durante las tres últimas décadas del ochocientos, los gobiernos de los Estados Unidos de América y España se enfrentaron políticamente en muy pocas ocasiones, pero lidiaron con problemas económicos y culturales igualmente significativos.

Pero, ¿por qué priorizar los intercambios entre ambos Estados? ¿No sería más innovador estudiar las interacciones entre ambas sociedades? Lo cierto es que, después de contemplar el panorama historiográfico, cualquier estudio diplomático ya es una innovación. Pero, además, se parte aquí de la premisa de que es necesario conocer la dimensión diplomática de las relaciones bilaterales antes de poder embarcarse en otra clase de análisis debido a que ha sido precisamente el poder de los Estados el que ha regulado —facilitando o entorpeciendo— cualquier otra clase de intercambios. Sin esta base analítica, los escasos trabajos que han estudiado otras dimensiones de las relaciones bilaterales no han sido capaces de evaluar adecuadamente el rol de la diplomacia, sobredimensionándola o infravalorándola, dependiendo del caso. Desde este punto de vista, el análisis de tratados polvorientos, incluso de aquellos que no llegaron a entrar en vigor, cobra mucho sentido: a veces es tan revelador estudiar lo que no se hizo como lo que se hizo. Ahora bien, que los gobiernos de ambos países sean los actores principales de la investigación no significa que sean actores monolíticos. Todo lo contrario. Los Estados son actores complejos condicionados por presiones exteriores e interiores. La ventaja del análisis diplomático es que permite identificar la influencia de otros actores en la política exterior.

Antes de identificar qué actores han interactuado con ambos Estados es necesario especificar cómo tomaban sus decisiones los aparatos estatales. El proceso de toma de decisiones en los Estados Unidos se puede reconstruir con relativa precisión a partir de la documentación diplomática debido a que el gobierno norteamericano poseía una estructura mucho más sencilla que en la actualidad. La ejecución de la política exterior estaba en manos del presidente, pero el Congreso controlaba todos sus pasos. En la práctica, los presidentes delegaban la mayoría de los problemas en el Departamento de Estado, que siempre contó con recursos muy limitados. Los demás departamentos no tenían demasiada influencia en la política exterior, con la excepción del Departamento del Tesoro, que intentó obtener el control sobre la red de consulados en el exterior en varias ocasiones. Los secretarios de Estado entre 1865 y 1898, a su vez, delegaban la diplomacia diaria en los jefes de misión en cada país. Por tanto, los jefes de misión tenían un gran margen de maniobra si no se salían de los límites establecidos por el Departamento de Estado: la defensa de los ciudadanos estadounidenses en el extranjero y la exposición de principios americanos como el Destino Manifiesto, la Puerta Abierta o la Doctrina Monroe.

La diplomacia secreta que practicaban las potencias europeas estaba formalmente prohibida por la Constitución norteamericana, lo que obligaba al presidente a informar periódicamente al Congreso de sus iniciativas diplomáticas. Sin embargo, el legislativo no prestaba una atención continua a la política exterior y delegaba el control diario del ejecutivo en dos comités: el Comité de Relaciones Exteriores del Senado —del que dependía, en la práctica, la ratificación de cualquier tratado internacional— y el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes —que vigilaba la asignación de fondos al ejecutivo—. El Congreso era especialmente celoso de sus poderes económicos, lo cual reducía enormemente el margen de maniobra del Departamento de Estado en materia comercial80.

Pero, ¿qué otros actores intervinieron en la formulación de la política exterior de los Estados Unidos? El ejecutivo y el Congreso recibían la presión de diferentes agentes. Así, la intervención del Departamento de Estado era solicitada por los intereses comerciales y por las empresas que empezaban a operar fuera de las fronteras norteamericanas. El Congreso, en cambio, sufría la presión de las grandes industrias que actuaban en el mercado doméstico.

Sin embargo, el rol de otros actores no parece tan determinante. El papel de la opinión pública en la política exterior norteamericana, por ejemplo, sigue siendo muy difícil de evaluar correctamente y su función sigue sin estar clara81. En ese contexto, el rol de la prensa parece más útil si se analiza como portavoz de intereses sectoriales y de diferentes corrientes de opinión82.

Los intermediarios culturales que se han identificado, como los misioneros y los viajeros, solían actuar al margen de los canales diplomáticos aunque, si los utilizaban, recurrían exclusivamente a los servicios de las legaciones y consulados en el extranjero. Pero su papel en la política exterior del último tercio del siglo XIX tampoco está claro: siguieron siendo muy escasos en número y carecieron de canales institucionales para incrementar las transferencias culturales. Por tanto, la tercera hipótesis de esta investigación es que el conflicto de intereses entre el comercio y la industria fue más determinante que el rol de otros actores no estatales en la definición de la política exterior norteamericana durante las últimas décadas del siglo XIX.

El proceso de toma de decisiones español es mucho más difícil de diseccionar. No sólo se sucedieron diferentes regímenes políticos (monarquía, república, dictadura) durante el periodo objeto de estudio, sino que todavía no existe un volumen de trabajos aceptable sobre ellos. Las políticas exteriores de Isabel II y del Sexenio Democrático no han generado aún ningún debate académico83. Por su parte, la Restauración ha monopolizado una discusión limitada, con algunas excepciones84, a qué nombre dar a las políticas de Cánovas85. Pero debido a las dimensiones internacionales que concedieron todos los gobiernos españoles al conflicto colonial, parece razonable formular como cuarta hipótesis que en la definición de los intereses exteriores de la Restauración hasta 1898 tuvo un papel verdaderamente importante el nexo entre política colonial y política exterior86.

La evidencia sugiere que los diferentes regímenes españoles se ajustaron al sistema de diplomacia secreta vigente en Europa. La política exterior quedó en manos del jefe de Estado en todas las constituciones, pero sabemos que los monarcas habitualmente delegaron la diplomacia diaria en los presidentes del Consejo y en los ministros de Estado. Si bien existe evidencia de que Alfonso XII (1874-1885) practicó una diplomacia regia al margen de su gobierno, sigue sin estar claro si María Cristina de Habsburgo (1885-1902) actuó internacionalmente sin aval gubernamental87. En cualquier caso, era frecuente que los ministros de Estado despachasen los asuntos directamente con el monarca y al margen de la Presidencia del Consejo 88. El Ministerio de Ultramar también tuvo un papel destacado en la diplomacia española, tanto por sus competencias en política exterior desde 1872 como por la unión entre política exterior y política colonial durante la Restauración89. Las Cortes nunca tuvieron otros poderes específicos en política exterior que la ratificación de los tratados internacionales. Sin embargo, los gobiernos españoles —sobre todo durante la Restauración— se esforzaron, con éxito, por esquivar el control parlamentario sobre sus acciones exteriores mediante la denegación de información, la desinformación o la ocultación de acuerdos y negociaciones90.

En el caso de España también se pueden identificar otros actores influyentes en la política exterior. Desde el punto de vista de los intereses económicos, los industriales catalanes y vascos, y los agricultores castellanos tuvieron mucho éxito en la definición de una política proteccionista durante la Restauración91. Los intereses comerciales, en cambio, disfrutaron de mucha menos influencia92. En todos los casos, sin embargo, utilizaron las Cortes como su caja de resonancia. No parece que la opinión pública tuviese un rol relevante en un régimen sin apoyo popular y con una población masivamente iletrada. La prensa, con una circulación minúscula y con un interés escaso en las relaciones internacionales, funcionó casi exclusivamente como portavoz de los partidos políticos y del propio gobierno93. Cada vez está más claro que los emigrantes españoles jugaron el papel de intermediarios culturales, pero en la mayoría de las ocasiones al margen de un Estado que interpretaba negativamente el fenómeno de la emigración: en todos los casos, limitados por su escaso número94. Por su parte, los viajeros fueron aún menos influyentes entre una población analfabeta. Otros autores han sugerido que la ideología propia tuvo un papel verdaderamente importante, y que nociones como la de grandeza pretérita influyeron poderosamente en los dirigentes de la Restauración, especialmente a la hora de gestionar el conflicto colonial95. Por tanto, la quinta hipótesis que sostiene ese estudio es que la influencia de los intereses económicos y de otros actores no estatales en la política exterior de la Restauración durante las últimas décadas del ochocientos fue inferior en todo momento a la que ejercieron los intereses coloniales.

Este libro, pues, trata de responder a algunos de los interrogantes pendientes sobre las relaciones entre España y los Estados Unidos. ¿Cuál fue el papel de las colonias españolas en la política hemisférica de Washington? ¿Qué rol jugaron los intereses económicos norteamericanos en la Península y en las Antillas dentro de las negociaciones bilaterales? ¿Tuvieron las percepciones y estereotipos mutuos un rol relevante en las relaciones hispano-norteamericanas? ¿Qué papel desempeñó el nexo entre política colonial y política exterior de la España de la Restauración en sus relaciones con los Estados Unidos? ¿Qué influencia tuvieron los intereses económicos peninsulares en la relación bilateral? ¿Se puede rastrear el papel de alguna ideología o ideologías en la acción exterior de las administraciones norteamericanas? ¿Y en la de los gobiernos restauradores?

La elaboración de esta volumen ha exigido la localización de un amplio abanico de fuentes primarias en archivos norteamericanos y españoles. La selección de las fuentes se ha hecho a partir de las hipótesis de trabajo que han articulado este estudio. Aun a riesgo de haber caído en el cacareado “fetichismo” de las fuentes, se ha priorizado la búsqueda en los archivos que conservan la documentación inédita de las servicios exteriores de ambos países. Sin embargo, el grueso de la documentación utilizada se encuentra en los archivos norteamericanos custodiados por la National Archives and Records Administration (NARA) en su sede de College Park (Maryland), en las afueras de Washington, DC. Estos archivos contienen la mayor parte de la documentación generada por la diplomacia norteamericana y, además, la generada por otros departamentos gubernamentales que tuvieron papeles relevantes en la relación bilateral con España. El volumen de información custodiado es de tal orden de magnitud que no sólo ha permitido reconstruir las decisiones de los principales responsables de la política exterior norteamericana, sino que ha servido para compensar con solvencia las numerosas lagunas presentes en los archivos españoles.

Se han utilizado fundamentalmente tres fondos documentales de NARA. El grupo de fondos Record Group 59: General Records of the Department of State, guarda los archivos centrales del Departamento de Estado junto a una amplia muestra de la correspondencia con las representaciones norteamericanas en el extranjero. Es el grupo de fondos de NARA en el que hay que empezar cualquier investigación relacionada con la política exterior de los Estados Unidos. En este grupo se han utilizado las series Instructions, Diplomatic Despatches y Consular Despatches referentes a España. La serie Miscellaneous, en cambio, no ha proporcionado documentación de interés para el objeto de este estudio.

El grupo de fondos Record Group 84: Records of the Foreign Service Posts of the Department of State, contiene todos los fondos de las representaciones norteamericanas en el extranjero, tanto embajadas como consulados. Estos fondos incluyen la correspondencia duplicada con el Departamento de Estado y, sobre todo, la correspondencia con el gobierno español y con particulares españoles o extranjeros en la Península. Se han utilizado las series de la Embajada (entonces Legación) en Madrid, el Consulado General de Barcelona y los Consulados de Bilbao, Cádiz, La Coruña, Gibraltar, Málaga, Santander y Valencia. Este grupo de fondos ha sido fundamental para rastrear las relaciones entre la diplomacia y los intereses económicos norteamericanos en España.

El grupo de fondos Record Group 43: Records of International Conferences, Commissions and Expositions, contiene los fondos sobre las conferencias y exposiciones internacionales a las que hayan asistido los Estados Unidos o que hayan organizado en su territorio. En este caso, se han utilizado los fondos relativos a la Exposición Universal de Chicago de 1893 en la que España tuvo una participación destacada.

No todos los fondos de NARA han dado los resultados esperados, sin embargo. La documentación conservada por NARA en su sede central en Washington, DC, no ha ofrecido tanta riqueza informativa como la de College Park. El grupo de fondos Record Group 38: Records of the Office of Chief of Naval Operations, que contiene información sobre inteligencia naval, ha servido para clarificar qué evaluación de las fuerzas navales españolas hizo el gobierno de los Estados Unidos antes de 1898, pero los grupos de fondos Record Group 45: Naval Records Collection of the Office of Naval Records and Library, que conserva la documentación histórica del Departamento de Marina; Record Group 56: General Records of the Department of the Treasury, con toda la documentación generada por el Departamento del Tesoro; y Record Group 46: Records of the United States Senate, que contiene la documentación inédita producida por los comités del Senado —entre ellos, el Comité de Relaciones Exteriores—, han aportado escasa o ninguna información relevante. Pero los fondos de NARA no han sido los únicos archivos norteamericanos utilizados. También ha sido fundamental para la investigación la Manuscript Division de la Library of Congress, en Washington, DC. En esta sección se han encontrado varias colecciones particulares de diplomáticos norteamericanos: la de J.L.M. Curry, representante diplomático de los Estados Unidos en España entre 1885 y 1888; y la de John W. Foster, al frente de la misión diplomática norteamericana entre 1883 y 1885 y enviado especial a España en 1891. En cambio, las colecciones particulares de James G. Blaine, secretario de Estado en 1881 y 1889-1892, y Hannibal Hamlin, ministro norteamericano en España entre 1881 y 1882, no han proporcionado información interesante.

Fuera de los Estados Unidos, se han consultado algunos fondos conservados en The National Archives (TNA) del Reino Unido, situados en Kew, para completar el análisis de algunos problemas bilaterales. En estos archivos se han consultado los fondos ubicados en la sección Confidential Print del Foreign Office referentes a la participación de los Estados Unidos en la Conferencia de Madrid de 1880 sobre el sistema de protección en Marruecos y a los acuerdos comerciales hispano-norteamericanos. Esta documentación se ha completado con los informes de los consulados británicos en España entre 1856 y 1914, que se conservan digitalizados en la Biblioteca del Banco de España.

La investigación ha exigido el trabajo en un amplio número de archivos españoles debido a la dispersión de los fondos relevantes: el sistema de archivos español ha distribuido de manera pintoresca la información generada por los servicios exteriores del Estado entre varias instituciones. A pesar de las depredaciones documentales sufridas y el deterioro creciente de una parte de los fondos, esta documentación es imprescindible para conocer el ángulo español de las relaciones bilaterales. También se han utilizado los fondos conservados en los archivos militares sobre los agregados militares y navales en los Estados Unidos. Además, ha sido necesario consultar los archivos personales de varias figuras relevantes por dos motivos: a menudo, los diplomáticos españoles en los Estados Unidos evitaban la correspondencia oficial y se comunicaban con sus superiores por canales particulares; y en otras ocasiones, la superioridad se apropiaba de la correspondencia oficial y una parte de ella ha acabado en sus archivos personales96.

Los archivos que han concentrado la información del servicio exterior han sido, hasta hace poco, el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores (AMAE), en Madrid97, y el Archivo General de la Administración (AGA), en Alcalá de Henares (Madrid). El AMAE conservaba la correspondencia del Ministerio de Asuntos Exteriores (entonces llamado de Estado) con la Embajada (entonces Legación) de España en Washington, con el Consulado General de Nueva York 98 y los Consulados de Baltimore, Boston, Charleston, Filadelfia, Nueva Orleans, Portland, Savannah y San Francisco, y con el personal diplomático norteamericano en Madrid en la secciones de Correspondencia, Política y Tratados. En la sección de Personal también se encontraba información sobre el personal diplomático español.

Sin embargo, ha sido imprescindible completar estos fondos con los situados en el AGA: en la sección de Asuntos Exteriores se encuentran los fondos originales de la Embajada en Washington, y en consecuencia, gran parte de la documentación enviada desde Madrid que ha desaparecido del AMAE. Además, en los fondos de la Embajada en Washington fue posible localizar la correspondencia entre la Legación y los Consulados. Por último, en la sección de Presidencia del Gobierno del AGA se encontró correspondencia cruzada entre el Ministerio de Estado y la Presidencia del Consejo a propósito de la Conferencia Panamericana de Washington y la celebración del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América.

Después del AMAE y del AGA, el archivo público más importante ha sido el Archivo Histórico Nacional (AHN). En la sección Ultramar del AHN se localizaron fondos del Ministerio de Ultramar relevantes para las relaciones con los Estados Unidos debido a las competencias de este departamento en política exterior. Además, en la sección Diversos del AHN se encuentra una parte del archivo privado de Antonio Cánovas del Castillo, donde se conserva correspondencia con el personal diplomático español en los Estados Unidos durante los años que presidió el gobierno español.

También ha sido necesario consultar los fondos del Archivo General de Palacio (AGP) para rastrear la diplomacia regia. Dentro de la sección Reinados se han encontrado algunos documentos significativos producidos por los gobiernos de la Restauración, pero no se ha podido arrojar demasiada luz sobre el papel de la Corona.

Los archivos militares utilizados han sido el Archivo General Militar de Segovia (AGMS) y el Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán (AGMAB), situado en Viso del Marqués (Ciudad Real). En la sección Asuntos del AGMS se localizó la documentación que se ha conservado de los agregados militares en los Estados Unidos99. En la sección Expediciones del AGMAB se ha encontrado cierta documentación sobre los agregados navales y la Comisión de Marina de España en los Estados Unidos.

Por último, ha sido necesario trabajar en varios archivos privados, tanto dentro como fuera de Madrid. En la Fundación Lázaro Galdiano (FLG) de Madrid se encuentra la parte de la correspondencia de Cánovas que no se encuentra en el AHN. Allí se ha localizado más correspondencia con el personal diplomático en los Estados Unidos. En el Museo de Pontevedra se ha encontrado la documentación del Archivo del Marqués de la Vega de Armijo (AMVA). En esa colección se ha localizado correspondencia con el personal diplomático en los Estados Unidos durante los periodos en los que el marqués fue ministro de Estado.

Además de esas fuentes inéditas, ha sido necesario recurrir a una serie de documentos publicados tanto en España como en los Estados Unidos. En el caso norteamericano, ha resultado imprescindible la utilización de los volúmenes de la serie Foreign Relations of the United States (FRUS), selección de documentos diplomáticos editada anualmente por el Departamento de Estado. Los volúmenes del siglo XIX ya han sido completamente digitalizados por la University of Wisconsin, Madison100. Igualmente importantes han sido los volúmenes anuales del Federal Register de este mismo Departamento, donde se recoge toda la información sobre el servicio exterior norteamericano y sobre el personal diplomático extranjero en los Estados Unidos. Asimismo, ha sido necesario utilizar la colección de tratados internacionales firmados por los Estados Unidos hasta 1910101. Se ha utilizado el Congressional Record para consultar los debates del Congreso de los Estados Unidos referentes a las relaciones bilaterales. Tres recursos web de especial utilidad han sido The American Presidency Project, que ha colgado en la red tanto los documentos públicos de los presidentes norteamericanos como los programas electorales de demócratas y republicanos102; The Congressional Biographical Directory, que recoge el perfil biográfico de todos los miembros del Congreso de los Estados Unidos desde 1776103; y la página del Departamento de Estado de los Estados Unidos (U.S. Department of State), que contiene una sección de información histórica104.

En el caso español, la Gaceta de Madrid, completamente digitalizada, ha sido fundamental para consultar las medidas legislativas del gobierno español que afectaron a las relaciones bilaterales105. Otro tanto ha ocurrido con los volúmenes anuales de la Gaceta Oficial de España, donde se conserva información sobre el personal diplomático español y extranjero. Igualmente ineludible ha sido consultar las colecciones de tratados firmados por España editadas por Alejandro del Cantillo, Mauricio Janer y el marqués de Olivart106. Los Diarios de Sesiones de las Cortes, a su vez digitalizados, han permitido acceder a los debates que han hecho referencia a las relaciones bilaterales. Por último, los Libros Rojos publicados por el Ministerio de Estado también han servido para completar la documentación sobre algunos problemas bilaterales.

La investigación se ha completado con el vaciado de publicaciones periódicas de ambos países. En los Estados Unidos fue posible localizar noticias de interés sobre las relaciones bilaterales en diarios como The New York Herald, The New York Times, The New York Tribune, The Washington Post, The Chicago Tribune, The Boston Globe y The Independent, entre otros. También se encontró información relevante en revistas señeras como The North American Review, Century Illustrated Magazine, Harper’s Bazaar y Harper’s Monthly. En España, el vaciado de publicaciones periódicas se restringió a los periódicos más importantes de la capital, como El Imparcial, El Liberal, La Época, etc, o cuya opinión interesaba a los diplomáticos de los Estados Unidos, como El Día. También se ha encontrado información de interés sobre las relaciones bilaterales en la Revista de España y el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza.

El abanico de fuentes utilizadas ha respondido a las hipótesis que han guiado este estudio. Soy consciente de que se podría haber ido más allá, pero creo que las fuentes seleccionadas han cubierto los objetivos de esta investigación. Hubiera sido deseable poder consultar depósitos documentales adicionales para enriquecer el análisis, como los archivos de Standard Oil (University of Texas at Austin) y Singer Manufacturing Company (University of Wisconsin, Madison) en los Estados Unidos. Otros fondos documentales no han dado los resultados esperados: en los Estados Unidos, los Smithsonian Institution Archives en Washington, DC; en España, las colecciones particulares de Segismundo Moret y Juan Pérez de Guzmán en la Real Academia de la Historia, los fondos del Archivo de la Presidencia del Gobierno y del Archivo General Militar de Madrid.

Enemigos íntimos

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