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1- PARTIDA DE LONDRES

Esta foto es del vapor Lord Stanfordd, navegaba regularmente la ruta Londres-Bombay, era un viaje tedioso y largo, duraba meses, toda una aventura y una odisea, siempre se estaba a merced de las fuerzas de la naturaleza.

La fecha que está detrás de la foto, 14 de mayo de 1912, es del día en que partimos del puerto de Southampton.

Recuerdo que eran las 8 de una hermosa mañana, un sol radiante, su brillo dorado me acariciaba intensamente el rostro, cómo olvidarme de ese día, fue una excepción al siempre monótono y aburrido cielo londinense.

El barco estaba repleto de personas de diversas procedencias sociales, pero todos con un sueño y anhelo comunes: las futuras posibilidades y riquezas que prometían las nuevas colonias de la corona en el Índico.

Viajé con un boleto en segunda clase, no estaba mal en comparación con la clase popular, los que viajaban en tercera clase prácticamente viajaban hacinados, el boleto me costó 200 libras esterlinas, primera clase costaba 350 libras y tercera clase, 100 libras; y a cada pasajero de la clases media y alta nos obsequiaban una foto del vapor Lord Stanfordd y una cena de bienvenida y camaradería, en primera clase además tenían el privilegio de otras actividades, como acceder a la sala de juegos, sala de té, bar, etcétera.

John Stanfordd fue un personaje nefasto, horrible, malvado, cuentan que nació en los suburbios de Londres, su padre murió por alcoholismo cuando él era niño y su madre se casó con otro hombre que lo maltrataba, golpeaba y obligaba a realizar trabajos duros. Así fue como escapó de su casa y vivió en las calles mendigando y se convirtió en un delincuente juvenil, las crónicas dicen que a los 16 años cometió un crimen y logró escapar de Gran Bretaña como polizón a las nuevas colonias en América del Norte.

Ingresó en forma clandestina al nuevo mundo y se radicó en Nueva Inglaterra, trabajó en diferentes oficios, pero su crecimiento económico, prosperidad y poder los hizo traficando esclavos de África a las nuevas colonias, en las rutas esclavistas del Atlántico. Era conocido por su astucia, frialdad, pero sobre todo por su impiedad. Relatan que llegó incluso a arrojar a niños vivos al océano, era cruel y tenía fama de temible azotador, su fortuna fue incalculable, tanto como sus contactos políticos y financieros, justamente murió ajusticiado por una daga clavada en el pecho por un esclavo, el motivo fue que Stanfordd había azotado y dado muerte a su madre y padre.

Eduard Stanfordd, su hijo, continuó el negocio familiar, ensanchando la fortuna e influencias.

Abolida la esclavitud, Eduard regresó para generar nuevos negocios en Gran Bretaña, hizo el camino inverso, volvió a sus antepasados, la tierra de su padre.

Pero no solo regresó por negocios, con una gran fortuna disponible y toda la influencia que ello implica, también venía a limpiar la historia de su padre, convertirlo de malvado a héroe (vaya a saber si su padre le pidió esto como su última voluntad o si fue decisión personal de limpiar su apellido y linaje).

Entabló buenos contactos en la corte, aunque no logró que su padre fuera reconocido “Sir, post mortem”; este deseo no tuvo eco ni aceptación, primero porque es un título personal entregado por la monarquía a personas en vida, es la máxima distinción que otorga la corona a un civil y se da a aquellos que han contribuido de manera positiva, ejemplar, destacada y extraordinaria al país.

Pese a su insistencia y una cuantiosa donación para financiar la construcción de un navío de guerra, logró al menos que su padre recibiera el título emérito de “Lord”, un título menor que, con influencias, buenos contactos y mucho dinero se podía conseguir.

Para la historia Lord Stanfordd fue un varón que sirvió al país y fue un adelantado en las nuevas colonias, un pionero.

No hay nada que el todopoderoso dinero y los buenos contactos no puedan lograr, aun al más despiadado criminal lo pueden poner en un pedestal de bronce y catapultar como honorable y lleno de dignidad.

Eduard Stanfordd en poco tiempo se convirtió en un importante comerciante de especias, bienes manufactureros y metales.

Sus navíos surcaban todo el tiempo las rutas que unían gran Bretaña con las colonias de las Indias orientales.

No bien zarpamos, tenía sentimientos encontrados, por un lado la nostalgia y angustia de dejar Londres, la familia y amigos, pero también sentía una enorme felicidad por reencontrarme con mi futuro esposo que hacía dos años estaba en Bombay, por comenzar una familia y por descubrir esa tierra llena de contrastes, sabores, aromas, llena de carencias y dificultades, pero a la vez con muchas posibilidades.

Mi madre con lágrimas en los ojos me dijo que “la felicidad no está, ni es un lugar físico, la felicidad está donde el corazón encuentra amor, cobijo, cuidado y metas por las que luchar, por lo tanto, donde encuentres ello, encontrarás la felicidad”.

Fue el abrazo más intenso que sentí, me traspasó el alma, fue un instante eterno, aún hoy siento la fuerza, energía y frescura de su abrazo.

Mi padre me recordó que la vida es un camino sinuoso, lleno de dificultades, pero también de oportunidades y eso es lo maravilloso, ahí radica la energía vital para afrontar los desafíos, siempre recuerdo sus palabras. “Si tienes un día feliz o momentos buenos, disfrútalos intensamente, no durarán para siempre, si tienes un día o momentos malos, ten paciencia y fortaleza, tampoco durarán para siempre, en la vida tanto los buenos como los malos momentos son pasajeros, efímeros, por eso disfruta unos y sé fuerte en los otros”.

Estos consejos me han acompañado toda mi vida.

Fiel a nuestra tradición familiar, rezó por mí y me dio lo que consideraba su reliquia más preciada, una Biblia que tenía la firma de un tal Charles Spuergeon, mi padre dijo que este predicador fue el más importante de su tiempo . La personalidad más convocante e influyente de toda Inglaterra, muchos incluso dicen que llegó a rivalizar en popularidad con la misma monarquía, y esa Biblia se la había obsequiado personalmente a mi abuelo.

No bien dejamos el puerto navegamos con un mar muy calmo, aun esta serenidad no impidió que la mayoría durante toda la noche y madrugada, algunos incluso por días, tuvieran dolencias estomacales y náuseas, muchos experimentaron sudores fríos y hasta incluso hubo gente con cuadros febriles, cosas habituales —nos dijeron— para aquellos que no están habituados a la navegación, se llama “síndrome o mal de mala mar” y que con el correr de los días desaparecerían, yo no experimenté ni vómitos ni dolores, pero sí me costó conciliar durante muchas noches el sueño.

Las camas de los camarotes eran horriblemente incómodas y se mecían continuamente, las noches y los días se hacían eternos, la monotonía del azul del océano y del cielo hacía que pierdas la noción del espacio y el tiempo, solo eran perceptibles el día y la noche, por ello era muy común que la mayoría llevara diarios de viaje no solo para perpetrar en la memoria sus crónicas, sino también se anotaba el día de viaje y demás apreciaciones personales, la hora no tenía importancia, ya que, conforme avanzamos hacia aguas ecuatoriales, la hora variaba continuamente.

Mi forma de pasar el tiempo era imaginarme cómo sería Bombay, su gente, su tradición, cómo sería la nueva vida allí, tan lejos, con gente tan distinta, todos los días me creaba una historia diferente, una nueva fantasía. También por momentos me invadía una profunda angustia, experimentaba miedos y dudas terribles, sentía un vacío muy grande, y miedo, mucho miedo, trataba de no caer en esa tristeza protegiéndome en los mundos e historias fantásticas, grandes aventuras, personajes, que surgían de mi imaginación, todo lo que me alejara de angustias y temores era válido, la mente puede ser tu mejor aliada, pero también tu más grande enemiga.

Conforme navegábamos hacia aguas ecuatoriales, el calor era más intenso, esto, más las incomodidades, la monotonía del viaje y lo interminable que se hacía todo, muchas veces quebraba la voluntad.

Las ganas, las energías, los sueños y la moral caían por el suelo y es inevitable preguntarte, cuestionarte, si realmente valía la pena, si tenía sentido tal empresa, ahí venían a mi mente las palabras de mi padre: “la vida es un camino sinuoso, lleno de dificultades, pero también de oportunidades”, esto me traía calma, me cargaba nuevamente.

El capitán del barco era un hombre alto, de barba blanca con matices amarillentos probablemente de tanto sol, de contextura fuerte, de unos 50 años, su rostro tenía los surcos profundos y marcados, huellas que delataban las brisas salinas y el agua del mar, por sus venas seguramente corrían océanos enteros, historias infinitas.

Nunca comprendí a estas personas, a los hombres del mar, el mismo lugar que era su cielo, también era su infierno, su vida, pero también muchas veces su tumba.

Tenía una voz serena, pausada, en cada palabra denotaba muchos conocimientos de navegación y sabiduría de mar, nos reunió a todos los pasajeros una tarde y nos dijo: “Buenos días, espero que la navegación les esté siendo amena, los he reunido para informar que estamos ingresando a una zona de la derrota con aguas agitadas, les ruego que sepan mantener la calma y seguir todas las instrucciones según requieran los casos, muchas gracias”.

El capitán se llamaba Joseph Ruddol, los marineros de su tripulación decían que venía de familia de navegantes, su bisabuelo, abuelo y padre fueron marineros de la East Indian Company, empresa que por mucho tiempo tuvo el monopolio de la navegación y comercio entre Londres y las colonias de las Indias Orientales, todo bajo el amparo y protección de la Corona británica.

También decían a modo de orgullo y admiración que tanto su bisabuelo, como su abuelo y su padre yacían en las profundidades del océano, eso no me causaba para nada motivo ni de orgullo ni de admiración y hasta me generaba muchas dudas y miedos.

El viaje de Missie Torken

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