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Оглавление1. EL TOQUE A REBATO
LAS MUJERES Y EL MOTIVO MELIORISTA
Patience Darton:
Lo mío fue exclusivamente político. Me causaba tanta irritación la situación de Inglaterra y el hecho de que no se hiciera nada al respecto. Y allí estaban los españoles que sí actuaban. Me di cuenta. No sé cómo fui consciente de ello, pero así fue.[1]
Penny Phelps:
Ni me pasó por la cabeza. No era consciente de aquello. No fui a España por motivos políticos. Era un lugar donde había necesidad. Es como cuando ves una brecha y piensas «vaya, es peligroso», o «allí necesitan ayuda». Y me pareció que quizá podía colaborar de algún modo.[2]
1.1 Patience Darton en su época de joven enfermera.
1.2 Penny Phelps en su época de joven enfermera.
Estas dos enfermeras, que trabajaron cerca del frente en España, consideraban los motivos de su participación en términos opuestos, una afirmaba que el suyo fue «exclusivamente político», y la otra, que las «razones políticas» no la motivaron lo más mínimo. De ahí surge el interrogante: ¿por qué se involucraron las mujeres británicas en la guerra de España, un país que la mayoría no habían visitado y que era un territorio ajeno, tanto en lo cultural como en lo político? No eran ciudadanas de una nación en guerra, bajo la autoridad de su gobierno. Para casi todas se trató, más bien, de una elección personal. Pero limitarse a afirmar que las movió lo que consideraron una «causa justa» sería una generalización vulgar que no explicaría por qué, entre toda la masa de la población, estas mujeres en concreto respondieron de aquella manera. Contestar a esta pregunta, sencilla en apariencia, se convierte en una tarea complicada, debido, en parte, a las complejidades inherentes a la naturaleza de la intervención de las mujeres en la guerra española. No sólo existieron notables diferencias en el grado y en la forma de su participación, sino que, además, estas mujeres sostenían opiniones muy diversas y representaban a un sector muy amplio del espectro social.
¿Cómo iniciar, pues, el análisis? En el examen preliminar del papel de estas mujeres, parecería posible una clara división entre motivos políticos y humanitarios; unas cuantas mujeres políticas, escritoras de la prensa izquierdista y activistas de partidos podrían situarse en la primera categoría. Las cuáqueras y las que cuidaban a refugiados y heridos se podrían clasificar como humanitarias. Sin embargo, la realidad, excepto para una minoría en ambos extremos de la escala, es que a la mayoría de las mujeres las impulsó un interés en ambos ámbitos; lo personal y lo ideológico iban inseparablemente unidos en diversa medida y, a veces, evolucionaban a través del tiempo y de la experiencia. Otra estrategia consistiría en separar a las mujeres en categorías de tipos representativos: enfermeras, escritoras, luchadoras de base, por ejemplo, y luego proceder a investigar la fuerza motriz que animó a cada grupo. Pero un enfoque generalizado a partir de tipologías podría revelar más sobre el concepto de la clasificación por funciones que sobre la naturaleza de las fuerzas motrices en acción. Más allá de consideraciones metodológicas, surgen otros temas relacionados con el interrogante de cómo identificar una fuerza tan escurridiza como la «motivación» con un grado mínimo de fiabilidad.
La investigación de cada relato individual del pasado puede aportar un punto de partida. Los temas asociados al uso de esas fuentes se encuentran bien documentados en otros estudios, algunos de los cuales tratamos en el apéndice II, pero en cuanto a los objetivos de este capítulo, existe un punto en concreto que requiere aclaración.[3]Es preciso diferenciar entre la descripción de motivos de primera mano que se realiza individualmente a lo largo de una narración personal, y los motivos que los historiadores atribuyen después de analizar los factores motivadores de cada historia vital individual. Pero, en ambos casos, es preciso considerar los aspectos reconstructivos de la naturaleza del recuerdo. Se ha polemizado sobre el hecho de que dichos relatos reflejan el deseo, consciente o inconsciente, de «componer» una historia vital individual con una lógica interna.[4]Los historiadores orales remarcan que, si bien ciertos individuos muestran habilidad para distinguir sus motivos «de entonces» de lo que ahora considerarían una explicación más válida, otros son menos conscientes de los procesos reconstructivos de la evocación del pasado.[5]Incluso cuando el historiador fundamenta el análisis de los factores motivadores en «testimonios inconscientes», más que en la respuesta a preguntas directas, la investigación se resiente por la selección u omisión de recuerdos que cada individuo ha usado para lograr la «compostura». Lo que lleva a un análisis del subtexto de la motivación que obliga a los historiadores a acercarse a un campo más propio de psicólogos, a pesar del factor de dispersión del propósito que subyace en su trabajo. Es una vía que puede conducir a un campo histórico nuevo y fértil o acabar empantanada en la pseudopsicología. Pese a los riesgos, el ser cada vez más conscientes del potencial de este método puede permitir a los historiadores un análisis más completo.[6]Desde esta perspectiva, los relatos personales constituyen una vía que nos ayuda a comprender a los individuos y su opinión sobre los motivos de entonces, más que observar sólo los hechos del pasado.[7]
Aunque nunca se podrá afirmar que la motivación es únicamente una respuesta a fuerzas irresistibles, identificar los factores clave de la motivación sí que nos permite rastrear el camino que cada mujer en concreto eligió en su vida y también identificar patrones de conducta comunes. La primera parte de este capítulo se propone comprender la relación entre esas mujeres como individuos y las influencias significativas que les afectaron en su juventud. La segunda parte examina la posterior interacción entre los factores determinantes en la juventud y las respuestas de las mujeres maduras a cuestiones y acontecimientos más amplios. A través de los recuerdos de la infancia y la juventud, este capítulo intenta desenredar las hebras principales de la madeja: predisposición, influencia y acontecimientos relevantes, en la formación de las actitudes que llevaron a la participación en la Guerra Civil Española.[8]
LO INNATO Y LO ADQUIRIDO
El primer tema que surge con una regularidad asombrosa en esta recopilación de recuerdos es la preocupación por el prójimo, prueba de una sensibilización temprana ante el sufrimiento y la injusticia, que siguió siendo un elemento esencial en el resto de la vida de muchas mujeres de esta investigación.[9]Penny Phelps experimentó de pequeña tales sentimientos, mientras otras personas reaccionaban de manera muy diferente.
Recuerdo el Zepelín descendiendo sobre Cuffley, sorprendido por los reflectores, justo encima de las vías del tren. Y recuerdo el bang bang, que debían de ser los antiaéreos, y vi cómo alcanzaron al Zepelín, que se desintegró y cayó. Todo el mundo comenzó a gritar y aplaudir, pero yo, que era muy joven, no tuve [la misma] sensación. Lo que sentí fue horror, horror porque tuviera que pasar aquello y se quemara viva la gente.[10]
Después de casi ochenta años, los recuerdos de juventud de estas mujeres incluyen referencias a los soldados heridos en la Primera Guerra Mundial y la viva impresión que les dejó en el recuerdo su llegada al mundo infantil, una revelación mutilada de la realidad del mundo adulto. Frida Stewart, que condujo una ambulancia hasta España durante la guerra, escribió sobre un suceso inolvidable que sucedió cuando tenía seis años y la Cruz Roja llevó a algunos heridos a una fiesta al aire libre, en el jardín de su abuelo, en Longworth.
... llevaban puesta la ropa azul claro del hospital, algunos habían perdido un brazo, o llevaban la cabeza vendada, y los empujaban en sillas de ruedas. Otros cojeaban, con ayuda de muletas, porque habían perdido un pie o una pierna en el frente. Los niños participamos en un desfile, para entretenerlos, y cada uno representaba a un aliado. Yo era Japón, y blandía una bandera roja y blanca con un círculo y los rayos del Sol Naciente. Habría sido divertido desfilar vestida con un kimono rojo, pero la visión de aquellos espectadores mutilados y vestidos de azul estropeó mi alegría juvenil aquella tarde.[11]
A otras, como Kathleen Gibbons y Marjorie Jacobs, también las conmovió profundamente un recuerdo similar.
Al volver a casa del colegio, cuando vivíamos en Edlington, los soldados heridos iban en el tranvía, en la parte de arriba. No se me ha borrado el recuerdo de sus manos y brazos heridos. Si había algún soldado que tuviera bien las piernas, me cogía y me sentaba sobre sus rodillas. Recuerdo que el olor de las heridas llenaba aquel espacio. Cuando llegaba a casa, lloraba por ellos.[12]
Recuerdo la Primera Guerra Mundial. La gente regresaba a casa, los hombres que regresaban habían perdido un brazo o una pierna. formaban pequeños grupos, caminaban por la cuneta. Tocaban la armónica y pedían limosna. Era la única forma de ganar algo de dinero para mantener a su familia. Lo recuerdo perfectamente. Esas cosas te marcan.[13]
El último comentario, «esas cosas te marcan», subraya la importancia de estos recuerdos en el grupo de mujeres del estudio. La mayoría de los niños de aquella época seguro que vieron a los heridos de guerra, pero para estas mujeres sigue viva aquella sensación, y la han elegido entre una rica galería de recuerdos para narrarla como una experiencia inolvidable de su vida.
Otros ejemplos de recuerdos que reflejan la conciencia social demuestran que, desde muy jóvenes, percibieron las injusticias del sistema de clases. Cora Blyth se casaría más tarde con un refugiado republicano pobre, sin la aprobación de sus padres. De niña, también hizo buena amistad con gente que no pertenecía a los círculos sociales más convenientes.
[Mi madre] tenía una marcada conciencia de clase y yo tenía una muy, muy buena amiga –la única que tuve, porque no fui al colegio hasta que cumplí diez años y no tenía a nadie con quien jugar–. Cuando cumplí siete años, conocí a una niña que vivía a dos casas de la mía. Era hija de un pintor de brocha gorda, creo. Y a mi madre no le hacía mucha gracia. Por ejemplo, no podía dejar que entrara en casa, y aquello me daba mucha vergüenza porque yo me daba cuenta. Y siempre me preocupaba que las criadas no pudieran sentarse en el jardín. Y también que no tuvieran más días de fiesta. Todo aquello no iba nada con mi madre. Supongo que tuve conciencia social desde una edad muy temprana.[14]
Otra mujer que sintió una extrañeza parecida por la rígida división social fue Leah Manning, maestra y diputada laborista que llegó a ser una líder destacada en varios comités sobre España y responsable, en gran medida, del trasporte a Gran Bretaña de cuatro mil niños vascos refugiados.
Cada mañana, antes de levantarnos, llegaba una fregona, con su enorme y basto delantal atado a la cintura y una boina de hombre sobre la cabeza. A veces, la miraba desde la ventana de mi habitación, con el golpeteo metálico de los cubos, mientras limpiaba los escalones y sacaba brillo al buzón, a la aldaba y a la campana. Luego, Emma [... una pariente lejana e insolvente que vivía con nosotros...] aparecía en el umbral con una taza de cacao humeante, unas rebanadas de pan con manteca y seis peniques. Me parecía tremendamente desagradable que Emma no le pidiera a la fregona que almorzara en la cocina. «¿Por qué no le pides a la fregona que entre en la cocina para tomarse el cacao? –le pregunté, impertinente–. No hagas preguntas y no te dirán mentiras», contestó Emma.[15]
Jessica Mitford, una de las hijas pequeñas de Lord Redesdale, fue noticia cuando se «fugó» a España con Esmond Romilly, que había combatido con las Brigadas Internacionales. Ella escribe sobre su infancia y del «temprano nacimiento de su conciencia, el descubrimiento de la realidad de otras personas» y «la visión impactante del auténtico significado de la pobreza, el hambre, el frío, la crueldad».[16]Los niños harapientos que podía ver durante el viaje en tren a Londres y las noticias de los diarios sobre la gente que vivía en una habitación, muerta de frío, la mortificaban por su incapacidad de idear una solución. Se apuntó a una organización llamada los Rayos de Sol, que preparaba una relación por correspondencia entre un niño rico y otro pobre. Más que enviar el típico regalo ocasional o la ropa usada y juguetes, Jessica decidió que su «Rayo de Sol», Rose, de catorce años de edad, debía ser rescatada de la vida que llevaba en los barrios bajos de Londres y vivir en la mansión de la familia. Le ofrecieron el puesto de segunda doncella,[17]pero en la práctica el plan no estuvo a la altura de las expectativas de ninguna de las dos chicas. Jessica se sintió consternada al comprobar que, a pesar de que su correspondencia había sido «elocuente», después de saludarse en la estación ya no dijeron ni media palabra y se mantuvieron en completo silencio durante el trayecto a casa. Rose lloraba hasta que el sueño la vencía y se negaba a comer. Al cabo de dos días, regresó a Londres, dejando a Jessica confusa y preocupada por si en cierto modo había sido culpa suya, o bien si la causa era el pesado trabajo de doncella. Ella misma reconocía la relación entre este recuerdo de infancia y su pensamiento posterior.
A medida que transcurrían lenta y pesadamente los meses y los años, como una tetera que no hierve nunca si la miras, el recuerdo triste y penoso de Rose se fue desvaneciendo y en su lugar surgieron ideas nuevas y más revolucionarias de cómo resolver las lacras del mundo.[18]
Patience Darton ya observó en el colegio las diferencias de clase que existían en el sistema educativo. La suya era una familia venida a menos, con el consiguiente «apuro» de acumular facturas impagadas. Aun así, sus padres pudieron pagarle la matrícula de lo que se consideraba una escuela privada barata, hasta que cumplió los catorce. Patience recordaba la angustia y la ira que sentía en el colegio cuando se humillaba a las pocas alumnas becadas debido a su procedencia menos acomodada.
Todos los años, a comienzos del curso, decían, «Oíd, chicas, vuestros padres han comprado los libros de texto, libros que serán sólo vuestros. Mientras que a estas chicas son vuestros padres quienes les han pagado los libros, libros de segunda mano que han de mantener siempre en buen estado y cuidarlos mucho». A mí me horrorizaba aquel espectáculo. Y, además, yo pensaba que si estaban allí era porque eran listas. Al contrario que nosotras, que estábamos allí porque nuestros padres pagaban. Y aquello me parecía muy poco cristiano.[19]
1.3 Micky Lewis.
Micky Lewis se convirtió en defensora de la izquierda de por vida debido a su empatía con el prójimo y su innato sentido de la responsabilidad.
Sé que sonará un poco sensiblero, pero a veces discutía de eso con una chica. Ella decía –siempre recuerdo la discusión, en el colegio–, ella decía que si alguien hacía daño a otra persona, no era asunto suyo. En cambio, yo decía que sí, que sí que era asunto nuestro. Si alguien sufría algún daño, teníamos que asistirlo.[20]
Un sentido de la responsabilidad parecido impulsó a Frida Stewart a colaborar en muchas «causas» a lo largo de su vida y, sobre todo, en el movimiento pacifista. Desde su punto de vista de niña pequeña, la Primera Guerra Mundial parecía que no acabaría nunca, y en 1918 creyó que tenía que hacer algo para ayudar a traer la paz. Aquel deseo se combinaba con lo contrario, un interés egoísta típicamente infantil.
Pero al final, aumentaron las esperanzas [de paz] y cuando se acercaba mi octavo cumpleaños, comencé a hacer un ruego especial a Dios, para que acabara la guerra aquel día. Dos días antes, el nueve de noviembre, el Káiser abdicó y se instauró la República Alemana; por todas partes se oía hablar de rendición y paz, aunque nos habían advertido que no fuéramos demasiado optimistas. Redoblé mi presión sobre Dios y cuando el día once, a mediodía, llegó la noticia de que se había firmado el armisticio aquella mañana, ¡me sentí inmensamente responsable y tan importante como si todo hubiera sido sólo obra mía![21]
Gran parte de los relatos indican la presencia de una predisposición no sólo a identificarse con el sufrimiento ajeno, sino también a esa característica determinación a actuar para solucionarlo. Esta corriente de meliorismo, la creencia de que el esfuerzo humano puede hacer un mundo mejor, crea las bases de su actitud hacia la sociedad y la política. Por ejemplo, sobre Nan Green, una de las mujeres británicas que más se comprometió con la guerra española, su hijo escribió:
Era una persona de altos principios, la transferencia de una fe en Dios heredada se fusionó con la posibilidad de que la mejora de la humanidad depende, en gran medida, de su propio esfuerzo; no es tanto la creencia de que es posible el cielo en la tierra, sino la convicción de que no tiene sentido esperar a que llegue sin ayuda.[22]
¿Qué factores, además de una posible disposición heredada, pueden haber contribuido a la decisión de emprender acciones positivas para generar el cambio? Una fuerza que hay que tener en cuenta es la dinámica familiar. Muchas mujeres de este estudio se refieren a su papel en la familia como el de «una niña rebelde», que en primer lugar desafía los valores paternos y que luego, a menudo, desafía el sistema en general. La causa de esta tendencia puede venir de ciertas características hereditarias, pero otro posible factor de influencia, todavía objeto de controversia, es el del orden de nacimiento. La extensa investigación que frank Sulloway realizó para su libro, Rebeldes de nacimiento, lo llevó a la conclusión de que los hermanos en la familia aprovechan diferentes nichos dentro de la unidad familiar, con objeto de maximizar la inversión de los padres.
Que los hermanos compiten por los nichos familiares, incluido el de «el radical de la familia», es evidente por la relación de interdependencia entre el orden de nacimiento, el número de hermanos y el radicalismo. Los primogénitos tienden a respetar el status quo, pero el segundo de dos hijos es marcadamente radical. A medida que crece la progenie, los más jóvenes siguen siendo los miembros de la familia más radicales.[23]
Sulloway y otros que investigan este campo creen que los hijos medianos, en concreto, tienden a rebelarse mostrando compasión por los demás, más que odio o fanatismo, lo cual los convierte en lo que él denomina los revolucionarios más románticos.[24] Su investigación a partir de unos cuantos grupos de «rebeldes» se ha apoyado en algunos estudios y rebatido en otros, pero es necesario apuntar que parece existir bastante sintonía entre sus hallazgos y el orden de nacimiento de las mujeres de este estudio.[25] Es interesante reflejar que la mayoría de las mujeres del grupo podrían considerarse, sin duda, abiertas a las ideas que, de alguna manera, desafiaron las tradiciones conservadoras, y que hay muy pocas primogénitas entre ellas.[26]
Muchas mujeres aquí estudiadas fueron muy conscientes de su peculiaridad de rebeldes y la comentaron en el transcurso de las entrevistas y en sus escritos. Lillian Urmston, que trabajó de enfermera en España, es un buen ejemplo de ello. Se sentía orgullosa de la ascendencia gitana de su madre y, al parecer, anduvo vagando con unos gitanos cuando era pequeña. La devolvieron a casa sana y salva justo cuando ya estaban a punto de organizar patrullas de búsqueda y rescate. Se identificaba aún más profundamente con la herencia de la rama paterna.
[Mi padre] siempre estuvo deseoso de inculcarme que yo descendía de Jack Cade, el rebelde. A mi madre no le agradaba la idea de que me metieran en la cabeza a aquel Jack Cade, y cuanto más disgustaba a mi madre, más me regodeaba yo con la historia (…) Y cuanto más he leído sobre el tema desde entonces, más orgullosa me siento de haber continuado su tradición, de alguna manera.[27]
Otras niñas adoptaron una identidad rebelde similar, al hacerse su propio nicho en la familia. Nan Green nació entre dos pares de hermanos, y para ella la adolescencia fue un período de gran agitación, durante el cual su madre murió y la familia descendió a la clase media baja. Los dos hermanos mayores podían recordar a su madre cuando gozaba de buena salud y los dos recibieron una «educación de Alta Iglesia anglicana, esnob y exclusiva, que marcó el resto de sus vidas», mientras que los dos hermanos más jóvenes eran incapaces de recordar nada de su madre y se adaptaron cómodamente a la escuela pública. Al no poder identificarse con ninguno de sus hermanos, lo que ella vivió fue una madre «atribulada, casi una inválida indefensa», y pequeñas escuelas privadas con profesores incompetentes. Ella creía que esos factores contribuyeron a su evolución como «la oveja negra» de la familia, y en la época en que empezó a trabajar en una larga serie de ocupaciones clericales ya era «una rebelde, aunque no declarada».[28]
Penny Phelps fue otra hija rebelde. fue la quinta hija de una familia de diez y vivió las humillaciones que pueden acompañar a la pobreza extrema. En sus primeros años debía permanecer pasar horas de pie en la calle, vendiendo la hierbabuena que cultivaba su padre, «a un penique el manojo», temiendo que se acercaran sus compañeros de clase, que se burlaban de su desgracia. Resentida por la pesada tarea de cuidar a los hermanos menores, que la hacía faltar a la escuela o dormirse en clase, creció odiando un estilo de vida que giraba alrededor de la degradación de hacer cola en la casa de empeño y las incesantes peleas de los borrachos a la puerta de los burdeles. A veces, la rabia por su situación explotaba en una rebelión.
Y siempre recuerdo que una vez me enfadé muchísimo y pensé, «si me muriera, lo sentirían mucho», porque mi madre me envió al cuarto por algo que me negué a hacer. Se me ocurrió tomar aceite de parafina pero, claro, me bebí la parafina y no pasó nada. Sólo me dio muchas náuseas. [Risas]. Luego tuve la idea de subir al tejado de zinc y saltar. Entonces oí a mi madre que hablaba con una vecina, abajo, y me quedé atascada a medio camino, no podía volver atrás. Al final, mi madre quiso saber qué era [risas] aquel ruido que venía del tejado. Y trajeron la escalera y me bajaron. Por supuesto, me llevé una buena zurra.[29]
Mientras tanto, Frida Stewart crecía en un ambiente muy alejado de esta presión implacable de la pobreza. En un hogar feliz y acomodado, las niñeras la señalaban, entre los cinco niños, como «el terror». Una chiquilla que cometía pecados tan atroces como estirarle el reloj al abuelo para conseguir que le hicieran más caso a ella que a la nueva niñera.[30]Se convirtió en la excepción de la norma familiar de obtener notables logros académicos, y prefería la música y la diversión de escapar de los deberes para ir a observar a los pájaros en los campos y los árboles de los alrededores. Recordaba que había llegado a la adolescencia «indiferente a los desalentadores comentarios de la familia sobre mis notas vergonzosas, y fortalecida por la perspectiva indudable de una carrera gloriosa como súper músico-ornitóloga».[31]
Leah Manning también aportó su valoración sobre las influencias recibidas en la infancia. Se consideraba extremadamente afortunada porque pudo quedarse en Inglaterra y criarse con sus abuelos, en lugar de emigrar a Canadá con sus padres.
Me gustaba la idea de ser el miembro más joven y mimado de una familia de adultos, en lugar de ser la hija mayor de una prole escandalosa que aumentaba cada año.[32]
A partir de los seis años gozó de una educación protegida, junto a su adorado abuelo y una abuela cariñosa, los tíos, que ya eran hombres jóvenes y aún vivían en casa, y un medio tío que tenía casi su edad. En la autobiografía, comenta sus pequeñas rebeliones, «accesos inexplicables de travesura» que consistían, sobre todo, en escaparse detrás de los organilleros, las bandas, los circos y las comitivas de funerales espectaculares, con caballos negros y cortejo. Para ella, era una tendencia que continuó en la vida adulta, cuando «no podía resistirse a ningún desfile o manifestación –el Primero de
Mayo, votos para las mujeres, Manos fuera de Rusia, grupos antifascistas, campañas por el desarme–», incluso disturbios que, como ella recordaba, «me llevaron a una prisión francesa de la que me tuvo que sacar el cónsul británico».[33]
La infancia de Charlotte haldane fue, quizá, más tempestuosa que la de la mayoría. hija de padre alemán y madre americana, nació en Londres, en 1894.[34] Debido en parte al profundo afecto que sentía por su niñera inglesa, se identificó como inglesa desde bien temprano, tanto por elección como por nacimiento. Describe su infancia como «un estado de rebelión emocional permanente» contra la disciplina draconiana de su institutriz alemana. Los intentos correctivos de su madre sólo consiguieron acrecentar su insumisión. Y, en las memorias, describía a su padre como un déspota que «anulaba y frustraba toda mi ambición y aspiraciones».[35]hasta qué punto contribuyeron dichas circunstancias a su posterior rechazo de las convenciones sociales y a seguir un camino de militancia radical entra en el terreno de la hipótesis. Sin embargo, no hay duda de que fue de las más directas al hablar del tema de su vida como ardiente feminista y sufragista, atea y delegada de la Internacional Comunista.[36]En aquella época, pocas mujeres de clase de media estaban dispuestas a dejar a sus maridos, arriesgándose con ello al ostracismo social y a la pérdida de un hijo, como hizo ella después de conocer a J. B. S. haldane, diciendo: «Tanto si es acertado como si no, una vez que he decidido avanzar en un sentido, ni las amenazas ni el miedo a las consecuencias pueden desviarme de mi camino».[37]
La infancia de Ellen Wilkinson, que después se haría famosa como diputada por Jarrow, ilustra algunos temas relativos a la dinámica familiar, la posterior opción política y una participación significativa en la guerra de España. De pequeña, sus contemporáneos la apodaban Fiery Particle y Elfin Fury por ser pelirroja, por su pequeña estatura y por su temperamento ardiente. Su propensión a la rebeldía se hizo evidente ya en la escuela primaria, y se desarrolló junto con una creciente indignación moral ante la crueldad social con que se encontraba.[38]Además de ajustarse al patrón bastante usual de la rebeldía juvenil que las mujeres de este estudio demostraron con frecuencia, Ellen Wilkinson también es representativa de muchas otras que tenían en común haber estado muy compenetradas con su padre. Lo admiraba como una «figura formidable» por su determinación al superar las privaciones de la infancia y la falta de educación, por medio, únicamente, de una «fuerza de voluntad implacable».[39]Como era su hija predilecta, lo acompañaría a las conferencias sobre asuntos polémicos del momento, como la evolución, para profundizar en los temas después, leyendo juntos.
Esta relación padre-hija parece haber tenido gran influencia en algunas mujeres del presente estudio, funcionando a veces como iniciación de la nueva militante a una visión política de la vida, desde la posición de activista veterano de un partido. Pero es más frecuente un caso como el de Ellen Wilkinson, quien recibió muy pronto el estímulo intelectual que la llevó a interesarse por investigar nuevas ideologías. Ellen se había afiliado al Partido Laborista Independiente cuando tenía dieciséis años y, a pesar de que admiraba mucho a su padre, no compartía su posición apolítica, que se basaba en el principio «si yo he conseguido salir del arroyo, ¿por qué no hacen ellos lo mismo?».[40]De igual modo, Isabel Brown, la destacada activista comunista y conocida oradora de las campañas de Aid Spain (Auxilio a España), recordaba a su padre como «su primera influencia formativa», que le dio una «perspectiva más amplia de la que tenían la mayoría de las chicas de su edad, en aquella época», pero la influencia que percibió fue más en la formación del carácter que en la posición política.[41]Algunos estudios anteriores han cuestionado la suposición de que las hijas suelen adoptar la ideología de sus padres, apuntando que gran parte de la investigación previa simplemente no podía distinguir entre la influencia «paterna» y los efectos más marcados de una influencia «parental» combinada.[42]Sin embargo, Thora Silverthorne representa a aquellas que siguieron claramente los pasos del padre. Provenía de una familia del sur de Gales. fue enfermera de quirófano en España y siguió trabajando hasta formar el primer sindicato de enfermeras. Su padre fue un miembro muy activo del Partido Comunista y a menudo se celebraban reuniones en su casa. Ella constantemente «participaba con alguien o algo, nunca con las Girl Guides, por ejemplo, pero siempre repartía panfletos o hacía lo que podía en el Partido Laborista y en el Partido Comunista, siempre muy comprometida». Era muy consciente de la influencia de su padre, y lo describía como «un hombre importante en mi vida», un «hombre maravilloso, extraordinario y bueno».[43]Existen otros ejemplos similares en los que se formó un fuerte vínculo entre padre e hija, basado en el interés por la política. Mary Docherty, activista de base de la izquierda durante toda su vida, que colaboró en las campañas de Aid Spain, acudía a menudo a «mítines de propaganda» con su padre, en Escocia. A la hora del comedor, en el colegio, iba a buscar el Daily Herald para leerlo y, más tarde, poder hablar sobre los problemas de la clase obrera con él. Además de dedicarle sus memorias, el título, A Miner’s Lass,[44]confirmaba, indirectamente, la importancia que tuvo su padre en la valoración de su propia identidad.[45]
Los padres se recordaban, frecuentemente, por su influencia positiva, tanto política e intelectual, como por ser modelos de generosidad, a veces a pesar del origen humilde. Quizá no sorprende, a la vista de la magnitud de las condiciones de pobreza en la Gran Bretaña de aquellos tiempos, que las referencias a la madre se hicieran en el contexto de la vida difícil que llevaban, más que como modelos de rol. Sea como fuere, la impresión que causaban la enfermedad, la muerte, el desempleo y la pobreza de las madres, a menudo concienciaba a las hijas de las consecuencias de las penurias y privaciones sociales, y las situaba en la vía que habría de conducirlas a su posterior participación en la guerra española. Catherine Collins recuerda que su madre cantaba Bandera roja mientras lavaba la ropa de su familia, de diez miembros, y decía «tengo que sacarme el veneno con algo».[46]
La enfermedad de la madre aparece destacada en muchos recuerdos de niñez; a veces acababa en muerte prematura que habría sido evitable en mejores condiciones. Elsie Booth, la hija menor de una familia que dependía a menudo de la vergonzosa Asistencia Social, tenía claras las causas de la temprana muerte de su madre. En el esfuerzo por sacar adelante a la familia, tras la muerte del marido, trabajó durante años fregando suelos, y aquello llevó a su hija al convencimiento de que «lo que la mató en realidad fueron las malditas preo-cupaciones de la vida».[47]La casa de empeño había dominado la rutina diaria de la infancia de Elsie Booth, dado que su madre hacía constantes visitas allí para intercambiar ropa de faena por ropa de domingo y al revés, y los niños discutían por la ropa que había que coger. Aunque su madre había votado por el Partido Conservador, Elsie Booth reaccionó a esas experiencias infantiles eligiendo el socialismo y el matrimonio con un sindicalista que fue a España con la Brigada Internacional.
Hay pocos casos en que las madres puedan tomarse como modelo de rol aventurero que pudiera haber influido para que sus hijas viajaran a un país en guerra. Priscilla Scott-Ellis trabajó como enfermera en las zonas tomadas por franco. Aburrida de la temporada social londinense y triste por la muerte de un amigo aristócrata español, piloto de las fuerzas aéreas de franco, decidió viajar a España, quizá inspirada por el ejemplo de su madre, que dirigió un hospital en Egipto durante la Primera Guerra Mundial. En el mismo hospital egipcio trabajó la madre de Gabriel herbert, al parecer la otra mujer británica que consta como cooperante de los servicios sanitarios en zona nacional.[48]Cuando Patience anunció que se iba a España a trabajar como enfermera para la República, su madre lo atribuyó al «espíritu pionero» de la familia. De pequeña, Patience Darton había escuchado, embelesada, las historias de su madre sobre los tres años que pasó en zonas vírgenes de Canadá, de joven, cuando fue a visitar a sus hermanos que «ayudaban al asentamiento de colonias y hacían buenas obras».[49] También se refieren a las madres como el elemento que centraba las tradiciones filantrópicas de
familias con una posición económica más desahogada. hecho evidente en el caso de Frida Stewart, cuya madre «siempre hacía buenas obras» y los educó «con una actitud ética respecto a los refugiados, a la pobreza y a la voluntad de hacer un mundo mejor».[50] La madre de Priscilla Thornycroft compartía la ideología fabiana, junto con un grupo de amigos entre los que se encontraban Eleanor Marx, George Bernard Shaw y Bertrand Russell.
El hecho de crecer con una madre que mantenía firmes opiniones sobre la injusticia tuvo un efecto notable en los hijos.
Nuestra madre tenía muy buen corazón, y creo que eso nos influyó muchísimo. No podíamos quedarnos de brazos cruzados ante el sufrimiento. Es de suponer que debió de ser una influencia poderosa en toda la familia porque todos nos convertimos en lo que podríamos llamar filántropos –personas espantosas para algunos–. Pero a nosotros nos parecía normal.[51]
En general, aparte de la función de enseñar a leer, a las madres se las recuerda menos en un contexto de desarrollo intelectual que a los padres. Sin embargo, esta clase de influencia de los progenitores constituye una fibra más del hilo que recorre la juventud de las mujeres de la muestra, es decir, un fuerte anhelo de saber. Por ello, un número sustancial de mujeres de este estudio eligió el camino del compromiso político. En numerosas ocasiones, hablan de su amor por la lectura cuando eran jóvenes, de su voluntad posterior por instruirse en clases nocturnas o en grupos políticos y de la importancia de la llegada del Left Book Club (LBC) a sus vidas.[52] Describían la lectura como casi «la única alegría», «devoraban» los libros.[53]Pese a la falta de pruebas empíricas sobre su capacidad intelectual, las entrevistas y los relatos personales revelan una actitud crítica ante la vida, una aptitud para evaluar y analizar y un interés incesante por los asuntos de actualidad, todos ellos datos indicativos de inteligencia. Aunque gran parte de la investigación realizada por Hess y Torney tuvo lugar cuando los tests de inteligencia se consideraban por error culturalmente neutros, ello no invalida del todo sus hallazgos sobre la interacción entre la inteligencia y la politización. Su investigación en este campo confirma la idea de que las mujeres de la muestra pudieron responder a las influencias políticas recibidas en la juventud debido, en parte, a su alto coeficiente intelectual.[54]
Algunas mujeres de clase obrera y pobres se las ingeniaron para sacar provecho del sistema de becas. Isabel Brown sólo tuvo que pagar las tasas del primer trimestre en la universidad porque enseguida consiguió una beca, «poseída por un hambre voraz de conocimiento».[55] Pero, en aquel tiempo, no era inusual que una chica recibiera una educación al margen del sistema educativo. A las hijas de los ricos, a veces, las educaba una institutriz o algún otro miembro de la familia. La escritora Sylvia Townsend Warner, que escribió y abogó por la causa de la República, recibió poca educación oficial después de ser expulsada de la escuela, muy joven, por alborotar en clase.[56] A pesar de ser hija única, se encontró en la situación insólita de competir constantemente por la atención de su padre con los chicos que eran alumnos de éste, en la escuela Harrow. El brillante profesor no sólo la influenció por su rechazo al pensamiento tradicional, sino también porque la animó a leer mucho, y le permitió el uso de la biblioteca y pensar por ella misma.[57] Otras faltaron a la escuela durante largos períodos, debido a enfermedades graves, lo que sucedía con frecuencia en aquella época. Ellen Wilkinson es un ejemplo de ello. De los seis a los ocho años permaneció en casa como consecuencia de una serie de enfermedades infantiles. Allí aprendió a leer. Al volver a la escuela, se negaba a estudiar las materias que no le gustaban, pero, a pesar de todo, pudo declarar orgullosamente que, a partir de los once años, «me pagué la educación con becas, hasta que dejé la universidad».[58] El deseo de ampliar conocimientos y la confianza en sí misma se hacen patentes en la facultad, cuando, apenas oída la palabra socialismo, se presenta como candidata socialista a unas elecciones universitarias. Para prepararse, pidió prestados algunos libros de Robert Blatchford y «acudí a las elecciones convertida en una socialista apasionada, ardiente, incluso».[59]
Frida Stewart también padeció una enfermedad infantil. Estuvo muchos meses en cama por una afección cardíaca que sufrió durante la adolescencia, «una buena oportunidad para leer y escuchar música».[60] Una época que pasó en casa de su abuelo, «un viejo liberal de pies a cabeza, con una tremenda conciencia social». Recuerda que, además de arreglárselas para aprovisionarse de discos y libros, «aunque me aburría mortalmente, leía The Times todos los días para poder hablar con él sobre temas serios y de adultos cuando entraba en la habitación a verme, y los dos negábamos con la cabeza al unísono, reprobando el lamentable estado de los asuntos del país».[61] Sin embargo, continuó considerándose «una lerda», a pesar del reconocimiento académico de sus libros publicados en la última época.[62]
¿Pudieron esos prolongados períodos de educación autodidacta ofrecer la oportunidad de desarrollar el individualismo y una acusada tendencia a la independencia de pensamiento? Bien podría ser el caso de Katharine, duquesa de Atholl, parlamentaria conservadora que, dada su educación estrictamente convencional, hubiera sido lógico que quedara constreñida por el modelo de vida tradicional establecido para las mujeres de clase alta. fue una niña solitaria, a pesar de tener hermanas más mayores y algunos hermanos menores. De salud delicada y confinada en la casa, leía mucho, y se convirtió en una niña intelectualmente precoz, apasionada de los libros.[63]Renunció a la aspiración de ser música cuando se casó, pero su marido era un infiel reincidente y no tuvo hijos, por lo que volvió a sus ocupaciones intelectuales y a la actividad política. Aunque fue una conservadora acérrima, la independencia de sus opiniones se hizo más patente a medida que maduraba. fue evidente en las campañas enérgicas contra la circuncisión femenina en las colonias, su posición en la cuestión de la India y su ferviente apoyo a la República española, que al final le trajo la pérdida del escaño.
Por la preponderancia de la creencia religiosa en la sociedad británica, en las primeras décadas del siglo xx, no puede obviarse la influencia de la religión en sus diferentes formas. Muchas mujeres del estudio cuestionaron sus tradiciones religiosas y a menudo rechazaron la religión de pleno.[64]Por desgracia, las que participaron en la guerra española expresamente por sus convicciones religiosas han dejado escasa documentación sobre su juventud. Entre las cuáqueras que colaboraron con los refugiados españoles, Edith Pye es un ejemplo de ello. No entró en la Sociedad Religiosa de los
Amigos hasta cumplir los treinta y dos, pero no se ha encontrado información que ayude a comprender su decisión.[65]Norma Jacob, que colaboró en la organización del auxilio a los refugiados para los Amigos, en Barcelona, se incorporó a la Sociedad al casarse con un cuáquero americano, pero antes, el único contacto que había tenido con ellos había sido a través de su tutor, en Oxford.[66]
En contraste con estas dos mujeres, Noreen Branson se sintió «tremendamente aliviada por ser atea». Cuando era pequeña la obligaban a ir a la iglesia los domingos y se «aburría como una ostra».
Y aquello seguía y seguía, hasta que, un día, cuando tenía dieciséis años, alguien dijo: «La gente sólo cree en esto porque quiere». Y fue una liberación maravillosa. De repente, pensé: «Claro, es verdad, puedo enviar todo esto a la porra». [Risas] Sí, para mí era como una prisión.[67]
En el caso de Isabel Brown, por ejemplo, una mente crítica y las ansias de conocimiento la llevaron a apartarse de la religión. En la adolescencia, había quedado «atrapada en el ritual y la música de la parroquia de su zona».[68]Recordaba cómo, el Viernes Santo, sufría al pensar en la crucifixión, «los clavos y el horror de aquel acto».[69]De todas formas, la profusión de lecturas minó aquella primera fe incuestionable, al principio fue la lectura sobre otras religiones, y luego libros que cuestionaban la base de sus creencias religiosas.[70] Pero la educación que le llegaba a través de los sectores con más conciencia social de la iglesia pudo satisfacer, inicialmente, sus ansias de conocimiento. Patience Darton se sintió fuertemente atraída hacia una estimulante combinación de religión e ideario de justicia social. De joven, acudió a una asociación juvenil dirigida por Canon Skelton en la catedral de Saint Albans, un hombre a quien consideraba «un excelente y destacado socialista cristiano», aunque «la palabra socialismo no se mencionara nunca».[71] Asistía a conferencias sobre La Iglesia y el Orden Social, que abarcaban temas como el internacionalismo, los sindicatos, el imperialismo, la pobreza y la vivienda. A pesar de su admiración por los principios sociales de esta doctrina, le resultó imposible disipar las dudas perturbadoras que le iban surgiendo.
Pensaba que era lo correcto, lo adecuado, que así era la vida –o tenía que ser–, conocer aquellas cosas y hacerlas. Y todo se acoplaba bastante bien con mi manera de pensar, porque yo era muy religiosa, aunque tenía dudas enormes, dudas inquietantes, de las cuales no me apetecía hablar mucho porque eran desagradables. Dudas sobre la pobreza –no la pobreza, la pobreza no importaba mucho, no pensaba tanto en ella–. Sobre el sufrimiento, la maldad, el pecado, y las reglas que había que cumplir sin haberlas hecho nosotros. Porque es bastante injusto que te pongan en el mundo y te digan «no has de hacer esto» y «has de hacer aquello», sin que hayas puesto tú las normas, y que luego, además, te culpen si no las cumples. Me parecía muy ingrato. Lo peor era el sufrimiento, el sufrimiento de personas que no se lo merecían, ni se lo habían buscado. Los niños que sufrían y los animales que sufrían. No era sólo que el ser humano fuera despiadado con los animales, también un rayo podía iniciar un incendio en el bosque, que quemaba a los pájaros (…) Y otras cosas igual de terribles. Los animales también llevaban una vida despiadada, se mataban entre ellos. Para mí todo aquello no se correspondía con un Dios de amor. Y me preocupaba muchísimo porque creía que era mala al tener aquellos pensamientos.[72]
La interacción entre creencia religiosa y política es un tema que se da en las vidas de muchas mujeres de esta investigación. Patience Darton recordaba que, cuando hacía las prácticas de enfermería y asistía a la iglesia de Saint George, en holborn, «conocida por ser de izquierdas, la gente se acercaba o distanciaba del Partido Comunista o de la iglesia, sintiéndose más próximo a uno u otra, alternativamente, sobre todo mujeres, chicas jóvenes».[73]Micky Lewis describía cómo los judíos de la Liga de Jóvenes Comunistas (ycl) debatían sobre religión y afiliación política. Recordaba, divertida, que se preguntaban: «¿Qué va primero, ser comunista o judío?», y la respuesta era: «Antes que nada somos comunistas», y añadían, «menos mal que el rabino no nos oye».[74]Las mujeres católicas del presente estudio se encontraron también con la necesidad de priorizar las creencias políticas o la fe religiosa. Según Catherine Collins, era un problema que algunos católicos se resistían a plantearse. En su adolescencia, recuerda que, a pesar del hecho de que los curas condenaban la militancia comunista, los comunistas católicos continuaban yendo a la iglesia, pero se sentaban en los últimos bancos.[75]
El metodismo tuvo una influencia notable en la formación de Ellen Wilkinson, ya que su padre era pastor metodista y la vida social de la familia giraba en torno a la capilla de Wesleyan. De todos modos, en su adolescencia, recuerda que «estaba muy aburrida de la religión y los sermones, (…) harta de las discusiones sobre qué quería decir este texto o aquel».[76]Enseguida encontraría el sustitutivo estimulante de difundir el mensaje socialista del Partido Laborista Independiente (ILP) por las esquinas y más allá.
Los detalles de aquella primera reunión de la agrupación del Partido Laborista se me quedaron grabados y, en cambio, el recuerdo de la primera aventura amorosa es vago. Los chicos normales parecían criaturas poco interesadas en la solemne Suma Sacerdotisa de la Política que estaba convencida de ser.[77]
Pero lo que Ellen Wilkinson recordó más tarde como el nacimiento de sus aspiraciones, fue oír hablar a Katharine Bruce Glasier sobre el tema del socialismo como religión en una reunión, la semana siguiente.
Para la chiquilla enclenque que escuchaba desde la galería, aquella mujer, no mucho más alta que ella, semejaba la personificación de todos sus sueños, de todas sus secretas ilusiones. Ponerse de pie en la tribuna del free Trade hall, convencer a aquella multitud, como ella lo hacía, de que eran capaces de hacer la vida mejor, de acabar con los barrios bajos, con la desnutrición y la miseria, simplemente por el hecho de que alguien llegara y los persuadiera (…), aquello parecía el destino más noble que cualquier mujer podía esperar.[78]
Regresó a casa, después de la reunión, «tan esperanzada y plena de entusiasmo» que su madre receló.
Mi madre no se convencía por nada del mundo de que, aunque yo tenía muchos amigos –como toda chica de educación mixta–, estaba más sinceramente interesada en la política que en los romances. Pero mi padre lo entendió. A él le solté todo mi discurso, mi decisión de trabajar por el socialismo. «Preferiría que te hicieras misionera –dijo–. ¿Qué futuro le espera a una chica en política?».[79]
Su posterior éxito en el mundo de la política no la llevó a dar la espalda a sus creencias religiosas, a diferencia de otras mujeres de la muestra que durante la infancia experimentaron fuertes convicciones religiosas y que, luego, según parece, transfirieron ese profundo nivel de compromiso a una ideología política. ¿Pudieron existir factores comunes de predisposición en las personalidades de estas mujeres que las llevaron a responder positivamente a la idea tanto del compromiso religioso como del político? ¿El que ambos sistemas compartieran muchas características tiene relación con ese interés? Igual que los grupos políticos de izquierda, «la religión obtiene sus efectos, a menudo positivos, mediante la cohesión y el apoyo social (…) a costa de aislarse de otras organizaciones y a riesgo de prejuicios contra otras creencias».[80]Para Micky Lewis, como miembro de la Liga de Jóvenes Comunistas unidos por la solidaridad de una convicción compartida frente a la oposición, la fe en los ideales del comunismo era el equivalente a los valores morales religiosos.
No recibíamos. Dábamos. Era un constante pagar cuotas, buscar dinero y afiliados. Era tan idealista –bueno, creo que tenía que serlo–, dábamos con alegría. Nos entregábamos al Partido con agrado, podríamos decir que era lo que las obras de beneficencia de hoy en día. Creíamos que darnos al Partido serviría para levantar a la gente, y no para ser el platillo de limosnas que es en la actualidad.[81]
Los recuerdos de Mary Docherty de su asistencia a escuelas dominicales ilustran otro aspecto de los nexos entre política y religión, es decir, cómo los grupos políticos optaron por imitar las fórmulas religiosas conocidas. Una tradición que se observa entre los owenistas, alrededor de la década de los treinta y los cuarenta del siglo xix, que realizaban reuniones dominicales en sus Halls of Science. Allí se daba un «sermón» sobre algún tema social y se cantaban «himnos». Algunos de aquellos locales también ofrecían sus propias ceremonias particulares para bodas, funerales y bautizos, «un hurto de los ritos sacramentales» que «no aumentaba la popularidad de los socialistas» entre el clero, sobre todo cuando dichas ceremonias se cargaban de contenido «blasfemo».[82] Mary Docherty asistió a la Escuela Dominical Proletaria, donde los niños hablaban de política nacional y extranjera, y aprendían a recitar los preceptos que se ajustaban a un formato pseudorreligioso.
En la bandera inscribirás,
«obreros de todos los países uníos».
No tienes nada que perder, excepto las cadenas,
tienes un mundo que ganar.
No serás un patriota,
porque un patriota es un esquirol internacional.
El deber contigo mismo y con tu clase
exige que seas ciudadano del mundo.
No tomarás parte en ninguna guerra burguesa
porque todas las guerras modernas son resultado del conflicto entre intereses
económicos.
Tu deber como internacionalista es combatir en la lucha de clases y contra todas las guerras.
Enseñarás Revolución, porque Revolución
significa la abolición del actual estado político,
el final del capitalismo y el surgimiento, en su lugar,
de una república industrial.[83]
Los parámetros sociales para las mujeres de esta investigación variaban entre una inmersión infantil en profundas aguas políticas como ésta, y una educación protegida en las pacíficas aguas estancadas de la refinada sociedad filantrópica. Pero, no obstante, factores como el género y la inteligencia se habían combinado con la dinámica familiar y otras influencias ambientales para producir individuos que estarían predispuestos a reaccionar activamente ante las causas que iban a encontrarse. Lo innato y lo adquirido se habían unido para garantizar dicha predisposición en estas mujeres, se habían asentado firmemente los cimientos sobre los que se construiría el interés por los temas que suscitó la Guerra Civil Española.
ASUNTOS E IDEOLOGÍA
Esta recopilación de relatos puede servir para rastrear las reacciones de estas mujeres a las influencias existentes en la sociedad británica y a nivel internacional, y para identificar ciertas experiencias comunes que fueron las precursoras directas de la participación en la Guerra Civil Española. Algunos aspectos se distinguen con claridad, por ejemplo, una sensibilización temprana ante el sufrimiento ajeno que pudo haberse transformado en labor humanitaria, y un reconocimiento, ya desde la infancia, de la injusticia social que dio lugar, frecuentemente, a la convicción socialista y antifascista. Sin embargo, la motivación clave de casi todas estas mujeres fue la empatía y, sin duda, el objetivo primordial fue la acción práctica.
La diferencia entre hombres y mujeres en la forma de expresar su relación con la política se ha investigado en diversos estudios.[84] Se ha apuntado que en sus recuerdos, los hombres suelen citar la visión política general y rara vez ejemplos de sufrimiento individual, considerando la necesidad de organizar el trabajo y de establecer un movimiento jerárquico.[85]Una pauta que también se da en las entrevistas realizadas para este estudio. Los hombres no sólo están completamente persuadidos de que lo que el entrevistador demanda es un análisis político amplio, sino que además no suelen mencionar el contexto emocional de la historia de su vida, si no se les pide expresamente.[86]La mujeres ven la actividad política fundamentalmente como un medio para remediar el problema del sufrimiento e introducen una perspectiva personal con mucha más frecuencia.[87]La frontera que las mujeres trazan entre motivos «personales» y «políticos» a menudo es movediza.
Lo personal y lo político estaban íntimamente unidos para Jessica (Decca) Mitford. Su temprana conciencia de la situación social en el exterior de su bastión del privilegio se había transformado en la base para el desarrollo de ideas políticas, como parte de un paquete dinámico, envuelto con el deseo de aventura y la emoción del enamoramiento. Su compromiso inicial con el antifascismo no fue consecuencia de la rivalidad entre hermanos, como señaló al escribir sobre una conversación con su hermana, Unity (Boud), que entonces se acababa de apuntar a la Unión Británica de fascistas.
«¿No deseas unirte tú también, Decca?», me suplicó, agitando ante mí su nueva camisa negra. «Ni lo pienses. Odio a los brutales fascistas. Si piensas convertirte en una de ellos, yo me haré comunista». La verdad es que aquella declaración fue mucho más que una toma de posición automática para oponerme a Boud; lo poco que sabía de los fascistas me repelía. El racismo, el súper militarismo, la violencia. Me subscribí al Daily Worker, compré libros de literatura comunista y de literatura que yo creía comunista (...).[88]
Jessica Mitford describe cómo «se convirtió al socialismo a través de la lectura, a los quince años», pero, aunque muchas de estas mujeres adquirieron conciencia política mediante la lectura, otras ingresaron en el mundo de la política a través del contacto personal con otras personas ya comprometidas.[89]Como se ha mencionado con anterioridad, los padres cumplieron a veces ese rol determinante, pero otras relaciones extra familiares, sobre todo con hombres admirados, a menudo futuros maridos, pudieron ejercer también una influencia decisiva. Muchas investigaciones han llegado a la conclusión de que, ya desde la infancia, hay diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a la politización. En los años sesenta, por ejemplo, se apuntó que las mujeres se relacionan con el sistema político a través de la seguridad y la confianza en ciertas figuras políticas, y que esto se da mucho menos en sus coetáneos varones. Depositan su confianza en los representantes de lo que consideran, en sí mismo, un buen sistema.[90]Desde entonces, las historiadoras feministas han señalado las numerosas suposiciones erróneas de aquella primera investigación.[91]Aunque sus críticas estén justificadas, no hay duda de que a algunas mujeres de este estudio los jóvenes apasionados con ideas políticas nuevas y estimulantes les causaron una impresión trascendental, en más de un sentido. Los relatos de mujeres como Noreen Branson, Kathleen Gibbons y Cora Blyth dan buena muestra de ello.
Participé en una especie de club llamado Echa una mano, que solía montar funciones para escolares, gratuitamente, en la zona este de Londres. Yo actuaba y cantaba en aquellas funciones, y me lo tomaba como un pasatiempo. Entonces, uno de los miembros organizó una función especial de beneficencia en el teatro Scala, me parece, y allí fue donde conocí a Clive, porque él hacía un papel de figurante, de soldado. Y después de la última representación se celebró una fiesta nocturna a la que asistimos los dos y nos pusimos a conversar. Allí fue donde pude conocerlo. Cuando la fiesta acabó, fuimos al Lyons’ Corner House, que en aquella época abría toda la noche, y estuvimos allí sentados hasta las seis de la mañana. Él era socialista, por supuesto, y aquello me interesó muchísimo porque no había conocido a ningún socialista, y cuatro semanas después nos casamos [risas].[92]
En mi opinión, [Danny] era un héroe de la causa irlandesa. Era encantador y cariñoso, estaba solo y era pobre y nadie cuidaba de él (…) Se ocupó de mi educación en más de un sentido –no sólo en cuanto al sexo y todo eso, sino también en cuanto a educación política–, salario, precio y ganancia y cosas semejantes (…) En primer lugar me hizo tomar conciencia de que hay dos clases en la sociedad, y de que yo no pertenezco a la más favorecida. Y que si queremos mejorar nuestras condiciones, tenemos que luchar para conseguirlo. Nadie lo hará por nosotros.[93]
Mis padres eran conservadores por costumbre y yo no tenía una opinión política concreta, como he dicho, respecto a la Guerra Civil. Recuerdo los panfletos de Franco que decían que los rojos eran el anticristo y pedían dinero, y yo me dejé engañar. Pero estudiaba francés y español y fui a Normandía a quedarme en casa de un pastor protestante (…) Y su hijo, francis, fue el primer gran amor de mi vida. Me enamoré locamente de él. Yo era muy simple, tenía dieciséis o diecisiete, y allí estaba aquel joven apuesto de veintitrés años y unos ojos grandísimos. Su madre decía, «Il a les yeux doux». El caso es que él había estado en Barcelona, en medio de las bombas y todo eso. Cuando hice un comentario idiota sobre Franco me dio un buen repaso y me habló de la República y de su legitimidad y la fuerte presión a la que estaba sometida. Y, naturalmente, me cambió por completo.[94]
Aunque estas tres mujeres conocieron a jóvenes cuyo entusiasmo por la política los llevó a comprometerse con España, en realidad no fueron a España durante la guerra. Sin embargo, Kate Mangan estaba decidida a seguir al hombre que amaba, Jan Kurzke, cuando él se fue a combatir contra franco. En 1933, Jan Kurzke había huido de Alemania a causa de su ideología marxista y antifascista.[95] El año siguiente conoció a Kate Mangan, una antigua alumna de la escuela de arte Slade.[96]A consecuencia de esta relación su vida experimentaría un cambio radical. Las memorias inéditas de Kate Mangan cuentan cómo viajó a España a buscarlo después de que él se alistara en las Brigadas Internacionales.[97]A pesar de no haber recibido noticias de su paradero tras salir de París, y de fracasar en el intento de convencer al Spanish Medical Aid para que le permitieran llevar los suministros, partió de Londres y cruzó la frontera española sin visado.
Desde el momento en que Jan se fue, traté de llegar a España, aunque no le conté nunca a nadie la verdadera razón. Si para llegar a España hubiera tenido que entrevistarme con el primer ministro o con el papa no habría dudado en intentarlo. La falta de dinero y una falta absoluta de filiación política de «izquierdas» no iba a impedírmelo.[98]
Al llegar, encontró empleo esporádico como intérprete en Barcelona, luego trabajó como secretaria para hugo Slater, un amigo de sus días en la Slade, antes de trasladarse finalmente a Valencia para trabajar en la oficina de prensa.[99]Mientras buscaba a Jan Kurzke, el sentido de aventura y de entusiasmo de los primeros meses de guerra sedujo a Kate Mangan y se comprometió más con la causa republicana. «Cuando llegué a España –escribió– mi ignorancia política era tal que casi no había oído hablar de Marx y Lenin».[100]En sus memorias, compara la vehemencia que descubrió en los mítines políticos de España con el «profundo desánimo» que normalmente notaba al escuchar a los oradores políticos de Gran Bretaña y otros países.[101]
En España, de repente sentí que estaba ante la auténtica libertad y el legítimo gobierno del pueblo. Se preocupaban por lo que se decía porque sabían que se actuaría. Los debates podían ser poco profesionales y los intentos fallidos, pero al menos no entraban en el terreno de la demagogia abstracta y sí en el terreno práctico; todo el mundo participaba en el empeño de mejorar la sociedad y ganar la guerra al mismo tiempo. había una confusión apabullante de opiniones y de palabras pero también mucha vitalidad, y allí creció mi interés por la política por primera vez, y estaba firmemente convencida de que si alguna vez aquella gente era conquistada y vencida, sería una pérdida indignante y una lástima porque apenas habían comenzado a vivir.[102]
Eileen Blair también se había propuesto encontrar un trabajo en España que le permitiera estar más cerca de su marido Eric, más conocido como George Orwell, que combatía con una milicia del poum. Sus cartas mostraban continua inquietud por la integridad y el bienestar de su marido pero no ofrecían indicios de filiación política entusiasta de ningún tipo y, en ocasiones, de todo lo contrario. Estando aún en Inglaterra, poco después de que Orwell hubiera regresado del frente de Aragón, ella escribió a su amiga para decirle que se iba a España el día siguiente, tras hacer los preparativos por teléfono con unos contactos de París.
Me marcho deprisa no porque pase nada, sino porque cuando dije que me iba el día 23, que siempre ha sido mi intención, de repente me hice algo así como secretaria para el ilp (Partido Laborista Independiente) en Barcelona. No parece que eso les haga mucha gracia. Si Franco me hubiera contratado como manicura, también habría aceptado a cambio de un salvoconducto, así que todo el mundo contento.[103]
Las repercusiones de su decisión de aceptar un puesto en la sede del ilp en Barcelona la meterían de lleno en el peligroso mundo de las luchas políticas partidistas de la izquierda.[104]
Hay otros ejemplos de mujeres que quizá intensificaron su participación en política por una relación personal. El matrimonio de George Green con Nan farrow fue un ejemplo de ello. Por su trabajo en una empresa de seguros, Nan farrow ya había conocido las condiciones laborales de mineros y otros trabajadores. Conocía las insuficientes compensaciones que cobraban cuando tenían un accidente y la irrisoria cantidad que recibían las viudas. Comenzó a leer los panfletos fabianos y a votar al Partido Laborista.[105] Su pasión por el excursionismo la llevó a conocer a George Green, un violonchelista muy idealista pero con pocas perspectivas de estabilidad económica. Sin embargo, la indignación de su padre ante la idea de que «se atara a un músico ambulante» no evitó el matrimonio.[106] El compromiso con el antifascismo llevó a George y Nan Green a España durante la Guerra Civil, una decisión difícil de tomar cuando se tienen hijos pequeños.[107] Otra relación con una dimensión política fue la de Margot heinemann y el poeta y activista comunista John Cornford. Se conocieron en Cambridge cuando estudiaban, en octubre de 1934, y los pocos años que pasaron hasta su muerte en España, a finales de 1936, tuvieron un impacto fundamental en su vida y su obra.[108]
1.4 Nan Green.
1.5 Nan Green con sus hijos antes de partir a España.
1.6 Margot Heinemann.
Además de las relaciones individuales, de naturaleza personal/política, las mujeres de la muestra a menudo respondieron con entusiasmo a una combinación de lo social y lo político. Los numerosos grupos de izquierda de implantación local, sobre todo los que se dirigían específicamente al afiliado joven, como por ejemplo la Liga de Jóvenes Comunistas y las Juventudes Obreras, además de ofrecer la posibilidad de educación, también organizaban muchas actividades sociales. El compromiso con uno de los miles de grupos de una zona a menudo llevaba a participar en las abundantes campañas relacionadas con la Guerra Civil Española. Se alternaban de manera muy atractiva las clases sobre teoría política con un programa repleto de acampadas, excursiones y mítines que cambiaron las vidas de los afiliados, y les abrieron los ojos y la mente a un mundo nuevo. «Comencé a vivir de verdad cuando me afilié al Partido Comunista –dijo Elsie Booth– antes, la vida no era gran cosa».[109]Marie Jacobs, como no podía seguir costeándose los estudios, se unió a la Liga de Jóvenes Comunistas de hackney. Allí, recibían clases de política impartidas por líderes del Partido Comunista, y accedían a un programa muy completo de visitas a la Sadler’s Wells Opera, al Old Vic y al cine. Ella lo describe como «el mejor club social en el que habíamos participado».[110] Micky Lewis había sido miembro de las Juventudes Obreras, pero le resultó una organización muy «poco seria» y se dio de baja para afiliarse a la Liga de Jóvenes Comunistas, que daba la imagen de ser mucho más activa. Recordaba con entusiasmo que allí:
(...) aprendíamos cómo se había implantado el capitalismo y cómo había llevado al fascismo y después a las guerras (...) Se organizaban vacaciones accesibles y allí recibíamos clases. Eran cursos, cursos semanales sobre política o cualquier otro tema. Nos gustaba mucho. Ojalá que en la actualidad tuvieran lo mismo.[111]
La pertenencia a aquellos grupos era la manera de tomar conciencia de las condiciones de vida tan miserables que se habían generalizado en ciertas zonas de Gran Bretaña en los años treinta del siglo pasado. Frida Stewart dejó Cambridge para trabajar en un centro de la Universidad de Manchester, en Ancoats, donde se representaban obras y se hacía música con grupos de parados. Allí se dio cuenta de cómo luchaban contra la pobreza, y se admiró de su orgullo y su buen humor a pesar de vivir en unas condiciones que para ella fueron una revelación.
Al principio, era difícil acostumbrarse a la monotonía de las calles, a la niebla, al hollín, a aquella atmósfera cargada de oscuridad. No podía ser más diferente de Cambridge: aquella lobreguez, los edificios industriales desconchados, oscurecidos por el humo, que se erguían en la niebla y la lluvia, sobre hileras y más hileras de casas pequeñas y mugrientas (...) Con el tiempo, me acostumbré a la escasez de luz y color, y casi me gustaba el efecto de las chimeneas de las fábricas contra el cielo de tormenta, las formas que tomaba el humo hecho jirones al viento, la áspera sinfonía negra y gris de la gran ciudad industrial. Sin embargo, yo era consciente de que para mí siempre habría una salida de la oscuridad, hacia el verde resplandor de Cambridge.[112]
1.7 Frida Stewart.
Entrar en estrecho contacto con «la vida del parado», con «las casas enmohecidas», los «niños hambrientos» y «la eterna batalla contra la suciedad y el hollín» le hizo rebelarse contra la «labor falsamente paliativa» de crear un mundo que se desvanecía en cuanto caía el telón, y dejaba intacta una realidad de triste desesperanza.
Algunas enfermeras que viajaron a España ya se habían encontrado con casos de mucho sufrimiento debido a la pobreza cuando trabajaban «en los barrios». Cuando fue comadrona en la zona este de Londres, en 1936, Patience Darton halló madres muy débiles por la desnutrición y los partos continuados.
Tenían unas casas increíbles, el noventa por ciento eran un horror: barracones, bueno, casas de vecinos, infestadas de bichos, llenas, plagadas de bichos repugnantes. Por la noche se cortaba el suministro eléctrico en las escaleras. había gas en las habitaciones que funcionaba con monedas, y casi siempre había que llevar peniques encima. Y una cocina de gas en el rellano (…) Por supuesto, no había calefacción en las habitaciones, ni agua corriente. A veces era posible que no hubiera agua en ningún lugar del edificio. Era necesario ir a buscar el agua a un grifo que estaba abajo, en el exterior. Un váter también fuera, donde podíamos tirar los desperdicios, pero a veces había que llevarse la placenta. Era imposible deshacerse de ella si no había algún vecino que se encargara de hacerlo por ti. había que llevarla al hospital. Y la pobreza era tan extrema, debido al desempleo que había, que ahora no podemos hacernos una idea de cómo era aquello. Tenían una mesa y una silla para cada uno, una mesa y dos sillas para un marido y su mujer, si tenían otros hijos quizá disponían de una o dos sillas más. La mitad del tiempo los niños se acurrucaban encima del colchón y había que apartarlos, llamar a los vecinos para que se los llevaran y evitar así que la madre pariera encima de sus otros hijos, en la cama. Normalmente no había sábanas. Solía haber una manta o a veces abrigos y otras prendas por encima. Lo que hacíamos era llevar una sábana para el parto, una travesera. Y también llevábamos hojas de periódico para taparnos, para colocar nuestras cosas encima, o para tapar la silla donde teníamos que sentarnos si había que esperar, porque los bichos se subían encima, sobre el periódico, y se oía el ruido que hacían al caer, y el cric-cric sobre el papel. Las escaleras eran peligrosas porque había partes sueltas, habían arrancado las barandillas para hacer fuego y los barrotes también habían desaparecido. Sólo habían dejado lo mínimo para apoyar el pie. Metíamos un penique en el contador de gas y pedíamos a alguien que lo vigilara. Pero si nadie podía hacerte el favor, podía aparecer otra persona con su tetera y aprovechar el gas, porque había mucha necesidad.[113]
Su retrato de este aspecto de la vida para ciertas mujeres británicas, especialmente las de familias desempleadas, ilustra con claridad las condiciones que provocaron un incremento de la mortalidad en el parto durante la década anterior.[114] La multiplicación de viviendas consideradas «inhabitables» en la década de los treinta del siglo pasado y la grave superpoblación puesta de manifiesto por un estudio de la Diputación Provincial de Londres (LCC), en 1936, habrían contribuido a que en los años treinta fuera cuatro veces más peligroso dar a luz que trabajar en una mina de carbón.[115] Las estadísticas revelan una mejora general de las condiciones de las mujeres de clase obrera y de los niños en los años treinta, pero esos datos reflejan un aumento del nivel de vida para las que trabajaban, muchas de las cuales se emplearon en las nuevas industrias del sur de Inglaterra. Las cifras enmascaran la privación subyacente de las paradas, que tuvieron que sufrir la indignidad de la prueba del nivel de recursos, especialmente en las zonas de Gran Bretaña donde habían cerrado las industrias pesadas.[116] Siendo una colegiala, Lillian Urmston cruzaba la calle para evitar a la gente que hacía cola en la Bolsa de Trabajo de Stalybridge. Ella conocía a algunas de aquellas personas.
Estaban allí de pie, con cara de hambre, deprimidos y avergonzados, y a mí me daba vergüenza incluso mirarlos porque me parecía que así haría que se sintieran peor. Y me llegaban historias sobre el trato que les daban. Cuando colocaban el dinero en el mostrador, a menudo lo hacían de manera que las monedas caían al suelo. Entonces, cuando el hombre se llevaba la mano a la gorra y se agachaba para recogerlas, le decían «date prisa, date prisa, hay una cola muy larga de gente esperando. Apártate».[117]
Con una mirada retrospectiva, ella cree que entonces «nacieron en mí unas primeras nociones políticas, pero en aquella época no lo supe reconocer».[118]
Otras mujeres entraron en contacto con el problema de la pobreza a través del fenómeno de las Marchas del hambre. Muchas marchas tuvieron lugar en los años treinta, y Ellen Wilkinson se ha hecho famosa por unirse a un grupo en la Cruzada de Jarrow, en octubre de 1936. Thora Silverthorne, una enfermera que ya estaba comprometida con la política, fue una de las que ayudaron a curar las ampollas de los pies de los manifestantes del hambre.[119] El deseo instintivo de Penny Phelp de ayudar a los manifestantes por motivos humanitarios desencadenaría su partida a España. Cuando trabajaba de enfermera en hertfordshire, un amigo le dio la idea, y aprovechaba los descansos del turno de noche en hertford para ir a curar los pies de los manifestantes.
Y, la verdad, cuando me di cuenta de en qué estado tenían los pies, ¿qué hice? Me las arreglé yo sola para que viniera la ambulancia. Uno de ellos estaba tan grave que avisé a la ambulancia y lo envié al hospital. A la mañana siguiente la enfermera jefe me echó la bronca.[120]
Después del encuentro con la enfermera jefe, se produjo la salida inmediata de Penny Phelps del hospital. No está claro hasta qué punto se puede atribuir esto a su renuencia a continuar tras la regañina, o a que la matrona quisiera quitarse de encima una influencia indeseable. En la entrevista, ella recordaba lo siguiente: «me fui y me dirigí directamente al Comité de Ayuda Sanitaria a España (smac), y me cogieron enseguida. Antes de darme cuenta, ya estaba de camino a España».[121]
El contacto con los manifestantes quizá afectó a pocas mujeres de una manera tan drástica, pero para las que vivían en los ambientes más privilegiados aquellos días ante una cobertura incesante de los medios de comunicación, una Marcha del hambre podía ser una experiencia reveladora. Margot heinemann rememoraba la impresión que los manifestantes le causaron cuando estudiaba en Cambridge.
1.8 Ellen Wilkinson con manifestantes de Jarrow, 1936.
Creo que en mi pensamiento siempre estaban presentes ambos temas, el asunto de la pobreza y también el asunto de la guerra, y recuerdo claramente que hubo una manifestación para recibir al contingente de manifestantes del hambre que venían de la costa noroeste y que tenían que pasar por Cambridge. Nos concentramos para darles la bienvenida, en Girton, y nos manifestamos con ellos (…) Creo recordar que durmieron en el Mercado de Granos, y los estudiantes de medicina se habían organizado para curarles las ampollas y vendarles los pies. Y hubo un mitin en la ciudad, por la noche, en el que participó el líder de los manifestantes, Wilf Jobling (…) Y recuerdo que aquello fue un hito porque fue la primera vez que entendí que la clase obrera podía tener un papel central, un papel protagonista en la política (…) Era un orador brillante y minero en paro. Al cabo de un tiempo, lo mataron en España.[122]
La injusticia y la explotación laboral también fueron un acicate para la participación en política de las mujeres, a gran escala. En el caso de Ethel MacDonald, una pequeña injusticia provocó una reunión con el anarquista de Glasgow Guy Aldred, y un compromiso de por vida con la política revolucionaria. En un artículo titulado «La suerte cambió las vidas de estos lectores», explicaba de qué manera había sucedido.
Al principio, en 1933, la Bolsa de Trabajo me envió a trabajar como camarera en Dumfries, pero cuando llegué allí descubrí que todo había sido una farsa, y tuve que hacer autoestop para volver a Glasgow. fui a ver a un conocido socialista [Guy Aldred] para pedirle que defendiera mi caso. Me invitó a trabajar como secretaria para él y a ayudarle en un despacho que iba a abrir. Como consecuencia de esto fui invitada a Barcelona para trabajar en publicidad radiofónica. Dado que antes había sido una mujer trabajadora sin ambición, ni conciencia de clase, me parece que la suerte cambió mi vida, sin duda.[123]
Parece poco probable que la suerte fuera el único factor en esta espectacular transformación de trabajadora sin ambiciones en alguien que llegó a ser la Pimpinela Escarlata Escocesa, una leyenda en España.[124] Poco se sabe de sus primeros años, excepto que pertenecía a una familia de nueve miembros, que se fue de casa a los dieciséis años y, según se cuenta, sólo volvió de visita, alguna vez.[125]Sin embargo, algo de su carácter infantil se puede deducir de la descripción que su padre hizo de ella, llamándola «pájaro de mal agüero».[126] Otras activistas de izquierdas de este estudio recordaban las dificultades que se encontraron al intentar animar a otras mujeres a participar políticamente en el trabajo. Elsie Booth trabajó en una fábrica de tejidos donde las mujeres a menudo perdían un dedo en el intento de cumplir la cuota mínima, una desgracia que también ella sufrió.
Las chicas de la fábrica pensaban de mí que estaba loca cuando me interesé por la política porque ellas no tenían ni idea de aquello. Se dedicaban a ir a bailar o se quedaban un rato en la calle charlando con los chicos. Así era su vida. Y cuando supieron que me había afiliado al Partido Comunista, bueno, se imaginaban que sacaría una bomba del abrigo en cualquier momento.[127]
Cuando intentaba que acudieran a los mítines, recibía esta contestación: «Oh, calla, bolchevique, no nos interesa».[128]
A veces, las visitas a la Unión Soviética estimulaban este empeño por dignificar las condiciones de trabajo y construir una sociedad mejor. Allí se aunaban esfuerzos para mejorar la vida de las masas.[129] En 1935, Frida Stewart acudió al festival de Teatro de Moscú en un viaje organizado por la British Drama League. Llena de idealismo y esperanza, describió cómo reaccionó a aquel impulso por construir una nueva sociedad igualitaria.
(…) la experiencia de ver Rusia con mis propios ojos fue electrizante, y sentí que había entrevisto un mundo nuevo –una mirada periscópica inolvidable que se asomaba al futuro brillante de los niños y los jóvenes soviéticos, con su promesa de prosperidad para todos (siempre que reinara la paz), y de sanidad, cultura e igualdad de oportunidades.[130]
Mary Docherty formó parte de un grupo elegido para viajar a la Unión Soviética por medio de la Liga de Jóvenes Comunistas (ycl), en 1929, con motivo de una reunión de la Internacional Infantil. Ya sufría de tuberculosis, que contrajo a causa de «una salud delicada» después de años de pobreza siendo niña, sus recuerdos felices de las visitas al teatro, en Moscú, y los fuegos artificiales de Nochevieja, contrastan con sus recuerdos cuando jugaba con un ladrillo que hacía las veces de muñeca, en Escocia. Cuando los compañeros volvieron a casa, ella se quedó en un sanatorio próximo a Yalta, donde se curó de la tuberculosis.
El tiempo que pasé en la Unión Soviética es algo que no olvidaré jamás. Me sentí una persona diferente, sin tener que preocuparme de dónde vendría la siguiente comida, libre para ir donde quisiera, y donde todo el mundo hacía lo que podía por contentarme. Me hizo sentir como en casa. Cuando estuve en Moscú, miraba a mi alrededor y pensaba: «todo esto pertenece a los obreros. No a la clase capitalista». Mientras estuve allí, también me pertenecía a mí, como obrera.[131]
La experiencia de florence farmborough en Rusia tuvo lugar dos décadas antes y no pudo haber sido más diferente. Primero, viajó allí como institutriz, en 1910. En el prefacio de sus diarios explica por qué se sintió impelida a tomar un camino que la llevaría a la peligrosa labor de enfermera en el frente ruso durante la Primera Guerra Mundial. Y después, a trabajar para franco, durante la Guerra Civil Española, leyendo los boletines de propaganda diaria en inglés, en Radio Nacional de España.[132]
Siempre supe que tenía que viajar. Ese anhelo fue muy intenso, ya desde mi primera juventud. Como era la cuarta de una familia de seis hermanos, no me encontré con muchos obstáculos cuando, aún adolescente, expresé mi deseo de viajar al extranjero. Tenía como alas en los pies ante el impulso irrefrenable de conocer mundo, y la mirada ansiosa de ver los caminos que se abrían ante mí, y de abarcar todo aquello que el inmenso y maravilloso mundo me reservaba.[133]
1.9 florence farmborough.
El relato de sus años como enfermera de la Cruz Roja, en el ejército ruso, es tan detallado como fascinante. Sorprendentemente, también tomó fotografías durante todo aquel torbellino. Una entrevista grabada en 1975, cuando tenía ochenta y ocho años, arroja más luz sobre ciertos aspectos de su personalidad que sus libros o fotografías. Con el tono imperioso de otra época, arrastrando la «r» de Rusia y aspirando la «h» de ciertas palabras, narra sus experiencias con una expresión lenta y precisa, revelando su aptitud como oradora cuando describe los campos de batalla asolados.
Dudo mucho que en ninguna guerra se pudiera ver un campo de batalla como los que había en la Primera Guerra Mundial. Los campos de batalla eran extensos espacios abiertos marcados, aquí y allá, por las líneas en zigzag de las trincheras, algunas muy profundas, las de los rusos con menos profundidad, e innumerables, larguísimos espacios cubiertos de alambre de espino (…) Cuando los cruzábamos, veíamos pedazos de cuerpos humanos. Los encontrábamos allí tirados –ya verá mis fotografías–, tirados por la tierra, agonizantes o en descomposición. No tenían tiempo para enterrarlos.[134]
Sus experiencias en la Primera Guerra Mundial tendrían una influencia notable en su actitud futura, pero para la mayoría de las mujeres de este estudio, nacidas más tarde que Florence Farmborough, el final de la década de los veinte y el principio de la década de los treinta fueron años decisivos durante los cuales ampliaron su horizonte. fue un período en el que, para ellas, la esperanza de reforma social iba asociada a una percepción cada vez mayor de acontecimientos de más alcance. La cuestión internacional que más inquietaba, y que acabaría estando inseparablemente unida a la Guerra Civil Española, era el auge del fascismo. La toma de conciencia del fascismo como un peligro siguió diversos procesos, y la postura antifascista reflejaba los diferentes temas que inquietaban. Uno de ellos era el concepto de pureza racial. En Gran Bretaña, la retórica antisemita y la violencia de Oswald Mosley y de la Unión Británica de fascistas (BUF) encontrarían una oposición masiva, y no sorprende que a las manifestaciones contra sus actos asistieran muchas mujeres de este estudio, comprometidas políticamente.
Margot heinemann fue especialmente consciente de este aspecto del fascismo y estuvo entre los estudiantes de Cambridge que reaccionaron a esta «amenaza», acudiendo a las manifestaciones. Del mitin de Mosley, en hyde Park, en 1934, ella recordaba el eslogan «Ahoguemos a Mosley en un mar de actividad proletaria». Retrospectivamente, le parecía que el eslogan sonaba «bastante curioso», pero de todas formas creía que causó la impresión adecuada para la ocasión. Aquel día, dos mil fascistas, Unity Mitford incluida, fueron rodeados por más de cien mil antifascistas que la policía tuvo que contener.[135] Aquellas protestas masivas han quedado en la memoria popular como una experiencia colectiva y una victoria para la izquierda, que «paró los pies al avance del fascismo» en Gran Bretaña, y «lo desenmascaró ante la nación».[136] Las mujeres solían declarar con orgullo: «yo estuve allí» cuando se les preguntaba si participaron en aquellas protestas.
Pero aunque muchas mujeres de este estudio se tomaron muy en serio las actividades de la Unión Británica de fascistas, quizá los acontecimientos que sucedían en el extranjero les causaban aún más inquietud. De sencillas excursiones al campo se regresaba con una percepción de la naturaleza de los cambios que se producían en Europa. Margaret Powell fue de viaje con un amigo a Alemania, en los años treinta, y regresó con la indeleble impresión de los jóvenes desfilando y de las posturas antisemitas, que la llevaría a aborrecer el fascismo y todo lo que representaba.[137] Estos sentimientos fundamentaron su decisión de trabajar de enfermera en España y después colaborar con los refugiados en Yugoslavia y Alemania. Otras tuvieron experiencias similares durante las vacaciones, y observaron con incredulidad el agravamiento de la situación. Gracias a sus intereses musicales, Frida Stewart se topó con los ideales del Wandervogel cuando asistía a un festival de música de dos semanas, en Alemania, para promover la Asociación Anglo-germana, en 1931.
La parte musical de la visita fue muy interesante y valió la pena. En cuanto al trasfondo ideológico tenía serias dudas (…) No podía aceptar las teorías que propugnaban, que se parecían sospechosamente a las de los jóvenes nacionalsocialistas que había conocido en 1928. Tampoco aceptaba las expresiones «amor por el fuego» [138] y «sentimiento de sangre», ni el simbolismo pseudorreligioso de los bailes alrededor de las hogueras y otros rituales parecidos. [139]
Cuando sugirió que los viajes de buena voluntad se extendieran e incluyeran a los países no teutónicos, se produjo un silencio de estupefacción. A lo largo de los años siguientes, tuvo noticia de la situación en Alemania, a través de los judíos exiliados que se refugiaban con sus familias en Cambridge y por las cartas que recibía de su hermana desde frankfurt y que leía con «horror e incredulidad». En 1933, dice, «pensar en lo que pasaba en la Alemania que había amado y que ahora parecía haberse vuelto loca no me dejaba dormir por las noches».[140] Elizabeth Crump estuvo en la universidad, en Alemania, en 1936, y era una «antinazi convencida», sin darse cuenta aún de las consecuencias de lo que estaba sucediendo.
Sólo se veía la parafernalia, toda aquella gente vestida de negro y los estudiantes que yo conocía salían a hacer incursiones nocturnas, con antorchas y cosas por el estilo. Y no quedaba ni un judío en la ciudad.[141]
1.10 Elizabeth Crump.
Otro tema relacionado con la ideología fascista que causaba inquietud era el del papel de las mujeres y el ideal de un regreso al Kinder, Kirche, Küche, (niños, iglesia y hogar). Aparte de una minoría reducida de feministas convencidas de que la Unión Británica de fascistas ofrecía a las mujeres un avance a través del estado corporativo, las feministas que luchaban activamente por los derechos de la mujer eran antifascistas, hasta cierto punto.[142] En el ámbito parlamentario, tanto Eleanor Rathbone, la diputada independiente y famosa «Nueva feminista», como Ellen Wilkinson, antigua sufragista, se implicaron como antifascistas en la guerra española. Entre las militantes de base, Molly Murphy fue quizá la única de las antiguas sufragistas que trabajó de enfermera en España. Nacida en 1890, a los dieciséis se apuntó a la Unión Política y Social de la Mujer (wspu) dirigida por las Pankhurst, junto con su madre, que había sido «el pilar básico» de la familia durante años. El enfoque feminista de Molly Murphy puede tener relación con una infancia de penalidades, después de que su padre dimitiera como director, en protesta por el rechazo de una reivindicación salarial para los trabajadores de su departamento. Anunció que «se convertiría en obrero y lucharía con ellos por mejorar las condiciones». «Aquello sonaba muy bonito y muy noble –escribió Molly Murphy en sus memorias– pero viniendo de un hombre que tenía que alimentar a una familia de seis hijos, era una soberana idiotez». El padre se quedó en el paro y se vieron obligados a mudarse a la barriada de Salford, de donde su madre se propuso escapar lo antes posible. Y lo consiguió. Ella mantenía a la familia y la trasladó a un lugar mejor, forzando al marido «le gustara o no, a un segundo plano», hasta que él se fue para siempre.[143] Molly Murphy llegó a ser la organizadora de la Unión Política y Social de la Mujer, en Sheffield, pero en aquella época ya comenzaba a interesarle más el socialismo. Esto es lo que refiere de un fugaz vistazo a la vida que llevaban algunas líderes de la Unión, poco después de que la liberaran de una detención por escribir con tiza el anuncio de un mitin.
Llegué a la casa grande justo cuando el lacayo llevaba el té a un grupo de amigas de la señora. Las había invitado para presentarles a la señora Pethwick Lawrence y esta última había hecho su petición para recaudar fondos. «Bueno», dije para mis adentros, «algo de dinero debe haber entre tanta opulencia», pero vi a la señora de la casa sentada en una habitación decorada con todo lujo, con un servicio de té de plata maciza delante, disertando sobre «el sacrificio». «Sí», dijo, «a todas se nos plantean muchas peticiones y aun así, tenemos que conseguir más gente que nos apoye. No sirve de nada que la gente diga que no puede dar más. Siempre hay modos y maneras, aunque sea a base de eliminar el plato de pescado del almuerzo, para contribuir». «Eliminar el plato de pescado» era demasiado para mí, que no había visto en la vida un plato de pescado a la hora del almuerzo. Estuve a punto de soltar una carcajada. Reflexioné mucho sobre aquello. Cuanto más pensaba, más crecía en mí la duda de qué tendríamos en común mi madre, Annie Kennie, la obrera de la fábrica, y yo misma, con damas como aquellas de la casa grande.[144]
Para Molly Murphy la causa de la emancipación de las mujeres se convirtió en «una parte muy positiva de la lucha humana por el socialismo y no un hecho al margen».[145] Debió de ser muy consciente del peligro de perder los avances en igualdad por los que tanto se había combatido si se imponían las políticas fascistas que constreñían a las mujeres al hogar.
Noreen Branson participó muy activamente en el Gremio de Cooperativas de Mujeres, apoyando la lucha para que más mujeres tuvieran acceso al control de natalidad. Ella recordaba que algunas mujeres del Gremio supieron de la existencia de esas medidas políticas nazis relativas a las mujeres. Celia Baker se enteró de esas políticas de manera bastante inusual. Siendo miembro de un grupo de teatro llamado Rebel Players, actuó en una obra titulada Mädchen in Uniform, que se inspiraba en una escuela femenina de Alemania. Según recuerda, aquello era «muy revelador sobre la actitud de los alemanes respecto a las mujeres».[146] Las mujeres del Six Point Group, como parte de su campaña por la igualdad de derechos, publicaron un panfleto titulado Mujeres tras los Barrotes Nazis. Lo había escrito la secretaria honoraria, Monica Whately, quien más tarde llegaría a un profundo compromiso con la Guerra Civil Española. En la memoria anual se comenta el éxito del panfleto:
[El panfleto] revelaba con mucha claridad la degradación de las mujeres bajo las dictaduras fascistas y contenía un llamamiento a las mujeres para que se asociaran como medida de protección contra esta amenaza internacional. Se imprimieron cientos de miles de ejemplares y fueron repartidos por la Women Shopper’s League, y el documento se vendió en las calles del West End, donde hacía muchos años que no se ponía a la venta ninguna publicación feminista.[147]
1.11 Celia Baker.
No fue el único grupo que repartió información sobre ese tema. El Six Point Group envió a una representante a otra organización, Mujeres contra la Guerra y el fascismo. Elsie Booth también pertenecía a ese grupo. fue una de las setenta delegadas británicas que acudieron al primer congreso internacional, celebrado en París en 1934, y en el que participaron un total de mil doscientas mujeres. Allí debió de entrar en contacto con la titular de la delegación española, Dolores Ibárruri, La Pasionaria, que pronto llegaría a ser mundialmente famosa por su llamamiento a defender la República. Los objetivos de las participantes en el congreso se recogieron después en un boletín para que llegara a las futuras asociadas británicas.
Los objetivos del movimiento internacional son alertar a las mujeres para que sepan ver la amenaza del fascismo y la guerra, conseguir su participación en la lucha contra esos peligros, y mantener y ampliar sus derechos y libertades. En este país, el movimiento pretende involucrar a las mujeres en la lucha contra preparativos bélicos de cualquier clase, tales como el aumento del armamento y la propaganda e instrucción militares; potenciar iniciativas similares en otros países; hacer que las mujeres se den cuenta de los peligros concretos que el fascismo les reserva, y la consiguiente importancia de proteger y extender los derechos políticos y económicos ya adquiridos; y trabajar por mejorar las condiciones de la mujer en la industria, y por el avance de los servicios sociales para mujeres y niños.[148]
Esta declaración parece contener los principales miedos y esperanzas de la mayoría de las mujeres del presente estudio en los primeros años de la década de los treinta. Pero las que habían sido especialmente sensibles a las ideas pacifistas se enfrentaban a una crisis de conciencia.[149] A medida que se debilitaba la fe en la posibilidad de paz mediante la seguridad colectiva de la Liga de Naciones, muchas cambiaron el punto de vista y contemplaron la necesidad de combatir en una «guerra justa» como reacción al auge de los dictadores fascistas. Noreen Branson y Leah Manning se habían hecho pacifistas como consecuencia de pérdidas personales en la guerra. El padre de Noreen Branson cayó en la Primera Guerra Mundial y Leah Manning quedó desolada al morir su admirado padrino, muy joven, en Mafeking. Ambas mujeres cambiaron sus opiniones respecto al pacifismo en 1935. Noreen Branson había abandonado su inicial postura antibélica después de participar en la manifestación contra los Camisas Negras de Mosley, en Londres.
Me pareció que era justo luchar por una buena causa, porque aquella era muy diferente a la guerra imperialista, que no era una buena causa. Los poderes imperialistas enfrentándose entre sí. Pero en aquella época llegué a estar convencida por completo de que combatir por la libertad era necesario.[150]
Los resultados de la encuesta sobre la paz, de 1935, le mostraron a Leah Manning que el pueblo británico apoyaba una acción colectiva contra una nación agresora. Esto, unido a lo que había visto en su visita a España, en 1934, tras la dura represión del levantamiento de los mineros asturianos, forzó el abandono de sus ideales pacifistas largamente defendidos.[151]
1.12 Eleanor Rathbone pronuncia un discurso en un mitin sufragista en julio de 1925.
Otras siguieron un proceso similar: desde las esperanzas de mantener la paz hasta el sentimiento de que la guerra era inevitable. Betty harrison, una de las muchas mujeres que colaboraron en la colecta de fondos para los niños refugiados de España, se había considerado pacifista hasta 1936, cuando se dio cuenta de que el pacifismo «no era defendible, según mi opinión. Si hubiera estado en España, habría luchado, por tanto ya no era pacifista».[152] Cuando estudiaba arte, Priscilla Thornycroft se apuntó a la Asociación Internacional de Artistas al ver que además de sus actividades por «el arte libre, la democracia y contra el fascismo», participaban en la campaña por la paz, porque «mire, creíamos sinceramente que podríamos impedir otra guerra».[153]Las escritoras Sylvia Townsend Warner y Valentine
Ackland participaron activamente en consejos pacifistas antes de abogar a favor de la República Española. Eleanor Rathbone estuvo en el Consejo General de la Liga de Naciones. Al principio, fue una apasionada defensora del desarme mundial, y evolucionó de manera gradual hasta posicionarse a favor de una política exterior firme y convertirse en un piedra en el zapato del Gobierno Británico, cuya política exterior llegó a considerar «no sólo carente de la elemental percepción de causa-efecto, sino cobarde y deshon rosa, en definitiva».[154]
Su libro War Can Be Averted: The Achievability of Collective Security contiene una crítica severa a la política británica de no intervención en España.[155]
En ciertos casos, las experiencias personales en otras guerras ejercieron una influencia directa en las actitudes respecto al conflicto español. Seguro que a florence farmborough le resultó imposible observar la situación de España desde una perspectiva que no estuviera teñida por un tono amenazante, debido a sus experiencias en el frente ruso. Con la escalada de la Revolución en Rusia, la situación del equipo sanitario se fue complicando, y les ordenaron que se retiraran del frente «como pudieran». Rodeada por soldados en deserción, se enfrentó a grandes peligros, en medio de todo aquel caos de 1917:
Aquella noche, ninguno de nosotros pudo dormir; teníamos mucho frío y mucho miedo. A nuestro alrededor todo eran hombres ebrios, descontrolados, tan borrachos de libertad como de alcohol. Al oscurecer, iban cruzando Botushany, en grupos; gritando, cantando, jurando, al tiempo que pasaban junto a nuestro escondite. Sí, un escondite. A eso se había reducido. Teníamos que escondernos, porque nuestros soldados nos daban miedo. Cuando pasaban, conteníamos el aliento y hablábamos en murmullos (…) Y más de una vez, en el transcurso de aquella noche oscura y espantosa, oímos el grito agudo y desesperado de una campesina, pidiendo ayuda.[156]
Su admiración iba destinada a «los hombres religiosos, honrados, solidarios y leales» que intentaban mantener el orden y preservar los valores tradicionales entre miles de desertores.[157]Sus simpatías, naturalmente, estaban con sus amigos de Moscú, cuyas vidas se habían visto trastocadas drásticamente por los bolcheviques. Después del arduo viaje de regreso, se fue a España y fue profesora de inglés en la Universidad Luis Vives, en Valencia. Para ella, el estallido de la guerra civil en España era la «segunda revolución roja» que presenciaba, «consecuencia directa e inevitable de la maquinación y la propaganda rusas, de parte de la Internacional Comunista», una transferencia de temores que habría sido muy difícil evitar.[158]
Pocas mujeres de este estudio habían estado en España antes de la guerra. Las que sí, en general, ya se orientaban decididamente hacia una trayectoria política concreta. Por consiguiente, la experiencia más que formar, confirmó su punto de vista.[159] Winifred Bates quizá conocía mejor España que la mayoría de mujeres británicas puesto que había pasado largos períodos en ese país, en diferentes ocasiones. fascinada por la cultura y las tradiciones españolas, su marido y ella pasaron un año en diferentes pueblos de Cataluña, en 1931, aprendiendo el idioma y hablando con los lugareños que encontraban. Ella creía que «sabía lo que estaba pasando y lo que era más importante, sabía lo que sentía el pueblo». Se interesó especialmente por su actitud respecto a la Iglesia católica, y observó que la mayoría de los hombres de las zonas montañosas hacían hincapié en que eran las mujeres quienes sostenían a la Iglesia. Sin embargo, las chicas jóvenes le decían que sólo iban a la iglesia «porque nuestras madres nos obligan o nos dicen que vayamos», y que no querían ir a las hijas de María, la única agrupación juvenil del pueblo para las chicas. Winifred creía que por eso «se adaptaron tan deprisa a las modernas organizaciones juveniles y políticas que se fundaron durante la guerra».[160]
Otra mujer que también tuvo un contacto directo con España antes de 1936 fue helen Grant, quien fue a España la primera vez como estudiante universitaria de Oxford, para aprender el idioma. Durante su estancia hizo amistad con muchas personas que apoyaban la República al principio de los años treinta, entre las cuales había destacados intelectuales españoles que conoció cuando estudiaba en la famosa Residencia de Estudiantes, en Madrid. Entre sus recuerdos de aquellos días relata el encuentro con federico García Lorca en los jardines del compositor Manuel de falla, «donde una cantante francesa cantó algunas piezas de falla y él la hizo llorar al intentar que captara el ritmo andaluz».[161]Antes de ir a España, ella puntualiza que «no era plenamente consciente de la diferencia entre comunista y laborista», pero llegó a ser una decidida partidaria de la causa republicana, y «una apasionada socialista».[162] helen Grant se aparta de la norma porque se interesó por la política a través de una participación directa en algunos acontecimientos de España antes de la guerra, por ejemplo, la revuelta estudiantil de Granada, en 1929. En esto difiere de la mayoría de mujeres, cuyo pensamiento político se había formado fuera de España y se aplicó a la situación española una vez iniciada la Guerra Civil. El escaso conocimiento que las activistas de base británicas tenían de España, antes de la guerra, aumentaría drásticamente al darse prioridad a las campañas de solidaridad con la República sobre otras actividades.[163]
Para las pocas mujeres que habían tenido experiencia directa con España, ya se habían forjado vínculos a través del contacto y de la amistad, que serían poderosos factores de motivación que, de alguna manera, las llevaron a participar en la guerra. ¿Pero qué hay de las miles de mujeres que iban a interesarse por esta guerra extranjera? ¿Los relatos de este estudio dan a entender que sus motivos fueron consecuencia inevitable de un conjunto de fuerzas, que oportunamente las habían colocado en ese punto de su trayec toria vital? Llegados a este momento, quizá habría que reflexionar sobre las posibilidades de dejarse seducir por la idea teleológica de que el itinerario que las llevó a su participación en la guerra española muestra indicios de inevitabilidad, o incluso, de designio. Tanto el individuo cuyos recuerdos son investigados como el historiador, como investigador, pueden encontrarse con que su percepción de una ruta definida por donde las motivaciones avanzan hacia su conclusión ineludible es consecuencia, en cierta medida, de su condición de constructores del pasado. Qué tentador, se podría aducir, es buscar la piedra angular para la escalera retrospectiva que nos lleve a «componer» el sentido de una historia vital, cuando la mezcla de experiencias del pasado en algunos casos puede ser sólo argamasa. Sin embargo, lo que se puede ver con claridad es que en aquella coyuntura, cuando España se convirtió en un campo gravitatorio que atrajo a una multitud de personas, las mujeres entraron en su órbita, no sólo porque era la «causa» del momento, sino porque para todas ellas el conflicto era reflejo de sus diferentes inquietudes. La traslación de dichas inquietudes a la cuestión española fue, por tanto, una respuesta predecible, más que predestinada.
Al comienzo de este capítulo, dos enfermeras daban su propia valoración del grado de compromiso político que tenían con la Guerra Civil, y llegaban a conclusiones diferentes. La pregunta que puede plantearse es: ¿sus motivos fueron tan diametralmente opuestos? Los que consideran la política como la estructuración o «articulación» de relaciones de poder en el seno de la sociedad han desafiado la definición tradicional de política como una «actividad» que regula la asignación de recursos. Así, más que definirse como una actividad intencional, en esencia, que se desarrolla en la esfera pública, la política impregna todas las áreas, y no requiere necesariamente la participación a nivel consciente.[164]Estos conceptos de lo político tan dispares se manifiestan en los puntos de vista de las mujeres de este estudio. Patience Darton observaba que su motivo fue «político», aunque no estaba afiliada a ningún partido en aquella época y tenía escasos conocimientos de política en general. Su compromiso con el comunismo comenzó en España y quizá formó su opinión de manera retrospectiva. Penny Phelps recalcaba que su participación en España no fue «política» en absoluto, pero antes de la guerra tenía amigos judíos y, a través de ellos, sintió la presencia del fascismo como una «amenaza», y dijo: «lo pensaba porque era una persecución de personas que luchaban por existir».[165] Estando en Gran Bretaña, durante un permiso de su destino de enfermera en España, habló en mítines en los que se pedía fondos para material sanitario y dejó clara su opinión:
No sé lo que está haciendo este gobierno. No parece que quiera que gane el pueblo español. Tenemos que ayudarlos a cambiar las terribles condiciones de vida que allí existen.[166]
La voluntad de construir una sociedad mejor podría considerarse fundamentalmente política, aun cuando se exprese en términos ante todo humanitarios.
Cuando las mujeres activistas de los partidos dan su propia visión de los motivos que las llevaron a hacer campaña contra franco, a veces también encuentran dificultades para definir lo político. Por ejemplo, al declarar que más que la política, lo que las «captó» fue la oposición contra «el racismo y el fascismo».[167] El relato de Celia Baker ilustra que el grado de compromiso político, así como su definición, puede depender mucho de la percepción. Entrar a formar parte del grupo izquierdista Unity Theatre le posibilitó combinar la pasión por actuar en el teatro con los intereses políticos, aunque nunca se afilió a ningún partido en concreto. La política, según recuerda, había sido uno de los elementos de su historia, pero según ella «nunca había sentido una gran pasión por la política –y añadió– nunca entendí cómo los comunistas podían haberse involucrado tanto». Sin embargo, su compromiso político parecía ser profundo y activo. Siendo muy joven, acompañó a su madre a intentar evitar que Oswald Mosley y la Unión Británica de fascistas atravesaran el East End de Londres en manifestación, porque «los fascistas eran odiosos». Actuó en muchas representaciones para recaudar dinero para España, con el argumento de que el pueblo era víctima de «una terrible injusticia», al negársele la libertad de elegir a su gobierno. Cuando acabó la Guerra Civil, ella «lloró la muerte de España» y no volvería allí mientras el «dictador fascista» estuviera en el poder. Cuando su hija le preguntó qué había hecho como miembro de la Liga de Naciones para evitar la Segunda Guerra Mundial, ella respondió:
«Me manifesté».
Ella preguntó: «¿sirvió para algo?».
Y yo le dije: «no, pero tenía que manifestarme» [risas].[168]
Por lo tanto, podría parecer que para Celia Baker el concepto de compromiso político «apasionado» quizá incluía el elemento imprescindible de la afiliación a un partido político y la fidelidad a la línea del partido que, ciertamente, no se consideraban requisitos esenciales de los activistas en esta época de política monotemática.
Sin duda, hubo mujeres que se afiliaron al Partido Comunista debido a la postura activa que el partido adoptaba en la cuestión española. Frida Stewart, que no pertenecía a ningún grupo político con anterioridad, decidió «poner toda la carne en el asador y afiliarse al Partido Comunista», en parte porque conocía la existencia de la Brigada Internacional y «eran la clase de personas a quienes admiraba».[169] Otras estaban descontentas con la falta de acción del Partido Laborista respecto al tema de España, y se dieron de baja para afiliarse al Partido Comunista.[170] Pero la afiliación a un partido fue sólo una de las formas en que las mujeres de este estudio demostraron su preocupación por la guerra de España. Como activistas políticas con un interés profundo por los acontecimientos internacionales, como seguidoras de las enfermeras voluntarias al estilo de florence Nightingale, como mantenedoras de la tradición de las organizaciones benéficas y como madres que se identificaban con el miedo que otras madres sentían por sus hijos, todas estas mujeres pudieron ver en España un nuevo ámbito en el que concentrar sus energías. «España» fue el toque a rebato que ofreció una oportunidad a la que responderían, fuera cual fuera la combinación de elementos personales, ideológicos, humanitarios y políticos en los que se basó su motivación. Creían que podrían prestar una ayuda práctica, desde la contribución más humilde, al compromiso más profundo. El motivo meliorista fue para ellas la inspiración esencial.
La gente no parece entender qué se sentía, pero estaba claro como el agua que si de verdad veías lo que estaba ocurriendo, sentías que era necesario actuar de alguna manera.[171]
[1] Patience Darton, aj, 8 de marzo, 1996.
[2] Penny Phelps, aj, 22 de febrero, 1996.
[3] Véase apéndice II. Paul Thompson trató muchos de estos temas en The Voice of the Past, Oxford University Press, 1988, primera edición, 1978; Penny Summerfield ha ofrecido recientemente un resumen muy útil en la introducción de Reconstructing Women’s Wartime Lives, Manchester University Press, 1998.
[4] El uso de la palabra componer se identifica con la investigación del Grupo Popular de la Memoria, del Centro de Estudios Culturales Contemporáneos de Birmingham. Su argumentación era que «componemos» los recuerdos para racionalizar nuestro pasado y nuestro presente. Composición, en este sentido, tiene un significado ambiguo que se refiere tanto a nuestra construcción de los recuerdos mediante el lenguaje público y los significados culturales, como a la necesidad de una sensación de compostura que sólo puede surgir de conciliar el yo del pasado y el yo del presente.
[5] Este tema ha sido objeto de abundante argumentación histórica. Véase, por ejemplo, Alessandro Portelli, «The Peculiarities of Oral history», History Workshop 12, 1981; Trevor Lummis, Listening to History, hutchinson Education, 1987; Alistair Thomson, Anzac Memories: Living with the Legend, Oxford University Press, 1994; Patrick hagopian, «Oral Narratives: Secondary Revision and the Memory of the Vietnam War», History Workshop 32, 1991.
[6] Véase, por ejemplo, Ronald fraser, In Search of a Past, Verso, Londres, 1984. Para un debate sobre este tema, véase por ejemplo, Raphael Samuel y Paul Thompson (eds.), The Myths We Live By, Routledge, Londres & Nueva York, 1990, pp. 6-7.
[7] Este tema reaparece en la segunda parte del capítulo 5, donde se trata la visión retrospectiva que de la guerra tienen las mujeres.
[8] No se incluyen aquí los debates científicos sobre la relativa importancia de los factores sociales en oposición a los biológicos, en cuanto a su influencia en el desarrollo individual. Por lo que respecta a esta investigación, se da por supuesto que ambos factores influyen en mayor o menor grado.
[9] Para este capítulo, se elaboraron los perfiles de 45 mujeres que participaron en la guerra de diferentes maneras. fueron seleccionadas entre un grupo de más de un centenar, según la disponibilidad de información sobre sus años de juventud. Por desgracia, muchas entrevistas de los años setenta y ochenta sólo cubren el período de la Guerra Civil. A veces, la documentación que queda de la participación de una mujer la forman artículos y noticias de sucesos relativos a la guerra que contienen poco o ningún material personal.
[10] Penny Phelps, aj, 22 de febrero de 1996. Priscilla Thornycroft había recordado un incidente similar que tuvo que ver con un Zepelín. Aunque era muy joven para comprender lo que sucedía, le había quedado grabada la fuerte reacción de su madre al sufrimiento de la gente que se había abrasado. Priscilla Thornycroft, aj, 28 de abril, 2000.
[11] Frida Stewart, memorias inéditas, p. 7. Es interesante observar que hay dos versiones de esta última frase, la otra sería «la visión de aquellos espectadores mutilados y vestidos de azul estropeó toda diversion posible, aquella tarde». Después de conocer a Frida Stewart, parece probable que la segunda versión sea una corrección, porque ella siempre tuvo fe en la bondad de la gente, y debió de suponer que todos se sintieron igual de tristes que ella.
[12] Kathleen Gibbons, aj, 6 de agosto, 1998.
[13] Marjorie Jacobs, aj, 2 de agosto, 1996.
[14] Cora Blyth, aj, 5 de agosto, 1996.
[15] Leah Manning, A Life for Education: An Autobiography, Victor Gollancz, Londres, 1970, pp. 18-19.
[16] Jessica Mitford, Hons and Rebels: An Autobiography, Victor Gollancz, Londres, 1961, p. 40.
[17] [N. de la T.] En el original: Tweeny or between-maid. Una empleada muy joven, una doncella que estaba al servicio de otras dos, en una casa.
[18] Jessica Mitford, Hons and Rebels..., op. cit., p. 42. El caso de francesca Wilson, que más tarde colaboró con los cuáqueros en España, es un ejemplo de la voluntad de ayudar a los niños pobres. Cuando era pequeña guardaba los caramelos para darlos a los niños pobres, pero sus barritas negras de regaliz, pegajosas y sin envoltorio, no fueron tan apreciadas como ella había esperado. francesca Wilson, A Life of Service and Adventure, June horder (ed.), horder, Londres, 1993, p. 6.
[19] Patience Edney (Darton, de soltera), IWM 8398. El punto de vista de una chica becada, sobre la segregación de aquellas que recibían los libros gratis, lo encontramos en una entrevista que Sue Bruley le hizo a Bessie Wild, el 8 de septiembre de 1977, cuando investigaba para su tesis, publicada más tarde como Leninism, Stalinism and the Women’s Movement in Britain 1920-1939, Garland, Nueva York & Londres, 1986.
[20] Micky Lewis, aj, 7 de julio, 1996.
[21] Frida Stewart, memorias inéditas, pp. 7-8.
[22] Martin Green, introducción a las memorias de su madre, «A Chronicle of Small Beer», p. 5. Nan Green trabajó en España, durante gran parte de la guerra, como administradora de los equipos sanitarios. Ver capítulo 3.
[23] Frank J. Sulloway, Born to Rebel: Birth Order, Family Dynamics, and Creative Lives, Abacus, Londres, 1998. Publicado primeramente en Gran Bretaña por Little, Brown and Co., 1996, p. 98.
[24] Ibíd., p. 287, cita de un estudio de Rejai y PHillips, de 1983.
[25] Las reflexiones de Sulloway las apoya en gran medida Louis H. Stewart, Changemakers: A Jungian Perspective on Sibling Position and the Family Atmosphere, Routledge, Londres & Nueva York, 1992, pp. 57-58, y las rebate Judith Rich harris en su libro The Nurture Assumption, Bloomsbury, Londres, 1998.
[26] En el curso de esta investigación, únicamente ha sido posible recoger información sobre el orden de nacimiento y número de hermanos de 35 mujeres que participaron activamente en apoyo de la República Española, excluidas las que querían ayudar a los dos bandos, como por ejemplo las cuáqueras. En el grupo sólo había dos primogénitas, pero el número de miembros de la familia y otros factores que contribuyen a las complejidades estadísticas de este tema, hacen imposible extenderse en detalles que pudieran aportar algún dato significativo a los miles de casos que Sulloway incluyó en su análisis.
[27] Lillian Buckoke (Urmston, de soltera), Tameside 203. Nancy Cunard, que escribió sobre la guerra española, también se sentía orgullosa de ser descendiente del rebelde irlandés Robert Emmett, que fue ahorcado por encabezar una insurrección. Charles Duff, «Nancy Cunard: The Enigma of a Personality», en hugh ford (ed.), Nancy Cunard: Brave Poet, Indomitable Rebel 1896-1965, Chiltern Book Co., Filadelfia, Nueva York, Londres, 1968, p. 189.
[28] Nan Green, «A Chronicle of Small Beer» op. cit.
[29] Penny Phelps, aj, 22 de febrero, 1996.
[30] Frida Stewart, memorias inéditas, p. 2.
[31] Ibíd. p. 25.
[32] Leah Manning, A Life for Education, op. cit., p. 12.
[33] Ibíd. p. 24.
[34] Miembro entusiasta del Partido Comunista en la década de los treinta, durante un tiempo trabajó en París colaborando con las Brigadas Internacionales que iban a combatir a España, y también fue secretaria de Dependants Aid, el grupo que daba apoyo a las familias de los brigadistas internacionales y a aquellos que regresaban a casa heridos. Ver capítulo 2.
[35] Charlotte haldane, Truth Will Out, George Weidenfeld & Nicholson Ltd., Londres, 1949, p. 304.
[36] Sulloway posiblemente habría catalogado a Charlotte Haldane como primogénita, llevada al radicalismo por un grave conflicto con sus padres. Born to Rebel, op. cit., p. 293.
[37] Haldane, Truth Will Out, op. cit., p. 24.
[38] Betty D. Vernon, Ellen Wilkinson, Croom helm, Londres, 1982, pp. 4-5.
[39] Betty Vernon escribe que el padre de Ellen Wilkinson trabajaba a tiempo parcial en una fábrica de tejidos, a la edad de ocho años, y mantenía a su familia a los doce. La única educación académica que recibió fue en la escuela dominical, donde aprendió a leer y escribir. Ellen Wilkinson, op. cit., pp. 4-5.
[40] Ellen Wilkinson en la edición de la Condesa de Oxford y Asquith, Myself When Young By Famous Women of To-day, frederick Muller, Londres, 1938, p. 399. Entrevista con Isabel Brown por Sue Bruley, 3 de septiembre, 1976.
[41] Entrevista con Isabel Brown, por Sue Bruley, 3 de septiembre, 1976.
[42] Para un breve repaso a la investigación que cuestiona el punto de vista expresado por algunos como Lazarfeld, en los años sesenta, véase Vicky Randall, Women and Politics, Macmillan Press, Londres, 1982, pp. 48-49.
[43] Thora Silverthorne, aj, enero, 1996.
[44] [N. de la T.] Hija de minero.
[45] Mary Docherty, A Miner’s Lass, Lancashire Community Press, Preston, 1992.
[46] Catherine Collins, IWM (Imperial War Museum) 11297.
[47] Elsie Booth, Tameside 756.
[48] Priscilla Scott-Ellis (ed. Raymond Carr), The Chances of Death: A Diary of the Spanish Civil War, Michael Russell Ltd, Norwich, 1995, y la señora Alexander Dru (Gabriel herbert, de soltera), carta y breves memorias enviadas a Michael Alpert, el 4 de abril de 1982, sobre su labor de intendencia y abastecimiento. Ver también el capítulo 3.
[49] Patience Darton, aj, 8 de marzo, 1996.
[50] Frida Stewart, aj, 30 de marzo, 1994.
[51] Priscilla Thornycroft, aj, 28 de abril, 2000. Priscilla Thornycroft se hizo miembro de la Asociación Internacional de Artistas. Ver el capítulo 4.
[52] Estos grupos se organizaban de acuerdo con las premisas del Frente Popular, para debatir temas sugeridos por una serie de libros de izquierdas, publicados por Victor Gollancz. El llamamiento a la unidad que representaba el Club aglutinó a sesenta mil miembros, e incluso llevó a la victoria electoral del Frente Popular, en Bridgewater, en 1938. Bem Pimlott, Labour and the Left in the 1930s, Cambridge University Press, 1977, pp. 157-158. Véase también el capítulo 2.
[53] Véanse, respectivamente, Nan Green, «A Chronicle of Small Beer», op. cit., p. 17; Valentine Ackland, For Sylvia: An Honest Account, Methuen, Londres, 1986, primera publicación de Chatto & Windus, 1985, p. 114 y también horder (ed.), Francesca Wilson, op. cit., p. 14.
[54] Robert D. Hess y Judith V. Torney, The Development of Political Attitudes in Children, Aldine Publishing Co., Chicago, 1967, p. 223, afirma que «la inteligencia del niño es una de las influencias más importantes que intervienen en la toma de una posición política. En general, el efecto de un coeficiente intelectual alto es que acelera el proceso de socialización política en niños de todos los estratos sociales».
[55] May Hill, Red Roses for Isabel, May Hill, Londres, 1982, p. 2.
[56] Se dijo que parodiaba a los profesores y distraía a los otros alumnos. Ver Wendy Mulford, This Narrow Place: Sylvia Townsend Warner and Valentine Ackland. Life, Letters and Politics, 1930-51, Pandora, Londres, 1988, p. 6
[57] Ibíd.
[58] Citado en Vernon, Ellen Wilkinson, op. cit., p. 6.
[59] Ellen Wilkinson en Oxford, Myself When Young, op. cit., p. 406.
[60] Frida Stewart, memorias inéditas, p. 26.
[61] Ibíd., p. 27.
[62] Los libros de Frida Knight (Stewart, de soltera) incluyen The Strange Case of Thomas Walker: Ten Years in the Life of a Manchester Radical, Lawrence & Wishart, Londres, 1957; University Rebel: The Life of William Frend 1757-1841, Gollancz, Londres, 1971; The French Resistance 1940-1944, Lawrence & Wishart, Londres, 1975.
[63] Sheila Hetherington, Katharine Atholl 1874-1960, Aberdeen University Press, 1989, p. 6.
[64] Las limitaciones del presente estudio, como muestra representativa de las mujeres que participaron en la guerra de España, se tratan en el apéndice II. No es tanto que sean escasas las mujeres cuya motivación fue la creencia religiosa, lo que es menos probable es que sus narraciones fueran asequibles.
[65] Entrada de Edith Pye, de Sybil Oldfield, Dictionary of National Biography: Missing Persons, publicado por C. S. Nicholls, Oxford University Press, 1993. En la práctica, las cuáqueras británicas trabajaron casi totalmente en la República española, pero prestaban ayuda a los que la necesitaban sin discriminación por filiación política. Ver el capítulo 3.
[66] Después de casarse con Alfred Jacob, un cuáquero de nacimiento, de Pensilvania, Norma Jacob viajó con él a Barcelona. Oral History Interview #31, American Friends Service Committee 1989. Por desgracia, la entrevista aporta pocos detalles sobre su infancia. A francesca Wilson, aunque cuáquera de nacimiento, su madre la ingresó en los hermanos de Plymouth a los cuatro años de edad, cuando se convirtió al movimiento. Aun así, continuó en las listas de las reuniones mensuales de los Amigos, a pesar de no sentir, de adulta, ningún sentimiento religioso en especial y sin estar comprometida con una posición neutral respecto a la guerra española. Sin embargo, el trabajo humanitario que realizó en España y en otros lugares fue, o directamente para los cuáqueros, o bajo sus auspicios. A principios de la década de los cincuenta, abandonó la sociedad de los Amigos.
[67] Noreen Branson, aj, 26 de enero, 1996. Noreen Branson colaboró activamente en las campañas de Aid Spain y se casó con un brigadista internacional, ver el capítulo 2.
[68] Hill, Red Roses for Isabel, op. cit., p. 3.
[69] Entrevista con Isabel Brown por Sue Bruely, 3 de septiembre, 1976.
[70] Ibíd., y Hill, Red Roses for Isabel, op. cit., pp. 3-5.
[71] Patience Edney (Darton, de soltera), IWM 8398, y Patience Darton, aj, 18 de marzo, 1994, respectivamente.
[72] Ibíd.
[73] Patience Edney (Darton, de soltera), IWM 8398. Y continúa con la interesante observa ción restrospectiva de que, aunque no recordaba que muchos hombres se dedicaran a aquello, «daban mucha importancia a los hombres que, ahora que lo pienso, eran muy pocos». Véase también, más arriba, la cita del hijo de Nan Green que se refiere a la «transferencia» de la fe de su madre.
[74] Micky Lewis, aj, 9 de julio, 1996.
[75] Catherine Collins, IWM 11297. La Iglesia católica, en Gran Bretaña, declaró su apoyo a franco, colocando en una posición muy difícil a los católicos que habían depositado su lealtad en la República. Véase el capítulo 2.
[76] Ellen Wilkinson en Oxford (ed.), Myself When Young, op. cit., p. 412.
[77] Citado en Vernon, Ellen Wilkinson, op. cit., p. 20.
[78] Ellen Wilkinson en Oxford (ed.), Myself When Young, op. cit., p. 414.
[79] Ibíd., p. 415.
[80] B. Beit hallahmi y Michael Argyle, The Psychology of Religious Behaviour, Belief and Experience, Routledge, Londres & Nueva York, 1997, p. 229.
[81] Micky Lewis, aj, 9 de julio, 1996.
[82] Barbara Taylor, Eve and the New Jerusalem: Socialism and Feminism in the Nineteenth Century, Virago, Londres, 1983, p. 225* nota.
[83] Citado en Docherty, A Miner’s Lass, op. cit., p. 28. Primero había asistido a una Escuela Dominical de la Iglesia y luego, antes de asistir a la Escuela Dominical Proletaria, estuvo en una dirigida por el Partido Laborista Independiente (ilp), donde le enseñaron a «amar el saber, que es el alimento de la mente».
[84] Para una dimensión internacional del tema, ver Joni Lovenduski y Pippa Norris (eds.), Gender and Party Politics, Sage, Londres, 1993.
[85] Ver, por ejemplo, el estudio de Pamela M. Graves sobre cincuenta mujeres de clase obrera y un número igual de hombres que habían participado en la política laborista entre guerras, Labour Women: Women in British Working Class Politics 1918-39, Cambridge University Press, 1994, capítulo 2, «Women and men in interwar working-class politics», pp. 72-73, en concreto. Las diferencias de género son menos evidentes en las entrevistas que se centran más expresamente en la política a través de cuestiones específicas como, por ejemplo, las que realizó Sue Bruley para Leninism, Stalinism and the Women’s Movement in Britain.
[86] En las fases preliminares del presente estudio, tuvieron lugar unas cuantas entrevistas con hombres que reflejan esta óptica diferente, por ejemplo, las entrevistas con Bill Alexander, Lord Listowel y Nathaniel Lewis.
[87] La diferencia también la observó Graves en Labour Women, op. cit., pp. 46-47.
[88] Mitford, Hons and Rebels, op. cit., p. 49. Unity acababa de conocer en casa de su hermana Diana a Oswald Mosley, con quien se casaría.
[89] Neal Ascherson, Independent on Sunday 28, julio, 1996, p. 20.
[90] Hess y Torney, The Development of Political Attitudes in Children, op. cit., p. 222.
[91] Los temas que suscita la investigación de algunos estudiosos como Hess y Torney, y fred Greenstein, se tratan en los trabajos de Susan Bourque y Jean Grossholtz, «Politics an unnatural practice: political science looks at female participation», Goldie Shabad y Kristi Andersen, «Candidate evaluations by men and women», ambos en Janet Siltanen y Michelle Stanworth (eds.), Women and the Public Sphere: A Critique of Sociology and Politics, hutchinson & Co., Londres, 1984. Ver también Randall, Women and Politics, op. cit., pp. 60-61.
[92] Noreen Branson, aj, 26 de enero, 1996.
[93] Kathleen Gibbons, aj, 6 de agosto, 1998.
[94] Cora Blyth, aj, 5 de agosto, 1996.
[95] Jan Kurzke y Kate Mangan, «The Good Comrade», memorias inéditas, documentos de Jan Kurzke, Archives of the International Institute for Social History, Ámsterdam. Véase también Paul Preston, We Saw Spain Die: Foreign Correspondents in the Spanish Civil War, Constable, Londres, 2008.
[96] Kate Mangan (foster, de soltera) nació en Sedgley, Staffordshire en 1904. Se casó con el escritor de izquierdas irlandés-americano Sherry Mangan en 1931. Se divorciaron en 1935.
[97] Kate Mangan y Jan Kurzke, «The Good Comrade», memorias inéditas editadas por Charolotte Kurzke, documentos de Jan Kurzke, Archives of the International Institute for Social History, Ámsterdam.
[98] Mangan, «The Good Comrade», op. cit., p. 53.
[99] A través de hugh Slater, Kate también conoció a Patience Darton cuando trabajaba de enfermera con Tom Wintringham en Valencia. Ver el capítulo 3 de este libro y también Paul Preston, We Saw Spain Die. Foreign Correspondents in the Spanish Civil War, op. cit.
[100] Mangan, «The Good Comrade», op. cit., p. 419.
[101] Para las opiniones de otras mujeres sobre los mítines de partidos políticos en Gran Bretaña ver el capítulo 2.
[102] Mangan, «The Good Comrade», op. cit., p. 65.
[103] Peter Davison (ed.), The Lost Orwell, Timewell Press, Londres, 2006, p. 68.
[104] Ver el capítulo 3.
[105] Nan Green, Tameside 180 y «A Chronicle of Small Beer», op. cit., p. 20.
[106] Green, «A Chronicle of Small Beer», op. cit., p. 23. Para más información sobre la relación entre George y Nan Green ver un capítulo sobre Nan Green en Paul Preston, Palomas de Guerra: Cinco mujeres marcadas por la guerra civil, Plaza y Janés, Barcelona, 2001, publicado en inglés como Doves of War: Four Women of Spain, 2002, por Harper Collins.
[107] Nan Green decidió que podía ir a España para llevar a cabo tareas de administración en los equipos sanitarios porque Wogan Philipps se ofreció, generosamente, a pagar un internado de su elección para los niños. Viendo la pobreza en que vivían, eligió enviarlos a SummerHill, porque sabía que A. S. Neill y su plantilla simpatizaban con la causa republicana.
[108] Ver el capítulo 5.
[109] Elsie Booth, Tameside 756.
[110] Marie Jacobs, IWM 13819.
[111] Micky Lewis, aj, 9 de julio, 1996. ejem-
[112] Frida Stewart, memorias inéditas, p. 62.
[113] Patience Edney (Darton, de soltera), IWM 8398. Ver también Lillian Buckoke (Urmston, de soltera), Tameside 203, sobre experiencias similares en la zona de Manchester.
[114] Margaret Mitchell, «The Effects of Unemployment on the Social Condition of Women and Children in the 1930s», History Workshop Journal 19, 1985, primavera, pp. 105-127, cita a Margery Spring Rice, Working Class Wives, Londres, 1981, 2.ª edición, p. 19, fn. 1.
[115] Ibíd., pp. 111-112, cita a Russell, The Long Campaign, op. cit., p. 260; C. Pallet, «housing», en A. h. halsey, Trends in British Society, op. cit., p. 303, Table 10.9; Overcrowding Survey, lcc, 1936.
[116] Para más información sobre las pruebas del nivel de recursos, ver por ejemplo Noreen Branson y Margot heinemann, Britain in the Nineteen Thirties, Weidenfield & Nicholson, Londres, 1971, capítulo 3.
[117] Lillian Buckoke (Urmston, de soltera), Tameside 203.
[118] Ibíd.
[119] Thora Silverthorne, aj, 3 de enero, 1996.
[120] Penny Phelps, aj, 22 de febrero, 1996.
[121] Ibíd.
[122] Margot heinemann, IWM 9239.
[123] «Chance Changed These Readers’ Lives», The Leader, Londres, febrero, 1938. Citado en Rhona M. hodgart, Ethel MacDonald: Glasgow Woman Anarchist, Kate Sharpley Library, Londres, sin fecha, pp. 3-4.
[124] Necrológica de Ethel MacDonald, Glasgow Evening Citizen. También citada en hodgart, Ethel MacDonald, op. cit., p. 20.
[125] Guy Aldred, «Ethel MacDonald Tribute», The Word, enero, 1961, p. 18.
[126] Glasgow Evening Citizen, viernes 2 de diciembre, 1960. También citado en Aldred, «Tribute», The Word, p. 19.
[127] Elsie Booth, Tameside 756.
[128] Ibíd. En aquella época, el 14% de los afiliados al Partido Comunista eran mujeres. El punto de vista de algunas de aquellas militantes de base, grabadas por Sue Bruley, ofrece elementos interesantes para comprender su postura política en otros temas, además de la guerra española: la familia, el control de natalidad, la prostitución y la homosexualidad.
[129] Isabel Brown, felicia Browne, Charlotte haldane, Yvonne Kapp, Rose Kerrigan, Leah Manning, Molly Murphy, Priscilla Thornycroft y Bessie Wild se encontraban entre las que también visitaron la Unión Soviética antes del estallido de la Guerra Civil Española.
[130] Frida Stewart, memorias inéditas, p. 74.
[131] Docherty, A Miner’s Lass, op. cit., p. 78.
[132] Aquellas emisiones también se publicaron en forma de libro y eran marcadamente pro-Franco y contra los rojos. florence farmborough, Life and People in National Spain, Sheed & Ward, Londres, 1938.
[133] Florence farmborough, Nurse at the Russian Front: A Diary 1914-18, with 48 Photographs by the Author, Constable, Londres, 1974.
[134] Entrevista con florence farmborough, Peter Liddle, 1975. Liddle Collection of First World War Archive Materials, Brotherton Library, University of Leeds.
[135] Margot heinemann, IWM 9239.
[136] Kathleen Gibbons, aj, 6 de agosto, 1998. Para más información sobre el Olympia, ver Fascists at Olympia: Statements From: The Injured, Doctors Who Attended the Injured and From Eyewitnesses que incluye declaraciones de mujeres como Vera Brittain, Storm Jameson, Naomi Mitchison, Pearl Binder y Phoebe fenwick Gaye entre los testigos varones. Sobre Cable Street ver Noreen Branson y Margot heinemann, Britain in the Nineteen Thirties, op. cit., pp. 292-294, donde se narra cómo las ventanas y los tejados estaban atestados de mujeres que lanzaban botellas a la policía, que intentaba abrir camino, a la fuerza, para que pasaran Mosley y sus Camisas Negras, «cubriendo la calle con cristales de las botellas de salsa y vinagre, e impregnando de aquel fuerte olor el ambiente».
[137] Sam Lesser habla sobre su mujer, Margaret, aj, 10 de abril, 1996.
[138] [N. de la T.] Flaminess en el original. Tiene que ver con el amor por el fuego de los alemanes en sus demostraciones de júbilo o celebración. fue aprovechada por los nazis, cuyos jóvenes desfilaban con antorchas.
[139] Frida Stewart, memorias inéditas, p. 42.
[140] Ibíd., p. 47.
[141] Elizabeth Crump (Thornycroft, de casada), aj, 23 de octubre, 1996.
[142] Ver, por ejemplo, la fascinante serie de artículos sobre el tema del «Trabajo para la Mujer» y su rol en el estado corporativo, de Olive hawks en The Blackshirt, 11, 19, 25 de septiembre, 9, 16, 23, 30 de octubre, 6, 10, y 20 de noviembre, 1937.
[143] Molly Murphy, memorias, «Nurse Molly», p. 5, National Museum of Labour history.
[144] Ibíd., pp. 13-14.
[145] Ibíd., p. 23.
[146] Celia Baker, aj, 20 de mayo, 1997.
[147] Informe anual del Six Point Group, noviembre, 1935-noviembre, 1936, Fawcett Library, Londres Guildhall University.
[148] Comité Internacional de Mujeres contra la Guerra y el fascismo (wwcawf), boletín n.º 4, marzo-abril, 1936, Marx Memorial Library, Box D5 (XII).
[149] Para un planteamiento interesante sobre las relaciones entre feminidad, pacifismo y combate agresivo véase Joanna Bourke, An Intimate History of Killing: Face-to-face Killing in Twentieth-Century Warfare, Granta, Londres, 2000, primera edición 1999, pp. 309-314.
[150] Noreen Branson, aj, 26 de enero, 1996.
[151] Manning, A Life for Education, op. cit., p. 142. Leah Manning también escribió un informe sobre la represión en Cataluña y Asturias titulado What I Saw in Spain, Victor Gollancz, Londres, 1935.
[152] Betty harrison, entrevistada por Sue Bruley, 31 de agosto, 1976.
[153] Priscilla Thornycroft, aj, 28 de abril, 2000.
[154] Mary D. Stocks, Eleanor Rathbone: A Biography, Victor Gollancz, Londres, 1949, p. 222.
[155] Eleanor Rathbone, War Can Be Averted: The Achievability of Collective Security, Victor Gollancz, Londres, 1938. Véase también capítulo 4.
[156] farmborough, Nurse at the Russian Front, op. cit., p. 363.
[157] Entrevista con florence farmborough, Peter Liddle, 1975.
[158] Farmborough, Life and People in National Spain, op. cit., pp. 2-3.
[159] Por ejemplo, Charlotte haldane realizó dos viajes breves a España en 1933, primero acompañando a su marido a una conferencia científica y literaria en Madrid, y poco después, como turista con unos amigos. Ellen Wilkinson había formado parte de una delegación de la Comisión Británica para el Auxilio a Víctimas del fascismo Alemán, que fue a España en 1934 para un seguimiento del levantamiento de los mineros asturianos y de la cruel represión posterior. Leah Manning también había visitado España en 1934 (ver nota 151). felicia Browne viajó por España para estudiar los murales de El Greco y para asistir a los Juegos Populares de Barcelona. Se enroló en un grupo miliciano en cuanto comenzaron los combates.
[160] Entrevista con Winifred Bates, con su nombre de casada, en segundas nupcias, Sandford, Tameside 192. Su marido y ella estaban de vacaciones en los Pirineos con una amiga a quien habían presentado al Partido Comunista, Rosaleen Smythe, cuando se inició el conflicto. Los tres comenzaron enseguida a colaborar con la República en España. Winifred Bates empleó sus conocimientos de español para trabajar en el Comité de Ayuda Sanitaria, visitando al personal británico, solucionando los problemas que se les presentaban y escribiendo artículos sobre su labor. Rosaleen Smythe tenía experiencia como administrativa y pudo trabajar para los equipos sanitarios en el mantenimiento de las esenciales fichas de bajas y heridos. Rosaleen Smythe, aj, 10 de abril, 1999.
[161] Una charla en el sindicato de Cambridge, España y yo, aprox. abril, 1980, documentos de helen Grant, Girton Archive, Cambridge, p. 8.
[162] Helen Grant, IWM 13808. Su necrológica la define como una «socialista apasionada», The Times, 13 de junio, 1992. Para su punto de vista sobre la República y las causas de la guerra, ver el panfleto Rebellion in Spain (Birmingham Council for Peace and Liberty, sin fecha).
[163] Además de las entrevistas realizadas expresamente para la investigación sobre la Guerra Civil Española, la prioridad dada a las campañas en favor de España en este período se menciona en algunas de las entrevistas para el Labour Oral History Project del Archivo Sonoro Nacional, y en las realizadas en el curso de la investigación individual, por ejemplo las entrevistas de Sue Bruley en los años setenta.
[164] Randall, Women and Politics, op. cit., pp. 7-11.
[165] Penny Phelps, aj, 23 de febrero, 1996.
[166] An Abbreviated Verbatim Report, «English Penny: The Experiences of Penelope Phelps, an English nurse in Spain», as told by herself in a speech at Welwyn Garden City, May 6th 1937, informe impreso, Penny Phelps, documentos personales.
[167] Naomi Wolff, citada en Daniel Weinbren, Generating Socialism: Recollections of Life in the Labour Party, Sutton Publishing, Stroud, Gloucestershire, 1997, p. 111.
[168] Celia Baker, aj, 5 de mayo, 1997.
[169] Frida Stewart, aj, 11 de diciembre, 1995.
[170] Ver, por ejemplo, Beryl Barker, IWM 13805. Para más información sobre la posición del Partido Laborista ver capítulo 2.
[171] Noreen Branson, IWM 9212.