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Prólogo (*)

El libro que nos presenta Anji Carmelo es un libro pequeño en tamaño pero grande en profundidad, que se presta mucho a la meditación. Constituye un estudio del dolor en general, destinado en especial a aquellos que sufren por la pérdida de un ser querido. Hace un análisis cuidadoso de este tipo de dolor psíquico, que puede adquirir dimensiones indescriptibles para sumirnos en estados peligrosos de estupor y negativismo que es necesario combatir y superar. La naturaleza nos ofrece medios para combatirlos basados en la exteriorización física, sobre todo en el llanto que no ha retenerse, ya que la retención del dolor resulta sumamente perturbadora y es el origen de estados patológicos múltiples y diversos. El dolor ha de desahogarse y el hombre hundido por el dolor nunca ha de sentir vergüenza por sus lágrimas. También hay que pensar que, por intenso que sea, nunca es tan rígido que el tiempo no lo temple o llegue a anularlo.

Por otra parte y aunque suene absurdo, el dolor nos ofrece unos aspectos sumamente positivos, tanto, que sin ello el hombre no sería el que es y esto creo que es la parte más interesante del libro presentado.

Nuestra cultura occidental es esencialmente materialista y en ella, el hombre ha avanzado mucho en el conocimiento de la materia y por contra, muy poco en el conocimiento de sí mismo. A las preguntas básicas: ¿Quiénes somos? ¿A donde vamos? ¿Qué hacemos aquí? Las respuestas que nos ofrece el materialismo imperante son decepcionantes. Según el, estaríamos formados simplemente por materia pensante supeditada al tiempo y por tanto, a la vejez con sus achaques, a la enfermedad con sus sufrimientos y a la muerte con la desintegración y desaparición total, junto con todo lo que había sido el objeto de nuestros anhelos y deseos, cosa difícilmente asumible, sin sentirse completamente defraudado por un hecho inevitable, como es el de la muerte, que tendría que ser aceptada con perfecta naturalidad. Sólo las reflexiones filosóficas y las creencias religiosas que nos hablan de una parte inmortal de nuestro ser o de una nueva vida en el más allá, pueden atenuar esta insoportable sensación de aniquilación total.

Las más antiguas filosofías ya nos decían que nuestra personalidad está formada por distintos planos y niveles, de los cuales el más ostensible es el cuerpo material que representa el nivel más inferior, origen de nuestras sensaciones y deseos, nos sirve de vehículo en nuestro viaje por esta vida y tal como hemos dicho antes, está condenado a la muerte y a la desintegración. Frente a este plano material y perecedero, existe en la parte más honda y escondida de nuestro YO, un plano inmaterial y eterno que sería una prolongación o una parte de la energía cósmica que promueve y dirige la vida y toda la armonía del Universo, que los antiguos llamaban el Espíritu Universal y del que cada uno de nosotros somos portadores de una parte que es inmortal y a la que el libro llama “El trocito de cielo que todos llevamos dentro”.

Entre estos dos planos tan diferentes, existe la mente con el dominio del pensamiento y la razón. La mente tiene su sede en el cerebro y en gran parte es de índole material, pero obedece también a principios inmateriales que influyen de forma muy difícilmente explicable sobre nuestra persona y conducta, como es la libre elección de las respuestas a los distintos estímulos y a las ideas abstractas. Se ha comparado a una luz que ilumina un gran espacio, si la luz es difusa todo el espacio se mantiene en la penumbra, pero si los rayos se concentran sobre un punto determinado, este se ilumina fuertemente, tanto más cuanto más sea la concentración.

El signo de nuestra cultura es el materialismo y este poder de concentración, casi todo el mundo lo dirige exclusivamente sobre el mundo material, con sus maravillosos progresos que todos contemplamos en el campo de la técnica y en el conocimiento de nuestro entorno y de nuestro propio cuerpo, del cual se conocen con detalle todos los órganos y tejidos, llegando hasta las partículas más sutiles. De esta manera, la unión íntima de la mente con la materia hace que el hombre conozca cada vez más las enfermedades y haya conseguido alargar la vida, pero también hace que el YO se identifique con nuestro cuerpo material, participando en todas sus apetencias y pasiones, sobretodo el egoísmo y la codicia que son fuentes constantes de desgracias y sufrimientos. Los mismos placeres que con tanta abundancia nos ofrece el mundo material, generalmente se trata de disfrutes efímeros, que suelen acabar en el dolor, un dolor inmenso, que inunda el mundo y que en gran parte es provocado por nosotros mismos.

Pero la mente posee la posibilidad del discernimiento y puede llegar a diferenciar lo que es real de lo que es ilusorio. La vida de Buda es paradigmática en este sentido, ya que elabora toda su doctrina mística cuando sale del espléndido palacio donde estaba recluido y descubre la Gran Verdad, de que en la vida todo es dolor, sufrimiento y dolor y que todos los placeres de los que antes disfrutaba no eran más que falsas ilusiones que entorpecían y no dejaban ver el verdadero camino de la salvación, que consiste en desligarse de la materia y conseguir la unión de la mente con aquel plano superior eterno e inmutable, al que antes nos hemos referido y que nos comunica con la divinidad. A pesar de que todos lo llevamos dentro , la unión con este plano es difícil dada su condición inmaterial y su situación escondida. Se han descrito diferentes maneras de llegar, que según Gita pueden resumirse en dos. Una de ellas es la que corresponde al hombre pensante y es la de la meditación y las prácticas religiosas, la renuncia a la materia y el ascetismo, con el que se puede llegar a modificar el camino de la conciencia hasta que deje de ser egocéntrica y despreciando el mundo material, el YO puede llegar a centrarse en la Base Divina. La otra vía corresponde al hombre de acción que ha de actuar sin pensar en los frutos de la acción, de una forma completamente desligada del YO.

Todo lo anteriormente dicho, es mucho más fácil de decir que de hacer pero una de las mejores medios para conseguirlo es el que nos ofrece el dolor, porque la desgracia educa la inteligencia y creo que es el mismo Buda que nos dice “Que aquel que no ha sufrido no sabe nada, no distingue el bien del mal e ignora a los hombres y a si mismo”.

Después de un gran dolor, si conseguimos aceptarlo y superarlo, ya nada será igual que antes y todas aquellas cosas materiales que antes tanto nos preocupaban pierden toda importancia. Nos sentimos más cerca de toda la humanidad, comprendemos la inmensidad del dolor que reina en todo el mundo y sentimos la compasión más grande por todos, por todo aquello que tiene sensibilidad. Este es el verdadero camino que más nos puede ayudar a conectar con aquel plano superior y escondido que todos llevamos dentro y donde reside la verdadera sabiduría y el amor y este creo que es el mensaje y la gran lección que nos ofrece el libro de Anji Carmelo.

Moisés Broggi

(*) Traducción del discurso de presentación de este libro realizada por el Dr. Moisés Broggi, el día 20 de junio de 2000, en el centro AVES de Barcelona.

Déjame llorar. 7ª ed

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