Читать книгу E-Pack Bianca y Deseo octubre 2021 - Anna DePalo - Страница 10

Capítulo 6

Оглавление

LA OFICINA que Theo le había preparado a Helena era perfecta. Él le había proporcionado todo lo que ella había pedido y como resultado podía trabajar en una mesa enrome donde extender los planos y colocar maquetas de sus diseños en 3D. También tenía tres ordenadores de sobremesa y dos portátiles, una impresora 3D, otra impresora corriente y material para trabajar durante todo el año.

Ella no tenía intención de permanecer allí más de tres meses. En cuanto se aprobase el diseño, se marcharía. Un gerente griego se ocuparía del día a día de la obra y de las gestiones con los constructores. Sin embargo, para llegar a ese punto necesitaba mucho trabajo duro. La legislación griega era completamente novedosa para Helena y estaba segura de que podía equivocarse en varias ocasiones si no prestaba la debida diligencia.

Los cinco días que había pasado allí habían ido mucho mejor de lo que había anticipado, sobre todo, porque Theo había dejado de coquetear con ella. Al parecer, el hecho de que ella quisiera marcharse al final de la primera visita a la obra debía haber funcionado, ya que él se había convertido en la personificación del profesionalismo. ¿O había sido su insinuación acerca de que había tenido amantes? Fuera cual fuera el motivo, se alegraba de que hubiera dejado de atormentarla.

De no ser por las chispas que sentía bajo la piel, trabajar junto a él habría resultado fácil. Theo tenía un enfoque relajado de los negocios y eso hacía que ella no se pusiera nerviosa ni dudara acerca de si conseguiría su aprobación. Si ella sugería algo con lo que él no estaba de acuerdo, se lo decía, pero de una manera que no provocaba que se sintiera idiota por haberlo propuesto. Y cuando aceptaba alguna de sus sugerencias, lo hacía de una manera que la hacía sentir como si le hubieran salido alas.

Las noches era lo que más temía. Las cinco noches que había pasado allí las había pasado sola. Theo desaparecía en cuanto terminaba la jornada, marchándose en su yate allí donde tuviera plan. Él la había invitado en cada ocasión, y ella siempre había rechazado la invitación. Después de cada negativa, Theo simplemente se encogía de hombros y se marchaba.

Y eso que iba a estar disponible para ella día y noche, pero Helena no podía quejarse, y menos cuando él había satisfecho todas sus peticiones. Desde el primer día, él había regresado para empezar a trabajar cuando ella terminaba de desayunar. Todas las visitas a la obra las habían hecho antes de que hiciera demasiado calor.

La noche anterior, por primera vez, él había regresado antes del amanecer. Helena no estaba esperándolo, pero como tenía el sueño ligero oyó pasos y la puerta de la habitación de Theo al cerrarse. ¿En qué cama habría estado antes de regresar?

Después de ese momento, cada vez que ella cerraba los ojos veía imágenes de Theo abrazado a una mujer sin rostro.

No debería importarle con quién pasaba Theo el tiempo, ni lo que hacían juntos. Theo nunca viviría como un monje y no tenía sentido que ella esperara que controlara su deseo solo porque estaba trabajando para él. No tenía sentido que ella se enfadara por el hecho de que Theo fuera Theo.

Y la definición de sentirse enojada no debería cambiar para describir la intensa presión que Helena sentía en el pecho y el fuerte nudo que se le formaba en el estómago cada vez que le invadían las imágenes. Había pasado tres años viendo imágenes reales de Theo y sus diferentes mujeres sin sentir nada aparte de una ola de furia ocasional, que terminaba en el momento en que arrugaba la foto o la rompía en pedacitos.

A primera hora de la mañana, con miedo a cerrar los ojos y esperando a que saliera el sol para anunciar el nuevo día, ella sintió una fuerza en el vientre que la hizo sentirse capaz de arrancarle a alguien la cabeza.

Era la fuerza de una emoción que la asustaba y que no consiguió quitarse ni con una ducha extra larga.

Para empeorar las cosas, la falta de sueño acumulada le había provocado que tuviera un aspecto terrible. Una cosa era hacerlo a propósito y otra tenerlo de forma natural. La guinda del pastel ocurrió cuando Theo entró en el comedor a desayunar, con un aspecto estupendo, como si hubiese dormido ocho horas. Una vez más, iba vestido con pantalón corto y polo, preparado para un día de sol, mientras que Helena se había puesto su uniforme de falda y blusa. Él no se había afeitado, pero olía y parecía fresco como el sol de la mañana.

No era justo. Theo lo tenía todo. Siempre lo había tenido todo, una vida de lujo, mujeres para elegir, dinero ilimitado…

Aunque había sufrido las consecuencias de una tragedia. Su madre había muerto de cáncer y, tres meses después, su padre sufrió un ataque al corazón, poco después de que él cumpliera los dieciocho años. Puesto que era hijo único, heredó todo y se convirtió en un joven multimillonario. En un principio, con tanto dinero, se convirtió en un incansable juerguista. Después, en un hombre de negocios inconformista. Y en cinco años había multiplicado su dinero.

El sonido de unos pasos hizo que Helena volviera a la realidad. Se colocó las gafas y continuó trabajando.

Theo apareció en el despacho con una taza de café en la mano.

–¿Cómo vas? –preguntó él, cerrando la puerta.

Helena se sonrojó y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.

–Bien. Tengo algunas cosas que comentarte, si tienes cinco minutos.

–Por supuesto –él se sentó en el escritorio cerca de ella.

Helena se inclinó hacia delante para recoger el cuaderno y, al moverse, su blusa se ahuecó en la zona del escote. Desde arriba, Theo pudo ver durante unos segundos un pedazo de piel desnuda, pero le resultó tan seductor como si ella tuviera toda la blusa desabrochada.

Hablando de forma enérgica, ella comentó:

–Lo primero que quiero comentar es la ubicación de la piscina exterior. Yo te aconsejaría cambiarla de sitio.

Theo se obligó a apartar la mirada de su escote. Helena había señalado algunos aspectos relativos a la privacidad y a los barcos que pasaban que a él no se le habían ocurrido y, como resultado, terminaron colocando la piscina en otro sitio. También comentaron la ubicación de la cabaña del jardín, que también diseñaría Helena. A Theo le encantaba organizar fiestas y la piscina y la cabaña serían el lugar perfecto para realizarlas. El terreno de alrededor de la casa se extendería alrededor de la piscina y él admiraba el hecho de que ella hubiera comprendido perfectamente qué era lo que él deseaba crear. Theo tuvo que esforzarse para no hablar de tomar el sol desnudo, solo por verla ruborizarse al oír sus palabras, pero después de la primera visita a la obra él había decidido cambiar de táctica. Si Helena quería que él mantuviera distancia profesional durante las horas de trabajo, eso era lo que él haría.

Theo se divertía al ver que ella se asombraba cuando él no soltaba ninguna indirecta, ni siquiera cuando el tema lo favorecía, o cuando se contenía para no hacer ningún comentario salaz. Cada noche, él le preguntaba si le apetecía salir con él a divertirse. Nunca había especificado en qué consistiría la diversión, pero Helena era capaz de imaginarlo. Así que él tenía el placer de observar cómo se sonrojaba mientras se contenía para no aceptar.

¿Se daba cuenta de que cada vez que hablaba con él, se inclinaba hacia él? ¿O de que se movía con nerviosismo durante cualquier conversación? ¿Se percataba de que contenía la respiración cuando él pasaba a su lado? ¿O de que le temblaban las manos a menudo?

–Lo siguiente que quiero comentar es la cocina –dijo ella, avanzando en la conversación.

–¿Qué ocurre con la cocina? –preguntó él.

Helena tiró de los papeles sobre los que él se había sentado.

–Estás sentado sobre mis papeles.

–Disculpa –se levantó del escritorio y se sentó en una silla que estaba al otro lado de la mesa–. ¿Así mejor? –ella no contestó. Lo miraba fijamente, y tenía el cuerpo paralizado–. ¿Helena?

Ella pestañeó al oír su nombre y miró las anotaciones rápidamente.

–Sí. La cocina –a pesar de sus esfuerzos, su voz estaba alterada.

Le había resultado difícil respirar mientras Theo estaba sentado en su escritorio junto a ella, pero cuando se levantó, ella tuvo que cerrar los puños para evitar agarrarlo. Estaba sentado frente a ella y por el cuello de su polo se veía su torso bronceado. Helena notó que se le aceleraba la respiración.

«No debería ser así», pensó con desesperación. Había pasado tres meses bajo el hechizo de Theo, y dejando que guiara el viaje en la montaña rusa de la vida. Él había tenido la habilidad de hacerle olvidar todo lo que importaba. Bajo su hechizo, ella había llegado a creer que lo único que necesitaba para ser feliz era a Theo. Estaba segura de que su madre había creído lo mismo antes de vender su alma a un monstruo. Theo no era un monstruo como el padre de Helena, pero el poder que tenía sobre ella era igual de fuerte.

¿Cómo podía tener una reacción tan potente hacia él? Había pensado que la repentina finalización de su relación había aniquilado lo que sentía por él, pero empezaba a darse cuenta de que únicamente lo había ocultado de forma tan profunda que se había olvidado de lo poderoso que era. De pronto, los viejos sentimientos resurgían de nuevo, provocándola, y cada vez le resultaba más difícil enfrentarse a ellos.

Se centró en los papeles que tenía sobre el escritorio, se frotó la nuca y se aclaró la garganta.

–Tenemos que hablar del diseño de la cocina. ¿Todavía quieres hablar con un cocinero profesional al respecto?

Nada más decir aquello supo que había cometido un error.

Theo la miró con un brillo en los ojos y sonrió:

–Lo recuerdas.

–Solo porque ninguno de los dos sabe cocinar –se sonrojó ella.

–No obstante, lo que has preguntado es si todavía quiero consultar a un cocinero profesional. ¿Qué más recuerdas?

Ella anotó algo sin sentido en un papel.

–¿Tienes en mente a algún cocinero a quien consultar?

–Responde a mi pregunta.

La mano le temblaba tanto que apenas podía escribir.

–Helena.

–¿Qué?

–Mírame.

Con el corazón acelerado, ella respiró hondo antes de levantar la vista.

–¿Qué?

–¿Qué es lo que recuerdas? –murmuró él.

Atrapada por su mirada, no fue capaz de mentir.

–Todo. Ahora, ¿podemos continuar?

Pasar el fin de semana en Agon le dio a Theo la oportunidad de disfrutar de la idea de que no era el único que recordaba todo lo que Helena y él habían compartido. La idea de ser él el único que recordaba cada detalle, le había molestado más de lo que quería admitir.

Dejarla sola durante su primer fin de semana era algo tan planificado como dejarla sola cada noche. Él sabía que sus ausencias nocturnas la volverían loca. Theo quería hacerle pensar que respetaba su petición de profesionalidad durante el día, pero provocar que por las noches se desatara su imaginación. Helena tenía una imaginación increíble. Se lo había demostrado de diversas maneras. Sus innovadoras maneras de imaginarlos haciendo el amor. Los poemas que había escrito para él. Su capacidad para imaginar que él se había acostado con cada mujer que se había cruzado en su camino

Tenía intención de torturarla despacio y, poco a poco, conseguir que cayera de nuevo en su trampa. ¡Y estaba funcionando! Cada vez que la invitaba a salir a divertirse de noche con él recibía una negativa que sonaba menos enfática que la anterior.

Y por fin había comprobado que el tiempo que habían estado juntos también había dejado su huella en Helena.

Durante tres años, cada vez que escuchaba un mensaje de voz, Theo había pensado que podía ser Helena, para suplicarle que la aceptara de nuevo a su lado. Él tenía la respuesta preparada para la ocasión: una fuerte carcajada seguida de un no tajante, antes de colgar.

En el fondo él sabía que sus fantasías no merecían el esfuerzo que le costaba crearlas. Helena no estaba llorando por él, arrepentida por haber echado a perder su futuro juntos. Trabajaba sin parar y vivía su vida, centrada. El lado oculto que había sacado a la luz al conocer a Theo, había desaparecido junto al amor que había sentido hacia él.

¡Pero lo recordaba!

El poco control que ella conseguía mantener estaba a punto de desaparecer. Lo único que faltaba era un pequeño empujón y perdería el control. Entonces, Helena quedaría a su disposición.

Helena oyó que llamaban a la puerta de su despacho con suavidad y supo que sería una de las empleadas. Para empezar, Theo nunca llamaba, y si lo hiciera en alguna ocasión, sería con fuerza.

–Adelante –contestó ella.

Elli asomó la cabeza por la puerta.

–¿Estás lista para comer?

Helena forzó una sonrisa.

–Gracias, pero no tengo hambre –el nudo que tenía en el estómago no le permitiría ingerir bocado.

«¿Dónde estará Theo?», pensó.

–¿Estás segura?

–He desayunado mucho –era cierto, se había levantado hambrienta y de muy buen humor, como si los rayos del sol hubieran penetrado en su corazón.

No obstante, a lo largo de la mañana, los rayos del sol habían comenzado a disiparse en su interior.

–De acuerdo. Si tienes hambre, llámanos.

–Gracias –y como no podía contenerse, preguntó–: ¿Sabes algo de Theo?

–No, pero es lo esperado. Él solo me avisa cuando no quiere que prepare cena para él.

Algo que había ocurrido todas las noches desde que Helena llegó allí.

Al marcharse para el fin de semana, se había despedido de ella con un:

–Hasta el lunes por la mañana –y todavía no había regresado.

Cuando se quedó sola, Helena se quitó las gafas y se frotó los ojos. Suponía que debía avisar a Elli para que mirara los planos que había diseñado para la cocina. Después de aquel instante en que ella admitió que lo recordaba todo, le había vuelto a preguntar si tenía en mente a algún cocinero experto para consultarle sobre la cocina. Helena no se atrevió a mirarlo, ya que el recuerdo de ambos riéndose acerca de lo ineptos que eran en la cocina, le resultaba muy doloroso.

La respuesta de Theo había sido que consultara con Elli y Natassa, algo que Helena había hecho mientras comía con ellas el fin de semana.

Las guapas empleadas, que cocinaban como si les hubiera caído polvo de ángel, se quedarían en la casa trabajando. Y cuando ya estuviera terminada se mudarían al estudio que estaba en la parte de atrás.

Helena confiaba en que su inquietud al respecto no se viera reflejada en su rostro, sobre todo, porque ellas estaban entusiasmadas. Había descubierto que ambas eran artistas. Trabajar como empleadas de hogar les proporcionaba un lugar donde vivir, unos ingresos y el tiempo y espacio para producir sus obras. Suponía que existía la posibilidad de que Theo no se hubiera fijado en su físico al contratarlas. Y también era posible que los cerdos volaran.

«¿Dónde estará Theo?»

¿Habría tenido un accidente? Debería haber regresado.

Ella cerró los ojos y respiró hondo cinco veces, pero no consiguió deshacer el nudo que tenía en el estómago ni la presión que sentía en el pecho. Al ponerse las gafas de nuevo tuvo que pestañear para aclarar su visión.

La imagen de su barco volcado invadió su cabeza.

Se quitó las gafas de nuevo, colocó la mano sobre su corazón y respiró de nuevo cinco veces, repitiéndose que él estaría bien.

En ese momento, se abrió la puerta y entró Theo con una sonrisa.

–Buenas tardes, agapi mou. ¿Qué tal el fin de semana?

Ella se levantó de la silla, medio mareada. Sin gafas no veía muy bien, pero lo bastante como para darse cuenta de que tenía barba incipiente y el pelo alborotado. Por primera vez iba vestido con un traje azul hecho a medida, una camisa blanca con el cuello desabrochado y sin corbata.

Cuando se acercó a ella, Helena percibió el aroma de un perfume de mujer mezclado con el de su colonia.

–¿Helena?

Ella lo miró apretando los dientes. El alivio que había sentido al ver que estaba vivo desaparecía a medida que el horrible perfume invadías sus fosas nasales.

–¿Por qué me miras como si quisieras matarme?

Ella no se había percatado de que su irascibilidad pendía de un hilo hasta que soltó:

–¿Dónde diablos has estado?

E-Pack Bianca y Deseo octubre 2021

Подняться наверх