Читать книгу E-Pack Bianca y Deseo octubre 2021 - Anna DePalo - Страница 7

Capítulo 3

Оглавление

LA RELACIÓN de Theo debió de ser un romance relámpago igual que había sido la relación que ellos habían tenido. Un mes antes, Helena había visto una foto de Theo con su nueva novia en una de esas fiestas de la alta sociedad que a él tanto le gustaban. Su amante, una modelo de ropa interior de lujo, no llevaba mucha ropa como tal y eso garantizó que salieran en las portadas de la mayoría de los tabloides.

Ella suponía que era inevitable que él se hubiera enamorado de una de las muchas mujeres con las que había tonteado durante los tres últimos años. Confiaba en que la pobre mujer supiera dónde se estaba metiendo.

Y en cuanto a Helena…

Sabía exactamente en qué se metería si aceptaba el trabajo.

–Siento lo de tu abuela –le dijo.

–¿Qué es lo que sientes?

Eso la sorprendió. Theo debía de haberle leído la mente.

–No te preocupes, agapi mou. Mi abuela está vivita y coleando.

–Bien –contestó aliviada. Solo había conocido a la abuela de Theo en un par de ocasiones, pero le había caído muy bien.

–Ella me ha donado la península.

–Me alegro por ti, pero no voy a aceptar el trabajo.

–¿He de recordarte que no solo eres tú la que se beneficiará económicamente?

Helena se apoyó en la puerta de entrada. El cambio en su tono de voz había provocado que le temblaran las piernas.

–Staffords –añadió él, refiriéndose al estudio para el que ella trabajaba–. He visto la contabilidad. Tu estudio tiene dificultades para conseguir proyectos.

–Eso no es cierto.

–Para conseguir proyectos que merezcan la pena. Las oficinas son caras. Hay rumores sobre posibles despidos –ladeó la cabeza–. Creo que tu trabajo está a salvo por ahora. Sin embargo, el otro arquitecto más joven y el personal de administración –Theo chasqueó la lengua–. Estarán fuera para finales de verano. Si las cosas continúan como están, el estudio cerrará para Navidad y tú te quedarás sin trabajo.

Sintiendo que podía desmayarse, se apoyó en la puerta con más fuerza.

–¿Cómo sabes todo esto?

Todo lo que Theo había dicho era cierto. Staffords tenía problemas serios. Si se hundían, ella se hundiría con ellos. Helena tenía muchas deudas y vivía completamente al día.

Él le guiñó el ojo.

–Detalles…

–Si vuelves a guiñarme el ojo, te daré una bofetada.

–Promesas, promesas. Acepta el trabajo y podrás darme bofetadas siempre que quieras.

–Se te hincharía la cara el primer día.

–Así haría juego con otra parte de mi anatomía.

¿Cómo podía lanzarle esas indirectas cuando estaba a punto de casarse con otra persona?

Bueno, ella recordaba que a Theo siempre le había gustado tontear. Siempre le había molestado cómo las mujeres se lanzaban a sus brazos y cómo él les prestaba atención. No tenía motivos para pensar que él le había sido infiel durante los tres meses que estuvieron juntos, ya que él nunca la perdió de vista, pero en el fondo temía que sucediera en el momento en que se separaran un día. Sus temores se reforzaron cuando, semanas después de que ella lo dejara plantado, él apareció en público con su primera modelo. La primera de muchas. Todas iguales. Altas, muy delgadas, rubias, guapas y con la capacidad para no despegarse de él. Justo lo contrario a ella: de baja estatura, rellenita, con cabello oscuro, no especialmente guapa y contraria a las muestras de afecto en público.

Ajeno a sus pensamientos y sin darle oportunidad de contestar, él continuó:

–Acepta el trabajo y tanto tú como el estudio que te ha apoyado durante tus prácticas, os veréis gratamente recompensados. El prestigio de diseñar una casa para mí, y no cualquier casa, puesto que quiero algo espectacular, os dará una cobertura que normalmente se reserva para Pellegrinis.

Pellegrinis era un estudio de arquitectura que había ganado muchos premios y que ganaba los proyectos con gran facilidad.

Sonó el timbre y Helena se sobresaltó.

–Será la comida –dijo Theo, dirigiéndose hacia la puerta. Hacia donde estaba ella

Helena se echó a un lado y se apoyó en la pared, pero el recibidor era tan pequeño que Theo se rozó con ella.

Una ola de aire frío entró en el apartamento. Theo agarró la caja de comida, le entregó un billete al repartidor y le dio las gracias.

Después, cerró la puerta y se dirigió al salón.

–Si sacas platos y cubiertos, yo llevo esto a la mesa.

Al instante, Theo regresó del salón y abrió la puerta del baño. Entonces miró a Helena arqueando una ceja.

–¿Dónde está el comedor?

–No tengo.

Él la miró sorprendido.

–¿Y dónde comes?

–Con una bandeja sobre mi regazo ¿Por qué sigues aquí? Te he dicho que te fueras. Sal. No tengo interés en comer contigo.

–Recuerdo que una vez tuviste mucho interés en devorarme, pero supongo que es un recuerdo de otra época –comentó, y se atrevió a guiñarle el ojo una vez más–. Está bien, me conformo con una bandeja.

–Solo tengo una –entonces, se percató del comentario que él había hecho y se sonrojó.

Theo entró en la cocina y empezó a abrir los armarios y cajones.

–¿Quieres vino tinto o blanco?

Helena apretó los dientes para no temblar y entró en la cocina.

–¿Dónde tienes las copas? –preguntó él, antes de que ella pudiera decir algo.

–Ya te he dicho que no tomo vino y, si lo hiciera, no lo compartiría contigo. Por última vez, sal de mi apartamento o…

–¿Sabes cuál es tu problema? –dijo él, abriendo el lavavajillas y sacando dos vasos de tubo sucios–. Estás demasiado tensa. Durante los próximos meses pasaremos mucho tiempo juntos. Será más agradable si consigues relajarte un poco.

–¿Relajarme? ¿Estás de broma?

Theo lavó los vasos bajo el grifo.

–No temas, agapi mou, en cuanto hayamos cenado y hecho planes, te dejaré en paz.

–Das muchas cosas por hecho. No he aceptado nada.

–Lo harás. O sufrirás las consecuencias y tendrás que esperar a que ocurra un milagro para que tu estudio salga adelante y no pierdas tu casa y tu independencia.

Theo había descubierto que Helena había acumulado una deuda de miles de libras durante sus estudios. La mitad de su sueldo lo destinaba al alquiler de aquel piso minúsculo. El resto iba destinado a pagar la deuda, los gastos de la casa, la comida y el transporte. Tendría suerte si pudiera sobrevivir un mes sin trabajar antes de dejar el piso y regresar a vivir con sus padres. No le sorprendía que no les hubiera pedido ayuda para pagar la deuda ya que era una mujer muy independiente, pero sí le sorprendía la deuda en sí. Sus padres siempre habían sido muy generosos con su única hija y Theo suponía que ella no les había pedido ayuda para sentirse completamente independiente.

Después de lavar los vasos, Theo abrió la bolsa y sacó dos botellas de vino y las cajitas de comida.

–He pedido comida tailandesa.

Era la comida favorita de Helena.

–No tengo hambre.

Él se encogió de hombros.

–Tú verás. Yo estoy hambriento.

–Viendo que estás sordo como una tapia como siempre y que no vas a ceder, me iré a cambiar.

–¿Sordo? ¿Es un cumplido?

–No, cabezota, era un insulto –dijo ella, y salió de la habitación antes de que él pudiera contestar.

Se oyó un fuerte portazo que hizo temblar los vasos que estaban junto al fregadero.

Theo abrió la botella de vino blanco y rellenó los vasos. Después de dar un trago, se frotó la nuca y cerró los ojos.

Recordaba cada centímetro del cuerpo de Helena, desde el pequeño lunar que tenía en el pecho izquierdo hasta la cicatriz que tenía en la cadera y que se hizo de pequeña con un alambre de espino, al caerse de la bicicleta. No había nada acerca de Helena Armstrong que no hubiera grabado en su memoria. Había pasado seis meses planificando ese día y tenía planes de contingencia para cualquier eventualidad. Siempre a su favor, por supuesto.

El tiempo no había borrado sus recuerdos de la mujer que en su día había venerado. Recordaba cómo se había sonrojado cuando él la provocaba y coqueteaba con ella, o cómo ardía de pasión cuando él le provocaba el orgasmo con la lengua, o con las manos.

Theo respiró hondo para tratar de calmar el dolor que sentía en la entrepierna y librarse del aroma que recordaba del cuerpo de Helena y que había invadido sus sentidos. Pronto podría saborearla otra vez, pero hasta entonces era mejor que no caminara por el apartamento con una erección. Con el humor que ella tenía, igual le hacía una llave de kárate para cortársela.

Theo llevó los vasos y la botella de vino al salón, donde había un sofá de dos plazas y una butaca alrededor de una mesa de café. Después, regresó a la cocina y sirvió los platos de comida y regresó al salón. Hizo un último viaje a la cocina y encontró la bandeja detrás del microondas, la llevó al salón y se sentó en el sofá de dos plazas. El sofá era tan viejo que tenía los muelles cedidos y Theo acabó con el trasero muy cerca del suelo. Helena apareció vestida con una camiseta roja muy fea y unas mallas de cuadros negros y blancos. Theo sabía que ella había elegido la ropa más fea que tenía especialmente para él. No obstante, a pesar de lo mal que iba vestida, resaltaba su silueta de forma inimaginable.

–Veo que has encontrado un sitio a tu nivel –dijo ella con una sonrisa malvada.

Theo respondió con otra sonrisa sugerente.

–Ya me conoces, me gusta llegar bien abajo.

Ella lo fulminó con la mirada, pero él se fijó en que se había sonrojado.

Pensando que en el suelo estaría más cómodo que en ese sofá, Theo se cambió de sitio y movió la mesa para colocar las piernas por debajo.

Una vez acomodado, comió el primer bocado de phat kaphrao, una comida que había descubierto durante su primera visita de mochilero en Bangkok.

Helena esperó a que Theo tuviera la boca llena de comida para decir:

–Dejemos una cosa clara. Si… Y digo Si… Si aceptase el trabajo, no habrá ningún coqueteo. Se que lo ves de otra manera, pero es inapropiado.

Theo tragó y contestó negando con la cabeza.

–Me encantaría poder asegurártelo, pero mi madre me enseñó a no hacer promesas que no pudiera cumplir.

–Esa es mi condición.

–Es una condición que no puedo aceptar. Deberías comer antes de que se enfríe la comida.

–Ya te he dicho que no tengo hambre –no quería ni mirar el plato, ya que temía que le rugiera el estómago.

Maldita sea, desde que había llegado la comida ella había tenido que esforzarse por no respirar el aroma de su terrible colonia y el de su comida favorita. No podía creer que él recordara que le gustaba la comida tailandesa. Pensaba que después de todas las mujeres que había conocido desde entonces, ella se había convertido en una más. Hasta le sorprendía que recordara su nombre.

Helena deseaba haber podido olvidar su rostro. Deseaba haber olvidado todo lo que había sentido por él.

Decidió que no comería, pero sí bebería el vino. Theo solo compraba lo mejor, así que sabía que el vino sería delicioso. Inclinándose, agarró el vaso de la mesa y se lo llevó a los labios. Theo observó cada uno de sus movimientos.

El vino se deslizó por su garganta como si fuera néctar y ella tuvo que resistirse para no cerrar los ojos y saborearlo.

–Respecto a mi condición –dijo ella.

–Una condición que no aceptaré –comentó él, comiendo otro bocado de pollo, chile y albahaca.

Ella entornó los ojos.

–Coquetear con una empleada no solo es inapropiado, muestra falta de profesionalidad y puede considerarse acoso sexual.

Él bebió un trago de vino y sonrió.

–Serás una trabajadora independiente, no una empleada.

–No creo que a tu prometida le importe la diferencia si te pilla coqueteando conmigo.

Él frunció el ceño y se rio.

–¿Qué prometida?

–La prometida para la que estás construyendo la casa.

–Debes confundirme con otra persona. No voy a casarme.

Helena tuvo que contenerse para no levantarse de la silla.

–Lo siento –le dijo–. Cuando dijiste que ibas a construir en la península, saqué mi propia conclusión.

–Primera norma de los negocios: nunca saques conclusiones. No tengo intención de casarme nunca, agapi mou, así que tranquila. Puedo coquetear contigo día y noche.

–¿Y qué pasa con los sentimientos de tu novia?

Theo soltó una carcajada.

–¿Qué novia?

Sin querer admitir que había leído un artículo sobre él, puso cara de sorpresa y dijo:

–¿Me estás diciendo que no tienes novia?

–¿Te importaría si la tuviera?

–No seas ridículo. Simplemente pienso que es cruel comprometerse con una persona y coquetear con otra.

–Solo me he comprometido con una persona una vez, y me dejó –levantó la copa y le guiñó un ojo–. Nunca volvería a cometer el mismo error.

Ella apretó los labios.

–Aunque, viendo lo que piensas acerca de mi vida amorosa, te diré que soy de la misma opinión que tú –sonrió él–. Es cruel ir encadenando amantes. La sinceridad siempre es lo mejor, ¿no crees?

Él observó su reacción con satisfacción. Si Helena hubiese sido sincera con él desde el principio y no lo hubiera engañado, él jamás le habría propuesto matrimonio y no habría perdido tiempo y dinero preparando una boda tan elaborada. No habría sufrido la humillación de estar de pie en un altar esperando a una novia que nunca se presentó.

Theo se acabó el último bocado de comida, se bebió el vino y se puso en pie.

–Tengo que ir al baño.

Sin esperar una respuesta, salió del salón y se dirigió al baño.

Theo se fijó en que la puerta no tenía cerrojo. Después en que la bañera estaba llena y que la espuma empezaba a deshacerse.

Se sentó en el borde de la bañera, se cubrió el rostro con las manos y respiró hondo diez veces para recuperar el equilibro. Era un truco que le había enseñado su madre cuando decidió que su carácter lo metería en problemas si no conseguía controlarlo, y él sabía que lo había ayudado a superar la peor de sus pesadillas, después de la muerte de sus padres. También había empleado el truco cuando Helena lo dejó plantado.

Cuando llegó a la respiración número diez, la angustia que sentía en el estómago se había disipado y Theo consiguió mirar el baño sin desear tirar todos los objetos al suelo y pisotearlos. Aunque tampoco había tantas cosas que pudiera tirar. En un pequeño armario había un puñado de cosméticos, cremas y un tubo de pasta de dientes.

No había motivo para que las pocas pertenencias que había en el piso lo hicieran sentir tan angustiado.

Tampoco para que el pequeño piso de Helena lo hiciera sentir tan intranquilo. Como ella eligiera vivir no era asunto suyo. Y tampoco el hecho de que ella hubiera sufrido problemas económicos durante los últimos años.

Theo salió del baño y regresó al salón. Helena seguía acurrucada en la butaca, abrazada a un cojín. Ella no lo miró.

–Me marcho –le informó él.

Ella levantó la vista. Su mirada mostraba vulnerabilidad, pero él se esforzó para que no lo afectara.

Recogió el abrigo del respaldo del sofá y se lo puso.

–Mañana se pondrá en contacto contigo mi asistente personal para hablar del contrato.

Ella se subió las gafas y miró hacia otro lado.

–Entonces, adiós.

–Kalinikta, agapi mou.

Theo avanzó por el pasillo, abrochándose el abrigo. Al llegar a la puerta, oyó los pasos de Helena por detrás.

–¿Por qué haces esto?

Él se acercó a ella y miró el bello rostro del que se había enamorado hacia tantos años Increíblemente, el tiempo solo lo había vuelto más exquisito. Él le acarició el pómulo y disfrutó al ver que no pudo evitar estremecerse.

–Prometiste diseñarme una casa en la península –murmuró él. Después, se inclinó para susurrarle al oído–. Y todavía me debes la noche de bodas.

E-Pack Bianca y Deseo octubre 2021

Подняться наверх