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Capítulo 1

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HELENA Armstrong comprobó su aspecto por última vez.

¿El rímel y el delineador de ojos estaban intactos? Comprobado.

¿No se había manchado los dientes con lápiz de labios? Comprobado.

¿Llevaba el cabello castaño recogido en un moño y no tenía ningún mechón suelto? Comprobado.

¿La falda plateada y azul acampanada estaba limpia y sin arrugas? Comprobado.

¿La blusa negra estaba limpia, sin arrugas y bien abrochada en la zona del pecho? Comprobado.

¿Llevaba limpios los zapatos de tacón, aunque le fuera difícil caminar con ellos? Comprobado

¿Tenía el portaplanos preparado? Comprobado.

¿Tenía bajo control el latido de su corazón? Bueno, una chica no podía tenerlo todo.

Helena estaba todo lo preparada como podía. Había llegado el momento de lanzar su primer envite a un cliente. El proyecto en el que tanto se había esforzado durante un mes estaba listo para ser desvelado al cliente misterioso que había conseguido asombrar a todos.

El cliente misterioso, que incluso había utilizado abogados para permanecer en el anonimato, y que había provocado que en la empresa se especulara acerca de quién podía ser, había invitado al estudio, y a otros cuatro más, a pujar por la oportunidad de diseñar una casa para él. O para ella. No sería una casa corriente, ni siquiera una mansión corriente. El arquitecto elegido tendría que volar hasta una isla griega, cuyo nombre todavía no se había revelado, y diseñar una casa de mil metros cuadrados al estilo de las Cícladas. Cada estudio debía presentar a un arquitecto que hablara griego y tuviera inclinación por la arquitectura clásica europea. Helena, cuya madre era de origen griego y adoraba la arquitectura clásica, era la persona ideal de su estudio. La manera cruel en que su padre le forzó a aprender griego por fin compensaba.

Helena había tratado de calmar la inquietud que sentía al pensar en que tendría que irse a trabajar a una isla del país que llevaba evitando durante tres años y se había presentado al concurso. No se había engañado pensando que tenía posibilidades de ganar puesto que sería la candidata más joven e inexperta, pero era una buena manera de practicar y el ganador se vería recompensado con un premio único. El estudio ganador obtendría una buena cantidad de dinero y, además, el arquitecto recibiría un bonus a la firma del contrato y otro al término, algo que permitiría que Helena saldara sus deudas y tuviera un remanente. Lo único que le habían pedido era mostrar cómo convertiría una vieja escuela griega en tres apartamentos vacacionales de lujo.

Helena se dirigió hacia la sala de juntas, acompañada de los murmullos con los que le deseaban buena suerte. La mayoría de los empleados había visto cómo con el tiempo había dejado de ser una licenciada de veintiún años y se había convertido en una arquitecta de veintiséis.

Al entrar en la sala de juntas, Helena vio que Stanley la miraba y le guiñaba un ojo para darle ánimos. Ella deseaba que el arquitecto que la había acogido cinco años antes se sintiera orgulloso. Helena había trabajado para él durante un año nada más graduarse y, después, él había estado siempre disponible cuando ella lo había necesitado durante sus estudios y también le había ofrecido un hueco en su estudio para que pudiera tener experiencia laboral antes de realizar el examen final. Stanley había sido quien había creado un puesto permanente para ella cuando, después de siete años de esfuerzo, se había convertido en una verdadera arquitecta.

Junto con Stanley estaban otros dos socios principales, una asistente personal y el cliente misterioso, quien estaba de espaldas a la puerta y no hizo ningún esfuerzo por volverse para saludarla.

Helena se apresuró para sentarse frente a él con una cálida sonrisa y, finalmente, vio su cara.

Y ese fue el instante en que se le congeló el pensamiento.

El hombre que estaba sentado frente a ella era Theo Nikolaidis. El mismo Theo Nikolaidis que ella había dejado plantado tres años atrás, veinticuatro horas antes de que fueran a contraer matrimonio.

Theo no se molestó en ocultar la gran sonrisa que se había formado en sus labios.

Ese momento, en el que a Helena Armstrong se le había borrado la sonrisa, era un momento para saborear, un momento que merecía una copa de vino bueno y, si hubiese sido un hombre al que le gustasen los canapés exquisitos, un plato lleno. Sin embargo, a pesar de que Theo era un hombre que prefería la comida sustanciosa, en aquel momento tampoco encajaba un gran cuenco del kokkinisto que preparaba su abuela.

Theo se puso en pie y le tendió la mano.

–Buenos días, Helena –dijo con una amplia sonrisa, antes de apreciar cómo ella se ponía colorada como un tomate–. Es un placer volver a verte.

Él estaba seguro de haber oído que las otras personas que estaban en la sala habían contenido la respiración.

Al cabo de unos instantes, ella extendió su mano pequeña y de piel pálida hacia la de Theo. Se la estrechó durante una décima de segundo y la retiró.

–Señor Nikolaidis –murmuró ella sin mirarlo, mientras tomaba asiento y dejaba su bolso en el suelo y el tubo portaplanos sobre la mesa.

–¿Se conocen? –preguntó uno de los socios, un hombre lo bastante mayor como para ser el padre de Helena, pero que la miraba de una manera que provocó que Theo deseara hacerle daño.

No obstante, Theo había aprendido a controlarse y en lugar de dejarse llevar, sonrió de nuevo y dijo:

–Helena y yo somos viejos amigos. ¿No es cierto, agapi mou?

Su comentario hizo que ella lo mirara. Sus ojos marrones brillaban con furia y sus labios carnosos mostraban tensión. ¿Pensaba que estaba enfadada? Aquello solo era el comienzo.

Helena asintió con la cabeza, abrió el tubo portaplanos y dijo:

–¿Nos ponemos con esto?

Theo extendió las manos.

–Sí. Muéstrame tu diseño. Déjame ver si tienes tanto talento como me han hecho creer.

Ella entornó los ojos y puso una falsa sonrisa antes de decir:

–Tendrás que ser tu propio juez.

–Créeme, agapi mou, aprendí a la fuerza que la reputación es igual de engañosa que las apariencias –Helena era la base de ese aprendizaje forzado. Era la mujer más bella que había visto nunca y la había conocido en Agon, su isla natal. Él había ido a visitar a su buen amigo Theseus Kalliakis, el príncipe de Agon, que en aquellos momentos vivía en el palacio. Como hacía muy buen día y Theo era un hombre que disfrutaba al sentir el sol en la cara, decidió dar un paseo por los jardines del palacio y dirigirse a la residencia privada de Theseus. En el jardín vio a una mujer joven sentada en un banco, junto a la estatua de la diosa Artemisa. La mujer tenía un cuaderno abierto sobre el regazo y un lápiz en la mano. Estaba inclinada hacia delante y su melena de color castaño caía como un velo sobre su rostro y sus hombros. Ella se retiró el cabello y se lo sujetó detrás de la oreja, dejando al descubierto un rostro que, incluso a pesar de las enormes gafas que llevaba, podía decirse que era el de una diosa.

Él respiró hondo y la miró durante largo rato.

Preguntándose qué era lo que ella estaba haciendo, se colocó detrás para mirar por encima de su hombro. En una hoja de papel había dibujado el palacio. Era un dibujo muy bonito y para hacerlo solo había utilizado lápices. Incluso había conseguido que pareciera que salía luz de algunas de las ventanas.

No era extraño que él se hubiera quedado embelesado. ¿Una mujer bella, talentosa e inteligente? Al instante, él la colocó sobre un pedestal y la veneró como sus paisanos habían venerado a Artemisa miles de años atrás.

Era una lástima que hubiera olvidado que los escrúpulos y el honor también eran cosas deseables a la hora de elegir a una mujer para convertirla en tu esposa. Debería haber tomado como señal de advertencia a la estatua que presenció su primer encuentro, Artemisa, una de las diosas más veneradas de la antigüedad y que, según la leyenda, había prometido que no se casaría nunca.

Al contrario que Artemisa, Helena no mencionó que sentía aversión hacia el matrimonio hasta el día anterior al que se suponía iban a pronunciar sus votos en la catedral de Agon. Como tonto que era, Theo no la creyó, a pesar de que ella se lo había gritado con rabia. ¡Por supuesto que ella aparecería en la catedral!

Tiempo después, cuando Theo recordaba el momento en que Helena le había destrozado el ego, terminaba pensando en que debía agradecérselo. Él podría haber pasado los últimos tres años viviendo una vida aburrida y estable en lugar de retomar el estilo de vida juerguista que había decidido abandonar por estar con ella. Lo cierto era que el hecho de que Helena lo dejara plantado lo había liberado y él había aprovechado cada minuto de su libertad, pero solo hasta cierto punto.

Tres años después de su humillación pública, todavía no se había acostado con otra mujer. A pesar de que lo había intentado su libido voraz había entrado en hibernación. Él, el hombre que podía elegir a cualquier mujer que deseara, había perdido todo interés en el sexo opuesto. Seguía saliendo con mujeres, cualquier excusa para demostrarle a Helena lo que se estaba perdiendo, pero acostarse con ellas le resultaba imposible.

Lo que había comenzado con una molestia menor se había convertido en un serio problema. Theo no quería mantener otra relación. Las relaciones eran para tontos ingenuos. En ellas estaban involucradas las emociones y la confianza, algo que no se permitiría experimentar nunca más, pero solo tenía treinta y tres años y era demasiado joven como para pensar en la vida célibe de un monje.

No obstante, seis meses atrás, Theo había visto un artículo en una revista de arquitectura en el que se anunciaba que el estudio Staffords le había ofrecido un contrato permanente a la arquitecta recién habilitada Helena Armstrong. Junto al artículo aparecía una fotografía de ella. A la mañana siguiente él se había despertado con la primera erección que había tenido desde que ella lo había dejado. El sentimiento de alivio que experimentó por haber recuperado su virilidad le duró muy poco. Esa misma noche, durante la fiesta que celebró un amigo suyo en un yate donde había varias mujeres casaderas, su virilidad no hizo ningún acto de presencia. Al menos no hasta que se quedó a solas en su cama y cerró los ojos para recordar a Helena desnuda. Entonces, su miembro se disparó como el muñeco de una caja sorpresa.

Y así, sin más, le quedó claro cuál era el motivo de su impotencia y qué debía hacer para solucionarla. Por mucho que él hubiera intentado olvidarse de ella, Helena estaba tan arraigada en su cabeza que había afectado a las funciones de su virilidad. Necesitaba olvidarla, y para ello debía conseguir que formara parte de su vida. En esa ocasión, se acostaría con ella tal y como debía haber hecho tres años antes. Haría que se enamorara de él otra vez. Y después, sería él quien la abandonara y la humillara.

Entonces, por fin, podría olvidarse de ella y continuar con su vida.

Helena nunca averiguaría cómo pudo sobrevivir a la siguiente hora. Más tarde, esa noche, de camino a casa en metro, apoyó la cabeza en el respaldo del asiento y cerró los ojos.

¿Lo había soñado?

¿De veras Theodoros Nikolaidis era el cliente misterioso que los había mantenido en vilo durante los dos últimos meses?

De algún modo, ella había conseguido mantener la compostura y defender su proyecto. Sabía que cada palabra pronunciada era en vano, pero el orgullo no le permitiría hacer nada que no fuera dar lo mejor de sí. Cuando Theo eligiera otro arquitecto de un estudio distinto, al menos sus colegas no podrían decirle que su falta de profesionalidad los había decepcionado.

Y Theo nunca se enteraría de que bajo su apariencia profesional latía en realidad un corazón herido.

Cuando ella terminó la presentación, él la miró muy serio. No hizo una sola pregunta. Simplemente, miró el reloj, se puso en pie, agradeció a todos sus esfuerzos, le guiñó un ojo a Helena y salió de la sala sin mirar atrás, dejando a cinco personas boquiabiertas a su paso.

No fue necesario que Helena, los asociados, o el resto de los empleados dijera nada, ya que el ambiente de la sala hablaba por sí mismo. Todo el esfuerzo que Helena había puesto en el proyecto, toda la ayuda y apoyo que le habían ofrecido sus colegas, no había servido para nada.

Helena respiró hondo, sin importarle el ambiente cargado del salón.

Ver a Theo después de todo ese tiempo…

«No pienses en él».

No pudo evitar que su memoria empezara a evocar recuerdos y, de pronto, se encontró pensando en aquella época en la que su corazón permanecía intacto y su cuerpo era como una flor preparada para abrirse bajo el sol.

El sol había aparecido en la forma del hombre más sexy que ella había visto nunca.

Aquel día había ido al palacio por capricho. Había decidido ir a visitar a la familia de su madre en Agon, para tomarse un descanso después del primer año de estudiar el máster. El sol siempre brillaba en Agon y la vida allí siempre parecía ofrecer más libertad. Sencillo. Incluso su padre se relajaba lo suficiente como para no hacer una crítica cada cinco minutos cuando estaba allí.

El tercer día, ella se levantó temprano y decidió visitar el palacio que le había encantado de niña.

Llevando tan solo su cuaderno de dibujo, sus lápices, una botella de agua y un picnic, se sentó en un banco y dibujó su edificio favorito en el mundo.

Tras cinco horas de concentración y de tratar de ignorar a los turistas que pasaban junto a ella, de pronto se dio cuenta de que alguien la observaba. Helena levantó la vista al mismo tiempo que una voz le dijo desde atrás.

–Tiene mucho talento, señorita. Ponga un precio.

Ella se volvió y se encontró cara a cara con un hombre que provocó que se le agrandara el corazón. Era alto y musculoso, con el cabello corto alborotado, castaño y con las puntas aclaradas por el sol. Tenía la piel bronceada, lo que sugería que disfrutaba de mucho tiempo al aire libre.

Y cuando ella vio sus alegres ojos azules, su corazón comenzó a latir muy deprisa.

Tres años después, ella había experimentado exactamente lo mismo al verlo.

Tres años después, Helena seguía pagando el precio de aquella espontánea visita al palacio.

Había llegado a su estación. Agarró su bolso y salió del metro por las escaleras mecánicas. Había anochecido y estaba lloviendo. Por supuesto, lo primero que hizo fue pisar un charco y empaparse los zapatos de lona que se había puesto después de la desastrosa presentación.

Maravilloso. Lo único que le faltaba para completar el día era que la atropellara un autobús.

Cuando llegó a su apartamento, estaba calada hasta los huesos.

La casa estaba helada y, tiritando, ella se amonestó en silencio por pensar que mayo empezaría con un sol radiante.

Encendió la calefacción, se quitó la ropa empapada y se puso un albornoz. Estaba llenando la bañera cuando llamaron al timbre.

Helena suspiró, se quitó las gafas y se cubrió el rostro con las manos. Había consumido toda su energía.

Cuando volvió a sonar el timbre, cerró el agua y se puso las gafas otra vez. En los tres años que llevaba alquilando aquel apartamento en Londres, solo había tenido una visita inesperada: un repartidor que le pidió que aceptara un paquete para la pareja que vivía en el piso de arriba.

Helena se dirigió a la puerta y miró por la mirilla Inmediatamente, se echó atrás asustada.

¿Cómo diablos la había encontrado?

El timbre sonó de nuevo.

A menos que Theo tuviera visión rayos-X, él no podía saber que ella estaba en casa. Decidió que volvería a meterse en el baño

El timbre comenzó a sonar de manera continua, como si un hombre impaciente hubiera decidido presionarlo hasta molestar a todos los residentes del edificio.

El egoísta, exasperante, inoportuno… Helena no podía pensar en ningún adjetivo positivo.

El asombro que la había invadido desde que se había encontrado con Theo en la sala de juntas dejó paso a una energía furiosa que provocó que se dirigiera a la puerta, quitara las tres cadenitas de seguridad y corriera el cerrojo para abrir la puerta.

Allí estaba él, vestido con una camisa y unos pantalones de color negro, bajo la lluvia y con el abrigo abriéndose por el viento. En el rostro, una amplia sonrisa que ella podría haber confundido con una sonrisa de éxtasis, de no ser porque había visto el destello del peligro en sus ojos azules.

Levantando las palmas de las manos, Theo inclinó la cabeza y exclamó:

–¡Sorpresa!

E-Pack Bianca y Deseo octubre 2021

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