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Capítulo Dos

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–¿Cómo dices? –Lissa lo miró furiosa. Era difícil fulminar con la mirada a alguien tan atractivo, pero ella no aceptaba órdenes de nadie–. No voy a…

–Tú eliges, Lissa. Puedes venirte tal y como estás, para mí no supone ninguna diferencia –le recorrió el cuerpo con la mirada, haciendo que le ardieran las zonas más íntimas–. Pero piensa que te vendría bien cambiarte de ropa.

Se acercó y ella se encogió involuntariamente al recordar la intimidación de otro hombre, grande y abusivo, al que ella había creído amar en una ocasión.

Reprimió el estremecimiento y lo empujó.

–Si no te importa… Estás invadiendo mi espacio –su tacto era recio y cálido, y la tentaba a olvidar sus temores y a sentir aquellos músculos y los latidos del corazón bajo la palma de la mano. Retiró la mano inmediatamente–. Voy a quedarme aquí, en este barco, por si ocurre algo.

–Algo va a ocurrir como no te vistas y te pongas en marcha ahora mismo.

Él dio un paso atrás. Por mucho que odiase admitirlo, tenía razón. ¿Qué haría ella si el agua llegaba a la toma de corriente? Nunca se había encontrado bajo una lluvia tan fuerte, y la situación había empeorado en las últimas horas.

–Está bien –aceptó lo más dignamente que pudo mientras se daba la vuelta y se encaminaba a su dormitorio–. Pero tú quédate aquí y vigila que no pase nada.

–Eso pensaba hacer.

¿En serio? Por lo visto aquel superhéroe era inmune a los peligros que él mismo había señalado. Mejor para ella. Ya tenía bastantes problemas sin necesidad de añadir un arrebatador espécimen masculino a la lista.

Agarró los vaqueros y la camiseta que había usado aquel día, reacia a cambiarse de ropa. Desnudarse con Blake Everett a pocos metros la colocaría en una posición muy vulnerable, algo que estaba decidida a evitar a toda costa.

Volvió junto a él y se puso a meter las cosas desperdigadas en dos cajas de plástico.

–Si de verdad tengo que abandonar el barco, he de llevarme todo esto conmigo a la casa.

–¿Todo? –repitió él, dubitativo–. ¿En serio lo necesitas todo?

–Hasta el último retal. Mi trabajo depende de ello. Soy diseñadora de interiores –actualmente desempleada, pero no iba a revelar aquel detalle.

–En ese caso, deja que te eche una mano.

–Bien –procedió a empaquetarlo todo rápidamente, intentando que la proximidad de Blake no la afectara–. ¿Puedes meter esos blocs en bolsas de plástico? –le pidió para alejarlo de ella.

Pocos minutos después lo tenían todo listo.

–Vendré por el resto cuando te hayas instalado en la casa –tuvo que alzar la voz para hacerse oír sobre la persistente lluvia.

¿Instalarse? Lissa se enderezó con una caja bajo cada brazo y su bolsa de viaje colgada al hombro. Si Blake quería jugar a rescatarla tendría que tolerarlo, siempre que sus cosas estuvieran a salvo.

–Gracias –murmuró a regañadientes. No quería recibir su ayuda.

Se puso las sandalias de goma junto a la puerta y abrió para salir a cubierta. Un torrente de agua le cayó encima donde debería estar seco. Miró hacia arriba y vio la lona ondeando al viento. Tal vez no quisiera la ayuda de Blake, pero estaba obligada a aceptarla.

Subió al muelle seguida por Blake. Las sandalias chapoteaban en el suelo encharcado al pasar junto a la piscina y la zona de recreo de camino a la amplia puerta de cristal.

Los dos últimos años había asistido al continuo ir y venir de gente guapa en la elegante mansión, y por fin le llegaba el turno de ver el interior. Estaría bien dormir rodeada de lujo para variar, y desde una perspectiva profesional estaba impaciente por ver la decoración.

Esperó a que Blake abriera la puerta y lo siguió al interior. Él pulsó un interruptor y la luz inundó la suntuosa estancia. Lissa alzó la vista hacia las diminutas esferas de cristal que rodeaban el globo central y que despedían una mirada de arcoíris por toda la sala. La ausencia de tabiques interiores le confería una atmósfera abierta y espaciosa. El techo de madera de color miel se elevaba a una altura de dos pisos, y una amplia escalera subía pegada a una pared de acento del mismo tono melado. El suelo de baldosas blancas se fundía con las paredes blancas y aumentaba la sensación de espacio. Junto a la pared de pizarra exterior había un gran sofá de cuero negro con cojines de color lima y mandarina. El resto del mobiliario era de teca y cristal.

Impresionante. Pero impersonal y un poco anticuado. Carecía del aire doméstico y acogedor que cabría esperarse en un verdadero hogar.

Un hormigueo de excitación le subió el ánimo. Podría preguntarle a Blake si quería redecorar la casa…

Dejaron las cosas en un rincón.

–Iré a por el resto dentro de un momento –dijo él de camino a la escalera.

Mientras la conducía a la entreplanta, Lissa intentó no fijarse en su firme trasero, enfundado en unos vaqueros negros, e intentó concentrarse en la decoración de las paredes.

Blake le mostró una amplia habitación con una gruesa moqueta de color crema y una abultada colcha a rayas negras y verdes. Los relucientes muebles negros estaban desprovistos de chismes y baratijas. La ventana daba a la casa vecina y al río, pero no se veía el barco.

Tal vez Blake la hubiese elegido a propósito, pensó Lissa mientras dejaba la bolsa y la ropa en un sillón forrado de seda junto a una cómoda. No habría forma de espiarlo y alimentar las fantasías más lujuriosas mientras lo veía trabajar desnudo de cintura para arriba, con los músculos en tensión y la piel empapada de sudor…

–La ducha está ahí –le indicó él, tras ella–. Aún no lo he comprobado, pero me han dicho que han llenado la despensa hoy, así que mañana puedes prepararte el desayuno.

Lissa se inquietó ante la posibilidad de que Blake decidiera echar un vistazo a su despensa o a su nevera, porque hacía más de una semana que no hacía la compra. Su precaria situación económica la obligaba a saltarse más de una comida, y el desayuno era un lujo que no podía permitirse.

–Recogeré el resto de tus cosas y le echaré una ojeada al barco. ¿Tienes algo que pueda usar para las reparaciones?

–Busca en la cubierta, junto a la puerta. Debajo de la lona. Y ten cuidado.

–Siempre lo tengo.

Se dio la vuelta y se alejó, y Lissa se quedó pensando en lo que le había dicho. ¿De verdad tenía siempre cuidado? ¿Y qué había pasado con Janine Baker? También Janine se había marchado del pueblo, sin que nadie supiera lo que había sido de ella y del bebé.

Esperó a que cerrara la puerta y buscó una vista mejor del río. Y de Blake. La encontró en el dormitorio principal. A la luz del salón que se derramaba en el patio, bañado por la lluvia, vio a Blake alejarse rápidamente por el camino, pasar junto a la piscina y continuar por el muelle. Su figura resultaba imponente e inquietante.

Desapareció en la cubierta y Lissa se giró para examinar el dormitorio. La luz del pasillo se proyectaba sobre la inmensa cama king-size desecha. La huella de la cabeza en la almohada le desató una ola de excitación en el estómago, como le ocurría cada vez que pensaba en él.

Se apretó la mano en el vientre y se obligó a calmarse. Blake había estado durmiendo allí. ¿Qué le había hecho levantarse y abandonar una cama tan cómoda para ir a una casa flotante en mitad de la noche?

Registró la habitación en busca de pistas. La bolsa yacía abierta junto a la pared, llena de ropa. Sobre la cómoda había un montón de folletos de barcos, junto a su pasaporte y algo de dinero. Se sintió tentada de mirar el pasaporte para ver dónde había estado, pero en vez de eso se acercó a la cama, agarró la almohada y cerró los ojos mientras inhalaba profundamente. Había pasado mucho tiempo, pero recordaba su inconfundible olor. Se le escapó un débil gemido…

–¿Va todo bien por aquí?

El corazón casi se le salió por la boca, las rodillas se le combaron y abrió los ojos. Blake estaba de pie en la puerta, con un brazo en el marco y la cabeza ligeramente ladeada. Al estar a contraluz no se podía distinguir su expresión, pero no debía de ser muy amable.

–Sí, sí. Todo bien –sonrió forzadamente y se apartó de la cama–. Quería… cerciorarme de que el barco seguía a flote –soltó una carcajada excesivamente aguda–. Es ridículo, ya lo sé. De paso estaba buscando una almohada extra, si no es un problema para ti. ¿Querías algo?

¿Qué clase de imagen estaba dando, ataviada con su minúscula bata, a oscuras, junto a la cama de Blake y formulando aquella pregunta? Apretó los labios antes de empeorar la situación.

–Mi teléfono –dijo él. Encendió la luz y la observó unos instantes antes de desviar la atención hacia la mesilla, vacía–. No lo habrás visto, ¿verdad? Estoy seguro de haberlo dejado aquí, por algún sitio.

Ella negó con la cabeza.

–A lo mejor se te cayó al suelo.

–O a lo mejor lo tiraste tú –señaló él en un tono ligeramente acusador.

Impaciente por escapar de la embarazosa situación, Lissa dejó la almohada en la cama y se arrodilló para ocultar el rubor de sus mejillas.

–¿Está ahí?

–Eh…

–¿Te echo una mano?

El ofrecimiento de Blake, formulado en aquella voz tan sensual y masculina, le evocó una imagen nada tranquilizadora.

–Ah –sus dedos se cerraron sobre un objeto de plástico–. Ya lo tengo.

Blake oyó su respuesta ahogada mientras admiraba el meneo de sus caderas. Tenía un trasero perfecto del que por más que lo intentaba no podía apartar la mirada.

La última vez que vio a Lissa era una chica tímida, desgarbada y flacucha de trece años, pero todo parecía indicar que seguía siendo igual de impresionable. Su melena castaña rojiza le ocultaba el rostro, pero Blake sabía que sus mejillas eran del mismo color que el pelo. Quizá le estuviera diciendo la verdad sobre la almohada, pero tenía serias dudas al respecto.

Se sentía atraída por él.

Se levantó y sostuvo el móvil lo más lejos posible de ella, como si estuviera ardiendo.

–Gracias –dijo él.

–De nada –una chispa prendió al rozarse sus dedos, pero no pareció darse cuenta, o no quiso demostrarlo, y se colocó el pelo tras las orejas, se enderezó y le sostuvo desafiante la mirada.

Blake examinó el móvil con el ceño fruncido.

–¿Esperas la llamada de alguien especial? –le preguntó ella.

–Tú siempre directa al grano, ¿no? Tengo que hacer unas llamadas –a un fontanero y a un electricista, pero podía esperar hasta el día siguiente.

–Tus herramientas no sirven para nada. He asegurado la lona sobre la gotera, pero solo de manera provisional. ¿Sabes en qué estado se encuentra el techo?

Ella apartó la mirada.

–Iba a arreglarlo.

Blake se giró hacia la puerta, pero un pensamiento le hizo darse la vuelta… y lo que vio le dejó la mente en blanco.

Lissa estaba agarrando la almohada por un extremo y lo miraba fijamente. Blake se imaginó yendo hacia ella, quitándole la almohada e inclinándose para aspirar el olor de su cuello, sintiendo el calor de su piel en los nudillos mientras le desataba el cinturón y le deslizaba la bata por los hombros, tumbándola en la cama para que le hiciera olvidar por qué había vuelto a casa…

Pero las mujeres bonitas y delicadas no merecerían que las usaran de aquella manera. Ella no se lo merecía.

Lissa arqueó una ceja, expectante, y Blake recordó lo que iba a preguntarle.

–¿Trabajas mañana?

Ella dudó.

–No, mañana no –respondió vagamente.

–De acuerdo –pero intuía que le estaba ocultando algo. Lo adivinaba en su mirada esquiva, y en la reacción que le había mostrado antes–. Entonces, buenas noches… Ah, y si necesitas una almohada hay otros tres dormitorios en los que buscar.

Al salir bajo la tormenta se preguntó si Lissa tenía intención de dormir en su cama. La idea de tener aquella piel suave y delicada entre sus sábanas y aquella fragancia femenina en su almohada le hervía la sangre en las venas. Aceleró el paso y se alejó de la casa lo más rápido que pudo.

Blake llevó el resto del material a la casa y volvió al barco a ver qué podía hacer. Cambió el pequeño contenedor bajo la gotera por un cubo y se valió de un periódico para absorber el agua del suelo. Al extender las hojas se fijó en un anuncio rodeado con un círculo rojo. Era una oferta de empleo para trabajar como ayudante en una tienda de ropa de playa, pero bajo el mismo estaba escrito «demasiado tarde», junto a una carita triste.

A Blake le extrañó. ¿Estaría Lissa buscando empleo y por eso no iba a trabajar al día siguiente?

Miró la factura pegada en el frigorífico. Era obvio que Lissa se encontraba en dificultades económicas y que no le había dicho nada a Jared, quien de haberlo sabido habría hecho cualquier cosa por ayudarla.

No tenía trabajo y vivía en unas condiciones peligrosamente precarias.

Blake no podía quedarse de brazos cruzados. No solo por su instinto de protección sino porque Jared había sido su mejor amigo, el hermano que nunca había tenido.

La lluvia seguía cayendo mientras examinaba de nuevo la cubierta. No se podía hacer nada hasta que pasara la tormenta.

Permaneció unos momentos en la cubierta, mirando la casa mientras el agua le chorreaba por el rostro y se le filtraba por la ropa. Necesitaba sentir el frío y la humedad para sofocar las llamas que lo abrasaban desde que había visto a Lissa y que se habían avivado salvajemente al verla con la nariz hundida en su almohada.

Pero no bastaba con el viento y la lluvia para apagar las llamas. Necesitaba una mujer.

Y tendría que intentar conciliar el sueño a pocos metros de una mujer enloquecedoramente sexy y atractiva.

Tentación arriesgada - Diario íntimo

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