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Capítulo Cuatro

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–Tendremos que ponerlo por escrito –dijo él con más dureza de la que pretendía, recordando el fiasco del barco. Habiendo sido traicionado por su padre no volvería a confiar a ciegas en nadie nunca más, fuera quien fuera.

–Claro –entrelazó los dedos sobre la cabeza y se echó a reír mientras daba vueltas en la cocina–. Me pondré a ello enseguida –se acercó bailando a él y le echó los brazos al cuello–. Gracias.

Los pechos, firmes y sin la barrera de un sujetador, le rozaron el torso y le desataron una corriente de deseo en la entrepierna. Pero antes de que pudiera responder, ella se detuvo, con los ojos abiertos como platos, y se echó hacia atrás.

–Voy… voy a tomar algunas notas al salón antes de que cambies de idea –se dio la vuelta y salió corriendo.

Lissa se aferró el cuello con las dos manos en un vano intento por sofocar la ola de calor mientras subía a su habitación. Se había dejado llevar por la emoción y prácticamente se había arrojado sobre Blake…

Entró en el baño y se echó agua fría en la cara, sin mirarse al espejo. Después se sentó en la cama y respiró hondamente mientras intentaba asimilar la conversación y la generosa oferta de Blake. Una oferta condicionada por el resultado de su trabajo.

Cuando recuperó el aliento y la compostura, bajó al salón y sacó su material. Por suerte, no había ni rastro de Blake.

Abrió el bloc por una hoja en blanco e hizo un esbozo del salón. Estaban en una localidad costera, de modo que elegiría un tema de playa o de agua. Elegante y sencillo, sin aquellos muebles y…

Levantó la mirada cuando se encendió la luz del techo.

–¿Alguna idea?

Oyó a Blake tras ella, pero no se giró. Nada de distracciones.

–Tonos azules y motivos marinos. Estoy pensando en un color turquesa apagado. Tiene matices fríos y cálidos, por lo que se puede combinar con cualquier color. Haría mucho juego con la pared de pizarra. Un toque de verde lima o incluso de rojo. O si optamos por un turquesa más oscuro, el dorado le daría un efecto impresionante y quedaría muy bien con la madera –agarró las muestras de color azul y eligió dos–. ¿Puedes imaginarte las paredes con esos colores o es demasiado oscuro para ti?

–Lo dejo a tu criterio profesional.

–Pero, ¿podrás vivir con ese color? –se acercó a la pared de pizarra y sostuvo en alto las muestras.

–No estaré aquí.

Blake no miraba las muestras, sino la tentadora franja de piel entre los vaqueros y la camiseta. Y en lo único que podía pensar era en el tacto de los pechos de Lissa contra su torso.

Necesitaba volver a sentirlos. Se acercó a ella por detrás y aspiró la fragancia de sus cabellos.

–El más oscuro.

Oyó cómo ahogaba un gemido de asombro mientras examinaba sus uñas, pulcramente recortadas, contra la muestra de color. Cuando ella no se apartó, le rodeó la cintura con las manos y deslizó los dedos por la piel que le quedaba al descubierto.

Ella bajó las manos por la pared, dejando caer las muestras al suelo. Blake la giró muy despacio y la miró fijamente.

–Voy a besarte, aunque sé que no debería hacerlo. Eres la hermana pequeña de Jared.

Los ojos de Lissa se abrieron desorbitadamente.

–No se lo diré si tú no se lo dices –susurró.

Él se acercó más, sintió su aliento en la cara y el calor de su cuerpo en el pecho.

–No voy a mentirle. Es mi amigo y a los amigos no se les miente. Es una cuestión de honor, pero en estos momentos no me siento especialmente honrado –agachó la cabeza.

–Después de todo este tiempo… –murmuró ella contra su boca.

–Después de todo este tiempo, ¿qué?

–No importa –el jadeante susurro brotó de sus carnosos labios. El ardor que emanaba de su piel, el roce de sus pezones endurecidos… No, corroboró él en silencio. Fuera lo que fuera, no importaba.

La erección le palpitaba dolorosamente en los vaqueros. Deslizó una mano hasta su trasero y la apretó contra él para aliviar la presión.

Pero no sirvió de nada. El roce de unos vaqueros contra otros aumentó la excitación y la dureza de su miembro. Ella se frotó contra sus piernas y se detuvo un instante al sentir el contacto de la erección contra el vientre.

Clavó la mirada en sus ojos, maravillada, y le rodeó el cuello con los brazos.

–Increíble.

–Créetelo –replicó él.

Lissa sostuvo la mirada de aquellos ojos azules enmarcados por espesas pestañas y deseó hundirse en ellos. Deslizó los dedos por el corte de pelo militar y soltó un suspiro que brotó de las profundidades de su alma.

Pero entonces la asaltó un pensamiento que la hizo vacilar. ¿Sabía Blake lo que siempre había sentido por él? ¿Pensaba aprovecharse de aquella certeza?

La erección de Blake la acuciaba a seguir. Y ella se moría por hacerlo, pero…

–Espera –se soltó y lo empujó con firmeza.

Él frunció el ceño y torció el gesto, pero siguió con las manos en su cintura.

–¿Estás bien?

–Eh… Sí –no, evidentemente no sabía nada.

Pero ¿hasta qué punto lo conocía ella realmente? ¿Serían ciertos los rumores que circulaban de él? Ella no sabía nada… Nunca había tenido relación con él, salvo algún que otro saludo.

Había creído conocer a Todd. Había confiado en él con todo su cuerpo y corazón, y él había abusado de esa confianza. La inquietud se transformó en pánico y se zafó con brusquedad.

–Espera, ¿adónde vas? –tiró de ella y la rodeó con los brazos, como dos barras de hierro.

La invadió una horrible sensación de claustrofobia.

–Me acabo de acordar de que… tengo algo que hacer.

–No –le puso un dedo bajo la barbilla para levantarle la cara–. No –repitió, en tono más suave pero no menos autoritario, y le agarró la barbilla para besarla.

Toda resistencia era inútil. Se había resistido contra Todd cuando él había intentado hacerle lo mismo, una y otra vez, mientras se sentía morir por dentro. Pero con Blake todo era distinto.

Porque el instinto le decía que podría apartarse en cualquier momento. Con Blake todos sus temores se disipaban como una neblina bajo el sol tropical. Lo único que sentía era el deseo de entregarse por igual, de dar y recibir, y una acuciante necesidad de seguir explorando.

La barba incipiente de Blake le raspaba la barbilla. Las piernas le temblaban y se agarró a su camiseta para no caer rendida a sus pies. Sentía la dureza de sus músculos y los fuertes latidos de su corazón.

Nunca había experimentado una pasión semejante. Antes de que Todd la hiciera sentirse una completa inútil en las artes amatorias, había vivido libremente su sexualidad y no se había acobardado ante sus deseos. Pero nunca había sentido aquella abrumadora conexión emocional que la invadía por completo con Blake.

Separó ansiosamente los labios para que él introdujera la lengua. Al principio ligeramente, tanteando, pero luego empezó a explorar con avidez los recovecos de su boca. Le resultaba sorprendentemente fácil abandonarse a las emociones que se apoderaban de su cuerpo y olvidarse de todo salvo de aquel deseo salvaje.

Blake nunca hubiera imaginado que la pasión podía enlazarse con una delicadeza semejante. Las manos le temblaban mientras ladeaba la cabeza para acceder mejor a la dulzura que Lissa le presentaba, y las levantó para entrelazar los dedos en su sedosa melena rojiza. Su piel clara y sus relucientes ojos le recordaban a una muñeca de porcelana en miniatura, frágil y quebradiza, por lo que tuvo cuidado de contener su peligrosa fogosidad.

Algo la había asustado un momento antes, pero su actitud había cambiado radicalmente y se aferraba a él como si hubiera sido hecha para tal propósito.

Un gruñido se elevó por la garganta de Blake mientras le apretaba las manos en los omoplatos, poniendo a prueba las reacciones de ambos. Bajó por la espalda hasta su espectacular trasero y la apretó más contra él.

Pero cuando tuvo la erección pegada a su vientre y oyó su gemido de excitación, se olvidó de todo salvo del deseo salvaje por poseerla. Subió las manos hasta sus pechos, espoleado por un apetito voraz e insaciable, una impetuosa e irreflexiva necesidad por llenar el vacío con el que había aprendido a vivir.

Agachó la cabeza y le acarició el pecho con los labios hasta encontrar el pezón, erecto y puntiagudo.

–Sí… –murmuró ella.

Se lo metió en la boca y lo sorbió con avidez a través de la tela, mientras deslizaba las manos bajo la camiseta para sentir la exquisita piel del vientre. Mordió el pezón y ella se arqueó hacia atrás con un fuerte gemido que le avivó aún más el fuego de la entrepierna. Llevó la boca al otro pecho y le subió la camiseta hasta las costillas para acariciarle la parte inferior de sus perfectas curvas.

Entonces ella le puso las manos en el pecho.

–Blake… para.

Desconcertado, la miró a los ojos y comprobó que seguían ardiendo con la misma pasión que a él lo consumía.

–Está bien, lo haremos en un sitio más cómodo.

Le pasó un dedo por el cuello de la camiseta, pero ella lo agarró de la mano.

–Nada de favores sexuales.

Él frunció el ceño.

–¿Eso es lo que te parece? ¿Un favor sexual a cambio de mi ayuda?

–No lo sé…

¿Tan pobre era la opinión que tenía de él? De repente supo el motivo. Lissa había creído los rumores que circulaban de él.

–Lo que estamos haciendo es sellar el acuerdo con un beso –murmuró con voz áspera–. Y tú pareces estar disfrutando tanto como yo.

–No es solo un beso.

Y entonces Blake comprendió lo que le estaba diciendo. Comprendió sus dudas, su inseguridad, su «después de todo este tiempo», su renuencia a dar explicaciones…

Era virgen.

Y él había estado a punto de separarle las piernas y penetrarla contra la pared. ¿Cómo no iba a pensar mal de él?

Apretó los dientes y se apartó con cuidado. Los sueños virginales de Lissa se basaban en el amor y el compromiso, no en una violación salvaje contra una maldita pared. Ni hablar.

Lissa jadeaba en busca de aliento, después de que Blake la hubiera besado como si su vida dependiera de ella y la hubiese dejado sin aire en los pulmones. Se sentía como si estuviera despertando de un sueño justo en el momento más interesante.

Sus pezones, sensibles y doloridos, suplicaban más atenciones. ¿Por qué lo había detenido? ¿Por qué había interrumpido la experiencia más excitante de su vida con el hombre que había protagonizado todas sus fantasías?

Porque a aquellas alturas necesitaba algo más.

No conocía lo bastante bien a Blake para compartir aquella intensidad. Pero sí conocía su reputación…

–Vamos demasiado rápido –dijo con voz jadeante–. En estos momentos me interesa más recibir ingresos que cualquier otra cosa. No puedo permitir que nada me distraiga de ese objetivo, de modo que necesito concentrarme en la reforma del salón, ¿de acuerdo?

Blake no le devolvió la sonrisa, seguramente porque ella ni siquiera era consciente de haber sonreído. Los labios le escocían y era como si pertenecieran a otra persona.

–Entendido –se metió las manos en los bolsillos–. Me ocuparé de preparar el contrato al detalle –hablaba como si estuviera mordiendo trozos de chatarra, sin el menor rastro de emoción en su mirada ceñuda.

–Bien. Cuanto antes mejor –su mano pugnaba por tocarlo y decirle… ¿qué? ¿Que había cambiado de opinión y quería que acabara lo que había empezado, mandando al infierno todo lo demás?

–Conozco una abogada –dijo él, con una voz tan rígida como el bulto que se adivinaba en sus pantalones–. Veré si sigue trabajando en la ciudad y la llamaré enseguida.

Lissa se mordió el labio y bajó la mirada a las manos.

–Muy bien.

Blake se giró sobre los talones y abandonó el salón. Lissa lo vio marcharse, con el corazón desbocado y los labios mojados. Con Blake seguía siendo la chica ingenua que no sabía cómo actuar con los hombres.

Pero su futuro profesional era lo más importante en aquellos momentos. Si algo salía mal entre ellos podría perder la oportunidad que se le presentaba para darle un empujón definitivo a su carrera.

Sin embargo tenía que admitir que Blake no había intentado aprovecharse de ella. Se había detenido nada más pedírselo. Incluso había tenido en cuenta a Jared y el sentido del honor. ¿Cuántos hombres actuaban con honor? Blake era un tipo decente. Los rumores tenían que ser falsos.

Todd era el motivo por el que no confiaba en los hombres. Su atractivo había ocultado su lado más siniestro. El Sapo le había mentido sobre su pasado y había jugado con sus sentimientos. Un hombre sin honra ni moral. Todo lo contrario a Blake.

Pero no iba a pensar en las increíbles sensaciones que acababa de experimentar con él. De ninguna manera. Aquel camino solo podía conducir al desencanto y la amargura, porque Blake podía marcharse en cualquier momento.

Lo que debía hacer era concentrarse en la labor que tenía por delante, y demostrarle a todos, a Blake, a su familia y a ella misma, que podía ser la mujer competente y triunfadora que anhelaba ser.

Con renovado entusiasmo recogió las muestras de pintura y un retal de tela dorada para ponerse manos a la obra, pero Blake asomó la cabeza por la puerta.

–¿Puedes estar lista para salir en media hora? –la recorrió lentamente con la mirada, deteniéndose en las manchas de humedad que le había dejado en la camiseta.

Lissa sintió que el rubor le cubría el cuello y las mejillas.

–Claro.

–Estupendo –la miró brevemente a los ojos y volvió a marcharse.

Ella se miró la camiseta y los vaqueros. Obviamente tendría que cambiarse de ropa.

Blake regresó al estudio, satisfecho con la prontitud de los preparativos. Deanna Mayfield era una vieja amiga de la escuela que ejercía la abogacía en Mooloolaba. Se había divorciado dos veces y se había mostrado encantada al saber de él, hasta el punto de cambiar su agenda para recibirlos.

A continuación llamó a un fontanero y a un electricista para que fueran aquella misma tarde, y luego se conectó a Internet para buscar tiendas de ropa masculina. De esa manera consiguió mantener la cabeza ocupada y no pensar en lo que había ocurrido en el salón. Muy fácil, de no ser porque aún sentía el sabor de Lissa en los labios y su olor impregnándole la ropa.

Le había hecho una oferta de trabajo y un segundo después la estaba besando. Y no había sido un simple beso. Tan cegado estaba por la pasión que ni siquiera se había parado a pensar que pudiera ser virgen.

¿Cuántas mujeres seguían siendo vírgenes con veintitrés años?

¿Estaría buscando al hombre perfecto? ¿O tal vez no había encontrado al hombre con el suficiente vigor para encender su fuego? Blake prefería la segunda opción. No podía ser el hombre perfecto para ninguna mujer y ya había atisbado las llamas de pasión en sus ojos.

Tamborileó con los dedos en la mesa. El problema con las vírgenes era que le daban demasiada importancia a los sentimientos, y lo último que él necesitaba era una mujer emocional que esperase algo más.

Lissa era la hermana de Jared. Acostarse con la hermana de un amigo era una cosa, pero cuando la susodicha hermana era virgen… No, eso sí que no.

Tenía que recordar los términos de su acuerdo, concentrarse en los objetivos marcados y mantenerse alejado de su cuerpo. De su enérgico, voluptuoso y virginal cuerpo.

Cuanto antes acabaran las reparaciones del barco, antes podría… Un chillido desgarrador lo hizo levantarse de un salto y correr hacia la puerta.

Lissa miraba, aturdida e incrédula, el espacio que hasta unos momentos antes había ocupado la casa flotante.

–Oh, Dios mío, Dios mío, Dios mío… –murmuraba en un débil susurro, después de haber gritado hasta quedarse sin voz. Las piernas le temblaban.

Aquello no podía estar pasando. Tenía que ser un sueño, una pesadilla… Oyó abrirse la puerta y las maldiciones y pisadas de Blake, pero no se dio la vuelta, siguió mirando las aguas revueltas y la forma rectangular que desaparecía bajo la turbulenta superficie.

–¡No!

–Lissa –la agarró firmemente por los hombres–. Todo va a salir bien.

Las burbujas subían a la superficie mientras su hogar se hundía. Lissa lo contemplaba impotente y temblorosa.

–¿Que todo va a salir bien? Mi barco, mi casa, mi vida… Todo se ha perdido. ¿Y me dices que todo va a salir bien? –se llevó las manos a la cara–. ¿Por qué me ocultaste hasta qué punto la situación era grave? ¿Por qué no me dijiste que sacara todas mis cosas del barco?

Era absurdo culpar a otra persona por sus errores, pues no soportaba que le dijeran lo que debía hacer.

–Hemos salvado lo más importante…

–¡He perdido toda mi ropa! –gritó, y ambos miraron en silencio cómo una forma de color claro se elevaba de las profundidades. Dos pequeños montículos asomaron en la superficie como dos islotes desiertos.

–Bueno, puede que toda no –murmuró él. Se arrodilló y sacó un sujetador amarillo del agua.

–¡Cállate! ¡Te odio! –fue vagamente consciente de que, en circunstancias normales, la habría excitado ver los largos dedos de Blake en su ropa interior. Pero en aquellos momentos solo sentía rabia y vergüenza.

Le arrebató la prenda, sin atreverse a mirar a Blake. ¿Por qué tenía que ser él, precisamente él, quien asistiera a su derrota?

–Lo siento, no debería haber dicho eso –se disculpó y la estrechó entre sus brazos–. Pero sé que la Lissa que yo conozco, la Lissa fuerte y decidida, saldrá adelante.

–¡No sabes cómo soy! Ni siquiera te fijabas en mí. Para ti solo era una cría…

–Una cría decidida y con las ideas muy claras.

–Sí, claro –quería decir «cabezota, mimada, caprichosa e irresponsable». Y aquella tragedia lo demostraba. Tenía la obligación de cuidar el barco de Jared y…

–Lo más importante es que estás a salvo –le murmuró él al oído.

¿A salvo? ¿Cómo iba a estar a salvo cuando no tenía donde vivir?

–Solo son cosas, Lissa. Nada que no pueda reemplazarse.

–¡Son mis cosas! –exclamó, sintiendo cómo le caía una lágrima por la mejilla–. Mis muebles, mis adornos, el broche de mi madre… Puede que para los demás sean tonterías, pero para mí lo eran todo. Me he dejado la piel por todo, hasta la última vela perfumada. Y antes de que lo preguntes, no, no tengo seguro –lo había perdido dos meses antes por falta de pago.

Blake la apretó con fuerza y le susurró palabras de consuelo.

–¿Sabes? Podría meter todas mis cosas en una camioneta y estaría perfectamente.

Ella lo miró para ver si estaba bromeando. ¿Cómo podía alguien meter toda su vida en el maletero de un coche? No podía creerlo.

–Tienes esta casa… –apoyó la frente en su pecho–. Esta mansión.

–Cierto.

Cerró los ojos y dejó de luchar. La verdad era que si no hubiese sido por él, si no le hubiera insistido en que durmiera en la casa, a esas horas ella también estaría en el fondo del río.

Él se retiró, sin soltarle los brazos.

–Parece que ya no necesitaremos los servicios del fontanero.

Ella abrió los ojos y vio la mancha que su sujetador empapado le había dejado en la camiseta. Lo miró a los ojos y, por una vez, se abandonó al consuelo de tener a alguien en quien apoyarse.

–¿Y ahora qué?

Tentación arriesgada - Diario íntimo

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