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5. “Vive y deja vivir”

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El viejo refrán “Vive y deja vivir” parece tan común que es fácil pasar por alto su valor. Claro está que una de las razones por las que se ha repetido una y otra vez a lo largo de los años es que ha resultado ser muy útil de tantas maneras.

Los A.A. hacemos algunos usos especiales del refrán que nos ayudan a no beber. En particular nos ayuda a soportar a la gente que nos crispa los nervios.

Al volver a repasar nuestra historia de bebedores, muchos de nosotros podemos darnos cuenta de con cuánta frecuencia nuestro problema con la bebida parecía estar relacionado con otra gente. Probar la cerveza o el vino en nuestra adolescencia parecía algo natural, porque tanta gente lo hacía y queríamos tener su aprobación. Luego había las bodas y los bar mitzvahs y los bautizos y fiestas y partidos de fútbol y almuerzos de negocios… y se puede alargar la lista. En todas esas circunstancias bebíamos, por lo menos en parte, porque todo el mundo bebía y parecía que se esperaba que nosotros también lo hiciéramos.

Los que empezamos a beber solos, o a echarnos un trago a escondidas de vez en cuando, a menudo lo hacíamos para evitar que otra persona o personas supieran cuánto y con qué frecuencia bebíamos. Rara vez nos gustaba oír a nadie hablar acerca de nuestra forma de beber. Si lo hacían, solíamos darles “razones” por las que bebíamos, como si quisiéramos protegernos de sus críticas y sus quejas.

Algunos nos poníamos muy argumentadores e incluso beligerantes con otras personas después de beber. Pero a otros nos parecía que nos llevábamos mejor con la gente después de tomarnos uno o dos tragos, ya se tratara de un acontecimiento social, una venta difícil o una entrevista de trabajo o incluso hacer el amor.

Nuestra forma de beber nos condujo a muchos de nosotros a escoger a nuestros amigos de acuerdo a la cantidad que bebían. Incluso cambiamos de amigos cuando nos parecía que habíamos “superado” su estilo de beber. Preferíamos los “auténticos bebedores” a los que se tomaban sólo uno o dos tragos. Y tratábamos de evitar a los abstemios.

Muchos nos sentíamos culpables y airados por la reacción de nuestra familia ante nuestra forma de beber. Algunos perdimos nuestros trabajos porque el jefe o un colega pusieron objeciones a nuestra forma de beber. Nos habría gustado que la gente se preocupara de sus asuntos y nos dejara en paz.

A menudo nos sentíamos enojados y temerosos incluso con gente que no nos había criticado. El sentimiento de culpabilidad que teníamos nos hacía sentir hipersensibles con quienes nos rodeaban y éramos de los que guardan rencores. A veces cambiábamos de bar, de trabajo y nos trasladábamos a otro barrio sólo para alejarnos de ciertas personas.

Así que, de alguna que otra forma, muchas personas aparte de nosotros estaban implicadas hasta cierto punto en nuestro modo de beber.

Cuando dejamos de beber, nos fue un gran alivio descubrir que la gente que conocimos en A.A., alcohólicos recuperados, parecían ser muy diferentes. No nos criticaban ni desconfiaban de nosotros. Nos acogieron con comprensión y auténtico interés.

No obstante, es muy natural que a veces encontremos a personas que nos crispan los nervios, dentro y fuera de A.A. Puede ser que nuestros amigos no A.A., nuestros compañeros de trabajo, nuestra familia, nos traten como si aún estuviéramos bebiendo. (Puede que les cueste algún tiempo creer que realmente hemos dejado de beber. Después de todo, puede que nos hayan visto dejarlo muchas veces en el pasado, sólo para volver a beber.)

Para empezar a poner en práctica el concepto de “Vive y deja vivir” debemos enfrentarnos con este hecho: Hay gente en A.A. y en otras partes que a veces dicen cosas con las que no estamos de acuerdo, o hacen cosas que no nos gustan. Aprender a vivir con diferencias es esencial para nuestra comodidad. En estos casos precisamente nos ha resultado útil decir a nosotros mismos, “bueno, vive y deja vivir”.

De hecho, se recalca mucho la importancia de aprender a tolerar el comportamiento de otras personas. Por muy ofensivo o de mal gusto que nos pueda parecer, no es motivo suficiente para volver a beber. Nuestra propia recuperación es demasiado importante. Como bien sabemos, el alcoholismo puede ser mortal y frecuentemente lo es.

Hemos llegado a darnos cuenta de que vale la pena hacer un esfuerzo especial para comprender a otras personas, especialmente a los que nos caen mal. Para nuestra recuperación es más importante comprender que ser comprendidos. Esto no es muy difícil si tenemos presente que los demás miembros de A.A., al igual que nosotros, también están haciendo esfuerzos para comprender.

Y además vamos a conocer a algunas personas en A.A., o en otras partes, que tampoco estarán muy encantadas con nosotros. Así que todos tratamos de respetar los derechos de los demás a actuar como más les convenga (o como tienen que actuar). En este caso podemos esperar que nos traten con la misma cortesía. Y por lo general en A.A. suelen hacerlo.

Normalmente, las personas que se llevan bien, en un barrio, en una compañía, en un club o en A.A., tienden a pasar tiempo juntos. Cuando pasamos tiempo con la gente que nos gusta, nos sentimos menos molestos con los que no nos complacen.

Con el tiempo, llega el momento en que no tenemos miedo de alejarnos directamente de la gente que nos fastidia, en vez de mansamente aguantar la molestia o tratar de corregirlos para que nos caigan mejor.

Ninguno de nosotros puede acordarse de que nadie nos forzara a beber. Nunca nadie nos tenía atados para obligarnos a beber alcohol. En el pasado nadie nos obligaba físicamente a beber, y ahora tratamos de asegurar que nadie nos empuje mentalmente a beber.

Es muy fácil utilizar las acciones de otras personas como pretexto para beber. Solíamos ser expertos en hacerlo. Pero en la sobriedad hemos aprendido una nueva técnica: Nunca nos permitimos llegar a estar tan resentidos con alguien que dejamos que esa persona controle nuestras vidas: especialmente hasta el punto de empujarnos a beber. Nos hemos dado cuenta de que no tenemos ningún deseo de dejar que nadie dirija o destruya nuestras vidas.

Un sabio de la antigüedad dijo que no deberíamos criticar a nadie hasta haber andado un trecho en sus zapatos. Si seguimos este sabio consejo podemos llegar a ser más compasivos con nuestros prójimos. Y seguirlo nos hace sentir mucho mejor que tener una resaca.

“Deja vivir”: sí. Pero para algunos de nosotros la primera parte del lema tiene el mismo valor: “¡Vive!”

Cuando nos las hemos arreglado para disfrutar plenamente nuestras propias vidas, entonces nos sentimos contentos de dejar a los demás que vivan como quieran. Si nuestras propias vidas son interesantes y productivas no tenemos ningún motivo ni deseo de criticar a otros o preocuparnos por la forma en que se comportan.

¿Puedes pensar ahora mismo en alguien que realmente te molesta?

Si puedes hacerlo, prueba lo siguiente. Trata de posponer pensar en él o ella y en lo que tenga esta persona que tanto te revienta. Más tarde, si así lo quieres, puedes reavivar la rabia que llevas dentro. Pero por ahora por qué no lo pospones hasta que leas el próximo párrafo.

¡Vive! Preocúpate de tu propia vida. A nuestro parecer, mantenerse sobrio abre las puertas de la vida y la felicidad. Vale la pena sacrificar muchos rencores y disputas… Tal vez no lograste apartar completamente de tus pensamientos a esa persona. Vamos a ver si la siguiente sugerencia te servirá de ayuda.

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