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Escena IV

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Entran SONIA y ELENA ANDREEVNA. Un poco después, y con un libro entre las manos, MARÍA VASILIEVNA. Ésta, después de sentarse, se pone a leer. Le sirven el té, que bebe sin alzar la vista del libro.

SONIA. -(Al ama, en tono apresurado.) ¡Amita! Ahí han venido unos mujiks. Vete a hablar con ellos. Yo me ocuparé del té. (Sirve este. Sale el ama. ELENA ANDREEVNA coge su taza, que bebe sentada en el columpio.)

ASTROV. -(A ELENA ANDREEVNA.) Venía a ver a su marido. Me escribió usted diciéndome que tenía reuma y no sé qué más cosas, y resulta que está sanísimo...

ELENA ANDREEVNA. -Ayer, anochecido, se quejaba de dolor en las piernas; pero hoy ya no tiene nada.

ASTROV. -¡Y yo recorriendo a toda prisa treinta verstas! ¡Qué se le va a hacer! ¡No es la primera vez que ocurre!... ¡Eso sí, como recompensa, me quedaré en su casa, por lo menos, hasta mañana!... ¡Siquiera, dormiré «quantum satis»!...

SONIA. -¡Magnífico! ¡Es tan raro que se quede a dormir! Seguro que no ha comido usted.

ASTROV. -En efecto, no he comido.

SONIA. -Pues así comerá con nosotros. Ahora no comemos hasta después de las seis. (Bebe.) El té está frío.

TELEGUIN. -Sí, la temperatura del «samovar» ha descendido considerablemente.

ELENA ANDREEVNA. -No importa, Iván Ivanich. Lo beberemos frío.

TELEGUIN. -Perdón...; pero no soy Iván Ivanich, sino Ilia Ilich..., Ilia Ilich Teleguin, o -como me llaman algunos, por mi cara picada de viruelas- Vaflia. En tiempos fui padrino de Sonechka, y su excelencia, su esposo, me conoce mucho. Ahora vivo en su casa, en esta hacienda... Si se ha servido usted reparar en ello, todos los días como con ustedes. SONIA. -Ilia Ilich es nuestro ayudante..., nuestro brazo derecho. (Con ternura.) Traiga, padrinito. Le daré más té.

MARÍA VASILIEVNA. -¡Ah!...

SONIA. -¿Qué le pasa, abuela?

MARÍA VASILIEVNA. -He olvidado decir a Alexander -se me va la memoria- que he recibido hoy carta de Jarkov. De Pavel Alekseevich... Enviaba su nuevo artículo.

ASTROV. -¿Y es interesante?

MARÍA VASILIEVNA. -Sí, pero un poco extraño. Se retracta de cuanto hace siete años era el primero en defender. ¡Es terrible!

VOINITZKII. -No veo lo terrible por ninguna parte. Bébase el té, «maman».

MARÍA VASILIEVNA. -Pero ¡si quiero hablar!

VOINITZKII. -Desde hace cincuenta años no hacemos más que hablar, hablar y leer artículos. Ya es hora de terminar.

MARÍA VASILIEVNA. -No sé por qué no te agrada escuchar cuando yo hablo... Perdona. «Jean», pero en este último año has cambiado tanto, que no te reconozco. Antes eras un hombre de convicciones definidas... Tenías una personalidad clara.

VOINITZKII. -¡Oh, sí!... ¡Tenía una personalidad clara con la que no daba claridad a nadie!... (Pausa.) ¡Tenía una personalidad clara! ¡Imposible emplear ingenio conmigo más venenosamente!... Tengo ahora cuarenta y siete años. Pues bien..., como usted, hasta el año pasado me apliqué ex profeso a embrumar mis ojos con su escolástica, para no ver la verdadera vida, e incluso pensaba que hacía bien... Ahora, en cambio... ¡Si usted supiera!... ¡Mi rabia, mi enojo por haber malgastado el tiempo de modo tan necio, cuando podía haber tenido todo cuanto ahora la vejez rehúsa, me hace pasar las noches en vela!

SONIA. -¡Tío Vania! ¡Es aburrido!

MARÍA VASILIEVNA. -(A su hijo.) ¡Parece que echas algo la culpa de eso a tus anteriores convicciones, cuando la culpa no es de ellas, sino tuya! ¡Olvidas que las convicciones por sí solas no son nada!... ¡Nada más que letra muerta! ¡Había que actuar!

VOINITZKII. -¡Actuar!... ¡No todo el mundo es capaz de convertirse en un «perpetuum mobile» de la escritura, como su» «Herr» profesor!

MARÍA VASILIEVNA. -¿Qué quieres decir con eso?

SONIA. -(En tono suplicante.) ¡Abuela!... ¡Tío Vania!... ¡Os lo ruego!

VOINITZKII. -Me callo... Me callo y me someto... (Pausa.)

ELENA ANDREEVNA. -La verdad es que el tiempo hoy está hermoso. No hace ningún calor... (Pausa.)

VOINITZKII. -Un tiempo muy bueno para ahorcarse. (TELEGUIN afina la guitarra, MARINA da vueltas ante la casa, llamando a las gallinas.)

MARINA. -¡Pitas, pitas, pitas!

SONIA. -¡Amita! ¿A qué venían esos «mujiks»?

MARINA. -A lo de siempre. Otra vez para lo del campito... ¡Pitas, pitas, pitas!...

SONIA. -¿A quién llamas?

MARINA. -¡Es que Petruschka se ha escapado con los pollitos!... ¡Pueden robarlos los cuervos! (Sale. TELEGUIN toca a la guitarra una polca. Todos escuchan en silencio.)


Tío Vania

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