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Escena III

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Se oyen primero voces y, después, surgiendo del fondo del jardín, entran en escena, de vuelta del paseo, SEREBRIAKOV, ELENA ANDREEVNA, SONIA y TELEGUIN.

SEREBRIAKOV. -¡Magnífico! ¡Magnífico!... ¡Las vistas son maravillosas!...

TELEGUIN. -¡Maravillosas, excelencia!

SONIA. -Mañana iremos al campo forestal, papá. ¿Quieres?

VOINITZKII. -¡Señores! ¡A tomar el té!

SEREBRIAKOV. -¡Amigos míos! ¡Sean buenos y mándenme el té al despacho! ¡Hoy tengo todavía que hacer!

SONIA. -¡Seguro que te gustará el campo forestal!

(Salen ELENA ANDREEVNA, SEREBRIAKOV y SONIA. TELEGUIN se acerca a la mesa y se sienta al lado de MARINA.)

VOINITZKII. -¡Con el calor que hace y este aire sofocante, nuestro gran sabio lleva abrigo, chanclos, paraguas y guantes!

ASTROV. -Lo que quiere decir que se cuida.

VOINITZKII. -¡Y qué maravillosa es ella!... ¡Qué maravillosa! ¡En toda mi vida no he visto una mujer más bonita!

TELEGUIN. -¡María Timofeevna!... ¡Lo mismo cuando voy por el campo, que cuando me paseo por la fonda de este jardín, o miro a esta mesa..., experimento una inefable beatitud!... ¡El tiempo es maravilloso, los pajarillos cantan y la paz y la concordia reinan entre todos! ¿Qué más se puede desear? (Aceptando un vaso de té.) Se lo agradezco con toda el alma.

VOINITZKII. -(Soñando alto.) ¡Qué ojos! ¡Qué mujer maravillosa!

ASTROV. -Cuéntame algo, Iván Petrovich.

VOINITZKII. -(En tono apático.) ¿Qué quieres que te cuente?...

ASTROV. -¿No ocurre nada nuevo?

VOINITZKII. -Nada... ¡Todo es viejo! Yo..., igual que antes, o quizá peor, porque me he vuelto perezoso, no hago nada y gruño como un viejo caduco... Mi vieja «maman» balbucea todavía algo sobre «la emancipación femenina», y mientras con un ojo mira a la tumba, con el otro busca, en sus libros doctos, «la aurora de una nueva vida»...

ASTROV. -¿Y el profesor?

VOINITZKII. -El profesor, como siempre, se pasa el día, de la mañana a la noche, sentado, escribe que te escribe... «¡Con la frente fruncida y la mente tersa, escribimos y escribimos odas, sin que para ellas ni para nosotras oigamos alabanzas!»... ¡Pobre papel! ¡Mejor haría en escribir su autobiografía!... ¡Sería un argumento magnífico!... «Un profesor retirado, vicio mendrugo, enfermo de gota, de reumatismo, de jaqueca y con el hígado inflamado por los celos y la envidia... Este pescado seco reside, a pesar suyo, en la hacienda de su primera mujer -porque su bolsillo no le permite vivir en la ciudad- y se lamenta constantemente de sus desdichas, aunque la realidad sea que es extraordinariamente feliz». ¡Hazte cargo de la cantidad de suerte que tiene!... (Nervioso.) Hijo de un simple sacristán, ha subido por los grados de la ciencia y ha alcanzado una cátedra. Es excelencia, ha tenido por suegro un senador, etcétera... No es que importe mucho nada de eso, dicho sea de paso, pero ten en cuenta lo siguiente: este hombre, durante exactamente veinticinco años, escribe sobre arte sin comprender absolutamente nada de arte... Durante veinticinco años exactamente, mastica las ideas ajenas sobre realismo, naturalismo y toda otra serie de tonterías... Durante veinticinco años lee y escribe sobre lo que para la gente instruida hace tiempo es conocido y para los necios no ofrece ningún interés... Lo cual quiere decir que su trabajo ha sido vano... No obstante..., ¡qué vanidad!, ¡qué pretensiones!... Retirado, no hay alma viviente que le conozca. Se le ignora completamente. Lo cual quiere decir que durante veinticinco años ha estado ocupando un lugar que no le correspondía... Y fíjate..., cuando anda, su paso es el de un semidiós.

ASTROV. -Parece enteramente que tienes envidia.

VOINITZKII. -Tengo envidia, sí... ¡Y qué éxito el suyo con las mujeres! ¡Ni Don Juan supo de un éxito tan rotundo!... Su primera mujer -mi hermana-, criatura maravillosa, tímida, límpida como este cielo azul; noble, generosa, contando con más admiradores que él alumnos..., le quiso como sólo los ángeles pueden querer a otros ángeles tan puros y maravillosos como ellos... Mi madre, a la que inspira un terror sagrado, continúa adorándole... Su segunda mujer..., bonita, inteligente -ahora mismo acaba usted de verla-, se casó con él cuando ya era viejo, entregándole su juventud, su belleza, su libertad y su esplendor... ¿Por qué?... ¿Para qué?

ASTROV. -¿Y es fiel al profesor?

VOINITZKII. -Desgraciadamente, sí.

ASTROV. -¿Por qué «desgraciadamente»?...

VOINITZKII. -Porque esa fidelidad es falsa desde el principio hasta el fin. Le sobra retórica y carece de lógica. Engañar a un viejo marido al que no se puede soportar es inmoral, mientras que el esforzarse en ahogar dentro de sí la pobre juventud y el sentimiento vivo, no lo es.

TELEGUIN. -(Con voz llorosa.) ¡Vania! ¡No me gusta oírte hablar así!... ¡El que engaña a su mujer o al marido es un ser infiel!... ¡Capaz también de traicionar a la patria!

VOINITZKII. -(Con enojo.) ¡Cierra el grifo, Vaflia!

TELEGUIN. -¡Permíteme, Vania!... ¡Mi mujer..., y sin duda por culpa de mi exterior poco atrayente..., se fugó, al día siguiente de la boda, con un hombre a quien quería!... ¡Pues bien..., después de esto, yo seguí cumpliendo con mi deber! ¡Todavía la quiero y le guardo fidelidad!... ¡La ayudo cuanto puedo, y le he hecho entrega de todos mis bienes, para que atienda a la educación de los niños que tuvo con aquel hombre a quien quiso! ¡Me falló la dicha, pero me quedó el orgullo!... ¿Y ella, en cambio?... Su juventud pasó, su belleza -sujeta a las leyes de la Naturaleza- acabó marchitándose, y el hombre a quien quería falleció... ¿Qué le ha quedado?


Tío Vania

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