Читать книгу Introducción a la Apologética - Antonio Cruz Suárez - Страница 8
ОглавлениеCAPÍTULO 1
¿Qué es la apologética cristiana?
Desde luego la apologética no es el evangelio, pero puede preparar el terreno para la predicación del mismo. La apologética como defensa de la fe cristiana constituye una suerte de disciplina pre-evangelizadora capaz de alisar el camino hacia la creencia en Jesús como Hijo de Dios y Salvador del mundo. Muchos creyentes se sienten inseguros cuando están en presencia de personas escépticas. Solamente están a gusto entre cristianos que profesan su misma fe y valores. Esto se debe, en parte, a su poca preparación doctrinal o teológica. Tienen fe, pero no saben dar razones de la misma porque carecen de argumentos lógicos y de la capacidad de expresarlos claramente. Esta deficiencia es la que viene a suplir la apologética.
En las sociedades modernas abundan los mitos y las suposiciones falsas acerca de la Biblia y el cristianismo. Algunos creen que Jesús nunca existió. Otros piensan que la idea de Dios es irracional y que los milagros no pueden darse en un universo sometido a leyes inquebrantables como las de la física y la química. Los hay también que opinan que no existen evidencias en favor de la resurrección de Jesús; que la Biblia no es fiable puesto que supuestamente fue escrita cientos de años después de que muriera el Maestro; que los libros apócrifos (no incluidos en el canon bíblico) tienen la misma relevancia que los demás; que todas las religiones, en el fondo, vienen a decir lo mismo; que el cristianismo no es racional y, en fin, que si Dios existiera no habría maldad en el mundo. Pues bien, la apologética ofrece respuestas coherentes a todas estas creencias erróneas.
La palabra griega apología, de donde proviene apologética, aparece unas 17 veces en el Nuevo Testamento, tanto en forma de sustantivo como de verbo, y siempre suele traducirse como defensa de la fe cristiana. Aunque en la Biblia no hay una teoría concreta sobre la apología, esta idea de defender razonadamente la fe resulta evidente en pasajes como Fil. 1:7,16 y 1P. 3:15. Ya en el siglo II, a los seguidores de Cristo que argumentaban a favor de su fe se les empezó a llamar apologistas, debido sobre todo a los títulos que ponían a sus escritos2. Sin embargo, no fue hasta finales del siglo XVIII que la apologética empezó a considerarse como una disciplina teológica diferenciada. En la actualidad, los apologistas cristianos tratan temas muy diversos relacionados con el cristianismo, no solo de carácter teológico o religioso sino también culturales, filosóficos, éticos, históricos y científicos.
Es evidente que la fe cristiana, como todo aquello que pertenece al ámbito del espíritu, no puede ser probada mediante la razón positiva o la ciencia experimental. Sin embargo, esto no significa que tales realidades trascendentes sean contrarias a la razón humana. El cristianismo puede ser comparado con las demás religiones y sometido a un escrutinio racional o intelectual. Profesar la fe cristiana no es algo que dependa inevitablemente del lugar de nacimiento, la educación recibida, la tradición cultural o los sentimientos de cada cual. Ciertamente, buena parte de la religiosidad popular, con todo su folklore y manifestaciones culturales, puede depender de tales cosas. Sin embargo, el cristianismo de Cristo es algo diferente porque interpela a cada persona y la invita a tomar una decisión reflexiva individual. No importa la procedencia geográfica, étnica, cultural, sentimental, etc., la decisión de hacerse o no cristiano depende, por supuesto, de lo emotivo, pero sobre todo de la capacidad racional de cada ser humano. La fe que caracteriza la verdadera profesión cristiana es siempre el producto de la investigación personal, así como de la voluntad de creer y de la razón. Únicamente se llega a confiar en algo cuando existen auténticas razones para hacerlo.
De manera que la apologética cristiana ofrece evidencias y argumentos a favor del cristianismo y, a la vez, procura responder a todas aquellas objeciones contra la fe, formuladas desde la increencia, poniendo de manifiesto la falacia racional que subyace detrás de muchas ideas ateas.
Algunos teólogos protestantes, como el suizo Karl Barth (1886-1968) entre otros, manifestaron cierta hostilidad hacia la apologética, asegurando que esta no sería el negocio propio del teólogo. Él creía que intentar hacer atractivo el mensaje cristiano al mundo resulta peligroso porque el apologeta lleva siempre las de perder3. El creyente que sale buscando al enemigo no creyente pero “portando una bandera blanca” e intentando mediar con justicia entre la creencia y la incredulidad, desde una posición éticamente más elevada, está condenado al fracaso y, por tanto, a que el cristianismo salga perjudicado. ¿Cómo llegó a esta conclusión? Quizás porque se centró sobre todo en los sentimientos y reacciones típicamente humanas que despierta toda defensa ideológica.
Es verdad que, en ocasiones, al ser cuestionados sobre asuntos teológicos, los creyentes suelen percibir al interlocutor como una amenaza para la seguridad de las propias creencias. Casi de forma refleja, se tiende a contraatacar no solo las ideas sino también a la persona que las defiende. Y esta actitud, que evidentemente no es cristiana, puede llegar a parecerse mucho a la conocida lógica bélica de suponer que la mejor defensa es un buen ataque. Así nacieron todas las guerras de religión y las inquisiciones de quienes pretendían erradicar las herejías, o los errores doctrinales, quemando a los disidentes religiosos en el supuesto fuego justiciero de tantas hogueras, a lo largo de la historia. Ahora bien, ¿debe la defensa de la fe provocar persecución, ataques, descalificación personal de los oponentes o auténticas peleas dialécticas? ¿Era esta la voluntad del Señor Jesucristo? ¿Acaso no habló, más bien, de la necesidad cristiana de “poner la otra mejilla”?
Karl Barth argumentaba que la mejor apologética cristiana es simplemente una declaración transparente de la fe porque cuando se comparte clara y eficazmente la pureza del Evangelio, ocurren cosas en los corazones de las personas. Al manifestarse verdaderamente el Espíritu de Dios, las personas se dan cuenta de ello y reaccionan al respecto. La defensa de la esperanza cristiana no debe amedrentarnos, ni provocarnos temor, ni turbar nuestro ánimo, porque es una empresa del Señor. Esto significa que debemos llevarla a cabo santificando a Dios en nuestros corazones. Y santificar a Dios pasa también por respetar al ser humano.
Otros teólogos protestantes de la misma época, como Emil Brunner (1889-1966), no opinaban lo mismo que Barth con respeto a la relevancia de la apologética. Según Brunner, la tarea principal de dicha disciplina no era racionalizar la fe sino poner de manifiesto la falsedad de la comprensión que la razón tiene de sí misma. Así pues, la apologética sería siempre necesaria ya que defiende la fe cristiana de las interpretaciones erróneas que genera el uso pecaminoso de la razón humana4.
El Señor Jesús dijo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen (Mt. 5:44). La apologética que no se hace con mansedumbre, con reverencia y respeto hacia nuestro interlocutor, no es apologética cristiana. Como escribió el apóstol Pedro (1 P. 3:14-15): Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros. Es evidente que la razón no podrá jamás sustituir a la fe. El misterio de lo milagroso siempre seguirá siendo un misterio para la razón humana. No obstante, la fe cristiana se fundamenta en evidencias lógicas y asequibles a la mente del hombre. La apologética se ocupa precisamente de estas últimas.
Los grandes apologistas del Nuevo Testamento
No cabe la menor duda de que el mejor apologista del N.T. fue el Señor Jesucristo, quien supo defender su identidad y responder con sabiduría a las insinuaciones negativas de sus opositores hebreos. El evangelista Juan recoge algunas de estas conversaciones apologéticas. Por ejemplo, a los judíos que procuraban matarle, Jesús les dijo:
Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios. Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis (Jn. 8: 41-45).
Jesús defiende aquí su identidad como Hijo de Dios ante las insinuaciones malévolas de los judíos que creían que su nacimiento había sido ilegítimo. Su argumento apela a la conciencia humana: “¡Las acusaciones que lanzáis contra mí carecen de base, y vosotros lo sabéis; si no sois capaces de reconocer mis palabras es porque sois extraños a Dios!”.
Más tarde, cuando el sumo sacerdote judío Anás le interroga, Jesús responde:
¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, ellos saben lo que yo he dicho. Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los alguaciles, que estaba allí, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote? Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas? Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote (Jn. 18:21-24).
Jesús presentó defensa ante sus opositores con una extraordinaria mansedumbre.
El apóstol Pablo, después del Señor Jesús, es el apologista cristiano por excelencia. A los cristianos de Corinto, les describe su ministerio con estas palabras:
Pues, aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo (2 Co. 10: 3-5).
Pablo practicó una apologética externa con los escépticos de la fe cristiana y otra apologética interna contra las falsas doctrinas generadas en el seno de la Iglesia. A los filósofos griegos epicúreos, que no creían en Dios y pensaban que el mundo se había formado por una agrupación casual de átomos, les habló de la milagrosa resurrección de Jesucristo.
El evangelista Lucas escribe en el libro de los Hechos de los Apóstoles:
Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él (Pablo); y unos decían: ¿Qué querrá decir este palabrero? Y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección (Hch. 17:18).
Los filósofos estoicos estaban también presentes en el discurso apologético que Pablo dio en la colina de Marte (Areópago) (Hch. 17:16-34). Estos creían que Dios era la “Razón universal” y les daban una interpretación simbólica a las mitologías tradicionales. Por eso Pablo usó algunas de sus creencias y su simbología, como el altar “AL DIOS NO CONOCIDO”, para ofrecerles un contenido cristiano. El apóstol de los gentiles se enfrentó también a los errores doctrinales de los cristianos judaizantes, así como a los de los cristianos helenistas. Más adelante veremos cómo denunció asimismo el gnosticismo.
El apóstol Pedro, aunque no tuvo acceso a una educación tan selecta como Pablo, fue también un buen apologista. Él escribió precisamente estas palabras que ya han sido citadas: santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros (1 P. 3:15). Los cristianos tenemos que saber lo que creemos y por qué lo creemos. Debemos defender nuestra fe con cortesía y no por medio de ninguna beligerancia arrogante.
El apóstol Judas practicó también la apologética. En su epístola dice:
Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos (Jud. 1:3).
¿Ante quién había que contender ardientemente por la fe? El v. 4 nos lo aclara:
Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo (Jud. 1:4).
Se refiere a ciertos miembros de la iglesia que apelaban a la gracia infinita de Dios para continuar pecando y llevando vidas licenciosas o de relajación moral, creyendo así que seguían siendo salvos. Sin embargo, Judas les dice que, aunque los cristianos no están bajo la Ley dada a Moisés, sí son llamados a cumplir la ley del amor. Tal como también Pablo escribió:
Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor (Ro. 13:9-10).
Esta manera libertina y equivocada de pensar de algunos miembros de la iglesia primitiva (conocida como antinomismo) generalmente se asocia al gnosticismo y, en la actualidad, sigue presente todavía en movimientos como la Nueva Era.
Otro gran apologista del Nuevo Testamento fue el judío Apolos:
Llegó entonces a Éfeso un judío llamado Apolos, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las Escrituras. Este había sido instruido en el camino del Señor; y siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor, aunque solamente conocía el bautismo de Juan (Hch. 18:24-25).
En el versículo 28 puede leerse:
Porque con gran vehemencia refutaba públicamente a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo.
Sin duda, Apolos era un judío helenista, es decir, un hombre abierto a las corrientes culturales del mundo grecorromano y que, precisamente por eso, tenía interés en ir a Grecia a extender el conocimiento del Evangelio.
Errores doctrinales de los dos primeros siglos
1. Fanatismo judaizante
El problema surgió cuando ciertos judíos cristianos o mesiánicos, llegaron a las iglesias de Asia menor:
Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés no podéis ser salvos. Pablo y Bernabé tuvieron una discusión y contienda no pequeña con ellos. Por eso se dispuso que Pablo, Bernabé y algunos otros de ellos subieran a Jerusalén, a los apóstoles y a los ancianos, para tratar esta cuestión. (Hch. 15:1-2).
¿Bastaba la sola fe y la identificación con la obra del Mesías en la cruz para ser salvo y entrar a formar parte del Israel de Dios o, por el contrario, había que adherirse a los ritos de la Ley mosaica y ser circuncidado para ser salvo y discípulo de Cristo? Para responder a estas cuestiones de apologética interna, la iglesia, celebró un concilio en Jerusalén y se llegó a la conclusión de que no era necesaria la circuncisión para los cristianos.
2. Sacralización de reyes y emperadores
Los cristianos primitivos sufrieron persecución por negarse a dar culto al emperador romano y a las imágenes de los dioses. Plinio el Joven, que fue gobernador de Bitinia, en una carta dirigida a Trajano, emperador de Roma, le comentó:
He seguido el siguiente procedimiento con los que eran traídos ante mí como cristianos. Les pregunté si eran cristianos. A los que decían que sí, les pregunté una segunda y una tercera vez amenazándoles con el suplicio; los que insistían ordené que fuesen ejecutados.5
Pero Plinio también escribió:
Decidí que [otros] fuesen puestos en libertad. ¿Por qué? Porque renegaron de su fe maldiciendo a Cristo y adorando la estatua del césar y las imágenes de los dioses que el gobernador había llevado al tribunal.6
Para los romanos, era inconcebible que una religión exigiera devoción exclusiva a un solo dios. Si los dioses romanos no lo pedían, ¿por qué había de hacerlo el Dios de los cristianos? Además, el culto a las divinidades imperiales se consideraba como un simple reconocimiento del orden político. Por consiguiente, se tomaba como traición la negativa a realizar dichas ceremonias. Pero, como bien pudo comprobar Plinio, no había manera de obligar a la mayoría de los cristianos a efectuarlas. Ellos las veían como una infidelidad a Dios y al Señor Jesucristo, por lo que muchos preferían morir antes que idolatrar al emperador. Las palabras de Jesús seguían resonando con fuerza en sus oídos: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás (Mt. 4:10).
3. Religiones paganas
Las deidades veneradas en el Imperio romano eran tan diversas como los idiomas y culturas que este abarcaba. El paganismo dominaba en todo el Imperio y adoptaba múltiples formas en cada localidad. La mitología griega era también ampliamente aceptada, lo mismo que la adivinación. Y de Oriente habían llegado las llamadas religiones mistéricas, o de los misterios, las cuales prometían inmortalidad, revelaciones personales y unión con las divinidades mediante ritos místicos.
El libro de Hechos ofrece claras indicaciones del ambiente pagano que rodeaba a los cristianos. Por ejemplo, en Chipre, el procónsul romano tenía por asesor a Barjesús, un mago y falso profeta judío (Hch. 13:6-7). En Listra, la gente confundió a Pablo y Bernabé con los dioses Mercurio y Júpiter (Hch. 14:11-13). En Filipos, Pablo se topó con una esclava que practicaba la adivinación, proporcionando gran ganancia a sus amos (Hch. 16:16-18). En Éfeso, vio lo arraigado que estaba el culto a la diosa Diana (Hch. 19:1, 23, 24, 34). Y en la isla de Malta, Pablo fue aclamado como un dios porque no se enfermó al ser mordido por una víbora (Hch. 28:3-6). En un ambiente así, los cristianos necesitaban defender su fe continuamente para no contaminarse, ni caer en errores religiosos.
4. Herejías surgidas en el seno de las congregaciones
a. Simón el Mago (Siglo I) (Hch. 8:9-24):
Este personaje llegó a creer que el don del Espíritu Santo se podía comprar con dinero. La palabra “simonía” indica el tráfico en cosas santas por intereses lucrativos. Algo que proliferó, por desgracia, a lo largo de la historia, hasta que el propio Lutero tuvo que enfrentarse al mercado de las indulgencias que practicaba la Iglesia Católica. El fraile alemán se opuso a la idea de que los pecados podían ser perdonados a cambio de dinero y esto, entre otras cosas, le acarreó la ira de Roma.
b. Los nicolaítas (Siglo I) (Ap. 2:6, 20):
Constituyeron un movimiento herético de la provincia romana de Asia menor que solo se menciona una vez en Ap. 2:6 y 15. A la iglesia de Éfeso se le dice:
Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco.
Probablemente los nicolaítas contemporizaban con la idolatría propia del ambiente grecorromano en el que vivían. Es decir, rendían culto al emperador. Es muy posible que el destierro del apóstol Juan a la isla de Patmos ocurriera precisamente por negarse a adorar al emperador. Y que escribiera el Apocalipsis para denunciar a los nicolaítas y advertir a todos los creyentes contra la adoración del emperador romano.
c. Los encratitas (Siglo II) (1 Ti. 4:1-3):
El encratismo condenaba la materia y tendía a imponer a todos los cristianos, como condición para salvarse, la abstinencia del matrimonio, así como de comer carne y beber vino. Era, por tanto, un grupo ascético.
Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios… prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad. (1 Ti. 4:1-3).
d. El gnosticismo:
Este término “gnosticismo” es relativamente nuevo. Apareció en el vocabulario religioso europeo a partir del siglo XVII para referirse a “una helenización aguda del cristianismo”. Se trata de una corriente esotérica cristiana que se puede detectar desde mediados del siglo primero y que se mantuvo vigente durante cinco siglos, propagándose por Palestina, Siria, Asia Menor, Arabia, Egipto, Italia y la Galia. El gnosticismo creía en un dualismo cósmico radical: el Dios supremo moraba en el mundo espiritual, mientras que el mundo material había sido creado por un ser inferior, el Demiurgo. Dios, que era espíritu bueno, no tenía trato con el mundo de la materia que era malo. No obstante, el Demiurgo se encargaba, junto a sus ayudantes los arjones, de tener a los hombres aprisionados en su existencia material y de impedir que sus almas, después de la muerte, alcanzasen el mundo espiritual.
La palabra “gnosis” significa “conocimiento”. Los gnósticos creían que el verdadero conocimiento espiritual solo lo poseían algunos iniciados, pero podían transmitirlo a otros a través de ritos, relatos y determinadas doctrinas esotéricas. Solo quienes poseían esa chispa divina, el pneuma, podían esperar escapar de su existencia corpórea si, además recibían la iluminación y el conocimiento de la gnosis. Creían que el Señor Jesucristo se había escapado del mundo espiritual de forma encubierta para acercar la iluminación a los mortales. Pero los iniciados no se salvarían por la fe en el perdón gracias al sacrificio de Cristo, sino que se lo harían mediante la gnosis, que es un conocimiento superior a la fe. Ni la sola fe ni la muerte de Cristo bastan para salvarse. Era el propio ser humano, como entidad autónoma, quien podía salvarse a sí mismo mediante el conocimiento místico exclusivo recibido desde arriba. El gnosticismo mezclaba sincréticamente creencias orientalistas, ideas de la filosofía griega, principalmente platónica, con determinadas doctrinas cristianas.
Es lógico que los escritores del N.T., los defensores de la sana doctrina cristiana, se opusieran a la herejía gnóstica. Hay muchos textos en el NT que se refieren a ella, sobre todo en las epístolas del apóstol Pablo a Timoteo, quizás los versículos más claros sean los siguientes (1 Ti. 6:20-21):
Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia (gnosis), la cual profesando algunos, se desviaron de la fe. La gracia sea contigo. Amén.
Aparte de practicar una charlatanería vacía, Pablo dice de los gnósticos que son “malos hombres” y que se conducen como “engañadores (…) engañando y siendo engañados” (2 Tim. 3:13); que “se apartan de la verdad y se vuelve a las fábulas” (2 Ti. 4:4). Las epístolas de Judas y 2ª de Pedro recalcan también el desenfreno sexual que les caracterizaba, ya que no le daban importancia a todo aquello que se hiciera con el cuerpo.
La apologética que practicaba el apóstol Pablo
La palabra “apologética” deriva del vocablo griego “apología”, que significa “en defensa de”. El término era legal y se usaba para definir los argumentos que presentaba la parte acusada en su defensa ante un tribunal jurídico. Tal como se indicó, dentro del contexto cristiano significa “defensa de la fe cristiana”. La palabra “apología” es usada en la Biblia en varios pasajes, tales como Hechos 22:1, 25:16; 1 Corintios 9:3; 2 Corintios 7:11; Filipenses 1: 7,16; 2 Timoteo 4:16; 1 Pedro 3:15. Ahora bien, ¿cuál es el papel de la apologética dentro de la Iglesia cristiana? ¿Debe prepararse cada cristiano para presentar defensa de la fe que profesa?
Algunos sostienen que la Iglesia solo debe predicar el Evangelio de Jesucristo. No hay duda de que la misión de la Iglesia es predicar el Evangelio, como tampoco debe de haber duda en cuanto a que la misión solo puede llevarse a cabo con cristianos preparados. El Maestro envió a los suyos a hacer discípulos en todas las naciones, pero antes pasó tres años con ellos enseñándoles. Durante el transcurso de la misión evangelizadora, los cristianos encontrarán muchas personas que presentarán objeciones contra el mensaje de Cristo. Muchas de estas criaturas son sinceras en sus planteamientos, pero quizás nadie se ha tomado el tiempo suficiente para contestar sus preguntas o dudas de manera adecuada. Es posible que, precisamente por ello, aun no hayan tomado una decisión personal por Jesucristo.
En el libro de Hechos (17:2-4) se relata cómo Pablo discutió, en la sinagoga de Tesalónica, con sus compatriotas escépticos a la fe cristiana durante tres sábados consecutivos y cómo les exponía las Escrituras y razonaba a partir de ellas. A raíz de esto, muchos se convirtieron. También, en su epístola a los Colosenses (4:5-6) escribe: Andad sabiamente para con los demás, redimiendo el tiempo. Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis como debéis responder a cada uno. Tanto Pablo como Pedro, argumentaban desde el Antiguo Testamento (de la misma forma que lo hacía Jesús) para presentar una defensa razonada de que el rabino galileo era en realidad el Mesías. Esto era hacer apologética.
Numerosos padres de la Iglesia, además de otros grandes cristianos a través de la historia se destacaron como notables apologistas, entre ellos: Justino Mártir, Ireneo, Clemente, Tertuliano, Orígenes, Agustín, Tomás Aquino, etc. Y, entre los reformadores, Martín Lutero, Juan Calvino, Ulrico Zuinglio, John Knox, Felipe Melanchthon y otros muchos hasta la época moderna. La Palabra de Dios no solo insta a predicar el Evangelio sino también a presentar defensa. Pero evangelizar sin tener respuestas a las objeciones cada vez más sutiles y antagónicas de un mundo en rebelión, es como ir a la batalla totalmente desarmado.
De la misma manera, la apologética es necesaria para contrarrestar la infiltración de doctrinas falsas dentro del cuerpo de Cristo y así conservar la pureza del Evangelio. Esto se observa en el capítulo 15 del libro de Hechos, donde se da una intensa polémica en el Concilio de Jerusalén. También en Gálatas capítulo 2, vemos a Pablo enfrentarse a Pedro vigorosamente. Judas, escribiendo acerca de los falsos maestros, nos insta en el versículo 3 a contender ardientemente por la fe. Todo esto indica que la apologética no es solamente una opción, un pasatiempo o algo que satisface la naturaleza combativa de algunos individuos, sino un elemento fundamental de la Palabra de Dios y un mandamiento para todo cristiano. No es un sustituto de la fe ni tampoco toma el lugar del Evangelio, sino que es el compañero idóneo que debe ir de la mano de todo esfuerzo evangelístico.
Por supuesto, la labor apologética no reemplaza al Espíritu Santo sino que es más bien un instrumento en sus manos. Y, por tanto, el método cristiano de expandir la Palabra de Dios debe ser este: estar firmes en la verdad y anunciarla de la manera más inteligente, persuasiva y clara que sea posible y, al mismo tiempo, hacerlo con mansedumbre y reverencia, confiados en que toda victoria será siempre del Señor. Tal como dice el libro de Proverbios: El caballo se alista para el día de la batalla; mas Jehová es el que da la victoria (Pr. 21:31).
Pablo, el gran apóstol de los gentiles, practicó durante su ministerio dos clases de apologética. Una que se podría llamar “apologética interna”, dirigida a sus adversarios creyentes dentro de la propia Iglesia y otra “apologética externa” que iba destinada a los paganos y otros grupos que no pertenecían al cristianismo. En este texto de su segunda epístola a los corintios (10:5) se refiere a la primera.
Ejemplo de apologética interna (2 Co. 10:5)
Algunos creyentes corintios habían acusado a Pablo de ser bastante atrevido cuando no estaba delante de ellos y de callarse o acobardarse cuando estaba ante su presencia. Murmuraban que, desde lejos, escribía cosas que no se atrevía a decirles en la cara. El apóstol les responde que ruega a Dios que no se le ponga en situación de tratarlos personalmente, como él sabe que es muy capaz de hacer, y que nunca suele escribir nada por carta que no pueda mantener también en persona.
Pablo presenta la labor misionera de los apóstoles como si fuera una campaña militar de conquista y considera que la predicación del Evangelio es como un combate. A Timoteo le manda que milite la buena milicia (1 Ti. 1:18). Es cierto que en el mundo existen poderosas obras de fortificación que intentan oponer resistencia al avance del reino de Dios, pero serán demolidas finalmente por unas armas espirituales superiores, cuya fuerza devastadora deriva únicamente del Señor de los señores. Los fortines que se alzan para estorbar el avance victorioso de los combatientes de Dios, están cimentados en sofismas, en verdades aparentes o medias verdades, que tienen vigencia en este mundo y que los enemigos del apóstol manejan como armas arrojadizas, pero, en realidad, no son otra cosa que un rechazo del conocimiento de Dios y de la verdad clara del Evangelio.
Todos esos estorbos serán derribados, dice Pablo. Cualquier pensamiento o ideología que, alimentándose de unos supuestos erróneos meramente terrenos, solo alcance a entender la sabiduría de este mundo, revelará su impotencia y finalmente deberá someterse a Cristo. El apóstol considera que las inteligencias humanas quedan esclavizadas cuando se niegan a aceptar la luz natural que Dios les ha dado. ¿Sigue ocurriendo esto mismo hoy? ¿Se están introduciendo argumentos y sofismas humanos, es decir, “sabiduría de este mundo”, en la Iglesia de Jesucristo? ¿Acaso la idolatría del bienestar que caracteriza nuestras sociedades actuales está forjando creyentes de fe cómoda, blanda, “light”, hecha a la medida de cada uno? ¿Se ha elaborado una imagen de Dios deformada? ¿Un Dios poco exigente, creado a imagen del hombre de hoy, que nunca pide y siempre está dispuesto a conceder favores? El auge del sentimiento frente al declive de la razón que se experimenta en la actualidad, ¿ha calado también en las congregaciones cristianas?
Si hace cuatro o cinco décadas, la fe tuvo que revestirse con la armadura del conocimiento apologético para defender las verdades cristianas ante los racionalismos naturalistas, ¿se está asistiendo en la actualidad a cierto auge de la emocionalidad y la fe anti-intelectualista? ¿No estaremos los cristianos del siglo XXI cayendo también en los mismos errores de aquellos creyentes corintios que criticaban al apóstol Pablo? ¿Desconfiamos de nuestros pastores? Hoy, muchos cristianos parecen confiar más en psicólogos, pedagogos y médicos que en los consejos bíblicos de sus pastores o líderes religiosos. ¿Es nuestra fe así, recelosa, escéptica y desconfiada hacia quienes nos ministran en el nombre del Señor? No es que en algunos casos no puedan existir motivos reales para tal desconfianza. Pero lo cierto es que, después de dos milenios, la apologética interna continúa siendo tan necesaria como en la antigüedad.
Ejemplo de apologética externa (Ro. 1:18-27)
Pablo describe la reacción de Dios ante el pecado, sirviéndose de una imagen antropomórfica del Antiguo Testamento (la ira de Dios). No se trata de un odio maligno ni de un capricho por celos, sino de la reacción decidida del Dios vivo ante el quebrantamiento de las relaciones de la alianza con Israel (Ez 5:13; Os. 5:10; Is. 9:8-12) o ante la opresión de su pueblo por las naciones rivales (Is. 10:5-ss.; Jer 50:11-17; Ez 36:5-6). Pablo quiere decir que, en ese día, en el día de Yahvé, ni los paganos sin Dios, ni los israelitas impíos escaparán de la ira divina. Dios ha hecho el mundo de tal manera que, si quebrantamos sus leyes, sufrimos las consecuencias. Ahora bien, si estuviéramos solamente a merced de este inexorable orden moral, no podríamos esperar más que muerte y destrucción. En esta realidad, el alma que peca tiene que morir.
No obstante, ante este dilema de la humanidad, llega el amor de Dios, y en un acto de misericordia infinita rescata al ser humano de las consecuencias de su pecado y le salva, tratándolo como a hijo heredero, no como a esclavo. Pablo insiste en que el hombre no puede alegar ignorancia de Dios. Puede entrever cómo es el Creador por medio de su obra. Se puede conocer bastante a una persona por lo que ha hecho en la vida, e igualmente a Dios por su creación. Tertuliano, el gran teólogo de la Iglesia primitiva, escribió:
No fue la pluma de Moisés la que inició el conocimiento del Creador… La inmensa mayoría de la humanidad, aunque no haya conocido nada de Moisés… conocen al Dios de Moisés. La naturaleza es el maestro, y el alma, el discípulo. Una florecilla junto a la valla, y no digo del jardín; una ostra del mar, y no digo una perla; una pluma de algún ave, que no tiene que ser la del pavo real, ¿os dirán acaso que el Creador es mezquino? Si te ofrezco una rosa, no te burlarás de su Creador.7
Pues bien, el argumento de Pablo sigue siendo totalmente válido hoy, a pesar del evolucionismo materialista. El ser humano que contempla el mundo creado y reflexiona sobre él, puede percibir el diseño que hay detrás y, por tanto, la omnipotencia y la divinidad de su Hacedor. Pero en ese mundo caído, el sufrimiento es una consecuencia inevitable del pecado. Si se quebrantan las leyes de la agricultura, no habrá buenas cosechas; si no se respetan las normas de la arquitectura, las casas se caerán; si se alteran las reglas de la salud, aparecerán las enfermedades. Lo que Pablo estaba diciendo es: ¡Mirad el mundo y veréis cómo está construido! ¡Haciendo esto podréis aprender mucho acerca de cómo es Dios! De manera que el ser humano no tiene disculpas para no creer. Su escepticismo es consecuencia directa de su negación voluntaria y obstinada a la fe.
¿Existe algún parecido entre el mundo pagano que describe Pablo y el de la sociedad occidental contemporánea? ¿Se niega hoy también la realidad de Dios? ¿Se rechaza su diseño sabio de la naturaleza? ¿Existe idolatría? ¿Hay depravación moral? ¿Cuáles son en la actualidad las fortalezas o fortificaciones que se levantan contra el conocimiento de Dios? Cualquier cosa que se oponga a Dios y a sus propósitos es una fortaleza enemiga que se debe enfrentar mediante argumentos apologéticos sólidos. De manera que la apologética, tanto la interna como la externa, siguen siendo hoy tan necesarias como siempre lo fueron.
Por esto, la cristiandad debe ser consciente de la tremenda responsabilidad que tiene de defender la “verdadera fe salvadora” y también, de cuidar y mantener su necesaria separación de las falsas ideologías y comportamientos del mundo. Tal como dice Pablo a Tito (2:11-15):
Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres. Enseñándoos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa, y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada, y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. Esto habla y exhorta, y reprende con toda autoridad. Nadie te desprecie.
Cómo defendió el apóstol Pedro su esperanza cristiana
El apóstol Pedro escribió su famoso consejo apologético (1 P. 3:14-15) pensando sobre todo en los cristianos de origen pagano que habitaban la zona norte y este de Asia Menor (Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia) (1 P. 1:1). Toda esta primera carta es una exhortación, escrita por Pedro en Roma antes de morir durante la persecución de Nerón, y enviada a los creyentes de Asia Menor para consolarlos y fortalecerlos ante la persecución. Los ataques injustos y el sufrimiento que estos les generaban partían de sus vecinos paganos, que los despreciaban y maltrataban por causa del nombre de Cristo. A pesar de lo cual, Pedro les dice: Si sois vituperados (es decir, difamados, afrentados, ofendidos, menospreciados, etc.) por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros (1 P. 4:14). O sea que les escribe para animarlos a que se mantengan fieles a su vocación cristiana, considerando que forman linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios (1 P. 2:9). De manera que el respeto a Cristo debe vencer todos los demás temores que pudieran invadir el corazón cristiano.
Han transcurrido dos mil años desde que el apóstol escribiera estas palabras y todavía siguen siendo pertinentes para nosotros hoy. Los paganos continúan estando a nuestro alrededor y se siguen burlando de Cristo y del Evangelio. Solo hay que leer obras como las del biólogo ateo Richard Dawkins y sus correligionarios o ver películas como El Código Da Vinci y otras tantas similares. Este famoso científico inglés ha publicado numerosos libros y ensayos cuyos títulos, en algunos casos, son suficientemente clarificadores sobre su pensamiento. Obras como La improbabilidad de Dios, El espejismo de Dios, Por qué es prácticamente seguro que Dios no existe, Conozcan a mi primo el chimpancé, etc. Mientras que la famosa novela de Dan Brown llevada al cine, El Código Da Vinci, se hizo popular sobre todo por sus afirmaciones indemostrables acerca de que Jesús mantuvo relaciones maritales con María Magdalena, de la que supuestamente les habría nacido una hija.
Quizás en la mayoría de los países del mundo occidental ya no haya persecuciones contra los cristianos como las de antaño, pero desde luego todavía existen lugares en este mundo donde se ataca ardientemente la fe cristiana. Además, el secularismo avanza en Occidente y cada vez se hace más necesario presentar razones de la esperanza que hay en nosotros. Pedro nos da una serie de pautas a seguir en la defensa del Evangelio de Jesucristo.
1. Lo primero es santificar a Dios el Señor en nuestros corazones (1 P. 3:15).
Jesucristo se debe sentar en el trono de la vida de cada cristiano y cada uno de nuestros pensamientos debe estar sujeto a su autoridad. Él debe reinar en nuestros corazones como Rey de reyes y Señor de señores. Tal como se puede leer en Mateo: Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro (Mt. 6:24). Según el apóstol Pedro, antes de dedicarnos a defender el Evangelio, debemos defender nuestra fidelidad al Evangelio.
El apologista cristiano debe ante todo estar seguro de que toma su cruz cada día para seguir al Maestro. Pablo aconseja también: Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados (es decir, que fracaséis en la prueba, que suspendáis)? (2 Co. 13:5). Cuando el Señor asume el lugar legítimo que le corresponde en el corazón del creyente; cuando es más respetado y honrado que cualquier otra cosa; entonces y solo entonces, se está preparado para defender su causa. El único argumento realmente convincente es el de nuestra propia vida cristiana. Por lo tanto, debemos oponer a las críticas una vida que no esté expuesta a ellas, pues solamente esta conducta es capaz de hacer enmudecer la calumnia y desarmar las críticas. El ejemplo de nuestra vida debe hacer más fácil a los demás creer en Dios.
2. En segundo lugar, debemos estar siempre preparados para presentar defensa.
El cristiano debe estar dispuesto a defender en todo tiempo y ante cualquiera sus convicciones espirituales. Fundamentalmente, su esperanza en el milagro de la resurrección de Jesucristo (1 P. 1:3). Esto debe hacerse de manera consciente, justa, equilibrada, con respeto y temor de Dios porque, en definitiva, es él quien ha de juzgar a los incrédulos y no nosotros. Una defensa tal debe conducir, en último término, a que los que no creen vean lo equivocados que están en su manera de juzgar al cristianismo. Como escribe Pedro en su primera epístola (2:12): para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras.
Es necesario entender que para que se nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros, esta debe ser visible. Nuestras convicciones tienen que reflejarse en nuestro estilo de vida y en nuestra actitud ante la misma. Un cristiano desmotivado, dubitativo y temeroso es como un desertor que se pasa al enemigo. Desde luego, vivir comprometido con el Evangelio exige coraje y valor. No obstante, cuando se piensa fríamente en el desenlace final de la historia humana, tal como la concibe la Escritura, resulta oportuno preguntarse, ¿qué representan frente a Dios todos aquellos que le niegan? ¿Qué pueden suponer sus críticas y desprecios, ante las promesas eternas? Esto es precisamente lo que se planteaba el salmista: En Dios he confiado; no temeré; ¿qué puede hacerme el hombre? (Sal. 56:4).
3. ¿Qué significa presentar defensa?
Defender la Palabra implica conocerla bien, haberla escudriñado convenientemente y saberla emplear en el debate apologético. Como escribe Pablo: Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad. (2 Ti. 2:15). Si alguien cree que puede defender el cristianismo sin haber estudiado diligentemente sus principios fundamentales, está muy equivocado. Por supuesto que la inspiración del Espíritu Santo será siempre necesaria, pero esta actuará con mayor efectividad en aquellas mentes convenientemente cultivadas en “la palabra de verdad”.
Al defender de manera razonable e inteligente todo lo que es verdadero, justo y bueno, se desvanece aquello que es erróneo, injusto y malo. Y para hacerlo bien hay que saber lo que se cree, así como ser capaces de exponerlo inteligente e inteligiblemente. La fe cristiana debe ser un descubrimiento de primera mano. Es necesario ejercitarse en realizar la labor mental y espiritual de pensar a fondo los postulados cristianos para poder decir lo que creemos y por qué lo creemos.
4. La defensa hay que hacerla con mansedumbre y reverencia.
Actualmente abundan en el mundo personas que exponen sus ideas con una especie de beligerancia arrogante y agresiva. Hablan o escriben de tal forma que dan a entender que aquellos que no comparten sus ideas son, o bien ignorantes, o bien malvados. Tratan de imponer siempre su pensamiento a los demás y no les interesan las respuestas o réplicas que puedan hacerles porque, en el fondo, no están dispuestos a cambiar su punto de vista o a matizar sus conclusiones. Su discurso jamás es un diálogo sino más bien, un monólogo soberbio y proselitista.
Por el contrario, la apologética cristiana debe realizarse de otra manera muy distinta. La Escritura insta a hacerla con amor, con simpatía y con esa sabia tolerancia que reconoce que nadie posee la verdad absoluta. Cualquier argumento presentado por un cristiano debe estar hecho de manera que complazca a Dios. No hay debates que puedan llegar a ser tan agresivos como los debates teológicos o religiosos. No hay diferencias que causen tanta amargura como las divergencias religiosas ya que estas tienen que ver con los sentimientos más profundos y arraigados del ser humano. El talante agresivo y las palabras airadas no son propias del creyente sincero, sino del fanático, del que recurre a los gritos cuando le faltan las razones o los buenos argumentos. De ahí que en todo debate en defensa de la fe no deba faltar nunca el acento del amor y la actitud de saber escuchar al adversario.
No obstante, el espíritu afable y manso que expresan las palabras bíblicas “mansedumbre y reverencia” nada tiene que ver con un espíritu débil. Más bien, la idea etimológica que sugieren tales términos es la de un gran caballo de batalla vestido de gala para la ocasión, con vapor saliendo de sus fosas nasales, a punto para empezar a galopar y con sus poderosos músculos en tensión, aunque con todo su poder y fuerza puestos bajo control por el freno que lleva en su hocico. Se trata de la fortaleza convenientemente controlada; una gran potencia, pero con dirección y sentido. Así sería la persona mansa y apacible cuya fortaleza y coraje resplandecen como los rayos del sol.
El apologista debe ser una persona sabia, que conoce las Escrituras, y está lista en todo momento para presentar defensa de su esperanza. Nunca se desespera ni pierde la compostura; no intimida a sus oponentes mediante su erudición o sabiduría presuntuosa (aunque esté capacitada para hacerlo). Controla su lengua y su temperamento, responde claramente sin rodeos y, aunque conoce la veracidad de sus enunciados, no muestra arrogancia o altivez de espíritu, sino que se preocupa verdaderamente por las necesidades de su oponente. Al temer a Dios y no a los hombres, muestra su poder bajo control igual que hizo el “león de Judá” cuando fue guiado como “cordero” al matadero. La mansedumbre y la reverencia, así como la moderación en la voz, son la mejor prueba de la solidez de la fe. Cuando se está seguro del triunfo final de la verdad, no conturban los ataques del adversario.
El objetivo de la defensa de la fe no es, en principio, ganar ningún debate público o privado. Está bien si esto se logra correctamente y sirve de testimonio positivo a otras personas. Pero no se trata de ganar discusiones a toda costa o simplemente por ganarlas si, a la vez, se generan más enemigos para el cristianismo. Resulta perfectamente posible salir victoriosos de un debate apologético, pero hacerlo a costa de perder a un amigo o simpatizante porque, en realidad, tal victoria se ha logrado mediante la crispación, la descalificación o la falta de respeto y amor cristiano. ¿De qué sirve ganar un debate si se pierde a la persona? Hay que proclamar la verdad, pero hacerlo siempre con amor y humildad. Conviene tener presente también que la salvación de las criaturas no la consigue el apologista, por muy brillantes que sean sus razonamientos, sino que es obra del Espíritu Santo.
La apologética no está reservada a un grupo selecto de eruditos académicos, sino que es para toda la cristiandad. Se trata de la defensa razonable del cristianismo del Nuevo Testamento en cualquier momento, en cualquier lugar, con cualquier persona, usando cualquier material apropiado para la ocasión. La inmensa mayoría de las personas escépticas o incrédulas escuchan solamente las preguntas; las ven como si fueran balas disparadas contra Dios –en alusión al título del excelente libro de John Lennox– y creen que no hay respuestas. Sin embargo, lo cierto es que existen grandes respuestas para casi todas sus preguntas porque el cristianismo es verdadero. Esto significa que la tarea del apologista consiste en encontrar la respuesta adecuada a cada pregunta. Afortunadamente, los pensadores cristianos han estado contestando esas mismas preguntas desde el tiempo de los apóstoles hasta nuestros días. De ahí que sea posible recurrir a esta sabiduría histórica acumulada para encontrar lo que se requiere en cada momento.
Las antiguas herejías, hoy
¿Sobreviven actualmente los cristianos judaizantes? Por supuesto que sí. Ahí están los distintos grupos de Judíos Mesiánicos que se autodefinen como no cristianos. Es decir, como judíos creyentes en Yeshua, pero que mantienen su judaísmo según la Torah y no se consideran pertenecientes a la iglesia cristiana universal.
Hoy los reyes, o los líderes políticos, no se consideran divinos, ni se obliga a nadie a adorarlos tal como se hacía en el pasado, pero, sin embargo, ¿cuántas veces la religión ha buscado la protección del poder político, cediendo reverentemente a sus imposiciones? ¿En cuántas ocasiones, aquella frase de Jesús: “Dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”, se ha incumplido por el deseo de tantas alianzas entre la política y la religión?
En mi primer libro titulado Postmodernidad (1996), analizaba las nuevas formas de religiosidad posmoderna, tales como las religiones profanas (música, deporte, culto al cuerpo, la diosa Tierra); religiones civiles (sacralización de la democracia, la religión nacionalista o el culto a la economía de mercado). En la actualidad, el paganismo no está tanto en adorar a dioses reducidos a estatuas de mármol o bronce, sino más bien en adorar al dios dinero, o al dios poder, al nacionalismo, al dios de la política, del deporte, en rendir culto al propio cuerpo humano, etc. Cualquier aspecto de la vida humana se puede convertir en una divinidad a la que se le rinde culto.
Hoy la simonía se detecta en el comercio con lo religioso. La captación televisiva de donativos que, en base al pretexto espiritual y a la buena voluntad de la gente, han contribuido a crear verdaderas fortunas e impresionantes imperios financieros. Se fomenta el egoísmo religioso y el deseo de prosperar económicamente en una suerte de toma y daca con el supuesto banco celestial de favores terrenos.
La Nueva Era es un movimiento filosófico-religioso que comenzó en Inglaterra, allá por los años 70 del pasado siglo, gracias a un grupo de personas que llegaron a la conclusión de que el cristianismo ya no era válido. Comenzaron a hacer una recopilación de ideologías orientales, uniéndolas con ideas de tolerancia universal y relativismo moral. El movimiento tomó fuerza al extenderse en los Estados Unidos en la década de los 80. Lamentablemente, algunas de sus ideas religiosas han logrado penetrar también en ciertos grupos evangélicos. Algunas de tales creencias gnósticas más aceptadas por la Nueva Era son las siguientes:
1 Todos los seres del universo están entrelazados espiritualmente, y la energía que los une se llama “Dios”.
2 Hay seres espirituales (ángeles, demonios, fantasmas, etc.) que pueden servirnos como guías.
3 Si aprendemos a dominar la mente humana podemos llegar a dominar toda la realidad física del mundo.
4 La intuición es más confiable que la razón.
5 No existen las coincidencias pues todo lo que ocurre tiene su sentido en el cosmos.
6 El ayuno permite encontrar mayores niveles de conocimiento y consciencia espiritual.
7 Mediante las actitudes y afirmaciones positivas podemos lograr todo lo que queramos.
8 El alma se expresa mediante los sueños.
Como decimos, muchas de estas creencias han sido asumidas también por ciertos líderes evangélicos que explican a la gente, con poco conocimiento bíblico, sus visiones y revelaciones, que dicen haber recibido del Señor e incluso se atreven a dar instrucciones a los demás acerca de cómo vencer al diablo y liberar a un pueblo o a una nación del poder de los demonios. Cuando se analizan algunas de tales enseñanzas, que hoy se han vuelto tan populares en nuestro mundo evangélico, descubrimos que la situación es alarmante. Lo que se enseña es precisamente lo mismo que creían los gnósticos de los primeros siglos del cristianismo:
1 Lo subjetivo (lo que uno siente) importa más que lo objetivo (una enseñanza bíblica).
2 Una experiencia personal tiene más valor o credibilidad que una verdad de la Palabra de Dios.
3 Lo secreto y privado importa más que lo público.
4 La experiencia mística importa más que el conocimiento doctrinal bíblico.
5 Lo espiritual importa más que lo material.
6 Técnicas espirituales para poder controlar los secretos del universo importan más que tener un entendimiento claro de quién es Dios y lo que él nos pide en su Palabra.
7 La huida del cuerpo, del tiempo y de las instituciones para penetrar en las profundidades espirituales es más importante que una vida obediente que descansa en las promesas de la Biblia.
¿No se debería hacer algo para revisar todas estas creencias y regresar a la Palabra de Dios? Nuestro deber es derribar los argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios (2 Co. 10:5). Por tanto, es menester seguir el consejo del apóstol Pablo (Col. 2:18-23):
Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal, y no asiéndose de la Cabeza (Cristo), en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios. Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría (=gnosis) en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne.
Hoy, en pleno siglo XXI, la defensa de la fe sigue siendo tan necesaria como lo fue en el siglo primero de nuestra era. ¡Ojalá Dios nos ayude para ser conscientes de que debemos estar preparados y para que nuestra defensa sea siempre realizada con mansedumbre y reverencia!
Enemigos de la apologética cristiana
Durante la modernidad surgieron numerosas ideologías deterministas que se levantaron contra la fe cristiana. Ciertos planteamientos, deducidos apresuradamente de las ciencias experimentales, se aliaron con determinadas filosofías materialistas para crear un frente común contra la idea de un Dios sabio que diseñó libremente el mundo mediante su suprema sabiduría. ¿Qué relación puede existir entre el principio de incertidumbre, propio de la física cuántica, y la fe en el Dios Creador de la Biblia? ¿Está todo determinado de antemano o la realidad material se mueve en la más absoluta libertad? ¿Vivimos en un universo determinista o indeterminista?
El determinismo es una doctrina materialista que sostiene que el ser humano está programado desde un principio (“determinado”) a obrar en un sentido (“determinado”). Desde esta concepción, la psicología determinista afirma que la voluntad de la persona vendría siempre condicionada por múltiples motivaciones conscientes e inconscientes que actuarían en cada momento. Por tanto, conociendo bien el carácter de un individuo, así como sus hábitos y móviles, sería posible predecir cómo va a actuar frente a cada situación concreta. El comportamiento humano sería así predecible ya que obedecería a leyes determinadas, mientras que el libre albedrío, tan solo un sueño o una quimera del hombre.
En general, puede decirse que han sido deterministas los siguientes sistemas de pensamiento llevados a su extremo:
– El materialismo: no existe Dios, solo la materia.
– El fatalismo: no se puede cambiar el destino de las cosas.
– El naturalismo: la naturaleza es lo único que existe.
– El panteísmo: Dios es el mundo.
– El positivismo: la razón es el único medio de hallar la verdad.
– El empirismo: le experiencia es la única fuente de conocimiento.
– El racionalismo: solo la razón puede descubrir la verdad.
– El biologismo: la biología explica, no solo a los seres vivos, sino también los fenómenos psicológicos y sociales.
El materialismo, en líneas generales, niega la existencia de seres espirituales e incorpóreos y, por tanto, la existencia de Dios. Solo existirían los seres materiales que podemos estudiar mediante nuestros sentidos humanos. Su principal postulado es que las cosas materiales existen sin más precedente que su sola existencia. Tradicionalmente, el materialismo afirmó que la materia era eterna y que no se requería ninguna primera causa. Obviamente, este último planteamiento se contradice con la revelación bíblica y con los últimos descubrimientos científicos según las propuestas de la teoría del Big Bang.
La doctrina del fatalismo, por su parte, considera que los acontecimientos cotidianos no se pueden evitar, ya que están sujetos a una fuerza superior que rige el mundo, y que es imposible cambiar el destino de las personas. Dicha fuerza podría ser sobrenatural (el poder de los dioses) o simplemente dependiente de leyes deterministas naturales. La palabra “fatalismo” viene de la raíz latina “fatum” que significa “destino”. De manera que el fatalismo considera que el destino se impondría de forma irremediable a todo ser humano y que, por lo tanto, la libertad o el libre albedrío de la persona no existiría. Así se pensaba, por ejemplo, en el mundo griego de la antigüedad. Las Moiras eran las personificaciones mitológicas del destino que repartían suertes y controlaban fatalmente a los mortales. Sin embargo, el Dios de la Biblia creó al ser humano con libre albedrío para que pudiera elegir responsablemente y cambiar su destino.
El naturalismo es un sistema filosófico que concibe la naturaleza material como si fuera la totalidad de la realidad existente, así como su origen único y absoluto. Todo lo real sería natural y viceversa. No podría existir ninguna otra realidad fuera de los límites del mundo natural. Esto significa que se niega el espíritu o la dualidad naturaleza-espíritu pues, en cualquier caso, este sería solo una forma de interactuar de la materia y podría así reducirse a ella. No obstante, la ciencia es siempre renovable y se halla limitada para saber si el naturalismo está o no en lo cierto. La realidad inexplicable de la conciencia humana, así como de la existencia del yo personal y la espiritualidad, permiten intuir que no lo está.
El panteísmo es una creencia, muy característica del hinduismo, según la cual todo cuanto existe participa de la naturaleza divina porque dios estaría dentro del mundo (sería inmanente al mismo). En esta concepción, el universo, la naturaleza y la deidad son equivalentes. El término proviene de las palabras griegas “pan”, que significa “todo”, y de “theos”, que es “dios”. Por tanto, el panteísmo considera que todo es divino, las rocas, los árboles, lo animales y, por supuesto, los seres humanos. Algunos científicos ateos contemporáneos conciben también a Dios a la manera panteísta, creyendo que, si existiera, tendría que haber evolucionado con el universo y, por tanto, estaría sometido a las leyes del mismo y al transcurso del tiempo. Esto generaría incompatibilidades entre su omnipotencia y su temporalidad. Sin embargo, resulta claro que el Dios que se manifiesta en las Escrituras nada tiene que ver con el del panteísmo. El Creador bíblico es eterno y no es inmanente al mundo sino que está fuera del mismo. Es el “otro” que ha creado las cosas pero no forma parte constitutiva de ellas, ni puede estar atrapado en el tiempo que él mismo creó.
Por su parte, el positivismo es otra teoría filosófica que considera que la única manera de adquirir conocimiento verdadero es la experiencia verificada mediante los sentidos. El método científico sería, por tanto, el único válido para proporcionar conocimiento de toda la realidad existente. En el supuesto de que hubiera realidades que estuvieran más allá de lo observable, o lo positivo, no sería posible alcanzar un conocimiento de las mismas. El positivismo niega que la filosofía o la teología puedan dar ningún tipo de información acerca del mundo. Esto solamente podrían hacerlo las ciencias experimentales. No obstante, el principal problema de esta corriente de pensamiento, fundamentada en el método experimental, es precisamente su incapacidad para explicar algunas realidades del mundo, como la sociedad, el ser humano, la conciencia de este, la cultura, etc. La intencionalidad que poseen tantos seres, así como la auto-reflexividad humana o la creación de significado son verdades que no pueden ser analizadas convenientemente desde el positivismo.
El empirismo está íntimamente relacionado con el positivismo. Se trata de una doctrina psicológica que afirma que cualquier tipo de conocimiento procede únicamente de la experiencia humana, ya sea esta, interna (reflexiones personales) o externa (sensaciones percibidas del ambiente). De manera que solo se podría conocer la realidad por medio de la observación atenta y sistemática. La frase atribuida al filósofo sofista Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas”, viene a resumir esta tendencia. Sin embargo, la experiencia que depende de los sentidos y de las propias reflexiones personales de cada ser humano es siempre subjetiva. El conocimiento adquirido de tal manera será siempre convencional, compartido por los miembros de una sociedad cultural y, por tanto, provisional. El concepto de verdad es como un caleidoscopio de colores y matices diversos que no se pueden abarcar por completo desde la sola experiencia.
El racionalismo es otra corriente filosófica, formulada por René Descartes8 y desarrollada durante los siglos XVII y XVIII, que acentúa el papel de la razón en la adquisición de todo conocimiento. Se opone al empirismo ya que este resalta el valor de la experiencia. Los racionalistas priorizaban la razón sobre los sentidos, pues estos nos podían engañar, mientras que la razón matemática proporcionaba seguridad a la ciencia para descubrir la verdad. Al aplicar tales principios a la religión se llegó a la conclusión de que la revelación no era necesaria y, por tanto, el racionalismo se tornó antirreligioso. Del teísmo se pasó al deísmo y de este al ateísmo. “Al matar a Dios, el hombre moderno destruía también inevitablemente el fundamento último de la moralidad y el sentido de la vida”9.
Finalmente, el biologismo afirma que la biología puede explicar también todos los fenómenos psicológicos, sociales y culturales de la humanidad. Algunos biologistas creen que las ciencias que estudian a los seres vivos no solo describen organismos individuales sino que también serían capaces de explicar realidades supraindividuales porque, en el fondo, toda la biosfera es como un único superorganismo. No obstante, los razonamientos biologistas caen en un reduccionismo flagrante capaz de generar prejuicios ideológicos, especialmente al referirse a las diferencias biológicas para justificar las diferencias sociales y culturales.
Pues bien, todas estas ideologías anteriores defienden que las leyes naturales son de naturaleza mecanicista. Es decir, que todos los fenómenos naturales se explicarían perfectamente por medio de leyes mecánicas que no podrían alterarse nunca y afectarían a la generalidad de los seres del cosmos, siendo por tanto imposibles las excepciones a dichas leyes, los llamados milagros o las intervenciones sobrenaturales. En general, es posible afirmar que la ciencia clásica fue marcadamente determinista ya que entendía la materia, el cosmos y la propia vida como piezas de un gran reloj sometido a leyes inmutables que no podían ser alteradas. Un mundo en el que apenas había espacio para la libertad.
No obstante, el cristianismo siempre se opuso a esta visión empobrecedora y reduccionista de la realidad. La mayoría de los apologistas cristianos se manifestaron, de una u otra forma, contra el determinismo absoluto. La propia concepción bíblica de un Dios creador omnipotente y providente, contradice la posibilidad de que pudiera estar de algún modo imposibilitado para actuar en el mismo universo que él ha creado. Si Dios es el Creador de todo a partir de la nada, ¿cómo no va a poder alterar las mismas leyes que ha diseñado? Desde luego no lo hará arbitrariamente, contradiciéndose a sí mismo, sino solo cuando lo exija su plan divino. De la misma manera, el comportamiento humano no puede ser explicado solo por argumentos físicos y químicos. Cada persona es un ente racional con conciencia y capacidad para elegir entre el bien y el mal. Si se niega esta realidad y se pretende que toda acción viene ya determinada de antemano, ¿dónde queda la libertad? Sin libertad no hay responsabilidad y sin esta el individuo se distingue muy poco del bruto o del animal irracional.
Sin embargo, los últimos hallazgos de la física cuántica vienen a confirmar lo que la Biblia enseña desde hace milenios. La física actual está contra el determinismo que antes profesaba la misma ciencia. Se ha descubierto que existe una especial libertad en todas las partículas subatómicas que conforman la materia. Parecen poseer una misteriosa capacidad de elección que únicamente puede provenir de una mente racional que sabe elegir bien y las ha creado así. Esta singularidad de lo ínfimo lleva a pensar, desde la fe, que Dios en la creación, del milagro hizo naturaleza. Pero una naturaleza indeterminista cuyas partículas esenciales son libres para actuar, y no están sometidas inevitablemente a la tiranía de unas leyes mecanicistas que se oponen a la acción divina en el mundo.
El hecho de que el estado mecánico de las partículas elementales no parece determinar su estado futuro, no significa sin embargo que Dios no esté en el control del universo. Nada impide creer que detrás del indeterminismo subatómico, o la libertad corpuscular, está la mano del Creador que prosigue sustentando permanentemente el mundo. Dios no puede estar limitado por su propia creación. La indeterminación de lo material puede conformar perfectamente un universo ordenado y controlado hasta en sus mínimos detalles por Dios. La aparente anarquía frenética de los electrones es, por ejemplo, el sustento material de un órgano tan altamente sofisticado y coordinado con el resto del cuerpo, como el cerebro humano.
Por tanto, el desorden es usado para mantener el evidente orden natural. El Creador optó por la libertad en todos los rincones del cosmos, incluso asumiendo el riesgo que esto implicaba, ya que la mala elección obrada por las criaturas ha traído siempre las peores consecuencias. Pero, a pesar de todo, Dios concede la capacidad de elección porque ama la libertad, característica esencial de la persona humana y también de toda materia creada.
Diversas escuelas apologéticas
A lo largo de la historia del cristianismo han surgido diversas maneras de entender la apologética en función del énfasis concedido a los diferentes argumentos, así como a la teología natural. Aunque todas estas escuelas persiguen, en el fondo, lo mismo, defender la fe cristiana frente a las críticas contrarias, actualmente pueden señalarse hasta cinco escuelas apologéticas diferentes: clásica, evidencialista, presuposicionalista, fideísta e integral. Los principales representantes de algunas pertenecen al protestantismo angloamericano y sus trabajos han crecido en rigor y complejidad desde la década de los ochenta del pasado siglo XX. Veamos las características principales de cada una de ellas.
1. Apologética clásica
La apologética clásica se remonta a los dos primeros siglos del cristianismo, aunque sigue teniendo continuidad en el presente. Asume que la fe cristiana posee coherencia interna. Es decir, que aunque se requiera de la fe en todo aquello que tiene que ver con lo sobrenatural, esta se fundamenta también en la razón y busca las respuestas más lógicas. La apologética clásica suele mostrar evidencias que confirman la veracidad de la revelación bíblica y la inconsistencia de las ideologías que se oponen a ella. Acepta los argumentos racionales sobre la existencia de Dios y analiza las evidencias a favor y en contra de los acontecimientos milagrosos para elegir aquellas que presentan mayor verosimilitud.
Entre los apologistas clásicos de la antigüedad cabe destacar a Justino Mártir, Anselmo y Tomás de Aquino, mientras que entre los clásicos contemporáneos sobresalen Norman L. Geisler, C. S. Lewis, R. C. Sproul, William Lane Craig, Richard Swinburne, Alister McGrath, J. P. Moreland y Ravi Zacharias, entre otros. Todos estos autores suelen darle mucha importancia a los discursos apologéticos que aparecen en el Nuevo Testamento, como el del apóstol Pablo en el Areópago ateniense, y de la misma manera procuran avanzar por etapas. Primero, intentan demostrar la existencia de Dios como creador omnisciente y omnipotente. Para ello, emplean la teología natural y enfatizan los clásicos argumentos cosmológico y teleológico. El primero afirma que debe existir una causa no causada que explique el origen del universo y tal causa tiene que ser Dios. Por su parte, el argumento teleológico se centra en el diseño y la finalidad que manifiestan todos los seres vivos para concluir que debe haber un diseñador original de los mismos. Algunos autores se refieren también al argumento de los valores morales innatos y presentes en todas las culturas como prueba de la existencia divina.
En segundo lugar, una vez demostrado el teísmo, se pasa a la segunda etapa: la confirmación de la fiabilidad de la revelación (AT y NT) y del cristianismo. Se señala que, si existe Dios, la inspiración bíblica y los milagros son como mínimo posibles. Si se tiene en cuenta que la Biblia afirma ser la Palabra de Dios; que ha sido transmitida fielmente a través del tiempo, mediante copistas escrupulosos y que el Antiguo Testamento contiene profecías que se cumplieron en el Nuevo Testamento, concretamente en la persona de Jesús; todo esto demostraría que las Sagradas Escrituras fueron inspiradas por Dios. De la misma manera, el testimonio de los Evangelios acerca del Maestro como Hijo de Dios y Salvador resucitado de la humanidad adquiere notable relevancia.
Tal como se ha señalado, un notable apologista clásico es el profesor emérito de Oxford, Richard Swinburne (nacido en 1934). Su trabajo se ha venido publicando en inglés desde la década de los setenta. No obstante, algunos de sus libros han sido traducidos al español, como La existencia de Dios (1979)10, Fe y razón (1981)11 y ¿Hay un Dios? (1996)12. En la mayor parte de sus obras, todas de carácter filosófico, intenta demostrar la probabilidad de las doctrinas cristianas fundamentales. Su método es inductivo ya que trabaja partiendo de los fenómenos observados para formar hipótesis explicativas, que pone a prueba analizando su coherencia interna. Concluye proponiendo la existencia del Dios de la Biblia. Es decir, un ser supremo eterno, omnisciente, omnipotente, misericordioso y justo. Según su opinión, tal hipótesis posee coherencia interna ya que explica bien todos los fenómenos observados, por lo que la existencia de Dios es muy probable. Frente a semejante conclusión, la objeción clásica acerca del problema del mal en el mundo no se sostiene, ni posee la suficiente fuerza argumentativa. Se ha señalado, no obstante, un punto débil de su argumentación13. Como va construyendo probabilidades sobre anteriores probabilidades, al final le queda un grado bastante bajo en relación a la veracidad del teísmo y las doctrinas cristianas. Quizás si presentara tales probabilidades como independientes entre sí y mutuamente argumentativas, sus razonamientos serían más sólidos.
Otro apologista relevante que también siguió el método clásico es Norman L. Geisler (1932-2019). Fue el fundador y presidente del Southern Evangelical Seminary de Charlotte, en Carolina del Norte (Estados Unidos). Licenciado por el Wheaton College y con un doctorado en Filosofía por la Universidad de Loyola en Chicago. Fue un autor muy prolífico pero, lamentablemente, la mayor parte de su obra no se conoce en la lengua de Cervantes. Entre sus voluminosos textos destacan: The Big Book of Bible Difficulties (1992) realizado en colaboración con Thomas Howe, y The Baker Encyclopedia of Christian Apologetics (1999), del que posteriormente se adaptó The Big Book of Christian Apologetics (2012). El doctor Geisler se mantuvo fiel a la tradición apologética de Agustín de Hipona, Anselmo y Tomás de Aquino, igual que a la de Locke y Paley. Siempre creyó que la existencia de Dios y la revelación bíblica eran demostrables.
No obstante, es necesario tener en cuenta que los razonamientos para probar la existencia de Dios no constituyen demostraciones automáticas o impersonales, como si fueran demostraciones matemáticas para convencer necesariamente a todo el mundo. Se trata, más bien, de argumentos válidos para ayudar a las personas que lo deseen, y que se quieran implicar en sus consecuencias, a admitir la existencia de un Dios creador y, a la vez, personal que nos interpela a cada uno. Es evidente que en este terreno, en el de la fe que compromete la existencia humana, tales argumentos tienen una función determinante.
2. Apologética evidencialista
El evidencialismo intenta comprobar, en la medida de lo posible, las afirmaciones fundamentales del cristianismo. En el examen de tales evidencias, como los milagros de Jesús y de los apóstoles, suelen emplearse las leyes naturales, la lógica y ciertas disciplinas científicas como la arqueología, antropología, geografía, historia, lingüística, etc. Se procura enfocar las distintas afirmaciones o acontecimientos relatados en la Biblia como si fueran casos legales y, por tanto, se les trata desde la perspectiva jurídica. Es decir, aplicando criterios procesales con el fin de examinar los hechos disponibles. Esto significa que se le concede mucha importancia a la probabilidad ya que, entre todas las opciones o resultados posibles, se elige el que mejor concuerda con la evidencia disponible. En este sentido, un destacado apologista evidencialista, el teólogo luterano, John W. Montgomery, escribe las siguientes palabras:
Los historiadores deben tomar decisiones permanentemente –y por cierto, todos nosotros también– y el único camino adecuado es guiarse por la probabilidad, puesto que la certeza absoluta solo existe en el campo de las matemáticas y la lógica pura, donde, por definición, uno no encuentra realidades de hecho. (…) Si resulta que en la probabilidad encontramos sustento para estas afirmaciones (…), entonces debemos actuar a favor de tales afirmaciones14.
La diferencia entre la apologética clásica y la evidencialista estriba en cómo entiende cada una de ellas la teología natural o racional. Esta última se define como el método de encontrar evidencias de Dios sin necesidad de recurrir a la revelación sobrenatural. Por tanto, la apologética clásica afirma que la existencia de Dios y de los milagros deben ser demostradas primero, por medio de la teología natural, para que tales acciones sobrenaturales se interpreten como signos de la revelación. Mientras que el evidencialismo, por el contrario, mantiene que el estudio de las pruebas del cristianismo no presupone la teología natural. Son los propios milagros de Jesucristo, en especial su resurrección, los que constituyen evidencias o pruebas de que Dios existe.
La apologética evidencialista hunde sus raíces en la Alta Edad Media, pero es durante los siglos XIX y XX cuando aparecen los principales representantes, como el profesor de teología del Seminario de Princeton (en New Jersey), Benjamin B. Warfield (1851-1921) y el teólogo protestante alemán, Wolfhart Pannenberg (1928-2014). El físico teórico estadounidense, Frank J. Tipler, escribió refiriéndose a este último: “Pannenberg es un caso aislado entre los teólogos del siglo XX: fundamenta la teología en la escatología; para él, la palabra ‘Cielo’ no es solo una metáfora, sino algo que realmente existirá en el futuro. Por tanto, se trata de uno de los pocos teólogos contemporáneos que creen realmente que la física debe de mezclarse con la teología; se toma verdaderamente la molestia de comprender la ciencia actual”15. Entre los teólogos evangélicos evidencialistas contemporáneos cabe citar también a Clark Pinnock, R. Douglas Geivett y Gary Habermas. Entre las obras de Habermas, destaca In Defense of Miracles.16
Otro de los evidencialistas evangélicos más populares es Josh McDowell, quien se hizo famoso en la década de los 80 gracias a su libro titulado precisamente así: Evidencia que exige un veredicto17. En dicho texto se refería a temas fundamentales de la apologética cristiana como la singularidad y credibilidad de la Biblia, la persona humana y divina de Jesucristo, su resurrección, así como a las profecías del Antiguo Testamento cumplidas en el Nuevo. En todos estos asuntos, apela continuamente a los hallazgos arqueológicos realizados en la región del Mediterráneo oriental y en el Próximo Oriente, tales como manuscritos antiguos, inscripciones en roca y arcilla, así como también ciudades o lugares geográficos mencionados en la Biblia, a los que los escépticos no dieron credibilidad hasta que fueron descubiertos.
3. Apologética presuposicionalista
Los autores presuposicionalistas parten de la base de que el cristianismo es verídico y posteriormente razonan a partir de dicho presupuesto. Argumentan que todo el mundo tiene presuposiciones básicas, incluso los escépticos en su equivocada cosmovisión atea. Por tanto, la misión del apologista cristiano consiste en presentar la verdad de la fe cristiana frente a la falsedad de cualquier otra cosmovisión opuesta a Jesucristo. A diferencia de las apologéticas clásica y evidencialista, el presuposicionalismo rechaza la validez de los argumentos tradicionales que pretenden demostrar la existencia de Dios, tales como el argumento cosmológico o el teleológico. De la misma manera, difiere también del uso que se le concede a la evidencia histórica. Si, para el apologista clásico, los acontecimientos históricos hablan por sí mismos o se interpretan a sí mismos en su propio contexto histórico, para el presuposicionalista no lo hacen, ya que todo hecho histórico se interpreta siempre dentro de una determinada cosmovisión. La historia solo puede entenderse a partir de puntos de vista particulares.
El Dr. Norman L. Geisler señala hasta cuatro tendencias distintas dentro del presuposicionalismo18. Es decir, el presuposicionalismo de la revelación, que es mantenido por autores como el teólogo reformado holandés, Cornelius Van Til (1895-1987)19. Este autor sostenía que para poder entender bien todas las cosas (el universo, la vida, la conciencia humana, el lenguaje, la historia, etc.) es necesario asumir que el Dios trino se ha revelado al ser humano en la persona humana y divina de Jesucristo, tal como enseña la Biblia. Ningún otro conocimiento sería posible si no se parte de dicha realidad trascendental. Van Til mantenía que la apologética cristiana no debe caer en el error de aceptar la lógica secular como la única herramienta determinante para juzgar la verdad. Muchas afirmaciones de la fe son contrarias a la lógica humana. Desde la doctrina de la Trinidad hasta los milagros realizados por Jesús constituyen realidades que no pueden ser explicadas mediante la razón. ¿Significa esto que sean falsas o no ocurrieran en realidad? Por supuesto que no. Luego entonces, la fe en la Revelación conduce al descubrimiento de la verdad. La cristiandad no puede renunciar a la fe, ni dar por cierto ningún supuesto ideológico que prescinda de Dios.
En segundo lugar, está la tendencia racional (presuposicionalismo racional) del filósofo presbiteriano, Gordon H. Clark (1902-1985) y de su discípulo, Carl F. H. Henry (1913-2003), quienes apelan a la ley de la no contradicción para argumentar que, si realmente Dios se ha revelado en la Escritura y por tanto el cristianismo es verdadero, todas las demás ideologías que se opongan a él serán falsas por definición. Sería una contradicción de términos que no fueran. Las cosmovisiones contrarias presentan contradicciones internas, mientras que la fe cristiana es ideológicamente consistente.
La tercera tendencia es la consistencia sistemática del teólogo bautista y presidente del Seminario Teológico Fuller en Pasadena (California), Edward John Carnell (1919-1967) y de su discípulo, Gordon R. Lewis (1927-2016). Igual que sus colegas del presuposicionalismo racional, creen que la apologética cristiana debe ser racionalmente coherente y, además, satisfacer las necesidades existenciales del ser humano. Según su opinión, únicamente el cristianismo satisface todas estas condiciones, por lo que es el único verdadero frente a todos los demás sistemas falsos que se le oponen.
Por último, está el presuposicionalismo práctico del teólogo presbiteriano, Francis A. Schaeffer (1912-1984), quien estableció la comunidad cristiana L’Abrí en Suiza, en la que, junto a su esposa, recibían a intelectuales interesados en el cristianismo durante los años 60 y 70 del pasado siglo. Se trata de una variante de la consistencia sistemática. Una de sus aportaciones más singulares es, como su nombre indica, de carácter práctico o vivencial. Para saber si una ideología o sistema de pensamiento es verdadero o falso, bastaría con llevarlo a la práctica. Si puede ser vivido de manera satisfactoria por las sociedades humanas, produciendo realización y bienestar personal, debe considerarse como ideología verdadera. En caso contrario, tiene que rechazarse porque se trata de un sistema falso. Esto último es lo que ocurre precisamente con todas las ideologías no cristianas imposibles de vivir en la práctica.
Las críticas al presuposicionalismo en general han sido numerosas. Por ejemplo, desde la apologética clásica, se ha cuestionado su rechazo de los argumentos tradicionales en favor de la existencia de Dios. También la apologética histórica o evidencialista ha defendido la neutralidad de los acontecimientos históricos contra la postura presuposicionalista que afirma que estos no son neutros sino que dependen siempre de alguna cosmovisión que los interpreta a su manera. Y, en fin, desde el fideísmo se ha señalado que el presuposicionalismo de la revelación, no sería más que otra forma de fideísmo.
4. Apologética fideísta
El término “fideísmo” proviene del latín fide que significa “fe”. Los teólogos fideístas, por tanto, afirman que solo mediante la fe se pueden asumir correctamente las propuestas del cristianismo. La razón humana estaría impedida para hacerlo y suponen que esta siempre fracasará en sus argumentaciones apologéticas. Por tanto, se rechazan los clásicos argumentos para la existencia de Dios (cosmológico, teleológico, moral, etc.), así como las evidencias históricas y todo aquello que dependa de razonamientos humanos. El reformador Martín Lutero ha sido señalado como uno de los primeros teólogos pertenecientes a esta corriente. Según su opinión, comprender no es más que tener fe. En sus comentarios a la epístola a los romanos, escribe:
El entendimiento de que habla aquí el salmista es la fe misma, o el conocimiento de cosas que no se pueden percibir con la vista sino solo con la fe. Por eso es un conocimiento en lo oculto, porque tiene que ver con cosas que el hombre no puede conocer por sus propios medios.20
De manera que únicamente por medio de la fe se pueden entender cosas como la Trinidad, la encarnación o la resurrección de Jesucristo. La mente humana está limitada para comprender tales misterios.
5. Apologética integral
Es un intento de recoger los aspectos más importantes de cada uno de los diferentes tipos de apologética. En vez de usar un único método para defender la fe frente a personas escépticas o que dudan, se procura dejar que las necesidades de cada persona sean las que determinen cuál o cuáles métodos emplear en cada caso. Francis Shaeffer lo explicaba así: No creo que haya un único sistema apologético que contemple las necesidades de todas las personas, así como no creo que haya una única manera de evangelizar que responda a las necesidades de todas las personas. La apologética debe modelarse sobre la base del amor por el otro como persona.21
2.Boa, K. D. 2011, ¿Qué es la apologética?, en “Biblia de Estudio de Apologética”, Holman Bible Publishers, Nashville, Tennessee, p. XX.
3.Dulles, A. 2016, La historia de la apologética, BAC, Madrid, p. 350.
4.Ibíd., p. 352.
5.Cayo Plinio Cecilio Segundo, Panegírico de Trajano y Cartas, Cartas XCVII y XCVIII, tomo II, Biblioteca clásica, tomo CLV, Texto en latín del rescripto de Trajano en: Blanco, V., Orlandis, J., Textos Latinos: Patrísticos, Filosóficos, Jurídicos, Ed. Gómez, 1954, Pamplona, p. 103.
6.Ibíd. p. 103.
7.Citado en Barclay, W. 2008, Comentario al Nuevo Testamento, Clie, Viladecavalls, Barcelona, p. 562.
8.Cruz, A. 2002, Sociología, una desmitificación, CLIE & FLET, Terrassa, Barcelona, p. 79.
9.Ibíd, p. 85.
10. Swinburne, R. 2011, La existencia de Dios, San Esteban, Salamanca.
11. Swinburne, R. 2012, Fe y razón, San Esteban, Salamanca.
12. Swinburne, R. 2012, ¿Hay un Dios?, San Esteban, Salamanca.
13. Dulles, A. 2016, La historia de la apologética, BAC, Madrid, p. 407.
14. Montgomery, J. W. 2002, History, Law and Christianity, Canadian Institute for Law, Theology & Public Policy, Edmonton, AB, Canada, p. 64, citado en Powell D. 2009, Guía Holman de Apologética cristiana, B&H, Nashville, Tennessee, p. 358.
15. Tipler, F. J. 1996, La física de la inmortalidad, Alianza Universidad, Madrid, p. 26.
16. Geivett, R. D. & Habermas, G. 1997, In Defense of Miracles, Downers Grove, IVP Academics.
17. McDowell, J. 1993, Evidencia que exige un veredicto, Vida, Florida.
18. Geisler, N. L. 2012, The Big Book of Christian Apologetics, BakerBooks, Grand Rapids, Michigan, p. 453.
19. Cornelius Van Til, 1979, The Defense of the Faith, Presbyterian and Reformed, Phillipsburg, NJ; también puede leerse un breve resumen del pensamiento de Van Til en Ramsay, R. B. 2006, Certeza de la fe, CLIE & FLET, Viladecavalls, Barcelona, pp. 136-143; https://www.tabiblion.com/liber/Libros4/RichardRamsayCertezaDeLaFe.pdf
20. Lutero, M. 1998, Comentarios de Martín Lutero, Romanos, vol. I, Clie, Terrassa, Barcelona, p. 127.
21. Schaeffer, F. A. 1982, The Complete Works of Francis A. Schaeffer, vol. 1, A Christian View of Philosophy and Culture, Crossway, Wheaton, IL, p. 177.