La conquista de América

La conquista de América
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Con la llegada de los españoles a América, se inició la conquista de un vasto territorio en la que fue esencial el despliegue de una serie de estrategias que tuvieron siempre la violencia calculada como común denominador. Las implacables tácticas militares utilizadas por las fuerzas hispanas contribuyeron, con mayor o menor fortuna, al derrocamiento de los imperios precolombinos y al sometimiento de las sociedades amerindias, pero también dejaron escritas algunas de las páginas más sangrientas de la historia. A partir del análisis de la historia militar y la cultura de la violencia ejercida contra los nativos, el catedrático Antonio Espino ofrece una lúcida e insólita crónica de la conquista de América por parte de ejércitos y grupos armados españoles.

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Antonio Espino López. La conquista de América

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

1. SOBRE ARMAS, TÁCTICAS Y COMBATES: EL CONQUISTADOR COMO HÉROE

2. LAS PRÁCTICAS ATERRORIZANTES EN LA CONQUISTA DE AMÉRICA

3. SITIOS Y BATALLAS

4. RESISTENCIAS

CONCLUSIONES

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

NOTAS

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PRÓLOGO

LA CONQUISTA DE AMÉRICA

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En realidad, la legislación que buscaba la restricción de la posesión de armas por parte de los indígenas comenzó muy pronto, como no podía ser de otra manera. Se emitió una orden en Granada, en septiembre de 1501, en virtud de la cual se prohibía la venta o intercambio de armas, ofensivas o defensivas, con los indios. En las instrucciones dadas a don Diego Colón en 1509, antes de comenzar su etapa de gobierno en La Española (Santo Domingo), se reiteró dicha orden. En 1528 y 1534 el relevo lo tomará la (primera) Audiencia de México-Tenochtitlan: en el primer caso, Carlos I escribió a Nuño Beltrán de Guzmán en el sentido de prohibir que los indios fuesen propietarios de armas y caballos; el obispo Ramírez de Fuenleal, en el caso de la segunda audiencia, fue quien recibió la orden para impedir la venta de armas a los nativos, ya fuese por parte de mercaderes españoles, o bien las fabricadas in situ por un tal maese Pedro, llegándose a hablar de hojas de espada en las que los indios colocaban sus propias empuñaduras; también se insistía en que se recogiesen todas las armas que estuviesen en su poder. Idéntica orden se remitió a la Audiencia de Lima en 1551, si bien haciendo hincapié en que el porte de armas de acero (espadas, dagas, puñales) quedase restringido a los caciques con licencia del virrey, y añadiendo un detalle interesante: también se buscaba que el indio, al embriagarse, no acabara usando las armas europeas para matarse entre sí. En 1566 se reiteró a la Audiencia de Lima que ningún indio, mestizo o mulato poseyese arma alguna aunque hubiesen recibido permiso del virrey de turno.104 Otra cuestión era que algunos indios, auxiliares de los españoles, hubiesen aprendido el manejo de las armas de fuego: en 1568, Francisco Guerrero, un soldado de la hueste de Diego de Losada, fundador de Caracas, consiguió matar cinco indios y salvar su vida escapando de otros muchos que lo perseguían gracias a las dos armas de fuego que portaba, una escopeta y un pistolete: mientras él disparaba una, su sirviente amerindio le cargaba la otra.105

En realidad, daría la impresión de que en ningún momento los diversos pueblos aborígenes se dieron cuenta de cuál era su principal arma en la guerra contra los cristianos: su número. De haberse producido una carga general de las huestes tlaxcaltecas, por no hablar de las mexicas, o de las tropas de Atahualpa, la conquista hubiese terminado antes de comenzar. No fue así. Los nativos lucharon aferrados a sus costumbres, a sus símbolos, a sus miedos. La descoordinación imperaba. Si bien podían avanzar en el campo de batalla de forma ordenada —o así se les describía a veces, cuando determinados cronistas buscaban resaltar, en realidad, la dificultad de la guerra en las Indias y, por lo tanto, la gloria de los conquistadores—, el caso es que, como ya se ha señalado, tales predisposiciones se perdían cuando, línea tras línea, los guerreros aborígenes asaltaban las posiciones hispanas luchando de manera individual, buscando la gloria en solitario, es decir, la captura de prisioneros, no la aniquilación del enemigo, y en esos momentos eran presa fácil de los jinetes, que con sus lanzas los hacían retroceder y dispersar, y, sobre todo, de las espadas de acero hispanas, que se impusieron sistemáticamente en el combate cuerpo a cuerpo. Por otro lado, la circunstancia de aproximarse agrupadamente a su enemigo, aunque, como vemos, sin sacar provecho de ello, más bien al contrario, facilitó la tarea de la artillería, a la que se sacaba mucho partido cuando se conseguía disparar contra grandes masas de guerreros autóctonos. Las diversas etnias que fueron atacadas apenas si tenían contacto entre sí y no pudieron, por lo tanto, obtener información alguna sobre cómo actuaban sus invasores, sus técnicas de combate y posibles puntos débiles. Los hispanos, en cambio, siempre tuvieron de su parte el hecho de entender también la conquista de las Indias como una experiencia bélica acumulativa. Por ejemplo, la captura de los grandes emperadores Moctezuma II y Atahualpa fue copiada en tierras de Nueva Granada, cuando el cacique Tunja fue hecho prisionero por el capitán Olalla: «éste [el capitán Olalla]106 (que era caballero de gran fuerza y valor) le echó mano para sacarlo del cercado, con intento de asegurar su persona en prisión y guarda de los españoles, sin que pueda dudarse la valentía del arrojo, aunque le quitasen la gloria de singular los ejemplos recientes de Méjico y Cajamarca».107 La guerra practicada en el Nuevo Mundo era muy distinta del tipo de contienda librada en Europa,108 pero, ciertamente, las campañas para la dominación de los diversos territorios americanos fueron muy similares entre sí. Es muy posible que la constatación de la superioridad de sus armas y la experiencia de combate previa, casi siempre victoriosa, pudiese dotar de cierto grado de confianza a las huestes hispanas, a pesar de los momentos de desaliento. Es más, no solo tenían confianza en sí mismos, sino que acabaron siendo muy eficaces con las armas en las manos. Les iba la vida en ello. Por otro lado, se adaptaron mucho mejor que sus contrincantes a la nueva realidad que se impuso, «y la iban volviendo a recrear en función de las respuestas que iban inventando a problemas previamente desconocidos», puntualiza Tzvi Medin. Con todo, las experiencias previas eran un factor clave, por mucho que Medin señale las novedosas dimensiones política, humana y geográfica de México con respecto al Caribe, y no digamos ya con Canarias o el Reino de Granada; «eran otras Indias»,109 cierto, pero como el propio autor señala, la gran diferencia entre Moctezuma II y Hernán Cortés es que este último siempre supo qué quería; lo que hubo de improvisar, y solo hasta cierto punto, fue cómo conseguirlo, dado que algunas prácticas, como el terror coercitivo y paralizante, ya hacía mucho que se venían utilizando. Por todo ello, podríamos decir que, más que plantearse cómo derrotar a los indios, el problema, o la pregunta, para los hispanos fue qué se debería hacer con estos una vez fueran vencidos.

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