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PRÓLOGO

El único título del autor de este libro, para atreverse a escribirlo, es ser el hijo de Teresa Andrés. Pero escribirlo en el sentido inmediato de la expresión, porque en realidad es una obra colectiva: la de las personas que, movidas por el recuerdo de mi madre, han aportado, de forma generosa y desinteresada, muchos de los materiales que en él se contienen. Teresa era una desconocida para su hijo. Murió a los 39 años, lejos de su país, y a mí, antes de cumplir los dos años de edad, me enviaron a España, a casa de mi abuela materna, con la que me crie; allí no se hablaba del pasado, como ocurría en tantos hogares que habían sufrido cruelmente la Guerra Civil. Mi padre se casó por segunda vez y formó una nueva familia en el exilio francés, en el que vivió hasta su muerte. Cuando pudimos conocernos personalmente, yo tenía 21 años y él no me habló de mi madre, lo que atribuí a su deseo, con la vida rehecha, de no recordar pasadas penalidades. Mi falta de confianza en aquel hogar extraño y su silencio me impidieron preguntarle por ella, en las contadas ocasiones en las que su esposa no estaba presente. En nuestros encuentros sucesivos, cuando hablaba de su pasado, parecía como si su vida anterior se hubiera detenido en el comienzo de la Guerra Civil; no mencionaba a mi madre y yo no me atrevía a forzar su silencio. Sólo veinte años después del primer encuentro me entregó unas carpetas que había guardado para mí, con documentos de mi madre, cartas y fotografías, además de unos pocos objetos personales sin valor material, cuya existencia yo ignoraba. Los leí emocionado y los guardé, pero no supe valorar su importancia como testimonio de una vida y una época.

En 2005 tuvo lugar, en la Biblioteca Nacional, una exposición sobre la Sección de Bibliotecas del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico del Ministerio de Instrucción Pública durante la Guerra Civil, de la que fueron comisarios Blanca Calvo y Ramón Salaberría. Ambos tuvieron la amabilidad de venir a Alicante, para solicitarme información sobre mi madre. Les dije que no recordaba nada de ella, pero les hablé de los documentos que me había dado mi padre y se los ofrecí. La exposición me hizo comprender que la relevancia de sus actividades, durante la Guerra Civil, era muy superior a lo que yo podía imaginar, e incluso a lo que conocían sus familiares, con los que yo había crecido, porque la guerra partió en dos a la familia y nada supieron los unos de los otros durante esta, salvo breves noticias a través de terceras personas.

Esta exposición, el interés que Blanca y Ramón habían mostrado por Teresa Andrés y los documentos que me dieron a conocer me estimularon a saber más de ella, a intentar conocer a mi madre, más allá del retrato que yo había recibido, a través de mi familia materna, de una mujer brillante y desafortunada que había muerto, joven, en el exilio.

En Educación y Biblioteca, de enero-febrero de 2005, había aparecido un dossier sobre ella. Blanca Calvo narraba en un artículo el viaje, buscando su huella, hasta Cevico de la Torre, en la provincia de Palencia, el pueblo donde había vivido la familia de mi madre y donde yo había ido una sola vez, en el verano de 1981, para conocerlo y donde no había vuelto jamás. Entonces aún existía la casa de mis abuelos, en la Plaza de la Olma, creo recordar que transformada en sucursal de una caja de ahorros. El artículo de Salaberria, Calvo y Girón, para establecer la biografía de mi madre, se titulaba «Reconstrucción arqueológica de Teresa Andrés». Puede parecer exagerado al referirse a una mujer que vivió entre 1907 y 1946, que tuvo una participación activa en la vida profesional y política de su tiempo y que, al fallecer prematuramente, dejó marido, hijo, madre y hermanos. Sin embargo, algo de eso había en el intento de reconstruir la vida de una persona de la que sólo quedaban datos indirectos. Ningún detalle de cómo era, cómo se movía, cómo hablaba, cuál era el metal de su voz; todos los que la conocieron habían fallecido y sólo quedaba su hijo, que no la recordaba.

Ambos, Blanca Calvo y Ramón Salaberría, a lo largo de este tiempo, han seguido ayudándome siempre que se lo he pedido, enviándome, además, cuantas noticias tenían que pudieran servir a mi propósito y proporcionándome contactos en un mundo tan ajeno a mí como es el de las bibliotecas y los bibliotecarios.

Albano de Juan es un médico de Palencia que desde hace años investiga todo lo referente a la Guerra Civil y la posguerra, en esa provincia, dentro de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de su ciudad. Es autor de una obra sobre la represión franquista en la provincia de Palencia, Los médicos de la otra orilla, publicada en 2005, centrada en este colectivo profesional al que pertenecía el padre de Teresa; lo mismo que los anteriores, de forma generosa y desinteresada, me ha enviado toda la documentación que guardaba y que podía ayudarme para escribir este libro.

Otras personas, movidas por el sentimiento que en ellas despertaba el nombre de mi madre, se han dirigido a mí, espontáneamente, para suministrarrne información, como Jesús Coria Colinos, director del IES Jorge Manrique, de Palencia, donde Teresa hizo el bachillerato y Adolfo Margüello, vecino de Villalba de los Alcores, el pueblo donde nació Teresa.

Isabelle Marchal-Labajos, hija de una de las niñas españolas acogidas en Bélgica durante la guerra, Emilia Labajos, me envió noticias sobre el Hogar de Limelette y sobre la periodista Jurgita Smolski. Mme. Frédérique Bazard, jefe del Fichero Central de Extranjeros del Gobierno Francés, se ha tomado un interés, por encima del meramente administrativo, para proporcionarme la documentación que allí se conserva.

Dentro del mundo bibliotecario, María Jesús Morillo y Rosa María Villalón, del csic, no sólo han jugado un papel fundamental en la recuperación de la tesis doctoral de mi madre, si no que nos recibieron con suma amabilidad, a Romà Seguí y a mí, cuando las visitamos en su lugar de trabajo y nos facilitaron copias digitales de los documentos. María Luisa López-Vidriero, directora de la Biblioteca de Palacio, me facilitó su artículo sobre Matilde López Serrano.

Francesc Pérez i Moragón, de la Universitat de València, que tanto relieve tuvo en la publicación de los «Diarios» de mi padre, y Romà Seguí, archivero y bibliotecario, tuvieron la paciencia de leer una primera versión de este escrito y me hicieron las atinadísimas observaciones que he seguido para reescribirlo. El primero ha seguido ayudándome con sus consejos y remitiéndome cualquier dato que él creyera que podría serme de utilidad, y el segundo, que conocía la primera redacción de esta biografía, ha llevado a cabo una investigación minuciosa sobre los aspectos públicos y políticos de la vida de Teresa durante la Guerra Civil, lo que le ha permitido publicar, recientemente, dos artículos completos sobre ella.1 Aparte de su actuación en la recuperación de la tesis, que mencionaré más adelante.

Y cómo no, agradecer a la Asociación Española de Documentación e Información que haya creado un premio de ensayo, sobre temas bibliotecarios, con el nombre de mi madre, aunque no tenga relación directa con este libro.

Pero además, algunas casualidades felices ayudaron a sacar a la luz noticias sobre Teresa. En 2006 se inauguró en Valencia una exposición sobre Nicolau Primitiu Gómez y la Guerra Civil. El erudito y bibliófilo valenciano era medio hermano de Emilio Gómez Nadal, mi padre; por aquellos años trabajaba yo en unos diarios suyos, que se publicaron en 2008, en edición de Francesc Pérez i Moragón y mía. Mi trabajo, fundamentalmente, fue transcribir la letra de mi padre, tarea ardua salvo para quien la conociera bien, como era mi caso, y seleccionar los fragmentos que habían de publicarse. En esta exposición había una libreta manuscrita cuya letra, de difícil lectura, se había atribuido a mi padre. Pero no era de su mano. La primera página con una alusión a Teresa me hizo pensar en uno de sus hermanos, Mariano Andrés, muerto en 1938 en el frente del Ebro, después de pasarse de las filas de los sublevados a las de la República. Este hallazgo y la amabilidad de los dos comisarios de la exposición, Carme Gómez-Senent, nieta de Nicolau Primitiu, y Josep Daniel Climent, me llevaron a una colección de documentos sobre mi familia materna de un marcado valor: tres cartas relacionadas con la tesis doctoral de Teresa y un grupo de documentos pertenecientes a su hermano, Mariano Andrés, que incluye cartas recibidas de su familia hasta comienzos de 1937 y dos libretas pequeñas, una con algunos apuntes personales escritos mientras estaba en el frente de Aragón y otra, más nutrida, a modo de diario de su estancia en Valencia en los primeros meses de 1937, con un relato de lo ocurrido en Cevico de la Torre, los días que precedieron y sucedieron a la sublevación militar. Gracias a la amabilidad de ambos pude obtener la digitalización de estos documentos, para utilizarlos en este libro. Además, Josep Daniel Climent, que trabaja en la publicación de la correspondencia de Nicolau Primitiu y en la de sus diarios de la Guerra Civil, de los que ya ha aparecido el correspondiente a 1936, me facilitó una copia de las cartas que se cruzaron entre mis padres, mi abuela Pilar Zamora y Nicolau Primitiu, además de la de los diarios pendientes de publicación.

¿Cómo llegaron los documentos de Mariano y Teresa al archivo personal de Nicolau Primitiu? El 9 de marzo de 1937, Mariano desertó de las posiciones franquistas en Villanueva del Huerva. Aunque la razón que se dio para su deserción eran las desgracias que su familia había sufrido en la zona sublevada, Mariano refiere que había tomado esta resolución antes de que lo movilizaran. Tras unos días en Barcelona llegó a Valencia, donde se alojó con su hermana y su cuñado en la casa de la madre de este, Vicenta Nadal Alberola, en el número 8 de la calle de Gonzalo Julià, en el mismo edificio donde vivía Nicolau Primitiu con su familia. Durante los días que estuvo en Valencia escribió su diario. Cuando fue enviado de nuevo al frente, este, junto a sus otros papeles, se quedó en aquella casa; y allí siguieron cuando su hermana y su cuñado se trasladaron a Barcelona y desde allí al exilio, dejándose también cartas y fotografías. A la muerte de Vicenta Nadal, en junio de 1940, Nicolau Primitiu recogió lo que había en la casa de su madrastra y guardó la documentación que encontró en ella. Tras su fallecimiento se incluyó en el legado que su familia hizo, de su biblioteca y archivo, a la Biblioteca Valenciana que ahora lleva su nombre. Gracias a su cuidado, han llegado hasta nosotros.

Otro aspecto de las actividades de Teresa, mal conocido, era el destino de su tesis doctoral, que yo sabía que tenía muy avanzada cuando empezó la Guerra Civil, pero que no había llegado a leer. A comienzos de 2010, buscando referencias sobre Teresa Andrés en internet, encontré tres citas de trabajos que podían ponerse en relación con el contenido de su tesis, la rejería española, en Dialnet, el portal de la Universidad de La Rioja. En uno de Estrella Fernández publicado en 1957, en el Archivo Español de Arte, 30, 20, y titulado «Hernando de Arenas y sus rejas de la Catedral de Cuenca», la autora escribe en la página 292: «La señorita Teresa Andrés, en su trabajo sobre rejería española atribuye esta reja a Sancho Muñoz, creador de la escuela conquense», en relación con la reja de la Capilla Mayor de la Catedral de Cuenca, y en la nota 4 de la misma página se da como referencia «Teresa Andrés: Rejería Española, pág. 168». Curiosamente es un error, porque consultada la tesis de Teresa, el dato citado se encuentra en la página 163. Margarita Estella Marcos publicó en el boletín del Seminario de Arte y Arqueología de 1985 (tomo 51, pp. 305-318) su artículo «Noticias artísticas de Torrelaguna». En la página 313, en la nota 31, cita: «Andrés Teresa, El Rejero Juan Francés. AEA 1956». Esta referencia permitía suponer que un fragmento de su tesis había sido publicado, a su nombre, diez años después de su muerte en el exilio. Pero la decepción fue grande porque en Dialnet se atribuía el trabajo a una catedrática de Prehistoria de la Universidad de Zaragoza, con igual nombre y primer apellido. Sin embargo, la atribución era errónea y, de hecho, ya ha sido corregida. Los buenos oficios de Blanca Calvo permitieron deshacer el error y confirmar que, efectivamente, el trabajo era suyo. Blanca Calvo me puso en contacto con María Jesús Morillo, bibliotecaria de la Biblioteca Tomás Navarro Tomás del csic, y con Rosa María Villalón de la Unidad de Tratamiento Archivístico y Documentación del Centro de Ciencias Humanas del csic. Gracias a la amabilidad de estas personas conseguí el artículo «El Rejero Juan Francés», de Teresa Andrés, del Archivo Español de Arte, 29: 115, 1956, jul-sept., páginas 189-210. En la primera página, la nota 1 dice: «Archivo se honra en publicar este trabajo, parte de la tesis doctoral realizada hace años bajo la dirección de D. Manuel Gómez-Moreno». Y como culminación de esta serie de hallazgos felices, el más feliz de todos. A Romà Seguí le llegaron noticias de que se conservaba la documentación de la tesis en los archivos del que fue Centro de Estudios Históricos, custodiados en el csic, noticia que nos confirmó Rosa María Villalón. Merced a la bondad del personal del csic, al que quiero expresar aquí, de nuevo, mi gratitud, en junio de 2010 pudimos consultar los documentos referidos. A ellos había que añadir la correspondencia cruzada entre Teresa y Ricardo de Orueta, a la sazón director general de Bellas Artes, y un recibo del Instituto Diego Velázquez del csic (del que Gómez-Moreno había sido director honorario hasta 1950), a nombre de Teresa Andrés, por 620,40 pesetas, en concepto de cesión de los derechos de propiedad intelectual del artículo que «no se liquida. Fallecida esta señora hace varios años».

A todo lo anterior es preciso añadir que, en la tarea de publicar los diarios de mi padre, yo había revisado las colecciones de revistas publicadas por los exiliados en París, en las que mis padres habían colaborado y que mi padre me dio para que las guardara, libros publicados sobre el exilio español tras la guerra y la grabación de la entrevista que Pérez Moragón y Aznar Soler hicieron a mi padre, y que el primero me facilitó amablemente, en la que recordaba su vida. Esta grabación apareció luego, completa, junto a los diarios.

Me pareció que había materiales suficientes para establecer un retrato de Teresa Andrés, al menos en su camino profesional y político, aunque siempre incompleto, porque si el «quién» fue quedaba bastante explícito, el «cómo» fue solo podía deducirse.

Y paralelamente surgió otro relato: la historia pequeña, personal, de una familia de profesionales de clase media, «de pueblo», sus ilusiones, sus adversidades, su esfuerzo para mantener unas ideas «ilustradas», que recuerdan tanto a las de la Institución Libre de Enseñanza, aunque no hubieran tenido contacto directo con ella, en un pequeño pueblo castellano, Cevico de la Torre, de la provincia de Palencia, donde vivían 1.856 habitantes en 1930,2 y su brutal destrucción por los sublevados de 1936.

No es un hijo quien debe hacer un juicio de valor sobre su madre; este surgirá del conocimiento de sus actitudes y sus hechos. Pero si quisiera señalar aquí a dos figuras secundarias en esta historia, por su valor ejemplar: Mariano Andrés, el hermano de Teresa, que tenía entonces 23 años y que era un joven idealista, culto, sin miedo, que sólo pensaba en construir una España mejor y más justa; y su madre, Pilar Zamora, mujer de una enorme calidad humana, que se enfrentó a la muerte de los suyos, a la persecución personal y a la inseguridad económica en el último tramo de una vida, cuando podía esperar ya recoger el fruto de los esfuerzos hechos por ella y su marido y tuvo, sin una queja, que sacar adelante lo que quedaba de su familia: una madre anciana, una hija enferma, un hijo aún sin profesión, otro en la cárcel y, por si era poco, los dos hijos de Teresa, que, uno después de otro, esta le envió desde el exilio. Esta heroicidad silenciosa, modesta, cotidiana, que ella basaba en la necesidad de cumplir con su deber, esta aceptación resignada y valerosa de lo que la suerte le había deparado, me ha producido siempre una admiración inexpresable, la admiración por lo excepcional.

¿Qué hubiera sido de España, de nosotros, los que llegamos después, si figuras de esta calidad humana no hubieran sido destruidas o anuladas por una sublevación inicua, que sólo pretendía anclar a España en lo peor de su pasado?

Creo que este puede ser el mérito de este libro, si tiene alguno: el testimonio de los sufrimientos de unas personas corrientes, que no pretendieron ser héroes, sólo vivir con decencia y trabajar para mejorar la sociedad de su tiempo, lo que pagaron con el dolor y la muerte.

Notes

1 1. Seguí i Francès Romà: Teresa Andrés Zamora (1907-1946): el compromiso social y político como arma de cultura. MEI, II época, vol. 1, 2010, pp. 35-58. 2. Seguí i Francès Romà: Teresa Andrés y la organización Cultura Popular: una propuesta de coordinación bibliotecaria (1936-1938),MEI, II época, vol. 2, n.° 3, 2011, pp. 127-154. En las citas los mencionaré como R. Seguí, obra citada, 1., y R. Seguí, obra citada, 2.

2 Pablo García Colmenares: Víctimas de la guerra civil en la provincia de Palencia (1936-1945), ARMH y Ministerio de la Presidencia, Palencia, 2011, p. 418.

Teresa Andrés. Biografía

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