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C) LA INVENCION Y ORGANIZACION DE LA FALSA CONCIENCIA45 DE UN «PUEBLO-COMUNIDAD», EL RESENTIMIENTO Y LA XENOFOBIA COMO EXPLICACION

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Para que el nacionalismo domine una sociedad, un sector de su Inteligencia debe tener una imagen de sí misma, ideas o sentimientos relativamente articulados como Volk, nación o pueblo, en virtud del lenguaje, del origen étnico, de tradiciones: la invención de un pueblo es una creación, un histórico tejer conciencia de nación, con una historia común real, imaginaria o mixtura de realidad, falseamiento y ficción –caso de Cataluña–46. El origen de aquéllos puede ser, y eventualmente ha sido, sencillamente inventado por una minoría con voluntad de poder y desarrollado en una determinada sociedad a través de organizaciones político-culturales.

Con independencia de su mayor o menor autenticidad histórica, la definición de un enemigo común –a sea dentro del Estado, una potencia extranjera en guerra o por razón de su ocupación del territorio de la sociedad de la que se trate– que ignora u ofende tal imagen nacional, provoca resentimientos. Los sentimientos de humillación o de opresión de un poder extranjero pueden reforzar el sentimiento de nación. Pero solamente a condición, de que la idea de una sociedad como nación haya sido previamente inventada47.

Desde mediados del siglo XIX y a lo largo del primer tercio del siglo XX, «pueblos-comunidades» que, previamente, nunca se habían constituido como Estados, fueron movilizados por movimientos políticos que convocaban al alineamiento político que ellos abanderaban: colocaron en primer plano su voluntad de devenir Estados-nación, para expresar su sentido auténtico o manipulado de cuanto tenían en común. Hoy día se han globalizado los principios de la soberanía nacional así como de la autodeterminación. Ambos contribuyeron decisivamente al colapso de los Imperios y al estallido de la descolonización.

El nacionalismo aumentó con el Romanticismo; de ahí que uno de sus temas centrales fuera el sentido romántico de lo que hace de un Volk, de un pueblo, una nación. La comprensión del carácter nacional fue transformada mediante la celebración del Volksgeist (espíritu popular). En el movimiento literario y filosófico Sturm und Drang48, que inició el Romanticismo, Herder exploró la idea de que el Volk alemán era mantenido unido como nación por un Geist corporeizado sobre todo por la lengua y la literatura. A medida que la prensa y la alfabetización se fueron extendiendo por vastos territorios, más y más gentes de a pié comenzaron a concebirse a sí mismos, como si compartieran la vida de una vasta «comunidad» de compatriotas. Tal idea se hizo cada vez más imperativa al paso del siglo XIX.

Por regla general, la gente nunca vive y, desde luego, no parece que vaya, en adelante, a vivir en mono-étnicos, monoculturales, monoreligiosos ni mono-lingüísticos Estados-nación. El caso es que quiénes constituyan el «nosotros», nunca va a tener una única respuesta. Hasta aquí, Appiah ha hecho referencia a la diversidad de orígenes, de raza, de lengua, de religión. El caso es que los proyectos populistas, para quienes no sean considerados por los nacionalistas de turno como pertenecientes a su «nosotros», siempre va a ser opresivo y discriminador. Como observa Jan-Werner Mueller49, los nacional-populistas pretenden representar a cien por cien del pueblo mediante la discriminación de sus oponentes como no-auténticos, traidores al pueblo, cuando no como extranjeros, que en absoluto forman parte del Volk, pueblo o nación. Inherentemente, todo nacionalismo tiende a negar la diversidad y el pluralismo. A medida que una ola de nacionalismo de extrema derecha surca una vez más Europa, no podemos sino constatar lo frágiles que pueden resultar el pluralismo y la democracia. La modernidad tolerante, pluralista, capaz de cuestionarse a sí misma y cosmopolita –en Estados Unidos, China, Rusia, Turquía, Reino Unido, Austria, Hungría, Polonia, La India, Filipinas,...– está bajo asedio.

El caso es que en el primer tercio del siglo XIX, en Alemania, además de los arrogantes franceses, estaban los gobernantes déspotas más o menos ilustrados y los tiranos sociales. El estallido de indignación individual contra las normas y regulaciones de una sociedad opresiva y filistea, el Sturm und Drang50, tenía como objetivo derribar los muros y barreras de la vida social: la sumisión y el servilismo en la base, y la brutalidad, la arbitrariedad, la arrogancia y la opresión en la cúspide, así como las falsedades y la hipocresía que podían encontrarse en los distintos estratos de la sociedad. Lo que comenzó a ser cuestionado fue la validez de cualquier ley –las reglas, supuestamente impuestas por Dios, la naturaleza o el príncipe–, que conferían autoridad y exigían obediencia universal. Se reivindicaba, así, la libertad de expresión, la libertad de la creación artística y literaria, más pura y fuerte en los artistas y escritores, pero presente en todos los hombres.

Los escritores independientes más dotados de talento respondieron con una rebeldía creciente al socavamiento de su mundo, que había comenzado con la humillación por los ejércitos de Luis XIV, infligida a sus abuelos. Tal perspectiva es una de las fuentes del movimiento romántico que, al menos en Alemania, ensalzó la voluntad colectiva, así como la vida espiritual de un Volk, en cuya actividad podían participar los individuos creadores dotados de «genialidad»51. La concepción de la vida política del Volk como expresión de la voluntad colectiva es la esencia del Romanticismo que, políticamente, dio a luz el nacionalismo alemán.

Para que surja la respuesta nacionalista es necesaria una nueva visión de la vida con la que puedan identificarse bien la sociedad herida, bien las clases o grupos que se han visto desplazados a causa de cambios políticos y sociales, una visión alrededor de la cual puedan unirse para «restaurar su vida comunitaria» (gemeinschaftlich). Así, tanto los movimientos eslavófilos como los populistas que tuvieron lugar en Rusia, al igual que el nacionalismo alemán, pueden únicamente ser entendidos, si se tiene en cuenta el traumático efecto ejercido por la violenta y rápida modernización, impuesta a los rusos por Pedro el Grande, o, a escala menor, en Prusia, por Federico II. En el caso de Alemania, la ocupación por parte de un poderoso ejército extranjero que vejó las formas tradicionales de vida, hizo que los hombres, particularmente los más sensibles y conscientes –artistas, pensadores, escritores,...–, perdiesen su posición establecida y se sintiesen inseguros y desconcertados.

Occidente ha satisfecho, en general, tal ansia de reconocimiento, ese deseo de Anerkennung (Hegel). Es la carencia de reconocimiento legítimamente debido o inventado y organizativamente reivindicado, más que ninguna otra causa, lo que conduce a los excesos nacionalistas. Sin duda, el resentimiento ha jugado un papel significativo en el desarrollo de los nacionalismos; pero sería faltar a la verdad histórica asignarle un papel exclusivo. Ivan Krastev ha documentado hasta qué extremo la xenofobia ha pesado históricamente y se echa de ver en la actualidad, en las sociedades de Centro y Orientaleuropeas, considerablemente en los actitudes y comportamientos nacional-racistas.

El publicista norteamericano Leon Wieseltier ha definido el nacionalismo como la aspiración a «una perfecta unión de etnicidad, territorio y Estado». Ello se planteó en los respectivos movimientos nacionalistas alemán e italiano del siglo XIX. Pero, sobremanera, con el estallido del Imperio austro-húngaro, a fines de la Primera guerra mundial. Y si los húngaros deseaban auto-gobernarse, ello comportaría la exclusión de austríacos, checos, eslovacos y rumanos.

El mismo instinto animaba a los nacionalistas-liberales de Italia y Alemania. La constitución de la propia nación comportó la distinción entre auténticos alemanes e italianos y los excluibles residentes de otra nacionalidad o raza-judíos, sin ir más lejos.

A fines del siglo XIX, las nuevas naciones alemana e italiana adoptaron severas políticas para crear una cultura más homogénea y reprimieron a las minorías lingüísticas. En los 1920s y 1930s, las democracias como Polonia, y Alemania (República de Weimar) desataron la cólera contra minorías étnicas y religiosas.

Finalmente, una vez que los fascistas se hicieron con el gobierno en gran parte de Europa, las minorías nacionales transfronterizas sirvieron como pretexto para la guerra, la invasión y la anexión –el Sudetenland–, en Checoslovaquia, como pretexto para la política anexionista del IIIReich, sin ir más lejos.

Al fin de la Guerra, buena parte del Continente había sido étnicamente depurado. Por primera vez en la historia europea, la mayor parte de los Estados podían enorgullecerse de la «perfecta unión de etnicidad, territorio y Estado», de que hablara Leon Wieseltier.

Hay muchas razones por las que, en los años veinte y treinta del siglo XX, en Italia y Alemania, la democracia fracasó, habiendo de esperar para arraigar a los 1950s y 1960s. Pero no es mera coincidencia que, durante más de medio siglo, las respectivas sociedades hubieran sido étnica y culturalmente heterogéneas; hasta que los fascistas suspendieron las instituciones parlamentarias en nombre del popolo, Volk o pueblo (1923-1933), deviniendo, para los años fundacionales de la democracia liberal, las respectivas sociedades étnica y culturalmente homogéneas.

La homogeneidad étnico-cultural no solo contribuyó al éxito de las nuevas democracias; tan importante como tal homogeneidad étnica fue la definición que, de sí mismas, hicieron las respectivas democracias. En fuerte contraste con los multinacionales Imperios que, desde el fin de las guerras napoleónicas, habían dominado la política europea, las nuevas Italia y Alemania eran mono-étnicas: ser italiano o alemán suponía descender de las respectivas auténticas etnias.

A partir de tales orígenes, consolidados a través del tiempo, se explica que las mareas de inmigración de los últimos años estén provocando fuertes tensiones. Pero en la Europa actual, que durante mucho tiempo se ha definido a sí misma por su homogeneidad étnica y que está experimentando niveles en auge de inquietud económica, hay razones para pensar que la transformación demográfica no va a ser fácil. La pregunta que se hace Berlin es, hasta qué extremos tales tensiones son estructurales y si los europeos vamos a ser capaces de superarlas.

En perspectiva histórica, es considerable la rapidez con la que naciones altamente homogéneas han devenido, desde el fin de la Segunda guerra mundial, diversas. En Gran Bretaña, por ejemplo, el número de ciudadanos pertenecientes a minorías étnicas contaba en los años 1950s unas pocas decenas de miles. Actualmente son más de ocho millones. El caso es bastante similar en Europa occidental. Invitando a trabajadores manuales de Grecia, Italia y Turquía, acogiendo a un millón de Gast-Arbeiter, en Alemania, en 1964, el Gobierno trató de impulsar el «milagro económico»; en 1968, los ciudadanos extranjeros se aproximaban a los dos millones. Actualmente, los inmigrantes y sus descendientes son 17 millones. En Italia, el salto es más reciente, pero tanto más rápido: en 2002, los extranjeros residentes eran más de un millón; en 2011 habían aumentado a más de cuatro millones. Una vez que la inmigración de masas ha arribado a sociedades que se definen a sí mismas como «multiculturales» y, consiguientemente, ha accedido a primer plano el problema de los racialnativos, las tensiones se han hecho explosivas. De ahí que no sorprenda que las fuerzas políticas que se oponen a la inmigración hayan, considerablemente, en las últimas décadas, obtenido extenso apoyo popular.

Para los electores, los temores a la inmigración han devenido en Europa prioritarios. En 2016, por ejemplo, el 71% de los daneses, el 67% de los húngaros y el 57% de los alemanes consideraron la inmigración como the most pressing political issue, en solo uno de los 27 Estados –miembros de la UE–, no mencionaron los votantes la inmigración como una de las dos mayores preocupaciones. Entretanto, en EE.UU. en las elecciones de 1916 a la Presidencia, desde solamente un 41% en 2012, el 70% de los electores consideraron la inmigración especialmente importante para su voto.

No cabe duda acerca del grado en que los partidos populistas hacen del miedo a la inmigración su mejor tarjeta de presentación. En Austria, el líder del Osterreicheische Frei Partei (en adelante, OfP) clamaba en sus mítines, que «Viena no debe convertirse en un Stambul». En Alemania, el partido Alternative fürDeutschland (en adelante, AfD) provocó temores semejantes al prometer «más niños para familias alemanas». Finalmente, en Dinamarca, los sentimientos anti-inmigrantes eran tan desaforados, que el eslogan de la campaña nacionalista era, simplemente: «Ustedes saben qué es lo que nos proponemos hacer».

Lo que resulta más significativo: se da una estrecha asociación electoral entre el miedo a la inmigración y el éxito de los populistas. Toda una serie de estudios evidencia que las actitudes hacia la inmigración constituyen uno de los mejores pre-dictores de la intención de voto: el juicio negativo sobre los inmigrantes y las minorías étnicas muestra una alta correlación con el apoyo a partidos populistas, desde el Brexit y el Partido Republicano estadounidense a Marine Le Pen (Rassemblement National RN) y Alternative für Deutschland (AfD).

A primera vista, los USA no satisfacen el patrón europeo de democracias monoétnicas. Desde su fundación, en 1786, Norteamérica ha venido pensando de sí misma como un país de inmigrantes. Consiguientemente, la ciudadanía fue definida como la voluntad de jurar adhesión «a la Bandera y a la República», profundamente arraigada desde sus orígenes. Para la mayoría de los estadounidenses, simplemente, quién naciera en los USA era norteamericano. La historia como país de inmigrantes, ha preparado mejor a EE.UU. para la promesa de una democracia multiétnica –lo que sucede es que por más que los norteamericanos hayan estado acostumbrados a la inmigración–, los actuales niveles de la misma resultan desproporcionadamente altos. En los últimos sesentas, solamente uno de cada veinte residentes había nacido en el extranjero; tal proporción ha aumentado actualmente hasta uno de cada siete.

El auge de las poblaciones latina y musulmana –blancos prioritarios de la cólera de Trump– ha sido por demás rápido. Entre 1980 y 2008, se multiplicó por cuatro la población latina nacida en el extranjero. Y aun cuando no hay unanimidad entre los estudiosos acerca del número de musulmanes, sí la hay acerca de que, en las últimas décadas, el número de los mismos ha crecido rápidamente, y de que hacia el 2050 la cantidad se habrá duplicado. De modo semejante a como es común en Europa, los populistas de extrema derecha han explotado políticamente el aumento de la población nacida en el extranjero. En 2016, Trump accedió a la Casa Blanca, con el pretexto de que México envía a Estados Unidos «violadores y delincuentes».

De forma semejante a como está siendo el caso en Europa, el aumento de grupos de inmigrantes –particularmente, su creciente visibilidad cultural y política– ha polarizado los alineamientos políticos a lo largo de actitudes contra la inmigración. Los norteamericanos partidarios de dar una oportunidad a inmigrantes sin papeles votaron por un margen de 60% a 14% a Hillary Clinton. En cambio, los que propugnaban la deportación de aquéllos, se identificaron con Trump por una proporción de 84% a 14%. En la campaña de 2016, la dudosa o negativa respuesta a la pregunta de si Barack Obama había nacido en Estados Unidos tenía una alta predictividad respecto de la intención de votar a Trump. 82% de los seguidores de Clinton, pero solamente el 53% de los que se identificaban con Trump desmintieron la fake new (bulo) de que Obama había nacido en Kenia.

En general, la historia europea parece que, a sociedades como la alemana, la austríaca o la sueca, las predestinaba para una rebelión contra una democracia multiétnica. En cambio, la de EE. UU. es diferente: la rebelión en tal caso se plantea contra una democracia multiétnica que reconozca y garantice el derecho a un igual trato, en ningún caso discriminatorio por causa de la raza.

Numerosos análisis sugieren que la razón más importante de la victoria de Trump fue que un gran número de votantes obreros de raza blanca que, tradicionalmente, había votado al Partido Demócrata, pasaron a votar a Trump. También es especialmente significativo que buena parte de tales electores residieran en Midwestern regions que en las últimas décadas habían cambiado de ser highly homogeneous a ser reasonable heterogeneous. El Wall Street Journal señalaba: una muestra representativa de Estados del Midwestern –Iowa, Indiana, Wisconsin, Illinois, Minnesota– los distinguía entre los Estados en los que, entre 2000 y 2015, más rápidamente había aumentado la influencia de residentes no-blancos en Norteamérica. Cientos de ciudades, durante mucho tiempo dominadas por residentes blancos, habían sido el destino de los recién llegados de Centroamérica así como de California y Texas. La incidencia en las elecciones de tales cambios demográficos resultó inequívoca. En las elecciones primarias, por ejemplo, Trump ganó por un 71% en counties a lo largo y lo ancho de Estados Unidos, pero por un 73% en los counties cuyo diversity Index se había duplicado entre 2000 y 2015 y por el 80% en los counties en los que el di había crecido un 150%.

Buena parte de la cólera contra la inmigración se explica más que por la realidad inmediata, por el miedo a un futuro imaginado. Cuando aumentan las tasas de inmigración, cambia la visión del futuro demográfico del país. Como resultado, la impresión de que la población mayoritaria pueda un día devenir minoritaria juega, tanto en Europa como en EE.UU, en el ideario político de la extrema derecha, un papel cada vez mayor.

Tales temores no es ya que sean objeto de debate en el establecimiento; es que determinan el voto de muchos ciudadanos de a pié. En abril de 2016, un tercio de los Republicanos pensaba que «no sería benéfico para el país» si la mayoría de la población norteamericana deviniera un día no-blanca.

En Europa Occidental, los políticos no están menos preocupados por la transición demográfica, tendiendo a la explotación del miedo a la misma. El libro de Thilo Sarrazin, Deutschland schafft sich ab (Alemania se elimina a sí misma), 2010, como ejemplo. En los años 2014-2015, cuando la guerra civil de Siria provocó una inmigración masiva hacia Centro-Europa, ha sido cuando el miedo demográfico pasó a ocupar el centro del debate político.

Y, al respecto, no empece a que, en el país de que se trate, no haya razones objetivas para que ello vaya a suceder en un futuro próximo. En Europa Central y Oriental, por ejemplo, la proporción de la población nacida extramuros del Continente es mínima. Y, sin embargo, el miedo a una invasión por minorías étnicas y religiosas está continuamente en el debate político. En Polonia, Jaroslaw Kaczynski ha amenazado a la población con la llegada de inmigrantes que traerían al país «parásitos y enfermedades»; más aún, que los refugiados musulmanes amenazarían la seguridad de Polonia. Más allá de la retórica populista, el Parlamento polaco ha legalizado la detención de ciudadanos nacionales de origen extranjero sin mediación alguna del juez y clausurado el Consejo contra la discriminación racial, la xenofobia y la intolerancia.

Una de las causas de la animosidad de los nativos es la sobreestimación del significado numérico de las minorías –particularmente, de la musulmana–. En Estados Unidos, se piensa que la población musulmana comporta el 17% de los norteamericanos, siendo así que no constituye más del 1%. En Francia, se teme que los musulmanes son el 31%, cuando no comportan más del 8%.

Yvan Krastev52 se coloca empáticamente en la piel del oriental europeo y nos explica con argumentos su particularidad. Dado que en la historia contemporánea naciones y Estados han desaparecido en uno u otro momento, no es extraño a la población el temor por su paulatina pérdida de población. La alarma por la posible «ethnic disappearance» se siente en las pequeñas naciones de Europa Oriental. Para estas buenas gentes, la llegada de inmigrantes viene a ser interpretada como un anuncio de su propia desaparición. El argumento de sectores de los respectivos establecimientos de que Europa necesita inmigrantes, solo viene a reforzar tan depresivas impresiones.

Ajuicio de Yasha Mounk53, preocupados por la inmigración, los blancos se han hecho más y más resentidos respecto de los inmigrantes y de las minorías étnicas que pretenden tener derecho a acceder a los servicios públicos –sanidad, educación, Seguridad Social–. Y, amenazados por las incontrolables fuerzas de la globalización y del terrorismo, han devenido menos y menos tolerantes, respecto de las minorías étnicas y religiosas.

El retorno de las escaseces bien pudiera impulsar en los electores la búsqueda de seguridad y de garantía del avituallamiento. Pero, consiguientemente, también la receptividad para la apelación de los populistas que, por sus planteamientos sobre la complejidad de los problemas comunes, ofrecen soluciones simples y condenan al resto de partidos del espectro.

Son tres los modos en los que el políticamente inestable mundo actual es fundamentalmente distinto al de ayer: un tiempo atrás, las democracias liberales estaban en condiciones de asegurar a sus ciudadanos una rápida mejora en sus estándares de vida. Actualmente, no pueden hacerlo. Hasta no hace mucho tiempo, el establecimiento controlaba los medios más importantes de difusión, siendo capaz de excluir planteamientos político-radicales del foro público. Actualmente, en cambio, political outsiders pueden tanto difundir urbi et orbi falsedades como incitar al odio.

¿Y? Desde la Postguerra, la homogeneidad étnico-cultural de los ciudadanos formaba parte de la cohesión socio-cultural de que se beneficiaron las democracias occidentales. Actualmente, los ciudadanos han de aprender a vivir en unas democracias más iguales y diversas.

A lo largo de su campaña, Trump apeló a una prohibición de la inmigración musulmana, implicando que los fieles de tal religión mundial debían ser excluidos de la pertenencia a la nación norteamericana. Lanzó repetidos ataques a los inmigrantes mexicanos y cuestionó la imparcialidad de un juez de origen mexicano, sugiriendo que ciertas etnias son más norteamericanas que otras. Juntas tales proclamaciones implicaban una visión, en términos étnicos y religiosos, del nacionalismo estadounidense que nos retrae a la época en la que la pertenencia a We, the People dependió, efectivamente, del credo religioso y de la raza.

Tal definición de la nación es excluyente. A partir de la misma, los políticos que se opongan al líder populista son, por definición, unpatriotic. Ello es el profundo significado de calificar a la prensa de enemigos del pueblo norteamericano o de pretender que Barack Obama había nacido en África. Y es, por supuesto, el profundo significado del eslogan America first.

Para los observadores europeos de la política norteamericana, el nacionalismo excluyente de Trump ha debido resultarles familiar. Hace tiempo que muchos europeos han definido a la nación en función de un común linaje. Como resultado, han tratado a los recién llegados en el mejor de los casos como huéspedes, y en el peor, como intrusos.

En las décadas de Postguerra, tales actitudes limitaron las oportunidades de los inmigrantes, traduciéndose en diversas formas de discriminación y moldeando las leyes de ciudadanía de muchos países. Pero aun cuando el nacionalismo excluyente imposibilitó a muchos residentes participar plenamente en las promesas de la democracia liberal, no llegó hasta cuestionar el sistema político como tal.

Ello ha cambiado paulatinamente en las recientes décadas: una nueva suerte de populistas ha combinado su nacionalismo excluyente con un ataque autoritario (iliberal) a las instituciones. De forma semejante a Trump, políticos como Wilders, Le Pen, Salvini, los secesionistas catalanes y Abascal han utilizado el nacionalismo como un arma para socavar la democracia liberal. A ambos lados del Atlántico, el nacionalismo y la democracia parecen, entretanto, fenómenos extrañados entre sí. Si quiénes propugnan un nacionalismo excluyente agresivo se imponen, estará en peligro el ideal de una democracia multiétnica liberal. Y ello gravita como amenaza tanto en los Estados Unidos como en Hungría, Polonia, Francia, Alemania, Italia o España.

Las redes sociales han tenido unos efectos tan corrosivos en la democracia liberal, porque los fundamentos morales de nuestro sistema político son más frágiles de lo que pensamos. De modo que cualquiera que se proponga contribuir a revitalizar la democracia liberal, deberá ayudar a reconstruirla ideológicamente.


Antonio López Pina pertenece a la Generación de 1956.

En el Senado, con eminentes miembros de la misma: de izquierda a derecha y de abajo a arriba: Juan Cruz, Raúl Morodo, Antonio López Pina, Miguel Boyer, José Luis Yuste, Jorge Semprún, Javier Pradera, Elías Díaz, Enrique Múgica, Rodolfo Martín Villa

1. M. R. Lepsius acuñó la diferencia entre Ethnos y Demos. Apoyándose intelectualmente en la misma Jürgen Habermas desarrolló la contraposición entre Volksnation y Staatsbürgernation, que lanzó en el «Historikerstreit», 1986 (debate de los historiadores), y, desde entonces, divulgaría en Alemania así como en sus múltiples publicaciones en todos los idiomas vid. pg. 24 nota 39.

2. 1770-1831.

3. 1744-1803.

4. Desde los tardíos 1760s a los tempranos 1780s.

5. 1805-1872.

6. Kwame Anthony Appiah, The Lies that bind. Rethinking Identity. Creed, Country, Colour, Class, Culture, London: Profile Books, 2018.

7. Isaiah Berlín, Sobre el nacionalismo. Textos escogidos, Edición de Henry Hardy, Barcelona: Página Indómita, 2019. Texto publicado en 1979; id., The Roots of Romanticism, The A. W. Mellon Lectures in the Fine Arts, 1965, The National Gallery of Art, Washington, DC, Ed. By Henry Hardy, London: Pimlico, 1999.

8. Ivan Krastev, Is it Tomorrow yet? London: Penguin Random House, 2020; Ivan Krastev; Stephen Holmes, The Light that failed. A Reckoning, London: Allen Lane, 2019; id., After Europe, Philadelphia, Pennsylvania: University of Pennsylvania Press, 2017; id., Democracy Disrupted. The Politics of global Protest, Philadelphia, Pennsylvania: University of Pennsylvania Press, 2014.

9. Vid. nota 3.

10. Jean-Jacques Rousseau, 1712-1778, Du Contrat social, Paris: Garnier Freres,1962.

11. Lew Nikolajewitsch Graf, 1828-1910.

12. Cfr. Alfonso Ortí, Para analizar el Populismo: Movimiento, Ideología y Discurso populistas (El caso de Joaquín Costa: populismo agrario y populismo españolista imaginario), Revista Historia Social, n.° 2, Otoño 1988, Instituto de Historia social, Centro de la UNED, Valencia.

13. Henrik Ibsen, 1828-1906.

14. Anton Cechov, 1860-1904. Entre otras obras, Der Kirschgarten, Drei Schwestern.

15. Considérations sur le Gouvernement de Pologne et sur sa réformation projetée en abril 1772, dans J. J. Rousseau op. cit. nota 10.

16. 1730-1788.

17. 1762-1814.

18. Cfr., Jerôme Fourquet, L’archipel français, Paris: Seuil, 2019; É. Girard, L. Hausalter et H. Mathoux, «Charlie Hebdo», 5 Ans de capitulation, en 5 Actes. En cinque ans, l’esprit Charlie s’est peu à peu dissipé, au profit d’politiquement correct d’inspiration anglo-saxone, essentialement porté par les organisations dites de gauche. Désolant, Marianne/28 août au 3 septembre 2020; Étienne Girard et Martine Gozlan., L’impossible Islam de France. Lutter contre l’Islamisme en s’appuyant sur les institutions musulmanes? Elle risque d’être une nouvelle coquille vide. Retour sur trente ans d’échecs, Marianne / 1er au 7 janvier 2021; Marc Bassets, Francia lanza la controvertida Ley para combatir el Islam radical, El País / 10 de diciembre 2020; Le Monde, L’ennemie de la République c’est une idéologie qui s’appelle l’Islamisme radical, 9 décembre 2020; Bernard Rougier, L’Islamisme est une machine à détruir la République, Marianne / 17 au 23 janvier 2020; Gilles Keppel, La Fracture, Paris: Gallimard, 2016; id., La revancha de Dieu. Chrétiens, juifs et musulmans à la reconquête du monde, Paris: Seuil, 1990.

19. Vid. nota 7.

20. 1812-1870.

21. El ensayo de Isaiah Berlin fué publicado en 1979.

22. Karl Marx, Der achtzehnte Brumaire des Louis Bonaparte, en Marx. Engels Ausgewählte Schriften Band I, Berlin: Dietz Verlag, 1960.

23. 1776-1842.

24. 1813-1883.

25. 1855-1927.

26. 1865-1937.

27. 1835-1909.

28. Cfr. supra los populismos europeo-orientales vid. Ivan Krastev nota 8.

29. Edicto imperial prohibiendo a los judíos entrar en Jerusalén 132135 d. C.

30. Canciller 1974-1982.

31. Canciller 1982-1998.

32. 1 929–.

33. 1919-2005

34. 1936–.

35. 1941–.

36. 1934–.

37. 1998-2005.

38. 2005–.

39. Vid. supra nota 1.

40. Junio de 2016.

41. Noviembre de 2016.

42. 2019–.

43. Cfr. A. López Pina, Deutschland in, mit und für Europa. Ein europäischer Blick aus Spanien, Vorgänge, Zeitschrift für Bürgerrechte und Gesellschaftspolitik, 220 Heft 4 Dezember 2017 (en español, El Lugar de Alemania en la Unión Europea, Argumentos Socialistas, 2018); id., Rosemarie Will. Eine Antwort auf die Deutsche Frage in weltbürgerlicher Absicht, in Worüber reden wir eigentlich? Festgabe für Rosemarie Will, M. Plöse, Th. Fritsche, M. Kuhn, S. Lüders Hrsg., Berlin: Humanistische Union, 2016.

44. El 26 de septiembre de 2017.

45. Supra nota 22.

46. Javier Cercas, La gran traición. Para los políticos catalanes, sólo son catalanes quiénes se muestran fieles a la patria y votan lo que hay que votar. Los demás no contamos; id., Todo era Mentira; id., Fantasías catalanas Fishman; id., Una sola conversación; id., Empanada Fuku-yame. No es Cataluña la que quiere romper con España, sino, como han demostrado los resultados de las elecciones, una parte minoritaria; id., La telaraña, El País Semanal 2018, 2019, 2020. Id., La «Telaraña» catalana sigue extendiéndose y el Golpe continúa, 29 de febrero de 2020.

47. Vid., Kwame Anthony Appiah, supra nota 6.

48. Vid. supra nota 4.

49. Jan-Werner Müller, What is Populism? London: Penguin Random House, 2017.

50. Vid. supra nota 4.

51. Cfr., Jochen Schmidt, Die Geschichte des –Genie– Gedankens in der deutschen Literatur, Philosophie und Politik (1750-1945), Zwei Bände, 3. Auflage, Heidelberg: Universitätsverlag Winter, 2004.

52. Vid. supra nota 8.

53. The People vs. Democracy. Why our Freedom is in danger sand how to sabe it, Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 2018.

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