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CONFIGURACIÓN MORAL DEL INDIVIDUO: ITERACIÓN DEL YO, LA EROGENIZACIÓN DE LOS CUERPOS Y LAS IDENTIFICACIONES

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Esta vía de descarga (acción específica) cobra así la función secundaria... del entendimiento, y el inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales.

FREUD (1989a, p.362)

A continuación, se presenta la propuesta freudiana sobre la complejización psíquica y moral del individuo. Para el desarrollo del tema se han tomado en cuenta, sobre todo, los textos del Proyecto de psicología (1895) (Freud, 1989a), Tres ensayos sobre teoría sexual (1905) (Freud, 1989c), Introducción del narcisismo (1914) (Freud, 1989j), Pulsiones y destino de pulsión (1915) (Freud, 1989k), El yo y el ello (1923) (Freud, 1989m), entre otros y la relectura que hace David Maldavsky (1976, 1982, 1986, 1997) de la obra freudiana, alrededor de los temas atinentes que se desarrollan.

Contrario a lo que el saber popular o los académicos mal advertidos piensan, el papel de la moral en la constitución psíquica del individuo es un tema fundamental en la teorización freudiana. Freud, en su trabajo de 1895 (Freud, 1989a), refiere la importancia que tiene el individuo auxiliador en la viabilidad del individuo desvalido, al mediarle los estímulos internos y externos mediante acciones específicas —como referimos en el epígrafe de este capítulo. En este interjuego se da la vivencia de satisfacción originaria, primer proceso de comunicación que tendrá hondas consecuencias en el desarrollo del individuo. Este estado de vulnerabilidad, de desvalimiento es considerado como la fuente de todas las mociones morales posteriores.

Para Freud (1989a; 1989i; 1989k), el neonato nace con un esquema filogenético que lo predispone, dentro de un campo de posibilidades, a procesos de complejización humana (promotores de desenlaces psíquicos) como actualización del plasma germinal. Esto implica que el recién nacido a lo primero que se enfrenta es a procesos fisicoquímicos y neurológicos, en donde hay una afluencia de estímulos y descargas hormonales que se regulan por el proceso orgánico. Los estímulos a los que se enfrenta el recién nacido son de dos tipos: endógenos y exógenos. Los primeros son continuos, sus descargas son internas; mientras que los estímulos externos son discontinuos y requieren de cierta motricidad para trasformarlos y adecuarlos a las propias necesidades. Por ejemplo, el cerrar de ojos del neonato ante la luz es un mecanismo motriz orgánico para protegerse del estímulo externo (Freud, 1989a; 1989c). Mientras que la tensión que vive el neonato cuando necesita comer o defecar, son endógenas.

Freud distingue entre necesidad y pulsión. La necesidad responde a un proceso orgánico, mientras que la pulsión será un representante psíquico de los impulsos primarios, y los emblemas de su representación serán la intensidad del estímulo y la motricidad específica hacia un objeto (Maldavsky, 1982, 1986, 1997). La pulsión además se entiende como la bisagra entre lo somático y lo psíquico. En el texto Pulsiones y destinos de pulsión, Freud (1989k) caracteriza a la pulsión bajo cuatro aspectos: como fuente, esfuerzo, meta y objeto. Las dos últimas implican procesos psíquicos para su función. La meta además conlleva la satisfacción que se logra cuando se cancela el estímulo en la fuente de tensión.

La acción específica requerida para bajar la tensión difiere dependiendo del tipo de pulsión que se trate. Por ejemplo: frente a la mamadera, el niño tiene un placer autoerótico, dado que la fuente de tensión es el mismo órgano. Es decir, satisfecha su necesidad alimenticia puede continuar recurriendo al placer del órgano. En esta reacción que atraviesa lo meramente orgánico y funcional, Freud (1989c; 1989k) añade un elemento psíquico; además de la satisfacción orgánica existe un placer del órgano.

Si bien la índole de las pulsiones tiene una especialización —de autoconservación o sexuales—, estas se manifiestan en el sujeto de forma mixta. Por ejemplo, la pulsión de saber es una mezcla de la pulsión de apoderamiento (sublimada) con la pulsión de ver. Así como la pulsión social es una mezcla de libido homosexual y agresiva, que aparece sublimada gracias a la pulsión de autoconservación. Esta mezcla pulsional se puede manifestar en el sujeto de manera armónica, enfrentada o subordinada (Maldavsky, 1982, 1986).

Freud (1989c; 1989k) propone que alcanzar el objeto de la pulsión implica un proceso de complejización que va del autoerotismo al amor objetal. Las fases de desarrollo del amor irán del autoerotismo, amor narcisista, elección homosexual, elección de un objeto hostil, elección de un objeto particular, el falo materno, hasta llegar al amor de objeto como otro.

Después de esbozar los supuestos sobre la teoría de las pulsiones, se presenta el desarrollo del preconsciente.

Es importante tener en cuenta que la organización del preconsciente se fundamenta en la teoría evolutiva del yo. El preconsciente es una estructura constitutiva del yo, así como la conciencia y los mecanismos de defensa. El preconsciente tiene diferentes funciones en el yo, entre las cuales dos son básicas: hacer conscientes los procesos endopsíquicos, en particular aquellos que derivan de las exigencias pulsionales, y comunicarse con los demás, los semejantes. Por esta segunda función, el preconsciente posee una organización que es consecuencia de la incorporación de normas consensuales que permiten el intercambio intersubjetivo y que, a su vez son determinadas por y determinantes de procesos complejizantes internos (Maldavsky, 2004).

En su tratado de Tres ensayos de teoría sexual, Freud (1989c) propone los ingredientes que van sedimentando la constitución psíquica de los niños, a saber: la vergüenza, el dolor y el asco (triada llamada por Freud “diques de la moral”). Estos elementos se van conformando gracias a que el neonato va cualificando la percepción, el sentir y el inteligir sobre sí mismo y lo externo. Este desarrollo iterativo de la acción del niño en el ejercicio de su cuerpo y en la relación con los otros va configurando un yo, una instancia que va procesando de manera más o menos autónoma.

El primer yo que refiere Freud es el yo real, el cual lo supone en el neonato y que lo enfrenta a sus propias reacciones corporales. Este yo inicialmente solo da cuenta de las reacciones intrasomáticas de tensión y distensión: si tiene hambre, frío o sed, llora; si hay una mediación de un auxiliar que responda a ese llamado, se satisface la necesidad y cede la tensión. La iteración del ser saciado en sus necesidades va haciendo una cualificación del sentir de modo que este se vuelve un afecto que no solo se regula por la tensión del órgano sino por la cualidad de lo ingerido. De modo tal, que ese yo primitivo se reconfigura en su tránsito hacia un yo placer, pues es con base en esa sensación que discrimina los estímulos internos y externos. En esa cualificación del sentir, el placer voluptuoso del cuerpo va tomando una forma propiamente humana en tanto que el órgano, al erogenizarse, se independiza de la necesidad desde la cual inició el trayecto de iteración. Desde el campo fenomenológico podríamos decir que el niño llora cuando requiere comer, pero ya satisfecha esa necesidad quizá vuelva a llorar porque requiere entretener el órgano con una mamadera, aunque no le proporcione leche sino entretenimiento placentero a la boca. En esta configuración pulsional, la psique también se complejiza de modo tal que puede recurrir al recuerdo de la sensación para acallar la necesidad.

En el yo realidad o definitivo el proceso de identificación pasa de una relación binaria a una terciaria. En los dos primeros momentos del yo la imagen de referencia es la madre. Será con la entrada a la etapa edípica que el padre tome relevancia. La configuración del yo podrá expresarse desde el yo ideal, así como desde el ideal del yo. En esta identificación y en el poder atribuido a la imagen tipo es que se sostiene el sentimiento de sí y de grandiosidad. El elemento pulsional se irá reconfigurando con énfasis distintos que van de la erogeneidad oral, anal, uretral, a la peniana.

Así pues, hay un interjuego de tres componentes en la configuración psíquica del sujeto:

1. Un yo como instancia que va adquiriendo cualificación afectiva.

2. El proceso de distancia entre el yo y el objeto de satisfacción.

3. La distancia y diferencia entre el yo y el auxiliar, la cual inicia en el apremio por la presencia del otro, en tanto imagen apropiada y que soporta el sentimiento de sí en el otro.

Y es a raíz del interjuego entre presencia y ausencia del otro y dada la maduración de los órganos, que la imagen del recuerdo sostiene ese yo prematuro. Se puede ver que en esta triada: la complejización del afecto, las funciones cognitivas y el elemento relacional, están articulados por la vivencia personal y el campo de sentido dado por el lenguaje que precede al hablante y lo preside. Es decir, la erogenización del cuerpo en la interacción con el otro va acompañado de una simbolización del mundo dada por el lenguaje, así como por la experiencia singular de cada cual. De tal modo que la palabra “mamar” “cagar–la”, “morder”, etcétera, apelan a diversas significaciones por lo vivido y escuchado.

Aplicación de los principios éticos en las psicologías

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