Читать книгу La hegemonía de los excluidos - Antonio Gramsci - Страница 6
INTRODUCCIÓN
ОглавлениеLa historia de Gramsci es la historia de una catástrofe
MANUEL SACRISTÁN
Los textos escritos por Antonio Gramsci desde la cárcel, son la huella del esfuerzo de un ser humano excepcional que lucha por no ser abatido por unas circunstancias históricas que tratan de derrotarlo. La desesperanzada lucidez con la que percibe su situación queda reflejada en una carta dirigida a su cuñada Tatiana el 19 marzo de 1927. En ella le comunica que está atormentado por la siguiente idea: «que debería hacer algo für ewig (para la eternidad), según una vieja concepción de Goethe, que recuerdo atormentó mucho a nuestro Pascoli».
La referencia a la que Gramsci alude se encuentra en los Canti di Castelvecchio (1907) de Giovanni Pascoli, en un poema titulado Per sempre en el que uno de los versos expresa «para siempre quiere decir morir». Un intelectual como Gramsci no puede carecer de lectores. Para que su trabajo cobre sentido necesita de espacios públicos y privados como la familia, el partido político o la ciudadanía. Su filosofía no puede ser sino polémica ante la especulación académica autorreferencial o ante la composición intelectual dirigida a hacer carrera. Su obra aspira a ser un instrumento en manos de las clases oprimidas, de los don nadie de la historia, para que tomen conciencia y luchen por su dignidad. Es un pensamiento negativo contra la filosofía institucional y supuestamente objetiva, pues nada puede afirmarse desinteresadamente en un mundo de privilegiados y desposeídos. Como él mismo indica «la filosofía de la praxis no puede no ser concebida de forma polémica, de perpetua lucha» (Cuaderno 11, entrada 13).
La lenta pena de muerta aplicada a Gramsci, tanto la real, impuesta por el gobierno fascista de Mussolini, como la simbólica perpetrada por la grosera interpretación estalinista de la política de partido, será doblemente efectiva para desprestigiarlo. Esta doble condena lo privó de un interlocutor, no subsistieron ni la política, ni el partido, ni su familia. Escribir para la eternidad significa saberse solo y, a pesar de ello, escribir para las próximas generaciones, para tiempos más propicios. A pesar de todo su esfuerzo, de su voluntarioso optimismo, Gramsci no pudo continuar y dejó de escribir dos años antes de su muerte. Si no regresamos a su escritura sería como condenarlo de nuevo, conservar la imagen de Gramsci como un autoritario dogmático, cuando su obra indica lo contrario. En palabras de Walter Benjamin en el párrafo sexto de su tesis de la filosofía de la historia:
«Tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer».
Leer a Gramsci es acercarse a un autor que nos proporciona herramientas para entender nuestro presente. Es también sostener, como escribió Horkheimer (2000: 173 y 169): «la esperanza de que la injusticia que atraviesa el mundo no sea lo último, que no tenga la última palabra […] anhelo de que el verdugo no triunfe sobre la víctima inocente».
El 22 de enero de 1891 nace en Ales, Cerdeña, Antonio Gramsci. Durante sus primeros años la familia no pasa apuros económicos. Siete años más tarde detienen a su padre, Francesco Gramsci, lo que supondrá un duro golpe para la familia. El motivo del arresto, hasta donde sabemos, no se ha aclarado hasta la fecha. Se cree que estuvo relacionado con rencillas electorales. Francesco Gramsci no saldrá de prisión hasta 1904. Durante estos seis años la familia vive una apurada situación, que obliga a Antonio y a sus hermanos a trabajar en lo que pueden para colaborar con los gastos familiares. Rememorando estos años, Gramsci escribe en una carta del 3 de octubre de 1932 en la que relata: «10 horas de trabajo diarias, incluida la mañana del domingo […] cargando con registros que pesaban más que yo, y muchas veces me escondía para llorar porque me dolía todo el cuerpo».
A pesar del trabajo, los resultados escolares de Gramsci son brillantes y en 1908 decide trasladase a Cagliari para continuar sus estudios en el Liceo de la ciudad, a la que llega en unas condiciones míseras. Durante su etapa en el Liceo se forjará en el joven filósofo «el instinto de la rebelión, que de niño era contra los ricos, porque no podía estudiar, yo, que había obtenido dieces en todas las materias en la escuela primaria, mientras continuaban el hijo del carnicero, del farmacéutico, del vendedor de ropa» escribe en una carta con fecha del 6 de marzo de 1924. El profesorado percibe las dotes intelectuales del joven estudiante y le confían la redacción de artículos que se publicarán en el periódico L’Unione Sarda.
A los veinte años, y a costa de grandes sacrificios, se traslada a Turín, pues en esta ciudad puede optar a la obtención de una beca universitaria para alumnos sin recursos provenientes de Cerdeña. Para ello tendrá que alcanzar un buen resultado en las pruebas de selección. Está en unas condiciones tan deplorables que sufre desvanecimientos por desnutrición y frío.
A pesar de las penurias personales, Gramsci encuentra en Turín una ciudad en plena efervescencia. Durante sus primeros años de vida universitaria compagina la asistencia a los cursos universitarios con la redacción en el semanal Il Grido del Popolo de orientación socialista. La vocación periodística y la comprensión de este trabajo como labor pedagógica le acompañará toda su vida. En el 1916 colabora regularmente con el periódico Avanti! órgano de expresión del Partido Socialista Italiano. En este diario se ocupará de las secciones de cultura y de crítica teatral, siendo uno de los primeros críticos en apoyar la renovación formal del teatro de Luigi Pirandello.
Las noticias que llegan a Italia de la revolución rusa de 1917 abren una nueva dimensión para el movimiento obrero. Turín y su zona de influencia es una región fuertemente industrializada donde se asentan las fábricas más importantes de Italia. Los trabajadores se movilizan para exigir la jornada de ocho horas (objetivo que consiguen en 1919). Estas reivindicaciones apoyadas manifestaciones y acciones de presión tales como la huelga general, son duramente reprimidas por el Estado con el auxilio del ejército. En abril se despliega en la ciudad la brigada «Sassari», compuesta por soldados de origen sardo. Gramsci y sus compañeros del PSI, aprovechando la coincidencia de origen con los soldados, desarrollan una actividad informativa para evitar la actuación de la milicia. El Uno de Mayo se edita el primer número del semanario L’Ordine Nuovo. El 20 de junio Gramsci es arrestado por primera vez.
Los obreros italianos se interesan por la situación rusa y descubren un nuevo sistema de organización fabril, los soviets. En el último trimestre de 1919 se pone en práctica en las fábricas italianas de Turín el modelo laboral ruso que denominan consejos obreros. El consejo de fábrica no es solo un modelo productivo en el que los obreros tienen un control total sobre la producción, sino que además es una escuela formativa. Gramsci, a pesar de la desaprobación del partido socialista, apoya la formación de consejos de fábrica en los que ve una posibilidad real de ruptura con el pensamiento hegemónico capitalista. Esto no quiere decir que se sustituya una hegemonía totalitaria por otra. El objetivo es crear una hegemonía donde tengan cabida las diferencias y los recursos necesarios para expresarlas y respetarlas. El éxito de los consejos llevó al siguiente paso, la ocupación de las fábricas. Los enfrentamientos entre fuerzas del orden y obreros aumentaron el clima de confrontación y violencia, situación que el recién creado partido fascista aprovechó para ampliar su influencia entre los campesinos y pequeños comerciantes. A finales de 1920 se cerró la crisis social del llamado «bienio rojo». Fue, sin embargo, un cierre en falso. Las tensiones no se habían apaciguado, al contrario, a partir de 1921 la violencia fascista no hace sino crecer. Ante este escenario se crea la organización Arditi del Popolo1, fundada por Argo Secondari, para proteger a los antifascistas de los ataques que sufrían2 por parte de los escuadrones paramilitares fascitas. Gramsci publica en L’Ordine Nuovo, que en el mismo año pasó a ser un diario, una entrevista con Arrigo Benedetti, uno de los líderes de Arditi. Gramsci apoyaba las acciones de este organismo, pero al ser autónomos el PCdI3 consideraba que no se debía favorecer la expansión de este grupo4.
En 1922 Gramsci viaja a Moscú como miembro del Comité Ejecutivo del Partido Comunista de Italia. Su estado de agotamiento nervioso le obliga a internarse en el sanatorio de Serebryany Bor a las afueras de Moscú. Aquí conoce a Julia Schucht, su futura pareja y madre de sus dos hijos.
La estancia de Gramsci en la Unión Soviética se prolonga hasta finales de 1923, fecha en la que es enviado a Viena para coordinar a los exiliados del PCdI. Mientras tanto la violencia social en Italia se intensifica. La marcha sobre Roma de Mussolini en octubre de 1922 supuso la ruptura con el estado democrático y el inicio del poder estatal fascista. Las agresiones de los camisas negras se amparan en un nuevo orden legal que les permite todo y los alienta. Los militantes comunistas son arrestados, en el mejor de los casos, y linchados. Se emiten órdenes de arresto contra la cúpula del partido comunista, Gramsci entre ellos.
En el 1924 se convocan elecciones. Gramsci sale elegido como representante parlamentario. La inmunidad que conlleva el cargo le permite volver a Italia con la tranquilidad de no ser detenido. El diputado del PSI Giacomo Matteotti denuncia que ha habido fraude en las elecciones; poco después es asesinado por un escuadrón fascista. Tras meses de acusaciones Mussolini asume la responsabilidad político-moral de este asesinato en el parlamento, sus correligionarios aplauden atronadoramente esta declaración. El gobierno de Mussolini prohíbe las huelgas, los sindicatos no afines con la línea oficial del partido fascista y consigue que se apruebe una ley que le otorga plenos poderes.
Anteo Zamboni, un adolescente de quince años proveniente de una familia anarquista, lo linchan brutalmente hasta morir un grupo de fascistas. A pesar de su poca inteligencia, Zamboni es acusado de atentar contra la vida de Mussolini en Boloña el 31 de octubre de 1926. Este hecho, todavía a día de hoy sin aclarar del todo, pues parece que puede haber sido organizado por el propio partido fascista, fue la excusa perfecta para poner en práctica una serie de leyes para la defensa del Estado, que contemplaban, entre otras medidas, la prohibición de los partidos políticos, la institución de la pena capital y el destierro. A los pocos días Gramsci es arrestado, no volverá a ver ni a su mujer ni a su primer hijo. Su segundo hijo nace en la Unión Soviética tras el encarcelamiento, y solo tendrá contacto con él por vía epistolar.
Se abre un proceso contra los dirigentes comunistas acusados de actividad conspirativa, instigación a la guerra civil, apología del crimen e incitación a la lucha de clase, organización de banda armada, devastación, saqueos y masacres. Durante su encarcelamiento Gramsci recibe una extraña carta de Ruggero Grieco, secretario del PCdI. Este documento está tan lleno de detalles comprometedores que lleva al juez instructor del proceso, Enrico Macis, a decir a Gramsci que sus amigos desean que permanezca largo tiempo en la cárcel5. El fiscal del ministerio público, Michele Isgrò, en su alocución final declara que se debía impedir a este cerebro funcionar durante veinte años. El 4 de junio de 1928, Gramsci es condenado a veinte años, cuatro meses y cinco días de cárcel. El tiempo que le queda de vida son etapas de un paulatino deterioro físico y moral. Las privaciones que sufrió en su infancia y juventud causan que su organismo no pueda enfrentarse a las duras condiciones de reclusión y a los brutales traslados por las diferentes cárceles en las que cumplió condena. Los servicios médicos del presidio apenas paliaron los sufrimientos del pensador sardo. Se sintió abandonado por sus compañeros y familiares, los primeros a causa de sus posturas heterodoxas ante un estalinismo cada vez más banal y fanático, los segundos por las cada vez más espaciadas cartas de Julia y por las escasas noticias de sus hijos Delio y Giuliano. «la otra cárcel […] constituida por la exclusión no solo de la vida social, sino también de la familiar» escribe en una carta del 13 de enero de 1931.
A pesar de las terribles circunstancias jamás quiso seguir los consejos de sus amigos y allegados que le proponían pedir una amnistía al Duce, fundamentada en su terrible estado de salud. Hasta que se lo permitieron sus enfermedades trabajó en sus cuadernos, su última anotación data de finales de 1935. El 27 de abril de 1937 muere de una hemorragia cerebral. En una carta fechada el 24 de agosto de 1931 Gramsci declara:
«Yo no hablo nunca del aspecto negativo de mi vida, primero porque no quiero que lloren por mí; era un combatiente, que no ha tenido fortuna en la lucha inmediata, y los combatientes no pueden y no se les debe llorar, cuando han luchado, no por obligación, sino porque así lo han querido ellos conscientemente».
A las extremas dificultades que experimentó durante su encarcelamiento opuso la fuerza de su voluntad y la firme convicción de estar del lado de la justicia. «El hombre tiene en sí mismo el origen de las fuerzas morales, todo depende de él, de su energía, de su voluntad, de la férrea coherencia de los fines que se propone y de los medios que emplea para alcanzarlos (…) soy pesimista con la inteligencia, pero optimista con la voluntad. Pienso, en cada circunstancia, en las peores hipótesis, para poner en movimiento todas las reservas de la voluntad y ser capaz de abatir el obstáculo». Carta escrita a su hermano Carlo el 19 diciembre de 1929
Gramsci concibe la filosofía como una disciplina crítica enraizada en un tiempo histórico concreto. El marxismo es para él una corriente de pensamiento consciente de su acontecer. En su devenir manifiesta las contradicciones del presente. Interpretada de este modo la reflexión debe ser polémica, destinada a mostrar las inconsistencias de los grandes sistemas filosóficos y al mismo tiempo como estos se reflejan en el sentido común. Si hemos unido estas dos visiones del mundo, las grandes creaciones especulativas y el sentido común, es porque Gramsci considera que el más simple sentido común está saturado de filosofía.
La lectura de Karl Marx que realiza Gramsci está influida por la obra de Antonio Labriola6. Este consideraba el marxismo como un pensamiento autosuficiente y autónomo para entender la estructura de la sociedad y al ser humano dentro de ella. No descubre verdades eternas e inmutables, sino que a medida que interpreta el mundo lo va transformando. Por ello Gramsci habla de una doble intervención del marxismo:
«Por un lado algunos de sus elementos, explícita o implícitamente, han sido absorbidos por algunas corrientes idealistas (Croce, Sorel, Bergson, etc., los pragmatistas, etc.); por otra los marxistas “oficiales”, preocupados por encontrar una “filosofía” que contuviese el marxismo, la han encontrado en las derivaciones modernas del materialismo filosófico vulgar» (Cuaderno 4, entrada 3).
Los dos grandes adversarios filosóficos con los que se enfrenta en los cuadernos son, por una parte, el sistema idealista de Benedetto Croce7, y por otra, la reducción que convierte al marxismo en mero materialismo pasivo hecha por Nikolái Bujarin8.
Benedetto Croce, siguiendo la senda abierta por Giovanni Gentile9, interpreta la filosofía de Marx considerándola un momento del desarrollo del espíritu que tiene que ser superado y reintegrado. El despliegue del espíritu es el despliegue de la libertad, a la que se corresponde en el ámbito político el liberalismo. Gramsci estima que a pesar de que pocos conocen en profundidad el pensamiento de Croce, este se manifiesta, si bien de modo fragmentado e inorgánico, en el espíritu del tiempo; es decir, en las ideas y valoraciones que sustentan el sistema jurídico, cultural, económico de la sociedad italiana. El pensamiento crociano se eleva a sí mismo como verdad, o al menos como reflexión desinteresada al margen del tiempo concreto. Gramsci en una consideración polémica asume que:
«Establecer con exactitud el significado histórico y político del historicismo crociano significa, de hecho, reducirlo a su alcance real, desnudándolo de la gran brillantez que se le atribuye como la manifestación de una ciencia objetiva, de un pensamiento sereno e imparcial que se coloca sobre todas las miserias y contingencias de la lucha cotidiana, en una contemplación desinteresada del eterno devenir de la historia humana» (Cuaderno 8, entrada 39).
De este modo, desentendiéndose de las miserias cotidianas, el pensamiento de Croce deviene ideología, si bien para Gramsci este concepto no tiene connotaciones despectivas como veremos más adelante. Como dice Gramsci:
«La de Croce es una visión “utópica” de la política, ya sea en la esfera teórica como en la práctica, en el sentido que mientras piensa que realiza una historia pura y una filosofía pura, realiza sin embargo un ejercicio de ideología» (Cuaderno 6, entrada 112).
Gramsci asume que la ideología tiene una función determinada y concreta. La ideología de Croce es empleada por los grupos dominantes italianos para legitimar su poder político y económico. Para afianzar esta hegemonía se encarga al filósofo Giovanni Gentile la reforma del sistema educativo italiano para promover una visión del mundo adaptada al fascismo.
Gramsci se opone a la absorción del marxismo por parte de los planteamientos idealistas, pero con igual vehemencia se opone al reduccionismo vulgar de la obra de Marx. Las tesis de Bujarin tuvieron una gran acogida en la tercera internacional (1919) en la que ejerció como secretario y quedaron plasmadas en el ensayo de Bujarin Manual popular de sociología marxista publicado en 1921. La influencia en la tercera internacional y el éxito editorial de su manual, son muestras para Gramsci del peligro de una reducción del marxismo a mera sociología de la historia y de la política, moldeadas sobre las ciencias naturales y el materialismo vulgar. De este modo mientras Croce reducía el «materialismo histórico a un mero canon de metodología histórica» (Cuaderno 4, entrada 56), Bujarin condena al marxismo a ser «una ideología en el sentido deteriorado, es decir en una vedad absoluta y eterna» (Cuaderno 4, entrada 40).
El materialismo de Bujarin se transmuta en morfinismo político en el sentido de que paraliza la voluntad transformadora a la espera de que las leyes objetivas de la historia ejecuten el cambio social. Gramsci había interpretado en la época previa a su encarcelamiento la revolución rusa del 1917 como un acto de voluntad en contra incluso de las teorías de Marx, acentuando la importancia del momento de la voluntad revolucionaria. Para Gramsci, «la materia no hay que considerarla como tal, sino como social e históricamente organizada por la producción» (Cuaderno 11, entrada 30) por lo tanto la materia no es un absoluto, sino que es capacidad transformadora y transformación. Cada contexto histórico tiene que disputar con un sistema de producción particular y en tal circunstancia será la acción transformadora de la voluntad la que lleve a cabo la modificación del sistema productivo y de la distribución de lo producido. El materialismo mecanicista, según Gramsci, no puede explicar el movimiento de la historia. Las leyes económicas necesitan una voluntad política para establecerse y realizarse. Incluso el liberalismo debe ser introducido por ley, por intervención del poder político: es un acto de voluntad, no la expresión espontánea, automática de un hecho económico.
Para poder comprender el despliegue de la historia es necesario agregar el momento de la voluntad; si este no se añade, el reproche a Croce por lo siguiente mantendría su pertinencia, es decir, que el materialismo es contradictorio pues liquida la política entendiéndola como elemento meramente superestructural surgido y condicionado por el momento económico. La voluntad en sentido marxista significa10 conciencia del fin, tener la noción exacta de la propia potencia y de los medios para expresarla en la acción.
El marxismo es más que un desarrollo teórico, una unión de «teoría y acción». La reflexión expresa y organiza una voluntad de transformación, se convierte en praxis. El mismo hecho teórico es praxis. Por ello la importancia de la voluntad se impone porque, citando a Marx, «una persuasión popular tiene a menudo la misma energía que una fuerza material» (Cuaderno 7, entrada 21). Las creencias, las visiones del mundo pueden llegar a ser tan sólidas y férreas como las leyes económicas, se convierten en un poderoso instrumento del cambio o, por el contrario, en una herramienta de inmovilidad social:
«La estructura económica no determina directamente la acción política, sino la interpretación que se da de ella y de las así llamadas leyes que gobiernan su desarrollo».
Según Gramsci todos los seres humanos son filósofos, aunque no se percaten de que lo son, «en su actividad práctica (en las líneas directivas de su conducta) está contenida una concepción del mundo, una filosofía» (Cuaderno 10, entrada 17). Esto significa que toda acción es la manifestación de una concepción del mundo que cristaliza en el sentido común y en el lenguaje. Toda elaboración teórica es histórica y lo mismo sucede con el sentido común que no es más que el conjunto contradictorio de valores tradicionales, ideología dominante, vulgarizaciones filosóficas, folklore, etc. Esta, llamémosla ideología, está implícita en todas las manifestaciones de la vida individual y colectiva. En ella se fundan tanto los objetivos de las instituciones como las metas de la vida privada. La ideología como sistema, incluso contradictorio, no es inmediatamente política, es mucho más amplia, es una visión y concepción del mundo a partir de la cual se articula la política.
El marxismo muestra las incoherencias que existen entre lo que una sociedad piensa de sí misma y como realmente se comporta. Siguiendo la estela de Maquiavelo que en el capítulo XV de su libro El príncipe afirma que:
«Hablaré de las cosas como son en la realidad, y no como el vulgo se las pinta».
Gramsci también se propone exponer como funciona en realidad una ideología centrándose en la actividad de los individuos y no en lo que estos dicen de sí mismos. Con este objetivo en mente, Gramsci elabora una filosofía de la praxis11.
«Una filosofía de la praxis no puede presentarse inicialmente sino como postura polémica, como superación del modo de pensar preexistente y por lo tanto como crítica del “sentido común”» (Cuaderno 8, entrada 220).
La filosofía de la praxis es polémica porque se genera desde las clases oprimidas, el marxismo «es la expresión de las clases subalternas» (Cuaderno 4, entrada 41), muestra las desigualdades sociales entre los seres humanos e indica como suprimirlas. La superación de las desigualdades sociales consiste en primer lugar en la mejora de las condiciones materiales; y en segundo lugar en abrir los cauces para la expresión de la diferencia. El marxismo no es una interpretación dogmática de los textos marxistas, sino que consiste en un actuar y en un pensar autogestionado, en continua reelaboración por parte de los individuos. Los consejos de fábrica tienen que extenderse a todas las instituciones, en el que el individuo tiene el derecho y la obligación de elaborar su propio pensar. El hecho mismo de que exista la filosofía marxista es un síntoma de la posibilidad de justicia social material que tiene que luchar contra las fuerzas que se le oponen.
«1) Ninguna formación social desaparece hasta que las fuerzas productivas que se han desarrollado en ella encuentran todavía lugar para un posterior movimiento progresivo;
2) […] la sociedad no se pone objetivos para cuya solución no hayan sido creadas las condiciones necesarias» (Cuaderno 15, entrada 17).
El motivo por el cual no se ha alcanzado una sociedad igualitaria es debido a que un grupo particular ha conseguido difundir una visión del mundo vinculada con sus intereses, y esta visión se ha aceptado ampliamente y asumido por el resto de la población. El sentido común, a pesar de sus discordancias implícitas, consiste en una visión del mundo histórica condicionada por intereses particulares que se muestran desinteresados y universales. Estas ideologías son «contradictorias, porque [están] dirigidas a conciliar intereses opuestos y contradictorios». (Cuaderno 10, entrada 2) Al ser esta ideología contradictoria contiene en sí los elementos para su superación.12 Gracias a ella un sujeto colectivo puede ser consciente de sí mismo, pues la ideología es el lugar de constitución de la subjetividad colectiva, y por tanto contraponerse a la hegemonía adversaria. Debemos recordar que esta nueva hegemonía consiste fundamentalmente en dar cabida a todas las clases subalternas. Es más, la hegemonía no va a constituir un conjunto de ideas comunes que el individuo debe asumir pasivamente, al contrario, es construir las condiciones y estructuras que permitan el desarrollo activo e individual de la propia existencia.
El espíritu del tiempo, por así decir, es el cuadro teórico general en el cual actúan todos los conceptos. Podemos llamar a este cuadro teórico general bloque histórico, no olvidemos que la ideología va a fomentar una praxis por medio de la coerción o el consenso. Las diferentes ideologías luchan hasta que una de ellas o un conjunto de ellas es compartida por la mayor parte de la población y se convierte en una ideología hegemónica
«Las ideologías germinadas están en contacto y se contrastan hasta que solo una de ellas, o al menos una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse sobre toda el área, determinando además de la unidad económica y política también la unidad intelectual y moral, sobre un plano no corporativo, sino universal, de hegemonía» (Cuaderno 4, entrada 38).
Cuando una hegemonía se impone, borra las huellas de las ideologías que somete. Una hegemonía universal debe dar cuenta de las diferencias específicas, por ello hay que actuar en el ámbito de la praxis. Los consejos obreros, y su extensión a otras esferas sociales, son los lugares primordiales para la elaboración de una hegemonía. Los individuos toman conciencia de sí mismos por sí mismos. Cualquier idea por progresista o emancipadora que sea se disuelve si se comunica por medio de las estructuras e instituciones capitalistas.
La sociedad civil es la esfera de la actividad política, en cuanto lugar en el que aparecen las organizaciones privadas (sindicatos, partidos, organizaciones de todo tipo) que tienen como objetivo la transformación del modo de pensar de los ciudadanos. Cuando la ideología de un grupo determinado consigue dominar sobre las demás se convierte en el contenido ético del Estado de este modo «la hegemonía política y cultural de un grupo social [se impone] sobre la entera sociedad, como contenido ético del Estado» (Cuaderno 6, entrada 24). En una multiplicidad de agrupaciones particulares, una, o una combinación de ellas, prevalece relativa o absolutamente constituyendo el aparato hegemónico de un grupo social sobre el resto de la población. Gracias al éxito de la expansión de la ideología hegemónica:
«Cada individuo es un funcionario [...] en cuanto, “actuando espontáneamente”, su actividad se identifica con los fines del Estado (es decir del grupo social determinado o sociedad civil)» (Cuaderno 8, entrada 142).
En cada período histórico «las fuerzas materiales son el contenido y las ideologías la forma. Distinción de forma y contenido es meramente didascálica, porque las fuerzas materiales no serían concebibles históricamente sin forma y las ideologías serían elucubraciones individuales sin las fuerzas materiales» (Cuaderno 7, entrada 21). Las ideas tienen una estructura material, se articulan en aparatos «la organización material tiene como objetivo mantener, defender y desarrollar el “frente” teórico o ideológico [...] La prensa es la parte más dinámica de esta estructura ideológica, pero no la única: todo aquello que influye o puede influir sobre la opinión pública directa o indirectamente le pertenece: las bibliotecas, las escuelas, los círculos y clubs de todo tipo, incluso la arquitectura hasta la disposición de las calles y el nombre de éstas» (Cuaderno 3, entrada 49).
Las fuerzas materiales, como por ejemplo las instituciones académicas y educativas, no son únicamente los medios necesarios para expandir la ideología y conseguir que sea hegemónica, también consisten en el contenido que tales instituciones promueven. La dirección política no se ejerce solo por medios de la fuerza, es una combinación de fuerza y consenso. Debemos subrayar que la opinión pública no es una batalla de ideas sino una precisa estructura ideológica para formar una visión del mundo única que constituye el sentido común. Croce ha llamado enérgicamente la atención sobre la importancia de los hechos de la cultura y del pensamiento en la vida y en la historia, así como sobre el momento de la hegemonía y del consenso como forma necesaria del bloque histórico concreto. La filosofía de la praxis no niega la importancia de la historia ético-política tal como la interpreta Croce, es más, la historia ético-política consiste de hecho en la reivindicación del momento de la hegemonía como esencial en su concepción estatal y en la «valorización» del hecho cultural, de la actividad cultural, de un frente común imprescindible al lado de los meramente económicos o meramente políticos. La diferencia con Gramsci es que ese frente común es un frente fundamentalmente contradictorio pues sitúa el pensamiento y los intereses de una clase privilegiada como intereses universales válidos para todos los ciudadanos. Los valores de la ideología hegemónica burguesa implican una coerción que para los grupos dominantes se funda en la razón, pero que no es en absoluto razonable para los dominados. Por ejemplo, podemos pensar en la difusión de la idea de una existencia autónoma de la economía. Pero en verdad, es imposible separar la vida económica de las estructuras de coerción jurídicas del Estado y de las relaciones de fuerza que caracterizan un mercado determinado. Entre la estructura económica y el Estado con su legislación y su coerción está la sociedad civil, y esta debe ser radicalmente y concretamente transformada, no solo ante el papel de la ley y de los libros de los académicos; el Estado es el instrumento para adecuar la sociedad civil a la estructura económica.
El Estado, por lo tanto, se funda en los dos elementos siguientes «sociedad política más sociedad civil, es decir hegemonía acorazada de coerción» (Cuaderno 6, entrada 88). Para que este pueda pervivir en el tiempo es necesario el apoyo de los ciudadanos, aunque objetivamente la ideología hegemónica no responda a los intereses de la mayor parte de ellos y solo atienda a las necesidades de una minoría privilegiada.
A través de la presentación del Estado como un absoluto se concibe como absoluta y preeminente la misma función de los intelectuales, considerándolos desinteresados y objetivos. De este modo el Estado mediante los intelectuales orgánicos, a través de su trabajo en los centros académicos y por medio de la popularización de su pensamiento en los medios de comunicación, consigue y demanda consenso, pero también «educa» este consenso con las asociaciones políticas y sindicales. Esta educación efectuada por los aparatos de reproducción y de transmisión de la hegemonía «consigue introducir una nueva moral conforme a una nueva concepción del mundo, se acaba con introducir también una tal concepción, es decir se determina una entera reforma filosófica» (Cuaderno 10, entrada 2).
La fuerza, el poder y el dominio de la hegemonía es tan profundo que un aparato hegemónico «crea un nuevo terreno ideológico, determina una reforma de la conciencia y de los métodos de conocimiento» (Cuaderno 10, entrada 2). La hegemonía constituye la subjetividad de los ciudadanos. ¿Cómo es posible entonces la ruptura con esta subjetividad, de que medios se puede disponer? Según Gramsci «hay que concebir al ser humano como un bloque histórico de elementos puramente individuales y subjetivos y de elementos de masa y objetivos o materiales con los que el individuo está en una relación activa» (Cuaderno 10, entrada 48). Bajo las condiciones de producción del capitalismo la hegemonía busca borrar todo resto de contradicción social. Formalmente existe la satisfacción de las necesidades de todos los individuos, sin embargo, este requisito no se cumple en las sociedades concretas. La parcialidad de la hegemonía se manifiesta claramente en sus instituciones:
«Hay que señalar que en la opinión pública causa una impresión especialmente desastrosa las deficiencias de la administración de Justicia: el aparato hegemónico es más sensible en este sector, al cual pueden vincularse la arbitrariedad de la policía y de la administración política» (Cuaderno 6, entrada 81).
Es la percepción de estas injusticias lo que permite una crítica de la hegemonía. Cuando esto sucede, el aparato institucional es inestable «porque grandes masas, precedentemente pasivas, han entrado en movimiento, “aunque sea” en un movimiento caótico y desordenado, sin dirección, es decir sin un a precisa voluntad política colectiva» (Cuaderno 7, entrada 80). Ya no se reconocen en la ideología hegemónica y luchan por transformarla. Al ser un movimiento sin unidad tiene pocas posibilidades de éxito y puede ser desarticulado por el poder. Es necesaria una organización que aglutine el descontento social y se acuerde una dirección para desbancar una hegemonía caduca y reaccionaria. Gramsci juzgaba que la filosofía de la praxis era la ideología que podía absorber la insatisfacción de la ciudadanía bajo las condiciones del capitalismo, modificando la estructura económica y abriendo el camino que haría posible el reino de la libertad, que vislumbra como posibilidad la liquidación del trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción de los fines externos.
La ruptura epistemológica que proporciona la ideología marxista es dada por la conciencia del propio carácter no absoluto y finito de las propias posturas, es decir, el saberse parcialidad unida a una clase, o a un conjunto de clases y a un momento histórico El marxismo tiene el objetivo de provocar una toma de conciencia en la clase trabajadora de su propia situación, además debe contrarrestar «la influencia ideológica por parte de la pequeña burguesía».
El bloque histórico es el conjunto de posibilidades de interpretación de los hechos «en cuanto históricamente necesarias [...] las ideologías organizan las masas humanas, forman el terreno en el cual los hombres se mueven, adquieren conciencia de su posición, luchan, etcétera» (Cuaderno 7, entrada 19). Las ideologías son una realidad objetiva y operativa, por ello la filosofía de la praxis considera ineludible crear los medios necesarios para la toma de conciencia de las clases subalternas. Constituir «una imaginación colectiva que, traduciéndose en hegemonía, sepa unificar la experiencia del sufrimiento y la explotación». Para ello los intelectuales que crean en la igualdad social deben unirse en una organización o partido que tenga como meta elaborar respuestas concretas para solucionar los problemas causados por las crisis capitalistas y que los gobiernos burgueses, socialdemócratas o fascistas, o no solucionan o fingen solucionar. Gramsci ve en el fascismo un ejemplo de revolución pasiva, categoría tomada de Vincenzo Cuoco que la emplea en su Saggio storico sulla rivoluzione Napoletana del 1799. La revolución pasiva es una revolución sin revolución, los grupos dominantes consiguen aparentar que se satisfacen las necesidades sociales sin cambiar la estructura jerárquica de la sociedad. El «progreso» se verifica como «reacción de las clases dominantes a la subversión esporádica y desorganizada de las masas populares con “restauraciones” que acogen algunas partes de las exigencias populares» (Cuaderno 8, entrada 25). Cuando los movimientos de protesta son esporádicos o fragmentarios pueden disolverse fácilmente gracias a la represión estatal o integrando formalmente las reclamaciones sociales en los propósitos del gobierno, aunque no proporcionen una solución efectiva.
Para evitar que el movimiento obrero sea integrado por la ideología capitalista es necesario romper con la hegemonía cultural comenzando por el lenguaje «todo movimiento político crea un lenguaje propio, es decir, participa en el desarrollo general de una determinada lengua, introduciendo términos nuevos, enriqueciendo de nuevo contenido términos ya en uso13, creando metáforas, sirviéndose de nombres históricos para facilitar la comprensión y el juicio sobre determinadas situaciones políticas actuales» (Cuaderno 1 entrada 43).
El concepto de revolución pasiva está unido a la elaboración del concepto guerra de posición. El primero define la nueva morfología de los procesos políticos y sociales. El segundo define las formas del enfrentamiento de clase tal y como se desarrollan dentro y en relación con estos procesos. Por ejemplo, la posición del «frente único» propuesta en la III y IV Internacional, fue interpretada por Gramsci como la necesidad de crear una nueva hegemonía que pudiera oponerse a la ideología burguesa y sobre todo fascista, «las superestructuras de la sociedad civil son como el sistema de las trincheras en la guerra moderna» (Cuaderno 13, entrada 24) Los aparatos hegemónicos dominantes son demasiado poderosos para que puedan ser abatidos solo con una insurrección violenta. La sublevación violenta es el último recurso, «toda revolución ha sido precedida de un intenso trabajo de crítica, de penetración cultural».
El Estado, como hemos visto, es solo la cristalización de una visión del mundo hegemónica. En este sentido un grupo social impone los propios intereses sobre toda la sociedad y estos intereses se configuran como contenido ético del Estado. El Estado integral es el conjunto de sociedad civil y sociedad política. Por ello puede y debe haber una actividad cultural y productiva en la sociedad civil antes de la toma del poder. El poder no se puede imponer con la fuerza sino mediante el consenso14. A pesar de ello Gramsci no es un ingenuo y sabe que en la lucha por la hegemonía las clases privilegiadas no se despojarán del poder cordialmente. Es necesario integrar a los intelectuales tradicionales en la nueva hegemonía. La clase dirigente ejerce de dos modos su supremacía: como dominio sobre los grupos adversarios o como dirección intelectual y moral sobre los grupos afines y aliados. En este esquema, no existen intelectuales como un grupo autónomo e independiente, sino como un grupo que cada clase usa en cuanto instrumento específico. Los intelectuales son los artífices del consenso en la sociedad burguesa, consenso que se apoya en la coerción, sin embargo «los elementos coercitivos deberían absorberse progresivamente en la sociedad regulada» (Cuaderno 6, entrada 88).
Para Gramsci la relación de hegemonía es necesariamente una relación pedagógica. Uno de los aparatos ideológicos del Estado son las instituciones educativas. El autor sardo considera de máxima importancia reformar estas instituciones; no sólo el contenido que se enseña, sino también los modos de elaboración de los currículos educativos.
En nuestra opinión, en el proyecto pedagógico y filosófico de Gramsci influyeron por una parte: los consejos de fábrica organizados en el año 1919 en Turín, que Gramsci examinó de cerca y apoyó desde sus escritos. Y por otra: la experiencia de redacción colaborativa de L’Ordine Nuovo. Los consejos de fábrica funcionaron como herramienta por parte de los asalariados de las fábricas para reivindicar sus derechos, pero también como células de educación autónomas y autogestionadas. En estos consejos los obreros adquirían los instrumentos para ser conscientes de su situación y de la realidad del país. La inclinación de Gramsci era integrar estas células fundamentales en el partido comunista para organizar una «voluntad colectiva que tiende a definirse universal y total» (Cuaderno 8, entrada 21), pero no homogénea, es decir, que las cuadros formativos no se convirtieran en una correa de transmisión de los planteamientos de la jerarquía del PCdI o del PCUS, sino que entendía el partido como una multitud que combatiera el autoritarismo y la arbitrariedad, surgiera donde surgiera15. La pedagogía dentro del partido tenía como fin «un progreso intelectual de masa y no solo de pequeños grupos de intelectuales» (Cuaderno 11, entrada 12). Esta preparación pedagógica de la revolución se sitúa en contra del mecanicismo fatalista auspiciado por la popularización de la filosofía marxista, ya que Gramsci insiste en «la cultura como dimensión decisiva para crear una visión del mundo alternativa respecto a la hegemónica».
Por otra parte, la experiencia en la redacción del L’Ordine Nuovo le enseñó la importancia del trabajo colaborativo. Citando al periodista Giacinto Serrati, un periódico proletario debe ser anónimo y no debe servir de escaparate para nadie. Del mismo modo que el periodismo corre el peligro de convertirse en el altavoz de los intereses particulares, la competitividad de la sociedad capitalista tiene su reflejo en la consecución de honores en la vida académica. Para Gramsci un ejemplo del valor hegemónico que hay que derribar es precisamente la competitividad. El trabajo intelectual anónimo y colectivo es una forma de conseguirlo. Un intelectual orgánico no es un eco de la clase dirigente, sino que, por el contrario, es aquel que lucha de manera anónima por los derechos de las mayorías explotadas. Es orgánico porque surge o se pone como objetivo reflexionar a partir de la experiencia de la explotación. En primer lugar porque es consciente de los sacrificios que gran parte de la ciudadanía lleva a cabo para que existan centros de formación. Y en segundo lugar porque tiene que sentir como propias las reivindicaciones de las clases subalternas, ya que los sacrificios de estas son las que permiten la aparición de una clase intelectual. La tarea de esta última es dar forma a aquellas reivindicaciones para regresarlas a esa misma ciudadanía que le ha permitido desempeñar ese trabajo. Sin embargo, no olvidemos que esta devolución no consiste en restituir un conjunto de máximas banales, si no en el hacer posible la aparición de nuevas células de formación y autogestión.
La estructura autoritaria no puede funcionar en un nuevo sistema pedagógico pues en aquella estructura lo que realmente se aprende es a obedecer a la autoridad, independientemente de los contenidos que se trabajen. La organización de las instituciones educativas tal como se ejercía en la época de Gramsci (y no sólo en aquella época) no tienen como función desarrollar las potencialidades del individuo. «La tendencia es abolir cualquier tipo de escuela “desinteresada” (no inmediatamente interesada) y “formativa”, o de dejar solo una muestra para una pequeña élite de señores y de señoras que no tienen que pensar en un futuro profesional, y de difundir siempre más las escuelas profesionales especializadas en las que el destino del alumno y su futura actividad están predeterminadas» (Cuaderno 12, entrada 2). Las instituciones educativas inculcaban lo que más adelante se llamó currículo oculto. El funcionamiento diario de la institución educativa fomenta los valores de la competitividad, la obediencia, del éxito en los resultados independientemente de cómo se consigan, etc. Valores que reproducen una visión del mundo y una ideología que adapta a los individuos al esquema de producción capitalista, abortando cualquier posibilidad de transformación y cambio. No se transmiten las herramientas para poder conocer sino una serie de máximas que se presentan como verdaderas e inmutables. El estudiante no es más que mera pasividad, un mecánico recipiente de nociones abstractas. Pensadas y organizadas de tal modo, la escuela y la universidad son «cementerios de la cultura» (Cuaderno 4, entrada 50).
Para transformar esta situación el autor sardo propone una reforma del sistema educativo. La creación política de becas que permita la escolarización en igualdad de oportunidades para todos los estudiantes. El derecho a la educación es inútil e inaplicable si los niños son mano de obra necesaria para la supervivencia de las familias. También es importante transformar los contenidos y la metodología. La escolarización obligatoria tiene el compromiso de una formación humanística y clásica. Podríamos afirmar que el interés primordial de Gramsci es la formación de ciudadanos responsables y políticamente activos. La metodología consiste en el trabajo colaborativo entre los estudiantes. Este método tiene como referencia la práctica de los consejos obreros. Pero eso no significa «retrasar la disciplina del estudio» o «hacer sencillo lo que no puede serlo» (Cuaderno 12, entrada 2). Significa que si el estudiante es activo en la creación de su propio saber, será activo en el empeño político.
Los estudiantes en este sistema dispondrán de un margen de libertad mucho más amplio. Pero la libertad no es contraria a la disciplina, lo que cambia es el origen del poder que prescribe la disciplina. Si su origen es democrático la autoridad es una función necesaria y no una arbitrariedad o una imposición.
Por último, Gramsci intenta evitar a toda costa la legitimación de la enseñanza religiosa en las clases subalternas. La Iglesia es una organización militante que se ha asegurado participar en «las leyes del Estado y el control de la educación» (Cuaderno 3, entrada 140). No es casual que a la Iglesia se le ceda la formación intelectual y moral de los más pequeños en las escuelas primaria y secundaria. La escuela religiosa percibe a las clases subalternas como la infancia de la humanidad a la que hay que mantener en ideas morales caducas. Si se quiere alcanzar una sociedad con una ciudadanía madura y responsable, el Estado no puede permitir que se inculquen ideas supersticiosas, ingenuas y alienantes. El objetivo de la educación es fomentar la filosofía de la praxis para crear un nuevo sentido común acorde con las capacidades del ser humano y con los valores de justicia, equidad y libertad. De este modo se instruye a ciudadanos que no se conforman con un Estado mínimo, que se limita a garantizar el correcto funcionamiento de las transacciones económicas entre los individuos, por el contrario, se educa a ciudadanos que luchan por un Estado ético: «el Estado es ético en cuanto una de sus funciones más importantes es la de elevar la gran masa de población a un determinado nivel cultural y moral» (Cuaderno 8, entrada 171).
El sistema educativo es un aparato de gran importancia para la transmisión de la ideología hegemónica. Un lector incauto podría pensar que lo que busca Gramsci es amoldar las instituciones del Estado burgués y cambiar los contenidos educativos. Nada más lejos de su intención. El interés de Gramsci es fomentar individuos autónomos y críticos. En el primer número de L’Ordine Nuovo ya escribía: «formaos porque necesitaremos toda nuestra inteligencia». Y quizá sea ese el objetivo de toda política cultural, proporcionar a los ciudadanos los instrumentos para que seamos artífices de nuestra propia historia y no meros individuos atomizados que se mueven por inercia en medio de la muchedumbre solitaria.
NUESTRA EDICIÓN.
El título escogido para esta selección de textos está determinado por el esfuerzo gramsciano por elevar las condiciones de vida de los más desfavorecidos. La hegemonía de los excluidos sería el ideal regulativo que orienta nuestras acciones. Por ello el objetivo de nuestro trabajo consiste es proporcionar al lector una introducción temática de los temas que creemos más importantes de la filosofía de Gramsci y que para poder seguir su discurso solo sea necesario un conocimiento medio de la historia de la filosofía. Hemos seguido para ello el recorrido sugerido por Storie delle Marche del 900 en colaboración con la Fondazione Istituto Gramsci di Roma. Lo hemos hecho de este modo porque pensamos que ya existen muy buenas traducciones de la obra de Gramsci organizadas cronológicamente a las que el especialista puede recurrir.
Para nuestra traducción hemos utilizado la edición en cuatro volúmenes de la editorial Einaudi realiza por Valentino Gerratana de Quaderni del carcere. Para la introducción también hemos empleado los textos La città futura. 1917-1918. (1982), a cargo de S. Caprioglio Einaudi, Torino. Il nostro Marx. 1918-1919 (1984), a cargo de S. Caprioglio. L’Ordine Nuovo. 1919-1920, (1997), a cargo de V. Gerratana e A. A. Santucci, Torino, Einaudi; las Lettere, 1926-1935, (1997) Torino, Einaudi; y las Lettere dal carcere (1998) Torino, Einaudi.
Por último agradecer la enseñanza, cordialidad y ayuda de un gran maestro y pensador; Jacobo Muñoz in memoriam.
1 Organización que aglutina las diversas asociaciones antifascistas, tanto de signo anarquista como socialista que actuaban durante los años previos al 1921.
2 Para entender este período sigue siendo muy interesante el libro de Curzio Malaparte Tecnica del colpo di Stato. Entre otras muchas cosas detalla como la violencia fascista fue el instrumento para el asalto al poder de Mussolini en Italia.
3 Fundado en enero de 1921 en Livorno después de que parte de sus miembros rompieran con la socialdemocracia en el XVII Congreso del PSI.
4 Esta será una de las muchas desavenencias y enfrentamientos de Gramsci con el PCdI y más adelante con el PCUS. Creo que por ello es inexacta la imagen del intelectual orgánico marxista como un intelectual alienado en la estructura del partido. Por lo que respecta al autor sardo es casi lo contrario, la independencia del intelectual es necesaria siempre y cuando no se olvide que su función es la lucha por la justicia social, y la emancipación de las clases subalternas que solo pueden liberarse a sí mismas por sí mismas.
5 Este insólito episodio lo ha estudiado detenidamente Luciano Canfora. En su obra La storia falsa (Milano, Rizzoli, 2008) se encuentra una pormenorizada investigación sobre el asunto.
6 Antonio Labriola (1843-1904). Filósofo italiano con una enorme influencia en el pensamiento marxista italiano.
7 Benedetto Croce (1866-1952). Filósofo italiano exponente del neoidealismo y principal ideólogo del liberalismo italiano.
8 Nikolái Bujarín (1888-1938). Teórico ruso, autor de un libro divulgativo sobre el marxismo que Gramsci atacará con dureza. Fue purgado por Stalin.
9 Giovanni Gentile (1875-1944). Filósofo neohegeliano, sus posturas y actividades estuvieron vinculadas al partido fascista.
10 En palabras de Gramsci, recogidas en Il Nostro Marx, que a pesar de ser una definición juvenil no deja de ser útil para entender sus planteamientos en los Cuadernos de la cárcel.
11 Muchos críticos creyeron que la expresión «filosofía de la praxis» era un modo de hablar de marxismo para eludir la censura de la cárcel. Sin embargo, la filosofía de la praxis es la elaboración gramsciana de la tradición marxista.
12 Debemos recordar que para Gramsci el término ideología no tiene implicaciones negativas. El concepto de ideología que emplea es el elaborado por Marx en el Prefacio a la crítica de la economía política de 1859, en la que se afirma que las formas ideológicas permiten a los seres humanos concebir y combatir los conflictos económicos y sociales.
13 Desde este punto de vista no deja de ser irónico, o cruel, el hecho que la organización de extrema derecha fundada en los años cincuenta por Pino Rauti se llame también Ordine Nuovo.
14 La fuerza política del PCdI era escasa para oponerse al partido fascista en Italia. Era necesaria una alianza con los partidos antifascistas y con la socialdemocracia para crear las bases de una democracia en la que el PCdI pudiera constituirse en una fuerza dirigente. Sin embargo, en la IV Internacional Stalin impulsó la directriz de la lucha de clases contra el socialfascimo, desechando así la política del frente único que apoyaba Gramsci.
15 Debemos recordar que a pesar de las pocas noticias que se tenían sobre los movimientos de Stalin, Gramsci se opuso a ellos ya en el año 1926, advirtiendo al PCUS que estaban destruyendo el mundo que habían creado en 1917.